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Sus pies caminaban por el pasillo del amplio y tranquilo palacio que conocia como la palma de su mano. Su costoso vestido traido desde la nación C, brillaba de un color escarlata, dándole un toque de belleza que parecía sacado de una misma pintura, mientras que la intranquila mueca en su rostro dejaba ver todo lo contrário.

Se sentía tonta por pensar que tendría aquel día completamente libre, como ella siempre lo había soñado. Una simple tarde tranquila, donde olvidase su papel en aquel amplio castillo y se sentiese parte única con su cómoda cama y un buen libro sobre joyería y maquillaje. Pero, por supuesto, un día que parecía perfecto para ella no podía salir tan increíblemente bien sin tener una explicación oculta.

Y cuando su padre mandó a llamar a ella y a sus hermanos al salón principal, entendió el porqué.

Era bien sabido que su padre pensaba invitar a importantes hombres de alguna de las naciones vecinas, para lo que podría ser un conversatorio sin más, al día siguiente. El rumor se había expandido tanto por el pueblo, que las primeras hipótesis habían comenzado a nacer, siendo la más hablada, una posible reconciliación con las naciones B y C del Este, aunque, por más que ella quisiese que aquella idea fuese una realidad, bien sabia que lo único que sucedería al día siguiente podría ser todo lo contrário a lo pensado.

Según lo que la muchedumbre comenzaba a murmurar entre las paredes del palacio, su padre tenía pensado invitar a los reyes de la nación B del Norte, una nación caracterizada por su poder en armamento y plomo, además de pólvora y otras mezclas indispensables en la realización de armas, para discutir una posible unión, como forma de prevención por si alguna de las demás naciones pensaba atacar de improviso a su nación.

Bien sabía ella que todo lo que hacía su padre tenía un cálculo bien realizado por detrás. Sabía lo sério que se tomaba las cosas su padre cuando de su familia y de él mismo se trataba, por lo que podía intuir que aquella alianza era solo parte de un plan más grande y elaborado que nada más que un "posible respaldo", aunque no podía descifrar cual era con exactitud. Nunca tuvo aquella mente calculadora y visiblemente superior que poseía su padre en todos los sentidos, mas bien, la gente solía decirle que se parecía muchísimo más a su madre que a su padre, aunque nunca pudo entender la afirmación por completo.

Pues nunca llegó a conocer a su madre.

Se detuvo frente a las amplias puertas del salón principal, antes de entrar lo más cauteloza que el notorio rechinido de la misma, le permitió. La luz que entraba por las ventanas calló finamente sobre sus ojos, provocándole una ligera irritación, que ignoró casi por completo al lograr vislumbrar la mueca reprobatoria que tenía su padre como bello adorno en su rostro. A su lado, sus dos hermanos se mantenían parados con una sonrisa en su rostro, entablando una ligera conversación a voz baja que podía intuir, los había salvado del mismo aburrimiento al estar por tanto tiempo en aquel aburrido salón.

-Llegas tarde, Mahiru- soltó su padre con firmeza, como si ella no supiese que hora era, o como si la posibilidad de que fuese tan tonta como para no saber leer un reloj, estuviese vigente. Caminó por sobre la costosa alfombra, bordada con la mejor de las telas, deteniéndose justo enfrente del trono de su padre, y siendo prácticamente callada cuando estaba dispuesta a disculparse por su tardanza. -No quiero escusas ahora, hablaremos después. Colócate en tu puesto-

Tan frío como siempre, su padre la mandó al lado de sus hermanos con un simple asentimiento de cabeza, al mismo tiempo en el que ella realizaba una rápida reverencia y evitaba demorarse más de la cuenta para no desatar la ira de su progenitor. El mal carácter venía de familia, y ella no estaba dispuesta a sentir lo que muchos sentían cuando solía explotar en aquel momento.

-¿Problemas de cañería?- preguntó su hermana, buscando ser lo más discreta posible. Una pequeña risa salió de sus labios con la mala broma, al mismo tiempo en el que recordaba aquel penoso momento en el que ella y su hermana mayor tuvieron que usar esa torpe excusa para evitar un terrible castigo. Asintió con la cabeza, divertida, mientras su hermano, a su lado izquierdo le regalaba una cálida sonrisa que la hacía sentir la más importante dentro de la habitación.

Cuando,estaba lista para responder, el sonido de el galope de varios caballos tras las puertas del salón la hicieron detenerse de improviso y observar hacía el pomo de oro, que comenzó a girar lenta y cuidadosamente , a lo que parecía ser, por su cuenta. Su postura cambió casi de forma instantánea al mismo tiempo en el que su padre se acomodaba en el trono, limpiando ligeramente sus muñecas y mostrando una amplia sonrisa al vacío de la habitación, una sonrisa que solo podía significar desastre.

Pronto, los portones de la mejor madera de roble de la nación se abrieron ambos al mismo instante, dejando al descubierto a los afamados reyes de la nación B del Norte. Sus vestimentas eran sencillas pero al mismo tiempo, resaltaban de forma inexplicable por la calidad de la tela y el brillo que se provocaba a su contacto con el sol. El rey llevaba una capa cubriendo su vestimenta real, como una forma de proteger la cuidadosa vestimenta del hombre más poderoso en su respectiva nación
Su mujer, por su lado, llevaba su vestido completamente descubierto a los ojos de los espectadores en el salón, junto a su bella cabellera clara, amarrada en una larga y delicada trenza perfectamente ejecutada, cuidando que ninguno de sus cabellos se movieran de su sitio, mientras iluminaba la habitación con su delicada sonrisa. La pareja tenía aquel aura brillante, que demostraba aquel sentimiento de empoderio y perfección que los rodeaba, claramente, por el puesto que tenían dentro de la corona del Norte.

Y es que no era un secreto el poder que tenían ambos dentro del comité del Norte, inclusive, se solía decir por las calles que ambos eran el poder principal dentro de las tierras, y que, gracias a su especialización en armas y fuertes municiones de todo tipo, tenían la coartada perfecta para encontrarse al mando de todo el comité formado por el Norte mismo. Aunque, por supuesto, aquello solo eran suposiciones de gente que había visto desde afuera lo que sucedía tras las paredes del consolidado del Norte, y que jamás, se acercaría tanto a la verdad,como alguien que formara parte del mismo.

-Rey Igarashi- saludó su progenitor con un ligero asentimiento de cabeza, al mismo tiempo en el que ellos, colocados unos pasos detrás del trono del rey, saludaban de la misma forma y con la misma delicadeza y respeto que un rey tan afamado, merecía. Su posición era indudablemente mayor en todos los sentidos, tanto por el número de habitantes de la nación B del Norte, como los recursos y protección que portaban, por lo que mostrarles respeto era lo mínimo que podían hacer frente a ellos.

Muchas veces llegó a preguntarse si aquello seguía siendo justo, pero por más que lo hacia, no encontraba una respuesta definitiva.

-Rey Kasumi, familia- saludó la pareja con la misma muestra de respeto que ellos habían demostrado segundos antes. -Lamentamos la notable tardanza en nuestra llegada, pero les suplicamos considere las horas de viaje entre una tierra a la otra. Hemos partido en el amanecer hacía sus tierras, pero no pudimos evitar la tardanza. De todas formas, les suplicamos tengan paciencia a la llegada de nuestro hijo, pues él se quedó en nuestra nación realizando un asunto de suma importancia.- vociferó el hombre con aspecto imponente provocándole un ligero escalofrío de por medio.

Era bastante intimidante en todos los sentidos de la palabra. Su entrecejo parecía estar acostumbrado a mantenerse fruncido una cantidad notable de tiempo, pues era claro que su rostro ya estaba acostumbrado a ésta simple posición de sus cejas. Algunas arrugas decoraban el pálido rostro del rey, pero aquello no lograba distraer a la gente de los casi perfectos rasgos que el serio hombre portaba, y no pareciese que nadie en la sala fuese inmune a su magnificencia. Inclusive, pudo sentir a su hermana tensarse a su lado frente al poderoso hombre de ojos escarlata y cabellera café, aunque problablemente aquella reacción no se comparaba con la suya propia.

Mientras, a su lado, su amada esposa parecía ser eclipsada por la sensación de superioridad que su marido provocaba, aunque su belleza no lograba pasar desapercibida por ningún hecho que la rodeara. Su brillante cabellera dorada junto a sus amorosos ojos violetas, daban esa sensación de bienvenida que Mahiru, muy rara vez, lograba percibir en alguna persona.

Aquella pareja daba una sensación indescriptible, y al mismo tiempo impresionantemente surrealista.

-No tiene de que preocuparse, rey Igarashi. Después de todo, es entendible la cantidad de trabajo que un rey de su estirpe debe de manejar diariamente- el hombre se mantenía imperturbable, mostrando siempre, una mirada solemne e imperturbable, al mismo tiempo que le ofrecia una carismática sonrisa al hombre en el centro del salón, quien devolvió el gesto con empatía, creando un ambiente cómodo dentro de las cuatro paredes del lugar, incluso para aquellos que no participaban de la conversación.

-Déjeme llamo a alguna empleada para que los escolten a su habitación, después de todo, todavía nos queda una larga tarde para charlar- espetó su padre, mientras peinaba ligeramente su cabellera y, con un rápido chasquido de dedos, llamaba a una de las mujeres parte de las empleadas del palacio, en el escoltamiento de aquellos invitados de fuerte importancia. A su lado, su hermana suspiró cansada, queriendo demostrar cuanto detestaba lo que ocurría en aquellos momentos, y tuvo que abstenerse de realizar el mismo gesto.

Su día libre soñado estaba muy lejos de hacerse realidad.

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