16. Zoopsia
Era rara, muy rara; no fea, ni del todo desagradable, sólo... su manía de andar por los tejados y comerse su propio cabello lo desconcertaba, de ahí que la rechazara con crueldad. ¿Qué más pudo hacer? Era un fenómeno atrapado en el transcurso de las tardes sanguinolentas; si todos se hubiesen enterado, habrían reído a carcajadas.
No volvió a verla hasta aquel ocaso violáceo en que manejaba su moto camino a casa. Una gata con cara de mujer se le cruzó en el camino, justo antes del chirrido.
Hoy, cinco años después, aún no puede hablar ni mover siquiera el dedo índice. Pero la gata sigue visitándolo de vez en cuando. Lo contempla con aterradora fijeza desde la ventana.
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