Capítulo LVI: El Reino de Los Muertos (Parte II)
Un sol mortecino iluminaba sus pasos en el interior del laberinto. Eirian caminaba siguiendo el hilo rojo mientras algunas espinas se le enganchaban en la capa. No había visto nada ahí adentro, aparte de las paredes de abrojos. Cruzó un recodo y se encontró con una visión que lo hizo detenerse abruptamente.
Delante estaba su hermano Eribel, rollizo y desaliñado, tal como en el día en el que llegó al palacio del Amanecer años atrás. Con él hablaba un Eirian de dieciocho años. Pálido y tembloroso, sonreía aparentando confianza, todo para convencer al joven de envenenar a su propio padre.
Al ver la escena recordó la desoladora angustia que lo embargó en aquel momento por la pérdida de Eirick y luego de Rowan. Sintió lástima del joven que fue, de su soledad perenne, siempre abandonado por todos.
El Eirian de dieciocho años le entregó la botella con el veneno a Eribel, cruzó una de las paredes de abrojos y desapareció. Eribel, en cambio, sonreía mientras veía el regalo que le daría a su padre, ilusionado con congraciarse con él.
Eirian lo siguió a través del laberinto, el cual cambiaba a medida que Eribel caminaba por él, como si estuvieran recorriendo los pasillos del palacio del Amanecer.
Se detuvo frente a la puerta de roble de la habitación de Cardigan y tocó. Su padre abrió y en cuanto lo vió arrugó el rostro en una expresión de desagrado. El chico rio nervioso y desvío los ojos a la botella de licor de cerezas en sus brazos.
—Tra- traje esto pa-para vos, padre. Es de las bodegas.
—Sé que es de las bodegas —dijo Cardigan mirándolo como si fuera una mancha de estiércol en su bota—. ¿Creéis que no reconozco mi propio licor? —Cardigan le arrancó la botella de las manos. El pobre Eribel abrió grande los ojos y parecía a punto de llorar—. ¿Qué estás esperando ahí parado?, lárgate.
Cardigan le cerró la puerta en la cara, Eiribel con los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas miraba sin creer lo que había pasado.
Eirian contempló a su hermano y sintió pena. Recordó que después de entregarle la botella a Cardigan, Eribel fue con él, probablemente buscando consuelo. Debió sentirse muy solo y asustado en un lugar desconocido, donde quien le había dicho que era su padre lo trataba peor que a un pordiosero con alguna enfermedad contagiosa.
Eirian no lo trató mejor.
La visión de Eribel desapareció, Eirian suspiró y continuó caminando por el laberinto. Casi de inmediato apareció frente a él una cama de madera de nogal, lujosa, con dosel y cortinas de gasa blanca. En ella agonizaba Cardigan y sentado en la orilla del colchón estaba un Eirian de dieciocho años a punto de asesinarlo.
Ahogó un jadeo, el corazón se le apretó. Ese había sido uno de los peores momentos de su vida. Observó el titubeo y el temblor en sus propias manos mientras sostenía la almohada, todavía indeciso si cometer o no el acto abominable. Sin darse cuenta, caminó hasta donde se encontraba la joven versión de sí mismo. Quería detenerlo.
Si no hubiera matado a Cardigan, si se hubiera marchado a Vindrgarorg, rescatado a Rowan y se hubieran ido los dos muy lejos, la vida de ambos hubiera sido diferente. Él jamás se hubiera convertido en el emperador del Norte, no hubiera tenido que casarse, Rowan no lo odiaría, estaría vivo y junto a él.
¡Tantas guerras, tanta sangre derramada! Noches interminables, llenas de pesadillas, reviviendo una y otra vez el terror en los ojos de los hombres que había asesinado, no sirvieron de nada. Al final sus manos estaban vacías, en el pecho su corazón se había podrido y el único a quien había amado ya no estaba.
Tal vez de eso se trataba todo y a eso se refería el conglomerado cuando dijo que debía obtener un nuevo corazón, podía corregir sus errores. Haría una nueva versión de sí mismo y de su historia.
Corrió hasta su joven versión para detenerlo justo cuando bajaba la almohada, pero sus manos no tocaron nada. El recuerdo siguió su curso, luego de lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, Cardigan dejó de moverse y su versión pasada comenzó a llorar.
A él también se le salieron las lágrimas. Eirian cayó de rodillas, se cubrió el rostro con las manos y lloró amargamente.
—¿Crees que hay segundas oportunidades? —La voz profunda de Cardigan lo hizo saltar del susto. Eirian lo observó con terror antes de que su padre se echara a reír—. Me odiabas, me mataste y ¿para qué? —Cardigan volvió a reír—. Asesinaste a quien más querías igual que yo. ¡Eres igual a mí!
Las carcajadas de Cardigan llenaron los corredores del laberinto, Eirian lo miró horrorizado. Se amasó el cabello, afligido y cerró los ojos.
—¡No! ¡No es cierto! ¡No soy como tú!
Cardigan se inclinó sobre él, podía sentir su aliento caliente e impregnado de licor. Al oído le susurró:
—Mataste a Rowan. Tú lo hiciste, lo llevaste a la desesperación como hice con tu madre. Ninguno de los dos supimos amarlos. —Cardigan se enderezó y subió la voz—. ¡Y aquí estamos, podridos los dos! Pero ella lo merecía y seguro, Rowan también.
Eirian lo contempló con asco y odio, su padre, no dejaba de reír y repetir entre carcajadas «Tú eres como yo».
—¡No, no, no! —gritó con el llanto en los ojos.
Eirian se apartó mientras se jalaba los largos rizos rojos. No era como Cardigan, él había amado a Rowan, se lo había demostrado de mil maneras. Mató a Cardigan por él, para rescatarlo de Vidrgarorg y traerlo de vuelta.
—Me mataste y a él lo amarraste a ti.
Aunque tratara de huir, Cardigan aparecía a su lado. Su dedo decrépito le señaló otra escena.
Rowan y él yacían en el suelo de losa fría, envueltos entre las pieles, frente al hogar en una de las habitaciones de ese lúgubre castillo en Vidrgarorg. Recordaba lo que había torturado su mente en aquel momento: temía que Rowan se marchara al haber muerto Cardigan. Entonces inventó todo aquello de volverse el Conquistador del Norte, para pedirle a Rowan que lo ayudara y tenerlo a su lado por más tiempo.
Estaban acostados y Eirian lo envolvía entre sus brazos mientras los ojos melancólicos de Rowan miraban a través de los ventanales los picos nevados afuera. El pecho de Rowan se movía arriba y abajo acompasadamente, hasta que exhaló un suspiro.
—Detrás de esas montañas está Ulfrgarorg, tan cerca.
El Eirian que contemplaba el recuerdo bajó la mirada. Rowan extrañaba su tierra y él tuvo pánico de que volviera a ella y lo abandonara. La voz de él le llegó de nuevo, una frase que no recordaba que dijera aquella vez.
El príncipe en sus brazos seguía contemplando el paisaje salvaje de viento y nieve, no abrió la boca, no obstante, escuchó sus pensamientos.
«Está tan cerca... Pero aquí está mi hogar, en sus brazos». Rowan se acomodó más ceñido a él. «No hay nada que desee, sino estar con él para siempre».
Dos gruesas lágrimas cayeron de los ojos del Eirian que contemplaba la escena.
—Imbécil, igual que yo —se burló Cardigan a su lado.
—No quería irse —susurró.
Rowan quería quedarse con él.
La escena se disolvió y otra apareció. En esta Rowan y él retozaban en su alcoba del Amanecer. Hablaban sobre los planes de Eirian de marchar a los reinos del Norte de Olhoinnalia y unificarlos bajo su mando.
Rowan, desnudo sobre él, se apoyaba en los codos y lo miraba con esos ojos seductores que parecían envolverlo en las llamas.
—Te haré el Conquistador del Norte —susurró mientras le separaba las piernas con las suyas—. Todos se arrodillarán ante ti.
Rowan se deslizó dentro de él y Eirian ahogó un gemido, arqueó la espalda hacia atrás invadido por el placer. Luego le rodeó el cuello con los brazos y lo besó hondamente.
—Y yo solo me arrodillaré ante ti —dijo al separarse.
Rowan sonrió y comenzó las embestidas.
—¿Te dejabas penetrar por él? —preguntó Cardigan entre la sorpresa y la decepción—. En eso no te pareces a mí. Siempre supe que eras más como una mujercita.
Eirian volteó a mirarlo.
—¡Cállate! ¡Cállate, maldita sea, y no lo mires!
Cardigan volvió a reír.
Rowan siempre estuvo a su lado, incondicionalmente. Recordó todas aquellas pesadillas que lo despertaban de madrugada y cuando Eirian preguntaba de qué trataban, él le respondía melancólico: «La guerra. Los muertos no me dejan dormir».
Cerró los ojos y sintió un dolor muy hondo en su pecho vacío. Sí, lo había destrozado.
—Todavía no termina, tienes que seguir —dijo Cardigan poniéndose en movimiento.
En la nieve del suelo aparecieron gotas de sangre. Eirian frunció el ceño y caminó siguiendo el rastro, el cual se compaginaba con el del hilo rojo que venía siguiendo. Un mal presentimiento lo hizo tragar en seco.
Dobló uno de los recodos del laberinto y vio a Rowan caminando adelante.
—¡Rowan!
Corrió hasta alcanzarlo, tomó su hombro y lo giró. Al verlo, dio un paso atrás, horrorizado.
Era como las otras personas en aquella fila frente al Lobo del Norte, sus mejillas estaban hundidas; su pelo mustio; sus ojos opacos se fijaron en él sin reconocerlo.
—Rowan —jadeó.
Pero él se dio la vuelta y siguió caminando. Goteaba sangre mientras lo hacía y Eirian se dio cuenta del porqué.
Caminaban frente al salón del Amanecer. En la larga mesa estaba servido cerdo asado en salsa agridulce y sentados a ella, Rowan, Brenda, los demás y él mismo. Era la noche en la que Rowan había vuelto a Doromir.
El príncipe se inclinó frente a Brenda y besó su mano al saludarla. En ese preciso instante una espada se clavó en el alma de Rowan. La figura vestida de negro se dobló hacia adelante y escupió un buche de sangre, pero estoico, se repuso y siguió avanzando.
La escena cambió y le mostró otro banquete, esta vez en Dos Lunas. Eirian sabía lo que vendría. Otra espada perforó el pecho del alma del príncipe cuando él nombró heredera a Andreia.
El alma de Rowan cayó de rodillas y mucha sangre brotó de su boca. Eirian creyó que no podría continuar, pero volvió a levantarse. Caminaba con la cabeza gacha, tenía los ojos llenos de lágrimas y las gotas que antes derramaba se convirtieron en un reguero rojo que dejaba a su paso.
Eirian apretó los labios y cerró los ojos, la culpa era insoportable al igual que el dolor de verlo así.
El paisaje cambió a los pasillos del palacio del Amanecer, a aquellos días autodestructivos en los que Rowan buscaba la muerte en las tabernas sórdidas del distrito Rojo. Otras espadas se clavaron en su pecho, la última cuando se marchó de Doromir rumbo a Ulfrgarorg. Le había dolido traicionarlo.
—¡No lo soporto más! —Eirian cayó de rodillas y se llevó las manos al rostro para cubrirse los ojos—. ¡No quiero verlo así, por favor!
—Debes continuar.
Volteó con los ojos muy abiertos, sorprendido por la voz que le había hablado. Ya no era su padre quien lo acompañaba, sino Eirick.
—¡Eirick, Eirick estás aquí! —Eirian se arrastró hasta abrazarse a las botas de cuero del fantasma de su hermano—. ¡Ayúdame! ¡Para esto, por favor! ¡Sácame de aquí!
—Lo lamento. Tienes que ver el daño que hiciste, solo así podrás entender y obtener otro corazón.
—¡No quiero! ¡No quiero, por favor!
Mientras Eirian suplicaba, el alma de Rowan seguía caminando y el paisaje cambiaba. Ahora estaba en Ulfrgarorg. Su alma seguía sangrando, pero lucía un poco más erguida y digna.
Eirian sabía lo que vendría a continuación: La batalla del Colmillo. Su respiración se aceleró, se levantó y se dio la vuelta, quería huir de ahí.
—¿A dónde vas, maldita escoria? —se burló su padre. Cardigan lo sujetó del hombro y su mano fue como una garra de metal ardiente cerniéndose sobre él—. Ahora es cuando verás lo mucho que te pareces a mí.
Cardigan le agarró las mejillas para que mirara la escena frente a él.
Rowan en esa tienda en medio del campamento de Doromir, desnudo de la cintura para arriba y con las manos atadas a la viga del techo, esperaba con los ojos vendados.
Avergonzado, recordó la lascivia que lo invadió en aquel instante, como ese gusano venenoso lo roía por dentro y tornó su amor en obsesión y lujuria. Había disfrutado escuchar los gemidos de Rowan y verlo retorcerse de placer a pesar de que le había dicho que no quería. Estuvo ciego. Pensó que Rowan lo anhelaba y solo fingía para mantener su estúpida dignidad y orgullo.
Pero ahora veía el alma del hombre que amaba siendo atravesada, no una, sino decenas de veces, y se dio cuenta de que la espada que lo había estado hiriendo era la suya, la Quebrantahuesos.
Mientras en la escena frente a él violaba a Rowan, el alma de este yacía en el suelo con el pecho abierto y vuelto un amasijo de sangre y vísceras. La espada se hundía una y otra vez sin piedad.
Eirian corrió hacia él y sostuvo el alma frágil en sus brazos. Miró los ojos blancos y opacos de los cuales brotaban las lágrimas sin cesar; su pecho abierto, donde el corazón todavía latía. Lo pegó contra su cuerpo y lo meció desesperado.
—¡Por favor, Dios del Cielo! ¡Ya no más! —gritó y luego susurró—: Quiero morir, merezco morir.
Su cabeza iba a explotar de tanta vergüenza y dolor ¿Qué había hecho? ¿Qué hizo durante toda su vida?
—Pero te vengaste de él. —Como una víbora, su padre se había acercado sin que lo notara y le susurraba al oído—. Le demostraste quien manda, doblegaste su orgullo. Eres El Emperador del Norte, nadie puede vencerte.
Se ahogaba. Se convirtió en su padre, incluso cumplió su sueño y en el proceso destruyó a la única persona que había amado. Apretó más fuerte a Rowan y besó su cabeza y la bañó con sus lágrimas.
De pronto, las manos débiles también lo aferraron. Un sonido como un quejido salió de sus labios.
—Eirian.
Lo separó un poco de su cuerpo y observó su rostro, sus ojos lentamente recuperaban el brillo.
—Eirian. —Sin embargo, a medida que parecía reconocerlo, la expresión de su cara se volvía enojada—. No... ¡Aléjate de mí!
***Hola, mis amores, perdón por la tardanza. Es diciembre y para mí es la fecha mas caótica del año, pero aquí les traigo su capítulo de este culebron latino jajaja.
Eirian por fin encontró a Rowan, pero este no parece muy feliz de verlo.
Nos leemos el proximmo viernes, besitos y que pasen Feliz Navidad.
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