Capitulo XLVI: Una idea aterradora

El malnacido de Manfred había cargado con ella a través del campo de batalla, exponiéndola como si fuera una vulgar prisionera. Durante la cabalgata no dijo una sola palabra y Andreia, amordazada, sentía que las de ella la quemaban por dentro, quería gritarle mil maldiciones. No sabía como, pero haría que todos los que la humillaban a ella, a su hermano y a su reino pagaran cada afrenta.
Casi una legua al este del Valle del Colmillo y con la espesa neblina descendiendo de las cumbres heladas de Ulfrvert, Manfred la abandonó maniatada en medio de la nieve.
—Sin rencores, Majestad, pero mi madre no tenía intención de enemistarse con Doromir. —Manfred le lanzó una última mirada antes de dar vuelta al caballo y marcharse.
Como pudo, Andreia se puso de pie y miró el blanco cegador que la rodeaba. Estaba lejos de todo: de Ulfrgarorg y lo que restaba de su ejército hacia el oeste y del camino que emprendería Eirian con su hermano hacia el sur.
El frío le quemaba la cara, pronto anochecería y las manadas de lobos saldrían a cazar, empeorando su situación. Caminó buscando algún refugio, pero lo único que encontraba a su paso eran árboles desnudos y nieve. Se acercó a uno cuyo tronco era especialmente rugoso, frotó sus ataduras contra este hasta que logró liberarse, entonces se quitó también la mordaza.
Se las pagarían. Todos lo harían.
Desde las montañas no tan lejanas se escuchó un aullido que le puso los pelos de punta, a este le siguieron muchos otros. Andreia oteó en derredor la lejanía con los ojos muy abiertos, no había más que nieve y ramas peladas que de vez en cuando se agitaban gracias al viento.
No moriría congelada en medio de la nada. Los aullidos sonaron más cerca y la luz rojiza del ocaso invernal cubrió el bosque. O devorada por bestias salvajes. No, ese no podía ser su destino.
—¡Maldita sea! —No había ni un lugar donde esconderse, tampoco tenía armas para pelear.
De entre los esqueletos de los árboles empezaron a acercarse enormes lobos de ojos amarillos y fauces llenas de dientes. Andreia caminó lentamente hacia atrás sin perder de vista a las fieras.
El lobo más grande gruñó agresivo, mostró los colmillos de los cuales escurría una baba espumosa. Como si sucediera muy lentamente, Andreia vio como esas grandes patas se despegaban del suelo para iniciar el ataque.
—¡No! —gritó asustada—. ¡Quieto!
El lobo gris, que ya corría hacia ella, se detuvo abruptamente y ladeó la cabeza mientras la observaba.
Andreia también estaba asombrada, era como si el animal hubiera entendido y obedeciera la orden; sin embargo, en cuanto pasó la sorpresa volvió a gruñir amenazador.
—Tranquilo, Tranquilo —dijo ella tratando de que la voz no le temblara—. No me hagas daño, por favor. No voy a lastimarte.
El resto de la manada se acercaba sigilosa, hasta que el ruido de unos cascos de caballos los puso a todos en alerta.
—¡No se mueva, Majestad!
La voz de Lena la hizo voltear. De inmediato, su corazón se relajó y en su rostro se dibujó una sonrisa. La comandante de la guardia real arremetió con la espada desenvainada contra los lobos.
—¡No, Lena! —gritó Andreia—. ¡No los lastimes!
—¡Pero Majestad!
El caballo de Lena corcoveó asustado de los colmillos de los lobos cuando estos empezaron a rodearlos.
—¡Tranquilos! —Andreia mantuvo la voz firme y calmada y la vista fija en la de los lobos—. ¡Váyanse! No los vamos a lastimar.
De nuevo, como si la entendieran, los lobos dieron la vuelta, el último en irse fue el gris que la había atacado. Este la miró largo rato hasta que, finalmente, también se marchó. El corazón de Andreia latía desaforado tanto por el miedo como por el asombro de lo que acababa de suceder.
—Majestad, ¿estáis herida?
Lena desmontó y se paró frente a ella, repasándola atentamente, buscando alguna herida en su cuerpo.
Fue como si un dique se rompiera, los sentimientos de miedo y desesperación que había mantenido a raya se desbordaron. Andreia empezó a temblar, los ojos se le llenaron de lágrimas y se abrazó a Lena. Era su refugio, su alivio, su salvación.
La comandante se tornó rígida, tal vez no debió perder de esa forma la compostura, pero no pudo evitarlo. Solo en ese momento se dio cuenta de todo el miedo que la atenazaba por dentro. Iba a pedirle disculpas y a separarse de ella, cuando los brazos fuertes la rodearon y Lena empezó a darle palmaditas en la espalda.
Andreia tragó, necesitaba tranquilizarse, así que se separó un poco de la comandante. Esta aflojó el agarre, pero no la soltó del todo.
—No debí... —El labio inferior le tembló y aunque no quería, las lágrimas continuaron cayendo—. Yo...
No sabía qué decir, los ojos celestes de Lena la observaban. Siempre que los veía era como contemplar un cielo de verano: cálido y limpio. Una de las manos cubierta por el guantelete de acero se posó sobre su mejilla con delicadeza y barrió las lágrimas que seguían corriendo. Andreia no dejaba de temblar y más porque Lena se inclinó sobre ella y juntó los labios con los suyos.
Se congeló. El beso la tomó por sorpresa. Lena debió pensar que la rechazaba, porque de inmediato se separó.
—Lo... lo siento, Majestad —se excusó agachando la cabeza—. Yo, no sé...
Era ahora o nunca. Andreia le levantó el rostro, miró un instante sus ojos apenados y volvió a besarla, esta vez con gusto, saboreando sus labios finos y rosados, sedosos y cálidos. Lena respondió casi al instante, la sujetó por la cintura y estrechó su cuerpo contra el suyo, profundizando el beso.

El frío que hasta entonces la entumecía se diluyó en los ardientes labios de Lena. Andreia se abrazó a su cuello y continuó explorando la cavidad ajena, coló la lengua dentro de esa dulce boca y le pareció que se quemaba. Quería más de lo que la comandante tuviera para ofrecer; sin embargo, con delicadeza terminó el beso. Otras cosas apremiaban.
—Majestad... Yo...
Lena esquivó sus ojos. Andreia se mordió el labio inferior y deslizó la palma por una de las rojas mejillas.
—Mi dulce Lena, ¿estás avergonzada?
—Yo...—Con timidez, la miró sin alzar la cabeza—. Me excedí, Majestad. Os he irrespetado.
—No es cierto. Yo te besé después. Las dos queríamos que pasara.
—Majestad... —Lena tragó nerviosa.
—No tienes que decirme Majestad cuando estamos a solas.
—Sí, Majestad.
Andreia sonrió. El viento sopló con fuerza y las ramas de los árboles se agitaron. Cuatro jinetes se acercaban al galope.
—¡Gracias al Palacio en el Cielo que estás bien! —Daviano detuvo el caballo—. Me hubiera vuelto loco si ese bastardo de Manfred te hacía daño. Ahora que sé que estás bien, debemos reagruparnos e ir por Rowan.
Andreia observó a su amigo y a los hombres de confianza de su hermano que lo acompañaban. No existía nada en el mundo que quisiera más que rescatar a Rowan del desquiciado de Eirian, sin embargo...
—No podemos hacer eso, Daviano.
—¿Por qué no? —preguntó el dreki mirándola confundido—. Los sobrevivientes nos esperan en el Valle del Colmillo, si nos apresuramos alcanzaremos a Eirian antes del alba.
Finn y Declan cruzaron las miradas, Andreia captó la duda en ella.
—¿Cuántos sobrevivieron? —preguntó.
Daviano frunció el ceño.
—Los suficientes para traer a Rowan de regreso.
—¿Los suficientes? Eirian acaba de vencernos, Enframia nos masacró. Si Rowan no se hubiera entregado ni uno solo de nosotros estaría vivo. ¡¿Cómo supones que podremos enfrentarlos otra vez?!
—¡¿Dejarás que Eirian se lo lleve?! ¡¿No piensas rescatarlo?!
—¡Claro que quiero rescatarlo, pero antes tenemos que organizar un plan!
—¡Mientras tú piensas un plan, Eirian, Eirian...!
—¡Ya no tengo ejército, Daviano! ¡Entiéndelo! —Andreia gritó con impotencia—. ¡No tengo nada! ¡Manfred y Eirian me lo arrebataron todo!
—¡Más todavía para vengarte! —la increpó Daviano— ¡¿Piensas dejarlo así?!
—¡Si los perseguimos solo estaremos arriesgando a Rowan! —Andreia entendía la desesperación de Daviano, ella misma también deseaba hallar una forma de vengarse de todos ellos, pero no podía arriesgar a su hermano—. ¡Él dijo que lo cortaría en pedazos, ¿lo olvidaste?!
—No. No lo he olvidado. Si no quieres ayudarme, está bien —dijo muy serio y se volteó hacia Declan, Finn y Cedric—. Y si ninguno de ustedes quiere ayudarme a rescatar a Rowan, me decepcionan, pero no me importa. Iré solo.
Daviano se inclinó sobre el caballo, hincó los talones en los costados y este salió al galope. Los tres hombres de confianza de Rowan miraron primero al dreki y luego a ella, parecían aguardar su permiso.
—Sois libres de hacer lo que queráis —dijo con tristeza—, pero sepan que no estoy abandonando a Rowan. Buscaré un ejército y todos los que nos han hecho mal temblarán, nos la pagarán.
Los chicos asintieron y salieron en pos de Daviano.
—Dios del Cielo, protégelos, también a mi hermano —oró ella en voz baja.
Andreia miró a Lena con tristeza y subió al caballo de la comandante, de regreso a Dos Lunas.

Lena dirigía el caballo mientras ella, detrás, no dejaba de fustigarse. La felicidad del beso quedó opacada por la preocupación de la captura de su hermano. Hubiera deseado ir con Daviano y el resto a rescatar a Rowan, pero ¿qué tal si solo empeoraba las cosas? No ignoraba el hecho de que gracias a ella y a su descuido perdieron la batalla. No debió confiar en Manfred, fue porque la logró capturar que Eirian chantajeó a Rowan para que se entregara. Fue su culpa que su hermano, una vez más, se sacrificara en nombre de su gente.
Se le salieron las lágrimas al recordar aquella conversación con Rowan en el lago, su dolor al hablar de Eirian. Y ahora estaba en manos de ese maldito demente. Tenía que encontrar una forma de salvarlo. Necesitaba un ejército invencible. Andreia se abrazó a la espalda de Lena, la comandante murmuró algo, pero sus palabras se las tragó el viento.
Desmontaron frente a las escalinatas del palacio. En lo alto de las mismas, Xena la esperaba. Andreia hizo un mohín, lo último que deseaba era hablar de los malditos lobos renacidos. Subió los escalones de prisa, intentando evitarla.
—¿Es cierto que habéis perdido? —preguntó la joven casi corriendo para llevarle el paso.
Andreia la miró de soslayo, ¿acaso no era evidente?
—Le disteis La Espada de Hielo a vuestro hermano —dijo la chiquilla—, ¿dónde está?
La Espada de Hielo. También se había equivocado al creer que la maldita Espada vencería mágicamente a Eirian y su ejército. Andreia se detuvo en medio de la galería y volteó a mirarla, molesta.
—¡¿Lo ves por alguna parte?!
—¡¿Dónde está la espada?! ¡Veo que no entiendes lo importante que es! —gritó la chica—. ¡No debía permitir que se la dieras! ¡Los cambiaformas llegarán en cualquier momento y sin ella arrasarán con todo!
—¡Los cambia formas, los cambiaformas! —la imitó Andreia con voz chillona y cantarina—. ¡Pues que aparezcan de una buena vez y nos maten a todos!
—No sabes lo que dices. —La chica la miró enfadada y al borde de las lágrimas—. Nada podrá detenerlos, excepto esa espada.
—¡Pues no los veo por ninguna parte! ¿Dónde están, eh?
De pronto, una idea aterradora cruzó su mente. Tomó del brazo a la chica y la arrastró a través del corredor mientras Lena las seguía muy de cerca.
—¡¿Qué te ocurre?! —Chilló la jovencita—. ¡Suéltame, me haces daño!
El consejero Lennox y la drekisa Helga se acercaron desde el salón azul donde debían haber estado reunidos.
—¿Majestad?
—¡Alabado se Nu-Irsh! ¡Estáis a salvo!
Andreia no les hizo caso y siguió avanzando. Cruzó toda la galería hasta llegar a sus aposentos.
—Lena, por favor, no permitas que nadie entre.
La comandante asintió y se quedó vigilando la puerta mientras Andreia arrastraba a la chica adentro del dormitorio.
—¡¿Qué crees que haces?! —preguntó la muchacha, enfadada.
Andreia tensó la mandíbula antes de hablar.
—Vas a decirme ahora mismo todo lo que sabes de esa maldita espada y de los cambiaformas, incluyendo como despertarlos.

*** Situaciones desesperada requieren de soluciones desesperadas.
¿Qué les pareció el capítulo? ¿Será que Andreia si despierta a los cambiaformas?
No se olviden de votar, bbs. Ojalá y aquellos que no se atreven a comentar lo hagan, ustedes no saben lo motivador que puede llegar a ser cuando siento que esto es pura basurita.
Nos leemos el proximo viernes, besitos.

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