🔥 Capítulo 20

Rem se incorporó de golpe, llevándose una mano al pecho y cogiendo una gran bocanada de aire, aún con el susto en el cuerpo. Sus dedos recorrieron la zona con desespero en busca de la herida, pero la única evidencia que quedaba del recorrido que había tomado la flecha, era el agujero en su camiseta, el cual estaba un tanto chamuscado y ensangrentado. Tragó saliva.

Me puse en pie con un notable alivio y le ayudé a levantarse. No se lo pensó dos veces cuando se abalanzó sobre mí para abrazarme con fuerza, pillándome tan desprevenida que tuve que ingeniármelas para no caerme. Era un poco aprensiva y me daba algo de asco su estado, mas no tardé en corresponderle. Se sentía extrañamente bien estar entre brazos y, aunque su agradable aroma a lavanda se había sustituido por el olor a quemado y al de la sangre, no me disgustaba su cercanía.

—Gracias... —susurró.

—No me las des... —dije queriendo deshacer nuestro contacto físico—. Te ha salvado ese bicho, no yo.

Empujé su pecho hasta que se separó de mí y me sacudí la ropa para librarme de su suciedad. Sin embargo, enseguida me arrepentí de haber roto nuestra unión tan pronto, tenía latente una sensación de vacío que no supe gestionar.

«Qué raro».

El mestizo miró al felino escupe fuego y le sonrió como agradecimiento. Aquella criatura le contestó resoplando como si fuera un caballo y continuó observándonos con un detenimiento que espantaba. Después, Rem buscó por la tierra la flecha que estuvo a punto de matarle y le pegó una patada para alejarla todo lo posible de él.

—El hielo es tu punto débil —afirmé.

—Sí, el de todos los Ignis.

—El fuego te regenera.

«Y te fortalece».

Sus pupilas conectaron con las mías.

—Así es.

—¿Por qué no te tiras a un volcán con lava burbujeante en su interior para salvarte de la maldición?

—Mi corazón lo tienes tú —recordó—. Tendrías que lanzarte tú, pero eso te mataría y a consecuencia yo moriría.

A duras penas, se desplazó hacia los cuerpos sin vida de los dos magos que nos habían atacado y rebuscó por sus ropajes y alforjas algo que nos pudiera servir. Recopiló una docena de botellitas de cristal con brebajes de todo tipo en tan solo un par de minutos. No dudó en abrir una de ellas y bebérsela de un trago; supuse que se trataba de un regenerador de energía, pues su semblante empezó a lucir menos cansado conforme pasaban los segundos.

Acto seguido, se encaminó hacia el animal que le había salvado la vida y hurgó en las pequeñas bolsas que llevaba atadas a la montura, las pertenecientes al elfo, luego de guardar lo que había cogido previamente en una de ellas.

—Hay varias hierbas curativas que solo se encuentran en Bonanza, territorio élfico —comentó tocándolas con las yemas de sus dedos—. Esto es mejor que cualquier tesoro que puedas llegar a encontrar, pueden curar casi cualquier dolencia. —Revisó las que quedaban—. Aquí hay comida y, para tu suerte, no es carne —rio y yo sonreí—. Esto parece agua, ¿tienes sed?

—Muchísima.

Palpó una especie de cantimplora y le quitó el corcho para poder echar un vistazo dentro. Al cerciorarse de que era lo que pensaba, me hizo un gesto con la mano para que me aproximase hacia a él. Lo hice, me entregó la botella y me apresuré a beber de ella; estaba sedienta.

A pesar de que aún no me saciaba del todo, decidí dejarle a Rem lo que quedaba; sus ojos seguían con deseo las gotitas de agua que resbalaban por mis carrillos y no iba a torturarlo más. En cuanto se la devolví, la vació con tanta ansia que no pudo evitar atragantarse. Tosió un par de veces hasta recuperarse, dejó la cantimplora en su sitio y se subió a lomos de aquella criatura, la cual ni se inmutó.

—Venga, sube —animó y me tendió la mano.

—¿No crees que es mucho peso para un pobre animal?

—Tiene patas fuertes.

Y como si el bicharraco le hubiese entendido, dio dos pisotones contra la tierra, remarcando los músculos de sus patas para confirmar las palabras del joven mestizo. No me gustaba la idea de utilizar a un animal para que nos hiciera el camino más ameno. Los animales, fueran de la especie que fueran, no eran ningún tipo de transporte público.

Tras pensármelo, arrugué el entrecejo y rechacé la mano de Rem; haría el camino a pie. Así que, sin más demora, me puse a andar hacia la izquierda, escuchando a mi espalda un bufido por parte del mestizo.

—¿En serio? —se quejó él—. Clades, es por el otro lado.

Me paré en seco, giré sobre mis talones y comencé a caminar hacia la dirección correcta. En el momento en el que pasé por delante de Rem, ni siquiera me molesté en mirarle; me ponía nerviosa que tuviera los ojos fijos en mí, me sentía muy observada y temía tropezarme. No sería la primera vez que me caía por estar bajo la notable presión de una mirada.

Rem hizo andar a la bestia hasta alcanzarme. No se molestó en sacarme de su campo visual, me miraba con cierta curiosidad y no sabía muy bien a qué se debía, por ello carraspeé con la garganta, queriendo hacerle notar mi incomodidad.

—¿Por qué no comes animales? —preguntó de la nada—. ¿No eres omnívora?

—Sí, eso dice la ciencia —respondí—. Pero yo he decidido dejar de comer carne y pescado.

—¿Por qué razón?

—La industria cárnica arrastra mucho sufrimiento animal —expliqué—. Además, no necesitamos abastecernos a costa de esos pobres animales indefensos.

—Ah, ya. ¿Qué me dijiste que eras? ¿Verdurista?

—Vegetariana —reí ante su equivocación—. Aunque también están los veganos, que no comen nada de origen animal, como lácteos y huevos. Los crudiveganos, que solo se alimentan de vegetales crudos...

—Os vais a extinguir.

Me rechinaron las muelas.

«No sigas por ahí».

—¿Es por eso que no quieres que el Rukrán te lleve? —indagó.

—Exacto.

—¿Y qué hay de mí y de Lana? Te subiste a nuestra espalda sin rechistar.

—No es comparable.

Le lancé una mirada de advertencia.

—¿Por qué no?

—Porque no —sentencié.

—Entonces, el sufrimiento animal es el único que no toleras —insistió—. Cualquier otro te da igual, ¿no?

Estallé.

El cabreo me ardió en las entrañas, haciendo que mis puños se apretaran y que mi rostro adquiriera un tono rojizo. No muy tarde, en mi pecho, comenzó a resplandecer una luz azulada que ya daba paso a lo inevitable. Tenía tanto odio hacia a Rem que mi cuerpo ya estaba haciendo de las suyas con su corazón.

Sus rasgos faciales se contrajeron hasta formar una mueca aflictiva de la que me acabé sintiendo culpable; no quería herirle, pero mis sentimientos actuales daban vía libre a que mi organismo actuase en defensa propia. El mestizo se llevó una mano al pecho y se retorció sobre la montura, provocando su caída al suelo. Tanto el Rukrán como yo, dejamos de caminar.

—Pu...ñeta. ¡Pero por qué te enfadas! —gimoteó adolorido y, al ver que su sufrimiento no cesaba, añadió—: vale, vale, vale. Para, por favor. ¡Para!

Tragué saliva y respiré hondo para calmarme, logrando que el destello de mi caja torácica desapareciese y Rem pudiese respirar con tranquilidad. Él se quedó tirado en el suelo y boca arriba. Le temblaba la respiración y las extremidades, aún le quedaba un dolor residual en el cuerpo que le impedía levantarse.

—¿Qué bicho te ha picado? —cuestionó con molestia—. Eres peor que un enano con el culo escocido.

—Es que, como bien has dicho, solo me afecta el sufrimiento animal —le eché en cara—. El tuyo me da igual.

Rem me observó mientras se reincorporaba, todavía fatigado y con el gesto torcido. Una vez que estuvo en pie, se acercó al Rukrán y, con una suavidad que me sorprendió, le quitó las riendas, la silla de montar y todas las bolsitas de tela que llevaba encima. Cuando le hubo liberado de todo lo ajeno a él, le dio un leve empujón para que se marcharse, cosa que no tardó en hacer.

Me quedé atónita, no sabía qué pensar o cómo reaccionar. Hacía apenas un minuto estaba discutiendo conmigo y ahora había soltado a aquella criatura. Rem se giró para verme y se encogió de hombros con un notable fastidio.

—Lo siento si te jode, pero vas a tener que traicionar tus principios si quieres sobrevivir.

Dicho eso prosiguió con su camino sin molestarse en esperarme. ¿Acababa de liberar a esa criatura por mí? ¿Lo había hecho para no aguantar mis reprimendas? ¿Por no soportar el dolor que le provocaban mis emociones? ¿O porque le había nacido? No sabía cómo tomármelo, pero si había algo que tenía claro, era que no iba a dejar que pisoteasen mis principios.

🔥

Una hora de camino fue lo que duró nuestro regreso a la cueva de Lana. Una hora en la que estuve batallando conmigo misma para no causarle más daño a Rem. A pesar de que se merecía todo ese dolor por todas las malas acciones y decisiones que arrastraba desde que nos conocimos, me armé de calma para no sucumbir al deseo de matarlo antes que los Eternos.

El objetivo era llegar a la sede de estos seres para que le quitaran la maldición y así él poder vivir en paz, no podía ir matándole por el camino. Aunque era lo que deseaba en aquel momento, sabía que no era un sentimiento real, que en realidad no quería verle muerto porque, ante todo, estaba totalmente en contra de la violencia y acabaría por sentirme mal si no llegaba a tiempo y de una sola pieza a su destino.

Aún seguía cabreada. ¿Cómo podía decir tan a la ligera que solo me afectaba el sufrimiento animal? Eso no era así. No podía compararse con un animal porque él tenía boca para decirme si le parecía correcto o no que me subiera a su espalda, de hecho, fue él mismo quien me permitió hacerlo cuando estábamos en una situación que lo requería. Había llegado a la conclusión de que Rem era idiota y de que nunca entendería mi punto de vista.

Nada más llegar a la cueva, respiré hondo y me obligué a alejar todos esos pensamientos que acabarían por volver a embestir el corazón del mestizo. Conforme nos adentrábamos en ella, podía escuchar con mayor claridad las voces poco amigables de Calaham y Lana, parecían estar discutiendo con alguien.

Era Mahína.

Se encontraba sentada en el suelo, contra la pared rocosa del fondo, atada de patas y manos con una cuerda y siendo amenazada con los gruñidos de la loba. La criatura con cuernos temblaba y gritaba histérica que no tenía ni idea de dónde se encontraba Rem, que lo más seguro era que la Guardia de los Eternos ya lo hubiesen capturado o matado. Esas palabras provocaron que Cal desenvainase su espada y pusiera la punta afilada contra su fino cuello.

—¡Habla! —ordenó el mago, colérico.

Un chillido agudo salió de los adentros de Mahína y, hasta que sus ojos no se posaron en nosotros, no respiró tranquila.

—¡Están ahí, están ahí! —exclamó con prisa—. ¡Aparta ese pincho de mí!

Lana dejó de gruñir como si fuese un perro rabioso y se dio la vuelta a la vez que Calaham para poder comprobar cuán ciertas eran las palabras de la Katpanu. La rubia no deshizo su expresión seria, en cambio, el padre adoptivo de Rem suspiró con alivio, relajó su semblante y, tras envainar su espada, caminó apresurado hacia su hijo. Ambos se fundieron en un abrazo que me enterneció.

—¿Estás bien? —le preguntó y, al separarse, le miró de pies a cabeza—. ¿Por qué tu ropa está quemada? ¿Te has transformado?

—Algo así, pero tranquilo. Estoy bien.

—¿Y tú, Gaia?

Examinó mi cuerpo y lo comparó con el de su hijo, buscando posibles lesiones. Yo asentí con la cabeza algo mohína; empezaba a tener la sensación de que solo se preocupaba por mí porque Rem sufriría las consecuencias si a mí me pasaba algo. No me conocía de nada, estaba allí con un único fin, ¿por qué iba a importarle? Ya era consciente de que Rem me protegía para protegerse a sí mismo, ¿por qué Cal sería diferente?

Calaham le dio un apretón en los hombros a su hijo; estaba muy claro que amaba a ese muchacho más que a nada en el mundo. En el instante en el que sus ojos descendieron hasta su cuello, su ceño se arrugó.

—Se te ha extendido —habló apartando la tela de su camiseta—. ¿Has tenido otro ataque?

—Sí, aunque este ha sido intencionado.

El mestizo me miró con rencor.

Aquella mancha morada había crecido de manera considerable, llegando a cubrir gran parte de su pecho y pectoral izquierdo, ahora incluso ascendía por su cuello y nuez. Agaché la cabeza y me lamenté internamente.

—Lo siento... —murmuré.

El Vator me miró un tanto abatido.

—Siento interrumpir, corderitos —intervino Lana—. Pero no quiero estar aquí cuando lleguen los refuerzos. Así que decidme hacia dónde nos dirigimos y si vamos a tener que llevarnos a esta alfombra con patas con nosotros. —Señaló a Mahína, quien no tardó en escandalizarse—. Yo opino que es mejor llevárnosla para que no pueda contactar con ningún aliado suyo y..., bueno, por si andamos escasos de alimento.

—¡Tengo la carne dura! ¡Tú misma lo dijiste! —gritó la criatura al borde del llanto—. ¡Dejadme en paz!

—Se vendrá con nosotros —dijo Calaham—. Así la tendremos vigilada. Y no. No dejaré que le pongas un diente encima, ¿queda claro?

—No recibo órdenes de Vatores.

—Mahína queda bajo mi custodia —sentenció él—. Acátalas o te buscas la vida para llevar a cabo tu ansiada venganza. Recuerda que estás sola, tu manada te desprecia. No podrás llegar sola al palacio de los Eternos.

Ella rugió con fiereza y temí que se transformase y nos despedazase a todos, pero no sucedió. Solo estaba cabreada, le repateaba que dependiera del trato de un Vator para lograr su objetivo porque, como ya había dejado claro, no se llevaba bien con los magos que se dedicaban a la cacería. Apretó su dentadura hasta hacerla rechinar.

—¿A dónde nos dirigimos? —volvió a preguntar.

—A Falco —contestó Rem.

—¿¡Qué!? ¡No me llevéis con vosotros! —lloriqueó Mahína.

A Lana tampoco pareció gustarle la idea, se había quedado estática y con una expresión facial que denotaba temor.

—Estáis locos —rio la loba sin gracia—. ¿Qué mierda se os ha perdido allí?

—Buscamos a un Airanis —declaró Calaham.

—No buscáis a un Airanis, buscáis a un puñetero pirata.

—Sí, bueno. Qué más da. —El mestizo se encogió de hombros.

—Nadie sabe dónde está esa maldita isla. Intentar ir allí es un suicidio.

—También lo es quedarse aquí —comenté con la intención de ponernos en movimiento cuanto antes.

—Clades, será mejor que cierres la boca porque no te haces una idea de lo que se nos hace allí —amenazó la rubia dando un paso al frente y mostrándome sus colmillos—. Allí no somos bienvenidos si no eres un pirata o hijo de un pirata, lo que ya te convierte en... eso.

Me estremecí al escucharla. Empezaba a entrarme el pánico y las ganas de volverme corriendo al pozo del que había salido aumentaban a medida que pasaba el tiempo.

—Si vamos, es entonces cuando Mahína será una alfombra de verdad —agregó—. ¡Y yo otra, joder!

—¿Pero qué clase de bestias hay en Falco? —quise saber, no muy segura.

Lana puso sus ojos azules en mí e invadió mi espacio personal.

—Piratas. Son saqueadores, asesinos, una lacra... —explicó con rabia muy cerca de mi rostro—. Comercializan con todo tipo de criaturas, vivas o muertas. Hacen trabajos a cualquier habitante de Dracones por un precio muy alto, trabajos que nadie más haría. Son monstruos. Ni siquiera los Eternos han logrado dar con esa isla y eso ya la hace mucho más peligrosa...

Se me cortó la respiración.

—Tienes muy demonizado Falco —aseguró el mestizo—. Un pirata tiene una deuda pendiente conmigo. ¿Te vale?

Lana se apartó de mí, miró a Rem y gruñó, frustrada. Pasaron unos segundos en los que ella se mantuvo en silencio meditando. Algo le fastidiaba de sobremanera, tenía los puños tan apretados que los huesos de sus dedos crujieron. Tras soltar un sonoro bufido, dijo lo siguiente:

—Os llevaré hasta Pinnatus, allí os las apañáis vosotros para llegar a Ventus Portus. Dadme cien monedas de oro por las molestias y os libero del trato.

Que la loba hubiese tomado esa decisión que echaba por el suelo todo lo que ella quería obtener a cambio de ofrecernos su ayuda, logró inquietarme mucho. No era buena señal que ella renunciase a su venganza por no querer poner un pie en aquel lugar.

—Te las daremos en cuanto lleguemos —accedió Rem con seriedad.

—Cincuenta ahora, cincuenta después.

Padre e hijo se miraron y, luego de unos instantes, ambos asintieron para cerrar el nuevo trato. El mago contó el dinero que llevaba en uno de los saquitos que traía consigo, sacó las monedas que sobraban y se lo lanzó a la loba, quien lo cogió al vuelo y se lo guardó con recelo.

—En marcha. Mañana al atardecer llegaremos a Regnum Montibus —informó—. Tenemos que pasar por Argentum, hacer noche allí y retomar nuestro camino por la mañana hasta la entrada al Regnum Coeli. ¿Todo claro?

Los tres asentimos a la par mientras Mahína se negaba a querer acompañarnos.

En los próximos minutos nadie medió palabra, solo se apresuraron en recoger todas sus pertenencias. Calaham, por suerte, ya llevaba todo encima. Rem cogió su chaqueta y su capa, lo único que se había dejado antes de marcharnos para buscar mi desayuno. Y Lana se hizo con una minuciosa selección de armas y una especie de mochila de tela grande donde guardó ropa de cambio por si se transformaba.

El Vator se aproximó a la Katpanu y la liberó de sus ataduras. No obstante, no tardó en sacarse un cordón plateado de uno de los bolsillos de sus pantalones para enroscárselo en el cuello. Cuando juntó los extremos, la correa se unió como por arte de magia, dejándome boquiabierta.

—¿Qué es eso?

—Es un cordón encantado —respondió—. No se puede romper si no es por la persona que lo encantó.

—¿Lo has encantado tú?

—Sí.

Se incorporó y tiró con suavidad del extremo sobrante para que Mahína se levantase. Ella peleó para no hacerlo, seguía manteniéndose firme en su decisión de no acompañarnos.

—¿Te encargas de ella? —inquirió pasándome el cordón.

—Claro.

Me lo enredé en la mano por si la mujer con apariencia de cabra optaba por huir, aunque parecía estar contenta de que fuese yo quien la llevase.

—¡Venga, que no tenemos todo el santo día! —apremió Lana encaminándose hacia la salida de la cueva.

Calaham y yo la seguimos, sin embargo, en cuanto divisé a Rem descender las escaleras, decidí esperarle. El enfado no se me pasaba, pero mi instinto protector de animalillos indefensos me impedía dejarle atrás y solo.

Él, nada más alcanzarme, me tiró su capa a la cabeza, supuse que para que pudiese cubrirme en caso de frío como el resto de veces. Me la quité de inmediato, despeinándome un poco y descubriendo mi rostro rabioso; no me gustaba que me dieran las cosas de esa forma.

Al mestizo no le importó mi reacción, por lo que continuó con su camino sin detenerse; estaba enfadado.

«Genial».

No pude evitar seguir su espalda con la mirada. Se le marcaban los músculos en la camiseta mientras hacía el movimiento para enfundarse la chaqueta. Incluso pude ver parte de su piel asomarse por los recovecos chamuscados de la tela. Al notar mi embobamiento y escuchar el carraspeo de Mahína detrás de mí, negué con la cabeza y corrí tras él para no perderlos de vista.

Iba a ser un viaje bastante largo.

¡Holi! Siento no haber actualizado ayer, tuve un incidente con mi ojo y me era casi imposible corregir el capítulo porque el brillo del ordenador me hacía daño. ¿Cómo estáis vosotros/as? 👀

En el capítulo de hoy hemos podido conocer algo más a fondo a Gaia, ¿qué os ha parecido? Su forma de pensar choca bastante con la de Rem. 😬

¿Creéis que solo se preocupan por Gaia por el bien de Rem?

Entre nuestros dos monstruitos enfadados, una aliada de los Eternos, una carnívora de trato difícil y un Vator repudiado en el grupo, ¿qué pensáis que pasará? ¿Se matarán entre ellos antes de llegar a su destino? ¿O lograrán llegar de una sola pieza?

En el próximo capítulo sabremos más acerca de los Eternos, tendremos alguna que otra pelea y a un Rem un pelín más agresivo. 🔥

Besooos.

Kiwii.

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