Capítulo XXXI: La muerte del rey (El pasado VII Parte)
Esa tarde tocó a la puerta de los aposentos de su recién conocido hermano, el pequeño bastardo, a quien Cardigan llamó Eribel.
El joven abrió, en el rostro tenía la misma expresión de cuando llegó al castillo, entre asustado y sorprendido. Eirian forzó una sonrisa.
—No nos han presentado. Soy vuestro hermano, Eirian. —Lo observó en silencio un instante, el joven tragó como si esperara que de un momento a otro Eirian fuera a transformarse en un monstruo horripilante y se lo comiera—. Es una gran habitación, espero que estéis a gusto en ella.
Eirian se paseó por el centro de la misma, observándola. Era una sola recámara con lo básico dentro, una de las más insignificantes dentro de la edificación, aun así supuso que para un campesino, como debía ser su medio hermano, esa modesta alcoba debía ser la más lujosa en la que había estado en su vida.
—¡Estoy muy feliz de que seáis mi hermano! —mintió Eirian con una sonrisa amigable en los labios—. Tal vez podáis sentiros asustado en estos primeros días, por eso vine a deciros que podéis acudir a mí si lo necesitáis. ¿Ya os han mostrado el resto del castillo?
El chico parpadeó como si no entendiera. Eirian cayó en cuenta de que no lo había escuchado hablar en ningún momento y se preguntó si no sería sordomudo o tal vez algún retrasado mental.
—Nnno —tartamudeó Eribel—. No he salido de aquí des, desde que llegué.
—¡Oh! ¡Entonces dejadme mostraros el castillo!
Eirian no esperó una posible negativa, enganchó su brazo al de él y lo arrastró por las diferentes áreas principales del castillo. Durante el recorrido se forzó a ser gentil y alegre para ganarse la confianza de su medio hermano. Ya habían recorrido las cocinas, el salón del trono y le había mostrado las dependencias de su padre, cuando el chico se abrió y empezó a hablar como si llevara años sin hacerlo y él fuera su mejor amigo, así de desesperado por compañía debía estar.
Eribel le contó entre tartamudeos que tenía quince años, se había criado en un orfanato y nunca conoció a su madre, ni siquiera sabía cuál era su nombre. Creyó que moriría en la herrería, sirviéndole al viejo Irwing, quien lo sacó del hospicio hacía algún tiempo, para que lo ayudara en su trabajo.
Hasta que unos días atrás varios soldados llegaron a la herrería y se lo llevaron. Pensó que moriría, o que tal vez el herrero lo había vendido como pago por alguna deuda de juego. Su mayor sorpresa fue que lo bañaron, una mujer le limpió el pelo de piojos y liendres, le dieron ropa limpia y luego lo subieron a un carruaje elegante, tirado por caballos que usaban gualdrapas más lujosas que las vestiduras de los hombres adinerados que a veces encargaban espadas y escudos en la herrería del viejo Irwing.
Aún tenía miedo, en el orfanato solían contar historias de que había hombres pervertidos a quienes les gustaban los niños y los chicos jóvenes y apuestos como él. Cuando le contó su temor, Eiran casi se carcajea, ni siquiera un pervertido querría a un muchacho feo y rollizo como él. No obstante, disimuló lo mejor que pudo y continuó atento a su relato.
Duró viajando en ese carruaje de ensueño un día entero. El segundo día, un hombre imponente que lo aterrorizó en cuanto lo vio, le dijo que era el rey y él su hijo, le contó que viajaban al palacio del Amanecer, donde vivirían a partir de ese momento como un príncipe.
—Tenéis mucha suerte —le dijo Eirian risueño, mientras caminaban por el patio de armas—, de campesino a príncipe del reino. Sin duda, se cantarán canciones sobre vuestra merced en cada rincón del Olhoinnalia.
—Sí. —El joven rechoncho lo miró con ojos ilusionados—, esto es como un sueño y lo mejor es que tengo un hermano.
—Así es, somos hermanos. Ahora regresemos adentro, Vamos a las cocinas.
—¿A las cocinas?
—¿Acaso no os provoca un aperitivo? —preguntó Eirian en un tono desenfadado, continuaba con su brazo enganchado en el de Eribel.
Bajaron a las cocinas y Eirian pidió un servicio de té y panecillos que Eiribel devoró como si jamás hubiera comido nada igual.
—¿Y qué os parece nuestro padre?
El rostro redondo de Eribel se ensombreció.
—Sinceramente, no sé por qué ha ido a buscarme. —El joven habló, pero luego levantó el rostro y lo miró azorado—. Por favor, no lo malinterpreteis, estoy muy feliz de estar aquí, pero siento que apenas le importo.
Eirian sonrió condescendiente, claro que apenas le importaba, pero para Cardigan era más grande el odio que sentía por él, que la absurda decisión de dejarle el trono a un vil campesino ignorante y sin modales.
—Bueno, acaban de conocerse, debéis darle tiempo. ¿Qué os parece si os congraciáis con él y le lleváis un servicio de té y panecillos como el que acabáis de comer?
—¡Oh! —exclamó ilusionado, abriendo muy grande sus ojos redondos—. ¿Creéis que le gustaría?
—Por supuesto, el té es su favorito, amará tomarlo con su hijo. Aunque... mejor dadle esta botella de licor de cerezas. —Eirian sacó una botella de la bolsa que llevaba cruzada en la espalda—. Si os pregunta de donde la habéis sacado, decidle que la tomasteis de la bodega de la cocina y que lo hicisteis porque deseabais conocerlo mejor. Él amará el detalle.
El chico tomó la botella y lo miró cauteloso.
—¿Estáis seguro? ¿No se enojará? Podría pensar que la robé.
—¿Robar? —Eirian curvó los labios en una sonrisa tranquilizadora—. ¡Claro que no! Yo mismo la tomé de las bodegas. Este licor es producto de las mejores cerezas del sur de Doromir. Todo lo que hay en el castillo también es vuestro ahora. ¡Anda, ve! A nuestro padre le gusta mucho el licor de cerezas.
Y era cierto. Cardigan bebía en grandes cantidades, la mayoría de las palizas que recibió de su parte fueron propinadas con él medio ebrio. Lo más seguro es que botaría al chico de sus aposentos de un puntapié, pero se quedaría con la botella. Eirian contaba con ello.
Le dedicó una sonrisa alentadora mientras su medio hermano bastardo caminaba por el corredor rumbo a la alcoba del rey. Después de perderlo de vista, Eirian corrió y se encerró en su habitación.
No pasó mucho tiempo cuando tocaron a la puerta, el corazón se le desbocó en el pecho temiendo que lo hubieran descubierto. Dudó si abrir o no. Volvieron a tocar y entonces escuchó del otro lado la voz temblorosa de Eribel.
—Príncipe Eirian, por favor, abridme. Padre se enojó.
Eirian maldijo en silencio y abrió la puerta.
—¿Qué sucedió?
—Le di la botella como me dijisteis —gimoteó Eiribel—, pero él me gritó furioso que saliera y no volviera a molestarlo. Creo que él no...
—¡¿Y la botella?! —lo interrumpió ansioso Eirian.
—Se quedó con ella —respondió Eribel triste—, pero creo que él no me quiere.
—Sí, sí, nuestro padre no quiere a nadie —le respondió friamente mientras lo empujaba fuera de la habitación.
—Pero vos dijisteis que él estaría feliz...
No lo dejó terminar, Eirian le cerró la puerta en las narices y regresó a comerse las uñas de la ansiedad. Cardigan se había quedado con la botella. Si el Dios del Cielo por fin se dignaba a escucharlo, su padre no se resistiría a su adicción y se la bebería. Con suerte estaría muerto para el anochecer. Eso si lo que Rowan le dijo de esas plantas era cierto, si él no se equivocó al seleccionarlas y, lo más importante, si su padre se bebía el vino.
Sabía que lo que hacía era un crimen imperdonable, uno que Nu-Irsh no olvidaría por más que su padre toda la vida los hubiera maltratado a él y a su hermano. Que hubiera sido un rey y un hombre cruel no le daba derecho a arrebatarle la vida, pero el miedo a perder a Rowan era mayor que cualquier sentido común o moralidad.
—Hermano.
Volteó asustado, de nuevo escuchó la voz de Eirick como si le susurrara al oído, pero seguía solo en la habitación. La angustia que lo consumía lo llevaba a imaginar cosas.
La ventana se abrió con un estrépito y la ventisca agitó las llamas en el hogar al punto de apagarlas casi por completo. La habitación se sumió en la penumbra. Eirian se apuró a cerrar las hojas de la ventana y luego atizó los maderos para avivar el fuego. En el juego de luz y sombra que formaban las tambaleantes llamas, le pareció ver la figura de un hombre en el rincón. El vello de la nuca se le puso de punta, tenía miedo de girarse. Había cerrado la ventana, pero la habitación continuaba helada.
—Hermano. —Volvió a escuchar la voz de Eirick.
Tragó y giró poco a poco, asustado. Lo primero que vio fue un charco de agua en el suelo del rincón. Poco a poco subió la vista y se encontró con unas botas de cuero enmohecidas, un cuerpo empapado, unos cabellos rojos que parecían flotar en el aire. Gritó y se cayó hacia atrás al contemplar el rostro verdoso de su hermano muerto y sus ojos opacos que los miraban fijamente.
Tocaron a la puerta con fuerza.
Cuando miró de nuevo hacia el rincón, no había nadie, ni charco, ni fantasma.
Respiró con dificultad varias veces hasta que su corazón disminuyó los latidos, debía estar enloqueciendo. Se levantó y abrió la puerta.
—Alteza, vuestro padre ha enfermado repentinamente de gravedad —anunció Heindrich Drustan, el primer consejero del reino—. El sanador ha llamado por vos y vuestro hermano.
—¿De gravedad, decís? ¿Y sabéis por qué? —cuestionó nervioso.
El consejero negó.
—El sanador no ha dicho nada. Vuestro padre empezó con dolores y una fiebre repentina que lo envió a la cama.
Eirian tragó, debía mantenerse tranquilo. Salió de la habitación y siguió a Heindrich hasta los aposentos de su padre.
Un guardia vigilaba a cada lado de la puerta, pero en ese momento nadie le negó la entrada. En la antecámara los consejeros y ministros susurraban en voz baja, Eirian paseó la mirada nerviosa por todos ellos, temiendo que en cualquier momento pudieran arrestarlo y acusarlo de traición. Eribel, luciendo fuera de lugar como siempre, lo observó con sus grandes ojos asustados, Eirian apartó la mirada de él y fue a servirse un poco de licor de cerezas en una copa. Un instante después salió el sanador real de la recámara donde descansaba su padre.
—Altezas —los llamó a Eribel y a él—, vuestro padre agoniza. Es mejor que entréis y os despidáis de él.
—¿Cómo qué agoniza? —le reclamó su tío al sanador—. ¿Acaso no podéis hacer nada? ¡Se trata del rey!
El sanador negó compungido.
—Alteza —se dirigió el sanador a su tío, el príncipe Dior—, la enfermedad de Su Majestad ha sido tanto repentina como fulminante, mi magia no es suficiente esta vez. Lo lamento.
—Sé que habéis hecho cuánto pudisteis. —Eirian se acercó, colocó una mano en el hombro del sanador y zanjó el reclamo, de su tío—. Os agradezco infinitamente, al menos espero que mi padre no esté sufriendo.
—El dolor era insoportable, Alteza —dijo el sanador—, la leche de borag calmó su sufrimiento, pero también lo adormeció, ahora está un poco despierto, por eso pedí que os llamaran y pudierais hablar con él.
—¡Debemos aclarar la sucesión! —apremió su tío, el príncipe Dior—. Cardigan no ha nombrado un heredero después de la muerte de Eirick.
Eirian lo observó, seguramente pensaría que su padre lo nombraría su heredero al faltar Eirick. Ni se imaginaba que Cardigan pensaba dejar el reino en manos de un plebeyo bastardo y recién llegado. La situación era casi hilarante.
Lastimosamente, en ese instante se dio cuenta de que también era riesgosa. A pesar de que todos en el palacio sabían que Cardigan lo odiaba, él seguía siendo el legítimo heredero por línea directa y, por lo tanto, un obstáculo para la ambición de su tío. Eirian no previó la posible guerra que se desataría por la sucesión al morir su padre sin haber nombrado a un heredero. Estaba en peligro, aunque a él no le importara el trono.
—Mi padre, vuestro rey, se está muriendo y, ¿eso es lo que os importa? ¡No es el momento, tío!
—¡Más que nunca es el momento, querido sobrino! ¡Exijo que le preguntemos a quién nombrará heredero!
—Entraremos en cuanto salgan los príncipes —dijo Heindrich Drustan—. Disculpad, Alteza Eirian, pero debemos aclarar quién será el sucesor.
Eirian exhaló. Definitivamente, estaba en peligro, al igual que ese tonto de Eribel. No creía contar con un solo aliado dentro del palacio; en cuanto su padre muriera, su tío trataría de asesinarlo.
—Entrad primero vos —le dijo a Eribel.
El chico palideció tanto que pensó que se desmayaría, sin embargo, se levantó y caminó hasta la recámara, aunque con pasos vacilantes. Eirian bebió otro trago de su copa y por el rabillo del ojo observó a su tío, quien hablaba con Heindrich.
"Conspiran", pensó. Tendría que dormir con un ojo abierto y el otro cerrado. Tal vez lo mejor sería salir de inmediato a Vindrgarogr y huir junto a Rowan a Ulfrgarorg. Que se mataran entre ellos por el trono.
Eribel apenas si se demoró con su padre. Salió igual de lívido a como entró.
—¿Os dijo algo? —preguntó Dior, ansioso. El chico negó.
—Está dormido.
Eirian apuró el resto de la copa y entró a ver al hombre al que más había odiado en su vida.
Su padre dormía en medio de mantas, sus ojos se movían como si soñara. Eirian se acercó con paso vacilante. Cardigan se moría, pero seguía intimidándolo, haciendo que su corazón martillara ansioso, como si en cualquier momento pudiera levantarse y apretarle el cuello o golpearlo mientras lo insultaba.
Se sentó en la orilla de la cama junto a su cabeza, no sabía qué decirle. Fanteseó tantas veces con verlo morir y ahora que ocurría no sentía otra cosa que tristeza. En poco tiempo se convertiría en un asesino. El asesino nada menos que de su propio padre y su rey.
—Hermano.
Eirian volteó y miró los rincones de la habitación con el corazón a punto de estallar. ¿Por qué seguía escuchando la voz de Eirick?
—¡Ah! —Cardigan se quejó.
Eirian miró hacia la figura acostada que lo miraba con ojos entreabiertos.
—Tú, maldito —susurró con dificultad, arrastrando las palabras.
—Padre, os estáis muriendo, es hora de dejar atrás el rencor.
—No serás rey nunca —susurró.
—Nunca he querido ser rey.
—Mariann... —dijo observándolo fijamente y Eirian frunció el ceño. ¿Había escuchado bien? ¿Cardigan llamaba a su madre?—. Mariann... No vas a dejarme. Si no me amas, no dejaré que ames a nadie más.
Su padre desvariaba y lo confundía con su madre.
—Soy Eirian. Mi madre está muerta, tú la asesinaste.
—Mariann... —Un par de lágrimas corrieron por las mejillas pálidas y demacradas. Eirian no podía creerlo, ¿él lloraba por su mamá?
—La mataste hace años, nos quitaste nuestra madre, me has hecho sufrir toda la vida porque me le parezco y, ¿ahora lloras por ella? —Eirian bufó incrédulo y se le acercó al oído—. Te diré algo, fui yo quien te envenenó, es mi venganza en nombre de mi madre y de Eirick. No verás la luz de un nuevo día. El gran Lobo del Norte vendrá por ti y te arrojará al desierto de hielo dónde sufrirás eternamente.
Cardigan se revolvió entre las mantas, su mano débil lo aferró de la túnica.
—¡Guardias! —trató de gritar, pero su voz era apenas un murmullo—. ¡Nunca volverás a ver a tu amante, daré la orden de que lo maten! ¡Guardia! —Y esa vez su grito fue más fuerte.
Eirian se asustó. Si alguien afuera lo escuchaba o si su tío y Heindrich entraban y Cardigan les contaba, estaría perdido. Peor si alcanzaba a darles la orden de que asesinaran a Rowan. No lo pensó mucho, antes de que abriera la boca una vez más, tomó una de las almohadas y se la colocó en la cara. Sentía a Cardigan forcejear debajo de su cuerpo para librarse de él, pero Eirian apretó más, hasta que poco a poco su padre dejó de moverse.
Retiró la almohada y contempló los ojos abiertos, pero sin vida que miraban a la nada. Jadeó presa del horror que acababa de cometer.
—¿Eirian, que hiciste? —preguntó su hermano, empapado y verde desde el rincón.
Eirian se asustó más y se levantó de un salto de la cama.
—Lo merecía, lo merecía —sollozó aterrado sin creer del todo que hubiera matado a su padre y menos que su hermano muerto le estuviera hablando.
—Era nuestro padre y el rey.
—¡Moriste por su culpa! —Las lágrimas corrían sin control, sentía que le faltaba el aire—. ¡Mató a nuestra madre, quería matar a Rowan también! —Se cubrió el rostro incapaz de soportar tanto dolor y habló desesperado—: ¡Eirick, no me dejes, no sé qué hacer!
No importaba que estuviera muerto y su fantasma fuera aterrador, necesitaba su compañía y su consuelo.
—No voy a dejarte.
Sintió el tacto frío y húmedo en su hombro, escalofriante, pero también esperanzador. Abrió los ojos y ya no vio a nadie, solo el cadáver de su padre en la cama. No podía quebrarse, no en ese momento. Se limpió el rostro y respiró con fuerza varias veces hasta que se tranquilizó. Luego miró a Cardigan. Arregló las almohadas y la manta, le peinó hacia atrás los cabellos escarlatas y le cerró los ojos.
—¡Ayuda! —gritó—. ¡Sanador, venid pronto!
Las puertas de la recámara se abrieron de par en par, el sanador entró acompañado de su tío y el primer ministro. Todos rodearon el lecho mientras el sorcere derramaba su magia sobre el cadáver del rey. Eirian se apartó, la escena le parecía irreal y grotesca, como si le ocurriera a alguien más.
Era malvado, tal vez sí merecía que su tío lo asesinara.
—El rey ha muerto —declaró el sorcere.
Los guardias que habían estado custodiando la puerta entraron en la recámara, acompañados de otros más. Eirian se inquietó, tuvo la certeza de que en cualquier momento darían la orden de matarlo. Dio varios pasos hacia atrás, como si de esa forma pudiera librarse de lo inevitable.
Heindrich se acercó a la mesa y tomó la corona que Cardigan había usado en vida y la alzó.
—El rey ha muerto, sin embargo, ha dejado un heredero —dijo—. ¡Que viva su Majestad, Eirian primero, rey de Doromir y Ulfrgarorg! —Y acto seguido coronó a Eirian—. Todo aquel que en este momento no acepte la legítima sucesión y a Eirian primero como su gobernante que se manifieste y reciba una muerte rápida y piadosa.
—¿Cómo os atrevéis a hacer esto? —Dior cuestionó entre dientes, con la rabia refulgiendo en sus ojos—. ¡Todos saben que mi hermano despreciaba a Eirian!
Los soldados desenvainaron las espadas y dieron un paso adelante, amenazadores. Eirian paseó la vista por cada uno de los presentes, estupefacto ante lo que ocurría. Pensó que lo asesinarían y en lugar de ello, el primer consejero lo reconocía como legítimo heredero.
—Lo que saben todos en el reino es que el rey Cardigan fue un hombre severo en la educación de los príncipes —refutó Heindrich con el ceño fruncido—. A la muerte del príncipe Eirick, el príncipe Eirian es el siguiente en la línea de sucesión. ¿No lo reconocéis como vuestro rey, Alteza?
Su tío Dior lo miró alternativamente a Heindrich y a él con las mandíbulas apretadas; sin embargo, terminó por arrodillarse y agachar la cabeza. El resto imitó a su tío, pronto todos se arrodillaron reconociendo su autoridad.
Eirian seguía aturdido, no terminaba de creer lo que ocurría.
—¡Larga vida al rey! —gritaron al unísono.
Heindrich se encargó del resto, él seguía demasiado sorprendido, incluso para hablar. El consejero ordenó que prepararan a su padre para las exequias y le asignó a la guardia real que lo custodiaran a él en sus aposentos y de ahí en adelante, en cada uno de sus pasos.
Cuando estuvieron solos, Eirian le preguntó a Heindrich por qué lo había nombrado rey.
—¿No creíais que apoyaría vuestro reclamo al trono?
—Nunca hice tal reclamo —contestó Eirian, ya en sus aposentos privados.
—¿No queréis el trono, Majestad?
—Pensé que apoyaríais a mi tío.
Heindrich sonrió.
—Soy el primer consejero del reino, mi lealtad está con la corona, Majestad. Eso implica también reconocer al legítimo sucesor de esta y ese sois vos. Aún no sois coronado frente a Nu-Irsh, si no deseáis el trono, siempre podéis abdicar.
No, nunca soñó con ser rey, pero ahora que lo era se daba cuenta de que las posibilidades eran infinitas. Así como se postraron en esa sala ante él, el resto del reino también lo haría, nadie se le opondría. Finalmente, él y Rowan estarían juntos sin impedimento alguno.
—Acepto —dijo muy solemne Eirian— y os prometo que reinaré con justicia y honor.
Las exequias de su padre duraron un solo día, al término de estas, en el templo de Nu-Irsh, Eirian fue coronado delante de su pueblo como el rey de Doromir y Ulfrgarorg.
Al día siguiente partió para traer de regreso a Rowan.
*** Eirian primero, el tóxico, rey de Doromir y Ulfrgarorg, a los 18 años. Oleo sobre tela. Autor: IA de Bing.
Hoy llegamos a las 17 mil lecturas!!! Me alegra mucho que les guste esta novela toda tóxica y mas romantica que otra cosa (pronto habrá batalla y otras cositas misteriosas). Nos leemos el próximo viernes, mis amores, gracias por dedicarle sus tiempo.
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