Capitulo XLVI: Un ejército invencible

La transformación a lobo no solo fue dolorosa, también la dejó exhausta. O quizás no era cansancio lo que la agobiaba, sino una honda tristeza que le aplastaba el corazón.

Suspiró, cerró los ojos y un par de lágrimas cayeron de ellos. No había nadie a su lado; por primera vez estaba sola. Levantó el rostro hacia el cielo cargado de estrellas en esa cordillera helada, despejado gracias a la magia. Una suave brisa con los aromas de la primavera le acarició la piel, un leve consuelo en medio de su tristeza.

—¿Dormirás aquí afuera, mi reina?

Andreia respingó ante la voz profunda. A pesar de sus sentidos agudizados, no notó a Maynard acercarse.

—¿De verdad soy tu reina? —preguntó mientras él se sentaba a su lado en el banco de piedra.

—Mi alfa, si lo prefieres. —Los ojos grises de Maynard eran pacíficos, su voz reposada al hablar—. La reina de lobos y hombres. Juntos gobernaremos esta manada y la llevaremos al lugar que merece.

El lugar que merecía. Ella solo deseaba venganza, nada más. Que los responsables de la muerte de su hermano pagarán.

—Entiendo tu dolor, sé lo que se siente perder a un ser querido y no poder hacer nada —continuó Maynard con la voz llena de melancolía—. Sentir que el odio te quema y que lo único que podría apagar el fuego es la venganza. Les haremos justicia a Rowan y a mi hijo.

Andreia frunció el ceño y lo miró sorprendida.

—¿Sabes lo que estoy pensando?

—Antes que cambiaformas somos bregnas. —Maynard le sonrió, luego dirigió la mirada lánguida al frente—. Podemos entrar en la mente de los lobos y de otros bregnas.

—Así que por eso conocía los pensamientos de mi hermano. Pensé que se debía a que éramos gemelos. —Ella lo miró con interés—. ¿También puedo entrar en la mente de otros vermishei? —Maynard asintió—. ¿Y en la tuya?

—Solo si yo quiero.

—¿Sabes bloquearla? ¡Enséñame!

—Es tarde y estamos agotados—. Maynard se levantó y le ofreció la mano para que ella hiciera lo mismo—. Mañana te enseñaré lo que quieras, pero ahora necesitamos dormir y reponer energía.

Andreia le dio la mano y volvió con él a través de las intrincadas galerías de piedra que cruzaban la montaña. Creyó que la llevaría a la vivienda de Xena, pero en su lugar entraron en una residencia más grande y mejor amoblada.

Dos guardias vigilaban el umbral y en el interior un par de mujeres jóvenes se afanaban sirviendo alimentos en una mesa baja de madera. Olía delicioso: carne asada, tal vez ternera o algún lechón joven; papas y vino de uvas de olor dulce y afrutado. Se le hizo agua la boca; estaba hambrienta y solo entonces lo notaba.

—Ahora que el lobo dentro de ti ha despertado, tus apetitos cambiarán y querrás comer más que nada carne.

Afanada en devorar el contenido del plato, no lo escuchó muy bien, incluso dejó de lado sus modales refinados. Le pareció que la comida era exquisita, como si nunca antes hubiera probado algo similar. Lástima que se lo terminó en dos bocados. Se relamió la grasa de los labios y fue cuando lo miró.

Maynard la contemplaba con una sonrisa entre asombrada y satisfecha.

—Me alegra que haya sido de tu agrado.

Andreia estaba confundida; por un momento dejó de ser ella misma y le cedió el paso al instinto primitivo de saciar el hambre.

—¿Qué más ha cambiado en mí?

El hombre se sirvió vino en una copa antes de contestar.

—Fuerza, agilidad, velocidad, inteligencia muy superior a la de cualquier fölr —Maynard tomó su brazo derecho y le quitó la venda de la muñeca—. La capacidad de sanar. Nada te puede hacer daño.

Andreia observó asombrada cómo dónde debía estar la herida de la cual brotó la sangre que despertó a los cambiaformas, no había ni siquiera un rasguño.

—No es posible —murmuró deslizando el dedo por la piel lisa del interior de su muñeca.

—Nada puede matarnos, mi reina. Un ejército invencible te espera para cumplir cada una de tus órdenes.

—¿Y la magia, tampoco puede lastimarme?

Maynard hizo un movimiento con sus dedos y chispas brotaron de ellos que luego convergieron y formaron una pequeña llama suspendida en su palma.

—La magia está a tu servicio; la venganza, de tu lado.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Andreia que contemplaba absorta el milagro. Pronto tendría a sus enemigos de rodillas. Recordó la risa burlona de Manfred de Enframia antes de abandonarla en la nieve. Si el maldito no los hubiera traicionado, su hermano seguiría vivo. Con él empezaría; Enframia sería el primer reino en caer.

A Eirian lo dejaría de último. Con el asesino de su hermano se divertiría, lo haría sufrir largamente hasta que suplicara morir.

—Quiero que partamos cuanto antes. —Andreia puso en sus palabras toda la determinación que sentía.

—También yo lo deseo. Han sido largos años aguardando este momento. Sin embargo, debemos prepararnos y, antes que nada, reponer la energía que esta primera transformación ha consumido.

Maynard tomó su mano y besó el dorso moreno con delicadeza. Le obsequió una sonrisa complacida antes de marcharse en silencio.

Las doncellas también salieron luego de preparar el lecho para su descanso. Andreia se acostó entre mantas suaves de lana y se quedó dormida, soñando con mil maneras de humillar a Manfred y asesinar a Eirian.

Al día siguiente se sintió vigorizada. Una nueva fuerza se esparcía por todo su cuerpo, al igual que sensaciones mucho más potentes. Una de las doncellas de la noche anterior entró trayendo los alimentos.

—¿Cómo os llamáis? —preguntó Andreia cuando la joven dejó la bandeja sobre la mesa.

La muchacha respingó y un tenue rubor cubrió sus mejillas antes de hacer una reverencia.

—Licah, mi señora.

—¿Sabéis quién soy y por qué estoy aquí?

La chica asintió.

—Sois quien nos dio el poder de convertirnos en lobos.

—¿Qué pensáis acerca de eso?

A Andreia le interesaba saber cómo la percibían los comunes de la tribu; después de todo, ellos conformarían su ejército y era importante ganar su lealtad. No se le escapaba que seguía siendo una advenediza y una extraña por más sangre vermishei que corriera por sus venas.

—Siempre hemos vivido aislados del resto del mundo en esta montaña, tenemos vidas simples. —La muchacha mantenía la mirada gacha y se acariciaba los brazos, reflexionando en la pregunta—. Pero entre nosotros todavía hay algunos que tienen magia, visiones y pueden caminar en la piel de los lobos. Dicen que antes todos podíamos hacerlo, pero los cambiaformas nos quitaron ese poder. Siempre escuché que gracias a que Do.mirh los venció seguimos vivos, pero ahora...

—Ahora son ustedes los cambiaformas y no sabéis en qué creer —completó Andreia—. Supongo que así piensa la mayoría.

—Estamos confundidos, mi señora.

—Entiendo. Gracias, Licah por tu sinceridad. ¿Es posible que siempre me atiendas tú? Te explicaré muchas cosas y, a su vez, quiero que seas mi conexión con el resto de la tribu.

La muchacha la miró con los ojos muy abiertos y cuando se cruzaron con los suyos, los bajó, azorada.

—Será un honor, señora.

Andreia le sonrió y luego le ordenó en voz baja:

—Ahora ve con los ancianos de la tribu y diles que me gustaría reunirme con ellos.

La muchacha asintió y, diligente, salió de la recámara. Que los vermishei dudaran no le convenía. Debía mostarles la verdad, que fueron ellos las víctimas y que ahora tenían la oportunidad de recuperar todo lo que les arrebataron los humanos.

Se reunió con los ancianos y Maynard y acordaron explicarles a la tribu claramente los eventos del pasado que los condenó a vivir en las entrañas de la montaña, sin su magia, ni la capacidad de transitar en la piel de los lobos, como podían hacerlo antes de que Do.mirh los venciera.

Esa noche no fue Maynard el que se dirigió a la tribu, sino Malag Kena . Él era el líder que ellos conocían y en quien confiaban, así que dejaron que les explicara la situación y recuperar de esa forma la confianza de los vermishei.

El anciano desde la plataforma central los observaba. Cientos de ojos claros fijos en él y un murmullo extendiéndose igual que esa brisa primaveral que agitaba levemente los árboles frutales. Andreia contemplaba expectante a la muchedumbre; necesitaba que creyeran en ellos, quería marchar cuanto antes.

—Sé que pensáis que los ancianos les hemos mentido —comenzó Malag Kena su discurso—, pero solo os protegíamos de la verdad. Todo este tiempo hemos estado aguardando el regreso de Ulfr han, quien nos llevará a recuperar la antigua gloria. Las leyendas son reales; hubo una época gloriosa en la que la magia estaba en los vermishei, vivíamos con libertad en los valles del Norte y no enterrados en una montaña. Hasta que los humanos aparecieron y con ellos vino la desgracia.

»Las hadas, temerosas, sellaron nuestros poderes y nos condenaron a vivir dentro de la montaña. Venerábamos la tumba de Vicar Maynard, pero aparentábamos que le rendíamos culto a esa infame espada que nos quitó todo.

»Pero desde que la reina Andreia trajo de regreso al Ulfr han, eso cambió. El poder y la magia vuelven a estar en nosotros y nuestra antigua gloria será restaurada una vez que venzamos a los reinos humanos. —Malag Kena fijó la mirada en su público, que lo observaba hechizado, incluso los murmullos dubitativos habían muerto en las gargantas, estaban fascinados con sus palabras—. Es por eso que vuestros ancianos os piden que nos unamos, recobremos lo que nos quitaron, demostremos al mundo quiénes somos.

Maynard se transformó en lobo con una rapidez y facilidad asombrosas, nada de miembros creciendo de forma grotesca o expresiones de dolor, simplemente pasó de ser un hombre a un animal espléndido y enorme en un instante. El lobo negro le aulló a la luna y ella sintió un tirón en su interior, la imperiosa necesidad de hacerlo también. El resto de la tribu dejó la piel humana y vistió la de lobos; el valle se llenó de aullidos eufóricos, un sentimiento compartido de unión. Eran una manada, como aquel cántico mágico: eran uno.

Esa noche, los vermishei abandonaron las profundidades rocosas de la montaña que fue su hogar por doscientos años y marcharon en pos de Maynard, Andreia y los ancianos rumbo a la conquista de la tierra que los había marginado.

Andreia había ganado un ejército con capacidades sobrehumanas que soportaba mejor el frío salvaje de las montañas y veía sin ninguna dificultad en la oscuridad bucólica de esa noche neblinosa. Atravesaban el bosque cubierto de nieve mucho más rápido de lo que lo harían soldados humanos. Aun así, no llegaban a las dos mil personas y estaban en desventaja numérica para luchar contra Enframia. Tampoco tenían provisiones. Maynard acercó el veömirs en el que cabalgaba al suyo.

—Cada vez estamos más cerca de nuestra venganza —dijo el hombre con una sonrisa lobuna.

—A mí no me lo parece —replicó ella sin apartar la vista del frente—. No son suficientes. No tenemos provisiones para alimentarlos en un viaje tan largo.

—Piensas como humana, mi reina. Debes dejar que el lobo tome el control. —Maynard ensanchó la sonrisa de dientes amarillos. Ella lo observó sin entender del todo a qué se refería—. Debemos desviarnos solo tú y yo del camino; hay algo por hacer para ampliar nuestro ejército y volverlo invencible.

Andreia lo miró entre la curiosidad y la desconfianza. Trató de ver sus pensamientos, pero no lo logró. Necesitaba aprender pronto a controlar su poder.

Maynard cruzó a la izquierda tanto que ella tuvo la impresión de que daban la vuelta. Iban de regreso a la cordillera.

—¿Adónde vamos?

—No falta mucho, ya lo verás.

Continuaron cabalgando entre los pinos, cuyas ramas deshojadas cubiertas de nieve temblaban gracias a la brisa fría. El ulular de los búhos y el resoplido de los veömirs era el único sonido alrededor. Creyó que seguirían toda la noche hasta que él se detuvo en medio de un claro.

No había nada especial en aquel lugar, pero cuando Maynard descendió del veömirs se agachó en el suelo, pasó la mano como si lo acariciara y luego olfateó la tierra adherida a la punta de sus dedos.

—Es aquí —dijo con un suspiro—. Ven.

Andreia desmontó y lo miró sin entender qué pretendía. Maynard tomó una rama seca e hizo símbolos sobre la nieve, luego empezó a recitar aquellos versos ya conocidos.

—Med blód, okkar blód, orjufanlegt band. Ver erum.

Los repetía cada vez más rápido hasta que la nieve que cubría el suelo comenzó a vibrar. Él la jaló de la muñeca sin dejar de recitar el encantamiento y, de pronto, con una uña, que era más bien una garra, cortó su piel. Otra vez, la sangre de Andreia fluyó y se esparció por la nieve, llenando los surcos de los extraños símbolos que Maynard había hecho.

Los caracteres se colorearon de escarlata en el blanco suelo, mientras todo a su alrededor vibraba gracias a las palabras que Maynard susurraba sin cesar. Entonces la noche se hizo más oscura, más fría; la niebla se volvió negra y se arremolinó en torno a ellos.

—¡Suéltame! —Andreia, asustada, se zafó del fuerte agarre y se alejó unos pasos de Maynard—. ¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Qué ocurre?!

Justo donde se encontraban los símbolos coloreados con su sangre, la tierra se abrió y de ella emergieron cientos, miles de esqueletos putrefactos, algunos de los cuales conservaban jirones de piel pegados a los huesos y mechones de cabello sucio colgándoles del cráneo.

Dientes afilados sobresalían de las calaveras. El cántico de Maynard se volvió vertiginoso, al igual que la bruma negra que los envolvía como si fuera un tornado. Los cadáveres se reconstruyeron a medias, se irguieron, se transformaron en lobos espectrales y los rodearon.

—¡Tu ejército, mi reina!

Andreia miró aterrada a su alrededor. Los cambiaformas de antaño, aquellos que según la leyenda arrasaron el Norte, habían vuelto a la vida y sus ojos amarillos brillaban con un fulgor terrorífico.

—¡No! —exclamó casi sin aliento y dio varios pasos para alejarse de Maynard—. ¡¿Qué es esto?! ¡Esto no es lo que quiero!

—¡Me perteneces, nos pertenecemos! ¡Somos uno!

Maynard cortó su propia muñeca con su afilada uña acristalada. La sangre que brotó no llegó a caer al suelo; se volvió humo carmesí y rodeó a Andreia.

«El brazalete» pensó ella, como si fuera la última rama a la cual asirse antes de precipitarse al abismo. Tomó la pequeña bolsa de piel que llevaba atada en su cintura, pero antes de que pudiera abrirla, la niebla rojiza penetró por sus fosas nasales y se extendió dentro de su cabeza. En un instante la realidad se volvió confusa y miles de fragmentos de su vida con otros que no recordaba se juntaron, se amalgamaron y se volvieron uno. Incapaz de pelear, cayó al suelo de rodillas con las manos apoyadas en la nieve y, casi de inmediato, se convirtió en lobo.

—¡La era de los lobos ha llegado! —proclamó Maynard y se transformó.

Maynard, Andreia y la legión de cambiaformas espectrales se adentraron en el bosque hasta perderse en la oscuridad.

GLOSARIO

Bregnas: Se traduce como intercambiadores.  Los bregnas son personas capaces de intercambiar su conciencia temporalmlente con la de algunos animales como lobos, cuervos o hawkr. Algunos bregnas poseen ademas la capacidad de hacer magia y la clarividencia.

fölr: Es como los vermishei, nativos de Olhoinalia llamaban a los humanos que vinieron de la tierra mas alla del norte de Northsevia cuando estas se congelaron.

Ulfr han: Proviene del lísico antiguo y se traduce como Gran Lobo. Es el título honirífico del líder de los vermishei.

Med blód, okkar blód, orjufanlegt band. Ver erum: Por la sangre, nuestra sangre, un vínculo inquebrantable. Somos uno

***

***Bueno... Andreia y su ejército. 

¿Qué les pareció el capítulo?

Nos leemos el próximo viernes.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top