Capitulo XXX: La decisión del rey (El pasado IV Parte)

El ejército de Doromir se encontraba a pocos días de llegar al Paso de Ulfrvert. A pesar de la carga pesada que representaba el armamento y los suministros, no perdieron tiempo durante el viaje. Eirian calculaba que llegarían un día antes de lo estimado. Lo cual era perfecto, pues el emperador deseaba entrar en Ulfrgarorg antes de la primera nevada y el clima, cada vez más gélido, presagiaba que estaba muy cerca.

Uno de los soldados dejó los alimentos sobre la mesa dentro de la tienda, luego salió por orden de Su Majestad, quien deseaba estar solo.

Tomó la nota que había traído el haukr antes del anochecer y volvió a leer la noticia de que Rowan se casaría con la princesa de Enframia.

Sonrió con odio. Rowan era un pobre estúpido si creía que su Alianza con Enframia sería suficiente para vencerlo. Las velas chisporrotearon levemente y un escalofrío recorrió su columna en el momento en el que la temperatura dentro de la tienda descendió.

—Creí que también tú me habías abandonado —dijo con sorna.

—¿Cómo podría? —respondió Eirick apareciendo junto a él—. Tal vez todavía puedas detener esta guerra. Pide una negociación.

Eirian se echó a reír. Su hermano cada vez le daba peores consejos.

—¿Y cuál se supone que sería el acuerdo? ¿Darles Ulfrgarorg y perdonar a Rowan? No, en esta guerra nos iremos todos a la puta mierda.

—Cometes un error cegado por tu orgullo, terminarás arrepentido.

—Que así sea, pero quiero que también él se arrepienta.

Eirian cerró los ojos, hizo caso omiso a la presencia de su hermano y se sumió de nuevo en los recuerdos, hasta los malos eran mejores que el agobiante presente.

En los tres días que duró el funeral de Eirick, el templo de Nu-Irsh en Noon, la capital, permaneció abierto día y noche. A él acudieron personas de todos los rincones de Doromir y de los reinos vecinos para darle el último adiós al príncipe más querido que había tenido el país. Fueron días de luto en los que el arpa y la lira entonaron melodías tristes en cada rincón.

Ese tiempo Eirian lo recordaba como si hubiese estado inmerso en un sueño extraño y confuso. Muchos se acercaron a él, le hablaron, lo consolaron, no obstante, su mente se mantuvo en un bucle que pasaba de los buenos momentos junto a su hermano, al instante terrorífico en el que Rowan y él lo encontraron flotando en el lago.

Gracias al dios del cielo, Cardigan no volvió a mencionar que él fuera el culpable. Sin embargo, si antes lo miraba con desprecio, a partir de entonces el trato de su padre hacia él se tiñó del más puro y salvaje odio. Breogan se aseguraba de que no coincidieran en las comidas, ni durante los paseos por el castillo, de ese modo evitaba una confrontación. Aun así, las pocas veces que se encontraron, el rostro de Cardigan se tornó pálido de ira. Tanto era el odio que le profesaba, que Eirian llegó a temer que su padre lo acusara formalmente del asesinato de su hermano y lo condenara a muerte o al exilio.

No obstante, eso no pasó. La versión oficial fue que Eirick tuvo un accidente mientras pescaba solo. Unos cuantos conocían la verdad y esa fue silenciada so pena de muerte para aquel que osara siquiera insinuar algo diferente.

En aquellos días de tristeza, soledad y rechazo, por supuesto, Rowan se convirtió en su todo. Si antes lo amaba, después de la muerte de Eirick, Eirian se entregó sin reservas aese afecto ese afecto.

Pensar que algún día Rowan dejara de quererlo o decidiera marcharse lo aterraba al punto de que el miedo se convertía en algo físico, en retortijones en su estómago, en mareos o en fuertísimos dolores de cabeza. A su lado, en cambio, todo mejoraba. Incluso el invierno helado y salvaje de Doromir parecía hermoso y romántico, un tiempo para acurrucarse juntos frente al fuego del hogar de alguna de las habitaciones en desuso de la torre del castillo, siempre cuidando que Cardigan no los viera.

La soledad que dejó la muerte de Eirick era menos horrible si Rowan estaba con él.

El invernadero dejó de ser un escondite seguro y volvió a convertirse en un sitio proscrito. De un jardín de ensueño pasó a ruinas lúgubres otra vez. Rowan y él indagaron entre los sirvientes lo que había sucedido la tarde en la que su hermano murió. Con mucha persuasión consiguieron que alguno se atreviera a relatar los hechos, pero a medias y gracias a eso, más lo que les dijo Breogan, lograron hacerse una idea de lo ocurrido.

De alguna forma, Cardigan se enteró de que Eirick había restaurado el viejo invernadero de su madre y no solo eso, sino que se dedicaba a cultivar rosas, pasando más tiempo allí que atendiendo sus obligaciones como príncipe heredero.

Después de la discusión que tuvieron en la cena, Cardigan fue directo al invernadero con algunos de sus sirvientes y dio orden de que arrancaran los rosales y los arbustos, de que rompieran las bonitas esculturas que Eirick había traído para decorar y destrozaran las enredaderas de flores púrpuras que con tanta dedicación él había sembrado.

Eirick llegó corriendo cuando los sirvientes ya habían destruido más de la mitad del vivero. Se enfrentó a su padre, pero este se burló de él. Ni Breogan, ni los sirvientes a los que les preguntaron quisieron mencionar cuáles fueron los insultos que usó Cardigan, solo dijeron que el príncipe quedó muy afectado, pues el rey no solo lo humilló a él, sino también ofendió la memoria de su madre. Por último, le ordenó que se preparara, pues pronto irían a la guerra con Osgarg y Eirick debía tomar su lugar al frente de las tropas.

Luego de ver cumplida la orden de que desbarataran el invernadero, Cardigan regresó al castillo y dejó a Eirick igual de destrozado que el lugar favorito de su madre. El príncipe salió de allí y ya nunca más volvieron a verlo con vida.

El invierno arreciaba como no recordaban que lo hiciera hasta entonces. Los vientos huracanados gemían gritos espeluznantes desde las cumbres de las montañas de Vindgarorg y arrastraban consigo diminutas gotas de agua y hielo, cubriendo los alrededores del castillo de una niebla espesa que hacía casi imposible la vida fuera del Amanecer. Rowan y Eirian, presos en el castillo debido al mal tiempo, evitaban la presencia de Cardigan y se ocultaban en alguna habitación vieja de la torre, encendían la lumbre y dejaban correr el tiempo, a veces leyendo, hablando o entregados a los besos y las caricias mutuas.

—Mi padre fue quien lo asesinó —le dijo un día Eirian a Rowan mientras ambos contemplaban el fuego del hogar, desnudos bajo las mantas.

Rowan alzó la cabeza, la cual había tenido apoyada en su pecho para mirarlo a los ojos.

—¿De verdad lo piensas?

Eirian concentró la mirada en el fuego y asintió pensativo.

—No con sus propias manos, pero sí con sus acciones. He meditado mucho en algo que dijiste antes de que mi hermano muriera. Tú mencionaste que Eirick fingía delante de mi padre. Cada vez estoy más convencido de que tenías razón. Esa determinación por restaurar el invernadero y de esa forma honrar la memoria de nuestra madre y luego su renuencia en apoyar la guerra con Osgarg eran los primeros indicios de su rebelión. Pero no tuvo el valor suficiente. Sucumbió cuando mi padre destruyó lo que con tanto amor cuidó. Creo que Eirick no pudo más y se suicidó. Mi padre y su intransigencia lo llevaron a eso.

Rowan asintió y volvió a recostarse de su pecho.

—Eirick recordaba a mamá en esas rosas, no quería olvidarla y mi padre lo destruyó todo.

Cuando las tormentas de nieve cesaron y la primavera cada vez estuvo más próxima, Cardigan volvió a irse del palacio. No obstante, la felicidad de su ausencia duró solo unos pocos días. Su padre regresó y en esa ocasión, acompañado.

Los consejeros reales, su tío, sus primos, Breogan, Rowan y él lo recibieron en la entrada del castillo. Junto a Cardigan caminaba un adolescente rechoncho, de piel curtida por el sol y cabellos rojos y pajizos que le caían en los hombros.

—Bienvenido, Su Majestad.

—Bienvenido.

Cardigan no sonreía y el joven a su lado los miraba a todos con los ojos muy abiertos, entre la sorpresa y el miedo. Parecía no saber qué hacer o qué decir.

—Os presento a mi hijo, el príncipe Eribel. Desde hoy vivirá con nosotros en el castillo.

—¿Príncipe? —preguntó Eirian en un susurro para sí mismo.

Tardó en comprender que ese muchacho con aspecto de ser el hijo de cualquier campesino, sacado de alguna de las aldeas en las faldas del castillo y al cual habían disfrazado de príncipe, Cardigan acababa de decir que era su hermano.

Su padre pasó por su lado y le dirigió una mirada de infinito desprecio, Eribel lo siguió con pasitos cortos y algo vacilantes. El recién llegado lo detalló un instante con ojos aterrorizados. Eirian, estupefacto aún, no le dirigió palabras de bienvenida a ninguno de los dos.

—¿Sabías que tenías otro hermano? —le preguntó Rowan cuando todos ya habían entrado en el castillo.

—Supongo que él, o mejor dicho, su madre, quien quiera que sea, es la razón de que mi padre se ausente tanto del Amanecer. —Eirian rio con sarcasmo—. ¿Quién sabe? Tal vez tengo más hermanitos por ahí.

Rowan no rio.

—Si su madre fuera importante, la hubiera traído también. ¿Y por qué no lo trajo, sino hasta ahora? —preguntó Rowan.

Eirian alzó los hombros, indiferente. ¿Cómo iba a adivinar lo que pasaba en la retorcida mente de su padre? Decir que la madre de ese chico era la causa de las ausencias de Cardigan fue un eufemismo para no decir que se ausentaba a causa de amoríos y visitas de incógnito a burdeles

La primavera hizo una tímida entrada, apenas si la temperatura aumentó lo suficiente como para que la niebla se dispersara y ya no cayera esa aguanieve que les congelaba la nariz. Después del desayuno, Eirian salió de sus aposentos y fue hasta los de Rowan como de costumbre. Encontró a un par de guardias apostados a cada lado de la puerta, cuando trato de entrar, ellos se opusieron.

—¿Qué sucede? —preguntó Eirian confundido.

—Por orden del rey nadie puede entrar a los aposentos del príncipe Rowan.

Eirian frunció el ceño, del otro lado de la puerta no se escuchaba ningún sonido.

—¿Él está ahí dentro? ¿Acaso es un prisionero?

Los soldados ni siquiera lo miraron. Eirian exhaló, si era orden de su padre, ellos no le contestarían. Dio media vuelta y desanduvo sus pasos. De pronto, una idea horrible se le ocurrió. ¿Y si su padre pensaba que el culpable de la muerte de Eirian era Rowan? ¿Y si lo había hecho arrestar?

Caminó más rápido por las galerías del pasillo buscando a Breogan, él debía saber lo que sucedía. Encontró al mayordomo en las cocinas.

—¿Qué está pasando, Breogan? ¿Por qué hay guardias en los aposentos de Rowan?

—Alteza. —Breogan parpadeó varias veces, luego habló muy suave, con la voz empañada por la tristeza—, Su Majestad ha ordenado que el príncipe sea trasladado a la fortaleza de Vindgarorg.

La fortaleza de la que hablaba Breogan era un castillo construido en piedra negra y que se alzaba entre las nieves perennes de las cumbres de Vindgarorg, en los lindes occidentales del reino. Azotada durante todo el año por fuertes vientos, era la región más fría y menos poblada de Doromir.

—¡¿Por qué?! ¡Rowan siempre ha vivido con nosotros!

Breogan apartó la mirada.

—¡¿Qué pasa?! —lo cuestionó angustiado, tenía un mal presentimiento—. ¿Es que piensa que Rowan tuvo que ver con la muerte de Eirick?

—No es eso, Alteza.

—¡¿Entonces qué es?! —Eirian alzó la voz, los sirvientes en las cocinas los miraron sin disimular—. ¡Maldita sea, habla!

—Él os descubrió.

Fue como sin un balde de agua fría lo hubiera mojado en medio de la nieve, sintió que la sangre se le congelaba en las venas. No podía ser cierto.

—Él no puede hacer eso, Breogan. —susurró, después le aferró el frente de la túnica con manos temblorosas—. ¡Tenéis que evitarlo!

Breogan bajó la vista.

—Ya le supliqué, Alteza. No me escuchó. El príncipe Rowan será trasladado en breve, si es que ya no lo han hecho.

A Eirian le fallaron las piernas, Breogan lo sostuvo de los hombros para evitar que cayera. Dos gruesas lágrimas brotaron de sus ojos y fueron directo al suelo. Vivía una horrible pesadilla, primero su hermano y ahora Rowan.

—No es posible —susurró.

Eirian se soltó de Breogan y, como si la más espesa niebla lo rodeara, salió de las cocinas, incapaz de pensar con claridad. A sus espaldas le pareció que el mayordomo lo llamaba, pero él continuó caminando, sumergido en una especie de tormenta hasta que, sin darse cuenta cómo, se encontró delante de las dependencias de su padre.

El soldado de la guardia del rey que custodiaba la entrada de su habitación le impidió el acceso cuando trató de entrar.

—El rey duerme, Alteza.

Eirian parpadeó y las lágrimas cayeron por su rostro.

—Necesito hablar con él —sollozó—, por favor.

El soldado, impertérrito, ni siquiera lo miró.

—Tendréis que esperar hasta que el rey despierte.

Pero él no podía esperar. Apartó de un manotazo la hoja de la espada y empujó la puerta de madera. Su padre se encontraba de pie en medio de la recámara y todavía con el camisón de dormir puesto.

—¡¿Qué haces aquí?! —preguntó con las cejas muy juntas, luego relajó el ceño y sonrió—. ¡Ah, ya sé! Te enteraste de que tu «amiguito» no vivirá más en Doromir, ¿cierto?

—¡Majestad! —se disculpó el guardia luego de entrar corriendo a la alcoba. Cardigan, con un gesto de la mano, le ordenó que los dejara.

—¡Padre, por favor, no podéis hacer esto! —suplicó arrojándose a sus pies.

Cardigan lo miró con desprecio y le dio la espalda.

—Todavía tienes el descaro de venir a implorar —dijo arrastrando las palabras—. ¡¿Cómo pudiste enredarte con Belford, que es el heredero de un reino vencido?!

—¡Padre, os ruego que me perdoneis, pero no lo envieis lejos, por favor!

Cardigan lo miró enojado.

—Lo único que me has dado desde que tu madre te trajo al mundo ha sido decepción. ¿Qué te hizo creer que podías mantener un romance con Rowan?

—Padre...

—No permitiré que hablen de mí a mis espaldas diciendo que me vuelvo débil al dejar que mi hijo tenga por amante a un Belford.

—Padre, por favor —volvió a suplicar Eirian—. ¡Os juro que seremos discretos, no os importunaremos! ¡Envíame también a mí a Vindrgarorg, pero no me apartéis de él!

Cardigan lo contempló lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, Eirian creyó que su padre reconsideraba su decisión.

—No sé si lo que siento por ti es lástima o asco —dijo con simpleza, como si tratara de discernir cuál era el tono correcto de azul de sus ojos—. ¿Crees que voy a darte mi bendición para que vivan juntos y felices?

—Padre, por favor... —Eirian se quebró del todo y empezó a llorar sin pudor—. Él es lo único que me queda, no me lo quitéis también, por favor... Os juro que os serviré lo que me resta de vida. Gobernaré como vos queráis, emprenderé las guerras que deseéis.

—¿Qué acabas de decir? —preguntó Cardigan sorprendido—. ¿Qué gobernarás? ¿De verdad piensas que te nombraré mi sucesor, a ti, que no eres más que escoria?

Eirian pestañeó un par de veces y Cardigan se echó a reír.

—Antes que nombrarte a ti y ver como le entregas mi reino a tu amante de Ulfrgarorg, prefiero nombrar heredero a Eribel.

Así que por eso el chico estaba en el castillo.

Si Cardigan no estuviera a punto de quitarle a Rowan para siempre, Eirian tal vez se hubiera molestado, se hubiera sentido humillado. Pero en ese momento, quien heredara el reino era lo que menos le importaba. Nunca quiso gobernar, así que le daba igual si Cardigan nombraba rey a un bastardo, a su tío o a algún palafrenero.

—De acuerdo, padre, aceptaré con regocijo vuestra decisión, pero por favor, reconsiderad el enviar a Rowan a Vindrgarorg.

—¡Guardia! —llamó Cardigan. El soldado de la puerta entró—. Llevad al príncipe a sus aposentos y que no salga hasta mañana.

—¡Padre! —Las lágrimas barrieron su rostro una vez más mientras el soldado lo levantaba—. ¡Padre, por favor, no me hagáis esto! ¡Por favor!

El soldado arrastró a Eirian fuera de las dependencias del rey y lo encerró en su habitación. Allí pasó hasta el día siguiente, gritando y llorando como un loco, impotente de evitar que lo separaran de Rowan.

Casi al amanecer se quedó dormido en el suelo cerca de la puerta. Cuando sintió la cerradura, se despertó de un salto.

—Alteza. —Breogan se agachó junto a él y dejó la bandeja que le traía con los alimentos a un lado—, ¿Qué hacéis allí? Venid a la cama.

—Rowan... ¿Dónde está Rowan?

Breogan no contestó y Eirian supo que ya el príncipe no estaba en el castillo. Salió de la habitación y corrió por las galerías hasta la habitación que Rowan había usado en El Amanecer. Ya no había guardias custodiando la puerta, ni esta se encontraba cerrada, así que la abrió con un leve empujón.

La habitación estaba tal cual la vio por última vez dos días atrás, excepto porque en el armario no había una sola prenda, tampoco en el arcón de madera y hierro. No estaba la espada de Rowan, ni el arco o su escudo. Tampoco sus joyas, ni siquiera sus libros. Era como si Rowan Belford jamás hubiera habitado en esa recámara y no fuera más que un producto de su imaginación.

No soportaba estar un instante más allí.

—¡Alteza! —¡Se dio de frente con Breogan en uno de los pasillos cuando salió corriendo.

—¡Padre lo envió lejos! —¡Eirian se aferró a sus ropas, lleno de angustia—¡. ¡Lo hizo porque me odia! ¡Nunca permitirá que sea feliz!

—Vuestro padre no lo odia, Alteza. —Incluso cuando mentía, como en esa oportunidad en la que lo hacía para aliviar su sufrimiento, los ojos de Breogan se llenaban de dulzura y comprensión—. Buscaré la manera de que podáis visitarlo. ¡Solo espere, por favor!

—No quiero visitarlo —dijo desesperado—. ¡Quiero vivir con él! ¡Quiero estar a su lado por siempre! Mi padre me lo ha arrebatado todo, primero a mi madre, luego a Eirick y ahora a Rowan. —Eirian escondió el rostro en el pecho de Breogan—. ¡Si tanto me odia, ¿por qué mi padre no me mata de una vez?! ¿Acaso lo complace mi sufrimiento?

—No digáis eso, Alteza, por favor. Esperad a que las aguas vuelvan a su cauce. Os ayudaré

—¿Esperar? ¡No puedo esperar! ¡Siento que me muero!

Eirian se separó de Breogan y corrió por la galería, salió del castillo y siguió corriendo hasta llegar al pequeño muelle. Tomó un bote y remó a la otra orilla. Mientras cruzaba el lago no dejó de pensar en Eirick, le pareció verlo flotar y comprendió perfectamente por qué había tomado la decisión de suicidarse. Lo entendió, pues también él se sentía tentado a arrojarse a la profundidad de las aguas verdosas, a sumergirse y permanecer allí hasta que sus pulmones colapsaran, de esa forma acabaría con el dolor.

—Hermano. —Escuchó la voz de Eirick a sus espaldas, giró. No encontró a nadie.

Si tan solo su hermano regresara de la muerte y lo acompañara. La soledad era muy dura y él muy débil. Por un instante sintió miedo de sucumbir al dolor y terminar como Eirick, de que su cuerpo se pudriera bajo la tierra, de no volver a ver los ojos de Rowan nunca más.

—Hermano.

De nuevo la voz suave y gentil en la nada de su ausencia. Eirick estaba muerto y él solo. No podía respirar, se ahogaba. Moriría como Eirick mientras su padre se reía frente a su cadáver.

Moríría y no volvería a besar a Rowan, no sentiría nunca más el calor de su piel contra la suya.

Cerró los ojos y tomó aire profundamente un par de veces hasta que se calmó. Tenía que pensar, no dejaría ganar a su padre esa vez. Por más que fuera el rey, no permitiría que le arruinara la vida como hizo con su madre y su hermano.

Remó sin descanso y una vez en la otra orilla se dedicó a buscar esas florecillas púrpuras que Rowan le había dicho que eran venenosas. 




***Eirian modo loquito del centro activado y Rowan modo princesa secuestrada en la torre mas alta del castillo jajajaja. Cada vez estoy peor, algún día se aburrirán de mí y mis mmdas.

Mañana subo las respuestas de los personajes a sus preguntas.

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