Capítulo 9
Era un imbécil.
No había palabra que pudiese describirlo mejor.
IMBÉCIL.
Con letras mayúsculas.
¿Por qué Ariana no podía verlo?
Emmet podía hacerlo incluso a la distancia.
>Bastardo afortunado< pensó entonces con furia, y aún más al recordar a Ariana sin prenda que la cubriera.
Joder... El pecho de Emmet se desbocaba cada vez que lo recordaba.
Habían pasado ya unas cuantas semanas de aquello, y él todavía no conseguía eliminarlo de su mente.
Hermosa, hermosísima mujer, pequeña pero bien formada. Femenina y delicada. Una sirena fantasiosa, de sensual esencia.
Era tan perfecta que Emmet sentía como si apretaran sus entrañas al pensar en el hecho de que cada vez que la miraba, estaba mirando a la mujer de Sykes.
–Maldita sea– sisearon sus labios, y al sentir la boca seca, decidió beber un poco de agua de la botella que segundos antes habían apretado sus puños.
A unos metros de él, Ariana y Nathan terminaban de mirar la carta. Un par de minutos más tarde, el mesero se marchó con sus órdenes.
Cuando volvieron a la intimidad de su mutua compañía, Nathan le sonrió.
–Te ves radiante esta noche. Seguro habrá ya un montón de fotografías nuestras en Internet. Somos la sensación cada vez que salimos juntos– comentó él en tono contento. Un séquito de reporteros los habían captado al llegar al elegante restaurante, y habían tomado muy buenos ángulos de ambos, estaba seguro, y eso le encantaba. Aunque si debía escoger, Nathan disfrutaba aún más las alfombras rojas.
Sin duda salir con una superestrella era sensacional. A él siempre le había fascinado la atención pública, y el hecho de ser admirado y envidiado por medio mundo.
Todo aquello alimentaba su ego, que ya debía estar del tamaño de todo Florida.
Mientras él continuaba hablando, Ariana apenas y se dio cuenta de que le estaba hablando. Parecía un poco distraída.
Nathan frunció el ceño cuando se dio cuenta de que su prometida no le había prestado nada de atención.
–¿Ariana?– pasó su mano extendida justo frente a ella y la agitó.
La castaña consiguió despertar del trance, y lo miró.
–¿Disculpa, qué decías?– le preguntó.
Nathan rodó los ojos con irritación. Odiaba que lo ignoraran.
–Olvídalo. Hablemos de otra cosa– prontamente la sonrisa regresó a él. No le gustaba estar enojado con su bella futura esposa.
–Claro. ¿De qué quieres que hablemos?– Ariana cruzó los dedos mentalmente, rogando porque él no fuese a escoger su boda como tema de conversación. En días pasados, mientras todavía había llevado la férula en su pierna, había tenido que soportar la visita de Nicole todos los días hablando de aquel espectacular acontecimiento.
Y no era que a Ariana no le emocionase la fiesta en donde uniría su vida a Nathan, sino que necesitaba un descanso de ello.
Para su fortuna su novio ni siquiera mencionó nada al respecto de eso. O eso fue lo que creyó en un principio.
–Hablemos de nuestro futuro juntos...– tomó su mano entre las suyas, y la acarició. –Estoy ansioso por comenzar a formar una familia contigo. ¿Puedes imaginarlo?– preguntó ilusionado.
Ariana tragó saliva cuando comprendió a qué estaba refiriéndose Nathan en ese instante.
Lo miró horrorizada, y luego comenzó a negar.
–Nathan...–
Pero él pareció no advertir la reacción negativa en ella, y continuó hablando con gran emoción.
–¡Serán bellísimos!– exclamó de pronto. –Tomando en cuenta tus genes y los míos, nuestros hijos serán increíblemente hermosos. Seguro las revistas más importantes querrán tenerlos de portada–
Pero Ariana decidió que bien sería aquel el momento oportuno para poner las cartas sobre la mesa. Si quería que su matrimonio funcionara, debían ser completamente honestos desde el principio.
–Nathan, yo no quiero hijos– declaró de una sola pasada.
La incrédula mirada de Nathan se clavó en ella.
–¿Perdón?–
Ariana soltó un suspiro, y cogió valor.
–Lo que oíste. No quiero hijos. Ya lo he decidido–
La sonrisa irónica de Nathan apareció, seguido de su risa nerviosa.
–Bueno, pero ¿eso en qué momento lo consultaste conmigo?–
Por un segundo Ariana se sintió culpable de no haberlo hecho. Después se recordó que el cuerpo era suyo, y ella decidía.
Si a Nathan no le gustaba...
–¡Pero es qué te volviste loca!– de pronto él se exaltó y se puso en pie. Un poco avergonzado por la situación, intentó tranquilizarse y volver a tomar asiento.
–Nathan, cálmate. Sólo estoy compartiendo contigo una decisión propia que tomé. Me parece justo que lo sepas antes de que demos un paso tan importante como llegar al altar–
Nathan negó.
–No puedes hacerme esto. Tienes que darme un heredero. No puedo quedarme sin heredero sólo porque se te ha ocurrido convertirte en una de esas feministas de pacotilla. La obligación de las mujeres es parir a los hijos de los hombres–
¡Oh, él no se había atrevido a decir eso!
Hubiesen podido argumentar de manera civilizada. Ella tenía derecho a no querer convertirse en madre. Él tenía derecho a querer ser padre.
Pero lo que había dicho...
Esta vez la que se puso en pie fue ella. Lo miró fijamente, y sus ojos marrones no vacilaron.
–No soy, ninguna feminista de pacotilla– citó sus propias palabras. –Soy una mujer que conoce sus derechos, y no voy a permitirte que intentes utilizar todas esas ideas retrogradas conmigo. Suficiente he tenido con mi padre, así que Nathan, querido, puedes irte a la mierda– sin más, Ariana se puso en pie, tomó su bolso, y salió de ahí lo más pronto posible.
Sorprendido de lo que había ocurrido, Nathan la siguió.
En la entrada del lugar, su guardaespaldas ya la esperaba.
–¿Se encuentra bien, señorita?– le preguntó al verla un tanto exaltada.
–Emmet, llévame de regreso a casa. No quiero estar ni un momento más aquí–
El guardaespaldas comprendió que la feliz parejita ya no era tan feliz. Habían discutido, y él no pudo evitar sentir una secreta alegría por ello.
Desde luego no la demostró. Asintió y pronto caminó junto a ella hasta llegar a la camioneta. Por fortuna ya no se encontraba ahí ningún reportero.
–¡Ariana!– gritó entonces Nathan intentando alcanzarla. –No puedes marcharte y dejarme así– le dijo decididamente.
La cantante se removió intentando liberarse, pero al segundo Emmet reaccionó.
–Suéltela– le ordenó con voz fría y profunda. –No estoy jugando, Sykes, si no la suelta tendré que romperle los huesos de la mano. Tiene tres segundos, cuéntelos–
La rabia en el rostro del joven heredero resplandeció haciéndolo enrojecer de simple y pura ira.
–¡No te metas, perdedor!–
Emmet que solía tener demasiada paciencia, en ese momento no la tuvo. Tomó al hombrecillo de las solapas de su saco y lo levantó del suelo sin esfuerzo alguno.
Ariana temió entonces que su guardaespaldas fuese a golpear a Nathan.
¡Cielo santo, lo mataría!
–¡Emmet, bájalo ahora mismo!–
Para fortuna de todos, el guardaespaldas obedeció, y lo soltó.
Nathan cayó al suelo debido a que no le fue posible equilibrarse. Al segundo se puso en pie completamente enfurecido.
Pronto se abalanzó contra el rubio, pero fue simple amenaza. Se detuvo antes de poder tocarlo.
–¡Esto no se quedará así!– le advirtió sin perder su aire de poder. –¡Haré que te despidan! ¡Haré que nadie vuelva a contratarte en todo el país! ¡Te acabaré, maldito!– entonces Nathan junto con su montón de amenazas, se marcharon de ahí intentando recuperar un poco de orgullo.
Todavía sorprendida por lo que acababa de suceder, Ariana parpadeó sin podérselo creer.
La calma que sintió enseguida la confundió demasiado.
Entonces alzó su mirada y se encontró con la de Emmet.
Los ojos grises no parecían si quiera alterados. La miraron con significativa intensidad desde su gran altura.
Ariana se quedó sin respiración después de todo.
Fue ese momento en que él habló...
–Usted se merece algo mejor– le dijo, provocándole una extraña y acelerada emoción en su interior.
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Nathan llegó a Butera Corporation con la ira haciendo garras todo su control. Pisadas fuertes, velocidad acelerada, y un gigantesco enfado mezclado con celos y orgullo herido.
–Buenos días, se...– intentó saludarlo una de las secretarias, sin embargo él ni siquiera la miró. Se pasó de largo golpeándola con su hombro.
El objetivo era llegar hasta la oficina principal para hablar con Robert, y hacer que despidieran de una maldita vez a aquel plebeyo entrometido.
¡Se las pagaría! ¡Nadie podía meterse con Nathan Sykes y seguir como si nada!
–¡Robert!– comenzó a gritar furioso. –¡Robert!–
Sin embargo no hizo falta llegar hasta su oficina.
Butera se encontraba justo saliendo del ascensor cuando lo vio haciendo su ridículo espectáculo. Frunció el ceño y pronto fue hasta él.
–¿Pero qué demonios te ocurre? ¿Por qué gritas así?–
El chico intentó tranquilizarse pero no lo logró del todo.
–Robert, necesito hablar contigo– su tono no sonó menos acelerado. –¡Despídelo!–
–¿Qué? ¿A quién?–
–¡Al estúpido ese! ¡Emmet Wyatt! ¡No lo quiero cerca de Ariana, maldita sea!– volvió a alterarse.
Robert alzó las manos intentando calmarlo. Negó de inmediato.
–A ver, en primer lugar, tranquilízate y deja de portarte como un niñito aquí frente a todos– dado que los Butera y los Sykes eran amigos desde años atrás, y los hijos de ambas familias habían convivido como familia, Robert se sentía con el derecho de reprender a Nathan si hacía falta. El mismo derecho le daba a Perlman de hacerlo con Ariana, Ansel o Liam.
Enseguida extendió su brazo y señaló su oficina.
Frustrado por la reprimenda, Nathan obedeció y entró.
Cuando Robert también lo hizo, y cerró la puerta tras su espalda, le pidió explicaciones.
–Ahora sí vas a contarme qué fue todo eso, y también el motivo por el que has llegado exigiendo el despido de Wyatt–
Nathan miró al hombre como sorprendido de que no pudiese ver la obviedad del asunto.
–¡Por qué pasa mucho tiempo cerca de mi prometida, y no pienso seguir tolerándolo!–
Robert exhaló dándose cuenta de que aquel no era más que un berrinche estúpido, pero aún así debía ocuparse de él.
–Pues claro que pasa mucho tiempo cerca de ella, Nathan. Es su guardaespaldas, para eso le pago, para que no le quite los ojos de encima ni un segundo. ¿Es que acaso tengo que recordarte al desgraciado que la amenaza? ¿No te asusta que corra peligro?–
Nathan se hundió de hombros.
–Bu...bueno, por supuesto que me preocupa, pero hay miles de guardaespaldas más en el mundo. Despide a Wyatt, y contrataremos al mejor–
Para sorpresa del engreído chico, Robert negó.
–No, Nathan–
Nathan que no estaba acostumbrado a recibir respuestas negativas a sus peticiones, casi quedó en shock.
–¿No?–
–Eso dije– asintió Robert. –No podremos conseguir al mejor guardaespaldas, porque el mejor es él. Sabe artes marciales, maneja armas, es más veloz que una liebre, agilidad, destreza, fuerza, inteligencia... Ese hombre lo tiene todo–
Nathan no pudo creerse que incluso su suegro estuviese elogiando a aquel idiota.
–¡Bueno, ya es suficiente!– exclamó molesto.
–¿No vas a decirme que estás celoso, o sí, Nathy?– se burló porque así era Robert Butera.
Enfurecido, Nathan apretó sus puños y negó.
–No, no lo estoy. Yo estoy muy seguro del amor de Ariana, pero no confío en él. Tiene algo que no me gusta. Si no lo despides, tendré que actuar yo–
–Olvídalo– sentenció Robert de inmediato. –Yo no lo despediré, y tú tampoco harás nada. La seguridad de mi hija es más importante que nada, y con Wyatt es seguro que la tendrá–
–Yo puedo cuidarla– aseguró Nathan sin dudárselo.
Aquello provocó una larga carcajada en Robert. Luego intentó recuperarse. Tocó el hombro del chico, y lo palmeó como quien se lo hiciese a un niño pequeño.
–Claro que podrías cuidarla, Nathan. Pero en un mundo paralelo donde tengas los músculos y el cerebro de Emmet Wyatt. Ahora, por favor no me quites más el tiempo, tengo mucho trabajo que hacer–
Sintiéndose ahora incluso más humillado que en un principio, Nathan permaneció muy quieto embargado de una furia silenciosa.
En ese instante entró Perlman, a quien no habían esperado.
–¡Al fin apareces!– le dijo Robert con una sonrisa. –¿Cómo te fue con los inversionistas mexicanos? ¿Tenemos trato? ¿Celebramos?–
Perlman sonrió y alzó su portafolio donde mantenía bien seguros los papeles ya firmados.
–Celebraremos– asintió contentó. –Tenemos contrato, pago por adelantado, regalías, y un par de cláusulas a nuestro favor–
Robert escuchó ávidamente todo lo que su amigo y socio decía, y luego soltó un grito de felicidad.
–No cabe duda que eres el mejor. Siempre consigues lo contratos que te propongas. Te juro que no sé cómo lo haces, pero estoy feliz–
Perlman se sintió orgulloso de sí mismo, pero se limitó a sonreír una vez más.
–Bueno, eso sucede cuando eres buen actor– le guiñó un ojo.
Ambos hombres rieron, y entonces Perlman notó a su hijo.
–¿Qué sucede, Nathan? ¿Qué haces aquí?–
–Yo...– el chico parecía de pronto desanimado.
Robert lo tomó de ambos hombros en un gesto masculino.
–Pasa que tu hijo, Perlman, está un poco celoso del guardaespaldas de Ariana. Quiere que lo despida, pero no puedo hacerlo. Mi hija debe estar protegida a toda hora–
De inmediato el hombre miró fijamente a su hijo. Era mirada oscura que utilizaba desde que él era pequeño. Esa mirada había controlado a Nathan, y todavía continuaba haciéndolo.
–¿Es verdad eso, Nathan?–
No hubo manera de poder ocultarlo.
Nathan se quedó ahí de pie, sintiéndose incapaz de decir o hacer algo.
–Papá, yo...–
–¡Habla!– el tono amigable de Perlman había desaparecido por completo.
Pero su hijo continuó en silencio.
Perlman intentó no perder la paciencia, y aún menos frente a su amigo. Tomó aire, y después lo echó fuera. Luego intentó relajarse, aunque seguía tenso.
–Escucha una cosa, Nathan Jerome– le habló en serio. –Un Sykes nunca siente celos de nadie, ¿queda claro? Los demás tienen celos de los Sykes, no al revés, así que déjate de estupideces–
Como autómata, Nathan asintió de inmediato.
–Tienes razón, papá–
Perlman consiguió volver a sonreír.
–Ese es mi chico– lo rodeó con su brazo.
Robert también sonreía.
–¿Ves que todo era una tontería? Ahora concéntrate en lo importante que es tu boda y la de mi hija–
Aquello le recordó a Nathan que debía contentarla, de otro modo su matrimonio estaría en verdadero peligro.
–Lo sé, Robert. Disculpa mi arranque. No volverá a suceder–
Robert asintió como restándole importancia.
–Bueno, ahora debo irme. Me encontraste cuando me dirigía al banco. Nos vemos, oh, y Perlman, más tarde brindaremos por este logro–
Padre e hijo, observaron cómo Butera se marchaba dejándolos ahí en su oficina.
Aparentemente todo se encontraba bien, cuando de pronto Perlman tomó a su hijo de la nuca acercándolo a sí para poder hablarle y mirarlo a la cara al mismo tiempo.
–Ariana será tu mujer. Robert y yo hicimos este trató desde que ambos usaban pañales, así que nada ni nadie podrá quitártela. Sin embargo...–
Aquel sin embargo proveniente de su padre lo hizo tener un escalofríos en la espina dorsal.
–¿Sin embargo qué?–
–Sin embargo no estaría mal que se lo dejaras bien en claro–
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Ariana Grande, y su ya conocido novio Nathan Sykes, discutiendo en un restaurante de Boca Ratón, su cuidad natal.
Ariana apagó entonces el televisor, y arrojó lejos el mando a distancia.
Parecía increíble que aquellas personas supieran siempre dónde encontrarla. Lo peor del asunto era que habían conseguido grabar justo cuando todo aquello había ocurrido.
¡Maldita mala suerte!
Se encontraba enojada todavía, tenía que admitirlo, sin embargo el asunto de Nathan y los hijos que tanto quería, no se comparaba ni siquiera un poco al enojo que le causaba el hecho de no poder sacarse a Emmet Wyatt de la cabeza.
Enfadada porque era increíblemente guapo y alto, enfadada porque él la miraba con algo que ella todavía no alcanzaba a comprender, y enfadada porque le gustaba demasiado tenerlo cerca.
Tanto que en las últimas semanas había estado soñando con él. No sueños inocentes, debía admitir. Sueños calientes que la hacían despertar sudando a pesar del termostato.
Maldición.
Ariana se dijo pronto que necesitaba un poco de distracción. Ir a molestar a Ansel. Claro eso haría. Sonrió traviesamente. Tal vez la broma del balde de agua fría, o la de la mano llena de espuma para afeitar. Cualquiera de las dos sería épica. Pronto se escabulló en su busca.
Justo cuando subía escaleras, Emmet apareció y la miró desaparecer. Se preguntó entonces qué demonios se tramaba, pues había visto su expresión pasar del enojo a la sonrisa.
Al segundo negó para sí.
¿A él qué mierda le importaba?
Mientras estuviera segura...
Entonces avanzó hacia la cocina, y para su fortuna se encontró con, el jefe de seguridad que bebía una taza de café.
–Van Damme, necesito un favor. ¿Puedes ocuparte de la señorita Ariana una hora?–
El hombre enseguida asintió.
–Claro, Wyatt. Pero me debes una–
El rubio asintió en acuerdo. Luego se marchó.
Necesitaba verse con James. Momentos antes le había enviado un mensaje de texto pidiéndole que fuera a la empresa de inmediato.
Llegó a Butera Corporation en menos de diez minutos. Lo primero que hizo fue intentar marcarle.
No contestó.
Luego se dedicó a buscarlo por todo el lugar, preguntándose dónde podría estar ese tonto y por qué no atendía a las llamadas.
De un momento a otro, mientras caminaba por uno de los largos pasillos, una sorpresiva mano intentó cubrirle la boca, y arrastrarlo hasta el baño, sin embargo Emmet reaccionó de inmediato. Tomó el brazo del desconocido, y se colocó en cuclillas para derribarlo utilizando su propia espalda.
En dos segundos encontró a James tirado en el suelo con evidentes dolores corporales.
Al darse cuenta de que era su amigo, Emmet dio un respingo y pronto lo ayudó a ponerse en pie.
–Eres un idiota– le recriminó. –Agradece que decidí usar los puños y no la pistola, pude haberte matado–
James que frotaba su hombro con evidente malestar, lloriqueó.
–Me venciste sólo porque estaba distraído–
Muy a su pesar, Emmet rió.
–Déjate de tonterías, y muévete que no tengo mucho tiempo. ¿Para qué querías verme? ¿Has encontrado algo del viejo?–
Con una sonrisa gigantesca, James asintió, pero luego su expresión de emoción cambió a una de cautela.
–Ven conmigo–
Ambos guardaespaldas entraron entonces al baño.
James señaló la barra del lavamanos, y ahí Emmet pudo visualizar una carpeta.
Al acercarse más pudo leer lo escrito.
El pecho de Emmet sufrió un vuelco.
«N. Garrett»
Era el nombre de su padre, y estaba entre las cosas de Robert Butera.
Un recuerdo estruendoso del rostro de aquel hombre abarcó de pronto cada rincón de la mente de Emmet.
El rubio se quedó paralizado por unos instantes. No pensó nada. Pero sintió.
Sintió dolor, un dolor muy profundo que después se fue convirtiendo en rabia, odio, rencor.
Deseo de venganza.
La desesperación entró de lleno en Emmet, y él deseó poder vengarse ya. Tener la satisfacción de verlo destruido.
>Con esto estoy un poco más cerca<
La emoción volvió a golpearlo. Se dedicó entonces a abrir la carpeta y examinarla, hambriento por saber qué era lo que tenía escrita, sin embargo James fue un tanto prudente y lo detuvo.
–No aquí, Emmet. Llévalo a tu habitación, y ahí léelo. Yo tengo el presentimiento de que en este lugar las paredes hablan–
Tenía razón.
Emmet asintió, y pronto metió la carpeta sobre su espalda cubriéndola con su propio saco.
Nadie lo notaría.
–Gracias, viejo– le agradeció Emmet de todo corazón.
–Somos un equipo. Y además sabes que busco lo mismo que tú. Tu padre ayudó mucho al mío, y eso me hace estar en deuda contigo– respondió James por primera vez serio.
Emmet negó.
–Mi padre ayudó a Collin, pero Collin me ayudó a mí–
James sonrió con cariño. Emmet alzó el puño, y lo chocó con el de su amigo.
Aquello era cierto.
Collin Franco había sido un empleado del padre de Emmet. Ni siquiera había tenido un puesto importante, tan solo había sido el que se encargaba del mantenimiento de las máquinas. Sin embargo los dos hombres de tan distintos mundos, se habían convertido en buenos amigos. El día en que Nicholas murió, Collin le había dado el último adiós en su tumba, y le había dicho que de alguna manera correspondería a lo mucho que lo había ayudado cuando él necesitó llevar comida a la mesa de su familia. Entonces se enteró de que el hijo de su difunto jefe sería trasladado a una casa hogar para niños huérfanos, y sin dudarlo, junto con su esposa Diane, corrió al lugar para iniciar los trámites de adopción. Desde entonces Emmet y James se habían convertido en hermanos.
Ambos hombres se despidieron discretamente. El pelinegro volvió corriendo a su puesto, mientras el rubio avanzaba decididamente hacia la salida.
Se llevó una impresión enorme cuando se topó frente a frente con Robert Butera, el culpable de la muerte de su padre.
A muy poco estuvo entonces Emmet de lanzársele encima y matarlo de una maldita buena vez por todas.
Lo odiaba como muy seguro no odiaba a nadie más. Quería verlo suplicando piedad. Quería escupirle.
¡Maldición!
Era difícil estar ahí mirándolo y tener que contenerse para no romperle la cara.
–¿Por qué demonios no estás cuidando a mi hija, Wyatt?– Robert le habló en tono autoritario.
Las palabras en Emmet no salieron de inmediato. Estaba intentando calmar a los demonios que exigían la sangre de aquel bastardo.
–He venido a traerle a James unas cosas personales, señor. Pero no se preocupe, Van Damme se quedó a cargo de la señorita Grande–
Robert gruñó con enojo.
–Frente a mí no la llames así. Señorita Butera, ese es su nombre–
Emmet asintió.
–Entendido, señor–
–Supe que hoy tuviste un altercado con mi yerno–
El guardaespaldas no lo negó.
–Estaba maltratando a la señorita. Usted me paga por cuidarla de cualquier peligro–
Robert asintió porque eso era cierto.
–De cualquier manera, no te entrometas entre ellos dos. Nathan nunca le haría daño, sólo intenta domar a su futura mujer–
¿Domar? ¿De eso se trataba el matrimonio para el viejo Butera?
Emmet no se lo pudo creer.
Aquella era la razón por la que él nunca querría casarse.
–Está todo claro, señor. Ahora, si me permite debo irme–
–Adelante, Wyatt–
El guardaespaldas se despidió de su jefe con un asentimiento de cabeza, que él deseó que fuera un puñetazo en los dientes, y enseguida rebuscó la salida.
Miró su reloj sólo para comprobar que aún no había pasado la hora que le había pedido a Van Damme. Tenía exactamente quince minutos para volver. Pan comido.
Emmet alzó entonces las llaves del vehículo para abrirlo, sin embargo en ese momento fue rodeado por seis sujetos.
No los había visto todavía, pero sus sombras habían conseguido cubrirlo. Los contó, luego se quedó muy quieto intentando aparentar que tenía miedo y se sentía atrapado, sin embargo lo siguiente que sucedió fue que Emmet se giró dispuesto a atacar y defenderse. Levantó la pierna en una patada directo a la cabeza de uno de sus opresores, y consiguió derribarlo. Los siguientes cinco corrieron entonces por él, pero Emmet consiguió esquivarlos recibiéndolos con ágiles golpes.
Sujetó a los primeros dos de las solapas de sus camisas haciéndolos chocar entre sí. Otro más se acercó a él, pero el guardaespaldas consiguió derribarlo con el peso de su propio cuerpo.
Quedaban todavía la mitad de ellos, pero Emmet no estuvo dispuesto a rendirse. Peleó contra ellos intentando salir ileso del ataque.
No lo logró.
–¡Sujétenlo! ¡No dejen que se escape este cabrón!–
Dos de los sujetos intentaron someterlo inmovilizándolo pero hizo falta otro más de ellos para conseguirlo. Aun así Emmet continuó luchando por librarse, utilizando sus noventa y cinco kilos de pura musculatura para ponerles las cosas difíciles.
Fue el momento en el que el último de esos hombres le propinó un golpe en la cara, y nubló sus sentidos, cuando el guardaespaldas comenzó a debilitarse. Un puñetazo más, y otro, y otro. Patada en las costillas.
Emmet sintió que se rendía, pero cuando pensó en aquella palabra de inmediato la rechazó.
Eso no existía en su vocabulario.
Que lo jodieran porque no iba a rendirse. Entonces el coraje le dio fuerzas, y volvió a la batalla.
En ese instante Emmet los acabaría.
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Fue hasta caída la noche, en que Emmet consiguió llegar a la residencia Butera. Cogiendo de una pierna, con la ropa ensangrentada, el torso dolorido, y el rostro lleno de más sangre y más golpes, el guardaespaldas entró por la puerta de servicio de la cocina, y de inmediato abrió la nevera intentando encontrar algo para la hinchazón de su labio y su ojo.
Un paquete de verduras congeladas le funcionaría, así que la tomó y pronto se sentó en la barra.
Decir que estaba furioso era poco, aquellos hijos de puta lo habían molido a palos, oh pero desde luego ellos también habían obtenido lo suyo.
–Bastardos...– siseó, y entonces intentó pensar en la razón de aquel ataque.
Se habían llevado el auto, pero por alguna razón Emmet no conseguía convencerse de que el motivo hubiese sido un asalto. En un principio no había parecido que su interés fuesen cosas materiales. Más bien habían dado la impresión de que el único objetivo había sido él.
Probablemente habían tomado el auto para el despiste.
Por fortuna no se habían llevado la carpeta.
La cabeza de Emmet dio vueltas, y le pulsó con gran dolor ante el esfuerzo de seguir pensando.
Su único enemigo era Butera, pero él ni siquiera estaba enterado, así que Emmet todavía no alcanzaba a imaginar quién demonios podría estar detrás de aquel ataque.
Todavía pensaba en ello cuando para su mala suerte, Ariana entró a la cocina.
La primera reacción de la chica fue mirarlo con aquellos enormes ojos mielosos que parpadearon incrédulos. La segunda fue gritar su nombre, y la tercera correr hacia él.
–¡Emmet!–
En cuanto ella lo tocó, el guardaespaldas se estremeció de dolor.
–¡Auch!–
De inmediato el rostro de Ariana se tornó más y más angustiado.
–¡Cielo santo, lo siento! ¡Pero dime qué te pasó!– casi rogó. Miró con horror los golpes en su cara, la sangre. –¿Quién te hizo esto?–
–Estoy bien– era lo único que debía importarle.
Ariana negó.
–¡Por supuesto que no estás bien! ¡Ve esos golpes! ¡Estás hecho un desastre!–
Era gracioso verla tan preocupada por él, sin embargo no fue capaz de sonreír porque le dolían todos los músculos de la cara.
–Señorita, cálmese. Le aseguro que todo luce peor a como realmente es–
Pero aquello no tranquilizó a Ariana.
De inmediato corrió por el botiquín que la ama de llaves solía guardar en una de las gavetas de la cocina. Se encontró con un problema cuando debido a su corta estatura le fue imposible alcanzarla.
–No quisiera que te movieras, pero si no me ayudas no podré curarte–
Emmet asintió y con lentitud intentó ponerse en pie.
Ariana se mantuvo a su lado en todo momento para... ¿Qué? ¿Acaso detendría alguna caída? Sonaba ridículo porque sabía que sería imposible, pero aun así se convenció de que lo haría.
Unos cuantos segundos más tarde, Emmet le entregó el botiquín y volvió enseguida al banco donde había estado sentado.
Prontamente la castaña tomó un trozo de algodón y lo remojó con alcohol etílico para limpiar la sangre y desinfectar las heridas.
Un tanto horrorizado, Emmet la miró acercarse a él.
–¡Espera!– la miró horrorizado. –Eso me arderá–
Ella lo miró con obviedad.
–Pues claro, tonto, pero es necesario. ¿O acaso quieres que se te infecten? No soy doctora, pero estoy segura de que eso sería mucho peor–
–Lo sé, pero...– Emmet lo sabía, y aun así tuvo miedo.
Ariana no pudo creerse que aquel sujeto tan enorme realmente estuviese asustado de ser curado sólo por el ardor que le ocasionaría.
–Pero nada, guardaespaldas. ¿Eres hombrecito o no?– ella arqueó la ceja, divertida.
Emmet soltó el aliento resignado.
–Sí lo soy– entonces cerró los ojos, y se preparó para lo que venía.
Ariana comenzó con la herida de su labio, mientras él intentaba resistir, y se estremecía por la sensación, evitando a toda costa concentrarse en lo que ocasionaba en él el hecho de estar siendo tocado por las delicadas manos de esa mujercita que cada noche conseguía robarle el sueño.
Pasaron varios minutos para poder terminar de limpiar todas y cada una de esas heridas.
Emmet se sintió entonces mucho mejor, y por increíble que sonase, Ariana había conseguido que dejaran de dolerle muchos de sus golpes.
–Gracias– le dijo él verdaderamente agradecido por haberlo ayudado.
Entonces ella lo miró.
–¿Gracias? Ah, ah– negó. –Ahora vas a contarme lo que sucedió–
–Me caí en la jaula de los gorilas en el zoológico. Esos cabrones se ponen como fieras–
Ariana se cruzó de brazos, rió.
–Eres verdaderamente idiota si crees que voy a creerme eso–
Emmet exhaló.
–Me atacaron cuando venía de regreso a casa, y se llevaron su auto, pero no se preocupe, ya lo he denunciado, y lo recuperaré– tenía contactos en la policía así que no tendría problema en ello.
–¿Te atacaron, dices?– la preocupación volvió a ella.
–Pero le aseguro que ellos quedaron peor. Eran seis, y aun así les di su merecido–
–¡¿Seis?!– exclamó Ariana bastante impactada. –¿Sabes quiénes eran?–
–Ojalá lo supiera– murmuró Emmet molesto. –Pero lo descubriré. Sé que no fue un simple robo, fueron directo a joderme–
Ariana de pronto sintió mucho miedo. ¿Quién había intentado hacerle daño a Emmet? El sólo hecho de pensar que él pudiese estar en peligro le causó un estremecimiento que no pudo evitar.
–¿Tienes enemigos?– le preguntó.
¿Un hombre como él? Ariana estaba segura de que los tenía.
Pero Emmet mintió.
–No–
–Entonces no comprendo...–
–Tampoco yo, pero como ya le dije, lo descubriré–
Ariana de nuevo sintió la angustia llenar su pecho. Inconscientemente se acercó a él, y lo tomó de las manos.
–Cuídate– le pidió, y cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, enseguida lo soltó y se alejó. –Quiero decir... pueden volver a intentar atacarte–
Emmet controló los latidos locos de su pecho.
–Estaré alerta– fue lo único que respondió. Luego decidió ponerse en pie. –Le agradezco de nuevo por limpiar y curar mis heridas. Si no piensa salir esta noche, me gustaría descansar un poco–
Ariana negó prontamente.
–Oh, no, no. No saldré. Descansa, Emmet, pero antes deberías cenar algo–
El gruñido en el estómago del guardaespaldas lo delató.
Ariana sonrió.
–Siéntate– hizo que volviera a tomar asiento. –¿Recuerdas cuando cocinaste para mí? Pues ahora yo lo haré para ti– dijo sonriente.
–No sabía que usted sabe cocinar– comentó Emmet.
La cantante negó.
–En realidad no sé hacerlo, pero te prometo que me esforzaré–
–Mientras no intente intoxicarme–
Ariana rió debido al comentario.
–No me des ideas, Wyatt–
La carcajada de Emmet se escuchó, aunque terminó lastimándose.
–Joder– siseó.
–Debes tener más cuidado– comentó Ariana. Luego se acercó al refrigerador y lo abrió preguntándose cómo conseguiría alimentar a ese grandulón.
Ariana abría escogido un yogur de limón bajo en calorías, o rodajas de pepino, pero seguro eso sería un insulto para él.
Decidió entonces que se las ingeniaría.
Había visto alguna vez a Nonna preparar Omelettes con mantequilla y trozos de jamón. Comenzó a sacar los ingredientes mientras Emmet la miraba fascinado, casi sin creerse que verdaderamente la diva del pop se había preocupado por él, lo había curado, y ahora le prepararía la cena.
Él no hubiese querido que aquello provocara algún tipo de emoción en su interior, pero no pudo evitarlo.
Sin embargo en ese instante sucedió algo que ninguno de los dos esperó.
Un mensaje de texto llegó al celular de Ariana que se encontraba sobre la barra.
Ambos miraron el costoso dispositivo, pero ninguno se movió.
Fue un momento extraño, y la castaña no comprendió el motivo, pero sintió algo en su interior. ¿Temor?
Sí porque probablemente sería un mensaje de su acosador.
No había tenido noticias de él desde el asunto de las fotografías que envió a su departamento dos meses atrás.
–¿Quiere que lo lea yo primero?– preguntó Emmet perfectamente consciente de que podría ser otra de las amenazas de aquel desconocido sujeto.
Ariana negó. No era ninguna cobarde. No le tenía miedo a aquel horrible hombre.
Pronto tomó su celular y abrió el mensaje.
Lo que sus ojos miraron la dejaron al instante paralizada. Temblores en su cuerpo la llenaron de la cabeza a los pies, y el alma le cayó al suelo, mientras todo color de su piel la abandonaba.
Con el estómago revuelto, y el asco recorriéndola completa, Ariana no protestó cuando Emmet le arrancó el celular de las manos.
El guardaespaldas analizó la foto con una maldición ahogada.
Me perteneces. Eres mía. Ningún otro te tendrá.
Esta vez no dejaba su firma, pero Ariana sabían bien quién era el remitente de tal mensaje.
Cobra.
Y en ese segundo, ella fue capaz de sentirlo más cerca que nunca, casi como si pudiese tocarla. Le transmitía su posesividad, la furia que sentía ante la idea de que otro hombre estuviese en su vida. De que estuviese a punto de casarse con Nathan.
¡Cielo santo!
La repugnancia la embargó, y cerró los ojos rogando porque aquella asquerosa imagen fuese borrada de su mente cuanto antes.
–Ha estado en su departamento– fue lo único que Emmet mencionó.
Con lágrimas desbordándose desde el tormentoso marrón de sus ojos, Ariana asintió.
Había reconocido su piso, sus colchas, estaba segura de que el acosador lo había hecho con todo propósito de que ella supiera en qué lugar se encontraba.
Aquel maldito cerdo se había masturbado en su departamento, eyaculado en su cama, y después había mandado aquella abominable fotografía de su miembro masculino.
Ariana se sintió de pronto increíblemente asustada. Tan asustada como no lo había estado nunca. Cubrió su rostro con ambas manos, y su llanto se desató.
–Está convencido de que usted es suya– la voz viril de Emmet parecía furiosa, tensa. –Desea castigarla por algún motivo–
–Mi boda con Nathan– respondió ella de inmediato.
Emmet asintió porque él estaba de acuerdo en eso.
–Estoy segura de que usted lo conoce– dijo enseguida.
Los ojitos llorosos que apuñalaron de poco en poco el pecho del guardaespaldas lo miraron con sorpresa y horror.
–¿Qué?–
–Es alguien que está o estuvo cerca de usted en algún momento de su vida. Como amigo, o como amante. No hay duda de ello. Su comportamiento es el de una pareja celosa en extremo. Está totalmente obsesionado con usted–
Las palabras de Emmet comenzaron a marearla, entonces cerró los ojos, y se recargó en la barra para evitar caer.
Angustiada, Ariana pensó en que si anteriormente había tomado a juego los mensajes de aquel misterioso hombre, ahora en serio tenía un buen motivo por el cual estar aterrada.
Emmet comenzó a actuar de inmediato. Sacó su celular, y marcó para comunicarse con la policía de Los Ángeles.
En lo que fueron poco más de diez minutos, él les explicó brevemente lo que había ocurrido, y le aseguraron que se levantaría una denuncia formal.
Cuando colgó, se acercó a la cantante.
–Ya hay policías en la zona de su edificio, y entrarán en cualquier instante. Si el acosador sigue ahí, lo atraparán, tranquilícese, por favor–
Pero Ariana no podía tranquilizarse.
A cada instante recordaba aquella fotografía, y el asco la llenaba hasta tal punto de sentir odio por aquel desgraciado del que no conocía su nombre y aún menos su rostro.
Alzó enseguida la mirada para encontrarse con la de su guardaespaldas.
Los ojos grises de Emmet eran compasivos, y le mostraban todo su apoyo, como convenciéndola de que si él se mantenía a su lado, nada malo le sucedería.
La sensación fue desconocida, pero reconfortante.
Ariana comprendió que con Emmet Wyatt se sentía más protegida que con cualquier otra persona. Ese guardaespaldas le inspiraba confianza y seguridad.
Mentalmente le agradeció por estar ahí, aunque sabía que él sólo lo hacía porque era su trabajo.
–No dejaré que nada malo le ocurra, ¿me oye?–
Ariana asintió.
–Gracias, Emmet–
Pero el rubio negó.
–Es... Es mi trabajo, señorita– fue su respuesta.
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Emmet estaba furioso.
La furia lo abarcaba grandemente, y el motivo era aquel hijo de puta que había infundido tal temor en esa pequeña y hermosa mujer a la que custodiaba.
El enojo era tan grande, que se había olvidado por completo del dolor de sus propias heridas.
Se había cambiado la camiseta, y había desechado la ensangrentada, pero después de eso no había sido capaz de pensar en nada más.
Todo había pasado a segundo plano después de la fotografía obscena que había sido enviada al celular de Ariana.
El guardaespaldas apretó entonces los puños cuando recordó el rostro lleno de miedo, y los ojos marrones inundados de lágrimas.
Convencido, Emmet se dijo decidido que encontraría a aquel malnacido, y lo haría pedazos.
Eso era malditamente seguro.
En ese instante se acercó al estudio de Butera. Ahí se encontraba el hombre reunido con Ariana y con sus otros dos hijos, junto con el oficial a cargo de la Policía de Florida.
Luego de unos minutos, Emmet vio la puerta abrirse, y enseguida se acercó.
–Le agradezco mucho que haya llamado para informarnos– le dijo el oficial a Emmet.
El rubio asintió.
–He hablado con el cuerpo policial de Los Ángeles, y me han dicho que la zona esta despejada. El sujeto huyó–
–Llevaremos muy de cerca este caso–
–Muchas gracias, oficial– comentó Robert entonces. Luego ambos hombres estrecharon sus manos.
Una de las empleadas acompañó al hombre a la salida.
Butera se acercó a Van Damme.
–Quiero que estés bien alerta a cualquier cosa que pueda suceder a los alrededores de la casa. No sabemos dónde pueda encontrarse ese desgraciado, y lo admito, tengo miedo de que intente venir aquí–
Con toda profesionalidad, Van Damme asintió.
–No se preocupe por eso, señor. Yo me encargaré– sin más se marchó para reforzar la seguridad de la entrada, y dar nuevas órdenes.
Robert y Emmet se miraron entonces.
–Ahora la seguridad de mi hija deberá multiplicarse. No debes separarte de ella, ¿lo entiendes? Su vida está en tus manos, Wyatt, y ella es lo que yo más amo–
El guardaespaldas asintió.
–Necesito hablar con ella–
–¿Sobre el acosador?– cuestionó Butera.
–Sí. Voy a encontrarlo–
Butera lo miró esperanzado.
–Confío en la policía, pero creo que confío más en ti. No me preguntes por qué, pero percibo un aura de poder y violencia que te determina. Estoy seguro de que consigues lo que te propones–
>Oh, si supieras, cabrón<
Emmet no respondió nada. Se despidió de él con un asentimiento de cabeza, y pronto entró al estudio.
Encontró a Ariana sentada sobre uno de los sofás, mientras sus dos hermanos intentaban consolarla.
Liam, el mayor, la abrazaba protectoramente, mientras Ansel decía un montón de estupideces para hacerla reír.
Muy a su pesar, la chica consiguió hacerlo.
Cuando los tres miraron a Emmet, le prestaron toda su atención.
–Quisiera hablar un momento a solas con la señorita–
Los dos chicos asintieron. Se despidieron de su hermanita pequeña con un beso en la mejilla cada uno, y pronto se marcharon.
Ansel fue el primero en hacerlo, pero Liam se detuvo.
–Cuídala mucho, Wyatt– le pidió.
Emmet asintió.
Cuando se quedaron solos, el guardaespaldas se llevó una mano a la nuca para rascarse.
Ariana permaneció con la mirada fija en el suelo.
Emmet tomó asiento al otro lado del sofá.
–¿Ya ha comprendido que esto no se trata de un fan enamorado?–
La cantante asintió, pero el hecho de que le diera la razón no hizo que Emmet se sintiera mejor.
–Me he hecho una promesa a mí mismo–
Esas palabras consiguieron que Ariana alzara la mirada, y la fijara en él.
–¿Cuál?– se vio obligada a preguntar.
–La promesa de que lo encontraré, y acabaré con él–
La convicción en su voz asustó un poco a Ariana.
–¿Cómo lo harás?–
–Eso es problema mío–
La cantante rodó los ojos.
–¿Entonces por qué quieres que hablemos?–
–Necesito una lista completa y detallada de sus amigos varones, y sus ex novios. Incluso los que tuvo en el jardín de infantes–
La expresión de la castaña demostró lo ridículo que encontraba todo aquello.
–Te has vuelto loco–
Emmet negó.
–No. Estoy decidido a alejar esa amenaza de usted. Es distinto–
–Pero yo ni siquiera tengo amigos–
–¿Y el tal Ricky Álvarez?–
–Él no es mi amigo. Solía ser parte de mi equipo de bailarines, pero ya no lo es más–
Aun así Emmet se dijo que iría detrás de aquel cabrón. Era el primero en su lista.
–¿Y los demás?–
Ariana se detuvo a pensar un poco.
–La mayoría de los chicos con los que convivo son gays. Dudo mucho que puedan tener ese tipo de obsesión conmigo. Mi asistente, mis coreógrafos, mi maquillista, a excepción de mi fotógrafo, pero él está felizmente casado con una chica estupenda...–
Emmet exhaló un tanto irritado.
–¿Bueno, pero qué me dice de sus ex novios? Seguro la lista es amplia. Empiece a hablar. ¿Quién fue el primero?–
Ariana se resignó entonces a que debía soltarlo. No era momento de llevarle la contraria. Debía cooperar si quería que encontraran al acosador.
–Avan Jogia, pero no fue mi novio en el jardín de infantes. A esa edad ni siquiera me gustaban los chicos, los consideraba asquerosos–
–¿Entonces dónde conoció a ese Avan?–
–Actuábamos juntos una serie de televisión. Teníamos 14 o 15 años–
–Hábleme más de él. ¿Dónde está ahora? ¿A qué se dedica?–
–Sigue siendo actor. Acabamos el noviazgo en buenos términos, así que dudo mucho que pueda ser él. Cuando nos hemos encontrado en algún estudio, nos saludamos con mucho cariño. Avan vive ahora sólo para su carrera en la actuación. Lo de nosotros fue algo de la juventud que ambos hemos olvidado–
–Aja, pero ¿perdió usted la virginidad con él?– Emmet no se inmutó cuando preguntó aquello. Necesitaba saberlo todo. Principalmente el motivo de la obsesión enfermiza de aquel sujeto con Ariana.
La chica se removió un tanto incómoda frente a él.
–Eso no pienso responderlo. Sólo daré nombres–
Emmet intentó no perder la paciencia.
–Necesito saberlo, señorita. Quizá ese hombre aún la ve como su pequeña virgen, y no le gusta pensar en el hecho de compartirla con otros–
Ariana contuvo el aliento. No estaba acostumbrada a hablar de esos temas con alguien del género masculino.
–Aun así no quiero hablar de eso–
–Escuché...– Emmet la miró seriamente. –Ahí afuera hay un loco, que quizá pudiera tener la mismísima confianza de saludarla cuando la vea en la calle, y usted ni siquiera sabría que es él. Este hombre puede violarla, y hasta incluso asesinarla–
–Tú me protegerías, ¿o no?–
Sin dudárselo, y sin dejar de mirarla, Emmet asintió.
–Desde luego que lo haría, joder, pero será más difícil hacerlo si no sé de quién se trata. Entienda eso. Puede ser cualquiera que la rodee. Cualquiera–
El guardaespaldas tenía razón. A Ariana se le contrajo el estómago ante la cruda realidad.
–Lo sé–
–Entonces colabore conmigo. ¿Fue Avan Jogia su primer hombre?–
Ariana negó.
Los ojos de Emmet brillaron con algo extraño. Luego continuó.
–¿Quién más?–
–Sean Anderson. Pero todos los conocen como Big Sean–
El rapero. Emmet había oído hablar de él. Era famoso, después de todo.
–¿Cuándo tuvo lugar esta relación?–
–En 2013–
–Quiere decir que usted tenía 19 años– Emmet no preguntó, sólo afirmó. Conocía perfecto el año de nacimiento de la cantante.
Ariana asintió.
–¿Cuánto duró?–
–Diez meses–
–¿Por qué terminaron?–
–Él me dejó–
–¿Por qué?– insistió Emmet.
Porque había herido su ego masculino, pero Ariana no respondió al instante.
Exhaló.
–Porque no quise tener relaciones con él–
La respuesta sorprendió al guardaespaldas.
–¿Qué?–
–Ya lo dije, Emmet, no me hagas decirlo de nuevo–
–Pero... ¿cómo? ¿Se negó usted alguna vez a complacerlo en la cama? ¿Le dolía la cabeza alguna de esas noches, y por eso él la dejó?–
Ariana negó.
–En realidad... nunca lo hicimos. Ese fue el motivo, pero tampoco creo que sea él mi acosador. Herí tanto su orgullo de hombre que ahora mismo no quiere verme ni en pintura. Todos estos años se ha encargado de ignorar mi existencia, y cuando le mencionan mi nombre en alguna entrevista, él suele fingir que nunca tuvimos nada–
Ariana no comprendía, pero todo eso lo hacía incluso más sospechoso que el propio Ricky Álvarez. Emmet se grabó bien su nombre, y se dijo que también se ocuparía de él.
–Entonces tampoco perdió su virginidad con él. De acuerdo, ¿alguno otro antes de llegar a Nathan Sykes?–
–Aaron Rodgers– respondió Ariana de inmediato.
Emmet parpadeó sorprendido, y en un instante creyó haber escuchado mal.
–¿Qué? ¿Aaron Rodgers, dice?–
Ariana asintió.
–¿El Aaron Rodgers que todos conocemos? ¿El mariscal de campo de Green Bay? ¿Bromea?–
–No bromeo, Emmet. Él fue mi último ex novio antes de Nathan–
–¡Pero si tiene como 40 años!–
–38– corrigió ella.
Emmet negó.
–Aún así, es demasiado mayor para usted. ¿Cuándo fue que anduvieron?–
–Al año siguiente de Big Sean–
–O sea que usted tenía 20, y él... 36. ¿Pero qué carajo...–
Ariana se hundió de hombros.
–Bueno, fue una época en la que mi padre me hizo enfadar por algo, y yo... decidí vengarme de él enrollándome con un hombre mayor–
–¿Por qué no me sorprende?– murmuró el guardaespaldas para sí mismo. Ya había aprendido a conocer bien a esa chica. Le encantaba enfurecer a su viejo.
–Pero no todo fue por hacerlo rabiar– aclaró. –Aaron fue un novio estupendo. Fueron cinco meses muy lindos. Era caballeroso y atento conmigo. Pero tenía otros intereses. Estaba haciéndose mayor y quería sentar cabeza, ya sabes, casarse y tener hijos. Comprendió que yo no era la mujer de su vida, así que él mismo decidió terminar la relación, pero lo hizo de una manera tan tierna, que a veces sonrió cuando lo recuerdo. Le tengo mucho cariño, creo que si él no hubiese decidido dejarlo, seguiría a su lado–
Emmet escuchó con atención todo lo que ella decía, mientras una sensación extraña se removía en su interior. ¿Celos? ¿Celos de que aquel sí hubiese sido un verdadero hombre para Ariana, mientras Nathan Sykes no era más que un payaso?
Joder.
Sólo de pensar en ese jugador de fútbol americano, tan mayor en edad, hubiese tenido el privilegio de desvirgar a la sensual, delicada y muy joven Ariana, de verla desnuda, tenerla contra su pecho y abrazarla justo al besarla, ocasionó un hueco en su estómago. No le gustó lo que sintió.
–¿Aaron Rodgers fue su primer amante?–
Ariana negó.
–¿Entonces fue Nathan Sykes?–
Emmet recordaría más tarde aquel instante, y también recordaría la sensación que lo albergó, cuando ella respondió.
–No–
Los ojos plateados del guardaespaldas se clavaron en ella, más profundamente que antes, y su corazón pareció querer salírsele con los duros golpeteos.
–¿Está diciéndome que usted es... virgen?–
–Sí...– asintió Ariana, pero entonces algo más ocupó sus sentidos. –Emmet, tengo miedo– confesó justo antes de que las lágrimas volviesen a agolparse en su mirada.
El guardaespaldas tragó saliva.
–Le prometo que ese bastardo no va a tocarle ni un solo pelo–
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