Capítulo III: Un doloroso descubrimiento

Soñó de nuevo con el último día en que vio a su padre. Esa tarde, la luz crepuscular bañaba de dorado las galerías del palacio de Dos Lunas, en Ulfrgarorg. El hombre que había ido a buscarlo estaba a contra luz y él no podía distinguir sus facciones. Su padre lo abrazó antes de entregarlo y mientras lo hacía le susurró al oído: «La familia lo es todo».

Rowan abrió los ojos, adormilado. Aún tenía el sueño enredado en las pestañas, pues hacía mucho que no descansaba en una cama confortable sin tener la preocupación de que en cualquier momento un enemigo imprevisto pudiera entrar mientras dormía y cortarle la garganta. Se acomodó la frazada y se giró para continuar durmiendo.

—Alteza. —La voz suave de un hombre le hizo abrir los ojos de nuevo—, la cena será servida en breve, Su Magnificencia ha pedido que lo acompañéis.

Rowan suspiró y volvió a cerrar los ojos.

—Decidle a «Su Magnificencia» que estoy durmiendo.

Le pareció que el sirviente ahogaba un jadeo. Lo más probable es que se hubiera horrorizado de su respuesta, en Doromir todos le temían a Eirian

—Alteza, él ha pedido específicamente...

—Imagino lo que ha pedido específicamente —lo interrumpió Rowan, irritado de escuchar la temblorosa voz del esclavo—. Decidle que bajo en un momento.

Descendió las escaleras de piedra clara, poco antes de entrar al salón escuchó risas y la suave música del laúd. Tal vez el emperador sí había improvisado un banquete de bienvenida en su honor. Rowan entró. A la cabecera de la mesa y de frente a él se hallaba Eirian, quien en cuanto lo vio se levantó y alzó una copa de plata.

—Bienvenido a casa, príncipe Rowan, El Terror del Norte, El Aliento del Lobo, La Espada del Conquistador.

El resto de los comensales se levantaron también y, como el emperador, brindaron en nombre del héroe de guerra recién llegado. Rowan observó las cabezas pelirrojas. Allí estaban el príncipe Eribel, hermano bastardo de Eirian; el primer consejero Drustan Erikson y la hija de este, Alina, la única rubia entre los comensales y a quien todos esperaban que desposara. También estaba otra mujer que Rowan no conocía: una belleza de ojos verdes con un vientre que empezaba a abultarse. La mirada del príncipe se detuvo primero en el medallón que colgaba de su cuello: un cuervo sobre una rama, el emblema de Osgarg, y luego en la sencilla diadema de oro que portaba sobre los rizos rojizos. Avanzó y frente a ella hizo una reverencia.

—Creo que no conozco a la señora.

Al levantarse, clavó los ojos ámbar en los de Eirian. Los azules sostuvieron la mirada retadora.

—Os presento a Brenda Gormsson de Osgarg, emperatriz de Doromir.

«Emperatriz».

Rowan apretó la mandíbula, pero casi de inmediato se relajó y sonrió mostrando todos los dientes. Volvió a inclinarse frente a la mujer.

—Bienvenida, Majestad. Os ruego me disculpéis por mi falta de modales, pero no sabía del enlace de nuestro amado emperador. —Las dos últimas palabras salieron de su boca cargadas de sarcasmo—. Os felicito, no habéis desperdiciado estas lunaciones y ya Nu- Irsh os ha bendecido con la próxima llegada de un heredero.

La emperatriz estaba embarazada. Eirian se había casado mientras él estuvo fuera y no perdió tiempo en preñarla. Rowan sintió la sangre hervir en sus venas, de golpe perdió el apetito.

—He escuchado mucho hablar de vos, Alteza. —La voz suave y melódica de la emperatriz rompió su furioso pensamiento.

—¡Oh!, ¿de verdad? —«Yo no de vos», pensó Rowan ocupando su asiento en la mesa—. Creí que el emperador me mantenía oculto.

Eirian se ahogó con la bebida, Rowan sonrió.

—Ya sabéis —dijo—, «El Aliento del Lobo, La Espada del Conquistador» no debe ser percibida, así puede atacar de improviso.

—¿Pero qué decís, Alteza? —intervino Alina acariciándose los rizos dorados con coquetería—, os encontráis en vuestra casa, entre amigos.

—Tenéis razón, dulce Alina, estoy entre amigos. Aquí el emperador no tiene por qué ocultarme. —Rowan lo miró de reojo, Eirian no apartaba la mirada de él—. Ahora que he regresado, tal vez pueda compartir más con vos.

Alina se sonrojó y emitió una risita nerviosa. Eirian, por el contrario, se tornó serio.

—Escuchamos muchos rumores sorprendentes del batallón Estandarte —habló el primer consejero—. Dicen que de noche sois invencible, que vuestra rapidez hace que vuestros movimientos no puedan predecirse, a veces ni siquiera observarse.

Rowan llevó la copa llena de hidromiel a los labios, tomó un sorbo y lo degustó antes de responder.

—Exageraciones de la gente, dreki. En Osgarg, la resistencia se organizó en una guerrilla que se ocultaba en las montañas. Nos tomó tiempo infiltrarnos, pero una vez que lo hicimos, aplastamos su campamento en una sola noche. No se crea, dreki Drustan, también sufrimos pérdidas.

Alina hizo exclamaciones de horror cuando Rowan contó las vicisitudes de su año en Osgarg. La emperatriz Brenda lo miraba con rostro risueño. ¿Qué pensaría sobre lo que él contaba? Después de todo, Osgarg era su tierra natal. Se le veía cómoda, feliz de ser la soberana de un vasto territorio. Seguramente no tenía problema en estar casada con el conquistador de su propio reino, y más si se reflexionaba en que pronto se convertiría en la madre del futuro heredero del imperio.

El resto de la velada la pasaron hablando sobre la guerra, contando anécdotas propias y aquellas que poblaban las leyendas de Doromir.

—¿Habéis visto lobos? —preguntó la emperatriz—. Dicen que en las montañas de Ulfrverg hay muchos de ellos. —La emperatriz bajó la voz hasta convertirla en un susurro lúgubre—. Incluso, hay quienes dicen haber visto cambiaformas.

Rowan bebió el hidromiel de su copa antes de contestar.

—He visto lobos, no son como dicen. La mayoría de las veces huyen de los humanos. Y en cuanto a cambiaformas...

—¡Qué tonterías dices, mujer! —la interrumpió Eirian—. No hay cambiaformas desde hace cientos de años, cuando Do.mirh, los acabó a todos con la espada de hielo.

La emperatriz, en lugar de amilanarse por la llamada de atención de su esposo, se irguió en la silla y continuó hablando.

—Pues hay leyendas. Una dice que un día volverán los cambiaformas, vendrán a reclamar lo que les quitaron.

—Ese día reaparecerá la espada de hielo en manos del gran lobo negro para defendernos de ellos. Conozco las leyendas —completó Rowan con una sonrisa incrédula—. Sin embargo, ¿lobos contra lobos?

La emperatriz no contestó. Rowan observó el rostro risueño de la mujer. Era extraño encontrar a otra persona a parte de él que no le temiera a Eirian. ¿Tan compenetrados estaban?

—¿Son las leyendas de vuestro pueblo, Majestad? —preguntó Alina.

—Sí —respondió ella—. De las montañas de Osgarg.

«Donde se ocultaba la guerrilla» reflexionó el príncipe.

La sobremesa se prolongó, la conversación, aderezada con otras leyendas, se volvió cada vez más animada, hasta que Rowan se disculpó para retirarse del banquete que se daba en su honor.

—Adelante —le concedió permiso el emperador—. Imagino que estaréis cansado.

—En realidad iré a las barracas, Majestad. Quiero celebrar la vuelta a casa con mis hombres.

La sonrisa de Eirian se congeló en sus labios, sin embargo, no se opuso.

—Claro, divirtaos.

Rowan hizo una reverencia y se marchó del salón.

Atravesó las galerías y salió al patio de armas. No dejaba de pensar en el matrimonio de Eirian. Se dijo a sí mismo que el enlace lo molestaba, primero, debido a la desfachatez de Eirian al exigirle no liarse con nadie cuando él ya se había casado. Y segundo, porque había escogido a su esposa justamente entre los conquistados y eso le parecía un error.

Con grandes zancadas llegó a las barracas. Encontró a sus soldados celebrando con música, alcohol y comida, algunos incluso bailaban con mujeres, posiblemente prostitutas venidas de las villas. Bien, al menos ellos se divertían.

—¡El príncipe Rowan está aquí! —gritó alguien.

Al anuncio siguió una gran algarabía. Los soldados se levantaron, alzaron los vasos y brindaron en voz alta por el comandante que los mantenía invictos en todas las batallas que habían enfrentado bajo sus órdenes. Rowan rio complacido y se dejó abrazar por sus soldados. Era lo que necesitaba, compartir con los suyos y olvidarse del maldito de Eirian, de sus engaños y sus omisiones. En medio de los vítores, las risas y los abrazos de camaradería fue a parar frente a Idrish.

—¡Viniste! —le dijo el coronel mirándolo a los ojos con una sonrisa ilusionada.

—Son mis hombres, tú lo dijiste.

Rowan e Idrish se ubicaron en una pequeña mesita de madera, uno de los sirvientes les trajo dos vasos y una jarra con hidromiel. Ambos se dedicaron a recordar las mejores hazañas que habían vivido en Osgarg, mientras bebían y reían. Luego de un cuarto de vela de Ormondú, Rowan ya no pensaba en Eirian, el alcohol había hecho su magia.

—¿Recuerdas esa vez en que tuvimos que disfrazarnos para que no nos atraparan? —preguntó Idrish rodeándole los hombros. Frente a ellos estaban un par de soldados escuchándolos emocionados.

Rowan reía con una risa floja, la cabeza le daba vueltas y gracias al dios del cielo que Idrish lo sostenía, porque si no ya se hubiera caído al suelo.

—Claro que me acuerdo —respondió entre risas—. Eres un maldito, tuve que disfrazarme de mujer, me hiciste pasar por tu esposa. ¿Cómo no nos descubrieron?

—Eso fue porqué —De pronto, la voz de Idrish se volvió más grave y baja, fijó los ojos azules en los suyos—, eras una esposa muy bonita.

Rowan creyó que se atrevería a besarlo frente a todos los soldados. Pero en el último momento, el coronel apartó el rostro. Quizás si volvía a acostarse con Idrish esa noche lograría ahogar en sus brazos el despecho que sentía. Porque sí, le había afectado que Eirian se casara. Le dolió en el alma llegar a Doromir luego de un año y descubrir que esperaba un bebé. Y no, el disgusto no aminoraba al reflexionar en que casarse era su obligación como rey.

El brazo de Idrish siguió rodeándole los hombros, las risas a su alrededor continuaron hasta que, de pronto, se hizo el silencio.

—¡Su Majestad, el emperador, está aquí!

Idrish lo soltó.

Los soldados se apartaron para que el emperador caminara en medio de la barraca. Eirian lo ubicó con la mirada, después se dirigió hasta él.

—Me preguntaba cuánto tardarías en venir —lo encaró Rowan cuando lo tuvo enfrente, balanceándose ligeramente de adelante atrás y arrastrando las palabras.

—Estás borracho. —Eirian lo miró con algo de desprecio.

—¡Claro que lo estoy! ¡¿Qué esperabas?!

—Vamos, tenemos que hablar. —El emperador lo sujetó del brazo, Rowan se soltó.

—No quiero hablar contigo, celebro con mis hombres.

—¿Tus hombre? ¡Soy tu familia además de tu emperador! ¡Tenemos que hablar!

—¿Familia? —Rowan empezó a reír—. ¡La familia no te traiciona, Eirian! ¡No te oculta cosas! Estos hombres a mi alrededor son mi familia y ¡la familia lo es todo!

—¡Te lo ordena tu emperador!

—Vete a la mierda —susurró con rencor.

Rowan le dio la espalda. Casi de inmediato, sintió el agarre en cada uno de sus brazos de los soldados de la guardia del emperador. Los pocos de los suyos que todavía conservaban las espadas al cinto desenvainaron dispuestos a batirse por él con la guardia real. En instantes la situación se tornó amenazante.

El príncipe hizo una seña a sus hombres para que bajaran las armas, no quería un enfrentamiento en una noche que se suponía, era una celebración. Los soldados que lo sujetaban lo giraron para que le diera la cara al emperador.

—Diles que me suelten —le pidió el príncipe al rey con una mirada fría—. Ganaste, iré contigo.

El emperador dio la orden. Cuando los soldados lo soltaron, Rowan les sonrió a sus hombres. —¡Continúen la celebración, beban por mí! —dijo—. ¡Somos el aliento del lobo! —Los soldados se unieron a su voz y formaron una sola—. ¡El terror del norte!

Dejó a sus hombres cantando y riendo y salió detrás del rey. Una vez fuera de las barracas el viento les agitó los cabellos y las capas. Eirian lo esperó para caminar a su lado.

—¡Maldita sea, Rowan! ¡¿Por qué me tienes que desafiar de esa forma?!

—¿Qué crees que soy?, ¿tu juguete, que puedes hacer conmigo lo que quieras, cuando quieras? ¡Nunca dejaré de ser tu maldito prisionero!

El emperador se dio la vuelta y lo sujetó del brazo.

—¿A qué vienen esos absurdos reclamos? ¡Sabes bien que no es así!

—¿Ah, no? ¿Por qué no me dejaste celebrar con mis hombres, entonces? Te diré por qué. ¡Piensas que soy tu maldita propiedad!

—¡Déjate de estupideces! Quiero que hablemos, Rowan.

El emperador lo soltó y continuó andando, el príncipe lo hizo un poco después. Tenía náuseas y la cabeza le comenzaba a doler. Creyó que irían a sus aposentos; sin embargo, siguieron derecho hasta las habitaciones de él.

Eirian cerró la puerta. Mientras servía licor de cerezas en dos copas, Rowan preguntó con voz fría:

—De qué quieres hablar.

—De mi matrimonio.

Rowan rio con desprecio.

—Debí suponerlo. —El príncipe bebió un gran trago—. No hay nada de qué hablar. Te casaste, era tu obligación, punto.

—Sé que te molestó.

—¡Ah! ¿Te diste cuenta? Déjame pensar por qué será. —Rowan se rascó la cabeza, como si le costara encontrar la respuesta, luego habló casi a los gritos—: ¡¿Tal vez por qué en un año no me dijiste nada sobre tus planes de matrimonio?¡ ¡¿O quizás por qué me mandaste a la puta frontera de Osgarg, a pasar hambre y frío a esas jodidas montañas, para que no te molestara en tus nupcias?! ¿Dime, Eirian, fue por eso? ¿Creías que iba a impedir que te casaras?

—No fue por eso. Eres mi mejor guerrero, la frontera estaba dando problemas, te tomó un año controlarla. ¡¿Supones que no te extrañé en todo este tiempo?!

Rowan rio incrédulo, cada vez más molesto.

—¡Qué descarado eres! ¡No lo sé, tú dime! ¡Preñaste a tu mujer! ¡Tanto no me extrañaste! ¡Y así me exiges que no me acueste con nadie! ¡Me voy a tirar a quien me dé la jodida gana, ¿entendiste?! ¡Hasta a tu hermano me voy a coger!

Eirian lo abofeteó tan fuerte que Rowan cayó al suelo. Cuando se levantó, el labio inferior le sangraba.

—!Maldito! —exclamó el príncipe.

Se le abalanzó, le lanzó un puñetazo al pómulo derecho, el cual no dio en el blanco en parte porque estaba ebrio y en parte gracias a los reflejos del emperador. Eirian lo sostuvo del antebrazo y lo acercó a su cuerpo, luego lo besó salvajemente. Rowan intentó zafarse, sin embargo, la fuerza con la que lo aferraba no se lo permitía, así que lo mordió.

—¡¿Qué demonios te pasa?! —inquirió el emperador, llevándose la mano al labio ensangrentado—. ¡Era mi deber casarme y engendrar un heredero, lo sabes!

Las lágrimas acudieron a sus ojos, Rowan odio sentirlas deslizarse por sus mejillas.

—¡Pudiste avisarme antes y no alejarme de ti como lo hiciste! ¡Me exiliaste, Eirian!

No quería llorar, no deseaba que él notara lo mucho que le afectaba su matrimonio, sin embargo, no podía controlarse. Tenía un nudo en la garganta y las estúpidas lágrimas continuaban brotando sin pudor.

El rostro del emperador se entristeció. Con ternura le sostuvo el mentón para mirarlo a los ojos.

—Tenía miedo. Perdóname.

—¡¿Miedo de qué?! ¡¿De mí?! ¡No sigas mintiendo!

—No, miedo de mí. Miedo a no poder casarme si estabas cerca, a mandarlo todo a la mierda por ti.

—Nunca te hubiera pedido algo así.

—Pero yo te lo hubiera ofrecido, Rowan.

Eirian volvió a besarlo, pero esta vez dulce y delicado. Quizás era debido al hecho de haber estado tanto tiempo lejos de él o al efecto del alcohol. O quizás la respuesta era mucho más sencilla, también aterradora. Lo cierto fue que Rowan no se resistió, cerró los ojos, le rodeó el cuello con los brazos y se entregó al beso.

Decidió creer una vez más en él.

Ahhhhh!!!! Que emoción! cuéntenme, ¿Qué les parecieron estos 3 primeros capítulos? ¿Qué les parecieron Eirian, Rowan, Andreia y los demás? ¿Cuál es su favorito?

En mis historias  de Instagram les dejé una plantilla por si desean compartir sus impresiones de estos primeros capítulos. Si deciden hacerlo etiquete me, please.

Nos leemos el otro viernes.

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