🔥 Capítulo 5

—¡Qué bien huele! —exclamó Alice.

Nada más levantarnos aquella mañana, decidimos ir a desayunar a una cafetería del pueblo. El lugar estaba desalojado, a excepción de los trabajadores y un muchacho de aspecto jovial que se encontraba sentado de cara a la barra, dándonos la espalda y disfrutando de su café. Mi amiga y yo nos sentamos en una mesa, no sin antes darle los buenos días al personal, quienes nos devolvieron el saludo con una agradable sonrisa.

Alice agarró de inmediato la carta con los desayunos y sus correspondientes precios. Me reí al ver la cara que ponía conforme la leía, se le hacía la boca agua y me resultaba muy gracioso porque parecía que se había enamorado perdidamente de todos esos dulces y salados que moría por probar. Nos iban a faltar días para que pudiera catarlos todos.

Cuando decidimos lo que nos gustaría desayunar, se lo dijimos a la camarera y esperamos pacientes. Mientras tanto, dejé que mi mente divagase por esos recuerdos que tenía anoche. Esos en los que un chico entraba por la ventana de mi habitación para matarme y luego se arrepentía. No sabía qué pensar al respecto, lo primero que se me pasó por la cabeza fue que podría haberse tratado de un simple sueño. Un muy mal sueño.

¿Qué otra cosa pudo ser si no? ¡Era de locos! Me desperté sobresaltada porque lo creí tan real que daba miedo. Pero la ventana estaba cerrada y tenía toda la ropa bien puesta, como si nada hubiese pasado.

A pesar de necesitar desahogarme con alguien, no se lo conté a Alice. Quería seguir pensando que aún me quedaba algo de cordura y que había una explicación lógica para todo, mas su forma de observarme cuando hablaba, sentenciaban el estado de mi salud mental. No me dejaba tener esperanzas.

Unos minutos más tarde, nos pusieron el desayuno en la mesa. Le agradecimos a la camarera y comenzamos a comer.

—¿Qué te pasa, Gaia? —preguntó mi amiga mientras le pegaba un mordisco a su bizcocho de zanahoria—. No estás especialmente habladora hoy y tú no te callas ni debajo del agua. A no ser que el coma te haya cambiado hasta eso.

—No... Es solo que no he dormido bien —admití.

Removí el café con la cucharilla.

—¿Y eso?

—Creo que he tenido una pesadilla.

—¿Crees? —rio—. ¿Cómo qué crees?

Le di un sorbo al contenido de la taza y me relamí los labios.

—Es que ha sido muy real —confesé—. Pero muy loco como para no ser un sueño.

—A ver, cuéntame.

Ella puso toda su atención en mí, lo que, en cierto modo, me animaba a hablar sobre el tema. Le di un bocado al croissant y respiré hondo, armándome de valor para relatarle los hechos ocurridos aquella noche.

—Un chico entró en mi habitación e intentó matarme —resumí—. Se puso sobre mí y quiso clavarme una especie de cuchillo en el pecho. No podía moverme ni gritar.

—Sin duda alguna ha sido una muy mala pesadilla —confirmó—. En la mayoría de los sueños en los que corres un peligro inminente, no puedes mover ni un músculo ni chillar para pedir ayuda. Así que tranquilízate, ya ha pasado.

—Pero en los sueños, al despertarte sabes que ha sido un sueño —objeté—. Y yo me he despertado con la sensación de que ha sido real. Muy real, Alice.

Su gesto se torció. Ya volvía a mirarme como si estuviese loca, así que no dudé en dejar el tema a un lado.

—¿Sabes qué? Olvídalo.

Suspiré y desvié la mirada hacia mi derecha, hasta que mis ojos se clavaron en la espalda del chico que se encontraba en la barra. No tenía nada en especial, aunque desprendía un aura que no me transmitía nada bueno. Incluso juraría que estaba pendiente de la conversación que mantenía con mi amiga.

No había catado su café desde que habíamos llegado, solo hacía tamborilear las yemas de sus dedos en la taza. Su corte de pelo era tan extraño que fue imposible no fijarme en él, era de un castaño oscuro con reflejos rojizos como el fuego y parecía que se lo hubiesen trasquilado a conciencia porque las capas eran muy notales; en la parte de arriba su melena abundaba y era tan desordenada que daba la sensación de que nunca había conocido un cepillo, en cambio, en la zona de su nuca, el volumen disminuía de forma considerable y los mechones convivían en completa armonía.

—Tenemos que ir a comprar, no hay nada en la nevera —informó Alice sobresaltándome.

—Sí...

Arrugué el entrecejo; seguía con la cabeza en otra parte. El tétrico recuerdo de aquel desconocido queriendo matarme no me dejaba en paz. Me acordé de las palabras que dijo antes de irse, esas que no supe comprender.

—Alice, ¿tú cursaste latín en tu carrera?

—Sí, señora —afirmó y se le escapó una risilla—. Compuse una canción con las declinaciones para que no se me olvidaran y me ponía a cantarla mentalmente en los exámenes.

—¿Qué significa: «non possum»?

—Uhm..., significa: «no puedo». ¿Por qué?

—No, por nada —negué.

¿El qué no podía? ¿Matarme? ¿Por eso se echó atrás? Ahora estaba muchísimo más confundida, nada tenía sentido. Mi rápida recuperación, las voces en mi cabeza, el no poder moverme y ni hablar a mi antojo, el tener delirios y pesadillas desquiciantes... ¡Nada! No podía encontrarle una explicación lógica porque no la había. Debía plantearme buscar ayuda profesional en cuanto regresase a Nueva York.

Negué con la cabeza para librarme de esos pensamientos y fui a coger el croissant para terminar de comérmelo. No obstante, antes de que pudiese hacerlo, sentí una fuerte punzada alojarse en mi pecho, como a vez anterior. Me llevé la mano a la zona y ahogué un grito en mi garganta para no alarmar a nadie, pero mi amiga no tardó en percatarse de mi malestar.

—¿Te encuentras mal? —quiso saber.

—Me duele... el pecho —respondí con dificultad; el dolor se intensificaba.

Me clavé las uñas en la piel y apreté los párpados a la vez que me encogía en el sitio. Siseé y miré hacia mi derecha como acto reflejo, viendo el cuerpo del chico tensarse y sus puños apretarse hasta el punto de hacerlos temblar. Él giró la cabeza y me echó un vistazo por encima del hombro. La mandíbula también la tenía apretada, era como si estuviese sufriendo algún tipo de daño que costaba pasar por alto.

—¿Tienes asma? ¿Te está dando un ataque de pánico? —interrogó Alice bastante preocupada—. Concéntrate en tu respiración, Gaia. Tranquilízate, no te va a pasar nada.

Me retorcí en la silla, intentando que no se me notase la aflicción que sentía e hice lo que me pidió, aunque no me sirvió de nada. Aguanté lo que pude, con la mano de mi amiga apretando una de las mías. En cuestión de unos segundos que se me hicieron eternos, el dolor cesó. Jadeé y dejé caer mi espalda contra el respaldo.

«Me estoy muriendo».

Regresé la vista al chico de antes; su cuerpo se había relajado casi al mismo tiempo que el mío y su respiración estaba igual o más agitada que la mía. Acentué el ceño.

—Han destrozado a otro ciervo. —Una voz masculina se hizo presente en el lugar.

Giré la cabeza hacia la izquierda, viendo a un grupo de hombres adultos y ancianos acercándose a la barra. Eran cuatro.

—¿Cómo dices? —preguntó el dueño de la cafetería.

—Nos hemos encontrado a otro ciervo despedazado en el bosque —repitió el hombre.

Este puso sus brazos sobre la encimera y sus compañeros le imitaron. Noté cómo el muchacho se removió incómodo en el sitio, queriendo alejarse de ellos.

—Esto ya no es cosa de un oso —habló otro señor.

—Ni de ningún otro animal —intervino el más anciano—. Los depredadores matan para alimentarse, no por placer. A ese ciervo no se lo han comido, lo han mutilado.

—Pues si no es obra de un animal, no sé de qué será —dijo el propietario—. La semana pasada dijisteis que tenía marcas de garras. ¿Qué otro ser vivo sería si no es un animal?

—No lo sé, pero tiene pinta de ser peligroso. Tenemos que cazarlo antes de que aborrezca a los ciervos y se interese por las personas.

—Dejad la cacería y llamad a las autoridades, panda de imbéciles —les riñó el dueño colgándose un trapo en el hombro—. Ahora decidme. ¿Qué os pongo?

—Lo de siempre.

Alice me dio unos toquecitos en el brazo para llamar mi atención y yo la miré.

—No me habías dicho que había bichos peligrosos rondando por aquí —susurró temerosa.

—Es que no los había —confesé.

La rubia hizo una mueca y ambas seguimos desayunando con calma. Aunque nuestra tranquilidad cesó en cuanto se escuchó un estruendoso ruido de cristales rompiéndose. Todos y cada uno de los presentes dirigimos la mirada hacia la dirección de la que provino aquel sonido, topándonos con el muchacho; su respiración se había vuelto brusca.

Me fijé un poco más en él y comprobé que había estallado la taza de café entre los dedos de su mano derecha, derramando el contenido por doquier. ¡Qué bruto! Este se levantó del taburete de golpe y se dirigió hacia la salida del lugar con pasos rabiosos y decididos. Al llegar a la puerta la empujó con tanta fuerza que dio contra la pared de fuera y desapareció como alma que lleva el diablo.

—Este chico, a cada día que pasa, está más raro —murmuró el dueño.

—Perdone —llamé la atención del hombre, quien me miró esperando a que continuase—. ¿Cuánto tiempo lleva por aquí? —Señalé el camino por el que se había ido el extraño.

—Alrededor de unos cinco años —contestó.

—Vale, gracias.

Él me sonrió y se dispuso a preparar los desayunos del grupo de adultos.

Llegó al pueblo hacía cinco años, los mismos que yo llevaba en coma. Bien pudo ser una coincidencia, una mera casualidad, pero como ya estaba un tanto paranoica desde que desperté, pensé en que esos datos podrían tener cierta relación.

🔥

Después de desayunar, fuimos a hacer la compra para tener qué comer en los días que estuviésemos en Saranac Lake y, nada más llegar a la casa, nos pusimos a ordenarlo todo en la cocina. Cada una sacábamos los productos de una bolsa diferente mientras decidíamos qué hacer de comida.

—Pizza —propuso mi amiga.

—Puré de calabacín —repliqué sacando los calabacines con una sonrisa de oreja a oreja.

Adoraba los purés de verduras, me daba igual de lo que fuesen.

—No, qué asco.

—Está riquísimo.

—Sí, ya. —Fingió una arcada—. ¿Sabes a quién más le gustan los purés?

—¿A quién?

—A Arnie —canturreó—. Sois tal para cual.

—Quién me manda preguntar...

—¡Oh, vamos! Déjame hablarte de él. ¡Por fi!

Rodé los ojos.

—Está bien... —cedí—. Háblame de él.

—¡Bien! Pues verás, le conocí en mi segundo año de Uni y te puedo asegurar que es un chico muy estudioso, amable, simpático... ¡y guapo! Gaia, está tribueno, le va el deporte y esas cosas, come sano, no fuma y...

Desconecté.

El denso bosque que me dejaba ver una de las ventanas atrajo mi atención. Allí fue donde empezó mi odisea. Mis manos abandonaron su labor de repente, haciendo que una coliflor se escapase de la bolsa y cayera al suelo. Tenía el impulso de ir.

Le eché un rápido vistazo a Alice y, al comprobar que estaba con la cabeza metida en la nevera parloteando sin parar, me encaminé hacia la salida de la cabaña y me escabullí hacia la frondosa arboleda. No era yo quien movía mis piernas, lo hacían por sí solas, mas no podía negar que tenía curiosidad por saber la razón por la que estaba allí y por la que cada parte de mi ser obedecía órdenes ajenas.

Respiré hondo y me dejé llevar.

Al entrar en el bosque, me vi sumergida en un silencio en el que solo se escuchaba el cantar de los pájaros, el mecer de las ramas de los árboles con el viento y algún que otro insecto revolotear cerca de mí. La luz del sol se canalizaba por la frondosidad de las hojas, impidiendo que los rayos me alcanzasen. El ambiente era mucho más fresco, se estaba a gusto, tanto, que se me dibujó una sonrisa en la cara. Sin embargo, esta se borró al ver que, conforme avanzaba, el suelo se cubría de flores muertas, ceniza y troncos quemados, partidos y desnudos.

Recuperé el control de mis acciones, por lo que no dudé en mirar a mi alrededor con rapidez. La zona estaba destrozada, todavía no había crecido nada vivo después de aquella catástrofe. Allí fue donde vi el corazón llameante y dónde sentí el mío reventar.

La ansiedad me invadió ante el recuerdo tan espantoso que me ofreció el lugar. Seguía sin saber qué creer, si mi versión de los hechos o la de mi hermana y los médicos. Esa simple duda me hacía perder la compostura y dificultarme la respiración. Sentía que me ahogaba.

Me apoyé en un tronco chamuscado para no caer ante mi pérdida momentánea del equilibrio. Me llevé una mano al pecho en un intento de lograr controlar y moderar el aire que entraba y salía de mis pulmones, cerré los ojos y dejé la mente en blanco. No me moví hasta que me encontré mejor.

Tragué saliva y me di la vuelta para volver por donde había venido, no obstante, un cuerpo apareció a tan solo unos centímetros del mío, haciéndome retroceder. Era el chico que trató de matarme en la noche. Seguía llevando aquella capa con capucha que le cubría la parte superior del rostro. Solo podía ver su boca y parte de la nariz, sus ojos ni siquiera brillaban con el dorado de la primera vez. La respiración se me entrecortó y me quedé paralizada. Cuando bajé la mirada vi que empuñaba la daga.

¡Pensaba que se había arrepentido!

Lanzó el cuchillo al aire y lo volvió a tomar entre sus dedos, adquiriendo una posición de ataque que me hizo dar otro paso hacia atrás. Sin querer quedarme a ver lo que sucedería a continuación, giré en dirección contraria y corrí hacia las profundidades del bosque. Tenía la esperanza de encontrar algún sendero, carretera o cabaña en la que pudiera esconderme para pedir ayuda. Sin embargo, a los pocos segundos de haber echado a correr, mi cuerpo cayó inerte al suelo.

Había perdido la movilidad una vez más.

—¡Joder! —maldije.

Sus manos agarraron mis hombros y me puso boca arriba. Él apoyó una de sus rodillas en mi abdomen para sujetarme y su mano libre sobre mi clavícula, aprisionándome contra la tierra. Colocó la punta de la daga contra mi pecho, esta vez sin importarle que mi ropa le entorpeciera. No la hundió, solo me miró mientras respiraba de manera agitada.

—Por favor, suéltame —supliqué—. Por favor... No he hecho nada. ¿Qué es lo que quieres?

Él musitó algo por lo bajo que no alcancé a entender.

—Déjame ir, mi familia me necesita —sollocé—. No me obligues a abandonarlos...

—No me hagas esto más difícil —pidió con pesar.

—¿El qué? ¿Por qué? —Las lágrimas comenzaron a descender por mis mejillas.

—Es complicado y largo de explicar —comentó—, y no tengo tiempo.

Apretó la punta contra mi piel hasta que me hizo daño. Me quejé, pero él también paró. Se llevó la mano con la que me sujetaba a la zona del corazón y se la palpó con desconcierto. Algo no iba bien.

Volvió a intentar hundir el filo. La camiseta se rasgó, noté mi piel ceder ante su fuerte contacto y la sangre fluir. Dolía y escocía mucho. Antes de clavármela hasta matarme, se apartó entre gruñidos de dolor. Parecía que el daño que él mismo me provocaba también lo recibía.

—No me jodas... —susurró.

Su repentina confusión hizo que fuera capaz de mover los dedos de mis manos y, al cabo de un rato, el resto de mi cuerpo. Aproveché para incorporarme lo poco que su rodilla me permitía y propinarle un fuerte puñetazo en las narices, lo que provocó que este cayera al suelo y la capucha dejase de cubrirle la cara. Me quedé embobada viendo cómo la zona en la que le había golpeado se encendía de un tono rojizo, siguiendo una ruta de dibujos tribales que no se veían antes. La intensidad del color disminuía a cada segundo que pasaba hasta desaparecer y regresar a la normalidad.

Ahí fue cuando me di cuenta de que se trataba del joven de la cafetería, de aquel extraño de piel blanquecina con matices bronceados y cabello ígneo. Sus ojos dorados como la miel me confirmaron que se trataba de la misma persona. Por un instante los vi brillar.

Mi lado pacifista se sintió fatal por haberle golpeado, de hecho, me mantuve quieta a la espera de que se levantase para confirmar si se encontraba bien. Enseguida me acordé de que quería matarme, por lo que me puse en pie a trompicones y eché a correr hacia el interior del bosque con la intención de alejarme todo lo posible de él.

—¡Clades, espera! —gritó en la lejanía.

En ese instante reconocí su voz, era la misma que me estuvo pidiendo que viniera hasta aquí. No acaté su mandato y seguí corriendo.

¡Holi! ¿Cómo estáis? Espero que bien. 🥰

Parece que Rem tiene un intenso debate sobre lo que hacer con respecto a su corazón, quiere recuperarlo y a la vez le da cosita matar a nuestra Gaia. Aunque eso ya le da igual, porque ha visto que él también se hace pupita jeje. (Que, por cierto. Tenéis a Rem en la multimedia). 🤓

¿Cómo estuvo el capítulo? ¿Os ha gustado?

En el próximo capítulo veremos pequeños detalles de lo que Gaia es capaz de hacerle a Rem sin mover un dedo. 👀

Besooos.

Kiwii.

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