Capítulo XII: El pasado (I Parte)
Los pensamientos, Rowan los sentía enredados, como fideos de una de esas sopas que preparaban en Fisk Haurg y que tanto le gustaban a Eirian. Mientras cabalgaba, los recuerdos de las guerras vividas le hacían acelerar los latidos. Volvía a oler la sangre mezclada con la tierra y a escuchar los gritos desesperados de los soldados heridos. Tal vez era la certeza de que de regreso a Doromir nada cambiaría en su vida.
Pensó en su hermana y en el trato frío que habían tenido, en cómo lo despreció Daviano. Seguramente él no era el único que lo hacía en la corte de Ulfrgarorg. Quizá Eirian tenía razón y su lugar, el que Nu-Irsh destinó para él, estaba a su lado. ¿De qué le servía ser el rey de un pueblo que ya no conocía y que no lo amaba? Él pertenecía a Doromir.
De nuevo lo asaltó la visión de los campos arrasados por la guerra, vueltos un pastizal de sangre, mientras las patas de su caballo se hundían en ese fango cubierto de vísceras y cuerpos desmembrados.
Empezaba a oscurecer y la tarde enfriaba, sin embargo, las nubes resplandecían en rojo como si un incendio se hubiera apoderado de ellas.
«Rojo».
Eirian le había ocultado la enfermedad de su padre, mató a Idrish y le quitó la corona, todo para mantenerlo a su lado. Ese era el amor del emperador, el único que podía ofrecerle.
Rowan alzó la cabeza al cielo y suspiró. A su lado traqueteaba el elegante carruaje donde viajaba el emperador acompañado de su mujer embarazada. No siempre la relación entre Eirian y él fue así. Hubo un tiempo en que los sentimientos eran puros y el amor sincero, ellos fueron amigos antes que amantes. ¿En qué momento se volvió tan turbia?
Los recuerdos de hacía doce años acudieron a su mente mientras cabalgaba a paso lento en la caravana imperial. Cardigan, el padre de Eirian, era el rey de Doromir y mantenía una larga rivalidad con su padre, el rey de Ulfrgarorg. La frontera entre ambos reinos era una zona caliente de enfrentamientos constantes, hasta que la guerra, estalló.
Su padre hizo cuanto estuvo en sus manos por defender Ulfrgarorg, pero al final sucumbió al poderío militar de Doromir y capituló. El rey Andrew nunca fue dado a la guerra, si se enfrentó a Doromir fue porque no tuvo más remedio que ese y cuando la derrota fue inminente no dudo en rendirse y buscar un acuerdo donde hubiera el menor derramamiento de sangre. Cardigan acordó perdonarle la vida a toda la familia real de Ulfrgarorg y cesar el enfrentamiento si el rey Andrew le juraba lealtad, y como prueba de ello le entregaba a su único hijo varón para ser criado en Doromir.
Andrew accedió, su hijo a cambio de que perdonara decenas de vidas.
El día en el que Cardigan personalmente fue a buscarlo a Dos Lunas se convirtió en un sueño recurrente en el que solo distinguía los destellos rojos del pelo del rey de Doromir a contra luz, los gritos de su madre suplicando que no se lo llevaran y las palabras de despedida de su padre en su oído: «La familia lo es todo. Perdóname».
Esa fue la última vez que la vio a ella. Cerró los ojos y le pareció percibir aquel aroma a humo que siempre la envolvía. Tenía once años en aquel entonces y durante el viaje evitó llorar, sin embargo, pasó mucho tiempo antes de que Rowan dejara de esperar que su padre se arrepintiera de su decisión y marchara a Doromir para rescatarlo.
Cuando se hizo mayor entendió por qué su padre tomó esa decisión y lo perdonó, no le guardaba rencor. Reinar equivalía a hacer sacrificios por el bien común.
El palacio del Amanecer en Doromir le pareció un lugar amenazador, frío y lúgubre. No había jardines perfumados, ni un gran lago en el cual pescar, estaba lleno de enemigos. Sin embargo, con el tiempo descubrió que también tenía su encanto, uno rojo.
En cuanto llegaron, Cardigan lo dejó con Breogan, el mayordomo del palacio, y se perdió por una de las galerías. Rowan no volvió a verlo, sino casi una lunación después.
—Bienvenido, príncipe Rowan. —La voz grave de Breogan le hizo apartar la mirada del lugar por donde había desaparecido Cardigan—. Acompañadme, os mostraré vuestros aposentos.
Las espléndidas lámparas de aceite iluminaban salones y corredores; de las paredes colgaban variados escudos en acero y madera, así como tapetes con hilos bordados y gemas engarzadas que representaban rostros de hombres y mujeres de elegantes vestiduras. A Rowan no le importaba el lujo, la piedra gris le continuaba pareciendo fría.
Breogan abrió una gran puerta de madera, adentro se encontraba su nueva habitación. Las cortinas eran de tejido verde y dorado, pesadas, no dejaban entrar la luz; la mesa y los sillones, de madera pulida; la cama confortable con sábanas de lino y cobertores de lana, limpios y fragantes. A pesar de todo, era un calabozo y él un prisionero, el único de esa guerra.
—Debéis estar cansado, Alteza. —Otra vez Breogan interrumpió sus divagaciones—. Os mandaré a preparar un baño y que os suban comida caliente.
El hombre, tenía cara madura y afable, voz profunda y reposada y unas maneras calmadas que le provocaba lanzarse en sus brazos a llorar largamente su desgracia. Breogan se inclinó ante él, y el tintineo de las llaves que portaba siguió a su reverencia. Tal y como había dicho, menos de una sexta después, varios sirvientes entraron para preparar el baño y ayudarlo. Luego le trajeron la comida. Rowan estaba tan cansado que esa primera noche en Doromir durmió sin soñar nada. Fue la única en doce años.
Por la mañana, al abrir los ojos, lo invadió la angustia otra vez. Un nudo le oprimía la garganta. Hubiera dado todo en aquel momento por sentir los brazos de su madre, envolviéndolo. En cambio, estaba solo, rodeado de enemigos.
Cuando Breogan entró a la habitación, lo encontró llorando en medio de un ataque de desesperación. Se acercó a él y le agarró las manos para apartarlas del cabello del cual tiraba. «Dejadme ir, por favor, os lo suplico» pidió entre lágrimas. El mayordomo lo abrazó igual a como lo hubiera hecho su padre y le acarició el pelo. Poco a poco, Rowan se fue calmando.
—Alteza, en este momento la situación os parece agobiante, pero os aseguro que nada malo os sucederá.
—¡Los extraño mucho! —lloriqueó Rowan—. ¡Quiero volver a casa!
—Esta es vuestra casa, ahora. Ya veréis que no es tan malo. Nu-Irsh tiene un propósito para cada uno de nosotros y él os ha destinado para acá. Habéis salvado a vuestra gente, Alteza.
Su sacrificio a cambio de la vida de muchos.
Pero en ese momento quien sufría era él.
Cuando se calmó, Breogan lo invitó a ver el entrenamiento de los príncipes de Doromir para que se distrajera un poco.
En el patio de armas dos chicos entrenaban con espadas de madera, vestidos con algunas piezas de acero como las muñequeras y las corazas. Ambos tenían cabello rojo, brillante y abundante, pero uno era algo mayor, tal vez tendría unos dieciséis años, mientras que el otro lucía más o menos de su edad.
El mayor empleaba la espada con una destreza asombrosa, no obstante, cada vez que acorralaba al otro se contenía de descargar en él todo su poder. Desde la distancia a la que Rowan los observaba le parecía que lo aleccionaba. El maestro de espada no era tan benevolente y reprendía al menor, menos diestro, con frecuencia. Al cabo de un rato el entrenamiento terminó y ambos se acercaron a Breogan y a él. El mayor, con una pequeña sonrisa condescendiente, caminaba con una mano en el hombro del menor. Este tenía el ceño fruncido por la frustración de haber perdido, pero la expresión no llegaba a endurecer del todo las facciones delicadas. Al observarlo mejor, Rowan se preguntó si tal vez no era una chica. Su contextura era delgada y el cabello rojo le caía en rizos brillantes sobre los hombros estrechos. Su piel era tan clara como la luna y ni siquiera porque tenía el rostro manchado de tierra y sudor lograba verse desagradable.
—Altezas. —Breogan hizo una reverencia frente a los jóvenes pelirrojos—, os presento al príncipe Rowan de Ulfrgarorg, vuestro huésped.
El joven mayor lo miró sonriente y con curiosidad, hizo una pequeña reverencia frente a él. El otro, que todavía no se decidía si era niño o niña, lo observó con ojos muy abiertos, sorprendidos, tan azules como el cielo en una mañana de verano. Cuando los de ambos se encontraron, sintió algo extraño en el pecho.
—Príncipe Rowan, ellos son su Alteza Real, el príncipe Eirick y su Alteza, el príncipe Eirian.
El joven delicado era un niño. Rowan los saludó a ambos con la reverencia de rigor.
—Nos hablaron de vos —dijo Eirick risueño—, seréis nuestro invitado. Espero que mañana podáis acompañarnos en nuestros entrenamientos.
—No creo que pueda aprender nada de vosotros. —Rowan hablaba con la barbilla alzada, altanero y con un irrefrenable deseo de molestar. La rabia que sentía en su corazón opacó el sentimiento de familiaridad inicial que sintió al ver al menor de los príncipes—. Ambos sois bastante malos.
Eirick alzó las cejas primero y luego soltó una carcajada, pero Eirian se enojó.
—¡¿Qué habéis dicho?! —El joven príncipe pelirrojo se acercó a él, retador. Rowan se dio cuenta de que eran casi del mismo alto y sonrió con suficiencia. Eirian volvió a hablar—: ¡Repítelo!
—Sobre todo vos, sois lento y torpe, Alteza.
Eirian le arrancó de las manos la espada de madera a su hermano mayor y se la lanzó a Rowan.
—Veremos si sigues teniendo esa boca tan grande después de que te haga morder el polvo.
Rowan sonrió y se puso en guardia, confiado de sus habilidades. La potencia de los golpes de Eirian era buena a pesar de la esmirriada contextura del chico, un solo golpe de su espada de madera probablemente le dejaría un cardenal. Eso, si pudiera asestarle. Cada vez que el príncipe pelirrojo se movía y embestía, Rowan lo esquivaba. Era tan fácil que sentía que jugaba con un niño que apenas empezaba a usar la espada. Se reía ufano mientras Eirian apretaba los dientes con rabia.
El príncipe doromirés levantó la espada de madera empuñándola con ambas manos, gritó y se le abalanzó para descargar sobre él un golpe potente. Rowan se movió a un lado justo antes del impacto, giró y le dio un puntapié en el trasero, Eirian trastabilló y terminó con su cara, pálida y delicada como la luna, enterrada en la arena del patio de armas. Rowan rio con ganas. En su pecho se mezclaba la rabia con el dulce sabor de sentirse, por esa vez, superior a esos pelirrojos que habían derrotado a su reino y lo arrancaron de su hogar.
Todavía se reía cuando un cuerpo lo impactó con fuerza y lo arrojó de espaldas al suelo. Eirian estaba sobre él, con el rostro rojo y lágrimas de rabia corriendo por las mejillas. Le dio varios puñetazos en la cara y fue Eirick, el hermano mayor, quien rápidamente se lo quitó de encima. Desde ese momento entre ellos surgió la rivalidad.
El único momento del día en el cual Rowan y los príncipes de Doromir interactuaban era en el entrenamiento. Los maestros de espada y equitación eran severos con los príncipes, también con él, y por ese solo instante del día llegaba a sentirse igual a ellos y no como el prisionero que en realidad era.
Eirick era gentil, no se molestaba si algunas veces Rowan le ganaba con la espada o con el arco, sonreía con amabilidad y en alguna oportunidad llegó a alborotarle el pelo en la coronilla, tal y como hacía con su hermano menor. También le buscaba conversación fuera de las clases. Sin embargo, una vez que dejaban la arena de entrenamiento, a Rowan le costaba apartar de su mente la idea de que los doromireses eran el enemigo, por lo tanto, se volvía ensimismado y huraño y evitaba hablar con él.
Eirian, por el contrario, siempre era agresivo en su trato. En los entrenamientos se esforzaba por vencerlo, lo empujaba o golpeaba sin motivo aparente y Rowan respondía, encantado de descargar en él la rabia que lo consumía por dentro. Casi todos los días ambos príncipes terminaban magullados y sangrando.
Una lunaciones luego de su llegada a Doromir, Breogan curaba las heridas de Rowan en sus aposentos. Había limpiado la sangre y examinaba un pequeño corte en la ceja derecha.
—¿Por qué tenéis que ser tan agresivo con el joven Alteza? —preguntó Breogan, frotando con delicadeza la herida.
—¡¿Yo soy agresivo?! —preguntó sorprendido—. Parece que no os habéis dado cuenta de que quien está sangrando soy yo.
—Disculpadme, Alteza, pero vos lo incitáis con vuestras burlas.
—¡Ssss! —Rowan silbó debido al dolor de la herida, luego volvió a mofarse— ¡Ja! ¡Entonces es un niño mimado que no soporta una broma!
—¿Eso creéis, Alteza, que el joven príncipe Eirian es un mimado?
Breogan colocó el vendaje y lo miró a los ojos. Él era la única persona en todo el palacio del Amanecer con la que Rowan hablaba fuera del entrenamiento, la única con la que se sentía a gusto. Siempre, su mirada compasiva y gentil tenía el poder de desarmarlo. Reflexionó un instante y recordó la odiosa cara pálida y los ojos azules del príncipe que siempre lo miraban con desprecio, su afán por hacerlo quedar mal delante de los maestros.
—¡Por supuesto! Hace berrinches cada vez que le gano. Es incapaz de aceptar su derrota.
—¿Y vos, Alteza, en las oportunidades en las que él os ha ganado como actuáis?
—¡Ja! ¡Él nunca me gana!
Breogan sonrió con dulzura.
—Acabo de vendarle una herida hecha por él.
—Él quedó peor.
—Los dos habéis quedado heridos. Perdonad mi atrevimiento, Alteza, pero como yo lo veo, ambos sois muy parecidos.
—No me parezco a ese engreído niño pelirrojo, estúpido, bocón, altanero, que no acepta una derrota.
—No, claro que no, Alteza. —Breogan sonrió, se levantó y recogió los utensilios que había usado para curarlo—. Por favor, vestíos apropiadamente, el rey Cardigan estará en la cena. No cometáis ninguna imprudencia.
Rowan se sorprendió con el anuncio, sería la primera vez que vería al rey después de que lo sacara de su tierra.
***Hola, mis amores. ¿Qué les pareció este vistazo al pasado de Eirian y Rowan?
En el próximo capítulo conoceremos a Cardigan, el difunto rey de Doromir y padre de Eirian. Espero que no estén muy aburridos de Eirian y Rowan, pronto les traeré acción y sangre.
Nos leemos el próximo viernes.
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