18. Ricky, El Monstruo.
(Foto de Ricky)
—Siéntenlo —ordenó Ricky.
Los guardaespaldas obedecieron; tomaron a Ryan por la fuerza y lo dispusieron en una silla de metal. Aún tenía sus manos atadas, pero incluso si no las tuviera, no sería tan estúpido como para intentar hacer algo; Roxana cargaba un gran machete entre sus manos y las ansias que desbordaba por usarlo eran evidentes.
—¿Le puedo cortar un brazo? —cuestionó la pelirroja.
—No lo molestes —dijo Ricky—. Lo necesitamos vivo. Tiene que curarme lo que sea que tengo.
—¿Ni siquiera un dedo? —Roxana le hizo un puchero.
—No —declaró—. Después lo matarás, por ahora necesito conservarlo intacto. Así que no enloquezcas.
Roxana colgó el machete en un mural lleno de armas blancas, y se dirigió en dirección a Ryan. Estando frente a frente, acarició su mejilla.
—Te salvaste por ahora, niño bonito. Pero me vas a pagar ese mordisco. —Lo abofeteó, y esta vez tuvo cuidado de que no la mordiera.
Ryan no produjo quejido alguno, no le quería dar el gusto. Pero una marca rojiza y una sensación de ardor quedaron plasmados en su rostro.
A Ricky no le importó esa cachetada, si por él fuera, lo asesinaría en ese mismo instante; Ryan era el motivo por el que George lo había dejado, o eso pensaba. Y todavía estaba obsesionado con él.
—Entonces, ¿qué se supone que tengo cerebrito? —preguntó Ricky—. ¿Qué era toda esa estupidez de los zombies?
—George es un zombie y te mordió, así que tú estás infectado —contestó Ryan.
Si no fuera porque todos en esa sala habían presenciado lo que aconteció aquella noche en el bar, estarían muriéndose de la risa con lo que el científico acababa de soltar. Pero todos lo vieron; George saltando de un lado a otro, y después implantándose en la cúspide de un edificio.
Ricky estaba preocupado por su incierto futuro. ¿Qué se supone que le iba a pasar?
—¿Y qué, voy a morir? —Trató de restarle importancia, pero palidecía en su interior por conocer la respuesta.
—Si no te ayudo, es lo más probable —mintió Ryan.
Ni siquiera el científico sabía qué repercusiones tendría el virus en su cuerpo. Algunas teorías invadían su cabeza, pero nada conciso. Solo quería ganar tiempo para que no lo asesinaran, y tal vez podría salvarse, si es que alguien lo estaba buscando... Porque en realidad no tenía idea de si George seguía con vida o no, ni si la policía lograría encontrarlo a tiempo.
—Maldita sea... —masculló Ricky por lo bajo—. ¿Y qué se supone que necesitas para curarme?
Ryan tenía que distorsionar la situación y agravarla para su propia conveniencia, así que le indicó un par de cosas. Entre ellas; fármacos, un monitor para vigilar sus signos vitales —si es que lo llegaban a necesitar—, parafernalia médica en caso de tener que realizar algún procedimiento quirúrgico y otras cosas más.
La preocupación proliferó en Ricky con la mención de todo aquello. Cada vez se sentía más enfermo, como si la declaración de Ryan lo hubiera debilitado, o quizás era paranoia.
—Está bien —dijo el enfermo—, consigue todo lo que pidió, Hamilton —le ordenó al hombre que había conducido cuando escaparon—. Y tú. —Dirigiéndose al otro—, vigila al cerebrito para que no escape.
—Eso será fácil —contestó el último, de apellido Bennet, mientras observaba a Ryan atado en la silla.
Hamilton dejó el sótano, decidido a cumplir su cometido. El resto se quedó ahí; en la mitad de la sala había una mesa con planos y algunos artefactos electrónicos, allá se dirigieron Roxana y Ricky.
—¿Qué pasó con Jhonny? —preguntó la mujer—. Se supone que ese idiota nos tenía que informar de la policía.
—No lo sé —habló Ricky, dejando escapar un leve carraspeo—. Creo que nadie se salvó, mi padre no me ha llamado.
Ryan podía escuchar la conversación desde su ubicación. Ni siquiera se inmutaban en vendarle los ojos o taparle la boca, lo cual le hacía pensar que definitivamente lo matarían sin consideración alguna después de que cumpliera su objetivo.
—Necesitamos un plan para sacar al jefe de donde sea que lo tengan —dijo la pelirroja.
—Primero necesitamos saber si en serio los atraparon, por ahora, mejor descansemos. Me siento un poco mal.
—Está bien, mañana veremos qué hacer.
Roxana y Ricky subieron al bar. Ryan empezaba a conformarse con el hecho de tener que vivir en cautiverio por los siguientes días en esa incómoda silla de metal.
«Bueno, al menos no me torturaron», trató de reconfortarse.
La noche cayó e intentó dormir. La incomodidad le dificultaba la tarea, pero lo logró. Sin embargo, la mañana siguiente despertó con el cuello cansado, y Hamilton estaba vigilándolo en vez de Bennet; habían establecido horarios para turnarse y custodiar al científico.
La junta de mafiosos se reabrió al siguiente día, como se había establecido con antelación. Roxana volvió al sótano y minutos después bajó Ricky, pero este caminaba con lentitud y jadeando. La pelirroja lo esperaba sentada en la mesa para planear su próximo movimiento, pero antes de que Ricky llegara, sucumbió en el suelo súbitamente.
—¡Mierda, Ricky! —gritó.
Se aproximó hasta él con presteza, socorrido también por Hamilton, y entre ambos lo levantaron. Pero se dieron cuenta de que no despertaba; había desmayado.
—Maldita sea —espetó Roxana—. Súbelo a uno de los cuartos —ordenó a Hamilton.
El hombre acató la orden, y la pelirroja tomó el machete del mural en el que lo había dispuesto para acercarse después a Ryan.
«Mierda, está loca me va a asesinar», pensó, asustado.
Sin Ricky al mando, ella podría hacer lo que desease. Pero para su alivio, la mujer solo se limitó a cortar las cuerdas que lo ataban a la silla, liberándolo de su constrictiva prisión.
—Será mejor que lo cures, cerebrito, o no dudaré en atravesártelo. —Meneó su machete, dando énfasis a la amenaza.
Ryan tragó saliva.
Liberado ya de las ataduras, Roxana le indicó que caminara. El lúgubre sótano fue dejado atrás. Subieron al largo pasillo que conectaba con el bar en el que habían varias habitaciones laterales; una de ellas estaba abierta.
—Entra —indicó Roxana.
Ricky se encontraba acostado en una cama cuando Ryan irrumpió en el cuarto.
—¡Haz algo! —gritó Hamilton, que estaba a su lado.
El doctor se aproximó con celeridad e instaló sus dedos índice y medio en el esternocleidomastoideo de Ricky para sentir sus pulsaciones. Sin embargo, después de que algunos segundos transcurrieran, no pudo percibir nada.
«Mierda...», pensó. «Está muerto».
—¿Qué pasa, cerebrito? —dijo la pelirroja, intuyendo que algo iba mal por el mohín de preocupación que se plasmaba en el rostro de Ryan—. Ya sabes que si lo dejas morir, te mato. Así que más te vale hacer algo.
Ryan hizo contacto visual con Roxana, y supo que la amenaza era real. Empezó a observar los alrededores de la habitación en busca de una posible ruta de escape o lo que fuera que pudiese salvarlo, pero lo único que encontró fue a un Hamilton empuñando una pistola y apuntándole.
«Este es mi fin», dedujo, pero antes de que la esperanza se difuminara, sus dedos, aún puestos en el cuello de Ricky, sintieron una ligera pulsación. «¿Qué coño...?».
Ryan dirigió sus ojos a Ricky; estaba pálido y moribundo, era imposible pensar que seguía con vida. Tal vez había sido una alucinación, no creyó que aquello hubiese sido un latido en su corazón. Pero segundos después, otra señal fue mandada, corroborando la teoría.
El científico lo supo entonces; su metabolismo había disminuido. Justo como lo había predicho cuando George le contó su historia, al igual que los osos cuando entran en estado de hibernación.
Pero si eso era cierto..., ¿qué pasaría cuando despertara?
Los días se fueron volando, y Ryan alimentaba su curiosidad intelectual con la intrigante metamorfosis de la que Ricky parecía formar parte; su musculatura, como la de George cuando lo vio por primera vez, había disminuido notablemente. La gran mordida prevalecía en su brazo, pero ahora la costra negruzca que la recubría había adquirido una tonalidad pálida, como el resto de su cuerpo.
El lento metabolismo que lo mantenía con vida seguía reinando en su organismo. Los latidos que producía su corazón eran pausados; algo que no dejaba de sorprender al científico. ¿Cómo es que podía sobrevivir en esas condiciones?
Todo en su cuerpo se conservaba intacto, ni siquiera un órgano había sido afectado. Y Ryan prefirió no interferir en ese extraño proceso de zombificación, pues no quería arriesgarse a matarlo por accidente si decidía aplicarle alguna medicina que pudiese entorpecer su condición; Roxana sería la primera en asesinarlo si a Ricky le sucedía algo.
Les había dicho que se encontraba en un estado de coma, así se ahorraría explicaciones. Pero Ryan sabía a la perfección lo que sucedería, y la paranoia lo comenzó a invadir cuando los días se convirtieron en semanas, y eventualmente en un mes.
Estaba en una silla al lado de su cama observando los últimos análisis de sangre, cuando el monitor empezó a disparar datos sobre sus signos vitales. Ryan dejó los archivos de lado y concentró su mirada en la pantalla digital; los signos vitales de Ricky estaban normalizándose.
«Mierda, esto no es bueno».
Observó al susodicho produciendo ligeros movimientos entre las sábanas de la cama, mientras que el ritmo de su corazón se incrementaba.
Hamilton se encontraba custodiando a Ricky; entre él y Bennet se turnaban cada cierto tiempo para protegerlo a órdenes de Roxana. Y justo en ese momento Bennet entraba por la puerta para comenzar su horario laboral.
—¿Qué ocurre? —cuestionó Bennet al percatarse del pitido que producía la pantalla.
—No lo sé —respondió Hamilton—. Acaba de ponerse así. ¿Qué le sucede doctor?
Ryan ignoró por completo la pregunta, su atención estaba dispuesta en el hombre que zarandeaba las sábanas de la cama. Sabía que algo malo iba a pasar.
—¡Oye, idiota! —gritó Bennet—. ¿Qué le pasa a Ricky?
—Creo que va a despertar... —musitó, sin apartar la vista.
—¡Perfecto! —exclamó Bennet—. Ya era hora de que el hijo de puta despertara. No tendremos que pasar todo el día metidos en este pinche cuarto.
—No, no lo entienden...
Ambos guardaespaldas instalaron sus miradas en el científico.
—¿No entendemos qué? —dijo Hamilton.
—Tenemos que salir de aquí —indicó Ryan.
—¿Qué? —repitió Hamilton.
—Tenemos que irnos ya mismo —exigió esta vez, con determinación.
—A ver, doctorcito. Tú no nos das órdenes —interfirió Bennet—. Así que te callas, ¿entendido?
Ryan reculó hasta casi hacer contacto con la pared a sus espaldas. Bennet pensó que su amenaza lo había intimidado, pero Ryan no había retrocedido por su comentario; vio a Ricky abrir los ojos.
Un leve quejido retumbó en la habitación. Los guardaespaldas giraron para ver de qué se trataba y vieron al hombre despierto, aunque un poco desorientado.
—¡Ricky! —Hamilton se aproximó a su ubicación.
Los ojos del susodicho no miraban a ninguna dirección en particular, estaban completamente perdidos en la nada. Pero al reconocer la voz de su esbirro, se instalaron en él y un ápice de claridad inundó su raciocinio.
—¿Q-qué... me pasó? —Fue lo primero que salió de su boca.
—Enfermaste —explicó Hamilton—. Estuviste un mes en coma.
—T-tengo sed. —Su voz sonaba ronca.
Bennet, que se encontraba cerca de un dispensador de agua, tomó un pequeño vaso de plástico y lo llenó para posteriormente entregárselo. Al recibirlo, Ricky lo apachurró un poco, inconsciente de la extraña fuerza que había adquirido, y procedió a tomar un sorbo.
Ryan observaba desde la lejanía. ¿Acaso Ricky no era un zombie? ¿Por qué no se había abalanzado sobre ellos todavía?
Al terminar de beber, Ricky comenzó a sentirse mal. Partículas de agua rezumaron de su cuerpo, y de un momento a otro se vio empapado en sudor.
«¿Su cuerpo la está rechazando?», teorizó Ryan, expectante.
—¿Q-qué me pasa? —dijo Ricky, llevándose las manos a la cabeza como si le doliera—. ¿Por qué... quiero...? —Negó con la cabeza.
«Mierda, está teniendo pensamientos caníbales. De esto era lo que George me hablaba».
—¡Tenemos que irnos ya! —vociferó Ryan.
—¡Cállate! —respondió Bennet—. Y mejor ven a ayudarlo o te dispararé, idiota. —Amenazó con su arma.
—¿Qué te pasa, Ricky, qué sientes? —comentó Hamilton a su lado.
—Quiero... —Su semblante había cambiado por completo, ahora parecía como si algo lo estuviera poseyendo—. ¡No! ¡No, no, no, no, no! —Ganó un poco de compostura.
Bennet ignoró a Ryan y viró para observar a Ricky. ¿Qué coño le estaba pasando? Sus manos halaban su cabello en forma de frustración y resbalaban por su rostro arañándolo.
—¡Maldita sea, háganme caso! —exclamó Ryan de nuevo—. ¡Tenemos que irnos!
Bennet devolvió su atención al científico y le apuntó sin vacilación alguna.
—Será mejor que vengas y lo ayudes si no quieres que te dispare —ordenó este.
En ese momento se escuchó un grito en la habitación. Cuando menos se lo esperaban, Ricky había saltado encima de Hamilton y había destrozado su cuello, sorprendiendo incluso a Ryan que se encontraba observando atónito.
—¿Qué coño...? —pronunció Bennet, anonadado.
La ferocidad con la que Ricky comía el cerebro de su guardaespaldas era espeluznante. No había rastro alguno de remordimiento, se había convertido en un monstruo sediento de sangre incontrolable.
El estupor en Bennet cesó después de unos segundos. Sin embargo, no sabía qué hacer. Tenía que detener esa locura de algún modo, así que dirigió el cañón de su pistola a la espalda de Ricky. Apretó el gatillo con manos temblorosas. El proyectil impactó en el omóplato izquierdo del zombie, pero lejos de detenerlo, aquello solo lo enfureció más.
Ricky volteó en dirección al causante del ardor que sentía en su espalda y arremetió sin pudor. Bennet usó sus brazos como escudo, pero la fuerza sobrenatural de Ricky lo tomó por sorpresa. Éste asentó una implacable mordida en su cuello.
—¡Aaaarrgghhh! —soltó Bennet.
Habría gritado más, pero la sangre que regurgitaba lo ahogaba en dolor e impotencia. Lo último que sintió fue cómo su cabeza se abría y el líquido escarlata de esta escurría por su cara, cubriendo su panorama ocular en una mixtura de plasma y penumbras.
Ryan quería escapar, pero la puerta estaba cerrada. Las llaves estaban en los bolsillos de Hamilton, y este se encontraba muy cerca de esa criatura caníbal. Ni loco se aproximaría hasta él, no después de haber presenciado esa escena.
Estaba jodido, no había forma de salvarse.
Ricky se deleitaba con los sesos de sus guardaespaldas. Parecía estar sumido en un trance de otra dimensión, nada le importaba más que comer cerebros.
«¿Cómo es que no siente remordimiento alguno?», se preguntaba Ryan. «Es como si su mente automáticamente se desconectara y diera paso a un monstruo».
Mientras intentaba moverse en dirección a Hamilton para conseguir las llaves, en un momento de mucha valentía por parte de Ryan, o tal vez estupidez, aún no se ponía de acuerdo, Ricky escuchó sus pasos e insertó su mirada en él.
«Mierda».
Ryan caminó lentamente hacia atrás, con la vaga idea de que Ricky lo dejaría en paz si lo hacía. Pero el monstruo ya había captado su presencia, y dejó sus tenebrosas actividades atrás para enfocarse en él.
El zombie se levantó del suelo y, una vez erguido, comenzó a caminar hacia Ryan. Este solo reculaba preso del pánico mientras el monstruo lo miraba con ojos inertes y vacíos; ese era su fin, ahí moriría, estaba seguro.
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Hi bitches :D
Ajá bueno, he estado un poquito enfermo. La coronavirus me quería atacar pero le dije "Hoy no, mi ciela". Tomé paracetamol, caldo de pollo, aguapanela con limón, naranjas y un poco de vainas más. Ya estoy bien, aunque todavía tengo congestión y un poquito de dolor de cabeza.
Hoy les traje un capítulo bien chévere con sangre y todas esas cositas lindas que les gustan, y como siempre, dejándolos con una buena dosis de suspenso :D
¿Qué creen que le va a pasar a Ryan? ¿Morirá? ¿Se lo comerán? ¿Se transformará en zombie? ¿Sobrevivirá? c: Dejen sus teorías. Y también pueden dejar sus teorías sobre los zombies. ¿Por qué Ricky sí parecía tener consciencia cuando despertó a diferencia de los otros zombies como Joseph? jijijijijijiji c:
Ésto y más en el próximo capítulo, bye. :D
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