Capítulo XX: Traidor

Finalmente, a lo lejos eran visibles las torretas y los banderines de Dos Lunas, ondeando contra el atardecer. El estruendo de los cientos de caballos galopando por las calles adoquinadas y desiertas de la ciudad hacían temblar las hojas de las ventanas y las puertas, a pesar de que estás permanecían cerradas a cal y canto. El metal de las armaduras resonaba igual a una canción de guerra mientras los penachos de hilos carmesí danzaban adheridos a los yelmos.

Encontraron las puertas de la muralla abierta, libre el paso a la conquista del palacio. «Demasiado fácil», pensó Rowan. Supuso que Eirian no había cumplido su palabra de no someter a Andreia hasta su llegada.

Ascendieron la colina sin encontrar resistencia. No salió nadie a detenerlos, ni siquiera cuando Rowan y sus coroneles penetraron en los salones del palacio, todavía montando los caballos. Las llamas de las lámparas y los braseros dentro del lujoso salón temblaron violentamente, algunas se apagaron debido a las furiosas ráfagas de brisa fría que entraron por las puertas abiertas de par en par. La sala sucumbió a las sombras mientras el sonido de los cascos sobre la piedra pulida resonaba entre las paredes.

El príncipe desmontó y se quitó el casco de acero tintado de negro, cuyo penacho, a diferencia del de sus hombres, era plateado. De uno de los corredores salieron sus tíos de manera apresurada, sin embargo, ninguno de los dos vestía armadura o portaba armas.

—Querido Rowan, ¿es esto necesario? —preguntó Nicolai abriendo los brazos y señalando la ofensa que representaba los hombres a caballo dentro del salón del palacio.

—¿Dónde está mi hermana? —preguntó a su vez Rowan con el ceño fruncido.

—En los calabozos del castillo desde hace una semana —contestó Nicolai, muy serio.

—¿Y sus partidarios?

—Con ella —dijo Alestei en un tono conciliador—. No debéis preocuparos, todo aquí está bajo control.

—Ya veo, a pesar de que no fue eso lo que yo ordené.

Alestei lo miró confundido.

—Seguimos las órdenes del emperador.

—Claro —respondió Rowan lacónico.

El príncipe giró y ordenó a sus coroneles bajar de los caballos y dejar estos en manos de los sirvientes, quienes tomaron las riendas temblando de miedo.

—¿Queréis ver a vuestra hermana? —preguntó Alestei.

—Después. Mis tropas y yo estamos cansados. No obstante, me gustaría ver a los que participaron en la reconquista de Ulfrgarorg. Quisiera dar a cada uno el merecido reconocimiento por su labor. Preparad un banquete e invitadlos a todos esta misma noche. También haced que mis hombres descansen apropiadamente.

—¡Qué grande sois, amado sobrino! —lo halagó Alestei con una sonrisa empalagosa—. Ya mismo daré la orden.

Alestei hizo una pronunciada reverencia y salió del salón seguido de su hermano.

Rowan miró a los dos coroneles que lo acompañaban, parecían incómodos en la lujosa cámara. Se habían preparado para una batalla, no para ser recibidos de ese modo.

—¿Ahora qué, Alteza? —preguntó Cedric desconcertado. Era el más joven e inexperto de los dos. Ante la deserción que se había producido en sus tropas luego de lo ocurrido en el paso de Ulfrvert, Rowan se vio en la necesidad de ascenderlo. Esperaba no haberse equivocado en su decisión.

—Ahora descansaréis en vuestros aposentos hasta el banquete. Pronto os daré nuevas órdenes.

Ambos coroneles hicieron una ligera reverencia con la cabeza y siguieron a uno de los sirvientes hasta las que serían sus habitaciones mientras permanecieran en Dos Lunas.

Rowan quedó solo en el salón y observó las sombras que bailaban en el suelo gracias al efecto de las pocas lámparas que permanecieron encendidas. Su corazón se agitó violentamente y el miedo lo acobardó. Respiró profundo un par de veces, no era momento de temer, sino de seguir adelante. Caminó a paso decidido hasta su vieja alcoba, la que seguramente los sirvientes ya tendrían preparada con anticipación, sobreponiéndose a la ansiedad. Había tomado una decisión mucho tiempo atrás, a sabiendas de que lo despedazaría; pero en ese momento que era el decisivo, regresaba las dudas para atormentarlo. Viviría por el resto de su vida con el corazón roto.

Luego de tomar un baño caliente, Rowan se vistió en absoluto silencio y casi a oscuras. Lo único que se escuchaba en su antigua recámara de niño era el murmullo que hacían las telas y los broches metálicos al cerrarse. La flama de los candelabros apenas bastaba para que los sirvientes pudieran colocarle las prendas adecuadas. En esa atmósfera lúgubre, la mente del príncipe divagaba entre pensamientos y recuerdos que iban volviendo su ánimo cada vez más sombrío.

—Está listo, Alteza. —El sirviente le colocó el medallón de plata con la cabeza del lobo en el cuello y se apartó varios pasos, inclinado en reverencia.

Rowan observó su reflejo en el gran espejo de bronce. Vestido de negro y en el claroscuro de la recámara, por un momento se desconoció. Le pareció que era a otro hombre a quien miraba y la ansiedad volvió a cerrarle la garganta, pero debía terminar con lo que había ido a hacer, así eso implicara asesinar una parte de sí mismo. Alisó algunos mechones con un gesto indiferente, arregló un poco la capa sujeta en el hombro derecho y salió de los aposentos, rumbo al banquete.

Dos guardias adelante y dos atrás lo escoltaban por los corredores fríos cuando una anciana apareció corriendo hacia ellos por uno de los recodos. La mujer tenía el cabello despeinado y una expresión de profundo resentimiento en el rostro arrugado.

—¡¿Cómo sois capaz de hacerle esto a vuestra hermana?! —gritó la anciana mientras corría hacia ellos con los puños levantados y los ojos oscuros, llorando de rabia—. ¡Vuestro honorable padre debe estar sufriendo, no alcanzará el descanso por vuestra culpa! ¡Sois un miserable!

Los guardias adelante de Rowan levantaron las espadas y las cruzaron frente a ella, impidiéndole avanzar más. El príncipe la observó, no era más que una sirvienta que se creía con el derecho de insultarlo.

—¡Callaos! —ordenó.

Ella abrió muy grande los ojos, pero volvió a estrecharlos en un gesto de asco sin amilanarse ante él.

—¡Os maldigo! —dijo y escupió al suelo—. ¡Vuestros pobres padres no merecen esta afrenta! ¡Vos seréis condenado por vuestros actos despreciables! ¡No creí que seriáis capaz de esto!—La mujer calló al suelo y derramó lágrimas mientras hablaba—. Yo os amamanté cuando vuestra madre no podía, me arrepiento de haberlo hecho.

La mujer cubrió su rostro mientras lloraba. Rowan no la recordaba, se remojó los labios y suspiró mientras observaba como los hombros enjutos de la vieja sirvienta se estremecían debido al llanto.

—Encerradla en mis aposentos —ordenó—. No permitáis que salga hasta que yo regrese.

Dos de los guardias sujetaron a la mujer de los brazos y la arrastraron por el corredor. Dada la orden, Rowan continuó por el pasillo hasta el salón del banquete.

Se detuvo frente a las puertas dobles de madera labrada y aguardó hasta que el heraldo lo anunció, luego entró en el salón. Los ojos dorados repasaron a cada uno de los presentes, nobles aristócratas de su reino. Se pusieron de pie e inclinaron la cabeza a medida que él y sus guardias pasaban junto a ellos para ocupar su lugar en la mesa servida con espléndidos platillos.

Faltaban los que él adivinó que apoyaban a Andreia: La mujer alta, que era su guardia personal; Daviano y su padre, el primer consejero. También notó la ausencia de Helga Bashmont de Valle Alto. Tomando en cuanta que la sala del banquete se encontraba repleta, dedujo que el respaldo de la nobleza hacia su hermana era muy precario. Se preguntó si en las mazmorras del castillo encontraría algún general del ejército de Ulfrgarorg, pues allí no había ninguno. Eirian nunca le habló de generales, tampoco le mencionó todos los nombres de los drekis que apoyarían la restitución del imperio, pero le quedaba claro que eran muchos, aunque no los conociera a todos.

—Me complace enormemente que pudierais asistir a este pequeño banquete. Pero, por favor, no permanezcáis de pie, sentaos y disfrutad la comida.

El príncipe sonrió brevemente y se sentó, luego lo hicieron los comensales. Los sirvientes se desplazaron entre los puestos rellenando las copas con vino de cerezas, sirvieron la carne y la guarnición. Los invitados comían y reían entre ellos, mientras un trovador tocaba una canción alegre en el laúd. Pronto todo fueron carcajadas y conversaciones ligeras. Rowan los observaba con el codo apoyado en la mesa y la mejilla descansando en su mano, no había comido ni bebido absolutamente nada, no participaba de ninguna conversación y solo su tío Nicolai volteaba frecuentemente para mirarlo. Hasta que el príncipe se levantó, entonces todas las risas, las voces y los susurros cesaron.

Las puertas dobles se abrieron y una decena de soldados portando el uniforme del batallón Estandarte entró en el salón, haciendo un ruido metálico en cada enérgico paso que daban. Rodearon la mesa y entonces volvieron los susurros, pero ya no felices y complacidos, sino sorprendidos y algunos asustados. Alestei y Nicolai lo miraron desconcertados.

—¿Alteza, podéis explicarnos qué significa esto?

—Desde que Ulfrgarorg sucumbió ante Doromir, no habéis hecho otra cosa que adular primero a Cardigan y luego a Eirian. Os habéis olvidado de adonde pertenecéis, en donde están sepultados vuestros ancestros. A pesar de que jurasteis lealtad a mi padre y luego a mi hermana, no dudasteis en traicionarla. ¡Vosotros no merecéis vivir, malditos traidores!

Al instante, muchas espadas fueron desenvainadas y una lucha sangrienta por la supervivencia comenzó en ese salón a puertas cerradas. Los nobles que fueron más rápidos lograron presentar batalla, pero aquellos que demoraron en sacar el puñal o la espada sucumbieron a los soldados. La mesa se llenó de sangre que goteaba y formaba charcos en el suelo brillante. Varios nobles yacían sin vida, algunos sin cabeza y otros con el pecho abierto recostados sobre la mesa repleta de comida, como si no hubiesen sido víctimas de una masacre, sino que reposaran luego de disfrutar del suculento banquete.

—¡Maldita sea, Rowan! —gritó Alestei mientras enfrentaba a uno de los soldados—. ¡¿Te volviste loco igual que Andreia?!

Rowan desenvainó a Osadía, había algo de nostalgia en volver a empuñarla luego de tanto tiempo sin combatir. Saltó hacia adelante, desplazó al soldado que se enfrentaba a su tío y tomó su lugar. Ambas espadas chocaron.

—¡¿Cómo pudiste entregarla a ella?! —gritó Rowan dándole una patada para que se alejara y desenganchara la espada de la suya—. ¡Andreia confiaba en ti!

Alestai rio a carcajadas.

—Nos llamas traidores mientras tú llevas años cogiendo con el enemigo. ¿Quién es peor, querido sobrino? —Alestei blandió la hoja en arco y a punto estuvo de cortarle el abdomen. De no ser porque Rowan giró a un lado rápidamente, su sangre hubiera acompañado a la del resto de los muertos—. ¿Qué es todo esto que estás haciendo? ¿Te enojaste con Eirian? ¿No te cogió bien, acaso?

Rowan apretó los dientes, ¿cómo se atrevía? Arremetió con la espada en ristre sin darle oportunidad. Poco a poco esa sonrisa ufana fue borrándose de los labios de su tío a medida que tenía que retroceder y se veía obligado únicamente a bloquear. Alrededor de ellos ya se habían apagado los gritos y solo quedaban los quejidos de algunos moribundos. Rowan continuó avanzando, se resbaló cuando su bota pisó uno de los charcos y Alestei aprovechó el momento. Su tío desplazó la espada en horizontal, queriendo cortarle la cabeza con el filo, pero Rowan arqueó el cuerpo hacia atrás. Sin ver a su tío, pues por la posición su rostro miraba hacia arriba, extendió el brazo y Osadía se hundió profundamente en el pecho de Alestei.

—Desde hoy y para siempre Ulfrgarorg es libre —susurró Rowan enderezándose.

Los ojos azules de Alestei se clavaron en los suyos, sorprendidos, poco a poco fue resbalándose hasta desplomarse. Rowan lo observó con lástima y se preguntó si su padre había visto todo lo ocurrido desde el Palacio en el Cielo. Si era así, debía estar decepcionado de sus hermanos. ¿Estaría orgulloso de él al fin? Porque él lo único que podía sentir era un agujero inmenso en el pecho. Esa noche, todos los traidores habían muerto, incluyéndolo, tal y como había temido

Seguido por sus soldados de confianza, descendió los escalones de piedra que daban a los calabozos del palacio, pensando únicamente en Andreia, sola en una celda fría y mohosa desde hacía una semana.

Le pidió a Eirian que no hiciera nada en contra de ella y él se lo prometió. ¿Por qué creyó en su palabra cuando ya le había demostrado de mil formas distintas que no era de confiar? Si le habían dañado un solo cabello a su hermana, no tendría piedad de él cuando se enfrentaran.

A medida que descendía, el aire se hacía más difícil de respirar debido a la humedad. Se lamentó de haber expuesto a Andreia a esa situación peligrosa. Tomó una de las antorchas de la pared y avanzó por el pasillo custodiado por guardias. Al verlo, cada uno de los soldados hizo una reverencia, ninguno portaba el uniforme del ejército de Ulfrgarorg, por lo que Rowan dedujo que debían ser los mercenarios de sus tíos, quienes todavía no sabían del destino de sus amos.

—¿Dónde está la princesa? —preguntó con voz ronca y baja. Uno de los guardias señaló una celda—. Abridla.

El soldado obedeció, abrió la gruesa puerta de madera y se hizo a un lado para que Rowan entrara. La luz de la antorcha iluminó el interior helado, los ojos amarillos de Andreia brillaron en la penumbra iguales a los de un lince de las montañas. A Rowan se le apretó el corazón al verla acurrucada en un rincón, aferrada a una capa mugrienta. Tragó, indeciso de acercarse o no. Ella se levantó y fue quien acortó la distancia, extendió los brazos y se prendó de su cuello. Tardó un instante en comprender que su hermana lo abrazaba, pero cuando lo hizo, la apretó contra sí tratando de reconfortarla con su calor. La humedad del calabozo la había calado y sentía todo su cuerpo frío.

—¡Estás helada! ¡Lo lamento mucho! —le susurró contra el oído—. Es mi culpa, no creí que él rompería su promesa.

—Shh —Ella lo silenció—. Está bien, fue mejor así.

Rowan se separó del abrazo y la miró a los ojos.

—¿Cómo dices eso? ¡Él pudo ordenar tu muerte! ¡Si algo te hubiese sucedido, jamás me lo hubiera perdonado!

—Shh. —Ella lo miró con dulzura y le acarició la mejilla, luego se llevó la mano a la cabeza y tomó el broche de su cabello. Cuando lo sacó del moño que sujetaba, Rowan se dio cuenta de que en realidad era una delgada daga cuyo mango decorado parecía un simple adorno para el pelo—. No los hubiera dejado. En realidad, me di cuenta un par de días antes de que mis tíos pensaban apresarme. Se los permití porque era la única forma de que conociéramos quienes eran todos los traidores.

Rowan exhaló consternado, no podía creer que ella se hubiera arriesgado de esa forma tan descabellada.

—¿Y si algo hubiera salido mal? —preguntó mirándola perplejo—. Estás en esta celda fría a punto de enfermar...

—No, yo sabía que vendrías por mí. Estaba segura de que no tardarías. —Ella sonrió con confianza—. Te siento aquí, hermano. —Se señaló el pecho.

—Aun así, no debiste. —Rowan negó varias veces con la cabeza antes de abrazarla nuevamente—. Vamos, no quiero que estés en este horripilante calabozo un solo instante más.

Jelou, hermosuras. ¿Esperaban que Rowan traicionara a Eirian y que siempre hubiera estado de acuerdo con Andreia?

Les dejo abajo fotito de Rowan traumadito, hecha con IA. Besitos, nos leemos el próximo viernes.

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