Capitulo LVI: El Reino de los Muertos III
Rowan bruscamente se separó de él.
—¿Qué es esto? —preguntó mirando a su alrededor—. ¿Dónde estamos? —Luego observó su pecho abierto y se horrorizó. Se arrastró hacia atrás hasta que su espalda chocó contra la pared de abrojos—. ¡¿Qué me pasó?! ¡¿Tú lo hiciste?!
Que lo creyera capaz de herirlo de esa forma... Eirian apartó la mirada de la suya, avergonzado. A fin de cuentas sí lo había hecho él. Recordó la advertencia del hada, Rowan no querría regresar con él. ¿Cómo podía convencerlo después de ver lo mucho que lo lastimó?
Inhaló con fuerza y se mordió el labio antes de hablar:
—Vine a buscarte porque los vivos te necesitan —explicó cauteloso—. Moriste. Estamos en el Desierto de Hielo.
—¿Morí?
—Así es.
Rowan bajó la mirada, sus ojos se impregnaron de un brillo nostálgico.
—Ya lo recuerdo, fueron unos traficantes de esclavos. Supongo que no morí con mucho honor. —Se levantó, volvió a mirar su pecho, pero ya no con horror, sino con lástima—. ¿Tú cómo moriste?
—No estoy muerto, vine a buscarte.
El príncipe frunció el ceño, se llevó una mano a la cara y de improviso se echó a reír.
—¡Maldita sea! ¡Ni siquiera muerto me dejarás en paz!
Sus palabras despectivas lo lastimaron, fueron un puñal desgarrándolo. Eirian tragó.
—Lo siento. Fue mi culpa que murieras... Brand...
—¿El soldado?
Eirian asintió.
—Él era...
Rowan lo miró con los ojos entrecerrados, analizándolo; luego sonrió con burla cuando la comprensión llegó a ellos.
—¡Era tu amante! ¡Carajo, claro! —rio con sarcasmo— ¡¿Cómo no lo vi?! ¡Fui un tonto al caer en su trampa! ¿Y estás aquí por qué te sientes culpable? ¡Tu obsesión por mí me sorprende!
—No debiste morir —Su voz teñida por la melancolía—. Tu hermana...
Rowan se acercó a él y lo sujetó del pecho de la camisa.
—¡¿Mi hermana qué?! ¿Le hiciste algo, maldita rata?
Los ojos dorados volvían a ser los mismos de antes: hermosos y desafiantes. Y lo miraban con odio. Eirian tragó y negó con la cabeza.
—No, ella está bien, pero te necesita. Tu reino también. Hice la promesa de venir a buscarte.
—¿Y después? —Rowan lo soltó y lo observó cauteloso.
—Eres libre de hacer lo que quieras. Puedes volver a Ulfrgarorg si es tu deseo, no volveré a lastimarte. Te dejaré en paz, lo juro.
Rowan lo miró con los ojos en rendijas.
—¿Lo dices en serio? ¿No más enfrentamientos entre tú y yo?
—Ni uno más. Volveré a Doromir.
—No te creo.
—Lo digo en serio. Te he hecho mucho daño y me arrepiento profundamente de cada lágrima que has derramado por mi culpa. —Sabía que pedirle perdón luego de las atrocidades que le hizo era absurdo, pero al menos debía decirle cuánto lo sentía—. No deseo hacerte sufrir más.
La expresión de duda en sus ojos ambarinos mutó a otra de sorpresa. Rowan frunció el ceño y desvió la mirada. Por un instante, Eirian creyó que lloraría, pero el príncipe solo exhaló con fuerza.
—Tenemos que salir de aquí —dijo y empezó a caminar.
El laberinto de abrojos ya no cambiaba, no mostraba ninguna escena pasada, nada más que espinas y un suelo cubierto de nieve. Eirian observó hacia abajo, el hilo rojo había desaparecido, no obstante, la lazada continuaba en su dedo. Miró a Rowan y se dio cuenta de que también él tenía una en el suyo.
—Esto es muy extraño, ¿sabes? —dijo Rowan de repente después de un rato—. Tengo la sensación de haber estado en una pesadilla. Cierro los ojos y veo los de cientos de muertos. Es como si hubiera atravesado un campo lleno de cadáveres.
Lamentó escuchar eso. Haberlo empujado a la guerra también fue su culpa, ¿por qué, entonces, Rowan lo experimentaba como si fueran sus errores?
—Este es El Laberinto de la Desolación —explicó—, aquí revives los actos reprobables que cometiste en vida.
—Tiene sentido —Rowan suspiró—. Maté a muchas personas. Tampoco he dejado de ver los ojos de Idrish.
Eirian negó con la cabeza.
—Yo maté a Idrish. Yo te convencí de liderar mi ejército, no deberías pagar por nada de eso. Es mi culpa.
Rowan volteó y lo miró con una media sonrisa desdeñosa.
—Verdaderamente, este es un sitio curioso. No has dejado de culparte desde que nos encontramos. —Miró hacia arriba, luego regresó la vista al frente y siguió andando—. O tal vez solo estoy soñando y cuando despierte veré qué sigo encadenado en tu tienda.
—Nunca voy a perdonarme por lo que te hice, quiero enmendar el daño y que vuelvas a vivir.
Rowan se detuvo y lo miró otra vez, pero con el ceño fruncido y las mandíbulas apretadas.
—¡Pides perdón, dices que lo sientes, pero sigues haciendo lo mismo! ¡¿Acaso me has preguntado si deseo volver?! —Rowan hablaba enfadado, Eirian lo miró sorprendido, había asumido que él deseaba vivir—. No tiene caso, tú nunca me has escuchado, mucho menos tomado en cuenta mis deseos o mis sentimientos.
—Yo... creí que querías vivir. Que deseabas estar con tu hermana y reinar en Ulfrgarorg.
—No tienes una puta idea de lo que yo quiero, Eirian. Mi hermana no me necesita, no hay nada en el mundo de los vivos para mí.
Rowan hablaba y caminaba con la vista al frente, su semblante iba del enojo a la tristeza con facilidad. Eirian se mordió el labio, dubitativo.
—Yo... Yo te extrañaría.
—¡Já! —se burló—. Imagino que sí. A nadie le gusta perder sus juguetes. ¡Definitivamente, no volveré!
—Podría ser diferente esta vez. ¡Te amo, siempre lo he hecho! —declaró Eirian. Rowan redujo su andar. Sus pasos vacilaron y giró un poco la cabeza hacia él—. Déjame enmendar lo mucho que te he lastimado.
—¿Sabes qué me haría feliz? —Se detuvo del todo y lo miró con odio—. Asesinarte. Si hay otra oportunidad para mí, juro que te mataré. No deberías querer que vuelva.
Rowan siguió caminando y Eirian apretó los labios antes de también hacerlo en pos de él.
«Al menos tiene un motivo para regresar» pensó con amargura.
—¿Entonces volverás? —insistió.
—Ya te lo dije.
—Una última oportunidad de ser feliz.
—¿Asesinándote? —volvió a burlarse.
—Si es lo que quieres. —Eirian agachó la cabeza—. O con tu hermana, en tu reino. Mira. —Desenganchó La Espada de Hielo de su cinto y se la mostró—. Recuperé esta espada que tanto te importaba. Ten.
Rowan se volvió y la miró sorprendido.
—¿Sabes por qué es importante? —La tomó de sus manos y miró la vaina bordada con símbolos extraños. Eirian negó—. Hay una leyenda muy antigua que se cuenta en las montañas. Un día los cambiaformas regresarán y solo La Espada de Hielo en manos del Lobo Negro podrá librar a la humanidad de la oscuridad.
—¿Por qué la tenías? El hada dijo que tú eras importante.
—¿Cuál hada?
—La que tenían prisionera los esclavistas. Fue ella quien me trajo aquí con su magia.
Rowan negó un par de veces con la cabeza y volvió a andar.
—Así que pensó que me hacía un favor si me revivía. Pues se equivocó —Agachó la cabeza y bajó el tono de voz hasta convertirlo en un susurro. A pesar de eso, Eirian lo escuchó—. Hace mucho que perdí las ganas de vivir.
«No».
Ojalá pudiera regresar en el tiempo y enmendar sus errores.
—Mira, ahí está la salida —señaló Rowan.
Llegaron al final del laberinto. El pecho de Eirian se agitó. ¿Regresaría? Luego de contemplar su sufrimiento, entendía que no quisiera volver y menos con él. Merecía todo su odio y desprecio. Sin embargo, le dolía que hubiera muerto tan triste y desilusionado, al punto de no querer una segunda oportunidad en el mundo de los vivos.
Cruzaron el umbral y salieron al valle blanco cubierto de nieve. En ese momento, Eirian pensó que si le decía toda la verdad de su travesía, Rowan querría volver.
—Espera —dijo—. Cuando entré aquí, el conglomerado de voces me advirtió «Un alma por otra alma». Yo me quedaré, pero tú puedes irte. Nunca más me verás. —Sonrió con tristeza—. El hada dijo que eras importante. Debes regresar con los vivos, Rowan.
El príncipe no llegó a responder, del suelo emergieron cadenas gruesas de hierro. Como si fueran enredaderas, treparon por el cuerpo de Eirian y sujetaron sus extremidades. En un instante las cadenas se irguieron y lo suspendieron en el aire con los brazos y las piernas extendidas, tanto que dolía.
—¡Ah! —se quejó.
Rowan desenvainó la espada y de un solo tajo cortó las cadenas que salían del suelo, pero de inmediato brotaron otras y volvieron a amarrarlo. Era tanta la fuerza, que sentía que lo desmembrarían.
—¡¿Qué está pasando?! —gritó Rowan y otra vez volvió a cortar la cadena—. ¡¿De qué es esto?!
Cada vez que Rowan rompía una cadena, otra surgía y rápidamente volvía a sujetar a Eirian. Una se había enrollado en su cuello y lo ahorcaba.
—¡Maldita sea! ¡Ya suéltalo!
Cortó una vez más la cadena y Eirian cayó al suelo. Sin embargo, de este brotaron más y no solo lo apresaron a él, sino también a Rowan.
Al príncipe se le resbaló la espada de las manos. Los dos fueron apresados y suspendidos sobre el suelo cubierto de nieve. El rostro de Rowan se contorsionó de dolor.
—¿Qué? ¿Qué... queréis? —preguntó a la nada. Eirian casi no podía hablar debido a la presión de la cadena en su garganta—. ¿Quién sois?
—Es el momento de juzgar vuestra alma y ver si obtuvisteis un nuevo corazón.
«El conglomerado de voces».
Eirian miró a Rowan. El príncipe se hallaba también atado por las cadenas y se retorcía tratando de liberarse.
Otra vez apareció la balanza con la pluma negra. El pecho de Eirian se abrió y de él fue extraído otro corazón. Lo logró. Obtuvo un corazón nuevo, El Conglomerado de voces le daría el alma de Rowan, se lo había prometido. El problema era que no sabía si lo había convencido de volver.
El corazón palpitante de Eirian fue puesto en uno de los platos de bronce de la balanza y esta se inclinó.
—¿Qué significa? —preguntó ansioso.
No necesitó que le respondieran para saber la respuesta. Su corazón volvió a arder.
—Os habéis arrepentido de vuestros errores —habló el conglomerado como si la voz proviniera de todas partes al mismo tiempo—. Pero hay uno del cual os arrepentís, pero no lo hacéis por las razones correctas. Se os dio una oportunidad de lograr un corazón nuevo y no lo lograsteis, en consecuencia, vuestra alma será dispersada.
—¡¿Dispersada?! —preguntó Rowan, quien observaba con horror hacia todas partes buscando el origen de las voces—. ¡¿Qué queréis decir con eso?!
—Su alma desaparecerá, morirá definitivamente sin opción a reencarnar jamás.
—¡No! ¡No puede ser! ¡Tiene que haber otra opción! —Rowan se removió intentando liberarse—. ¡¿Cuál es ese error del que habláis?!
—El derramar sangre de su sangre —dijeron las voces.
—¿Sangre de su sangre? —preguntó Rowan y lo miró desconcertado.
Jamás se había atrevido a contarle que fue él quien mató a Cardigan, mucho menos decirle que lo hizo para salvarlo del exilio.
—¡Pero me arrepiento, sí me arrepiento de haberlo hecho! —gritó desesperado. En la bandeja de la balanza su corazón se redujo a cenizas.
—Os arrepentís —La voz aguda de un niño sobresalió por encima del resto—, pero no por las razones correctas. No os duele haber acabado con la vida de vuestro padre, lo lamentáis porque estáis convencido de que debisteis huir con el príncipe Rowan en lugar de aceptar la corona de Doromir.
—¿Tú... mataste a Cardigan? —preguntó Rowan horrorizado—. ¿Tanto deseabas ser rey?
—¡No! ¡No lo hice por eso! No quería ser el rey.
—¡¿Entonces por qué lo hiciste?!
—Él... Él te envió lejos... me amenazó con matarte. —Eirian dejó caer la cabeza sobre su pecho mientras colgaba de las cadenas—. Yo no podía permitirlo.
—¿Lo asesinaste... por mí?
—Lamento mucho todo lo que he hecho. Mi padre fue un ser despreciable y... lo que hice... No soy mejor que él. —Dos gruesas lágrimas brotaron de sus ojos azules.
—Dijiste que no volverías... ¿Sabías que tu alma podría dispersarse y aun así viniste a buscarme? ¿Por qué?
—No me opondré a que desintegréis mi alma, lo merezco —dijo Eirian mirando a todas partes—, solo os pido que disolváis el vínculo que tengo con él.
—¿El vínculo de almas gemelas? —preguntó El Conglomerado.
—Sí. Dadle la oportunidad de ser feliz y romper en alguna vida la rueda de reencarnación sin mí.
La lazada roja en el dedo corazón de su mano derecha se disolvió, Eirian sonrió a pesar de la tristeza que lo invadía. Por lo menos Rowan sería feliz cuando reencarnara de nuevo. Volvió a sentir aquella presión como si el aire que lo rodeaba lo aplastara. Levantó el rostro y lo miró.
«No me importa como sea, pero quiero morir en tus brazos. A tu lado».
Al menos se disolvería contemplándolo.
—¡No! ¡No podéis hacer esto! —gritó Rowan—. ¡Por favor, no! Él se arrepintió. ¿Acaso no lo escuchasteis?
Las cadenas que lo ataban empezaron a tirar de sus extremidades, sería desmembrado.
—¡Mirad! —volvió a gritar Rowan—. ¡Observad la balanza! ¡Su corazón se ha rehecho y late!
Era cierto, su corazón había regresado, pero la fuerza que tiraba de sus extremidades no se detenía. Continuaba jalándolo, sentía que en poco tiempo se despedazaría.
—¡No! ¡No! —gritó Rowan.
—Está bien —susurró con el último aliento que le quedaba.
No quería cerrar los ojos, deseaba seguir mirándolo, pero entre la fuerza que pugnaba por destazarlo y aquella otra que lo aplastaba, era difícil mantener la consciencia. Rowan gritaba y continuaba intentando librarse de las cadenas. Cuando creyó que ya no podía sopoprtarlo más, una luz blanca lo segó, igual al intenso resplandor del sol. Eirian cayó.
—¡Vamos!—Rowan lo levantó rápidamente—. Tenemos que correr.
Las piernas casi no le respondían debido al intenso dolor, pero hacía un esfuerzo por continuar detrás del hombre que tiraba de su mano.
—¡No te detengas!
El valle blanco se extendía infinito frente a ellos. Detrás las cadenas reptaban por el suelo como serpientes, persiguiéndolos. ¿Acaso Rowan creía que podían escapar del castigo de un Dios?
—¡Está condenado! —gritó el conglomerado.
—No, lo visteis, su corazón no ardió.
—¡Jamás saldréis de aquí!
Las cadenas aparecieron frente a ellos. Rowan lo soltó y otra vez se enfrentó a ellas, pero algo era diferente. La Espada de Hielo brillaba, resplandecía como si fuera plata pura y los rayos del sol la iluminaran, cada vez que impactaba contra el acero de las cadenas, este se tornaba negro y se volvía cenizas.
—¡Vamos! — Rowan volvió a tomar su mano y continuaron corriendo a través del inmenso valle.
Frente a ellos, una gran esfera apareció, como si fuera una luna en medio de la noche. Eirian recordó las palabras del hada. Ella le dijo que una vez hubiera encontrado el alma de Rowan, ella haría aparecer una luminaria que los guiaría a la salida.
—Síguela —dijo casi sin aliento.
La luminaria plateada flotaba. Las cadenas continuaban persiguiéndolos, pero con mayor lentitud. Más adelante divisaron una valsa sobre un río cristalino que fluía sin congelarse. Sobre ella se detuvo la esfera de luz.
—¡No saldréis!—gritó el conglomerado.
Sin embargo, no volvió a arrojarles las cadenas, ni hizo nada más por detenerlos. ¿Se había rendido? Eirian no lo creía.
—Vamos —apremió y tiró suavemente de la mano de Rowan—. Creo que tenemos que subir a ella para salir de aquí.
No había nadie dentro de la balsa y esta se mantenía en calma, moviéndose apenas sobre las aguas transparentes.
—Espera —Rowan se resistió—, ¿Estás seguro?
La luminaria flotaba sobre la pequeña embarcación. Eirian miró por encima de su hombro, detrás de ellos continuaban persiguiéndolos las cadenas.
—Si nos quedamos, no nos dejará ir.
Rowan asintió y de un salto, abordó el bote. Eirian lo hizo detrás de él e inmediatamente, la balsa se puso en movimiento.
Surcaban las aguas cristalinas y poco a poco se alejaban de la orilla. Estaban a salvo, no obstante, El Conglomerado les había dicho que no se marcharían. Eirian no bajaba la guardia y miraba atento en derredor buscando cualquier peligro.
—Estás loco, ¿lo sabías? —dijo de pronto Rowan, rompiendo el hilo de sus pensamientos. Eirian volteó a mirarlo—. Venir a buscarme aquí sabiendo todo lo que podía pasarte.
—Te amo, siempre lo he hecho.
—Nunca me has amado, Eirian. —Rowan negó, sus ojos tristes miraban la estela que se formaba en el río a medida que la balsa lo surcaba—. Necesitas creerlo, pero no es cierto.
—Ojalá el Dios del Cielo me concediera otra oportunidad de enmendar mis errores y demostrarte cuanto te amo. Viviría solo por eso, ¿sabes? Daría mi vida por ti, Rowan. Viviría y moriría por ti.
La balsa dio un salto. El agua salpicó por todos lados y llenó la balsa. A ese primer bache siguieron otros. El cauce del río se volvió impetuoso, el pequeño bote saltaba debido a la velocidad de la corriente, Eirian estuvo a punto de caer, pero Rowan lo sostuvo de la muñeca.
—¡¿Qué está pasando?! —gritó Rowan.
—No lo sé.
Al menos la luminaria continuaba flotando sobre ellos y aunque no tuvieran forma de dirigir la balsa, esta se movía siguiendo la esfera.
—¡Mierda, mierda! ¡¿Qué es eso?! —La balsa saltaba sobre torbellinos de agua y se encaminaba directo a estrellarse contra una montaña—. ¡Esos malditos no nos dejarán ir!
Eirian miró alrededor buscando algo que lo ayudara a evitar el curso que los llevaría a hacerse pedazos contra la piedra.
—¡Esa es la salida! —gritó Rowan—. La leyenda dice que para salir del Desierto de Hielo, se debe cruzar La Cascada del olvido. Luego el alma reencarnará.
La balsa se encaminaba a toda velocidad al interior de un túnel en el interior de la montaña.
—¡¿Cómo que reencarnará?!
Eirian no quería reencarnar, él quería regresar a su antigua vida o al menos que Rowan lo hiciera y tuviera la oportunidad de ser feliz al lado de quienes amaba. La balsa se adentró en la oscuridad, donde el estrépito de las aguas ensordecía. No podía ver nada, ni siquiera la luminaria del hada, tampoco escuchaba a Rowan. Desesperado, buscó su mano y cuando la encontró, la sujetó con fuerza antes de que atravesaran una cascada. El agua helada cayó sobre ellos y luego ya no supo nada más.
***Espero que hayan pasado una feliz Navidad, mis amores. Aqui estoy, con otro capítulo de nuestro culebrón favorito jeje.
¿Qué les pareció el capítulo? Lo bueno: Eirian logró salir con Rowan del Reino de los Muertos. Lo malo: capaz y reencarnen, al menos uno de ellos.
Nos leemos... No estoy segura si el próximo viernes, porque voy a tomarme unos días de vacaciones. Cualquier cosaa les aviso en mi muro. Besitos y que sigan pasando felices fiestas.
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