Capítulo XII: El pasado (IIparte)
Cuando llegó al salón donde se disponía la cena, ya los príncipes ocupaban su lugar en la mesa. Eirick le sonrió con la usual gentileza que lo caracterizaba, Eirian lo miró un instante fugaz antes de girar los ojos y resoplar disgustado. Además de los príncipes, se encontraba el primer consejero Drustan Erikson; el príncipe Odrek que era el hermano menor de Cardigan, la esposa de este y la hija de ambos, que por aquel entonces debía tener unos quince años.
Desde uno de los rincones cercanos a la mesa, Breogan lo observaba. El mayordomo le indicó con los ojos el lugar que debía ocupar, que para su desgracia era al lado de Eirian. Los sirvientes repartieron vino de cerezas en copas de plata mientras los comensales hablaban entre ellos, solo Eirian y él permanecían callados.
Del lado derecho del plato había un cuchillo para la carne, Rowan lo observó. No prestaba atención a los murmullos y las risas bajas de la animada charla en la mesa. Él se veía a sí mismo con el cuchillo en la mano, saltando sobre la mesa cuál animal salvaje y clavando la punta en el cuello blanco y delicado de Eirian. Los imaginó a todos gritando asqueados y sorprendidos mientras el joven príncipe pelirrojo se ahogaba en su sangre.
La fantasía terminó al notar que todos se levantaban de sus asientos. Rowan miró hacia la puerta y vio la imponente figura de Cardigan entrando al salón. Traía una sencilla diadema, apenas un aro de oro que le rodeaba la cabeza. Vestía ropas elegantes, pero no lujosas: pantalón de seda negro, jubón de fina lana verde muy oscura, con la cabeza del lobo atravesada por la espada bordada sobre el lado izquierdo del pecho. Los cordones que ataban el cuello y las mangas tenían las puntas rematadas en oro. El rey se sentó a la cabecera de la larga mesa.
Era la primera vez que volvía a verlo desde que ese hombre lo apartó de su país. Rowan hubiera querido mostrarse altivo, dar la impresión de que no le temía, sino que lo despreciaba. No obstante, sus manos temblaban tanto que tuvo que esconderlas bajo la mesa.
Cardigan lo miró. Solo un instante pudo resistir antes de apartar los ojos de los azules del rey. Gracias al dios del cielo, sus primeras palabras fueron dirigidas al primer consejero y no a él. Los hombres hablaban de política mientras Rowan fijó los ojos en el cuchillo, no obstante, no fantaseó con asesinar a Cardigan. Le costó aceptarlo, pero le tenía miedo. Cada noche desde que llegó a Doromir despertaba de madrugada después de haber soñado con la terrible tarde en que fue a buscarlo a Ulfrgarorg. A veces solo abría los ojos en medio de la oscuridad, pero la mayoría de sus despertares ocurrían entre gritos y lágrimas. Tardaba en volver a dormirse, miraba con espanto la puerta como si en cualquier momento Cardigan fuera a cruzarla y a rebanarle el cuello de un tajo.
Un crujido hizo que sus ojos se desviaran del cuchillo de plata hasta el asiento a su lado. Unas manos blancas y delgadas temblaban mientras estrujaban la tela del pantalón. Rowan observó al dueño de esas manos. Eirian tenía la cabeza gacha con los rizos rojos cayendo hacia adelante y cubriendo su cara. En su plato ya estaba servida la carne asada y las papas, pero él parecía no darse cuenta de ello.
—Estoy muy feliz con lo que me ha dicho el maestro Ober —dijo el rey dirigiéndose a Eirick—. Has progresado mucho con la espada, irás conmigo en mi próximo viaje a Ulfrgarog, algunos rebeldes aún no aceptan quién es el vencedor.
Al oír aquello, Rowan apretó los puños bajo la mesa, el cuchillo pareció susurrar su nombre.
—En cuanto a ti —prosiguió el rey dirigiéndose a Eirian. Rowan miró al príncipe de soslayo, el chico levantó de golpe la cabeza—, cada vez que te miro... pareces más niña que niño —acotó con desprecio el rey—. ¡Tan flaco! ¡Es desagradable! ¿Cómo puede ser posible que un hijo mío sea así? ¡Mira, es que ni siquiera comes! ¡Con razón eres tan malo con la espada y en combate!, ¡tanto que escuché que nuestro invitado te ha dado varias palizas ya!
Rowan se sorprendió de que lo mencionara.
—¡Una mujercita es lo que pareces! —continuó Cardigan—. Tal vez te dé en matrimonio al viejo rey de la Llanura de Rixs.
Miró al rey que se reía con la boca llena, algunos restos de comida salpicaban y se enredaban en la poblada barba rojiza. A la carcajada despectiva del soberano siguió la del resto de comensales. Eirian apretó la seda de sus pantalones sobre los muslos con más fuerza y volvió a agachar la cabeza, dejando que el cabello le ocultara el rostro.
—¿Es cierto que hasta tuvieron que coserte? —preguntó el rey entre risas burlonas—. ¿Pero si Rowan es menor que tú? ¡Esmirriado y sin habilidad! ¡Gracias al dios del cielo, no eres mi heredero!
Luego de casi una sexta, por fin, el rey abandonó las burlas contra su hijo menor y volvió a centrarse en la política. Por el rabillo del ojo, Rowan observó las gotas que caían sobre las manos pálidas. Eirick se inclinó sobre Eirian y le susurró algo, ante lo cual el más pequeño se sacudió su cercanía, no obstante empezó a comer como si llevara tiempo sin hacerlo.
El banquete pareció extenderse una eternidad. El rey hablaba y bromeaba, pero las risas en la mesa la mayor parte del tiempo se debieron a la poca habilidad o a la decadente condición física de Eirian. Rowan estaba sorprendido, creyó que el blanco de burlas sería él, pero el rey ni se percató de su presencia más que de modo secundario y solo para comparar de manera negativa a su propio hijo con él. Le pareció incómoda la situación. Incluso él, que odiaba a Eirian, encontraba desagradable la humillación que sufría el príncipe.
Cuando el banquete terminó y el rey se retiró, Rowan no sabía muy bien qué pensar. El segundo en marcharse deprisa fue Eirian.
—Nuestro padre es severo y exigente —dijo Eirick, quien ocupó el puesto que había dejado su hermano—, en especial lo es con Eirian. ¿Creeis que no lo ama?
Rowan miró al príncipe a la cara, no entendía por qué le hacía una pregunta como esa. ¿Qué podía decir él sobre el amor de un padre por un hijo cuando el suyo lo entregó a los enemigos?
—Eirian piensa que no —continuó Eirick—. Creo que por eso es tan agresivo. Luego de los comentarios de mi padre en la cena, Eirian os tomará más fastidio.
Rowan resopló. Acaba de entender por donde iba el asunto.
—¿Me estáis pidiendo que tenga compasión con él, que tolere sus ataques porque vuestro padre lo desprecia?
—A Eirian le importa mucho la opinión de nuestro padre.
—¿Y a mí qué? Si vuestro hermano no sabe ganarse la admiración de vuestro padre, quizás no la merezca.
Rowan giró y salió del salón, dejando al príncipe heredero impávido junto a la mesa. Sí, se sintió mal que la mayoría en la mesa se burlaran de Eirian, pero no por eso él iba a ser un blandengue nada más porque Cardigan lo hizo llorar. Eirian solo era un niño mimado, ni siquiera sabía lo que era estar rodeado de enemigos como él, apartado de su familia. Rowan resistía, más le valía al principito pelirrojo cara de niña aprender a hacerlo también.
Dobló el recodo que llevaba a los pabellones de los dormitorios cuando escuchó sonidos de arcadas, Eirian vomitaba en un rincón. Hubiera deseado devolverse sin que notara su presencia, pero cuando iba a darse la vuelta, el príncipe lo vio.
—¿Vas a reírte también? —preguntó con rencor mientras se limpiaba los restos de vómito de la comisura de la boca.
Rowan lo observó, temblaba pálido con el ceño fruncido y las mandíbulas apretadas.
—¿De qué debería reírme? ¿De que te cayera mal la comida y te hiciera vomitar?
—Mi padre...
Rowan no lo dejó terminar.
—Espero que no saques de excusa mañana en el entrenamiento que tienes dolor de barriga.
Eirian lo miró fijamente. El color volvió a sus mejillas poco a poco y sonrió con esa sonrisita de suficiencia que solía dedicarle en los entrenamientos. Eirian no volvió a mencionar a Cardigan, Rowan tampoco lo hizo, ambos fingieron que la horrible humillación durante la cena jamás ocurrió.
—Ya quisieras —dijo Eirian—. Te haré tragar el polvo mañana.
Después de esa cena, los entrenamientos fueron diferentes, algo cambió entre ellos. En apariencia no dejaron de detestarse, continuaron picándose y agrediéndose, pero emergió esa complicidad que surge entre los desgraciados. Eirian no era un hijo amado y Rowan había sido entregado por su padre a los enemigos, en cierta medida a ambos los habían abandonado. Dos almas solitarias que se encontraban e intentaban llenar el vacío de sus vidas con la compañía del otro.
En los días que siguieron, poco a poco, las hostilidades menguaron, hasta que cuatro lunaciones después, Eirian, boca abajo en el suelo, lanzaba un puñetazo en la arena de entrenamiento, frustrado porque todavía no lograba vencerlo.
Rowan rio con las manos en la cintura, mientras contemplaba al pelirrojo berrinchudo.
—¿De qué te ríes, imbécil? —Eirian se levantó y juntó el índice y el pulgar de la mano derecha—. Estoy así de cerca de derrotarte.
—Primero tienes que bloquearme. —Rowan tomó del suelo la espada de madera del príncipe y se la entregó—. Te diré lo que estás haciendo mal.
Esa tarde ambos entrenaron hasta que el sol se ocultó y el frío se hizo insoportable. Finalmente, Rowan le reveló el secreto detrás de todas sus victorias y Eirian se sintió entusiasmado. De regreso al interior del castillo, caminaban uno junto al otro, envueltos en las gruesas capas de lana y forradas en piel.
—¡Mañana derrotaré a mis primos! —Eirian rio, increíblemente feliz—, jamás volverán a vencerme.
—Tus primos no son la gran cosa —le respondió Rowan—. Con lo que te enseñé podrás ganarle incluso al maestro Ober.
—¿De verdad lo crees? —Los ojos azules de Eirian brillaron esperanzados.
—Claro que sí, y cuando tu padre vuelva a verte entrenar quedará sorprendido.
La sonrisa en el delicado rostro se apagó.
—No creo que eso pase alguna vez, pero gracias.
—Verás que sí, nadie volverá a derrotarte.
Eirian volvió a sonreír y rodeó con un brazo los hombros de Rowan.
—¿Ni siquiera tú?
—No sueñes tan alto, cerecita.
Ambos rieron y entraron al calor de los braseros detrás de los muros del castillo.
Rowan y Eirian tomaron la costumbre de seguir entrenando los dos solos al terminar las clases. Ambos se escapaban fuera del castillo por la tarde. Detrás del edificio principal había un invernadero abandonado. Nadie iba allí, las paredes de cristal cubiertas de polvo y las enredaderas que trepaban por las vigas de madera hacían difícil la visión al interior del pequeño edificio.
La primera vez que Eirian llevó a Rowan, este se asustó un poco. La luz crepuscular magnificaba las sombras que los arbustos marchitos arrojaban sobre ellos, bajo sus pies crujían las ramas y las hojas secas. Era un sitio lúgubre y algo tenebroso. Por un momento, Rowan dudó de las verdaderas intenciones de Eirian, pero cuando giró a verlo, su expresión plácida y la pequeña sonrisa tranquila en su rostro lo calmaron.
—¿Qué es este lugar? —preguntó observando una gran telaraña que se extendía entre las ramas de dos arbustos casi secos.
—Es el invernadero —contestó el príncipe pelirrojo—. Era de mi madre, está abandonado desde que ella murió. Vamos, aquí nadie nos molestará.
Desde ese día practicaron allí. Rowan le enseñó las técnicas secretas de su familia y por su parte, Eirian lo ayudó a perfeccionar su habilidad con el arco y la flecha, en lo cual el príncipe pelirrojo era mejor. Pronto, tal y como lo prometió, nadie fue capaz de vencer a Eirian en los entrenamientos, ni siquiera Eirick.
Una mañana del primer invierno que Rowan pasó en Doromir, Eirian se cortó los largos rizos rojos y se atrevió a pedirle al rey que lo mirara entrenar.
No solo estaba Cardigan, también lo acompañaban algunos ministros y el primer consejero. Rowan ayudaba a Eirian a ponerse las muñequeras de acero y cuero. El joven príncipe estaba nervioso, pero también entusiasmado por mostrarle a su padre sus avances.
Cuando todo estuvo listo, el maestro Ober dio la señal, los primos de Eirian se acercaron de uno en uno y a todos los derrotó con asombrosa facilidad. Rowan giró hacia las gradas, donde el rey se sentaba. Este, lo último que hacía era mirar a su hijo, conversaba animadamente con sus ministros. Eirian también notó la indiferencia de su padre y su rostro se tornó todavía más pálido. Decepcionado, lanzó al suelo la espada luego de vencer al último de sus primos. Rowan tomó la suya y saltó a la arena.
—¡Ey, cerecita! ¿A dónde vas? —pronunció las palabras con un tono de burla, fuerte y claro, para que todos en la arena lo escucharan—. ¡A mí no me podrás vencer tan fácil!
Eirian, que no esperaba que Rowan lo retara, enarcó las cejas, sorprendido.
—¿O es que tienes miedo de enfrentarme?
El joven príncipe pelirrojo frunció el ceño y miró a donde su padre se encontraba. Este, por fin, lo veía con algo de interés. Eirian se puso en guardia. No porque ahora fueran amigos, Rowan sería benevolente con él. Además, esperaba que se luciera y por fin lograra obtener la aprobación que tanto deseaba de Cardigan.
Las espadas de madera chocaban mientras ellos afianzaban los pies en la arena para resistir los embates del otro. Eirian era un buen espadachín y a pesar de su poca masa muscular, tenía gran resistencia. El combate se tornó apasionante y varios de los soldados de la guardia real se acercaron a observar.
—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —bramó Cardigan, de repente.
El rey dejó su puesto en las gradas y caminaba a grandes zancadas hacia la arena. De inmediato, el combate paró.
—Pa, padre —balbuceó Eirian, aterrorizado.
—¡¿Esto es lo que querías que viera?! —El rostro de Cardigan se había vuelto tan rojo como su pelo—. ¡Ni porque te hayas cortado el cabello eres más hombre! —El rey abofeteó a su hijo y este cayó en la arena—. ¡¿Cómo te degradas peleando con la técnica de los lobos de Ulfrgarorg?! ¡¿Crees que no me di cuenta antes, cuando enfrentaste a tus primos?! —Eirian miró a Rowan cuando su padre lo señaló con su grueso índice—. ¿Fue él quien te enseñó? Si fueras tan siquiera un poquito inteligente, te darías cuenta de lo absurdo que es el que trates de mejorar con las técnicas de combate de un reino que fue derrotado.
Cardigan les dio la espalda y salió de la arena, furioso. Los soldados que se habían acercado a mirar, también se giraron y los primos de Eirian, a quienes había vencido, empezaron a reír. Rowan sintió que la cara se le calentaba, de seguro su piel trigueña estaría roja como el cabello de Eirian.
—¡¿De qué mierdas te ríes?! —Empujó a uno de los primos de Eirian, al que se llamaba Tristán—. ¡Si te crees tan bueno, toma tu espada y ven!
Tristán se burló y escupió al suelo.
—Ya lo dijo el tío, no tiene sentido pelear con los derrotados.
Rowan extendió el brazo y le dio un puñetazo en el pómulo. El otro primo de Eirian llamado Reik también se metió en la pelea. En poco tiempo todos los jóvenes, incluyendo a Eirian, se encontraban lanzando puñetazos, patadas y mordiscos, hasta que entre Eirick y el maestro Ober lograron separarlos.
—¡¿Qué les pasa?! —los reprendió el maestro—. ¡¿Acaso no tienen espíritu deportivo?! ¡Si vuelven...!
Antes de que el maestro Ober terminara la oración, Eirian se separó del grupo y corrió hacia el muro oeste del patio de armas. Rowan lo observó preocupado, sabía a dónde iba y quería ir con él, sin embargo, aguardó hasta que el maestro terminó con el regaño para buscarlo.
Rowan cruzó la entrada del lugar secreto de ambos. Lo divisó a lo lejos entre la maleza y se acercó en silencio. Eirian le daba puñetazos a una de las vigas de madera. Las enredaderas temblaban y sobre el príncipe caía una lluvia de hojas y ramas secas.
—Parece que vas perdiendo —le dijo Rowan señalándole con la cabeza los nudillos ensangrentados.
Eirian se giró levemente y lo miró de reojo.
—Tú también luces mal.
Rowan se limpió la sangre que escurría de su nariz y se acercó más.
—Pero tus primos quedaron peor. —Rowan rio y se sentó en el suelo cubierto de hojas, con la espalda apoyada de la viga—. Le saqué un diente a Tristán y a Reik tendrán que coserle la frente.
Eirian también rio levemente antes de sentarse a su lado. Al cabo de lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, Rowan volvió a hablar:
—Perdóname, fue mi culpa lo que pasó con tu padre. Debí suponer que le molestaría que te enseñara mi técnica de espada.
Eirian lo contempló un instante, mitad asombro, mitad enojo. Soltó una exclamación despectiva.
—¿Eso crees? ¿Qué fue por ti? —El príncipe pelirrojo agachó la cabeza y negó un par de veces—. Mi padre me odia. Si no me hubieses enseñado a pelear, de igual forma se habría burlado de mí.
—No creo que...
—¡Claro que me odia! Lo has escuchado aunque finjas que no. Odia mi cara, mi sola existencia le causa repulsión.
Rowan lo observó, Eirian tenía la mirada perdida en la gran telaraña que se extendía frente a ellos. Quería decirle algo que pudiera consolarlo, pero no se le ocurría nada.
—Es porque me parezco a mi madre. Ni siquiera cortándome el pelo voy a dejar de hacerlo. Él nunca va a perdonarla.
En realidad, Rowan no sabía qué había sucedido con la madre de los príncipes. En alguna ocasión escuchó comentarios de parte de los primos de Eirian que mencionaban que este había salido defectuoso por culpa de su mala madre, pero no tenía claro qué quería decir el comentario. Ahora que la nombraba, no estaba seguro de si debía o no preguntarle por ella.
—Tampoco va a perdonarme a mí por parecerme a ella. ¡Lo odio, lo odio, lo odio! —El príncipe golpeó la tierra con su puño ensangrentado, luego giró el rostro lloroso, pero enojado, hacia él—. Eirick no lo dice, pero yo sé que también lo odia. Lo he visto a escondidas llorando y maldiciendo. Él extraña mucho a mamá. Yo casi no la recuerdo, pero él sí, vivió más tiempo con ella.
Eirian guardó silencio y se dedicó a estrujar las hojas marchitas a su alrededor. Rowan no sabía qué decir, así que prefirió mirar cómo los dedos blancos castigaban a las hojas
—Deseo que mi padre muera —dijo de pronto, Eirian, llorando.
Los ojos azules lo enfocaron, había desesperación y miedo en ellos. Rowan no supo bien por qué lo hizo, pero se acercó a él y lo abrazó. Por un instante el cuerpo de Eirian se tornó rígido, hasta que poco a poco fue ablandándose. Apoyó la cabeza en su hombro y sollozó largamente.
Por suerte, al día siguiente Cardigan viajó a una de las provincias de Doromir y tardó varias lunaciones en regresar. En el tiempo que pasó lejos, a Rowan le pareció que el clima helado de Doromir se volvió más tolerable, el zumbido del viento que venía de las montañas menos aterrador. El estado de ánimo de Eirian mejoró notablemente y él y Rowan se volvieron inseparables.
GLOSARIO
Lunación: Equivalente a un mes lunar: 29 días que corresponde al período comprendido entre dos momentos en que la luna se halla exactamente en la misma fase. Cada lunación inicia en luna llena.
Lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego: Medida de tiempo que corresponde aproximadamente a 5 minutos.
***Hola mis amores. ¿Qué les pareció el capitulo? Ya sabemos como Rowan y Eirian se hicieron amigos inseparables. Dentro de unos cuantos capítulos más adelante les traeré como fue que se hicieron amantes.
Les dejo una ilustración hecha por Bing (una IA) de Rowan y Eirian niños. Nos leemos el próximo viernes.
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