🔥 Capítulo 9

Abrí un ojo y no vi nada fuera de lo normal. Rem dormía exactamente en la misma posición que antes, imperturbable, como si de un angelito se tratase. Me incorporé y escudriñé el lugar como pude, pues dado al sueño que tenía y a mi pequeño desvelo, veía un poco borroso; aún no terminaba de despertarme. Tal vez me había imaginado aquel estrépito.

Respiré hondo y volví a recostarme en el suelo, poniendo las manos bajo mi cabeza para hacer una improvisada almohada. Entonces lo vi. Unas huellas que aparecían y desaparecían conforme aquella criatura invisible caminaba hacia nosotros. Más en concreto hacia Rem. Era ese tal Katpanu que nos atacó en Saranac Lake. Tenía la seguridad de que lo que iba suceder no sería nada bueno.

«Mierda».

—¡Rem! —grité.

Él se despertó al instante y justo a tiempo para frenar un golpe que le vino por su lado izquierdo. Sostuvo algo con fuerza en el aire, supuse que se trataría de alguna extremidad de la criatura, como una pierna o un brazo. No sabía cómo había visto venir aquel porrazo, empezaba a pensar que también tenía un oído lo bastante bien desarrollado como para escuchar hasta el más mínimo ruido.

Rem dirigió la mirada hacia donde se suponía que estaba el Katpanu y, a continuación, lo lanzó contra el suelo de forma brusca. El terreno vibró cuando el cuerpo hizo colisión y un grito femenino de queja salió de aquel bicho. Mi acompañante se levantó y se quedó esperando a que le llegase algún que otro golpe; el no poder ver al contrincante le dejaba en desventaja.

En cuanto la criatura se hubo puesto en pie, las huellas desaparecieron, lo que dejó desconcertado al muchacho. Presté mucha atención al musgo, en un intento de divisar en qué zonas se hundía para poder darle la localización a Rem. Él me miró y alzó con lentitud el brazo, queriendo decirme que no me moviese ni un solo centímetro de donde me encontraba. Al segundo, las huellas le aparecieron justo detrás.

—¡A tu espalda! —avisé.

Fue demasiado tarde.

El Katpanu se abalanzó sobre él y le tiró al suelo, iniciando un forcejeo que le dejaba en muy mal puesto.

—¿¡A quién llamaste bicho feo, eh!? —habló la criatura propinándole un golpe en el rostro al chico, lo que provocó que su piel se iluminara—. ¡Aquí el único bicho feo que se come a la gente eres tú! ¡Yo soy herbívora!

Rem encogió las rodillas y, con las plantas de sus pies, le dio una fuerte patada al ser con el que peleaba, quitándoselo de encima. La criatura cayó a pocos metros.

—No me he comido a nadie —dijo él con indiferencia.

—¡Poco te ha faltado! —chilló el Katpanu.

La voz de aquella mujer era demasiado aguda e histérica. Penetraba en mis oídos tan hondo que dolía. Ella volvió a levantarse y quiso embestir de nuevo contra el muchacho, pero él levantó el brazo y le apuntó con la palma, deteniendo así su avance. Jadeó agotado y luego me miró.

—Gaia, alcánzame una de esas lianas. —Señaló las ramas del árbol que tenía más cerca.

Asentí y me puse en pie de inmediato.

—¡No uses tu magia conmigo! —vociferó la mujer—. ¡Suéltame!

Me aproximé a mi objetivo y me puse de puntillas para poder agarrar una liana que colgaba de la rama más accesible. Rozaba la punta con las yemas, mas no llegaba a cogerla, así que opté por tomar impulso y pegar un pequeño salto hasta que logré alcanzarla. Con cuidado de que no se me escapara, tiré de ella hacia abajo, desenredándola y haciendo que el resto fuese cayendo sin parar. Miré hacia arriba; esa cosa era interminable.

Esperé a que terminase de descender y en cuanto escuché a Rem carraspear con la garganta con la intención de apurarme, me dispuse a recoger la gruesa enredadera mientras oía a la mujer Katpanu protestar en latín.

Cuando tuve el último tramo entre los brazos, corrí hacia a ellos, aunque mantuve las distancias; no sabía muy bien en qué parte se encontraba el ser y me asustaba el hecho de no saber a qué especie nos enfrentábamos. Rem dijo que se trataba de un bicho que devoraba a las personas, pero ella lo había negado y había asegurado que todo eso le pegaba mejor a él. Ya no tenía ni idea de cuál de los dos era más peligroso.

Antes de que pudiera entregarle la liana al chico, él palpó el cuerpo de la Katpanu en busca de sus extremidades superiores, las agarró con fuerza y obligó a la criatura a caminar hacia otro árbol. Allí hizo que se sentara y luego me llamó con un leve gesto de cabeza para que me acercara.

—Átala contra el tronco —pidió.

Lo hice, pasé la liana un par de veces por donde se suponía que se encontraba su cuerpo e hice un nudo atrás, aunque no lo anudé con fuerza porque me sentía mal, no quería hacerle daño apretándola más de la cuenta. Al acabar, regresé al lado de Rem, justo enfrente de aquel ser invisible.

—Muéstrate —ordenó él, acuclillándose—. Ya de poco te sirve ocultarte de nosotros.

La criatura bufó y su verdadera forma fue apareciendo a modo de degradado; tenía un aspecto peculiar, su apariencia no era humana, sino lo más cercana a una cabra. La piel era de un tono rosado y no tenía pelo por ninguna de las zonas visibles de su cuerpo, sobre su cabeza descansaban cuatro cuernos gruesos y grandes, curvados ligeramente hacia atrás y adornados con cadenitas de piedrecitas de colores. Tenía los ojos redondos y saltones, de un azul muy vivo y oscuro, la nariz pequeña y fina, labios con las mismas características y unas manos idénticas a las nuestras, solo que con un dedo de menos.

Era más bajita que yo y sus orejas eran largas y puntiagudas, también adornadas con un par de pendientes en cada una. En cuanto a su vestimenta, seguía siendo igual o incluso más extraña que la de Rem. Llevaba un pañuelo atado al cuello y una especie de vestido de un verde oscuro que tenía pinta de haber sido fabricado con la vegetación que nos rodeaba, tenía varios complementos que lo hacían lucir más bonito, como hojas de todo tipo y alguna que otra flor marchita. Su falta de calzado dejaba a la vista un par de pezuñas.

—Dijiste que se trataba de un peligro para mi seguridad —le comenté a Rem.

—Dije que era un bicho feo.

—Sí, y que comía gente —agregué—. Ella ya ha dicho ser herbívora y, si te soy sincera, la veo bastante bonita.

—Qué mal gusto tienes —rio.

La Katpanu gruñó.

—¿Por qué me mentiste? —quise saber.

—Para que corrieras hacia donde yo quería. —Me mostró su dentadura en una amplia sonrisa.

—Eso anula tus actos de buena voluntad.

—¿Es que acaso los consideraste válidos? —Arqueó una ceja con diversión.

Arrugué el entrecejo y le miré con toda la molestia que sentía. Tal vez tenía razón y yo era toda una cascarrabias, no sería la primera vez que me lo decían. Ronan bromeaba bastante con el carácter tan temperamental que sacaba a relucir cuando me enfadaba por cualquier cosa, por diminuta que fuera. Luego podía rectificar si comprendía que me había pasado porque, ante todo, sabía admitir cuando no llevaba razón.

¡Pero es que me sacaba de quicio!

Hasta ese momento había intentado matarme en dos ocasiones, me había manipulado como le vino en gana y me había estado implantando órdenes en el cerebro, haciéndome sentir fatal con mis seres queridos. Prestarme una prenda de abrigo para no pasar frío, darme un breve descanso y no haberme matado, no cambiaba nada. La razón por la que no me había matado fue porque a él también le dolía, no me había demostrado otra cosa más que preocupación e interés propio. ¡Le odiaba! ¿Por qué me atraía tanto aun así? ¡Qué fastidio!

Rem se relamió los colmillos y volvió a reírse. ¿Es que todo le resultaba gracioso? Después puso los ojos en los de la mujer Katpanu, quien estaba muchísimo más cabreada que yo. Me crucé de brazos y esperé a que aquella criatura diera una explicación al respecto. Necesitaba saber por qué nos había estado siguiendo y si era más o menos fiable que el tipejo que me había arrastrado hasta las profundidades de un pozo sin fondo.

—¿Quién eres? —preguntó el chico.

—Soy Mahína, enviada de los Eternos. Estoy aquí para impedir que te salgas con la tuya —escupió con desprecio.

—Já. Debí imaginarlo.

—U-un momento —intervine, nerviosa—. ¿Qué quieres decir con eso?

Mahína me miró.

—Este ser del demonio es un peligro andante —me explicó—. Los Eternos lo condenaron al destierro y a una vida de sufrimiento, que tiene como fin la muerte, por todos sus delitos cometidos. Mi misión es mantenerte alejada de él para que la maldición del Corazón Vagabundo se complete.

Rem juntó las yemas del dedo índice y el pulgar de su mano derecha y la movió hacia la izquierda con rapidez. Aquello hizo que la boca de la mujer se sellara al instante, siendo esta incapaz de abrirla y de emitir sonido alguno. El chico se incorporó y puso su mirada seria en mí. Yo retrocedí un paso, temerosa.

—¿Qué delitos has cometido? —inquirí en un hilo de voz apenas audible.

—Menores.

—No te condenan a muerte por un delito menor —objeté.

Él rio sin gracia y se llevó las manos a la cabeza con frustración. Cogió una bocanada de aire y la expulsó de golpe a la vez que dejaba caer los brazos a ambos lados de su torso.

—Asesinato, descontrol público y obstrucción a la justicia —enumeró con una indiferencia que espantaba—. Ah, y haber nacido. Y no, no es sarcasmo. —Torció el gesto.

—Sabía que eras malvado.

—No sabes nada —aseguró con dureza avanzando hacia a mí—. No puedes juzgarme de esta manera sin tener la más mínima idea de lo que pasa.

—Cuéntamelo —me atreví a decir—. Si está mintiendo, cuéntame la verdad.

—No está mintiendo —admitió—. Pero no puedes juzgarme con tan poca información. Solo te pido que tengas un poco de fe ciega en mí. Solo un poco.

No dije nada, solo me quedé observando cómo sus pupilas vagaban por los mías en busca de un ápice de esperanza y misericordia. Mordí mi labio inferior y me maldije internamente al ver que ni siquiera podía ser capaz de negarle mi ayuda, aun sabiendo más cosas sobre él que, a la vista estaba, no eran muy buenas.

—¿Me arrepentiré de ello?

La expresión de su rostro se suavizó.

—Espero que no. —Una sonrisa de medio lado se hizo presente en sus labios—. Voy a comprobar que la histérica de Mahína no ha atraído a ningún bichejo carnívoro.

Aquellas últimas palabras las pronunció con un reproche dirigido a la Katpanu. Acto seguido, se dio la vuelta y caminó a paso rápido hacia el interior del bosque, desapareciendo así de nuestra vista.

Me senté en el suelo y agarré los extremos de la capa de Rem para resguardarme del frío. Mahína no me quitaba los ojos de encima, me observaba a la espera de que ocurriera algo que no parecía llegar. Después de unos largos quince minutos, ella pudo abrir la boca de nuevo, por lo que no dudó en resoplar con rabia.

—Menos mal que este tipo de trucos no duran eternamente —murmuró para sí misma—. Dime, chiquilla. ¿Por qué no te has marchado? Tenías la oportunidad perfecta para huir de las garras de... eso. En fin, no importa. Tengo un plan. Desátame. Puedo mimetizarnos a las dos para escapar. Venga, antes de que sea demasiado tarde y vuelva.

—No puedo. —Me encogí de hombros.

—Ah, otra que ha caído.

Arrugué la nariz con confusión.

—¿Perdona?

—Te sientes inexplicablemente atraída hacia él, ¿verdad? —Me miró con cierta pena.

—Bueno...

—¿Sabes por qué?

Negué con la cabeza.

—Yo sí —confirmó—. Y tampoco sabrás lo que es, ¿me equivoco?

Volví a negar, me acerqué unos cuantos centímetros más a ella y le di pie a que comenzara con su explicación.

—Rem es un depredador —contestó en un tono de voz bajo—. ¿Qué hacen los depredadores, Gaia?

Hasta donde yo sabía, los depredadores acechaban a sus presas hasta cazarlas, como los leones o cualquier otro animal carnívoro. Me dispuse a darle mi respuesta, no obstante, alguien me lo impidió.

—Matan y se comen a sus presas. —La voz de Rem hizo acto de presencia justo a mi lado, lo que me hizo pegar un pequeño brinco—. Pero yo no puedo ni matar ni comerme a la mía porque, inexplicablemente, todo el daño que ella recibe, también lo recibo yo. Y si ella muere, yo también.

Mahína endureció su rostro.

—No es inexplicable. Hay una razón por la que te pasa eso.

—Ilumíname. Porque, que yo sepa, esto no pasa nunca con nuestras calamidades.

—Esta vez existe una conexión que os une: tu corazón —reveló—. Su organismo desvía el daño y lo canaliza en tu palpitante órgano como método de defensa.

—Genial —expresó Rem con falsa diversión—. Como si no tuviera ya suficiente con la condenada maldición.

El chico pateó el suelo y se encaminó hacia un árbol. Allí se sentó y volvió a la posición que tenía antes de que Mahína nos atacara.

—Gaia, duérmete —me pidió mientras cerraba sus ojos para conciliar el sueño—. Y tú, bicho feo. Cierra la boca. —Una vez más, calló a la Katpanu con un simple gesto de su mano.

Rem se removió en el sitio para acomodarse y no se volvió a mover. Yo me levanté y me alejé de la mujer todo lo que pude hasta que di con el lugar idóneo para continuar durmiendo. Me tumbé de nuevo, puse las manos bajo mi cabeza y cerré los ojos. Conforme el sueño me inundaba, repasé las dudas que ya se habían resuelto.

Los Eternos le sacaron el corazón a Rem y me lo dieron a mí como castigo por sus delitos cometidos.

Lo que me vigilaba y seguía desde que desperté, era Mahína.

Y yo era una calamidad que tenía en sus manos la vida de otra persona.

¡Holi! ¿Cómo estáis? ¿Cómo vais con los exámenes? Ya queda poquito para las vacaciones. 🤧

¿Qué os ha parecido el capítulo?

¿Qué pensáis de Rem ahora que lo conocemos un poquitico más?

¿Qué pensáis de Mahína?

¿Qué hacen los depredadores? 🤓

En el próximo capítulo, nuestros queridos monstruitos llegarán a Villa Illecebra, pero se toparán con unos cuantos problemillas antes. 😬

Besooos.

Kiwii.

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