💐FASE I💐
Título: Un ramo por una flor.
Personajes: Hizashi Yamada/Present Mic, Emi Fukukado/Ms Joke, Aizawa Shota/Eraser Head (mención) y Nemuri Kayama/Midnight (mención).
Shipp: PresentJoke ❣️
Advertencia: Ninguna.
Cantidad de palabras: 2,760 (sin ficha).
“Las flores son la representación de las emociones genuinas, Hizashi”
Recordó con exactitud la voz de su abuela cuando le dijo esas palabras. Se vió a sí mismo a la edad de doce años, mirando extrañado la forma en que ella caminaba por su jardín perfectamente cuidado, mientras que tomando su mano lo invitaba a adentrarse ahí con ella.
Hizashi no era fanático de las flores. Las odiaba. Las consideraba como algo sucio, ordinario, sobrevalorado. No le llamaban la atención en lo más mínimo, por el simple hecho de estar tan cercanas a sus peores fobias: los insectos y la tierra.
Cruelmente a los siete años el destino lo involucró en un accidente, haciéndolo caer en un pozo mientras jugaba con sus primos, en el cual estuvo atrapado por más de cinco horas, rodeado de insectos repulsivos y escalofriantes hasta que la ayuda logró llegar hasta a él. No esperaba tomar una fobia horrible hacia estos.
Durante semanas tuvo pesadillas en las que volvía a caer en ese pozo, que estaba a unos metros de la casa de su abuela. En ese tortuoso terreno onírico, los gusanos y el resto de los insectos eran más numerosos, y se multiplicaban a cada segundo, entrando por su boca, moviéndose por debajo de su ropa, asfixiándolo con sus cuerpos llenos de bacterias y enfermedades. Entonces Hizashi se despertaba gritando y comenzaba a vomitar por conservar la sensación escalofriante y nauseabunda de sus pesadillas, esas que permanecían en su piel minutos luego de despertar.
Durante años visitó a psicólogos que le ayudaran a acabar con sus pesadillas, y a ser un poco más tolerante con algunos insectos; como las mariposas y luciérnagas. Sin embargo, al llegar a la etapa de su adolescencia, fue cuando una época del año en específico le provocaba escalofríos: San Valentín.
Hizashi siempre fue poseedor de una personalidad estrafalaria, bizarra, extravagante y optimista. Sin embargo, nadie podía imaginarse lo que mucho que le afectaba el simple y sencillo hecho de estar rodeado de uno de los característicos presentes de la época. No eran por los chocolates y peluches, pues de esos siempre recibía, sino por las flores.
No importaba lo pequeño que fuera el ramo, o si sólo se trataba únicamente de una simple rosa, incluso si no lo quería, en su mente se generaba la fugaz probabilidad de que en los pétalos de esos presentes se ocultara algún abejorro, una polilla o un parásito. Pronto los veía saltar hacia él y se imaginaba la sensación de que pusiera sus huevecillos dentro de su cuerpo. Eso le ponía la piel de gallina, y le provocaba náuseas.
Su primer San Valentín en la secundaria, trató de afrontarlo, trató de prepararse mentalmente para permanecer rodeado de tantas flores. Pero sus temores fueron más fuertes y terminó refugiándose a kilómetros de distancia, en la casa de su abuela consentidora. Sus padres al principio se habían negado a esa petición sencilla, y un poco infantil. Pero al ponerse en su lugar, con sus traumas y sus experiencias tomadas en cuenta, no se vieron capaces de negarse por mucho.
Y así fue, cómo se lamentó el catorce de febrero por haber huido de algo tan insignificante como una flor. Miraba con arrepentimiento y temor el jardín del patio trasero de su abuela, el cual a toda costa evitaba pisar. Detestaba que su estómago se volviera un nudo con sólo imaginarse parado ahí, y refugió su rostro entre sus rodillas mientras abrazaba sus piernas. Al menos estaba seguro detrás de esas paredes.
Luego de eso, y de regresar a la escuela, donde todos sus amigos le entregaron los chocolates que no pudieron darle el catorce de febrero, Hizashi se arrepintió. Pensó en lo mucho que pudo divertirse si se hubiese quedado a jugar con ellos. Seguramente ni siquiera habría notado la presencia de las flores que sus amigas habían recibido. Entonces, se propuso que para el siguiente año iba a ser valiente, no volvería a escapar de las flores, iba a quedarse en la escuela y las iba a disfrutar. Así se propuso que como meta personal, iba a disfrutar de un San Valentín con sus amigos.
Al acercarse la fecha, compró con anterioridad una bolsa con bombones, la cual tenía intenciones de ser compartida con sus compañeros de clase, y los de la clase superior a él. Era como una forma de decirse a sí mismo que estaba obligado a asistir al evento del catorce de febrero. Estaba decidido a vencer su miedo.
No lo logró.
Permaneció la gran parte del día encerrado en la habitación donde dormía al visitar a su abuela, escuchando con sus audífonos el Playlist que preparó para momentos cuando estaba deprimido, y le dio un mordisco a uno de los bombones que había comprado.
Miró por un instante el jardín que estaba fuera de la ventana, en el patio trasero, repleto de flores insignificantes e inofensivas. Entonces miró el bombón que tenía en la mano, y dejó salir uno de esos suspiros que soltaba cuando se reprendía mentalmente. Dejó caer la cabeza en la almohada con desdén. Sólo eran flores. Y como el año anterior, había escapado de ellas como un crío asustado. A esas alturas se sentía cansado, y no deseaba que para el siguiente año volviera a perderse la diversión.
Así que, motivado por una nueva determinación, se levantó del colchón al retirarse los audífonos, y con la bolsa de bombones salió de la habitación. «Solo son flores» se dijo mentalmente una y otra vez, mientras atravesaba la casa y salía por la puerta trasera. Y ahí estaba, parado a los pies de un pequeño camino de baldosas de cemento, que lo invitaba a adentrarse en ese jardín que lo recibía con un arco decorativo blanco.
Hizashi permaneció estático, apretando un poco la bolsa de bombones con una mano y empuñando la otra. Su propia cabeza le ordenaba entrar, mirar detalladamente cualquier flor e inhalar su perfume. Pero su cuerpo simple y sencillamente no le obedecía. ¿Qué pasaría si al entrar algún abejorro le picaba?, ¿si una oruga entraba por su nariz?, ¿si un gusano se le metía por la pierna del pantalón?
Pronto apartó la mirada de ese mundo lleno de insectos que tenía delante, y suspiró larga y pesadamente. Quizás se estaba exigiendo demasiado. Decidió que regresaría a su habitación, se distraería jugando con su celular, y al día siguiente lo intentaría. Y siendo obediente a ese nuevo cambio de planes, dio media vuelta para regresar.
—Ya llegaste hasta aquí, sería una pena que retrocedieras justo ahora.
Una voz familiar le llamó, haciendo que se detuviera en seco. El joven pasó saliva, y se giró hacia el jardín, viendo cómo su abuela salía de este con un libro en las manos. Guardó silencio, y mantuvo su mirada tranquila sobre ella. La mujer, se llevó un mechón de su cabello tras la oreja, y le dedicó una sonrisa tranquila.
—Tú no eres así —le dijo—. Tú no eres de las personas que escapan, no puedes hacerlo ahora. Cielo, no puedes vivir asustado por siempre. Lo sabes.
—Lo sé, pero... —respondió en voz baja, y plantó la mirada al suelo con decepción—. I can't. No puedo con la idea de estar rodeado de esas madrigueras para monstruos.
Luego de decir eso, no tenía fuerzas para levantar la mirada, pues el pudor que le hacía doblar el cuello era más pesado que sus ganas de verle a la cara. Solo escuchó su risa cansina y gentil, y el ruido de sus zapatos moviéndose por las baldosas de cemento hasta pararse frente a él. Dulcemente hizo viajar su mano hasta la mejilla del joven, ayudándole a levantar la mirada, y le dedicó una de sus tantas sonrisas cálidas.
—Las flores son la representación de las emociones genuinas, Hizashi —le dijo la mujer, ahuyentando sus recientes ganas por irse de ese lugar.
Con cuidado, tomó una de las manos de su nieto, y amablemente comenzó a caminar hacia el jardín, con lentitud, pues no quería asustarlo. Lo estaba invitando a entrar, y Hizashi así lo hizo. Miró con algo de nervios cada flor que lo rodeaba, como si estuviera alerta de cualquier compañía indeseada, hasta que llegó al lugar donde su abuela solía leer: una banca de piedra, con una pequeña mesa frente a esta. La mujer sonrió orgullosa, y se sentó en su lugar especial dejando su libro en sus piernas. Después palmeó un poco el espacio junto a ella para que el joven tomara asiento.
—Eres muy valiente —lo felicitó con amabilidad—. ¿Lo ves? Las flores no son malas. Todas y cada una son especiales. Todas tienen un nombre, un color, una especie y un significado.
—¿Significado?
—Así es, mi niño, las flores transmiten mensajes, sentimientos. Son las mejores mensajeras del corazón. ¿No sabías que tienen un lenguaje especial? —el joven se limitó a negar con la cabeza, mientras escuchaba intrigado las palabras de su abuela—. Las flores significan algo, todas lo hacen. Desde el más grande girasol, hasta la más pequeña de las margaritas. Son románticas, son discretas, son muy hermosas, son el único regalo que no pasará de moda, sin importar cuan modernas sean las generaciones. Puedes regalarlas cualquier día del año, y puedes transmitir tus emociones.
—Parece ser que te gustan mucho esas cosas, abuela —le dijo su nieto riendo un poco, mientras desviaba la mirada con escepticismo a su alrededor, sólo para comprobar que ninguna polilla osaría entrar a su oído.
—Me encantan las flores. Pero mis favoritas, no son las que yo puedo tocar, sino las que me pueden tocar a mí.
—¡¿Qué?! —exclamó Hizashi horrorizado por lo que acababa de oír, y volteó a verla nuevamente.
—Tranquilo que no es nada malo —se rió ella mientas rodeaba sus hombros con su brazo, en un gesto fraternal y dulce—. ¿Acaso no las has sentido crecer en ti?
—Yo espero que no.
—Pero, cielo, ¿Acaso nunca has sentido una emoción tan hermosa, que es como si una flor gigantesca floreciera en tu pecho? ¿Nunca te has sentido tan dichoso, como si algo extendiera sus raíces por tu cuerpo mientras te llena de felicidad?
—Bueno… en eso quizás sí tengas algo de razón —admitió su nieto con una pequeña sonrisa, plantando la mirada en las margaritas que tenía a sus pies.
—Esas flores, a mi parecer, son las mejor de todas. ¿Sabes por qué? —cuestionó la mujer, mirando a su nieto negar otra vez con la cabeza—. Porque esas flores no pueden tocarte, a menos que alguien más las siembre en tu corazón.
—Abuela, si lo dices de esa forma, suena muy lindo.
—Y es mejor de lo que parece —canturreó con dulzura besando su mejilla—. ¿Te gusta cuando alguien más te hace sentir feliz?, ¿Cuando alguien te hace sentir cosquillas en el pecho? Es una sensación muy hermosa cuando la experimentas.
—Sí, abuela, sí lo he sentido.
—¿Y nunca has tenido ganas de decirle algo a alguien, pero sientes que no puedes hacerlo? —el menor asintió con la cabeza—. Entonces las flores te ayudarán a decirlo, serán tus mejores aliadas. Así que no les tengas miedo. Quiero que mañana, cuando regreses a tu casa, tomes quince margaritas de este jardín, y se las entregues a cinco de tus amigos, como muestra de que les eres fiel e incondicional. ¿Si?
Y Hizashi así lo hizo. Al día siguiente, antes de irse a su casa, tomó quince margaritas y las entregó en grupos de tres a cinco de sus amigos. Hizashi no sintió pavor al tenerlas en sus manos. Ese mismo día, cuando el instituto terminó, buscó en internet lo que significaba obsequiar tres margaritas, y se encontró con una promesa de amistad incondicional. Tal vez ni uno de sus amigos conocía ese significado, pero se sentía feliz de haber hecho eso.
Desde entonces comenzó a ser más observador respecto a sus propias emociones, al estar rodeado de diversas personas. Y a todas aquellas que sembraron una flor en su corazón, les agradeció obsequiado un ramo.
En la preparatoria conoció a un chico llamado Shota, y a una hermosa chica llamada Nemuri. Estos se convirtieron en sus mejores amigos, y a cada uno les obsequió tulipanes morados, amarillos, girasoles jóvenes y desde luego, margaritas. A Nemuri le incluyó rosas rosas, por ser una dama.
En el trayecto de su vida, tuvo la fortuna de conocer a una maestra, que le enseñó mucho más que lecciones en clase, sino que también le enseñó lecciones de vida. Y fue por esto que antes de graduarse, le regaló un ramo de tulipanes anaranjados.
Al convertirse en héroe profesional, una de las primeras cosas que hizo fue visitar hospitales y casas hogar, en donde le alegraba el día a todas las personas ahí adentro, haciendo espectáculos tan llamativos como los que se le facilitaban hacer. Y antes de despedirse, en la recepción dejaba un ramo con girasoles y rosas blancas.
Poco a poco las flores comenzaron a formar parte de la forma en que expresaba sus sentimientos y deseos. Al convertirse en maestro, obsequiaba rosas amarillas a todos los alumnos que lograban graduarse. En los eventos por el día de las madres, le gustaba decorar con crisantemos rosados. En cierto lapso de su vida, conoció a una alumna a la cuál amó como si fuera su hija, le regaló rosas naranjas y claveles rosas. Cuando su amigo, Shota, sufrió el accidente en USJ, le llevó flores blancas a su habitación en el hospital, y a su familia le obsequió tulipanes turquesas.
Pero sobre todo, a unos cuantos días del catorce de febrero, se atrevió a confesar sus sentimientos a la única persona que no sólo había hecho florecer una flor en su interior, sino un jardín entero: Emi Fukukado. No se había percatado del momento en que había caído de rodillas cada vez que miraba sus ojos, sólo sabía que esa mujer, era la única que había logrado enamorarlo con total y completa sinceridad.
Para hacer su confesión, utilizó principalmente las flores del amor: las rosas. Las rosas azules no pueden ser obtenidas naturalmente, por lo que representan lo imposible. Para Hizashi, así eran sus oportunidades de ser correspondido, pues esa chica estaba perdidamente enamorada de su mejor amigo, desde que hacían sus pasantías de héroes juntos. Ornamentó su mensaje con rosas blancas, evidenciando que sus sentimientos eran sinceros, los profundizó con claveles rojos. Y finalizó, con una sola rosa roja, para decirle el “te amo” que tanto deseaba expresar.
Esa mañana, se levantó y fue a buscar a esa chica a la agencia donde trabajaba. No quería que iniciara sus labores como heroína sin haber recibido su presente, y al apenas divisarla, le saludó con un beso en la mejilla, como siempre, y le entregó el ramo que había llevado con dulzura.
Las mejillas de la joven se colorearon de rosa al ver las flores azules, pues tiempo atrás había pensado en regalarlas a otra persona. No obstante, nunca había tenido el valor para hacerlo, y esa timidez fue la que en ese momento le permitía entender el mensaje oculto en ese obsequio. Sintió como dentro de su corazón, un jardín entero florecía, y esbozando una tímida sonrisa, inhaló el perfume que despedía el ramo.
—Me alegra que te guste —le dijo el rubio al ver esa reacción, antes de despedirse con la mano—. See you!
—Espera, Mic —lo frenó Emi al instante antes de que comenzara a alejarse. Para ese entonces, su corazón se había acelerado a una desmedida velocidad. Extrajo la única rosa roja que reposaba en su ramo, y se la mostró al héroe—. Y-yo… —inhaló profundo antes de armarse de valor para continuar—. Yo también te… quiero decir, entendí el mensaje.
Los ojos del rubio se abrieron todo lo que podían, y su cara se puso más roja que una amapola. Crispó sus labios en el momento en que pasó saliva, y sus manos se vieron salpicadas de sudor cuando su corazón había saltado asustado.
—I’m sorry! —exclamó de inmediato antes de cubrir sus labios con la diestra y desviar su penosa mirada.
—Está bien —trató de calmarlo, aún cuando ella también estaba nerviosa—, yo también quería decirte que… bueno, tal vez Eraser ya no sea quien me gusta.
El rubio le miró perplejo, y antes de que pudiera reaccionar, la mujer había comenzado a acercarse a él, sintió que moriría ahí mismo cuando se puso de puntillas para poder alcanzar con sus labios su mejilla izquierda, y entonces ella rehuyó la mirada, cubriendo la parte inferior de su rostro con las flores.
—Podemos intentarlo.
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