Capítulo XIII: De vuelta en Doromir

El viaje de regreso a Doromir les llevó alrededor de una semana. Hubiera durado menos de no ser porque el carruaje donde viajaba Brenda debía ir a una velocidad moderada para no causarle molestias en vista de su embarazo. Eirian estaba seguro de que nunca había pasado tanto tiempo en compañía de su esposa como durante aquel viaje.

—Cuando lleguemos al palacio del Amanecer me gustaría disponer de un par más de doncellas —dijo ella reclinada perezosamente en el asiento acolchado del carruaje.

La emperatriz tenía la vista perdida más allá de la ventanilla, cuyas cortinas de terciopelo se mecían y abrían al ritmo de la marcha. Eirian aguzó la vista, le pareció que del otro lado Rowan cabalgaba junto a ellos.

También tendremos que seleccionar a las nodrizas del bebé —continuó la emperatriz—. Me gustaría que fuera alguna esclava fuerte. Dicen que la leche de las mujeres de Ulfrgarorg es muy buena, debimos seleccionar a alguna de ese reino. ¿Contamos con alguna esclava de Ulfrgarorg en el palacio?

La cortina se abrió del todo, era difícil distinguir al jinete afuera, pero con esfuerzo, Eirian detalló la ropa, era la usual entre los soldados.

—¿Eirian, me estás escuchando? —La pregunta de ella, hecha en un tono de reproche, lo hizo apartar los ojos de la ventana.

—¡Sí, mujer, te escucho! ¿Acaso piensas que dedico mi tiempo a averiguar cuantas esclavas hay en el palacio, o de donde son?

—Claro que no. Sé bien a qué dedicas tu tiempo en el palacio —dijo ella, más molesta—. Aún no entiendo qué haces en este carruaje. Has pasado toda la mañana con los ojos fijos en esa ventana.

—¿No quieres que esté aquí?

—Me da igual, puedes estar donde gustes, es solo que se te nota a leguas que deseas estar allá, del otro lado. —Señaló la ventanilla.

Eirian empezaba a molestarse. Llevaba toda la mañana escuchando el parloteo de Brenda sobre cualquier trivialidad que se le ocurriera. Por más que intentaba ser agradable con ella y escucharla, era difícil, cuando tal y como ella había dicho, lo que deseaba era estar afuera.

—¿Eso te molesta?

—¿Tendría que hacerlo? Cuando acordaste con mi padre nuestro matrimonio, sabía de tu relación con el príncipe. Creo que todos en el norte de Olhoinnalia lo saben. Así que no, no me molesta, aunque sí lo hace que no escuches lo que digo.

Eirian suavizó la expresión. Brenda no tenía la culpa de su mal humor.

—Escucha, una vez que estemos en Noor eres libre de escoger todas las doncellas que desees, también cuantas nodrizas quieras para el bebé. Si lo que te place es alguna esclava de Ulfrgarorg, mandaré a traer una de allá, ¿de acuerdo?

—Gracias. No esperaba menos de ti —dijo ella con una sonrisa. El silencio se prolongó lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, hasta que Brenda volvió a hablar. —Te odia, ¿no es cierto?

Escuchar el pensamiento que llevaba días atormentándolo hizo que se le apretara un poco el pecho. La razón por la que Eirian se había mantenido la mayor parte del tiempo dentro de ese carruaje era esa: estaba seguro de que Rowan lo odiaba y no deseaba confirmarlo encarándolo. Pero ¿acaso él no tenía derecho a cobrarse la traición de Rowan? Era hora de que el príncipe aprendiera que con él no se jugaba, así eso supusiera también su propio sufrimiento.

—Ten por seguro que ahora mismo yo lo odio más.

Una vez en el palacio del Amanecer, las cosas entre Rowan y él no mejoraron. No era solo que no hubiesen vuelto a hablar, era que ni siquiera coincidían en las comidas, mucho menos en las galerías o los salones del palacio. El príncipe había tomado la costumbre de comer en sus aposentos, así que, Eirian llevaba varios días sin verlo. La situación comenzaba a hacérsele insoportable.

Además, Breogan había acudido a él muy preocupado. El anciano mayordomo le había dicho que Rowan llevaba varias noches saliendo fuera del palacio y volvía casi al amanecer, a veces tan ebrio que en un par de ocasiones los palafreneros lo encontraron durmiendo la borrachera en los establos.

Breogan le tenía mucho afecto a Rowan, si se había atrevido a acudir a él era porque consideraba la situación preocupante. Así que Eirian envío a uno de sus soldados de la guardia real a seguir al príncipe.

El otoño había llegado y con él el tiempo de podar las rosas del invernadero. Esa era una labor de la que él mismo se encargaba. Eirian, con un sombrero de ala ancha que lo protegía del sol matinal, guantes gruesos de lana y tijeras, se movía entre los arbustos, buscando las ramas secas para cortarlas. El sol brillaba cálido y le daba al fantasma de su hermano junto a él una apariencia nacarada.

Un sirviente caminaba detrás del rey. Llevaba una cesta de mimbre con las flores recolectadas, tierra abonada, insecticida y una regadera con agua.

—Este rosal florecerá abundantemente —dijo Eirick con voz cavernosa a su lado, señalando un arbusto con numerosos brotes.

Eirian se agachó y cortó varios tallos de color gris. Las ramas cayeron a sus pies junto con algunas rosas rojas.

—Majestad. —Un soldado de la guardia real se acercaba a él. Se detuvo a unos cinco pasos de distancia e hizo una reverencia—. Traigo noticias de anoche sobre el príncipe Rowan.

—Decidme lo que averiguasteis —ordenó Eirian sin mirar al soldado, sino a un tallo especialmente largo que le señalaba con un dedo verdoso el fantasma de Eirick.

—Fue hasta el distrito Rojo. Allí estuvo casi toda la noche.

El distrito Rojo estaba lleno de tabernas de mala muerte y prostíbulos. Eirian apretó la mandíbula, cerró con vigor la tijera y la rama seca cayó al suelo.

—¿Qué hizo Rowan mientras estuvo allí?

—Entró a una taberna llamada La Flor de Fuego. Uno de los meseros me dijo que es un cliente habitual.

—Así que ha ido en otras ocasiones. —Eirian arrugó el ceño, se levantó y caminó hasta el siguiente rosal.

—Sí. No saben que se trata del príncipe, solo que llega cerca de la media noche y que toma hasta casi perder la conciencia. El mesero también me dijo que a veces hace alboroto cuando apuesta a los dados. En un par de ocasiones han tenido que sacarlo a rastras. —El soldado calló un instante, luego finalizó—: Lo tienen por un alborotador y de no ser por las buenas propinas que deja no le permitirían la entrada en La Flor de Fuego.

Eirian acarició una rosa blanca especialmente bella, de pétalos grandes y agradable aroma.

—¿Se ha acostado con alguien? —preguntó.

La manzana de Adán en el cuello del soldado se movió de arriba abajo, sostuvo la mirada de Eirian cuando este fijó los ojos en los suyos.

—No. Solo bebe y a veces apuesta a los dados.

Eirian cortó la rosa y la echó en la canasta que cargaba el sirviente detrás de él, después se dirigió a su espía.

—Retiraos y esta noche avisadme si el príncipe vuelve a salir.

—Sí, Majestad.

El soldado se marchó con paso ligero y casi de inmediato, el fantasma de su hermano habló.

—Lo estás empujando a un abismo. —El tono grave y cavernoso de la voz hizo que la frase sonara espeluznante.

—Yo no lo obligo a beber. —Eirian giró y encaró la presencia semitransparente entre las flores—. ¿Y qué se supone que debo hacer? No quiere hablar conmigo. Lleva casi media lunación evitándome.

Luego recordó que el sirviente continuaba detrás de él.

—Marchaos —le ordenó—. Terminaré de podar el jardín solo.

El sirviente obedeció y dejó la cesta con las flores y el balde con la tierra abonada a un lado de él. Eirian tomó la cesta y caminó a través del invernadero hasta el final de este, donde se encontraba un pequeño recinto de paredes y techo de cristal. Adentro había un único arbusto de flores negras.

—Tal vez debas buscarlo y hablar con él. —Uno de los dedos verdoso y casi transparente hizo el amago de acariciar un pétalo negro.

—¿Quieres que me disculpe? —Eirian rio incrédulo y se volvió hacia el arbusto. Examinaba las ramas y los brotes nuevos, buscando si había algo que podar—. ¡Fue él quien me traicionó!

El fantasma de Eirick negó un par de veces mientras algunas gotas escurrieron de su cabello.

—Lo humillaste frente a todos al quitarle la corona, lo aterrorizaste con esa escena en el banquete. ¿Qué esperabas? ¿Que te perdonara y corriera a tus brazos? Lo alejas cada vez más de ti.

—¿Y qué hay de mí? —Eirian cortó una rama por encima de un pequeño brote y se giró de frente a Eirick—. ¿No cuentan mis sentimientos? ¡Rowan llevaba todo el maldito año engañándome con Idrish!

Los ojos blanquecinos y sin vida de Eirick se abrieron sorprendidos.

—¡Tú te casaste con Brenda! ¡Es lo mismo!

—No es lo mismo, era mi obligación. ¡¿De parte de quién estás?!

—De tu parte. Intento hacerte ver que tú también has cometido errores, tal vez peores que los de Rowan y continuar esgrimiendo el orgullo solo les ocasionará dolor a ambos. Deben hablar y sincerarse.

—Bien. —Eirian se arregló el sombrero de ala ancha. Esa mañana el sol brillaba más que otros días, a pesar de que ya era otoño—. Tengo un hermano muerto, pero sabio.

—No es difícil serlo ante las estupideces que cometes.

Eirian lo miró fijamente. Volvió a hacerse la pregunta que siempre lo asaltaba cada vez que lo veía: si su hermano era realmente un fantasma o solo una alucinación producto del deseo desesperado de que no lo hubiera abandonado para siempre.

—¡Hubieras sido un maravilloso rey, el mejor de todos!

—Tal vez. Pero alégrate, soy tu consejero ahora y como tal te digo que debes hablar con Rowan.

—De acuerdo, lo haré.

Eirian retomó la labor. Se agachó y con la pequeña palita arrojó un poco de tierra a los pies del arbusto, luego lo regó con agua.

—Y arreglar ese desastre de nombrar reina a Andreia —dijo Eirick.

—¿Desastre?

—Nombrar regente a Andreia es la peor decisión que has tomado jamás —dijo su hermano flotando a un lado de las flores negras—. No tienes ningún vínculo con ella, ni siquiera sabes si te es leal. Lo único que detenía al antiguo rey Andrew de levantarse contra Doromir era Rowan. Entre Andreia y Rowan no hay ningún lazo que la detenga.

—No se atrevería a una rebelión. No tienen un ejército lo suficientemente grande. Además, tengo un plan. Voy a casarla.

—¿A casarla? ¿Con quién?

—Con uno de los príncipes de Enframia. Si ella quiere seguir siendo la regente de Ulfrgarorg tendrá que aceptar mis condiciones. Al casarse deberá someterse a la voluntad de su marido y la mía detrás de esa.

—Pensé que querías conquistar Enframia.

—No todas las conquistas implican una lucha armada, mi difunto hermano.

Eirian cortó una flor negra, la cual cayó con las demás en la cesta de mimbre.

*****

Esa misma noche, el guardia real le comunicó que el príncipe había vuelto a salir. Eirian terminó de resolver algunos asuntos con unos terratenientes de Fisk Haugr y pasada la medianoche partió rumbo al distrito Rojo.

Una pesada capucha de lana cruda y piel curtida, nada llamativa, lo cubría cuando subió a su yegua. Espoleó los costados y salió al galope seguido de dos de sus guardias.

Rowan era como una tierra salvaje que se resistía a sus métodos. Pero él era el conquistador y un comandante invicto. No sería el príncipe quien lo venciera.

La luna en lo alto del cielo parecía seguir sus pasos, alumbrando el camino, sin embargo, una vez que se adentraron en la ciudad, ya no hizo falta su luminosidad y menos cerca del distrito Rojo. Los jinetes bajaron la velocidad del galope en cuanto empezaron a recorrer las calles empedradas y alumbradas por la luz rojiza de las lámparas de aceite en lo alto de los postes. Cada vez se hacían más estrechas y sórdidas. Mujeres con poca ropa a pesar del frío se asomaban a los alféizares de las ventanas de los burdeles, invitaban a los hombres que deambulaban afuera a una noche entre sus brazos. Algunos borrachos peleaban y otros vomitaban apoyados en las sucias paredes de piedra caliza. La música variopinta proveniente de diferentes locales llegaba hasta ellos.

—Es ese, Majestad. —El soldado que envío a vigilar a Rowan señaló uno de los establecimientos en cuyo frente se leía escrito con pintura roja y una caligrafía rudimentaria: La Flor de Fuego.

Eirian tomó una gran bocanada de aire, se giró levemente hacia sus hombres y habló:

—Esperad aquí con los caballos, no tardaré.

—¿Estáis seguro, Majestad?

—No necesitaré escolta adentro, nadie va a reconocerme. No os preocupéis.

Eirian desmontó. Al cinto llevaba su espada envainada, La Quebrantahuesos, pero aparte de ella no había nada más que lo identificara como el rey de Doromir y Emperador de La Gran Nación del Norte. Se cubrió mejor con la capucha y entró al establecimiento.

Adentro se sentía mucho más cálido que afuera. Un alboroto lo recibió, mezcla de la música de una gaita desafinada, de las voces y las risas de los borrachos y de los gritos emocionados de una pequeña multitud que al parecer alentaba una pelea al fondo de la taberna. Eirian avanzó unos cuantos pasos y miró a su alrededor buscando a Rowan. Cabello negro en medio de un mar de cabezas rubias y pelirrojas, no debía ser difícil ubicarlo y, sin embargo, no estaba en la barra, tampoco en ninguna de las mesas. Tal vez se había marchado ya... O quizás... Dirigió los ojos hacia el piso de arriba, donde se veían las puertas cerradas de varias habitaciones. Exhaló con fuerza y apartó el pensamiento de que Rowan pudiera estar arriba, divirtiéndose en compañía. Decidió acercarse y preguntarle directamente al tabernero.

—Disculpad —dijo y se descubrió la cabeza echando hacia atrás la capucha—, estoy buscando a un hombre.

El tabernero lo miró un instante y luego sonrió con picardía.

—Tengo exactamente lo que buscáis, señoría, jovencitos lindos e inexpertos.

—¿Qué? —preguntó Eirian desconcertado y con el ceño fruncido. La expresión risueña del tabernero decayó—. Os equivocáis. Busco a un cliente. Es joven, más o menos de mi edad, cabello negro y ojos dorados.

—¡Oh! ¡Ese malnacido! —El hombre hizo una mueca de desprecio antes de señalar a la pequeña pelea que ocurría al fondo de la taberna—. No sé si quede algo de él.

Eirian giró. Algunos hombres de pie gritaban aupando a los contendientes. Desde donde estaba le parecía que eran dos contra uno.

—¡No puede ser! —exclamó.

Se acercó rápidamente. En efecto, la pelea era dos contra uno. El uno era el único con pelo negro, yacía en el suelo y recibía los golpes. Eirian apartó a empujones a los mirones y se abrió pasó. Un par de hombres con aspecto de asaltadores de caminos pateaban al príncipe en el suelo.

—¿Dos contra uno? ¡Eso no es de hombres!

Le estampó el pomo de la espada en la cara a uno de ellos, de inmediato la nariz le empezó a sangrar. El otro tipo se giró, sorprendido.

—¡¿Quién carajos eres tú?! —gritó antes de lanzarle un puñetazo—. ¡No te metas en lo que no te importa!

El hombre era alto y bastante fornido, era evidente que en fuerza física lo superaba. Eirian se movió rápido y esquivó el golpe, pero logró sujetarle el brazo. Le inmovilizó el hombro en una llave tan potente que se lo dislocó sin que el otro pudiera hacer nada para impedirlo. Luego se giró hacia Rowan, que tenía el rostro ensangrentado. Se agachó para levantarlo, cuando sintió que tiraron de su hombro y lo golpearon en la cara. El hombre de la nariz rota se había repuesto y atacaba.

Eirian se levantó y frunció el ceño. Antes de que su oponente pudiera evitarlo, le estampó un puñetazo en el rostro que lo hizo tambalear, dos más y lo arrojó al suelo. Eirian se subió sobre él y continuó golpeándolo, hasta que el hombre lloriqueó y se cubrió con las manos.

—¡¿Qué te pasa, maldito?! —gritó el de la nariz empujándolo para que dejara en paz a su compañero—. Este hombre nos debe dinero.

Eirian frunció el ceño.

—¿Es por eso que peleáis?

—¿Y qué más va a ser? Apostó muchas veces, perdió todas. Nos debe.

Eirian volvió a echarle un vistazo a Rowan, más que inconsciente parecía dormido. Buscó en el bolsillo de su jubón y sacó la bolsa con el dinero, le dio al hombre una moneda de oro.

—Ten —ofreció. El hombre lo miró con una ceja alzada.

—Nos debe mucho dinero.

—¿Cuánto? —preguntó irritado.

—Tres monedas de oro —dijo y Eirian se las dio—, dos monedas de plata.

Los ojos gélidos de Eirian se fijaron en los del hombre al tiempo que le daba las monedas.

—Piérdanse —ordenó—. Si vuelvo a verlos en Doromir, les aseguró que no será dinero lo que les daré.

—¿Quién carajos te crees para darnos órdenes? —preguntó el tipo luego de recibir las monedas.

Eirian se inclinó, con suavidad incorporó a Rowan y le pasó los brazos por debajo de las axilas para levantarlo. Al tiempo que se erguía, el medallón de oro con la cabeza de lobo atravesada por la espada se salió del jubón y quedó a la vista.

—Vuestro emperador.

Los dos guardias se habían acercado y lo ayudaban a levantar al príncipe. Los cuatro salieron de la posada, dejando a todos en un silencio asombrado detrás de ellos.

Entre los dos soldados arrastraban a un Rowan desmayado fuera de la taberna, lo alzaron y lo subieron a la yegua de Eirian. Él sujetó las riendas y las azotó con suavidad para iniciar un paso lento que evitara que Rowan pudiera caer. Uno de los soldados se ubicó con su caballo delante y el otro lo hizo detrás, cerrando la marcha.

El príncipe se apoyaba recostando la frente en su pecho, de manera tal que los brazos de Eirian, los cuales sujetaban las riendas, lo sostenían. No examinó en detalle su rostro, pero parecía bastante lastimado. No entendía qué hacía en esa taberna de mala muerte, bebiendo de esa forma y provocando a un par de maleantes. Rowan se removió en sus brazos, su respiración le cosquilleó en el cuello, ¿lo olfateaba?

—Cerecita, eres tú —dijo con voz pastosa, acariciándole la piel con su aliento.

—Sí, soy yo, mi amor. ¿Qué estabas tratando de hacer? ¿Acaso quieres que te maten?

No contestó, lo siguiente que escuchó fue un suave ronquido y el peso de Rowan apoyado en su cuerpo.

En cuanto llegaron al palacio, Breogan salió a recibirlos. Los ojos oscuros del mayordomo recorrieron nerviosos el cuerpo desmayado de Rowan que era sostenido por los soldados y luego se fijaron en los suyos.

—Majestad, ¿qué sucedió? —preguntó.

—Tu adorado principito estaba peleándose con un par de malvivientes en una taberna de mala muerte en el distrito Rojo.

Breogan apretó los labios y se llevó una mano a la frente.

—¿Está muy lastimado?

—Vivirá —respondió lacónico, Eirian—. Lleva a sus aposentos algo para limpiarlo y curarle las heridas —ordenó Eirian.

Breogan asintió y salió presuroso para cumplir la orden de su señor.

Entre él y los soldados subieron a Rowan a su habitación. Eirian lo acomodó en la cama de ébano.

—Gracias por vuestro servicio, podéis retiraros.

Una vez que los soldados salieron, Eirian se dedicó a examinar a Rowan. Le apartó el cabello apelmazado de sangre que tenía pegado a la cara. La suciedad no le permitía saber bien dónde estaba la herida, pero tenía uno de los ojos hinchado y amoratado.

Le quitó la levita y el chaleco, luego la fina camisa blanca de seda. En la piel acanelada, varios moretones de diferentes colores en el torso y abdomen llamaron su atención: rojos los más recientes, pero había otros antiguos morados y verdes. Entonces recordó lo que le había dicho el soldado: era un alborotador que buscaba pelea a menudo. Eirian suspiró frustrado.

—¿Qué intentas hacer, Rowan? ¿Por qué te comportas de esta forma? ¿También esto es mi culpa?

Breogan entró con los implementos.

—Majestad, lo que habéis pedido.

—Déjalos sobre la mesita. Acerca la palangana con agua y un paño limpio.

Eirian, con cuidado, se dedicó a limpiarle el rostro. La sangre venía de un corte en la ceja derecha y otro en el pómulo izquierdo. También tenía el labio inferior partido.

—¡Por el Lobo del Norte! —exclamó Breogan al observar las heridas.

—¿Por qué está haciendo esto, Breogan? —preguntó Eirian preocupado mientras limpiaba con cuidado las heridas—. ¿Quiere vengarse de mí haciendo que lo lastimen?

El mayordomo y Rowan siempre habían sido muy cercanos, tal vez él entendía mejor el comportamiento del príncipe.

—Su Alteza ha estado triste y decaído. Desde que volvisteis de Ulfgarorg no es el mismo. Más que haceros daño, creo que busca lastimarse a sí mismo.

—Yo... no puedo entenderlo. —Eirian acarició los cabellos negros—. Tendría que odiarme a mí. No permití que fuera el regente de Ulfrgarorg, ¿te lo dijo?

Eirian se volvió un poco para observar a Breogan. Era su sirviente, pero por alguna razón sentía vergüenza de contarle lo que había hecho.

—También le oculté que el rey Andrew estaba enfermo. —Eirian suspiró pesaroso y volvió a peinar con los dedos las hebras negras, después de un momento volvió a hablar—: No quiero que se vaya.

—Ha estado con vos durante todo este tiempo, ha luchado a vuestro lado. Pudo irse cuando murió vuestro padre y no lo hizo. ¿Por qué creéis que os dejará, Majestad?

—Siempre temo que vaya a dejarme. —Un par de lágrimas cayeron en la frente de Rowan, Eirian las secó con delicadeza—. Soy un tonto que cada día lo aleja más.

No sabía por qué le estaba contando todo eso a Breogan, pero tenía la necesidad de hacerlo, de abrirse y sincerarse con alguien.

—Majestad. —Breogan se acercó hasta apoyarle la mano en el hombro—, debéis confiar en él.

Confiar era difícil, más porque no se trataba solo de confiar en Rowan, también debía hacerlo en sí mismo.

GLOSARIO:

Lo que tarda en consumirse una brizna de paja al fuego: Medida de tiempo equivalente a 5 minutos

Lunación: 29 días en el calendario solar. 

***Hola, mis amores. Regresamos al tiempo actual, dentro de algunos capítulos volveremos al pasado.

Hasta ahora, ¿tienen algún personaje favorito?

Nos leemos el próximo viernes. Besitos con sabor a cereza, los de Jaki son con sabor a uva, porque no le gustan los frutos rojos jiji.

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