Capítulo VIII: Un hermano distante

—¿Qué opináis de mi hermano? —preguntó la princesa Andreia.

Una de las doncellas tensó los cordones del corpiño, la princesa tuvo que sujetarse del armario para no caer debido a la fuerza empleada. Exhaló con lentitud, lo que le permitía la prenda interior ceñida a su torso, la cual buscaba realzarle la figura. La otra doncella se acercó trayendo en las manos el vestido que debía usar: raso azul oscuro y mangas forradas en otro tan claro que parecía plateado.

—Se parece a Su Alteza.

Andreia sonrió debido a la respuesta simple y obvia. Giró y se encontró a Lena, la nueva capitana de la guardia real, pudorosamente vuelta hacia la puerta evitando mirarla en ropa interior. A Andreia aquello se le hizo tanto tierno como gracioso.

—¡Claro que somos parecidos! ¡Es mi gemelo! Pero no pregunto sobre su aspecto físico, sino sobre su carácter. ¿Qué opinión os merece?

Andreia subió los brazos y la doncella deslizó el vestido por su cuerpo, el cual se amoldó a este cuál guante. Luego se dedicó a amarrarle los lazos y cordones mientras la otra doncella la peinaba. Lena guardó silencio un instante, reflexionando.

—Es un hombre callado, muy serio. Distante.

La princesa se dio un par de toquecitos con el índice en la barbilla.

—Creo que habéis acertado, Lena. Mi hermano es distante. Pasar tanto tiempo en Doromir siendo el amante del emperador lo alejó definitivamente de nosotros, que fuimos su familia.

—¿Fuimos? —Lena se giró y la miró ahora que ya estaba presentable—. Habláis en pasado, Alteza.

—Me temo que la lealtad de mi hermano no está con Ulfrgarorg, sino con Doromir. Es el hombre de confianza de Eirian, su espada, además de su amante. Su distancia y reticencia habla a favor de eso.

Luego de que los rizos negros, largos hasta la cintura, fueron desenredados, una de las doncellas acomodó sobre su cabeza una sencilla diadema de oro. La princesa tomó de la mesita esmaltada un espejo de plata y observó su rostro en él: No había rubor en sus mejillas, ni pintura en sus labios. El vestido oscuro acentuaba su palidez. Andreia sonrió con picardía. Espejo en mano, se acercó a Lena.

—¿Creeis que debería usar algo de pintura? —Ante la pregunta, Lena la miró como si no comprendiera a qué se refería—. Ya sabéis, rubor y labial. ¿O luzco hermosa así?

La capitana apartó rápido los ojos de la princesa y los fijó en el suelo. Andreia notó que se ruborizaba.

—¡Vamos! ¡Sois mujer! ¿Os parece que luzco bien? No quiero verme demacrada ante los nobles que vendrán a darle la bienvenida a mi hermano.

—Luce muy bien, Alteza.

Los ojos azules de Lena, sin embargo, continuaron fijos en el suelo. Andreia suspiró y se alejó para dejar el espejo en la mesita.

—¿Sabéis qué es lo peor de todo esto?

—¿Usar rubor?

—¿Qué? —Andreia rio—. No. Que mi padre sigue creyendo en Rowan. Lo ama más que a mí.

Para Andreia fue difícil crecer con un padre, que sí, le demostraba afecto y se mostraba orgulloso de sus logros, pero que secretamente vivía obsesionado con el hijo ausente. Eso hizo que ella tuviera que esforzarse más para nunca dejar de brillar.

El rey Andrew y Rowan no se comunicaban directamente, pues podía ser considerado traición, pero su padre siempre recibía noticias de lo que él hacía. Sabía cuántos pueblos había conquistado, estaba al corriente de todos sus triunfos y de lo que se decía de su ferocidad. Por eso Andreia no podía bajar la guardia. Si Rowan era un espadachín destacado, ella también. Si del príncipe se decía que su manejo del arco era magnífico, ella debía igualarlo. Si él era espléndido cabalgando, ella lo sería más.

A su padre no le importaba que los triunfos que Rowan obtenía glorificaran a Doromir, tampoco lo que era del dominio de todos: que fuera la puta de Eirian. Él hacía oídos sordos sobre ese pequeño y vergonzoso aspecto de la vida de su hijo. Confiaba ciegamente en que llegado el tiempo la sangre prevalecería y su adorado vástago recordaría las palabras que con tanto ahínco le enseñó: «La familia lo es todo».

—Bien, Lena. Veamos como sigue comportándose mi hermano, todavía no estoy muy segura sobre qué esperar de él.

A pesar de la opinión de Lena, Andreia hizo que le empolvaran las mejillas y le untaran una crema traída del Cañón de Fuego que dio a sus labios un aspecto rosado y sedoso. Luego se dirigió al gran salón junto con la capitana, a esperar la llegada de los nobles de Ulfrgarorg.

El alto asiento dorado del trono se hallaba desocupado. A un lado de este se sentaba Rowan y del otro, Andreia. Recibían a los nobles y los regalos destinados al recién llegado. Detrás de cada príncipe esperaban de pie Idrish y Lena. El heraldo en la puerta anunciaba a los visitantes, quienes se acercaban, colocaban una rodilla en el brillante suelo y ofrecían el obsequio.

«Es como si mi padre ya hubiese muerto y él lo sucediera» pensó Andreia con amargura. «Están resignados a obedecerle a él, que será el títere de Doromir».

Ella giró el rostro y lo observó. Vestía jubón de raso negro y chaqueta de terciopelo oscuro ribeteado con hilos de plata y broches del mismo metal. Al menos continuaba usando los colores del reino. Desde donde estaba solo podía ver su perfil, la nariz recta, los labios llenos y bien perfilados. El aspecto que ofrecía era taciturno y, como había dicho Lena, distante.

El desfile de nobles terminó al fin, todos rodearon a su hermano y empezaron a halagarlo felicitándolo por sus logros en batalla. La forma como le sonreían buscando agradarlo le produjo asco. Esperaban que él fuera el nuevo regente a la muerte de su padre y pretendían ganar los favores de «La Espada del Conquistador». Daviano, con una copa de vino en la mano, se acercó a ella.

—Es increíble el parecido —dijo luego de beber—, aunque él es infinitamente más engreído. Ni siquiera sonríe. Los mira a todos como si les repugnaran.

—¿Más engreído? —Andreia levantó una ceja con sorna—. ¿Crees que tu princesa es una engreída?

—No puedes negarlo —contestó su amigo con una sonrisa.

Ella bebió de la copa que él le dio. Si le hubiese dicho que también a ella le daban asco los nobles de su corte, Daviano seguramente se habría disculpado y diría que el parecido con su hermano era solo físico, que a ella le causaban desagrado porque halagaban a Rowan y a él porque sencillamente eran sus vasallos y los consideraba inferiores.

La princesa frunció el ceño, un extraño ruido se hizo dentro de su cabeza, como si muchas voces le hablaran a su mente. Escuchó una más clara que el resto:

«Leales a Doromir».

Se extrañó, nunca antes le había pasado algo similar. Tal vez enloquecía debido a la preocupación que le generaba la enfermedad de su padre, la cercanía de su hermano y la próxima llegada del emperador.

«¿O son aduladores?», escuchó esa voz de nuevo en medio del ruido de otras voces.

Quizás era el propio pensamiento que escapaba de su interior, porque ella no era capaz de disimular el desagrado ante lo que veía.

El dreki de Svartgarorg le sonreía a Rowan y le había puesto la mano en el antebrazo derecho con una familiaridad osada. Su hermano tragó y arrugó la nariz, tenía los ojos fijos en los dedos que lo tocaban. Andreia creyó que lo apartaría.

«No debería tocarme».

De pronto tuvo una idea descabellada. ¿La voz que escuchaba en su mente provenía de su hermano?

Estaba más o menos acostumbrada a que le sucedieran cosas extrañas, como los sueños premonitorios que a veces tenía o su velocidad asombrosa en combate, sin embargo, escuchar los pensamientos de su hermano sobrepasaba con creces a todas ellas.

«No, es simple cansancio y preocupación» se dijo a sí misma.

—Me parece que aún no lo saludas —dijo la princesa luego de beber otro sorbo del vino de uvas en su copa de plata, desechando las absurdas teorías sobre la extraña voz en su cabeza—. No te vi hincar la rodilla frente a él.

—Preferiría no tener que hacerlo —contestó Daviano—, además, mi padre ya lo hizo por mí.

Lennox Velort, el padre de Daviano y primer consejero del reino de Ulfrgarorg conversaba con Helga Bashmont, la cabeza de la familia Bashmont de Valle Alto. El par de nobles en la sala parecían ser, aparte de ellos dos, los únicos inmunes al encanto de Rowan. Andreia esperaba que fuera así. En más de una oportunidad, Lennox le aconsejó a su padre rebelarse ante Doromir, pero el rey siempre declinó la propuesta. No era cobardía, ella lo sabía. No era miedo de enfrentar al ejército de Doromir, sino de que, primero Cardigan y luego Eirian, tomaran represalias sobre Rowan. Después de todo, su hermano era un prisionero cuya estadía en Doromir obedecía al hecho de asegurar la lealtad de su padre. Al menos así fue al principio, porque Andreia ya no estaba segura de que Rowan continuara siendo un prisionero.

—Vamos —le dijo la princesa a su amigo.

Daviano hizo un mohín de fastidio, apuró el resto del vino y la siguió con expresión resignada.

—Rowan, recuerdas a Daviano Velort de Gilfors.

El príncipe se giró hacia ellos, la miró brevemente y después fijó los ojos ámbar en su amigo, estudiándolo por un instante, al cabo del cual sonrió ampliamente. A Andreia le sorprendió la sonrisa porque le pareció genuina.

—Es un honor volver a verlo, Alteza. —Daviano hizo una reverencia, luego dijo en un tono un poco burlón—: ¡La Espada del Conquistador! ¡El Terror del Norte!

—¿No os gustan mis títulos? —preguntó con un tono en el que se adivinaba cierto enfado. Rowan frunció el ceño ligeramente. De la sonrisa afable no quedó nada.

Andreia tuvo un mal presentimiento.

—No importa si me gustan o no. Sois lo que sois, Alteza.

—Así es —contestó Rowan en un tono desafiante y peligroso—, y es mejor no olvidarlo. Tal parece que no todos están conformes con mi presencia en Dos Lunas.

Daviano hizo una nueva reverencia antes de hablar:

—Dais demasiada importancia a lo que otros creen, Alteza. Todos los aquí presentes somos vuestros vasallos.

Rowan continuó observando a Daviano a medida que bebía el vino de su copa. Andreia intentó escuchar aquella voz de antes, pero parecía haber desaparecido.

—Me da la impresión de que no estáis de acuerdo con serlo, mi querido dreki.

Daviano sonrió.

—Las cosas son lo que son, Alteza. Os repito, no importa lo que yo piense.

—Así es, no importa. Tened cuidado, dreki, con vuestras palabras y actos. Cómo habéis dicho antes, soy La Espada del Conquistador.

Rowan bebió el resto de la copa, giró sobre sus talones y abandonó el salón seguido de su guardia personal, el tal Idrish. Andreia dejó escapar el aire que había mantenido retenido durante el intercambio de los dos hombres.

—¿Tenías que ser tan desafiante? —Le dio un golpecito en el brazo.

—Lo lamento. —Daviano lo decía, pero parecía no sentirlo realmente, había una pequeña sonrisa en sus labios—, me es difícil disimular mi desagrado.

—¡Pues haz un maldito esfuerzo! No quiero tener un amigo descabezado. Entre hoy y mañana llegará Eirian y tus impertinencias sobran.

—¿El emperador? —preguntó con los ojos castaños muy abiertos.

—Todos esperan que mi padre muera. Vendrá para coronar a su amante, supongo.

—¿Te refieres a Rowan?

—¿A quién más? Viste cómo lo trataban los cortesanos. Es como si ya fuera el rey de Ulfrgarorg. Quién sabe qué será de nosotros y nuestro reino cuando él ascienda. Exprimirá aún más al pueblo con los impuestos para continuar financiando las conquistas de Eirian.

—A menos... —Daviano se frenó.

—¿A menos qué?

—A menos que seas tú la reina. —Daviano bajó la voz hasta hacerla casi inaudible—. Que derroques a tu hermano y nos lleves a todos a la libertad. 

GLOSARIO

Dreki: Título honorífico destinado a la nobleza de los reinos del Norte de Olhoinnalia: Doromir: Ulfrgarorg, Enfrania, Osgarg y La Llanura de Rixs

Svartgarorg: Del lísico. Svart: negro, Garorg: tierra. Tierra Negra. Región de Ulfrgarorg caracterizada por sus tierras fértiles. 

Ulfrgarorg: Del lísico. Ulfr: lobos; Garorg: tierra. Tierra de lobos

*** Hola! perdón por la demora. 

Voy a dedicar capítulos a aquellos lectores fieles que comenten, así que el de hoy va dedicado a una súper lectora, que además de aquí me consigo allá en facebook yuni_kim_ . Sepan que subo memes en feis de esta novela. Si quieren reírse conmigo pueden seguirme por allá.

Por cierto, ¿qué les parece Andreia?

Nos leemos el próximo miércoles.

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