Capítulo XXIV: Peces resbaladizos
—¿Estás seguro de tu decisión? —Andreia entró a los aposentos de Rowan sin anunciarse.
Él se volvió hacia ella. Hacía apenas una sexta que la reunión con los generales y los consejeros había terminado y él debía prepararse para emprender el viaje a Enframia.
—¿Crees que le tengo miedo a Daviano? Llevarlo conmigo será la mejor forma de callarlo y que deje de desconfiar.
—No estoy hablando de Daviano. No creas que no lo sé. Vi claramente lo que piensas hacer en Enframia.
—Esto de ver el pensamiento del otro empieza a ser un problema —dijo Rowan con una media sonrisa.
«No eres una moneda de cambio, no tienes que hacerlo», dijo ella directamente a su mente sin mover los labios.
«Lo sé. Pero haré lo necesario para ganar esta guerra», le contestó él, también sin usar la voz.
Andreia lo miró a los ojos y por un momento permaneció en silencio, luego extendió el brazo y le entregó un pequeño pergamino.
—Han enviado esto desde Doromir.
Rowan lo leyó. Era un mensaje de los espías, había movimiento en las tropas de Noon. Eirian ya debía estar enterado de su traición, ¿sabía también que él era el responsable de las revueltas en Doromir? Si Eirian lo descubrió, seguramente estaría deseando matarlo él mismo.
Rowan suspiró y se sobrepuso a la tristeza que la situación le producía. Miró a Andreia lleno de determinación.
—Entonces debo apurarme. Cuida de mis hombres mientras no estoy, por favor. —Tomó los costados de su rostro y besó la frente de su hermana—. También cuídate tú.
Andreia asintió y dio media vuelta. Antes de salir, giró la cabeza y le dijo muy seria:
—No tienes que sacrificarte, no le debes nada ni a Ulfrgarorg ni a nuestros padres.
La puerta se cerró tras ella y Rowan pensó en sus palabras. ¿Realmente no le debía nada ni a su reino, ni a su familia? En su interior, sabía que sí, continuaba sintiéndose un traidor. Pensó en Eirian. Jamás debió enamorarse de él. A diferencia suya, él siempre escogió su reino. El deber del emperador prevalecía por encima de cualquier cosa, incluso del amor que decía tenerle. Aunque estaba seguro de que después de lo que hizo, en el corazón de Eirian no debía existir otra cosa que no fuera odio hacia él.
Rowan continuó organizando las alforjas del viaje.
«Mejor así», pensó «que me odie. También yo tengo que matar este amor».
Rowan pidió para el viaje veörmirs en lugar de caballos. Eran un poco más lentos, pero la piel gruesa, cubierta de pelo y la capa de grasa bajo esta, los hacía ideales para soportar las bajas temperaturas del crudo invierno norteño que iniciaba.
Su caravana la componían tres de sus hombres: dos soldados y el recién nombrado coronel por él, Cedric Iksnar. Daviano había aceptado la propuesta de acompañarlo a Ulfrgarorg y también viajaba escoltado por un soldado de confianza de su familia. Andreia acudió en persona a despedirlos. Con un rostro severo, los amonestó a ambos, amenazándolos de azotarlos hasta dejarlos sin piel si Daviano o Rowan terminaban atacándose el uno al otro.
A Rowan la situación se le hacía graciosa, tanto que aliviaba lampreocupación que cargaba sobre sus hombros. Cada vez que notaba los ojos iracundos de Daviano sobre sí, sonreía con disimulo y cruzaba la mirada con Cedric, quien le devolvía una sonrisa socarrona.
Viajarían varios días a campo traviesa, sin pernoctar en ninguna posada hasta llegar Veirin, la ciudad más próxima luego de salir de Dos Lunas. Rowan, una vez más, experimentaba la vida dura del ejército. Al menos estaba atento a que los animales salvajes, los salteadores o los esclavistas no los atacaran. Esas actividades distraían su mente de la añoranza de Eirian o de la fustigación que seguía a esa añoranza.
—Alteza, empieza anochecer —observó Cedric, quien cabalgaba a su lado—. Será mejor salir del camino y buscar un claro para montar el campamento.
Rowan alzó el rostro al cielo teñido de rojo, el anhelo volvió a morderle las entrañas. Apartó los ojos y asintió en dirección al coronel. La siguiente sexta la dedicaron a buscar un lugar adecuado para pasar la noche. Casi cuando el bosque se había cubierto por completo de sombras, encontraron un claro lo suficientemente grande como para montar las 5 carpas en medio de dos grandes abetos, cuyos troncos gruesos les servirían de barrera contra el viento, que en ese momento soplaba con fuerza, cargado de alfileres de hielo.
Habían sido tantas guerras, tantos días viviendo a la intemperie que para Rowan era natural alzar su propia carpa. Él y sus tres soldados, cada uno se encargó de su respectiva tienda. En medio de la actividad, Rowan se olvidó de Daviano, hasta que unas maldiciones dichas por lo bajo, lo hicieron girarse.
Creyó que su soldado sería quien se encargaría de la tienda del dreki, sin embargo, se sorprendió al verlo luchando con el ceño fruncido y cara de pocos amigos, con su tienda. Lo observó de reojo mientras terminaba de fijar los clavos de la suya al suelo. El pobre soldado intentaba convencer a Daviano de permitirle arreglar el desastre, no obstante, él se oponía. Rowan sonrió, ¡tan terco el dreki! Seguramente su orgullo no le permitía ser el único que necesitara ayuda para montar la tienda.
Declan y Finn, los otros dos soldados aparte de Cedric que acompañaban a Rowan, también se dieron cuenta de las dificultades del dreki y disimulaban mal la risa burlona. Rowan no les prestó atención, con paso calmado se acercó al joven rubio.
—Creo que esto no va aquí —dijo sosteniendo una de las varas, la cual debía ser la central, pero el dreki había colocado de arrastre.
Daviano respingó al sentirlo y lo miró con odio, Rowan no se dio por enterado y continuó montando la tienda como si los ojos de Daviano no se hubiesen convertido en cuchillas envenenadas dispuestas a asesinarlo.
—Puedo solo —escupió Daviano lleno de resentimiento, e intentó arrebatarle la vara.
—Me parece que no —respondió Rowan con serenidad, esquivando sus manos.
—Nada más estás presumiendo. ¿Qué quieres demostrar, dime? ¿Qué eres mejor que yo montando una maldita tienda?
Declan y Finn armaban en silencio la hoguera en medio de las carpas, tampoco Cedric hablaba y el pobre soldado de Daviano los miraba a todos aprensivo.
—Es obvio que soy mejor que tú montando una «maldita tienda». —Rowan habló sin alzar la voz, ni despegar los ojos de los clavos y la tela—. Y eso no tiene por qué molestarte, es de esperar. A diferencia de ti, he vivido mucho tiempo en entre estas lonas. —Rowan se alejó unos pasos y apreció su obra. La tienda de Daviano era de un brillante azul ultramarino, mucho más grande y lujosa que la del resto, era la tienda de un aristócrata—. Ya está.
Daviano no le agradeció, al príncipe le hubiera sorprendido que lo hiciera. Rowan giró en dirección a su propia tienda. Cuando pasó frente al soldado de Daviano, este se inclinó con el rostro pálido y sudoroso, agradecido seguramente de que hubiera ayudado a su terco señor con su tienda.
El campamento fue dispuesto de forma circular, con la hoguera en medio y las tiendas muy juntas para conservar el calor. Era una costumbre entre Rowan y sus soldados reunirse antes de dormir y tomar algunos vasos de hidromiel así como fumar cardirraiz en pipas de madera, todo ello con la finalidad de mantenerse calientes en las noches gélidas, donde el abrigo de las mantas y las pieles no siempre eran suficientes.
Owen, el soldado de Daviano, estaba allí con ellos, pero como era de esperarse, el dreki no. Cuando llegó el momento de dormir y escoger los turnos para montar guardias, Cedric dijo con algo de timidez:
—Alteza, no es necesario que montéis guardia con nosotros.
Rowan frunció el ceño y lo miró extrañado.
—¿Por qué no? —Siempre lo he hecho.
Cedric bajó los ojos y titubeó antes de responder.
—Siempre he creído que no está bien que lo hagáis. Debéis descansar.
Rowan aspiró la pipa y exhaló el humo de olor dulzón.
—Dejaos de tonterías, ¿qué os ocurre?
—No está bien que su Alteza monte guardia cuando...
—¿Cuándo qué?
—El dreki no lo hace.
Rowan se atragantó con el humo antes de estallar en carcajadas.
—¡Así que es por eso! —dijo entre risas—. ¿Pensáis que me rebajo ante él si yo vigilo y él no?
—¡Vos sois el príncipe! —apoyó Declan a su compañero—. No es posible que vos le sirváis a ese estirado engreído.
A Rowan le hizo gracia el dilema.
—Soy un soldado igual que ustedes, el dreki no lo es, no está acostumbrado a nada de esto. No le deis vueltas al asunto. Ahora, id a dormir.
—Rowan tomó el vellón de lobos y se lo ciñó en los hombros—. Haré lo que siempre he hecho, el primer turno.
Cedric exhaló, parecía un poco frustrado; no obstante, no dijo nada más. Los tres se levantaron y se marcharon cada uno a su tienda, Rowan se quedó solo frente a la fogata, fumando y pensando. Recordó los años lejanos de su infancia en Dos Lunas, cuando él, Andreia y Daviano pescaban en el lago. Cuanto habían cambiado las cosas, al punto de que Daviano parecía haber olvidado aquel pasado común y la amistad que compartieron.
Por la mañana continuaron la marcha con un cielo despejado. El terreno, casi plano, contribuyó a que mantuvieran un galope constante y a que el viaje fuera tranquilo y sin sobresaltos. Que no hubiera un solo contratiempo hizo que la mente de Rowan volviera una y otra vez con Eirian.
No dejaba de sentirse culpable por haberlo traicionado, aunque era consciente de que Eirian no le dejó más opciones. Siempre fue incapaz de anteponerlo a él o sus necesidades. En el fondo Rowan no le importaba y eso era lo que más le dolía. Tantos años y Eirian nunca lo vio realmente, mucho menos lo entendió. Si él le hubiera pedido que perdonara a Andreia, Eirian no lo hubiera hecho.
El dolor le apretó la garganta y el pecho, por momentos se sentía desesperado, atrapado en una maldita telaraña, donde él era la mosca en la red y tarde o temprano sería devorado. Porque cualquiera que fuera su elección: Andreia o Eirian, le traería sufrimiento. No podía vivir con Eirian, pero tampoco sin él. Sabía que lo correcto era lo que hacía, sin embargo, hubiera deseado no tener que elegir entre su corazón y el deber.
—Alteza —llamó su atención Declan—, estamos cerca de del Nortum.
El Nortum era el río que cruzaba Ulfrgarorg y se extendía hasta Enframia, en su trayecto había decenas de afluentes. Rowan asintió, salieron del camino y se adentraron en el bosque de pinos. Por fortuna encontraron uno de esos pequeños riachuelos no muy lejos. En las alforjas llevaban suministros como carne seca, pan de corteza y queso ahumado; no obstante, haber dado con un pequeño arroyo que los proveyera de comida fresca era algo que no desaprovecharían. Finn llevó a los animales a beber, mientras Declan se dedicó a pescar con hilo.
El pensamiento de Rowan continuaba enredado entre hebras rojizas, miraba sin ver el agua cristalina desde la orilla.
—Creí que también pescaríais vuestra propia comida. —La voz sarcástica de Daviano lo hizo voltear. El dreki se había parado a su lado—. ¿O es que al fin hay algo en lo que no sois tan bueno?
—No es una competencia. —Rowan lo miró de soslayo, luego sonrió de medio lado—, pero podemos ver quién pesca más entre tú y yo, a menos de que temas perder.
—¡Já! ¿Qué eres, un niño? No haré eso, no tengo que demostrarte nada.
Rowan pensó en la noche anterior y el afán de Daviano por armar solo su tienda, cuando era evidente que no sabía cómo hacerlo.
—Entiendo, tienes miedo de perder —dijo y volvió la vista al frente.
—¡Estás tan seguro de ti mismo! Te vendría bien que alguien te baje esos humos.
Daviano se dio la vuelta y se encaminó hacia una de las rocas altas en la ribera del río, su soldado se apuró en darle hilo y anzuelo. Rowan sonrió con malicia al verlo y caminó tras él.
—Ah, mi querido dreki —lo llamó Rowan—, ¿qué gracia tendría pescar con anzuelo? Así la victoria dependería más que nada de la suerte.
Daviano frunció el ceño y más al verlo quitarse las botas.
—Me parece que no entiendo —refutó Daviano con voz áspera, cuando Rowan ya se había despojado también de la capa y se arremangaba los pantalones.
—Creí que era obvio —contestó Rowan en ese momento doblándose las mangas de la camisa de lino—, cazaremos los peces con las manos, solo así demostraremos quién es el más hábil.
Cedric y el resto se echaron a reír al ver a Daviano palidecer ligeramente, Rowan también lo hizo aunque agachó el rostro para disimular. La actitud del dreki lo tenía harto y ya era tiempo de darle una lección.
Detrás de él escuchó el chapoteo de los pasos del dreki en las aguas heladas del río, giró un poco sobre su hombro y se recreó con la lamentable imagen que daba el otro: ceño y boca fruncida, piel erizada y pálida; incluso temblaba ligeramente a causa del frío.
—Eso es, Alteza —gritó Cedric desde la orilla—, demostradle quién es el mejor.
Declan y Finn no dejaban de reír, solo el soldado de Daviano contemplaba a su señor con algo de pena. Rowan avanzó con cuidado de no agitar mucho el agua hasta encontrar un cúmulo de piedras. Suavemente, se acercó y se quedó quieto, mirando a través de las aguas cristalinas si acaso algún pez se encontraba al cobijo de las rocas. Como lo supuso, varias colas de un gris tornasolado se agitaban entre ellas. Aguardó con paciencia y se concentró en el movimiento de los peces. Era igual que en la batalla, llegaba un momento en que podía anticipar al movimiento de su contrincante, como si lo sintiera en su propio cuerpo.
Poco a poco introdujo las manos en el agua helada y esperó. Justo en el momento en el que uno de los peces abandonó su refugio, Rowan lo atrapó. Triunfante, sacó el pez que se movía en sus manos y se los enseñó a los hombres que aplaudieron y gritaron felices de su victoria.
Daviano, a unas cuantas varas de distancia, alzó la cabeza y lo contempló enojado. El dreki se había acercado a un tronco hueco sumergido en el agua. Dejó de prestarle atención a Rowan y volvió a concentrarse en atrapar también un pez.
El príncipe le dio su presa a Declan y otra vez hizo lo mismo, se quedó inmóvil cerca de las piedras.
Luego de lo que tardan en consumirse en el fuego dos briznas de paja, un chapoteo lo sacó de su concentración, Daviano forcejeaba con un pez. Al parecer era uno grande y el dreki tenía problemas para sujetarlo. Cuando al fin lo hizo, lo levantó y lo sacó del agua, pero este se escapó de sus manos y saltó. Daviano brincó para agarrarlo de nuevo y resbaló. El dreki cayó en el agua y durante un instante lo único que se veía eran la espuma que producía el forcejeo de hombre y pez debajo del agua.
Afuera, todos reían. Cedric, que era quien más inquina le tenía, se sujetaba el abdomen entre carcajadas. Owen, el tembloroso soldado de Daviano, se metió en el agua con las botas puestas para ayudar a su señor. Rowan estaba más cerca. Pese a todo, también se acercó a la batalla subacuática, pero antes de que pudiera llegar, Daviano emergió con el rostro colorado tanto por el esfuerzo como por el frío. Esa vez sujetaba al pez muy fuerte, había logrado atraparlo.
A duras penas, le entregó el pez a Owen, temblando y con los labios azulados, regresó junto al tronco para seguir pescando. Rowan suspiró al verlo, si continuaba enfermaría y si eso pasaba, los retrasaría. Tal vez no debió ceder al infantil deseo de hacer de Daviano un objeto de burla.
—Eh... —empezó a decir Rowan—, me parece que es un empate.
—Entonces ganará el próximo que saque un pez —dijo Daviano, tercamente y sin mirarlo.
—Estás temblando y tu piel está azul, no creo que sea buena idea que continúes en el agua.
—Tú sigues en el agua —le contestó Daviano sin apartar los ojos del tronco sumergido.
—Sí, porque yo no me caí de cara en el río.
Daviano levantó el rostro y temblando replicó:
—¿Te estás burlando de mí?
—Mira, si te pasa algo, Andreia va a matarme así que...
Pero Rowan no terminó. En ese momento, Daviano metió ambas manos en el agua y agarró otro pez, que como el anterior le daba problemas para sacarlo; iba a caerse de nuevo, así que Rowan se apuró en ayudarlo. Se colocó detrás de él y sujetó de la cintura, de esa forma le daba mayor estabilidad. Daviano sacó el pez y se irguió. Inevitablemente, quedó tan cerca, que su espalda se estrelló contra el pecho de Rowan, quien, además, continuaba con las manos en la cintura estrecha del dreki. Por un instante ninguno de los dos reaccionó, se quedaron uno detrás del otro, quietos, como si la sorpresa de la proximidad los hubiera convertido en estatuas. El cabello rubio de Daviano escurría agua que caía en la camisa de Rowan, así de cerca estaban. El olor del dreki lo envolvió y de nuevo se llenó de los recuerdos de aquella amistad infantil. Hasta que un codazo en su costado lo obligó a soltarlo.
—¿Por qué te me pegas de esa forma? —preguntó de mala gana Daviano. El pez se revolvió violentamente y escapó, regresando al río—. ¡¿Ves lo que hiciste?! Por tu culpa lo perdí.
Rowan quedó sin aliento debido al golpe.
—Trataba de... ayudarte —dijo entrecortado el príncipe, frotándose el lugar donde había recibido el codazo—. Te pusiste nervioso y por eso escapó.
—¿Nervioso? —Daviano dio varios pasos para alejarse más—. ¿Nervioso de qué? Ahora vete, sacaré otro pez y te ganaré.
—No —dijo Rowan y lo tomó de la muñeca jalándolo fuera del agua con fuerza—. Estás helado. Ganaste, sacaste dos peces, eres mejor que yo. Ahora salgamos del río.
—¡Sigues burlándote de mí! —Daviano empezó a forcejear—. ¡Suéltame! ¡Que seas el príncipe no te da derecho!
—Me da todo el derecho.
Rowan continuó arrastrándolo sin prestar atención a sus quejas y forcejeos. Cuando por fin salieron lo soltó.
—Ve a secarte —ordenó Rowan—, y luego caliéntate frente a la fogata, partiremos después de comer.
Daviano le dedicó una mirada envenenada, refunfuñó por lo bajo, pero obedeció. Rato después, los cinco comían los pescados asados frente a la fogata, riendo y bromeando. Rowan observó de soslayo al dreki que masticaba en absoluto silencio, cuando le pareció que sus labios volvieron a tener un color rojizo dio la orden de retomar el viaje.
***No quería que la semana terminara sin actualización. Trataré de organizarme mejor y retomar mi hábito diario de escritura, pero la verdad es que no tengo casi tiempo, la mayoría de mis momentos libres estoy tan cansada que no me provoca escribir, y no porque no tenga inspiración.
Bueno, espero que no los haya aburrido el capitulo, quedó un poco largo. ¿Qué les parece Daviano?
Nos leemos el proximo viernes.
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