Capítulo LII: Vínculo de sangre
Una pena muy honda apretaba su corazón. Las lágrimas caían en la mesa de madera en la que se apoyaba, los despreciables fölr se llevaron a su hijo.
Un grito desgarrador escapó de su garganta y estremeció las paredes de piedra de la amplia sala, su querida esposa y su hijo mayor junto a él también aullaron de dolor, toda la tribu que se reunía a su alrededor lo hizo.
Levantó el rostro y los observó: cabellos oscuros, ojos claros, caras morenas crispadas de dolor y rabia. Todos habían soportado demasiado, habían pasado por tanto. Se aclaró la garganta para hablar frente a su gente:
—Demasiada sangre vermishei ha sido derramada, los fölr han humillado a todas las criaturas de Olhoinnalia —dijo con la voz temblando por la rabia y el dolor— ¿Y quiénes son ellos para atreverse a tanto? ¡Malditos seres sin savje venidos del hielo más allá del Dorm!
—¡Malditos fölr! —gritaron los hombres y mujeres presentes.
Se recreó mirando el enojo que los animaba, el mismo odio que él sentía. A su izquierda su mujer no había dejado de llorar. Su hijo mayor, en cambio, compartía la misma rabia que él sentía.
—Yo, Vicar Maynard, os juro que no descansaré hasta haber destruido a todos los malditos extranjeros venidos del hielo. Vengaré a las criaturas de esta tierra y si muero, regresaré una y otra vez hasta cumplir mi promesa.
Hombres y mujeres volvieron a aullar, demostrando la aceptación de la palabra de su líder, el Gran Lobo.
Andreia despertó y se encontró en un lugar extraño, dormía sobre pieles en una cueva apenas iluminada por una antorcha. Luego recordó.
«Los vermishei».
Bostezó y miró a su alrededor, Lena, dormía sentada en un cojín con la espalda apoyada en la pared de piedra. Gateó hasta ella y la zarandeó suavemente.
—Lena —susurró—. Lena.
La comandante abrió los ojos y empuñó la espada, Andreia se echó hacia atrás.
—Majestad, lo siento. —La comandante dejó la espada a un lado—. ¿Estáis bien?
—Sí. —Andreia sonrió—. Solo quería pedirte que durmieras conmigo.
Lena la miró sorprendida.
—No creo que sea correcto, Majestad.
—Por favor. —Andreia hizo un puchero—. Tengo pesadillas.
Lena bajó la mirada hasta sus labios.
—Majestad...
—Solo será dormir.
Lena asintió luego de un rato de reflexionar en la petición y la siguió al lecho de pieles. Andreia se acomodó de costado, muy pegada a Lena. Tomó su brazo, lo colocó sobre su pecho y cerró los ojos. Casi al instante sintió a Lena a sus espaldas, ponerse también de costado y abrazarla más fuerte. Andreia sonrió y volvió a dormirse casi de inmediato.
En el nuevo sueño se vio a sí misma frente a una larga mesa llena de recipientes de vidrio, velas, hierbas y raíces. También había objetos más escabrosos: ojos amarillos ensangrentados que parecían haber sido arrancados de cuajo, largos colmillos amarillentos de algún animal y mechones negros y rizados de cabellos humanos.
Tomó todas esas partes y las colocó en un recipiente de cristal.
—Maestro, lo que hacéis es magia prohibida.
Un joven, a quien no había notado, lo miraba con miedo desde el otro extrema de la mesa.
—¿Y qué propones? —preguntó mientras aplastaba el ojo en el cuenco y un líquido viscoso salía de él—. ¿Esperamos a que nos maten a todos? Las hadas tampoco quieren enfrentarlos. No me quedaré de brazos cruzados.
Tomó una daga de la mesa y extendió el brazo. El joven lo sujetó de la muñeca.
—No creo que esta sea la forma de hacerlo, maestro.
—Hasta que muestres otra opción, Do.mirh, esta será la mía.
Se sacudió el agarre y se hizo un corte profundo en el antebrazo izquierdo, la sangre brotó y poco a poco llenó el cuenco.
Pronunció una frase que sonaba como un canto, en una lengua que en otras circunstancias no comprendería, pero que en el sueño sí lo hizo.
—«Por la sangre, nuestra sangre, un vínculo inquebrantable. Somos uno»
Pronunció la frase varias veces y de pronto toso su cuerpo se estremeció de dolor: de la piel brotó pelo corto y grueso de color negro, sus uñas se alargaron al igual que sus dientes y sus extremidades cambiaron. Lo mismo le pasó al joven a su lado.
—¡Majestad, Majestad!
Andreia abrió los ojos, Lena la sacudía por el hombro para despertarla.
—¿Qué sucede? —preguntó desorientada.
—Teníais una pesadilla, os quejabais y os retorcíais como si sufrierais.
Andreia tragó y sintió la garganta seca y adolorida, tal vez porque había gritado. Se llevó la mano al rostro y cuando lo hizo todos los músculos de su cuerpo le dolieron. Poco a poco, recordó el sueño: Vicar Maynard hizo el hechizo que lo transformó en un cambiaformas. Pasó de ser Bregnas y cambiar de conciencia con los lobos a un ser cuyo cuerpo cambió dolorosamente para convertirse en otra cosa totalmente distinta.
—Lena, tal vez todo esto es un error —dijo casi sin aliento.
—Todavía podemos resolverlo, Majestad. Marchémonos.
Andreia no tenía claro que era lo correcto. Por un lado, estaba el deseo de venganza y por el otro la duda de si acudir a los vermishei era un error. Antes de que pudiera darle una respuesta a Lena, escuchó a Xena al otro lado de la puerta discutir con los guardias de su séquito.
—Dejadla pasar —ordenó Andreia.
Xena entró con el ceño fruncido y las miró alternativamente a una y otro, luego dijo dirigiéndose a Andreia:
—Si sabes que esta es mi casa y no tu palacio, ¿verdad? ¿Cómo es que debo anunciarme para entrar a mi propia casa?
—No te preocupes —contestó Andreia levantándose—. Creo que todo esto ha sido un error.
—¿A qué te refieres?
—Es mejor que nos vayamos.
—Pues, será después de que hables con los ancianos. Quieren verte ahora.
—Su Majestad ha dicho que se va —dijo Lena con voz firme y agarrando el pomo de su espada—. Así que apártate.
—No, Lena. —Andreia tocó el dorso de la mano que sujetaba la espada—. Hablaré con ellos y luego nos vamos.
Lena bajó la mano, pero su ceño continuó fruncido en tanto miraba a Xena.
Ambas salieron en pos de la anfitriona, Xena se unió a Foeri afuera. Andreia se sorprendió al verlo. El lobo le recordaba a alguien, pero se le escapaba a quién.
Xena los guio por intrincadas galerías de piedra, que se ramificaban y se abrían a enormes salones. Algunos funcionaban como mercados o plazas donde varias personas se reunían. Los vermishei con los que se cruzaban los miraban con curiosidad. Andreia tenía el cabello oscuro como ellos, pero Lena era rubia y los otros guardias que las acompañaban, pelirrojos; además de que vestían armaduras, lo cual los hacía resaltar todavía más.
Finalmente, las ramificaciones terminaron. Recorrían una larga galería iluminada por lámparas de aceite, al final de la cual llegaron a una amplia sala con gradas circulares que a Andreia se le hizo familiar.
En el centro había una larga mesa de madera ocupada por los ancianos de la tribu: doce en total. Andreia recordó el sueño donde Vicar Maynard había prometido venganza. Caminó y se detuvo frente a la mesa, en el centro de esta se encontraba Molag Kena.
El hombre la miró con una sonrisa bondadosa y con la mano la invitó a sentarse.
—Reina Andreia de Ulfrgarorg, nos dijo Xena que habéis perdido La Espada de Hielo —dijo el anciano.
—Así es, Eirian El conquistador la tiene ahora. —Andreia observó al hombre, su expresión seguía siendo amable—. Fue por eso que vine, deseaba pedir vuestra ayuda para enfrentar a Eirian.
—¿Y como podríamos nosotros ayudar a una reina?
La sonrisa de Molag Kena ya no le pareció tan bondadosa, sino más bien cínica. Foeri se paseó alrededor de la mesa moviendo la larga cola negra y sin quitarle los ojos de encima.
—Lo sabéis muy bien. Esperabais que volviera, ¿no es así?
—¿Por qué pensáis eso? —preguntó una mujer con larga trenza negra y cuyo rostro era más lozano que el de todos los demás.
—Porque a vosotros no les importa la espada, no era a ella a quien veneraban, sino a la tumba.
La mujer ladeó la cabeza y la miró con curiosidad.
—¿Cómo os atrevéis a decir algo así?! —Xena, en cambio, era la única que parecía sorprendida y molesta por sus palabras. Andreia casi sintió pena de su ignorancia.
—¡¿Qué como me atrevo?! —le pregunto a su vez Andreia sin dejar de mirar al frente, a los ancianos—. Ellos te han mentido, no eres la sacerdotisa de ninguna espada, sino de la tumba de Vicar Maynard, el alfa de los cambiaformas.
—¡¿Qué te pasa?! ¡¿Acaso estás loca?!
El lobo volvió a pasearse.
—Vosotros pensáis que si fui capaz de abrir la tumba y sacar la espada también podré revivirlo a él, ¿no es cierto?
—La espada mantenía sellada el alma de Maynard, nuestro Ulfr Han —explicó la mujer de la trenza—. Ahora que no está, es cuestión de tiempo para que despierte. ¿Tú por qué has venido en realidad? No tienes la espada, no puedes destruirlo.
Andreia frunció el ceño.
—¿Y si la tuviera? ¿Por qué dejaron que me la llevara y arriesgarse a que destruyera otra vez a vuestro alfa?
—También es tu alfa, según tengo entendido —contestó la mujer de la trenza—. Eres una vermishei. La espada no representa ningún riesgo, no es diferente a una cualquiera, su única función era sellar el alma de Vicar Maynard.
Esa revelación la sorprendió. No había esperado que la espada no fuera lo que decían las leyendas, aunque con respecto a los cambiaformas nada era lo que parecía.
—Puedo despertarlo, ¿no es cierto?
—Vuestra madre también podía, ella iba a ser una sacerdotisa, pero huyó.
Su madre. Entonces fue ella quien tradujo el libro, y descubrió que no veneraban la espada, sino a Vicar Maynard, de quien era su descendiente. El corazón de Andreia latía desaforado, sentía que caminaba por el filo del abismo. Dios del cielo, ¿qué debía hacer?
—Sois una vermishei —dijo Molag Kena—. Antes de que llegaran los humanos a Olhoinnalia, nosotros dominábamos estas tierras. Luego ellos nos invadieron y tratando de defendernos, terminamos siendo los villanos, repudiados incluso por las otras criaturas mágicas. Esta es la oportunidad de recuperar nuestro antiguo esplendor y la vuestra de vengaros de ese emperador del que habláis. Seríais también nuestra reina y tendriais un increíble poder.
Andreia observó las caras de los hombres y mujeres frente a ella, sonrientes, con miradas cálidas, como si realmente ella perteneciera allí.
—¿Y si yo no hubiera venido?
—Lo habríais hecho tarde o temprano, Majestad —dijo la mujer de la trenza —sois la descendiente de Vicar Maynard y sin el sello, su alma os habría llamado. Tal vez ya lo hace.
Un escalofrío la estremeció al recordar los sueños. Su madre había huido de los vermishei y ella estaba a punto de pactar con ellos.
—Sois una vermishei, vuestra madre lo era. Este es vuestro destino, no os resistáis a él.
No se dio cuenta cuando Lena se acercó a ella.
—Majestad, dad la orden y os sacaré de aquí.
Doromir se llevó a su hermano, por su culpa su padre nunca volvió a sonreír. Eirian los había humillado, igual que Enframia. Rowan se entregó para protegerla a ella, ¿acaso no era tiempo de que ella hiciera lo mismo con él? ¿De que hiciera pagar a todos sus enemigos?
—No, Lena. Nos quedaremos. —Luego se dirigió a los ancianos—: Llevadme a la tumba de Maynard.
La tumba estaba tal y como la recordaba, con el sarcófago de piedra en el centro y la tapa corrida. Adentro reposaba el esqueleto casi vuelto polvo de Vicar Maynard. Lo único diferente era que en las paredes había antorchas encendidas. La iluminación le permitió ver que en las paredes había inscripciones, así como en el suelo que rodeaba el ataúd.
Foeri también descendió a la tumba junto con los ancianos y se paseaba alrededor del sarcófago jadeando levemente, sin dejar de observarla.
Andreia recordó el sueño reciente donde Vicar había hecho el hechizo que lo transformó en cambiaformas. Tomó aire antes de hablar.
—Lena, permíteme tu espada, por favor.
La comandante la miró recelosa un instante, pero hizo lo que le pidió y le dio la espada. Andreia la desenvainó y se cortó el brazo, la sangre cayó directamente dentro del sarcófago. Las gotas escarlatas poco a poco empaparon el polvo en el fondo del ataúd. Foeri a su lado empezó a aullar. Molag Kena dio un paso al frente, se ubicó a su lado y le sostuvo el brazo sangrante que goteaba dentro del ataúd, al tiempo que pronunciaba un hechizo:
—Por la sangre que corre en sus venas, por el vínculo que los une, despertad del sueño eterno Ulfr Han, despertad Vicar Maynard. Que con esta sangre la vida fluya de nuevo en vuestro ser. ¡Resurge y reclama vuestro lugar!
En el fondo del ataúd, el polvo empapado por la sangre se volvió un amasijo. Andreia abrió muy grande los ojos cuando la mezcla se levantó como si cobrara vida, se elevó sobre el sarcófago y se dispersó con un pequeño estallido, convirtiéndose en un polvo rojo que danzó en torno a los presentes, se detuvo frente a Foeri y se metió por sus fosas nasales.
El lobo comenzó a temblar y allí, frente a los ojos de todos, se transformó. Sus extremidades se alargaron, el pelo se retrajo hacia adentro mientras se retorcía en agonía y aullaba de dolor. Andreia dio un paso atrás, aterrada.
Molag Kena y el resto de los ancianos cantaban en lísico algo que ella no comprendía. Las llamas de las velas se agitaron y el polvo del suelo se elevó suspendido por la fuerza del hechizo, hasta que, finalmente, con un aullido desgarrador, Foeri o en lo que fuera que se convirtió, quedó inmóvil en el suelo.
—¡Por el Gran Lobo del Norte! —exclamó Andreia respirando desacompasado—. ¡¿Está muerto?!
Nadie conotestó, los ancianos continuaron cantando incluso más rápido.
Foeri se había transformado en un hombre, el cual yacía desnudo sobre el suelo de piedra con el largo cabello oscuro cubriéndole el rostro. No se movía, no respiraba. Sin embargo, un instante después pareció cobrar vida de nuevo. El hombre poco a poco se levantó.
Andreia lo miró sorprendida. El hombre era alto, tal vez de la misma altura que Rowan, tenía la piel pálida y el cabello negro le caía más abajo de los hombros. Deslizó los ojos grises por todos los presentes y se detuvo al verla.
A paso lento se cercó a ella. De inmediato, Lena desenvainó y se puso en guardia, bloqueándole el paso. Foeri ladeó la cabeza y la observó como si no entendiera qué estaba haciendo.
—No, Lena, espera. —La frenó Andreia.
Lena se detuvo, pero no bajó la espada.
—Tú me despertaste —dijo con una voz grave que parecía provenir de lo más profundo de una caverna. Foeri levantó el brazo y Andreia observó que alrededor de este surgían unas especies de líneas, como enredaderas de color rojo, que subían hasta su cuello —, estamos unidos por la sangre.
Algo comenzó a picarle y a presionar en el brazo que se había cortado. Andreia se subió la manga de la camisa y vio que en su piel se dibujaban las mismas líneas.
—Yo soy Vicar Maynard, el Ulfr Ham de los vermishei, y tú serás mi reina. Juntos volveremos a tomar el lugar que nos corresponde.
Andreia tragó, empezaba a tener serias dudas de que lo que hizo fuera lo correcto.
GLOSARIO
Fölr: Pálidos, los humanos sin magia
Bregdas: Intercambiadores. Criaturas capaces de cambiar su conciencia con lobos u otros animales
Ulfr han: Gran Lobo. líder de los vermishei
Y bien, ¿qué les pareció el capitulo? Esperaban que Foeri fuera Vicar Maynard y que Rowan y Andreia fueran sus descendientes?
Queda otro capitulo todavia, así que sigan leyendo.
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