22. Detective Williams en Acción I

Previamente en Coronavirus: La Mutación Zombie:

El detective Williams ha sido escogido como espía para infiltrarse en el bar y averiguar información sobre el paradero de Ryan. (Por si se olvidaron, Joe tiene tres hermanos; Malcolm, de 17 años y otros dos que no recuerdo en este momento porque son irrelevantes en la historia, pero los tiene v:).


El día había llegado, la misión para infiltrarse en el bar comenzaría en pocas horas. Los rayos del sol empezaban a disiparse, abandonando los resquicios de su ventana. El detective Williams abrochaba la corbata de su elegante traje añil mientras observaba su figura en el espejo.

—¿A dónde vas? —preguntó Malcolm.

—Ya te lo había dicho —respondió—, voy a una misión de infiltrado.

Su hermano lo miró desconcertado por unos segundos.

—Me dijiste que ibas a un bar de mala muerte... ¿No se supone que el trabajo de un espía es no llamar la atención? ¿Por qué tienes puesto un smoking?

El detective dejó de atisbar su reflejo y dirigió la mirada a su hermano menor.

—¿Quién podría sospechar de alguien con un traje? —comentó.

—No lo sé... —murmuró Malcolm—. ¿Tal vez todo el mundo?

—Sé lo que hago, hermanito. No puedo darte muchos detalles. Más bien dime tú a dónde vas. —Malcolm llevaba una camiseta casual en vez de sus típicos suéteres con mangas largas y cuellos de tortuga, y unos jeans azules oscuros que combinaban bien con sus zapatillas converse—. Nunca te vistes de esa manera.

—Saldré por ahí —contestó, intentando sonar indiferente.

El detective enarcó una ceja.

—Tú nunca sales. Además, ese virus extraño anda por ahí suelto. No deberías salir.

—Pues lo haré.

Joe sabía que había algo detrás de todo eso, su hermano nunca saldría sin un buen motivo. Y después de sopesarlo con minuciosidad, llegó a una conclusión:

—¿Vas a salir con tu novio? —preguntó en tono burlón.

—No es mi novio.

El mayor soltó una carcajada. La seriedad era notoria en el rostro de Malcolm; no le gustaba que supiera sobre sus relaciones amorosas. 

—Mi hermanito tiene novio —comentó Joe, al tiempo que apretaba sus cachetes.

—No me toques, idiota —espetó mientras lo apartaba.

—Está bien —dijo el detective—. Pero si vas a salir, al menos usa un tapabocas. 

—Sí, como sea. Y solo para aclararlo: no es mi novio, solo somos amigos y nos vamos a conocer mejor, eso es todo.

—Claro, no lo es... Por ahora. —Williams desplegó otra larga carcajada—. Ah, y por cierto, si van a tener sexo, usen condones.

—Dios, eres insoportable —resopló el menor.

—La protección es lo más importante —dijo Joe.

—En fin, ya me tengo que ir —indicó Malcolm—. Iremos a ver una película y después veremos qué hacer. 

—Buena suerte, hermanito. Y no te comportes como un imbécil. —Rio.

El menor se despidió de su hermano y dejó la habitación un poco irritado. Joe terminó de estudiar los detalles de la misión. Necesitaba estar completamente preparado para lo que se venía.





La bocina de un auto llamaba a su casa; era Brown. La penumbra acobijaba las calles cuando Joe salió de su residencia para encontrarse con el vehículo de su compañero. Cuando se acercó, abrió la puerta de atrás y encontró a Vicky.

—¿Por qué coño llevas puesto un traje? —preguntó ella mientras el detective se sentaba a su lado—. ¿No se supone que «no debemos llamar la atención»?

—¡No fue idea mía! —contestó, mirando a Brown por el espejo delantero—. Fue idea de ese tipo George, y tú estuviste de acuerdo, Michael.

Su compañero rio mientras prendía el motor y conducía por las calles de la ciudad.

—¿Por qué esa risa? —preguntó el detective Williams con recelo.

—No es nada —dijo Brown, aún con una sonrisa en sus labios—. Relájate, te lo pedimos por una buena razón.

—Claro, una buena razón... —comentó Williams—. Siempre me fuerzas a hacer cosas... —Observó a Vicky—, poco deseables.

—¿Qué insinúas? —interrogó ella.

—Nada —murmuró—. Mejor concentrémonos en la misión.

Durante el camino, los detectives y Vicky repasaron algunos detalles relevantes sobre la misión. El objetivo principal era interactuar con miembros importantes de la banda y recolectar la mayor información posible. También, en caso de tener la oportunidad, inspeccionar la zona que había más allá de la puerta detrás de la barra del bar.

—Según lo que nos dijo Jhonny —explicó Brown—, detrás de aquella puerta hay un pasillo con cuartos laterales. Y al fondo, en la última puerta, está el sótano que conecta con «La sala de torturas».

Brown aparcó el carro unas calles antes del bar para no levantar sospechas. Él esperaría afuera hasta que sus compañeros regresaran. Solo en situaciones extremas se atrevería a interferir en la misión; su tarea era vigilar el perímetro y esperar pacientemente. Sin embargo, si algo fuera de lo previsto ocurría, no dudaría en entrar en acción.

—Primero tú, Vicky —ordenó Brown—. No pueden entrar al mismo tiempo. Joe entrará algunos minutos más tarde.

—Está bien —dijo ella, saliendo del auto.

Caminó rápidamente por un callejón y se perdió en la oscuridad de la noche, tan oscura como las vestimentas que llevaba puestas. 

—Odio haberme puesto este traje —comentó Joe—. ¡Hasta mi hermano cree que soy un idiota!

Brown soltó una carcajada, y el detective Williams se molestó. Empezaba a creer que su superior disfrutaba verlo hacer el ridículo.

—Tranquilo, Joe. George nos dio una buena razón para que lo usaras. Solo déjate llevar por la corriente cuando entres al bar. Recuerda: un detective siempre tiene que hacer lo que esté a su alcance para resolver el caso.

—Con este traje llamaré la atención de todos, ni siquiera sé si saldré vivo de ese lugar. Pero si lo hago, creo que ya no voy a querer ser detective nunca más.

—No exageres —Brown soltó una carcajada.

Joe aprovechó el momento para llamar a su hermano. Si todo había ido bien, ya habría salido del cine con su novio y estaba en casa. Habían pasado algunas horas desde entonces. 

Marcó a su número pero nadie respondió. «Qué raro», pensó. Supuso que después del cine había ido a otro lugar. «Solo espero que no regrese muy tarde».

—Es tu turno —habló Brown—, ya pasaron varios minutos.

Joe salió del auto y se introdujo en el mismo callejón por el que Vicky pasó antes. En su camino hacia el bar, miles de interrogantes penetraron su cabeza. ¿Qué pasaría dentro del bar? ¿Lograría encontrar a Ryan, si es que este en serio estaba secuestrado en aquel lugar? ¿Y si no estaba ahí, entonces dónde lo tenían preso?

Un gran cartel, con letras de neón que formaban las palabras «El Suplicio», interrumpió sus cavilaciones. Había llegado. Con pasos tímidos se acercó hacia la puerta y puso una mano en el pomo de la entrada, pero antes de empujarla para introducirse, miró hacia el cielo y suspiró.

«No me pagan lo suficiente por hacer esto».

Al poner un pie en el interior del bar, divisó dos guardaespaldas que cuidaban el pasillo que conectaba la entrada con el resto del establecimiento.

—¿Quién te invitó? —preguntó uno de ellos.

—Soy amigo de Krayn... Él me dijo que viniera —contestó el detective—. ¿No dijeron que habría bebidas gratis hoy?

Los sujetos lo inspeccionaron de arriba a bajo, les pareció sospechoso que alguien con un traje tan elegante concurriera un bar de tal calaña. Pero los guardaespaldas conocían a Krayn y sabían sobre su fetiche con los rubios.

—Está bien —dijo uno de ellos—. Pásanos tu celular.

—¿Ah? —El detective estaba confundido.

—Esta noche no admitimos celulares, es una fiesta secreta. ¿Acaso no te lo dijo?

—Supongo que se le olvidó ese detalle, pero no importa —respondió Joe, al tiempo que les entregaba su teléfono.

Posteriormente requisaron su cuerpo en busca de otros objetos, mas no encontraron nada; el diminuto dispositivo que tenía en la oreja era casi imperceptible a simple vista. Y el micrófono que tenía pegado en el cuello de su camisa se hallaba bien escondido.

—Ya puedes entrar —habló el otro guardaespaldas—, y bienvenido.

El detective caminó por el pasillo y entró al corazón del establecimiento. No había dado un sólo paso por aquel lugar, y una multitud de ojos ya lo estaban examinando sin escrúpulos. La atención incrementó cuando se percataron de la vestimenta que llevaba consigo el detective. No era normal ver a un hombre tan bien vestido en un bar de mala muerte como lo era El Suplicio.

De cualquier forma, Joe no se dejó intimidar por las miradas. Sus años de entrenamiento le habían dotado de las habilidades necesarias para lidiar con situaciones como esas. Además, sabía que al entrar, produciría ese efecto; por lo que no se sorprendió demasiado.

En vez de enfocarse en las personas que lo escrutaban sin discriminación, decidió dirigirse a una mesa desocupada al fondo del bar para obtener un mejor ángulo de visión de todo el panorama.

Cuando se sentó, comenzó a ojear los alrededores con disimulo, tratando de no levantar sospechas. La discoteca estaba repleta de personas con tatuajes, piercings y rostros cuestionables.

Pero hubo algo que alteró su ánimo: detrás de la birra, la puerta que conectaba con el pasillo secreto estaba siendo abierta. No le afectaba el hecho de ver la puerta, sino de ver a las dos personas que estaba entrando por ella. Malcolm, acompañado de un chico mayor, se introducía por esta y se perdía de su campo visual.

«Mierda, ¿qué está haciendo acá?».




*****




Nota: ¿Tres capítulos en menos de una semana? Qué pro :o

Espero que les haya gustado. Aprovechen que estoy inspirado, porque no sé cuándo volveré a actualizar xD

Cuídense c:

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