Capitulo XLIV: El Valle del Colmillo
Apenas amanecía aquella mañana del cuarto día de la sexta lunación del año. La noche anterior había nevado y el sol invernal extendía sus rayos pálidos por el bosque, como si quisiera disipar la neblina y sacar reflejos de plata de las hojas y el suelo cubierto de blanco. Rowan, Cedric y Finn a caballo sobre la colina que bordeaba el Valle del Colmillo escudriñaban en la distancia con sus catalejos. La bruma hacía difícil la observación, sin embargo, a unas cuantas leguas podía apreciarse ya el ejército de Doromir marchando en formación. Llegarían en un cuarto de vela de Ormondú.
—Están cerca —dijo Cedric.
Rowan asintió y le dio vuelta al caballo. Detrás de ellos, en la cima de la colina, aguardaban los hombres del Batallón Estandarte, los que lo habían acompañado desde hacía más de cinco años en la conquista del Norte. Se paseó frente a los soldados y miró los ojos de cada uno.
—Hoy me siento honrado de estar aquí, con vosotros, mis apreciados amigos. Hemos compartido tanto durante estos años que ya no tengo palabras para agradeceros que continuéis junto a mí, hoy luchando por proteger mi reino, el vuestro también.
»Mirad a cada lado, quien cabalga ahí no es solo un soldado, es vuestro hermano y el mío. Somos una fuerza imparable, un muro de acero y valor. ¡Somos el aliento del lobo! —gritó Rowan.
—¡El terror del Norte! —respondieron los hombres del batallón Estandarte al unísono.
Rowan se giró hacia Finn y Cedric en medio de los vítores y el alboroto, en sus ojos brillaba la determinación y el valor. Tomó sus brazos con fuerza, el agradecimiento que sentía en su corazón era inmenso.
—Si el Gran Lobo del Norte decidiera hoy llevarse mi vida, moriré feliz de haber luchado a vuestro lado.
Los hombres esbozaron una ligera sonrisa.
—No hay mayor honor que morir en batalla al lado de nuestros amigos —dijo Cedric.
—¿Cuál morir? —rio Finn—. El único que va a comer tierra hoy será el puto emperador. ¡Somos el Aliento del Lobo! ¡El Terror del Norte!
—¡Así será! —Rowan amplió la sonrisa—. Tomad vuestras posiciones, en cuanto el ejército de Doromir entre al valle, dad la orden a los arqueros.
—Sí, Alteza —contestaron ellos.
El viento gélido sopló con fuerza y levantó el cabello de Rowan sujeto en una cola alta mientras dirigía a Anto colina abajo, hacia el lugar donde la caballería y la infantería de Ulfrgarorg esperaba.
—Doromir ya viene —le dijo al general Abramsson.
—Estamos listos, Alteza.
Rowan asintió y miró la formación: tres mil hombres dispuestos a dar su vida por proteger su país y sus seres queridos, por detener a Eirian y por fin ser libres. Porque ese día Rowan no los defraudaría, se reivindicaría con su reino, los liberaría.
—¿Tenemos noticias de Enframia? —preguntó Rowan.
—Antes del alba envié emisarios a averiguar la posición del príncipe Manfred. Acaba de llegar un haukr, estará aquí en dos sextas.
—Muy bien. Entonces a darlo todo hoy, general. —Rowan se giró, se aclaró la garganta y habló a su ejército lo más fuerte que pudo—: Hoy haremos libre a nuestra nación, hoy ganaremos la gloria. Doromir cree que puede aplastarnos, pero le demostraremos que para la tierra de los lobos, la familia es lo primero. Lucharemos no solo por la victoria, sino por nuestros hijos, por nuestros padres y hermanas. —Desenvainó La espada de Hielo y la levantó—. ¡Por Ulfrgarorg!
—¡Por Ulfrgarorg!— gritaron al mismo tiempo en respuesta.
Hacía casi tres lunaciones que habían salido de Doromir. Sus siete mil hombres llevaban marchando en las montañas heladas de Ulfvert poco más de sesenta días y estaban agotados, Eirian lo sabía. A eso se sumaba que el maldito frío había empeorado después de que cayera la primera nevada, pero pronto todo terminaría.
El emperador del Norte iba a caballo vestido ya con su armadura esmaltada en verde y forrada de cuero para aliviar el frío, con la cabeza del lobo dorada adornando la coraza. Detrás de los heraldos y los estandartes, cabalgaba al frente de su ejército, porque podrían decir cualquier cosa de él, menos que fuera un cobarde. En cada una de sus conquistas estuvo en el campo de batalla dirigiendo sus tropas junto a Rowan. Años atrás nunca hubiera imaginado que llegaría el día en el que estuvieran a punto de matarse.
Recordó un paseo tomado de su brazo bajo la luz de la luna de Ulfrgarorg, caminaban por un sendero flanqueado de arces rojos. «¿Cómo te gustaría morir?», había preguntado Rowan y Eirian, con el corazón henchido de amor, le contestó sin dudar: «No importa como sea, pero quiero morir en tus brazos».
Exhaló y miró la espesa neblina al frente, el horizonte no se vislumbraba, sin embargo, él sabía que las puertas de Dos Lunas estaban a menos de una sexta de camino. Pronto todo terminaría y Rowan volvería a ser suyo, en la vida o en la muerte, por amor o por odio, no importaba, nada lo hacía ya.
—Eirian no lo hagas.
Ya le parecía extraño que su hermano no hubiera aparecido para persuadirlo.
—¡Desaparece! —le exigió sin voltear a verlo—. Ya te lo dije, no hay vuelta atrás, hoy termina todo.
No supo si su hermano obedeció, lo cierto fue que no volvió a escuchar la voz cavernosa, se concentró en la batalla por librar.
El ejército marchaba en formación, intentando ver a través de la espesa neblina, un valle blanco con un cielo gris plomizo sobre ellos. Atentos, porque Eirian sabía que serían emboscados en cualquier momento. Rowan aprovecharía el clima y no les permitiría llegar a Dos Lunas, una ciudad sin muralla que de ser atacada caería con facilidad.
Y tal como lo supuso, en cuanto el grueso del ejército se adentró en ese valle cubierto de nieve, del cielo llovieron cientos de flechas con las puntas bañadas en brea y trayendo el fuego con ellas.
—¡Escudos! —gritaron los oficiales.
De inmediato, la infantería se organizó y se guarecieron detrás de sus escudos para soportar el ataque de la arquería de Rowan. La guardia real cubrió a Eirian y lo protegió con una cúpula de madera y acero.
El retumbe de los cuernos anunció la batalla. Más ráfagas de flechas incendiarias surcaron el cielo, se clavaron en los escudos y los hicieron arder. Los soldados aguantaban lo mejor que podían, pero algunos caballos caían heridos y tumbaban a sus jinetes, aplastándolos incluso en medio de la incipiente confusión.
—¡Estad atentos! —gritó Eirian haciéndose oír por encima del bullicio—. ¡Enviará a la caballería y atacará los flancos, no rompan la formación!
Las flechas continuaron descendiendo como si el Dios del Cielo, enojado, les escupiera fuego. Inevitablemente, las filas rompieron la formación y el caos se esparció entre los soldados.
—¡Aguanten, aguanten! —gritaron los oficiales.
El aire se llenó del olor acre de la brea y la madera quemada, el estruendo de cientos de caballos al galope azotó el campo, y por un momento fue todo lo que se escuchó; tal como lo predijo, Rowan atacaba por los flancos. Eirian ordenó a voz en cuello a su propia caballería que cargara contra ellos. Los soldados a pie volvieron a organizarse a duras penas y emprendieron la marcha para el combate cuerpo a cuerpo.
Eirian arremetió, tenía que encontrar a Rowan. La caballería de Ulfrgarorg, de negro, intentaba quebrar la formación y penetrar en el centro de las filas doromireses.
Con la espada en la mano, se abrió paso entre ellos, la Quebrantahuesos se hundía, rauda y cercenaba la carne, hacía brotar la sangre, en poco tiempo el campo se cubrió de gritos furiosos y aullidos de dolor.
—¡Majestad, ¿qué estáis haciendo?! —gritó Brand aproximándose a caballo a él. Un soldado intentó detenerlo y el joven capitán blandió su espada, en tres movimientos lo subyugó— ¡Quedaos en la retaguardia!
Eirian no le prestó atención y siguió adentrándose en las filas enemigas, había descifrado la formación del ejército de Rowan. Parte de la caballería atacaba en cuña los flancos, pero en el frente se habían organizado en tres líneas y en la primera, con su uniforme negro y verde, luchaba el Batallón Estandarte. Rowan ponía el peso de la victoria en los hombros de sus compañeros, los únicos preparados para enfrentar el ejército de Doromir, más experimentado. Y él debía estar en la vanguardia comandándolos, solo era cuestión de encontrarlo.
La neblina hacía difícil visualizar el campo y distinguir a plenitud la contienda. Las patas fuertes de Anto avanzaban sin vacilar, a pesar de que la nieve se había convertido en un lodazal resbaladizo. Rowan alzó la espada y se metió de lleno en la batalla. Mató una vez y otra y otra, sin prestar real atención a los ojos de sus oponentes, pues si lo hacía lo perseguirían en sus pesadillas. Hundió la hoja de acero y plata hasta que el brazo le dolió. Continuó avanzando derribando doromireses mientras el aroma de la sangre y el miedo penetraba en sus fosas nasales.
La emboscada había servido, lograron romper la férrea formación y aunque los doromireses intentaban reagruparse, sus hombres no se lo permitían. Continuaron atacando, el Batallón Estandarte a caballo abría el camino para que la segunda fila formada por la infantería terminara de hacerse con el control. Pronto no importó que Doromir los superara dos a uno, estarían perdidos en cuanto Enframia llegara.
—¡¿Dónde está Manfred?! —gritó Rowan haciéndose oír por encima del ruido— ¡¿Por qué no ha entrado?!
Cedric, a su lado, lo miró de soslayo y negó con la cabeza, luego volvió a su propia lucha con un soldado particularmente grande que también iba a caballo.
—¡Finn, averigua qué sucede con Enframia! —ordenó Rowan.
Rowan y sus hombres continuaron avanzando, mermando las filas de Doromir sin darles tiempo de reagruparse. Pronto el suelo se cubrió de sangre y cuerpo caídos. El campo de batalla, antes de un blanco inmaculado, se transformó en ese lugar tan conocido por él: un pantano de sangre y barro. Apartó la vista de los cadáveres y los heridos y siguió luchando.
***
En las postrimerías del campo de batalla, Andreia observaba inquieta el enfrentamiento, quería dejar a sus pasivos acompañantes y entrar en la pelea. Doromir se había vuelto un caos gracias a los arqueros de su hermano. Tenían que ser contundentes y no permitirles recuperarse.
—¿Cuándo entrará vuestro ejército? —le preguntó al príncipe Manfred a su lado.
—Lo hará en cuanto Doromir se confíe de su victoria.
—¡Es el momento! ¡Atacad ahora que están desorganizados!
Negra, igual de inquieta que ella, corcoveaba como si quisiera ir a ayudar. Andreia tensó las riendas y la yegua relinchó. Era difícil no hacer nada y solo mirar. Daviano y Lena se encontraban junto a ella, vigilándola. Él no lo había dicho, pero presentía que su hermano había obligado al dreki a permanecer a resguardo para asegurarse de que ella no entrara en la contienda.
—¡No lo soporto más!
Andreia agitó las riendas y Negra se precipitó al galope.
—¡Majestad! —gritó Lena, siguiéndola.
No podía, simplemente, estar allí y mirar mientras su hermano y sus hombres se jugaban la vida. No obstante, no llegó muy lejos, una escuadra de la guardia real de Enframia le cerró el camino. Andreia volteó, Daviano también la había seguido y en ese momento, el dreki, ella y Lena se hallaban rodeados por la élite de Manfred.
—¡¿Qué es esto?! ¡Abridme el paso! —exigió.
Manfred se acercó al trote, se había puesto el casco esmaltado en azul con la cresta adornada por un águila de las alas extendidas.
—Majestad, por favor, debo manteneros en custodia. Os pediré a los tres que soltéis vuestras espadas. —Ante las palabras de Manfred, Andreia lo miró sin entender del todo lo que decía. Luego el príncipe ordenó a sus oficiales a voz en grito—: ¡Tomad vuestras posiciones! ¡A la carga!
El ejército de Enframia por fin se puso en marcha y entró en el campo de batalla.
Enframia no aparecía por ninguna parte, pero a pesar de la desventaja numérica, Ulfgarorg lograba lo imposible, hacía retroceder a Doromir. Incansable, Rowan peleaba con La Espada de Hielo, la cual había resultado ser un arma extraordinaria. Ligera en su mano, contundente en el ataque y con un filo capaz de cortar el acero. El príncipe se abría paso dejando un mar de cadáveres a su alrededor. Tan solo faltaba que Manfred se les uniera y asegurarían la victoria.
—¡Alteza! —gritó Finn cabalgando hacia él—, ¡los malditos de Enframia nos han traicionado!
Un caos renovado se esparció en el campo de batalla, los gritos aumentaron en intensidad al igual que el resonar del acero contra el acero. Entonces vio lo que Finn decía, el ejército de azul de Manfred había entrado al campo de batalla, pero no enfrentaba a Doromir, sino a Ulfrgarorg.
—Malditos —susurró para sí y luego en voz alta, para que sus soldados lo escucharan—. ¡Somos el Aliento del Lobo! ¡El Terror del Norte!
Rowan arremetió con más ímpetu, como si el cansancio y la desesperación de saberse traicionado y muy sobrepasado en número no afectaran su determinación. Sus soldados lo imitaron y continuaron peleando con valor, hasta que lo inevitable se hizo evidente, poco a poco los enemigos se hacían con el control del campo de batalla.
—¡Rowan!
El grito de una voz muy conocida lo detuvo en seco.
El príncipe giró y vio a Eirian con la Quebrantahuesos en alto. Su armadura verde y dorado estaba salpicada de sangre, al igual que su rostro descubierto, ya que no llevaba el casco puesto. Al mismo tiempo, un cuerno resonó en la distancia y lo llenó de pavor. En medio de la batalla, ese sonido señalaba que había sido vencido el rey, la reina o el líder de uno de los ejércitos. Si Eirian estaba frente a él, el cuerno solo podía significar una cosa, que la reina de Ulfrgarorg había caído.
El miedo y la desesperación lo abrumaron, miró a Eirian y cargó contra él.
—¡Maldito! —No perdería a su hermana.
La Espada de Hielo chocó contra La Quebrantahuesos, Eirian dio un paso atrás debido al impacto. Rowan blandió la espada en movimientos contundentes, avanzando, pero en cada oportunidad, Eirian lo bloqueaba.
—¡Ríndete Rowan, no hay nada que puedas hacer! —le gritó repeliendo una embestida—. Mira a tu alrededor, en poco tiempo no quedará un solo hombre de tu ejército. ¡Perdiste!
Rowan gritó y arremetió con más fuerza, aunque por el rabillo del ojo veía lo que Eirian decía, Enframia los sometía. El cuerno volvió a sonar, esa vez más cerca.
—¡Tu hermana está en mi poder! ¡Ríndete y la dejaré vivir!
A su lado Finn y Cedric también peleaban, sin embargo, era cuestión de tiempo de que cayeran y así como ellos cientos más. No podía ser cierto. Manfred no era más que un bastardo asqueroso y traidor.
El caballo del príncipe de Enframia llegó al galope y tal como había asegurado Eirian, traía atada a Andreia.
—¡Suelta la espada, ríndete y le perdonaré la vida! —volvió a gritar Eirian.
Rowan apretó los dientes, se había jurado a sí mismo liberar Ulfrgarorg y eso haría.
—¡No! —gritó—. ¡La liberarás y a mi pueblo también! ¡A todos los dejarás en paz! ¡Ulfrgarorg no será más tu vasallo!
Eirian rio.
—¡Estás derrotado, no puedes exigir nada!
Rowan tensó la mandíbula y colocó el filo de la espada en su propia garganta.
—Libera a mi pueblo o te juro que esta será la última vez que me verás con vida. —Estaba seguro de que Eirian no se conformaria solo con su muerte, desearía torturarlo antes; si no accedía no le daría el gusto. La hoja presionó la carne y una gota carmesí corrió por su cuello manchando el brillo plateado de la armadura negra—. Acepta y me entregaré, seré tu prisionero y podrás hacer conmigo lo que quieras. No me rehusaré ni trataré de escapar nunca.
Eirian no decía nada, solo lo miraba fijamente con las mandíbulas apretadas. Debía ser difícil para él, el conquistador invicto, ceder la victoria, pero era la única oportunidad de lograr la libertad de su gente. Apretó más la espada contra su garganta y sintió el líquido caliente correr.
—¡No lo hagas, Rowan! —Era la voz de Daviano—. ¡No importa, no lo hagas!
El dreki también era un prisionero, pero no estaba amordazado a diferencia de su hermana. Rowan le dedicó una mirada sorprendida que luego se llenó de dolor, lamentaba no poder cumplir con su promesa. Observó de nuevo a Eirian y frunció el ceño, decidido a deslizarla de una vez por todas por su cuello. Si él no cedía, tampoco sería su prisionero.
—¡Suelten las armas! —gritó finalmente el emperador—. ¡Tenemos un trato, príncipe Rowan. Ulfrgarorg es libre y tú eres mío!
—¡No! ¡No! —volvió a gritar Daviano—. ¡Lo prometiste, maldita sea!
Un golpe en la sien dejó al dreki inconsciente.
—Átenlo. Cuando hayamos partido, liberen a la reina. —ordenó Eirian, luego se acercó hasta Andreia—: Si descubro que alguien de vuestro reino me persigue o intenta rescatar a la basura de vuestro hermano, os juro que os enviaré trozos de su cuerpo como regalo, ¿entendisteis, «Majestad»?
***Hola.
Algunos presentían que Enframia traicionaría y, bueno... los hombres lobo... pronto, pero no todavía. A esta novela aun le falta mucho, no pregunten cuanto porque no sé, pero al menos unos 20 capitulos mas. Espero no haberlos defraudado y que les haya gustado el capitulo.
En el primer comentario de este párrafo les dejo link a la lista de reproduccion en youtube. la de Spotify se las dejare en mis historis de Instagram y en el tablero de wattpad.
Nos leemos el viernes, besitos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top