Capítulo 42

Ariana Grande había sido el tema favorito de los medios de comunicación durante aquellos últimos meses. Meses desde luego en que no había hecho si no darles motivos para que toda su atención estuviese sobre ella.

Lo que había hecho estallarlo todo había sido cuando la noticia de su embarazo se había dado a conocer en todo el mundo. La prensa se había vuelto loca al saber que la famosa cantante había estado próxima a convertirse en madre, sin el padre de la criatura a la vista. Descubrir la identidad de ese desconocido hombre los había mantenido ocupados incluso mucho tiempo después de que el bebé hubiese nacido. Sin embargo nada de aquello se había comparado al nuevo escándalo que rodeaba a la cantautora de Dangerous Woman. Aquel rubio misterioso, alto y fornido que había acompañado a Ariana a todas partes durante la última etapa de su gira de pronto había adquirido un nuevo protagonismo dentro de la historia.

La cantante no había otorgado ni una sola declaración, pero a la perspectiva de la prensa, no habían hecho falta. Resultaba evidente para ellos y para todos que no solamente era su guardaespaldas sino también su pareja.

Ariana se había mantenido en silencio pero no había hecho nada para ocultar su amor por él.

A raíz de aquello se había desatado el rumor de que ese hombre era ni más ni menos que el progenitor de Nicholas. No les había costado mucho averiguarlo. Después de todo padre e hijo eran idénticos.

Sin embargo aquello era algo que no la preocupaba en lo más mínimo. Esas notas en las que usaban su imagen de portada hablando sobre su privacidad y la de su hijo habían dejado de molestarla. Junto a Emmet se sentía segura, y sabía que él la protegería de todos y contra todo.

Aquella mañana no podía sentirse más dichosa, más completa.

Su gira por todo el mundo había terminado. Había sido una experiencia increíble, sus fans la habían llenado de amor, y cada escenario que sus pies pisaron había sido un lleno total, y ella había sido feliz cantando, sin embargo su verdadera felicidad la tenía ahí, frente a sus ojos.

Sus dos rubios en la cocina de su nuevo hogar, una hermosa y acogedora casa que habían adquirido recientemente en Hollywood Hills.

La sonrisa de Ariana se hizo más grande mientras los miraba compartiendo el almuerzo, todavía en pijama.

Muy temprano Emmet le había dicho a Ariana que no tenía que despertar temprano y que siguiera descansando, él se encargaría de alimentar al pequeño glotón, como comúnmente lo llamaba.

El bebé se encontraba sobre su silla alta mientras su padre lo alimentaba con cucharadas de manzana triturada.

Durante aquellas últimas semanas la relación entre ambos se había hecho más y más estrecha. Los lazos de sangre aparecían ahora inquebrantables.

Nicholas sonreía ampliamente, encantado. Adoraba pasar tiempo con el hombre que le había dado la vida, adoraba tenerlo cerca, que lo mimara, que le hablara y le prestara toda su atención. Riendo le ofreció el trozo de galleta que tenía en la mano.

El gesto le llegó a Emmet al corazón provocándole una oleada gigantesca de amor.

Ese niño lo era todo para él. Causaba en su interior sensaciones y emociones que jamás había sentido antes. Cuando lo miraba fijamente todo su ser revoloteaba de puro orgullo y satisfacción masculina. Era su hijo, y ese hecho lo hacía querer desesperadamente acunarlo entre sus brazos, protegerlo y no permitir que nada ni nadie le hiciese daño, ser un buen hombre y un buen padre, el mejor que hubiese podido tener.

Lo amaba con toda su alma.

Ariana no pudo contenerse más, y de inmediato se unió a la tierna escena.

Emmet sonrió y alzó la cabeza para recibir en sus labios el dulce beso que ella le ofrecía. Enseguida se puso en pie dejando la papilla sobre la mesa, y caminando hacia la estufa. Tomó una taza del estante, y pronto vertió sobre ella un poco de té que había preparado.

Por su parte la castaña acarició el cabellito de Nicholas, y plantó un par de besos en sus regordetas mejillas.

–¿Descansaste?– le preguntó el rubio.

Ella tomó asiento sintiéndose muy relajada y asintió.

–Mucho. Es extraño estar en casa después de tantos meses fuera, pero ya necesitaba descansar–

Él asintió completamente en acuerdo.

–Toma– le ofreció la taza.

–¿Qué es?–

–Infusión de jengibre con miel y limón. Tus cuerdas vocales necesitan cuidado especial después de haber dado setenta y seis conciertos–

Los ojos marrones miraron entonces fijamente al rubio. Era un hombre maravilloso e increíble. El amor de su vida. Emmet siempre la cuidaba, su prioridad era ella ante cada circunstancia y siempre buscaba su bienestar, hacerla reír, que fuese feliz, eso la dejaba desarmada ante él. Todavía no sabía que había hecho para merecerlo.

Enseguida bebió un poco y lo miró enternecida.

–Gracias–

Él respondió a su sonrisa.

–Te amo, muñeca–

–Yo también te amo, Emmet–

Compartieron otro amoroso beso pero entonces Nicholas los llamó con graciosos balbuceos exigiendo su comida mientras golpeaba la mesa de su silla con ambas manitas.

Ariana y Emmet no pudieron evitar reír, y enseguida continuaron alimentándolo.

–Este niño tiene el carácter muy fuerte– comentó Emmet divertido.

–¿Y de quién crees que lo heredó?– le cuestionó ella. –Igualito a papá en todo–

La sonrisa del rubio se amplió.

Era cierto que en el pequeño predominaban los genes Garrett. Todo él era igual a su progenitor. La misma carita, la misma mirada profunda y la misma sonrisa coqueta, pero también tenía muchas otras cosas que nada tenían que ver con el físico. Nicholas era astuto, inteligente y muy valiente. Le encantaban las motos, además, Ariana lo sabía porque siempre se volvía loco de emoción al ver una. Claro que ella se encargaría de que jamás se acercara a esas cosas tan peligrosas.

–Es una miniversión tuya, Emmet–

Él todavía lo miraba con fijeza. El sentimiento de orgullo viril estaba atravesándolo de nuevo con todo su esplendor.

–Lo sé– asintió contento.

–¿Puedo decirte algo?–

La voz de Ariana lo hizo desviar su mirada de su hijo para posarla en ella.

–Por supuesto, nena– tomó su mano y la apretó cariñosamente.

–Estoy feliz de que todo el mundo sepa que eres el padre de mi hijo. Estoy muy orgullosa de ti, de ser tu mujer–

Emmet sintió un vuelco en el pecho. Mil emociones le recordaron que estaba viviendo la mejor etapa de su vida.

–Yo estoy orgulloso de que hayas sido tú quien llevó un pedacito de mí en tu interior. Estoy orgulloso de la madre que eres y que has sido, de cómo afrontaste la situación cuando yo no pude estar a tu lado, de cómo sacas la garra por la gente que amas, de cómo trabajas día con día por alcanzar tus metas y hacer que un día Nicholas sea sienta el niño más afortunado por ser tu hijo. Pero aún más, me llena de dicha que seas la mujer que está a mi lado– se acercó a ella acariciándole un mechón de cabello y colocándolo tras sus orejas. –Soy un maldito suertudo, nena–

Ella le sonrió con encanto. Compartieron un beso más, y se abrazaron.

–No dejo de agradecerle al cielo que hayas vuelto–

–Tampoco yo–

Ambos compartieron otra dulce mirada, y pronto volvieron con Nicholas que ahora reía feliz de tener su pancita llena de comida.

Pronto se ocuparon de limpiarlo y después le entregaron su mamila con leche para que les permitiera desayunar.

Emmet devoró hotcakes con mermelada, tocino, huevos fritos y café, mientras Ariana tomaba tostadas de queso untado y un par de panqueques.

Ambos se ocuparon de limpiar la mesa y lavar los trastes como si fuesen una familia común y corriente. Cero glamour al que ella había estado acostumbrada.

Juntos habían tomado aquella decisión. La castaña había manifestado su deseo de intentar ser una madre normal para su bebé. Deseaba ser ama de casa y atender su hogar, pero eso sólo mientras estuviese de descanso y no tuviese compromisos laborales. En aquellos días, Bette iría a ayudarla como antes.

–¿Planeas salir esta mañana?– le preguntó Emmet mientras sacaba a Nicholas de la silla, y se lo entregaba.

El bebé estaba cada vez más grande, y a Ariana le costaba a veces sujetarlo. Lo colocó sobre su cadera.

–No. Quiero organizar algunas cosas y desempacar las cajas restantes. Esta mudanza me tiene de cabeza–

Emmet rió. Él también la sentía así. Mientras ellos habían estado al otro lado del mundo en la gira, su agente de bienes raíces, en comunicación con Kylie, se habían encargado de todo ese asunto de la nueva casa, para así cuando ellos volviesen a Los Ángeles no tuviesen problema alguno.

–Bien. Iré a ver a James por unos asuntos, y estaré de regreso más tarde. No me gusta dejarlos solos mucho tiempo–

La castaña sonrió.

–Recuerda que hoy cantaré en el funeral de Aretha–

El rubio asintió.

–No lo he olvidado, nena. Estaré aquí para llevarte y ser tu guardaespaldas. Adoro ese trabajo– le guiñó el ojo, plantó un beso en sus labios, otro en su frente, y luego de despedirse de Nicholas, salió de casa.

El bebé miró entonces el lugar por donde su padre había desaparecido y sus ojitos grises se inundaron en lágrimas.

Con ternura Ariana observó cómo un puchero transformaba las delicadas facciones de su hijo.

–Ow, tranquilo, mi amor– le besó la mejilla. –Papi volverá pronto. Nunca más se separará de nosotros–

Nicholas pareció comprender las palabras de su madre, y prontamente le devolvió la sonrisa.

Ella sintió que lo amaba mucho más. Era un niño increíble. El cielo le había concedido tener a ese pequeño, tan idéntico al hombre que amaba.

A pesar de que nunca había soñado con ser madre, ese era su sueño cumplido más grande.

No podía pedirle más a la vida.

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Al llegar al departamento que era ahora el nido de amor del señor y la señora Franco, James lo invitó a pasar.

–¿Está Kylie?– fue lo primero que Emmet preguntó.

El pelinegro que todavía lucía adormilado, se talló los ojos con una mano, y negó.

–Salió a trotar–

–Bien, porque no quiero que escuche esta conversación, porque sé que iría a contárselo a Ariana de inmediato–

–¿De qué trata? ¿No podías decírmelo por teléfono? Sólo he dormido unas cuantas horas, anoche Kylie estuvo... ¡Uff! No puedo creer que haya tenido la energía para salir a ejercitarse. Esta loca–

Emmet frunció el ceño y negó de inmediato. No estaba ahí para hablar de la vida sexual de sus mejores amigos.

–Sí, sí, qué interesante, pero ahora pasemos a algo más importante–

–¿Más importante que el libro de kamasutra que compramos en Estocolmo?–

–¡Joder, James!– exclamó el rubio irritado. –Deja de decir estupideces, y ponme atención–

De inmediato su amigo despertó gracias al golpe en la cabeza que le dio.

–Ya, ya de acuerdo. ¿Qué es eso que quieres decirme?–

–Quiero que mañana te encargues de custodiar a Ariana–

–¿Era eso? Podías decírmelo por teléfono, ¿sabes? Obviamente no me negaré–

–Sí, eso lo sé, lo que quiero es que me ayudes. Necesito que ella no sospeche a dónde iré–

–¿Tiene que ver con Cobra y el último mensaje que envió mientras estuvimos en Barcelona?–

El rubio asintió.

–Ya me harté de él, y no pienso seguir esperando a que nos ataque de algún modo. Le llevaré la delantera–

James lo miró sin comprender.

–¿A qué te refieres con eso?–

–Simple, James. Iré por la cabeza de ese hijo de puta. Ya no le permitiré que siga jugando con nuestras mentes. Está acabado–

–Grandioso, ¿pero cómo piensas hacerlo?–

–Liam me ayudará. He hablado con él de camino aquí. Está en Boca pero hoy mismo tomará un vuelo. Iremos en su busca. Tengo a un montón de nombres que encabezan mi lista. Mañana los enfrentaré–

–¿Nathan y quién más?–

–Los demás ex novios de Ariana. Si detrás de alguno de esos imbéciles se encuentra Cobra, ten por seguro que no tendré piedad–

–Entiendo– asintió James. –Sabes que estoy contigo. Quisiera acompañarte pero es mejor que me quede con Ariana–

–Sí, eres el único al que puedo confiarle su seguridad– después de todo él había cuidado de su amada durante todo el tiempo que había estado en prisión, y eso era algo que nunca terminaría de agradecerle.

–Ve sin preocupaciones. Tu mujer y tu hijo estarán a salvo. Yo me encargaré–

Emmet asintió sonriéndole agradecido. James era un idiota, pero era fiel como un perro. Más que su mejor amigo, era su hermano.

–Estoy en deuda contigo, Jimmy–

–¿Qué? Vamos, ya hablamos de eso, Emmet. Ari es mi amiga, la quiero como te quiero a ti. He estado contigo desde el principio de todo esto, y bueno, aunque ahora la misión es otra, sigues contando conmigo para lo que sea–

Ambos hombres chocaron los puños en un gesto meramente masculino, sin embargo no profundizaron en la cursilería.

Enseguida el rubio tomó camino hacia la puerta.

–Debo irme. Esta noche es el funeral de Aretha Franklin, y Ariana cantará una de sus canciones durante la ceremonia–

–Sí, Kylie comentó algo de eso. Y tú estarás ahí para ser su guardaespaldas–

–Exactamente. Nos vemos mañana, James– se despidieron, y prontamente Emmet se marchó de vuelta a casa.

El pensamiento de que pronto acabaría con Cobra lo mantuvo tenso durante todo el camino de regreso.

Estaba decidido a descubrir su identidad, y esta vez no fallaría.

Ya ansiaba estar frente a frente con ese cabrón.

Era hombre muerto.

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Aquella noche Bette se encargó de cuidar al pequeño Nicholas, mientras sus padres salían de casa.

Emmet condujo directo a St. John's Cathedral, que era el lugar en el que estarían velando el cuerpo de quien fuera la reina del soul en los años setenta.

Ariana por su parte miraba nostálgica por la ventana mientras hacían el recorrido. Al notarla ausente, él tomó su mano y la apretó mientras continuaba conduciendo.

La castaña lo miró y le sonrió.

–¿Estás bien?– le preguntó entonces pues la notaba un tanto triste.

–Sí, bueno, sucede que odio los funerales. Me recuerdan al de mamá y al del abuelo. Además... todavía no puedo creer que realmente Aretha haya muerto. Simplemente es... Es extraño y desalentador cuando alguien muere, principalmente para las personas a su alrededor–

Emmet asintió. Comprendía de lo que hablaba. Ambos habían experimentado pérdidas irrevocables como aquella.

–Lo sé, ¿pero sabes qué es lo que me consuela con respecto a la muerte de mi padre? Saber que él está en un lugar mejor sin toda la mierda de este mundo. Piensa en eso cada vez que recuerdes a tu madre o a Frank, incluso piensa en eso ahora que subirás a ese escenario y le rendirás homenaje a una de tus cantantes favoritas de todos los tiempos–

Ariana volvió a sonreír ante aquellas palabras.

–Tienes razón. Haré mi mejor actuación en su honor. Espero que esté donde esté vaya a gustarle–

–Seguro le fascinará porque eres increíble– respondió Emmet apretando de nuevo su mano en un gesto de apoyo.

–¿Sabes? Sé que podrá ser una tontería, pero me pone feliz saber que Aretha se fue sabiendo cuánto la admiraba. La conocí un par de años atrás en un evento, y no desaproveché la oportunidad de decírselo. Ella y Whitney Houston han sido mi más grande inspiración. Es curioso que ambas estén ahora dando conciertos en otra vida–

Emmet asintió y luego de sonreírle depositó un beso en el dorso de su mano.

Minutos más tarde llegaron a la iglesia católica donde estaría siendo velado el cuerpo.

El primero en bajarse del auto después de estacionarlo, fue él. Lo rodeó observando el montón de reporteros que se encontraban esperando por ellos, y de inmediato ayudó a Ariana a salir, sin embargo ella apenas y les prestó atención.

–Te ves muy guapo de guardaespaldas– le dijo coquetamente en su momento de intimidad antes de entrar.

Emmet rió y miró su traje.

–Ya me había desacostumbrado a estos disfraces de abogado, pero no prescindiré de ellos. Creo que los luzco bien mientras me ocupo de cuidarte de los malos– le guiñó el ojo con complicidad.

Ariana estaba feliz de tenerlo junto a ella, de caminar protegida por él. No había manera de que se sintiese más segura que estando a su lado.

Juntos caminaron hacia la entrada con sus manos enlazadas, al tiempo que todos los reporteros del evento se encargaban de fotografiarlos mientras avanzaban hacia ellos para poder entrevistarlos.

A pesar de llevarla de la mano, en una clara evidencia de relación sentimental, Emmet adoptó su postura protegiendo a la cantante en todo momento, y evitando que se acercaran a ella.

–¡Ariana!–

–¡Ariana!–

–¡Ariana!– la llamaban con gran insistencia.

–¡¿Dónde está Nicholas?!–

–¡¿Cuándo confirmarás la paternidad de tu guardaespaldas sobre tu hijo?!–

–¡¿Qué tiene que decir de todo esto, señor Garrett?!–

Desde luego Emmet los ignoró por completo. Fue Ariana quien les respondió.

–Esta noche lo único que importa es Aretha. Gracias– les sonrió y después arrojó un beso por los aires.

Inmediatamente entraron a la iglesia en donde se encontraron con un montón de figuras importantes del medio musical y artístico.

A su paso, Ariana se encargó de saludarlos, sin embargo intentó ser discreta pues la ceremonia había comenzado ya, y ella debía estar en la parte trasera del pulpito para prepararse y salir a cantar.

El rubio la siguió sin perderle el paso, mientras la castaña recibía una llamada de Scooter en donde le daba indicaciones sobre la presentación.

–Ariana, al fin llegas– la saludó una de las organizadoras con un beso en cada mejilla.

–¿A qué hora salgo?– le preguntó ella.

–Pasas después de Jennifer Hudson–

La cantante miró, y precisamente era Jennifer Hudson la que se encontraba en turno.

–¿Quieres decir que soy la siguiente?– cuestionó sorprendida.

La organizadora le asintió, y enseguida la maquillista apareció para darle unos cuantos retoques a pesar de que estaba perfecta.

Un par de minutos después Jennifer terminó su canción y agradeció a todos los presentes para después marcharse.

–¡Ariana, vas!– la mujer le entregó un micrófono y casi la arrojó hacia el escenario.

Soltando un suspiro, ella se preparó para entonar uno de los más grandes éxitos de Aretha, sin embargo a medio camino notó algo que sin duda la puso incómoda.

Un séquito de políticos, todos del género masculino, se encontraban en hilera esperando el siguiente número.

Desde que puso un pie en el alfombrado suelo, Ariana sintió cómo las miradas de todos esos hombres se posaban sobre ella mientras caminaba hacia el pulpito.

Sonaba estúpido, e incluso llegó a sentirse internamente furiosa por tener tales pensamientos, pero de pronto deseó con todas sus fuerzas haberse puesto un vestido más largo.

El que llevaba era hermoso y sofisticado, no había nada de malo en él. El único problema ahí eran esos sujetos que sin importarles que estuviesen en televisión nacional y frente a cientos de personas, no se molestaron si quiera en disimular las pervertidas miradas que le mandaron especialmente hacia sus torneadas piernas.

Ariana se dijo de inmediato que debía dejar de pensar en eso y concentrarse. Había llegado la hora de cantar.

Decidió entonces que los ignoraría. Era lo único que podía hacer dadas las circunstancias.

♪Looking out in the morning rain, I used to feel uninspired... And when I knew I had to face another day, boy it made me feel so tired...

Intentando serenarse, Ariana cerró sus ojos, y dejó que su suave voz fluyera entonando cada letra de aquel legendario himno.

♪Before the day I met you, life was so unkind. But you're the key to my peace of mind... So you make me feel, you make me feel, you make me feel like a natural woman...

Emmet la observaba del otro lado del escenario dándose cuenta de que a pesar de que aparentaba relajación, la castaña se encontraba incómoda por alguna razón que él no podía ver desde su lugar. Eso lo hizo fruncir el ceño y preguntarse por qué demonios ella se encontraba tan tensa cuando en un inicio no lo había estado en absoluto.

Eso lo mantuvo confundido por unos instantes sin embargo antes de que pudiese hacer algo, su celular sonó con la alerta de un mensaje.

El cuerpo entero de Emmet se tensó en cuanto vio el destinatario.

Unknown.

Casi rogó en esos instantes que no fuese a tratarse de Cobra, sin embargo sabía desde antes que se trataba de él.

Al abrirlo se dio cuenta de que en efecto así era...

"Ariana se ve hermosa esta noche, pero ese vestido es demasiado corto y sexy para un funeral, ¿no crees? Ese cabrón de Clinton no deja de mirarle las piernas y ya me ha hecho enfadar"

Seguido de aquel mensaje, llegó uno más.

"No me agrada que la idea de mi Ariana siendo devorada por la mirada de otros. Así como tampoco me agrada la idea de ti tocándola cada noche. Pronto pagarás... Todos pagarán..."

Inmediatamente el rubio alzó la cabeza intentando encontrar a ese maldito a su alrededor.

Una tercera alerta lo llamó.

"Estoy en el público, pero jamás sabrás quién soy. Jamás"

Aquello fue todo lo que Emmet necesitó saber. La sangre hirvió en su interior, y la furia asesina se desató dentro de él hasta llenarle el cuerpo entero de adrenalina. Su corazón golpeó con fuera, y no lo pensó más.

Con su mano tocó el arma tras la cinturilla de su pantalón, y enseguida tomó camino hacia el frente.

Sabía que él debía estarlo observando, y aquello no hizo sino alterarlo más.

Necesitaba encontrarlo, atraparlo, acabarlo.

–Jodido bastardo, no te dejaré que sigas aterrorizándonos–

Cargó su pistola, y se preparó para atacar, sin embargo en todo momento se mantuvo en discreción. No deseaba asustar a los presentes, y mucho menos armar una balacera ahí en medio de la ceremonia luctuosa de Aretha Franklin, sin embargo no iba a permitir que aquel malnacido intentara hacerle daño a Ariana esa noche.

Todavía pensaba en qué demonios haría para conseguir localizarlo cuando un mensaje más apareció en su celular.

"No te molestes en seguir buscándome. Me he marchado. No pienso arriesgarme. El día que vaya por ti ni siquiera te avisaré"

Aliento contenido y furia desatada se mesclaron. Emmet se sintió frustrado y a punto de explotar por la tensión.

♪Oh... baby, what you've done to me?... Uh... You make me feel so good inside... And I just wanna be... close to you, you make me feel so alive... Cause you make me feel... you make me feel... you make me feel like a natural woman...

–Mierda...– él maldijo para sus adentros. Miró a Ariana que sobre el escenario terminaba la canción, en compañía del coro de mujeres afroamericanas, mientras los presentes hacían una ovación de pie para aplaudirle por tan sublime presentación.

La castaña les agradeció sonriendo, y entonces el sacerdote que dirigía se acercó hasta ella para conducirla hasta el estribo.

–Chica, tengo que disculparme contigo– le dijo sonriente. –Porque cuando vi tu nombre en el programa pensé que se trataba de algún nuevo producto de Taco Bell. Mi hija me dijo que he vivido en una cueva últimamente– bromeó aunque no parecía gracioso lo que decía, sin embargo Ariana apenas y entendía lo que decía.

Ese hombre estaba sujetándola demasiado fuerte. Parecía muy interesado en mantenerla pegada a él, y ella se sintió de pronto muy insegura e incómoda. Ni siquiera podía moverse.

–Déjame darte todo mi respeto– la abrazó, aun cuando lo último que ella deseaba era que la abrazara.

Todo fue peor cuando sintió la mano que la rodeaba apretar uno de sus pechos.

El sobresalto y la sorpresa fueron entonces visibles en el rostro de la joven y pequeña cantante, que de inmediato hizo todo para que nadie fuese a notar lo que sucedía.

>No, no, no< se repitió mil veces en su mente. >Este hombre no puede estar tocándome. Es un sacerdote. Debe ser mi imaginación... Cielo santo, tiene que ser mi imaginación...<

Sin embargo por más que se lo repetía, no dejaba de sentir los dedos de aquel extraño moviéndose a su antojo sobre aquella parte de su cuerpo.

Bajo el escenario, Emmet apretó los puños, y una nueva sensación de desear destruirlo todo se apoderó por completo de él.

Aquel imbécil realmente se había atrevido a manosear a su mujer, ahí frente a todos, en un funeral.

¡Maldición!

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Ariana salió a bastidores todavía conmocionada por lo que acababa de suceder en el escenario. Sintiéndose triste y decepcionada, no deseaba otra cosa que no fuese marcharse de ahí junto a Emmet. Por eso se alegró muchísimo cuando lo vio aparecer. La mirada se le iluminó, sin embargo la mirada del rubio no iba dirigida hacia ella, sino que miraba a un punto tras su espalda.

Confundida, la cantante se giró en cuanto observó cómo él se pasaba de largo, rodeándola.

Lo siguiente que sus sorprendidos ojos observaron fue cómo su novio se lanzaba contra el sacerdote que había estado dirigiendo la ceremonia fúnebre.

–¡Emmet!– gritó horrorizada, pero él ni siquiera la miró.

Lo que rabiaba en su interior, las emociones que lo dominaban, el profundo e intenso gris de sus destructivos ojos, la dura y decidida expresión en su rostro.

Él sujetaba al sacerdote de las solapas de su saco, y lo arrastró llevándolo hasta estamparlo contra la pared mientras todas las personas ahí presentes miraban la escena con gran impacto.

–"Déjame darte mis respetos"– Emmet citó sus propias palabras. –¡Mientras la manoseabas a tu antojo, maldito pervertido!– después lo apretó y volvió a golpearlo contra la planicie detrás de él. –No vuelvas a tocar a mi mujer, ni a ninguna otra. No vuelvas a abusar de tu poder, y de tu posición religiosa, porque juro que lo lamentarás, imbécil–

Ariana nunca había visto una visto una violencia igual, tan desatada y cruda. Sin embargo muy en el fondo sabía que estaba conteniéndose.

Si le daba la gana, Emmet podía matarlo en ese instante.

Gracias al cielo no hizo tal cosa. Pero en su lugar hizo algo que la sorprendió aún más.

Torciendo su brazo tras su espalda, Emmet lo obligó a acercarse a ella.

–Dile que lo lamentas– exigió la voz dura del guardaespaldas.

La castaña dio un respingo sin poderse creer lo que sucedía.

–Lo...lo lamento, se...señorita Grande, no fue... no fue mi intención...–

–Más sincero, cabrón– lo apretó aún más haciéndolo jadear de dolor.

–Lo lamento muchísimo–

–Ahora promete que no volverás a hacerlo– Emmet estaba siendo implacable.

–Jamás volveré a hacerlo. Estuvo mal. Disculpe... ¡Ah! ¡Discúlpeme por favor!–

Satisfecho, el rubio lo lanzó lejos, y no le importó nada más. Alzó su mano para que Ariana la tomara, y entonces ambos salieron de ahí, al igual a como habían llegado.

En silencio caminaron rumbo a la entrada para poder marcharse, sin embargo de camino alguien los interrumpió.

–¡Ariana!– un tipo larguirucho y de ojos hundidos se acercó intentando llamar la atención de la cantante. –Ariana, ¿cómo has estado?– le preguntó. Parecía feliz de verla.

Ella lo miró un tanto desconcertada, y por segundos no lo reconoció. Su mente se encontraba en otra parte. Pero entonces al instante lo hizo. Era Pete Davidson. Lo había conocido un año antes cuando había sido invitada al programa neoyorquino donde él trabajaba como comediante. Únicamente había cruzado con él un par de palabras, así que aquello era demasiado extraño.

–Disculpa pero ahora no tengo tiempo– negó con la cabeza al ver a Emmet impacientarse, e intentó seguir su camino, pero el sujeto volvió a atravesársele impidiéndole el paso.

Para ese instante el rubio ya había perdido la paciencia.

–Piérdete– le dijo con irritación, y sin más sacó a su novia de aquel lugar.

La lluvia los tomó de sorpresa mientras atravesaban el estacionamiento de la iglesia.

Él abrió la puerta para ella, y la ayudó a entrar. Segundos después hizo lo mismo.

Al colocarse tras el volante, Emmet soltó un gran suspiro. Recostó su cabeza sobre el respaldo del asiento y cerró los ojos, evidentemente lleno de tensión.

Ariana lo miró, y pudo darse cuenta de lo mucho que temblaba. No deseaba presionarlo, así que simplemente esperó a que hablara o a que arrancará el coche.

Luego de unos cuantos segundos por fin la miró. Parecía más tranquilo, aunque no menos devastador.

Ese hombre era apasionado en cualquier instante.

–Ari... Lo lamento– fue lo primero que dijo. Su voz ronca y viril.

Y de entre tantas cosas aquello fue lo último que ella esperó que dijera.

–Emmet...–

Él la interrumpió.

–De verdad lo lamento. Lamento haberme portado violento, lamento haber armado esa escena en bastidores, pero es que me puse como loco cuando vi a ese degenerado tocándote. Encima las miradas de esos políticos sobre tu cuerpo, y...– no, no iba a decirle sobre la presencia de Cobra. No quería asustarla en esos momentos. –Mira, comprendo si estás molesta conmigo, yo...–

Pero entonces Ariana negó, y se acercó a él tomándolo de las manos.

–Emmet, no estoy enojada– le aseguró y le sonrió. Sus ojos se cristalizaron sin poder evitarlo. –Al contrario. Yo te agradezco lo que hiciste. Me sentí muy mal con... con todo eso que pasó, y tuve miedo. Al terminar lo único que deseaba era verte. ¿Y qué fue lo que ocurrió después? No tuve que decirte nada. Tú lo supiste, y lo primero que hiciste fue salir a defenderme... Te amo por eso, por cómo me proteges, por cómo sacas esa garra y me haces sentir siempre segura. Eres maravilloso–

Él la acercó a sí mismo, y la abrazó.

–Para eso vivo, muñeca. Nadie podrá hacerte daño nunca porque yo estaré ahí para cuidarte–

Conmovida y enternecida, Ariana se inclinó para besarlo, tocando con sus palmas, las mejillas cubiertas de barba masculina.

–Te amo mucho, Emmet– lo besó de nueva cuenta.

El rubio la miró fijamente mientras acariciaba la suavidad de su rostro.

No podía decirle lo del mensaje. Ya había tenido suficiente por esa noche. Él se encargaría del resto. El día siguiente sería decisivo.

–Te amo–

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Al llegar a casa, Bette los recibió con una gran sonrisa.

–¿Cómo les fue? Seguro cantó muy bonito en el homenaje de la gran Aretha Franklin–

A pesar de lo sucedido, Ariana le sonrió.

–Bien– respondió simplemente, pero enseguida cambió de tema. –¿Nicholas se quedó dormido?–

La empleada asintió.

–Es un niño muy bueno. No lloró, comió su papilla completa, tomó su biberón y enseguida se quedó dormido–

El rostro de la cantante se enterneció como cada vez que su hijo era el tema de conversación.

Al instante se escuchó el claxon de un automóvil.

–Oh, ese es mi marido– informó Bette. –Es hora de marcharme. Que pasen buenas noches, señorita Ariana, señor Garrett–

–Buenas noches, Bette– respondió el rubio amablemente, aunque todavía parecía tenso.

–Gracias por cuidar de mi bebé–

–Estoy para serviles–

Se despidieron, y entonces la mujer se marchó.

Un largo suspiro de cansancio e irritación salió de los labios del rubio, y pronto apoyó sus palmas sobre la mesa intentando destensarse.

–Iré a ver a Nicholas– le dijo Ariana antes de subir escaleras.

Al entrar a la habitación de su hijo, lo encontró durmiendo plácidamente sobre su cuna.

Era un angelito, y a la castaña se le llenaba el pecho cada vez que lo miraba.

Con su mano acarició el cabellito claro, y después pasó a sus suaves mejillas.

Luego de comprobar que el pequeño estaba perfectamente bien, bajó de nuevo a la sala.

Encontró a Emmet sentado en uno de los sofás con ambos ojos cerrados. Se había quitado el saco, y desanudado el moño de su corbata. La tensión todavía se percibía en él.

Ella sabía que le había costado un mundo entero no haber golpeado al sacerdote que se había propasado con ella. Quería hacer algo para que se sintiera mejor y que se le pasara toda esa frustración.

De inmediato tomó asiento junto a él, y lo abrazó por el cuello.

–Ya olvídalo, Emmet–

El rubio la miró.

–¿Cómo puedes pedirme eso? Ese imbécil te toqueteó a su antojo en televisión nacional. ¡Maldita sea! Sólo de recordarlo... Debí haberlo matado. Encima de todo se esconde detrás de su esa imagen religiosa, pero no es más que un degenerado– verdaderamente Emmet se encontraba lleno de ira. Se sentía capaz de volver a esa iglesia únicamente para darle su merecido con sus propias manos. Ahogó un grito de furia, y enseguida la miró intentando calmarse, aunque sin lograrlo. –Ni siquiera te he preguntado cómo estás– le dijo preocupado.

Ariana negó.

–Estoy bien– le aseguró. –Creo que estás más afectado tú. Por favor tranquilízate, Emmet–

–Es que cada vez que me acuerdo, me entran unas ganas de ir por él, y hacer que se arrepienta por lo que te hizo–

–Creo que después de tu amenaza sí está arrepentido. La próxima vez que quiera tocar a una mujer de ese modo, se lo pensará dos veces–

–Hombres como él son escoria. Ojalá no existieran–

A la castaña se le llenaba el pecho de amor cada vez que observaba la pasión y la devoción con que la protegía.

Volvió a inclinarse hasta apoyarse en su enorme y musculoso cuerpo. Le sonrió.

–¿Te he dicho que eres mi héroe?– le preguntó coqueta.

Emmet respondió a su sonrisa aunque la tensión todavía lo dominaba.

–Yo nací para cuidar de ti. Creo que esa es mi misión en esta vida–

Ariana sonrió aún más.

–Y sólo por eso te mereces un premio– depositó en él un tierno beso.

El rubio cerró los ojos y una tenue sonrisa apareció en su endurecido rostro suavizando las facciones.

–Mmmm, creo que este premio va a fascinarme–

–Yo aún no he dicho cuál será el premio– ella arqueó una ceja en un gesto juguetón. –Quizá te prepare la cena, o te deje escoger la película en Netflix

Emmet frunció el ceño.

–¿Qué? Y un cuerno la cena y la película. Lo único que deseo ahora es devorarte– hizo ademán de lanzársele encima, sin embargo Ariana lo detuvo colocando sus manos en su pecho.

–Espera, Emmet, todavía estás muy tenso. Debes relajarte–

Él la miró un tanto agitado, y sin comprender.

–No se me ocurre mejor manera de quitarme la tensión que haciéndote el amor, vamos déjame...– volvió a acercarse a ella intentando capturar sus labios, pero Ariana se quitó.

–Tranquilo. Tenemos todo el tiempo del mundo–

Emmet se quedó muy quieto, y la miró todavía confundido.

La castaña aprovechó aquel momento para colocarse a horcajadas de él.

El cuerpo de hombre pasó entonces de estar en completo estado de consternación a calentarse en niveles de excitación bastante significativos.

–Ariana...– el rubio deseaba entrar en ella cuanto antes. Deseaba perderse en su húmedo calor, y en su esencia femenina.

–Shhh, mi amor–ella se inclinó hacia él, y comenzó a darle pequeños y suaves besitos en lo largo de su cuello, acariciando con ambas manos la aspereza que representaba la barba que lo cubría.

Cielo santo, amaba esa barba. Amaba su aspecto, su tacto. Era viril y sexy.

Siempre lo había visto afeitarse por las mañanas, aunque a las pocas horas ya llevara la sombra sobre sus mejillas, sin embargo la tenía fascinada que se la hubiese dejado larga todo aquel tiempo que había estado en prisión.

Era sin duda un hombre con mucha testosterona. Lo acarició, lo besó, y luego sus dientes mordieron el lóbulo de su oreja con un suspiro ardiente, haciéndolo vibrar.

–Me vuelves loco de deseo cuando me tocas...– Emmet no podía soportarlo más. Sus grandes manos apretaron su trasero en un intento desesperado de acercarla a él todo lo posible. –Haces que pierda el control y me olvide de todo–

–Ese es el punto...– jadeó ella, y le quitó la corbata lanzándola. –Que lo olvides todo...– de poco en poco fue desabrochando su camisa, aunque no la quitó. Sus labios fueron descendiendo lentamente dejando más besos sobre la piel descubierta, lo ancho de su pecho y lo largo de su trabajado abdomen.

Para ese momento la erección sobresalía de los pantalones oscuros, y suplicaba por toda la atención de la castaña.

Traviesa, Ariana desabrochó el cinturón, y bajó el cierre únicamente. Subió a su boca, y lo besó apasionadamente mientras deslizaba su mano por el torso salpicado de vello hasta cerrar su palma en torno al grueso y duro miembro, y entonces comenzó a masturbarlo.

Emmet cerró los ojos, y tembló violentamente cuando la sintió tocarlo. La sensación de placer se apoderó de su escroto y subió implacable por su espalda. Iba a explotar con esas simples caricias. Sintió que la frente se le cubría de sudor y que el deseo que consumía su vientre le desgarraba por dentro.

Sensual y atrevida, la cantante se acercó al oído para decirle qué era lo siguiente que haría.

Los gemidos entrecortados se convirtieron entonces en gruñidos que retumbaron en su pecho cuando Ariana dejó su posición sobre él, bajando al suelo y quedando frente a sus muslos para poder saborearlo.

La pequeña lengua se posó entonces sobre la cabeza, sintiéndolo estremecerse. Al segundo lo hizo entrar buscando la mayor profundidad, haciendo rodar el glande entre la lengua y el paladar, sometiéndolo a un dulce martirio, y haciéndole todo lo que le había prometido.

Él cerró un puño en la sedosidad de su cabello color caramelo, su tono más suplicante y ella lo sintió más duro, más grande. Casi no podía manejarlo, pero adoraba su sabor y esa férrea dureza.

Salado y masculino, manchas de semen comenzaban a escurrir haciéndola consciente de su propio poder como mujer.

Su pene continuaba abriéndose paso entre los labios femeninos mientras ella lo succionaba con ansia hasta que finalmente sintió la liberación que lo hizo gritar.

Emmet no soportó más esa necesidad de follarla, se inclinó y la tomó haciéndola quedar de nueva cuenta encima.

Ariana llevaba aquel vestido ajustado, sin embargo consiguió levantárselo por encima de las caderas, rompiendo al instante las braguitas rojas de seda.

Unas más...

Él tenía esa costumbre de rompérselas cuando deseaba hacerla suya con tal desesperación. A ese paso iba a dejarla sin ropa interior para usar.

Lo siguiente que el rubio hizo fue agarrarla por los glúteos con las dos manos. La levantó y la colocó con las piernas abiertas sobre las suyas. Antes de hacerlo la tocó... Húmeda y preparada. La lujuria lo atravesó, y sin más se zambulló completamente en ella.

Ariana apretó los brazos alrededor de la cabeza de Emmet y mantuvo el abrazo mientras él la montaba, tanto con la mente como con el cuerpo. Con cada sacudida, le tocaba su punto más erógeno.

Los gemidos femeninos sacudieron toda la sala, y eso lo animó a penetrarla con más ímpetu.

Sus alientos contenidos dentro de sus gargantas. Sus frentes unidas ante cada embestida.

–¡Oh... preciosa!– él se quitó la camisa, después rodeó la diminuta cintura de su amada, la sostuvo y la guió.

Arriba y abajo.

Ariana se aferraba a él, se aferraba a los musculosos brazos que la rodeaba con fuerza, al grueso y duro miembro latiendo dentro de ella. Jadeando y gimiendo, hundió sus pequeñas y delicadas uñas en sus hombres mientras su apretado centro se ceñía en torno a su pene liberando un ardiente placer que los cegaba.

Fuego intenso los rodeaba hasta quemarlos. Las sensaciones los consumían, los transportaban a otra realidad.

Ella subía y bajaba, Emmet clavaba sus toscos dedos en su cintura, sin soltarla, después sus manos avanzaban a su espalda y volvían a su sitio.

–Te amo, muñeca... ¡Oh, joder! ¡Me tienes por completo! ¡Soy todo tuyo, Ari! ¡Este amor no me cabe en el pecho!–

–Te amo, Emmet... Ah... ah... ¡Cielo santo!– estaba a punto de estallar, y él lo supo. La penetró con más dureza, más profundo, con su rígido miembro que parecía estar envuelto en llamas.

El grito de la castaña fue inequívoca señal del placer que había estallado en sus profundidades.

Temblando ante el explosivo orgasmo, escuchó a su hombre emitir un gruñido hambriento mientras continuaba embistiéndola, eyaculando desesperado.

La inundó, se vacío en ella, y Ariana gritó otra vez, palpitando y contrayéndose de nuevo. Emmet se sintió dulcemente atrapado en su interior cuando su mujer se estremeció débilmente con las últimas sacudidas de placer antes de derrumbarse sobre su amplio pecho.

La dejó descansar unos cuantos minutos, pero nada de aquello había sido suficiente.

Se alzó con ella todavía en sus brazos, y al instante la depositó sobre los cojines. En un movimiento rápido se bajó los pantalones lo más que su ansia le permitió. El pene continuaba en todo su esplendor, rígido y palpitando de anhelo.

Con la mirada fija en sus ojitos marrones, le quitó el vestido bajándolo por los hombros, y admiró por segundos la belleza que esa castaña poseía.

Su Ariana. Mojada. Caliente. Siempre dispuesta para él.

Se posicionó, arrastrando una de sus piernas al suelo debido a su inmensa altura. Inclinándose entró en ella al instante haciéndola gemir y suspirar.

Sus caderas comenzaron a empujar una y otra vez, y se dirigió hacia su cuello, devorándole la piel, y pasando la piel hasta llegar a sus pechos. Enseguida regresó a su boca tomando por completo sus labios.

Ariana recuperaba el aliento y lo volvía a perder ante cada estocada. Se retorcía sin control, y sus pezones rozaban con el vello de su pecho. Emmet podía sentirlos duros y calientes clavándose contra él.

Las manos femeninas aferradas a su nuca. Negándose a dejarlo ir... Negándose a la idea de perderlo alguna vez...

Aquella noche hicieron el amor la noche entera, profanándoselo a cada instante que pasaron.

Lo que los unía era inquebrantable.

Eran uno solo.

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En la madrugada, después de que Ariana hubiese quedado dormida y agotada, Emmet la cubrió con una manta, y aunque deseó dormir al igual que ella a su lado, no consiguió hacerlo.

De inmediato se incorporó, subió sus calzoncillos y después el pantalón olvidándose deliberadamente del cinturón.

Avanzó de inmediato hacia la alacena donde guardaba los licores. Tomó un vaso de cristal y vertió dentro de él un poco de coñac.

Al instante lo bebió de un solo trago.

El asunto del Sacerdote y de los políticos lo había hecho rabiar sin duda. Había deseado aniquilarlos a todos, sin embargo no era aquello lo que lo había puesto bajo aquella violencia que había estado a punto de estallar.

Cobra...

Ese hijo de puta era su maldito problema.

–Cuando te encuentre...– le habló al aire. –Cuando te encuentre, cabrón... desearás no haber nacido–

Dejó el vaso sobre la mesa, volvió con su mujer, y la tomó en brazos para subirla a la habitación.

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Voten y comenten pls!

Se acerca el desenlace de esta historia. Estamos muy cerca del siguiente ataque de Cobra.

¿Tienen alguna idea de quién pueda ser?

Lxs leo

Pronto lo sabremos!

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