Capitulo LV: La reina de lobos y hombres
Los doce ancianos del consejo vermishei los rodeaban. Apenas si se escuchaban sus respiraciones contenidas mientras Andreia y Maynard se miraban a los ojos.
—No quiero ser vuestra reina, vine aquí por venganza. Deseo que me ayudéis a conseguirla. Os he despertado, me lo debéis.
Maynard sonrió levemente y ladeó la cabeza, como si la situación le divirtiera.
—¿Quienes son vuestros enemigos?
—El rey de Doromir y la realeza de Enframia.
—¿Ellos son fölr?
Andreia frunció el ceño, no estaba segura de a qué se refería. Maynard debió percibir su confusión, porque aclaró:
—Descendientes de los que vinieron desde Northsevia.
—Ah, sí. Son humanos.
—Entonces son mis enemigos también.
—Ellos tienen un gran ejército, será difícil hacerles frente.
Maynard volvió a sonreír. Uno de los ancianos le acercó una túnica de terciopelo rojo que él tomó y cubrió con ella su desnudez.
—Entonces debemos trabajar por tener un gran ejército también, Andreia.
Ella lo observó con desagrado, era un poco molesto que la tuteara.
—Quisiera descansar —dijo Maynard girando hacia los ancianos—. Nos reuniremos por la noche y anunciaremos que nuestra gloria está por regresar.
Andreia y Lena se miraron. En los ojos azules de ella había desconfianza, mantenía la mano apoyada en el pomo de la espada, en alerta.
Se pusieron en marcha para regresar al interior de la montaña. Seis de los ancianos iban por delante y los otros seis detrás de ellas. Por lo visto, tampoco los Vermishei confiaban en ellas.
Lo que restó del día hasta el momento de encontrarse con Maynard, Andreia estuvo leyendo el libro de su madre y tomando apuntes en un pergamino arrugado. Lena, sentada cerca de la entrada de la vivienda, afilaba la espada. De vez en cuando paraba la labor y se concentraba en los ruidos afuera. Cuando Xena entró cuál vendaval, la comandante se levantó con la espada en alto. Si la joven no se hubiera detenido, le habría rebanado el cuello.
Los ojos ámbar de ella la miraron aterrorizada.
—¡Maldita sea! ¡¿Qué mierda les pasa a ustedes dos?! —gritó la joven acariciándose el cuello cuando Lena bajó el arma. Luego le dirigió la mirada furibunda a Andreia—. ¿Sabías de todo esto cuando tomaste La Espada de Hielo? ¿Por eso lo hiciste, para despertarlo?
—¡Claro que no! Fuiste tú y ese lobo quienes me trajeron aquí, ¿recuerdas?
Los ojos de Xena se suavizaron hasta que su mirada se volvió triste. Cabizbaja se sentó en uno de los cojines.
—No puedo creer que Foeri sea Vicar Maynard. —La muchacha se llevó la mano a la frente—. Era mi amigo, confiaba en él, igual que en los ancianos.
Andreia la miró y fue a sentarse a su lado, la compadecía.
—Lo entiendo, te sientes traicionada.
—De verdad creí que venerábamos la tumba de Do.mirh y no la de un maldito asesino —Ella suspiró. Andreia sintió algo de lástima por la chica—. No es solo la traición lo que me enfada, ¿sabes? Siento que perdí un amigo. Foeri era mi único amigo.
A la primera lágrima siguieron otras. Andreia solo atinó a palmearle el hombro para consolarla. Pensó que tal vez Xena necesitaba un abrazo, iba a dárselo cuando el chirrido de la piedra de amolar contra el acero de la espada de Lena la disuadió de la idea. La comandante las observaba. Andreia le sonrió torpemente.
—¿Qué pretendes con todo esto? —La chica se secó el rostro con las manos y clavó en ella los ojos todavía húmedos?—. ¿Quieres que ese Maynard también despierte a los cambiaformas? El mal se esparcirá por Olhoinnalia, ¿acaso no lo ves? Todo por una venganza.
—No es solo una venganza, se trata de la libertad de mi hermano, de otra forma no podré derrotar a Eirian. —Andreia suspiró—. Además, la historia a veces es como la cuentan, está escrita por los vencedores y siempre los favorece. Los cambiaformas trataban de protegerse de los humanos que los cazaban para venderlos como animales.
—No es cierto. Los cambiaformas solo querían apoderarse de todo. Do.mirh los enfrentó.
—Do.mirh tenía miedo del poder, traicionó a su gente.
En el sueño había sido así. Maynar, como ella, quería venganza.
—Pero la espada... —La muchacha continuaba aferrándose a sus creencias.
—La espada era solo el sello que mantenía a Maynard en su forma animal. Ahora él es libre y pronto todos los seremos.
—¿Confías en él? —Sus ojos la contemplaban incrédula y algo aterrada.
—Confío en mí.
Cuando cayó la noche, Xena guio a Andreia y a Lena al lugar donde Maynard los esperaba a todos. Atravesaron intrincadas galerías de piedra que se ramificaban y se unían en interminables pasadizos, pero no llegaron al gran salón, sino a un sitio sorprendente.
Salieron a un valle enclavado entre las montañas. Un claro atravesado por un riachuelo en el cual brillaba la luz de la luna. En él no había nieve, ni se sentía el salvaje frío del invierno que reinaba afuera. Por el contrario, una brisa tibia mecía levemente las ramas cargadas de frutos de varios árboles como si estuvieran en plena primavera.
Unas hermosas columnas esculpidas en la piedra formaban arcos de medio punto y enmarcaban las ventanas y las entradas a las galerías que, como venas y arterias, recorrían el interior de las montañas hasta las viviendas de los Vermishei.
Andreia había creído que la tribu de los Vermishei vivía bajo tierra, pero no era del todo cierto. Al ver el precioso valle lo comprendió. Los interminables túneles llevaban al interior el aire fresco proveniente de ese pequeño oasis en medio de las nieves perpetuas de las montañas de Ulfrvert.
—¿Esto es... magia? —preguntó sorprendida.
Xena la miró con una sonrisa orgullosa.
—Sí, la magia arcana de los ancianos mantiene este clima.
—¡Increíble! —susurró Lena.
Poco a poco fueron llegando las personas de la tribu. A medida que el valle se llenaba, se escuchaban más y más murmullos llenos de curiosidad.
—¿Qué sucede?
—¿Por qué los ancianos nos convocaron a todos?
—¿Es la peste otra vez?
—Creo que dirán algo sobre la escasez de alimento. Afuera el invierno es muy crudo.
Al cabo de una sexta, el valle se había llenado de personas que no paraban de hablar y suponer cuál era la verdadera causa de la reunión. Los ancianos salieron de las cuevas y tomaron su lugar en una plataforma de madera sobre un pequeño montículo. La presencia de los líderes de la tribu hizo que los rumores poco a poco murieran y el silencio colmara el ambiente. El último en hacer acto de presencia fue el gran lobo negro, Foeri.
Andreia se asombró al verlo, ¿por qué estaba él y no Maynard? Un instante después lo entendió. Delante de ellos, el lobo negro cambió y se transformó en Maynard. El aliento de todos murió en sus bocas, gemidos de sorpresa, o más bien de horror, se sucedieron uno tras otros. Los vermishei miraban asommbrados sin poder creer lo que ocurría delante de ellos.
Luego de mutar de bestia a hombre, Maynard quedó agotado un breve instante, recuperando el aliento y el compás regular de su respiración. Se apoyaba sobre la larga mesa de madera, con el cabello negro cayendo como una cascada de brea que le tapaba el rostro. Andreia deslizó la mirada un poco más allá. En la mesa había varios cuencos, velas y frascos cuyo contenido no alcanzaba a distinguir del todo, pero adivinaba lo que el alfa de los cambiaformas pretendía hacer.
La mujer de la larga trenza le colocó a Maynard sobre los hombres una túnica de terciopelo rojo. Lentamente, este se enderezó, giró y miró de hito en hito a toda la concurrencia que continuaba contemplándolo en silencio.
—Han pasado exactamente trescientos años desde que un cambiaformas caminó por estas mismas montañas. Trescientos años desde que se nos arrebató el poder de transitar nuestra conciencia entre los lobos y hombres. Trescientos años desde que quisieron extinguirnos.
Maynard hablaba desde el pequeño montículo. En frente lo escuchaban los vermishei y a sus lados se encontraban los ancianos de la tribu respaldando su discurso. Cuando él callaba solo se escuchaba el susurro del arroyo y el leve crujir de las ramas de los árboles mecidas por el viento. Cada pupila estaba fija en él.
—Yo soy Vicar Maynar, Ulfr han de los vermishei, y hoy restituiré nuestra gloria. Una nueva era está por llegar.
Los aplausos comenzaron, primero tímidos, pero poco a poco fueron incrementando hasta que se convirtió en una completa ovación.
—Esto es absurdo —dijo Xena a su lado—. Absurdo y peligroso.
Maynard sonreía casi como si fuera una especie de deidad que se bañaba en la adoración de sus fieles. De pronto giró hacia ella y extendió su mano.
—No irás a tomarla, ¿o sí? —Xena también volteó a mirarla. En la última oración, Andreia detectó miedo.
Lena, a su derecha, desenvainó la espada.
—¿Majestad?
Andreia observó la mano extendida hacia ella y la sonrisa depredadora de Maynard. Si la tomaba no habría vuelta atrás.
De pronto, un lacerante dolor le atravesó el pecho y le nubló la vista. Andreia se dobló sobre sí misma, mientras un manantial de lágrimas brotaba de sus ojos. El dolor la consumía, pero no era solo físico, su alma sangraba. Pena, decepción, cansancio y la certeza de que la vida no valía de nada. No tenía sentido continuar en este mundo con un corazón destrozado. Cayó de rodillas. Antes de que el mundo se apagara, solo vio el rojo de unos cabellos ondeando en la noche.
—¡Majestad! —Lena la sostuvo por los hombros cuando la visión la dejó exhausta—, ¿qué os ocurre?
—Ha sido él, ¿no es cierto? —preguntó Xena, con ojos preocupados, inclinada sobre ella—. ¡Maynard te hizo algo!
Andreia no podía hablar, todavía la embargaba una pena muy honda. Las lágrimas seguían cayendo, como pudo se puso de pie. Observó a Maynard que la miraba confundido, aun así volvió a extender la mano en su dirección.
—Rowan ha muerto —dijo entre sollozos—. Eirian lo asesinó, y yo juro que no tendré descanso hasta vengar su muerte.
Se limpió el rostro con un manotazo y avanzó, decidida, hasta tomar la mano fría de Maynard. El hombre le mostró una sonrisa llena de dientes.
—¿Lista para convertirte en la reina de los hombres y los lobos?
Andreia asintió entre lágrimas.
Maynard tomó su brazo y lo levantó para que todos lo vieran, luego con un movimiento rápido cortó su muñeca y un chorro carmesí brotó de ella. Uno de los ancianos se acercó con un cuenco de barro y con él recolectó la sangre.
—Hoy empieza una nueva era —dijo en voz alta Maynard recibiendo el cuenco.
El Ulfr han se dio la vuelta y comenzó a mezclar los ingredientes que había en la mesa junto con la sangre. Uno de los ancianos se acercó a Andreia y le vendó la muñeca, mientras Maynard recitaba el conjuro, aquel que ella había visto en su sueño.
—Med blód, okkar blód, orjufanlegt band. Ver erum.
«Por la sangre, nuestra sangre, un vínculo inquebrantable. Somos uno». Andreia recordó el significado del canto en lísico. Maynard lo repitió varias veces hasta que hubo combinado todos los ingredientes. Entonces, tomó el cuenco y la vela y quemó con ella la mezcla. Maynard bajó del montículo hasta donde se reunían los vermishei. Caminó entre ellos mientras el humo salía convertido en largos espirales rojos que penetraban en las fosas nasales de cada hombre y mujer presente.
Andreia los miraba con los ojos muy abiertos, incrédula de lo que ocurría. De pronto, recordó a Lena y rápidamente caminó hasta ella.
—¡Vete! —la apremió.
—¿Majestad? —Lena la miró con el ceño fruncido, sin comprender.
Una lágrima cayó de sus ojos dorados, Andreia tomó los costados de su rostro y se empinó para besarla en los labios.
—¡Vete, Lena! —Volvió a suplicarle—. ¡Vete y no vuelvas!
—¡No! ¡Majestad, no os dejaré!
Andreia volteó sobre su hombro y observó a los vermishei, empezaban a cambiar entre convulsiones y alaridos de dolor.
—¡No quiero perderte! —le gritó— ¡Vete por favor! ¡¿No ves que no quiero perderte y si te quedas no podré protegerte?! —Andreia volvió a besarla—. Te amo. Te juro que cuando todo esto termine te buscaré. —Los ojos llorosos de Andreia se endurecieron un poco—. Ahora te ordeno como tu reina que tomes al resto de la escolta y se marchen de regreso a Ulfrgarorg.
Lena seguía mirándola entre el dolor y la sorpresa. Andreia temió que no fuera a obedecer. No sabía que esperar de los vermishei una vez que todos se hubieran transformado en cambiaformas. No podía arriesgarla. Iba a volver a ordenarle marchar, pero Lena la sujetó por la cintura y la besó hondamente, luego la soltó y se marchó sin decir una sola palabra.
Andreia acababa de perder a su hermano y ahora también se despedía de lo último que le quedaba. Con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta, se giró hacia Maynard, que había vuelto al mónticulo.
—Es tu turno, mi reina.
Temblando, respiró hondo y avanzó hasta él. El humo escarlata se metió en sus fosas nasales, pero nada sucedió. Maynard frunció el ceño, al parecer él tampoco entendía lo que pasaba, hasta que un brillo plateado llamó la atención de ambos. La pulsera con forma de espada que su madre le había obsequiado antes de morir brillaba en su muñeca izquierda.
—¿Qué es eso? —preguntó Maynard.
—Al parecer un amuleto —contestó Andreia observándolo.
Nunca le había prestado mucha atención al brazalete, lo usaba porque era un recuerdo de su madre, pero al parecer era mucha más que eso. ¿Supo ella lo que iba a pasar y por eso le dio el brazalete? ¿Fue por eso que huyó, para que su hija no hiciera justo lo que acababa de hacer? Ya no importaba, no había vuelta atrás. Le quitaron a su hermano, la humillaron de todas las formas posibles y ahora solo quería venganza.
Se despojó del brazalete y así de su humanidad.
El humo rojo se coló en su interior y la quemó por dentro. Cada parte de su cuerpo dolía, con horror y asombro, vio como su cuerpo cambiaba: pelo, músculos, garras y colmillos. Se había convertido en otra cosa.
En el cielo brillaba la luna, Maynard aulló y Andreia sintió el irrefrenable deseo de hacerlo también. Cuando lo hizo el resto de los vermishei la imitaron, su manada.
Su cuerpo aún se agitaba con los remanentes del dolor del cambio, pero al mismo tiempo percibía lo sorprendente que este era. Aspiró y sintió los olores del bosque y el del resto de los cambiaformas que la rodeaban. Y no solo eso, también percibía los aromas distantes como el rastro de Lena alejándose. Una punzada de dolor.
La noche oscura se volvió clara, los sonidos más nítidos, incluso podía escuchar el chapoteo de los peces que se ocultaban entre las piedras del arroyo. Cada uno de sus sentidos se había agudizado.
Pero también el dolor era más lacerante. La perdida de Rowan le partía en dos el corazón y no tener a Lena a su lado lo agravaba. Miró la plata que brillaba en la oscuridad del cielo y volvió a aullarle. Pensó en la venganza, de ahí en adelante ese sería su único consuelo.
***Volviiiii!!!! y con los cambiaformas. Salió la loba del armario y se los va a comer a todos jajaja. Espero que les gusten los giros que ha dado la novela y agradezco a aquellos que siguen aquí.
Nos leemos el próximo viernes en El Reino de los Muertos. Pórtense bien.
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