Capítulo XLIX: Amigo o enemigo
Llevaban viajando varios días, tal vez cuatro o más, Rowan no estaba seguro. Cada día se parecía demasiado al anterior.
Al atardecer el ejército se detenía y montaban el campamento. A él lo llevaban a la tienda del emperador, donde anclaban la cadena en sus tobillos al suelo, y ahí permanecía hasta el otro día. Cuando las tropas volvían a ponerse en movimiento antes del alba, un soldado lo buscaba y lo transportaba hasta el carruaje en el cual viajaría junto a Eirian, que cada vez actuaba más como un loco.
Los pocos momentos en los que permanecía solo, porque Eirian se reunía con su consejo, eran los únicos de su día en los que podía estar tranquilo y pensar.
Pero cuando él llegaba, toda esa calma se acababa, se disipaba igual que el humo de una hoguera y solo quedaban las furiosas llamas ardiendo, queriendo devorarlo. Si permanecía en silencio, Eirian explotaba, molesto de que lo ignorara. Si lo miraba, no le agradaba la forma en la que lo hacía; y cuando hablaban era todo peor. Discusión tras discusión, cada una terminaba siempre de la misma forma: con Eirian furioso, sometiéndolo y apaciguando la rabia con su cuerpo.
No podía rebelarse, Eirian había atrapado a Daviano, Finn, Declan y Cedric y constantemente lo amenazaba con la seguridad de ellos. Así que Rowan solo cedía. En esos horribles momentos, intentaba pensar en cualquier trivialidad que lo alejara de lo que sucedía. Se concentraba en la llama ardiendo en el brasero, en la mancha con forma de mariposa de la lona verde de la tienda, en lo suave que eran las pieles en las que se hallaba tendido.
Tosió y el pecho le dolió un poco. La cadena era lo suficientemente larga como para permitirle sentarse a la pequeña mesa de madera dentro de la tienda. Observó el frasquito con la medicina que antes le había traído el sorcere sanador por orden de Eirian. Tendría que beberla si deseaba recuperarse, pero en lugar de eso, se sirvió de la jarra de plata. No era licor de cerezas, mucho menos hidromiel: simple agua. Hubiera deseado ahogarse en alcohol, pero claro que Eirian no lo permitiría, él odiaba a los borrachos por qué le recordaban a su padre.
De pronto, Rowan empezó a reír, era una macabra ironía del destino. Eirian detestaba a su padre al punto en que terminó convertido en su réplica. Rio tan fuerte que lo atacó otro acceso de tos. El emperador había enloquecido, quizá peor que Cardigan, y pronto lo asesinaría, igual que aquel hizo con la madre de Eirian.
El acceso de tos terminó con hilos de sangre escurriendo de su boca. Rowan se limpió con el pañuelo y bebió otro poco de agua. Temblaba de frío a pesar de la manta de piel de lobos que cubría sus hombros.
—Terminaste siendo el mismo malnacido que fue Cardigan —dijo para sí.
Volvió a reír, pero ya no tosió. Las lágrimas cayeron de sus ojos sin esfuerzo. ¿Por qué se transformó en ese monstruo? ¿Acaso estaba destinado a ello? Cuando eran niños, Eirian se escondía de Cardigan. Tomaba a Rowan de la mano y subían hasta la colina de los cerezos. Cerró los ojos y le pareció sentir sobre la piel el calor de los rayos del sol, colándose a través de las ramas repletas de flores blancas y rosas. La fragancia dulce llegó en forma de recuerdo, al igual que ese aroma frutal que tanto llegó a amar.
«Sé que algún día te irás» le había dicho Eirian cobijado por la sombra de los árboles. «Prométeme que cuando eso pase seguiremos siendo amigos». Rowan lo miró con una sonrisa. «¡Qué tonto eres, Cerecita! ¡Siempre lo seremos!»
Hablaban hasta que el sol se ocultaba, no había secreto que no se contaran y después de que se enamoraron nada cambió. Pescaban, se tendían bajo los cerezos, charlaban y hacían el amor. Y cuando Cardigan arremetía contra Eirian o el dolor de estar lejos de su familia torturaba a Rowan, se consolaban mutuamente con esa certeza de que nadie más en el mundo los entendía como lo hacían ellos mismos.
Se sorbió la nariz y limpió con rabia e impotencia las lágrimas que le bañaban el rostro. ¿A dónde se fue todo ese amor? ¿Cuándo se esfumaron los días dedicados a hablar y escucharse, a compenetrarse? No fueron una ilusión, existieron, estaban muy presentes en su memoria. Eirian fue su mejor amigo, el único que tenía y luego su dulce amante, el que hacía de todo por complacerlo. ¿En qué momento cambió? ¿Fue su culpa? ¿Fue porque a veces a Rowan lo asaltaba la duda de pensar que estar con él, su enemigo, era un error?
Porque sí, a pesar de todo, Rowan no se entregó al cien por ciento. Siempre tuvo esa reticencia, la vocecita en el fondo de su conciencia gritándole traidor.
Quizá si le hubiera dado su amor incondicionalmente...
La puerta de lona de la tienda se abrió, un cuerpo permaneció en la penumbra. Rowan tragó. No quería ver a Eirian, esa noche no podía lidiar con más dolor.
—¡Alteza, rápido! —El hombre entró y la luz de los braseros lo iluminó. No era Eirian, sino un soldado con cabello oscuro y ojos color miel—. ¡He venido a ayudaros a escapar!
—¿Escapar?
Rowan lo observó en detalle, su rostro se le hacía familiar. Era aquel soldado que le notificó a Eirian que Daviano y el resto los seguían. El joven se acercó de prisa a sus cadenas con una tenaza.
—Espera. —Rowan lo detuvo—. ¿Qué estáis haciendo?
Por su insignia vio que era un capitán, sin embargo, Rowan no lo conocía, no había servido cuando él era el comandante del ejército de Doromir. ¿Por qué un desconocido querría ayudarlo y traicionar a su emperador?
—Vuestra hermana os espera —contestó mirándolo por encima del hombro—. Me envió para ayudaros a vos y vuestros hombres.
El joven cortó la cadena con la tenaza. ¿Era un espía de Andreia? Que ejércitos enemigos infiltraran hombres en tiempos de guerra, no era una práctica infrecuente. Él mismo solía valerse de ella y tenía espías en cada una de las colonias que había conquistado para Doromir. Sin embargo, su hermana nunca se lo mencionó.
—No voy a irme, di mi palabra.
El capitán giró del todo y lo observó asombrado.
—El emperador va a matar a vuestros hombres y ellos no escaparán sin vos.
Era cierto. Eirian jamás cumplía sus promesas, tarde o temprano los mataría en uno de sus cada vez más frecuentes ataques de furia. Aun así, sentía que algo no estaba bien.
—Los denunciasteis, fue por vos que los apresaron.
—No fui yo quien los descubrió, simplemente me ordenaron darle la noticia al emperador. Alteza, entiendo que en estas circunstancias no confiéis en mí. —El capitán se paró frente a él— . Os aseguro qué deseo ayudaros, mi madre era de Ulfrgarorg. —El joven sacó de entre el uniforme una cadena de la cual colgaba un medallón de plata con la cabeza de un lobo. —Permitidme ayudaros, por favor.
Rowan volvió a observarlo, dudaba. Si escapaba, Eirian lo perseguiría hasta el confín del mundo. Si se quedaba, él y sus hombres terminarían muertos.
Libre podría idear algún plan para liquidar a Eirian definitivamente. Tomó una decisión.
—Está bien. —Ofreció las manos para que cortara también las cadenas en ellas.
—Debemos apresurarnos. —El joven le entregó un uniforme del ejército de Doromir y una capa que sacó de un zurrón que llevaba cruzado en la espalda.
Rowan dejó a un lado la manta y el frío que sentía empeoró. Estaba débil y mareado a causa del resfriado, además, hacía días que los alimentos no le apetecían y lo poco que comía, era porque Eirian lo obligaba. Hizo un esfuerzo y empezó a desvestirse. De pronto, fue demasiado consciente de las marcas que debía tener su cuerpo, producto de los asaltos de Eirian. Se movió hasta el lugar donde menos luz había y se cambió de prisa.
El joven capitán vigilaba el exterior a través de la abertura en la lona. Rowan, ya con el uniforme de Doromir puesto, miró el arcón donde Eirian guardaba su ropa.
—¡¿Qué estáis haciendo, Alteza?! —preguntó el joven desde la entrada de la tienda al verlo abrir el baúl—. ¡Debemos irnos!
Rowan rebuscaba entre las pertenencias de Eirian. Apartó camisas y pantalones de seda, levitas de terciopelo y finas capas de piel. Ya perdía las esperanzas, cuando, envuelta en una manta, la encontró. La sacó un poco de la vaina y la luz de los braseros dio de lleno en la hoja de plata y acero, haciendo que parte de la inscripción en esa lengua antigua se hiciera evidente: «La sangre de los valientes vence la oscuridad» había dicho la sacerdotisa que significaba.
Los sueños con los lobos seguían repitiéndose, así que no podía irse sin La Espada de Hielo. Se la colgó al cinto, se cubrió la cabeza con la capucha de la capa y salió de la tienda.
El capitán iba delante, caminando de prisa, y Rowan lo seguía de cerca, evitando cruzar la mirada con alguien que pudiera reconocerlo. Algunos soldados se aglomeraban alrededor de las fogatas, calentándose en esa fría noche invernal. Reían y bebían, lo normal en los momentos de paz luego de una gran batalla. El recuerdo de tiempos pasados en los que él mismo fue uno de ellos, le pareció tan lejano e irreal como si nunca hubiese sucedido.
—Saldremos por el oeste —dijo el capitán—. Es el extremo menos vigilado.
—¿Dónde está Eirian? —Era extraño que la tienda del emperador no tuviera guardias y él no apareciera.
—Tengo entendido que hay problemas en Noon. El emperador está reunido con los generales, por eso debemos apurarnos, no tendremos otra oportunidad como esta. Cuando los guardias se den cuenta de que no estáis, darán la alarma y no podréis huir.
—¿Vendréis con nosotros? Si Eirian os descubre, os matará.
Una ráfaga de viento helado agitó las llamas de las fogatas, varios soldados que se calentaban alrededor rieron, Rowan se sostuvo la capucha y agachó la cabeza.
—No os preocupéis por mí, nadie sabe que entré en la tienda del emperador.
—¿Cómo os llamáis, capitán? Os debo mucho.
—Brand Orson, Alteza.
«Brand Orson». Repitió el nombre en su mente, no quería olvidarlo. Cuando estuviera en Ulfrgarorg buscaría la forma de recompensarlo. Las tiendas cada vez se hacían más escasas, hasta que no hubo más de ellas. No había tampoco empalizada rodeando el campamento. Eirian debía estar muy confiado de que nadie atacaría, ni él escaparía para ni siquiera tener vigilancia.
Caminaron unos doscientos pasos alejándose de la última tienda. En la oscuridad del bosque, la luz de una antorcha llamó su atención. Al enfocar mejor los ojos se dio cuenta de que era una carreta medio oculta detrás de los troncos de unos árboles deshojados.
Rowan giró sobre el hombro y miró fugazmente al capitán.
—Esa carreta os llevará lejos de aquí —le explicó Brand.
—¿Y mis hombres? —preguntó con la vista en la carreta.
—En cuanto estéis a salvo, iré por ellos.
Rowan frunció el ceño. Dentro del campamento ya estarían enterados de su escape, Brand no podría liberar a sus muchachos. Iba a girarse para decírselo, cuando un fuerte golpe en su nuca hizo que el mundo se apagara. Rowan cayó en la nieve, inconsciente.
***¿Amigo o enemigo? ¿Qué creen?
No sé que mas decirles jejeje. Feliz Halloween. Vayan a leer Alianza de sangre si todavía no la han leído, les juro que se van a divertir. Un vampirito sexy y un cazador malhumorado en la noche de Halloween, tratando de salvar al mundo mientras coquetean.
Hasta el próximo viernes.
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