Capitulo XIX: En nombre del emperador

—Majestad, un haukr acaba de traer esta nota para vos.

Lena se acercó hasta la mesa donde ella tomaba el té con Daviano, luego de una breve reverencia le entregó el pequeño pergamino sellado con lacre, pero sin blasón que identificara al remitente. Andreia lo observó un instante antes de romper el sello carmesí. Era de quien imaginaba. Lo leyó sin manifestar ninguna expresión; al terminar, acercó el pergamino a una de las velas, cuya llama poco a poco lo volvió un puñado de cenizas.

—¿Puedo preguntar qué decía la carta? —Daviano la miró inquisitivo—. ¿O al menos saber quién la envió?

—No puedes. —Andreia era consciente de que a su amigo no le gustaría que le ocultara cosas, pero era mejor así—. Lo único que te diré es que debemos prepararnos para enfrentarnos a Eirian.

—Nuestras tropas están listas, Majestad —dijo Lena.

—Temo que no serán suficientes.

—¿Crees que envíe a Rowan con su famoso batallón de asesinos? —preguntó Daviano.

—No lo creo, es un hecho. En una semana estarán aquí.

—¿Era eso lo que decía la nota? —De nuevo, Daviano intentó saber, pero ella simplemente lo miró a los ojos castaños sin contestarle.

—Majestad, podemos enfrentarlos, os lo aseguro. Vuestros hombres están listos.

—Gracias, Lena. Sé que habéis hecho un magnífico trabajo entrenándolos. Lo lamento mucho por el general Viktor, pero él debe reconocer que está un poco oxidado.

—¿Entrenándolos? —preguntó Daviano—. ¿Cuánto tiempo lleva «entrenándolos»?

—Lena ha estado con las tropas desde poco después de mi coronación.

—¿Es decir, que lo de asesinar a los emisarios de Eirian no fue por el matrimonio? ¡Ya tenías planes de sublevarte desde antes!

—En realidad, es gracias a ti. Tú mismo lo dijiste cuando mi padre aún vivía, que yo debía ser la reina y llevar a Ulfrgarorg a la libertad. Bien, te tomé la palabra.

—Me ofende que me mantengas al margen de todo esto —dijo Daviano, más serio de lo habitual.

—De verdad, lo siento. —Andreia se levantó, rodeó la mesa, tomó los hombros y la cabeza de su amigo y los estrechó contra su abdomen y pecho—. Es mejor así. Confío muchísimo en ti, pero un aspecto de mi plan es muy probable que no sea de tu agrado.

—Porque seguramente «ese aspecto de tu plan» es una locura.

—Soy tu reina. —Andreia se separó de él y lo miró a los ojos con una sonrisa—. ¿No confías en tu reina?

—Tengo miedo de que mi amiga meta la pata —contestó el joven. Si tienes que ocultar una parte de tu plan, o todo tu plan, de mí, es porque en el fondo temes que sea nefasto.

Andreia rio con ganas.

—¡De ninguna manera! ¿Cómo podría serlo si está ideado por mí? —Ella le guiñó un ojo con una expresión divertida, a lo que Daviano rodó los suyos. Luego, un poco más seria, volvió a hablar—: Hay otras razones para que no lo apruebes, pero ya no hay marcha atrás. Tendrás que confiar en mí.

Daviano suspiró dramáticamente.

—Tengo miedo —dijo y Andreia volvió a reír mientras le palmeaba la cabeza.

—Trae el mapa, por favor, Lena —pidió la reina cuando las carcajadas se apagaron.

Cuando Lena volvió con la carta cartográfica, ya no quedaban restos de diversión en el rostro de ninguno de ellos. Estuvieron alrededor de lo que tarda en consumirse un cuarto de vela de Ormondú ideando estrategias para hacerle frente a las tropas de Eirian. Andreia debía reunirse con sus generales ese mismo día al ocaso, por eso prefería discutir con Lena y Daviano antes, para tener una idea de las estrategias que les plantearía a los cabecillas de su ejército. No se le escapaba que esos hombres pensarían que ella era una joven inexperta, sin ningún conocimiento de la guerra, mientras ellos eran los veteranos que lucharon contra Doromir en tiempos de su padre. No deseaba ser subestimada y prefería prepararse con antelación para esa reunión.

Cuando el crepúsculo cubrió de rosas y dorados el cielo plomizo de Ulfrgarorg, Andreia y Lena entraron en el salón del trono, ya los tres generales que lideraban sus tropas estaban allí reunidos. Para asombro de todos ellos, Andreia no esperó y comenzó a desplegar las figuras de madera sobre el mapa, exponiendo la estrategia que ya había ideado antes con Daviano y Lena. Ante su retórica y la fluidez con la que expuso sus ideas, los viejos veteranos no encontraron cómo contradecirla, solo se limitaron a señalar algunas fallas y reforzar el plan.

Con cada día que pasaba, aumentaba la tensión en el palacio de Dos Lunas. Los tíos de Andreia: Alestai y Nicolai, insistían en que cometía un error y todavía estaba a tiempo de arrepentirse y suplicar a Doromir una disculpa. Incluso se habían ofrecido a transportar ellos mismo el arcón con los tributos. Por último, harta de la cobardía de sus tíos, los revocó del Consejo Real.

Lena continuaba con su incansable ánimo, entrenando tanto a las tropas de siempre como a los nuevos reclutas: jóvenes salidos de las laderas de las montañas, campesinos en su mayoría, sin ninguna experiencia en la guerra y a quienes les habían prometido la gloria de participar en la liberación de su reino. Era una infame manipulación, lo sabía, pero no tenían elección, con todo, el ejército de Eirian continuaba superándolos en una proporción de diez a uno. Varias veces se preguntó si lo que hacía no era llevar a su reino al suicidio, pero luego pensaba en sus verdaderos motivos y volvía a llenarse de valor y determinación.


No era solo el clima otoñal, frío y gris, o la brisa helada que soplaba desde las montañas lo que había tornado Dos Lunas en un lugar sombrío, era el ambiente general en el palacio. La tarde del tercer día de la sexta lunación se sentía una calma tensa en los corredores de techo abovedado. Los sirvientes iban de un lado para otro entre susurros mezclados con el silbido del viento. Andreia no se había topado con ningún cortesano o miembro del consejo en todo el día, era como si hubieran desaparecido.

Según las últimas noticias de los vigías apostados en las afueras del reino, Rowan y sus hombres ya habían cruzado el paso de Ulfvert y distaba pocos días para que llegara a Dos Lunas. Tal vez era eso, la inminencia del enfrentamiento tenía a sus nobles muertos de miedo, en el fondo no confiaban en ella y preferían continuar bajo el yugo de Doromir.

Muy consciente de lo que estaba por venir, Andreia decidió ofrecer plegarias al Dios del Cielo. Frente al gran espejo de bronce, arregló los pliegues de su vestido azul oscuro de terciopelo. Una de las doncellas tomó del respaldar del sillón acolchado su capa y la colocó sobre sus hombros. La reina cerró el broche de plata, se miró por última vez a los ojos y pensó en Rowan, pronto estarían frente a frente.

Salió de sus aposentos y se reunió con Lena, quien la esperaba a un lado de la alta puerta de madera labrada. La mujer, además de comandante de la guardia del rey, era su guardia personal. Ambas salieron del edificio principal y caminaron por los jardines bañados por la luz dorada del crepúsculo. Andreia respiró hondo, sus pulmones se llenaron del olor de las flores y el pasto. El aroma fresco le trajo algo de calma y cuando llegó a las puertas de la capilla, su corazón había disminuido los latidos.

La entrada del templo de Nu-Irsh estaba custodiaba a cada lado por una estatua de mármol del Gran Lobo del Norte, el guardián de las almas y de Ulfrgarorg. Las mujeres inclinaron las cabezas al cruzar el umbral, Andreia descubrió la suya de la capucha y ambas avazaron hasta el altar donde ardía el gran candelero.

La reina se arrodilló, tomó el pincel y varios pergaminos, en cada uno de ellos escribió una plegaria. Una por su madre, que la había dejado hacía ya muchas lunas; otra por su padre, que esperaba estuviera gozando de la paz del templo en el cielo; otra por su reino, y la última por su hermano. Tomó los pergaminos y los acercó al candelero, enormes virutas grisáceas brotaron, se enroscaron y se alargaron, ascendieron con destino al cielo, para llegar a los oídos y los ojos de Nu- Irsh, el dios que nunca la abandonaba.

—¿No pedirás? —le preguntó a Lena en voz baja.

—Prefiero vigilar, Majestad —contestó Lena, expectante, mirando a su alrededor.

—Hoy no hay nada que vigilar. Arrodíllate a mi lado y reverencia a Nu- Irsh conmigo, por favor.

Lena la miró un instante antes de acatar la orden. El acero de su armadura resonó contra el suelo de piedra pulida cuando la comandante se arrodilló.

Andreia hizo la primera reverencia frente a las plegarias que se quemaban. Su frente pegó del suelo.

En sus huesos sintió un estremecimiento. El momento había llegado.

Hizo la segunda reverencia.

Desde afuera llegaba el murmullo de muchos pasos marchantes que se aproximaban. A su lado, Lena hizo el amago de levantarse, pero Andreia la sujetó de la muñeca y la obligó a permanecer de rodillas.

La tercera reverencia.

Los soldados irrumpieron en el templo, el sonido del metal hizo eco entre las altas paredes de piedra.

—Andreia Belford, a partir de ahora quedarás a disposición del Emperador del Norte por traición al imperio.

La voz de su tío Alestai le llegó fuerte y clara. Ella no se levantaba aún, continuaba con la frente apoyada en el suelo, reverenciando a Nu -irsh, representado por esas llamas.

Otra vez, Lena trato de ponerse de pie y como antes, Andreia se lo impidió.

—Te prohíbo que luches —susurró. De soslayo vio la confusión en el rostro pálido de ella.

Andreia se levantó lentamente, giró y se encontró con su tío. El hombre usaba su armadura negra, con el lobo plateado refulgiendo en la coraza. Ella sintió asco de que un traidor como él portara el blasón de su reino.

—Finalmente, sacáis a relucir vuestra ambición. ¡Y tenéis el descaro de llamarme traidora!

—Habéis traicionado al imperio. —Alestei se empeñó en defender su postura—. Mi hermano forjó una alianza con Doromir y vos con vuestra imprudencia la arrojáis por tierra. ¡Todo por orgullo, no os importa ver arder a Ulfrgarorg!

Andreia rio con ganas, incluso se dobló sobre sí misma sosteniéndose la barriga.

—¿Una Alianza decís? —Y rio de nuevo. Una vez se calmó, volvió a hablar—. Somos los esclavos de Doromir, no sus aliados. Pero en algo tenéis razón, prefiero ver arder mi reino que continuar agachando la cabeza ante Eirian.

En ese instante, Lena desenvainó su espada, pero antes de que pudiera ejecutar algún movimiento, Andreia volvió a detenerla colocando la mano sobre la suya.

—Ahora vos hacéis igual que hizo Cardigan con mi padre —dijo con los ojos fijos en Alestai—. Me atrapáis indefensa. Mirad a mi alrededor, somos solo Lena y yo en el templo de nuestro dios.

—Exacto —contestó Alestai—. Estáis sola, nadie apoya esta locura. No os resistáis, no deseo haceros daño.

—No, claro que no —dijo mientras un soldado se acercaba y tomaba sus manos para colocar en ellas cadenas y grilletes—. Decidme, ¿será Rowan quien me ejecute? ¿O el mismísimo Eirian? Y lo más importante, ¿podréis vivir sabiendo que traicionasteis a vuestro reino y familia? La familia lo es todo, querido tío.

El soldado jaló de las cadenas obligándola a andar. Andreia, con la cabeza erguida, pasó al lado de su tío en su caminata fuera del templo. Mientras salía se dio cuenta de que no conocía a ninguno de los soldados que lo acompañaban.

Una vez afuera, el viento de las montañas le azotó el cabello en todas las direcciones. Andreia dirigió los ojos dorados a esas cúspides nevadas y recordó las palabras de su nana.

«De las montañas descenderán y tornarán el mundo en oscuridad. Solo la espada de hielo los detendrá».

***Hola mis bebos y bebas, no les traje glosario porque no hay palabras nuevas, pero si algo no entienden no duden en preguntar.

Pregunta de rigor, ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Esperaban que Andreia fuera capturada tan pronto? y ¿Con quien creen que se está mensajeando?

Les dejo esta imagen de Andreia hecha con IA, parece una vampira gotica jajaja. Besitos y nos leemos el proximo viernes.



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