Capítulo 41

Muchas cosas transcurrían en un año, y Ariana casi no se podía creer todo lo acontecido en su vida durante todos aquellos últimos meses.

Se había convertido en madre, había cambiado y había madurado, y además de todo había experimentado por segunda vez en su existencia, lo que era perder a un ser amado.

Aunque había sido muy doloroso, lo había terminado aceptando, y lo había superado luego de todo aquel tiempo.

Ahora le quedaba una sola cosa, y esa era seguir viviendo. Seguir luchando por sus sueños, y alcanzar todas sus metas. La principal en esos momentos era ser la mejor madre.

Ariana se encontraba aquella noche en Barcelona, España, exactamente en la mitad de su gira mundial.

Había terminado ya todo la parte de Norteamérica, y estaba a punto de finalizar con la europea para después visitar países asiáticos y unos cuantos de Latinoamérica.

Aquel sería su octogésimo concierto en aquel lapso de siete meses, y parecía increíble de creer que estuviese ya en aquel punto.

Sus equipos de imagen y vestuario se habían encargado ya de dejarla lista para el show de aquella noche.

Faltaban cerca de veinte minutos para que tuviera que salir a dar su espectáculo, sin embargo antes de que hiciera aquello, debía encargarse de algo mucho más importante, y eso era alimentar a su pequeño.

Ya con los micrófonos puestos, preparada para cantar, la cantante tomó el recipiente celeste con la papilla de brócoli y zanahoria, y la pequeña cuchara de plástico para acercarse al niño.

Nicholas permanecía sentadito en su portabebés, pataleando contento sus regordetas piernitas y removiéndose con gran emoción en cuanto vio que su madre se acercaba con comida.

A sus once meses de nacido estaba enorme, y para esos momentos la herencia de su padre era claramente visible en él.

Era idéntico a Emmet desde su cabecita rubia hasta la encantadora sonrisa y los ojitos tan grises como dos lunas en su fase completa.

Ariana le sonrió llena de amor, y observó en él tantas cosas de su amado, que sintió que lo extrañaba más que nunca.

Exhaló y evitó pensar en eso porque comenzaría a llorar y su maquillaje se arruinaría. Aquello retrasaría el concierto, y nada de eso era conveniente.

Se concentró entonces en alimentarlo mientras Kylie a su costado se encargaba de limpiarle la carita cada vez  que se manchaba.

El rubiecito balbuceaba feliz cada vez que recibía otro bocado. Sin duda alguna su actividad favorita en el mundo era comer, y Ariana se sentía muy afortunada al tener un hijo que le gustaran tanto las verduras. Sólo esperaba que cuando fuese mayor continuara siendo así.

En realidad se sentía muy orgullosa de él. Amaba verlo crecer y no perderse ni un instante de ese desarrollo.

Era su hijo. Era perfecto y era suyo. Suyo y del hombre al que amaba.

Lo habían concebido con tanta pasión y entrega...

Conforme crecía se mostraba cada vez más independiente, y ella supuso que también así había sido Emmet de pequeño.

Parecía difícil de creer que en serio había sido un bebé prematuro, y que hubiese estado a punto de morir. Ahora era un niño muy saludable y fuerte. Estaba enorme además. Su pediatra no paraba de decirle que iba a convertirse en un hombre de gran tamaño. Sonriendo, Ariana pudo imaginarse cuando aquello sucediera, y se dijo de inmediato que aunque algún día Nicholas llegase a medir dos metros, ella seguiría viendo en él su preciosa carita de bebé. Siempre sería su pequeño.

–Te amo, mi amor. Te amo muchísimo– le dijo cariñosamente. –Espera un poco aquí porque mami debe ir a trabajar, ¿de acuerdo? Pórtate bien con tío Liam– se acercó a él para besar su frente, y mientras lo hacía, el bebé capturó con su diminuto puño el micrófono de su madre.

Todos rieron, y con todo cuidado Ariana se encargó de liberarlo. Después corrió al escenario.

Su Dangerous Woman Tour la esperaba.

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♪ Somethin' 'bout you makes me feel like a dangerous woman. Somethin' 'bout, somethin' 'bout, somethin' 'bout you... Makes me wanna do things that I shouldn't... Somethin' 'bout, somethin' 'bout, somethin' 'bout you...

Luego de dos horas Ariana estaba a punto de finalizar su show de aquella noche, y precisamente con aquella canción.

Dangerous Woman había sido un hitazo mundial y había roto records desde el instante uno de su debut, y mientras aquello sucedía, la propia vida de la cantante había ido cambiando de poco en poco. Primero con la aparición de Emmet Garrett en su vida, y después con todo lo acontecido después hasta llegar a ese punto en el que se encontraba. Habían afrontado juntos las amenazas de Cobra hacia su persona, había terminado su compromiso con Nathan, se había distanciado de su padre, Emmet había sido encarcelado injustamente, ella había tenido un hijo, y el abuelo había muerto. Todo aquello mientras su álbum de estudio cosechaba éxito tras éxito.

♪ All girls wanna be like that... Bad girls underneath like that... You know how I'm feeling inside

Somethin' 'bout, somethin' 'bout... All girls wanna be like that... Bad girls underneath like that... You know how I'm feeling inside... somethin' 'bout, somethin' 'bout, somethin' 'bout you

somethin' 'bout, somethin' 'bout, somethin' 'bout you...

Los aplausos y gritos de sus espectadores se escucharon a reventar llenando todo el auditorio Palau Sant Jordi.

Luego de emitir su nota final, alcanzando un agudo impresionante, Ariana sonrió y agitó su mano a despidiéndose de todos ellos.

Los gritos aumentaron.

Ella acertó entonces su micrófono.

–¡Muchas gracias, Barcelona!– les dijo en un español bastante gracioso, haciéndolos emocionarse más.

Enseguida abandonó el escenario regresando a bastidores.

Fue recibida por Scooter y sus productores musicales quienes no dudaron en elogiarla por el fascinante espectáculo brindado.

Ariana les agradeció, sin embargo lo primero que hizo fue preguntar por su hijo.

–¿En dónde está Nicholas?– sin embargo antes de que pudiese averiguarlo recibió un mensaje de texto en su celular, mismo que le habían entregado momentos antes.

Felicidades. Sé que hoy la rompiste en España. Saludos, Ari.

Era Nathan quien enviaba aquello. En Estados Unidos debían ser cerca de las tres de la tarde.

Durante aquellos últimos meses, habían estado en contacto todo después de la muerte del abuelo. Podía decirse que ahora eran incluso amigos.

Ella exhaló y decidió que le respondería más tarde. En ese momento necesitaba ver a su retoño.

–¿En dónde está Nicholas?– le preguntó a Kylie, quien se acercó con su bebida de Starbucks, y un pañuelo para el sudor de su rostro.

–Tranquila. Liam lo llevó al hotel. Parecía muy cansado y comenzaba a irritarse–

Ariana asintió contenta de que lo hubiesen llevado a un lugar más tranquilo.

–A veces lamento mucho no poder ser una mamá normal para él–

La pelinegra frunció el ceño y la miró.

–¿Qué dices? ¿Una mamá normal?–

–Sí, bueno, de esas que se quedan en casa y le dedican todo su tiempo a los hijos–

Kylie negó riendo.

–De eso nada. Tú eres una súper mamá que ama a su hijo con todas sus fuerzas, lo trae de tour por todo el mundo, lo alimenta y le cambia el pañal mientras su show comienza, y después se va a romperla al escenario porque quiere darle todo lo mejor. Nicholas estará orgulloso de ti cuando sea mayor, y además se sentirá afortunado de tenerte. Créeme–

Las palabras de su amiga hicieron que Ariana se sintiera mejor. Sonrió ilusionada.

–¿De verdad crees que será así?– le preguntó conmovida.

–Claro que sí, Ari. Caramba, eres una superstar. Te presumirá con todos cuando vaya a la escuela–

La castaña rió, y cuando James se acercó a ellas, se dirigió a él.

–Quiero irme ya al hotel. Quiero estar con Nick. No me gustar pasar tanto tiempo separada de él–

–Sus deseos son órdenes, jefa– le sonrió su guardaespaldas y amigo. Después James compartió una mirada de complicidad con su esposa. Kylie sonrió solamente.

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Su hijo...

Emmet no podía creerse que realmente estuviese sosteniendo a su hijo en los brazos.

Después de tantos meses extrañándolo, de evocarlo en su mente únicamente por la imagen que tenía de él en las fotos. Meses en los que había estado deseando poder cargarlo, poder respirar su infantil aroma, poder sentir la suave textura de su piel. Meses en los que había estado deseando ser su padre, cuidar de él, y velar por él. Meses en los que se había torturado pensando en cómo había sido aquel horroroso día cuando estuvieron a punto de perderlo. La vida les había entregado a un bebé diminuto y frágil, con pocas posibilidades de vivir pero con agallas de acero.

Ese niño era un guerrero.

Ahora verlo tan grande, tan sano, regordete y risueño como cualquier otro niño de su edad, provocó en Emmet una dicha muy grande. Una felicidad inmensa que cristalizó sus ojos con un montón de emociones y lágrimas por derramar.

Ahí, sentado en el sofá, admiró a su retoño mientras el pequeño lo miraba también con aquellos hermosísimos ojitos grises muy lleno de curiosidad.

No había llorado ni una sola vez a pesar de que él no era más que un extraño, y eso lo maravilló y lo llenó de orgullo.

–¿Acaso me recuerdas?– le preguntó Emmet entonces, recordando aquella primera y única vez en que se habían conocido. –Soy papá, amiguito. Soy tu padre y he vuelto a tu lado– se acercó a su carita y plantó un enternecido beso en su mejillita.

Nicholas sonrió encantado con la atención de aquel hombre, y enseguida sus manitas curiosas comenzaron a tocar toda su cara, riendo encantado con la sensación de los mechones de su larga barba, enredando los deditos y jugueteando. –Te amo muchísimo, Nicholas, creo que no sabes cuánto–

Pero la respuesta del bebé fue reírse y lanzarse sobre su regazo, abrazándose a su cuello como si tuviese en él toda la confianza del mundo.

La acción terminó de sacar todas las emociones que el rubio había estado conteniendo. No pudo evitarlo y un montón de lágrimas comenzaron a escurrir por su fuerte mentón. Lo abrazó entonces y se sintió como el hombre más completo de todo el universo.

–Creo que Nicholas sabe perfectamente quién eres– le dijo Liam que observaba contento a su sobrino reencontrándose con el hombre que le había dado la vida.

El rubio lo miró sonriendo.

–¿Lo crees así?–

Liam asintió sin dudarlo.

–Hay lazos de sangre que son inquebrantables–

Sí, Emmet también lo sentía de aquel modo. La conexión con su pequeño había existido desde el primer día.

–Se parece mucho a ti– comentó después el castaño. –Además es muy inquieto, y está lleno de energía, también muy simpático. Todo el mundo lo adora–

Emmet rió.

–Seguro eso lo sacó de Ariana–

En ese momento el celular de Liam comenzó a sonar, y él se puso en pie para poder responder la llamada.

De nueva cuenta el rubio se dedicó a admirar a su bebé, maravillándose del ser tan perfecto que era él. Tan hermoso y delicado.

Lo amaba muchísimo, y también amaba a Ariana por haberle otorgado aquel regalo.

El de ser padre.

–El concierto ha terminado– le dijo su cuñado haciéndolo volver de sus pensamientos. –Mi hermana viene en camino así que pronto podrás verla–

Oh, y verla era lo que él más anhelaba en ese instante.

Su corazón dio un vuelco, y un brinco de precipitación se sintió en su interior.

Los latidos no cesaron. Anhelaba poder abrazarla y besarla. Lo anhelaba con todas sus fuerzas.

–¿Ella sabe que estoy aquí?–

Divertido Liam negó.

–Será una sorpresa. Sé que este será el mejor día de su vida–

–Este es el mejor día de mi vida– aseguró Emmet, y no mentía.

Abrazó a Nicholas, y mentalmente se dijo que a partir de ese instante nada ni nadie los separaría.

Había vuelto y no volvería a marcharse nunca. Estaba ahí para amarlo y para protegerlo, para criarlo junto a su bella madre, y juntos permanecerían.

Ese era su principal objetivo.

Los minutos transcurrieron mientras él pensaba en eso, cuando de pronto Liam se puso en pie. Fue silencioso, así que Emmet ni siquiera lo miró.

El castaño salió de la habitación y cruzó la sala de la suite. Había recibido un mensaje de Ansel que ya habían entrado al hotel.

Abrió la puerta, y entonces los encontró.

Ariana fue la primera en entrar. Llevaba el celular al oído y atendía una llamada que parecía ser de Scooter.

Detrás de ella Kylie, James y Ansel también entraron. Los tres le hicieron una discreta seña a Liam, después todos esperaron a que Ariana terminara su llamada.

Lo primero que ella hizo fue preguntar por su pequeño.

–¿Nicholas está dormido?– preguntó mientras dejaba su celular sobre la mesilla.

Su hermano mayor sonrió y negó.

–No, el enano no está dormido– aseguró. –De hecho está más que despierto–

Ariana frunció el ceño.

Pasaban de las once de la noche, y usualmente su hijo solía estar ya dormido a esas horas.

–¿En dónde está?–

Pero Liam no respondió a su pregunta.

–Míralo por ti misma– entonces la invitó a pasar a la habitación.

Al abrir la puerta, la castaña asomó la cabeza.

Encontró al hombre de su vida, sentado en la mecedora, con el hijo de ambos en los brazos.

La imagen perfecta. Una imagen que atesoraría por siempre en su corazón.

Padre e hijo. Los hombrecitos dueños de su corazón.

Emmet se puso en pie en el instante en que la vio.

Entonces sus miradas conectaron.

Los ojos marrones se encontraban ya inundados en lágrimas. Lo siguiente que ella hizo fue correr a su encuentro.

Con uno de sus fuertes brazos sujetó bien a su hijo, y con el otro, Emmet recibió a su mujer, abrazándola con gran fuerza.

Ariana se aferró a su abrazo fascinada con la sensación de hundirse en la dureza y protección de su presencia.

–Estás aquí...– sollozó  sin podérselo creer todavía. –Emmet, estás aquí, mi amor– lágrima tras lágrima seguían brotando sin detenerse.

–Estoy de regreso, Ariana...– le sonrió.

Su sonrisa encantadora que la había cautivado desde el inicio.

Para asegurarse de que no fuese un sueño, Ariana alzó sus manos para tocarlo, para sentir con sus propias palmas que aquello era real, y no producto de sus fantasías.

Había anhelado tanto ese momento, y ahora verlo ahí... Tenerlo ahí...

Estaba tan guapo como el día en que lo conoció, pero de diferente manera.

Sus ojos más grises, la barba larga.

–¿Pe...pero cómo? ¿Cómo fue posible esto?–

Ariana deseaba respuestas. Necesitaba que Emmet le explicara.

–Ari, nena, tranquila– le sonrió el rubio. –Yo voy a explicártelo todo–

–¿Los abogados ganaron el caso?– no, pero aquello no podía ser posible cuando ni siquiera había fecha para el juicio.

Emmet la condujo hacia el sofá para que se sentara, y enseguida tomó asiento él a su lado, abriendo el brazo para que ella se recargara y poder tenerla cerca.

La castaña se recostó sobre su pecho, mientras Nicholas permanecía en sus piernas, jugueteando con el cierre de la chaqueta que su progenitor llevaba puesta.

El corazón de Ariana se le inflamó en el pecho. No había conseguido detener sus lágrimas.

–Fue tu padre– comenzó a explicarle él al momento en que usaba las yemas de sus dedos para secarle su llanto.

–¿Papá?– cuestionó Ariana confundida.

El rubio asintió.

–Butera retiró la demanda–

Ariana se quedó atónita.

¿Había retirado la demanda? ¿De verdad su padre lo había hecho?

–Sé que suena increíble, pero fue así. No sabemos cómo pasó, o cuáles fueron sus motivos. Ustedes se encontraban en Madrid hace un par de días cuando los abogados me lo informaron. Entonces Liam me llamó y... y bueno, él tampoco entendía nada, pero se encargó de todo el proceso de exoneración, y también de traerme hasta aquí–

Todo aquello dejó a Ariana bastante impactada, sin embargo no deseaba pensar en su padre en esos momentos.

De nuevo comenzó a llorar. El sentimiento la llenó.

Los miró de nuevo enamorándose del marco que ambos conformaban.

Nicholas les regaló entonces la más hermosa de las sonrisas, junto a un montón de tiernas risitas mientras intentaba utilizar sus pequeñas manitas para llamar su atención.

Ariana y Emmet rieron con él.

–Nos hemos hecho buenos amigos– le dijo el rubio mientras alzaba al bebé para depositar un beso en su carita. –Y socios también. Le he explicado que a partir de ahora deberá compartirte conmigo– añadió guiñándole un ojo.

–Prométeme que nada volverá a separarnos– le suplicó Ariana en tono desesperado. Si aquello volvía a ocurrir, ella estaba segura de que no lo soportaría.

Él la atrajo de nuevo cerca.

–Nunca, amor mío. He vuelto y no te dejaré ni a ti ni a nuestro hijo, nunca más. Estoy aquí para amarlos y protegerlos. Esta vez vengo decidido a acabar con Cobra–

Sólo de escuchar aquel nombre, el cuerpo entero de Ariana se estremeció de miedo.

Un escalofrío la sacudió.

–Emmet...– tembló. –Por favor no menciones a ese hombre en este momento. No quiero pensar en él ahora. Me da terror–

–Lo mataré– aseguró. –No le permitiré a esa escoria que continúe amenazando tu vida ni la de Nicholas–

Ariana bajó su mirada hacia el niño. El rubiecito se había quedado dormido, recostado sobre el estómago de su padre. Ella acarició su cabellito maternalmente.

–Contigo me siento más que protegida, Emmet. Sé que Nicholas y yo estamos a salvo a tu lado–

–Los amo demasiado, nena– él acurrucó a su bebé, y con su otra mano acarició el mentón de la castaña. –Son todo para mí. Este es mi sueño hecho realidad... Que me ames como yo te amo a ti, que me hayas dado a este hijo... Nicholas es lo mejor que me ha pasado, gracias, Ariana, nunca dejaré de darte las gracias por esto–

Ella sonrió.

–Es muy guapo, ¿o no? Se parece a papá–

Emmet se sintió entonces embargado de orgullo.

Ambos lo observaron detenidamente sintiendo sus corazones rebozar de amor.

–Aún no puedo creer que realmente lo hayamos hecho tú y yo. Es tan perfecto que me parece increíble que realmente yo haya participado en este milagro–

Los ojos marrones de Ariana lo miraron con fijeza. Cálidos y enamorados. Le sonrió.

–Lo hicimos, Emmet– le dijo en un susurro. –Es nuestro– cuando terminó de hablar se dio cuenta de que su cabeza se encontraba demasiado cerca de la de Emmet.

Fue puro instinto. Se besaron. Sus bocas se pertenecían y no podían negarlo.

Al separarse continuaron mirándose.

–¿Sabes?– él resopló intentando nivelar su respiración aunque sin lograrlo. –He pasado noches enteras volviéndome loco, recordando todas esas posibles veces en las que nuestro hijo pudo haber sido concebido–

Cielo santo, ella también. Se acercó para volver a besar sus labios. De pronto la sangre había comenzado a hervirle.

Sentía la piel ardiendo, y una fascinante humedad en el centro de su ser.

Emmet la tomó de la nuca, y así el beso fue intensificado.

Ariana no pudo contenerse más.

Colocó sus manos en su pecho, y lo empujó para alejarlo un poco.

–Acuesta al niño– susurró.

Desesperado, él asintió y rápidamente se puso en pie avanzando hacia la cuna.

Con todo cuidado Emmet se encargó de depositar a su hijo, cerciorándose de que no fuese a despertarse.

Cuando estuvo bien seguro de que Nicholas no despertaría, sonrió y entonces se giró para volver hacia la castaña.

La tomó de la cintura, y después la pegó a su cuerpo. Se miraron fijamente un segundo antes de que sus labios tomaran los de ella con una fuerza poderosa y dominante que hizo que un gemido resbalara entre los dos.

Se besaron con ardor y con pasión. El beso fue intenso, avasallador, primitivo, voraz. No se interrumpió ni siquiera cuando el rubio la levantó en brazos, y la sostuvo contra su torso.

Las manos de Ariana se posaron sobre las mejillas, deleitándose en la sensación de la barba, en lo viril y atractivo que era él.

De inmediato le quitó la chaqueta de cuero, lanzándola al fuego.

Cuando dejaron de besarse, los dos se encontraron sin aliento.

Las palmas masculinas rondaron toda su espalda, hasta bajar por sus glúteos, donde apretó y acarició calentándolos más.

El pecho de Emmet explotó desesperado. El anhelo lo consumió.

La deseaba demasiado, y sabía que ella lo deseaba a él.

Tenía que tenerla ya, o amenazaba con volverse loco.

Oh, maldición, pero loco ya estaba. Esa castaña lo había enloquecido desde tiempo atrás, y haber estado todos esos interminables meses alejado de ella había sido un completo infierno.

Emmet la llevó de inmediato a la otra habitación mientras volvían a besarse.

Saber que de nuevo estaban juntos, y que en ese instante estarían tan unidos como lo habían estado tantas y tantas veces los envolvió desenfrenadamente, alimentó la lujuria creciente y los capturó hasta que acabaron devorándose el uno al otro mientras él caía sobre la cama con ella en los brazos, anteponiendo una de sus manos para no aplastarla.

El deseó febril y desesperado fue demasiado.

Ariana se alzó para poder darle espacio. El movimiento ocasionó que la falda de su vestido se subiera por sus muslos, casi por encima de las bragas, provocando una punzante erección en el vientre del rubio.

Apenas un segundo después regresó junto a ella para besarla ávidamente, mientras sus manos la acariciaban por todas partes.

Era un hombre inmenso, y su altura y anchura la empequeñecían. Eso le encantaba a Ariana quien lo empujó hacia ella para que la cubriera con su cuerpo.

Emmet estaba encima de ella mientras la besaba, haciéndola entrar en contacto con la dureza que su deseo representaba.

Ariana gimió por lo bajo al sentirlo. La tela de los pantalones y el encaje representaron un pequeñísimo obstáculo que en poco tiempo dejaría de serlo.

–Joder... No sabes cuánto te he extrañado... Cuánto te he necesitado, preciosa– murmuró Emmet tan duro, tan desesperado que le dolía. Se preguntó entonces si sobreviviría.

–Lo sé...– respondió la castaña pero él negó.

–No... No puedas imaginarlo...– le robó un beso más mientras soltaba las palabras. –Fueron tantas... tantas noches, Ariana... Noches en las que mi único consuelo era tu recuerdo, el recuerdo de tus besos, de tu sabor, de tu aroma... Noches en las que imaginar que volvía contigo era lo único que conseguía mantenerme cuerdo– besó su mandíbula, después su cuello y volvió a sus labios. Quería comérsela a besos.

Con sus manos, la cantante sujetó su rostro para prolongar las sensaciones.

Entonces Emmet fue directo a desvestirla.

El vestidito que ella llevaba puesto era de tela suave y delicada. El rubio casi lo rompió pero consiguió controlarse, quitándoselo por encima.

Ariana quedó entonces solamente en su sensual y femenino juego de lencería, y el rubor en sus mejillas se presentó al instante.

Sin duda alguna no era la misma mujer que él había dejado tanto tiempo atrás. Esta Ariana que sus ojos veían ahora era diferente. Era una mujer que se había convertido en madre. Tenía los senos más grandes, las caderas más redondeadas, sin duda más curvilínea, y eso la hizo sentirse insegura por unos cuantos instantes.

Quizá él prefería su aspecto de antes...

Sin embargo cuando alzó la mirada para encontrarla con la suya, pudo observar la fascinación con la que Emmet la observaba. Admiración, deleite, ardor, deseo... Tantas emociones albergadas en aquellos ojos plateados que se habían oscurecido por la excitación.

–Eres hermosa...– musitó, y después la miró fijamente. Comenzó entonces a acariciarla, mientras ella contenía la respiración.

Ariana no tuvo más dudas.

La manera en la que él reverenciaba su cuerpo, la calidez de su mirada, y la adoración que demostraban sus caricias despejaron todas y cada una de sus inseguridades.

Él volvió a besarla, y lo hizo esta vez con mayor ímpetu.

Sus manos no se detuvieron, no la tocaron de la misma manera dos veces, cada una fue especial.

–Te deseo tanto, Ariana...–

–Yo... yo también, Emmet...–

Al rubio le encantaba oírselo decir. Y también encantaba mirarla. Mirar esa expresión de inocencia en su rostro que lo ponía más duro, que lo excitaba todavía más, si eso era posible.

Casi como si ella volviera a ser virgen. Tan inocente como la primera vez que la hizo suya.

–Estás lista para mí ya mismo– murmuró Emmet cuando adentró sus dedos dentro de sus bragas. Inhaló y exhaló intentando dominarse –Joder, Ariana... estás derritiéndote como caramelo caliente–

Estaba tan mojada, tan preparada cuando él empezó a estimularla. Oh, y lo necesitaba tanto que los gemidos que salieron de sus labios se convirtieron en suplicas, en gritos de implorantes necesidad, contra ese fulgor caliente de placer mientras los dedos de él hurgaban dentro de ella.

–Voy a devorarte– le dijo Emmet entonces. Su pene hinchado estaba a la entera disposición de esa bonita mujercita, sin embargo antes deseaba algo más. –Voy a saborear cada centímetro de ti, pequeña– el tono erótico y lleno de matices sexuales de su voz atravesó el vientre de ella como una lanza. –He extrañado tanto tu sabor... No ha habido nada más dulce...–

Sin otro avisó, la cabeza rubia se hundió hambrienta entre las piernas de la cantante, abriéndola como a una fruta rezumante con la lengua, deslizándola por los pliegues, recreándose en los sabores y las sensaciones.

Ariana gritó estremeciéndose de placer ante la primera acometida. Retorciéndose entre las colchas, tomando en sus manos un puñado de tela para poder resistirlo.

El placer la atravesó como un rayo, crepitando en sus terminaciones nerviosas.

Unas manos grandes y fuertes se apoderaron de sus muslos, sosteniéndola en su lugar cuando empezó a follarla con la lengua, llevándola al borde de la liberación antes de retroceder, a continuación empujándola hasta el borde, una vez más.

El éxtasis llegó en aquel instante dejándola temblando y sudando.

Emmet se encargó de beberse toda aquella culminación de placer, mientras estiraba sus brazos para enganchar sus dedos en el borde de su apretado sostén. Al instante lo bajó liberando las dos cumbres.

Cuando se irguió, la admiró por prolongados segundos.

Sí, había notado esas diferencias. Había notado la dosis de femineidad que había adquirido y que ahora florecía en su punto máximo.

Era perfecta. Era una diosa. Una diosa del amor, diosa del sexo, diosa de la pasión, diosa de la belleza.

Sus pechos eran espléndidos, firmes y suaves, cada uno coronado con el delicado botón rosa oscuro. Antes la había deseado desesperado. Ahora la deseaba mucho más.  Se moría por ella, y lo haría, estuvo seguro de eso cuando le quitó la última prenda.

–Quiero que me hagas el amor, Emmet... Quiero que lo hagas ya...– la voz de la castaña fue pura suplica, pura necesidad.

Estaba hambrienta de él, de su fuerza, de su calor. Anhelaba sentirse amada una vez más como tantas y tantas veces.

Oh, y él iba a dárselo todo ya mismo. Ahí, y en ese momento.

Comenzó a desabrocharse la camisa revelando la piel masculina. Los músculos de su torso, el vello de su pecho.

A Ariana le pareció de pronto que su rubio estaba más grande, más fuerte.

El corazón se le desbocó cuando él bajó sus pantalones, y quedó completamente desnudo ante ella.

Emmet Garrett era un hombre que poseía una belleza masculina impresionante.

Cada centímetro de su piel masculina era arte en su máximo esplendor.

Inmenso, musculoso, imponente, poderoso. La capa de vello que lo cubría descendía desde sus pectorales hasta volverse espeso alrededor de su escroto. Las piernas macizas. Todo un macho.

Uno muy excitado.

Él comenzó a acariciarse el duro miembro bajo la atenta mirada femenina, observando su mirada oscurecerse, percibiendo claramente cómo el deseo crecía dentro de ella, cómo su respiración se hacía más pesada, más profunda.

–Te necesito...–

Aquella última súplica terminó de desquiciar al rubio.

–Joder... Ya me tienes, muñeca...– Emmet deslizó los labios por su garganta bajando para después lamer la curva de sus pechos, los pezones.

Unos segundos después volvió a alzarse y comenzó a penetrarla gruñendo al sentir la cálida, resbaladiza y dulce humedad con la que lo recibía.

Ariana tomó el glande, y se irguió. El gemido que brotó de sus labios se convirtió en jadeo cuando el rubio empujó de nuevo.

Emmet se detuvo antes de seguir.

Su mujer estaba mojada y caliente, pero era delicada y pequeña, y él era enorme.

La sensación fue familiar. Igual a aquella noche en la que había tomado su virginidad, hacía ya tanto tiempo. Él todavía podía recordarlo.

Ariana tuvo que relajarse y recordar que su cuerpo podía amoldarse a ese hombre. Lo había hecho muchas veces.

Duro y musculoso, su cuerpo más grande se extendió sobre el suyo un instante mientras empujaba más y más profundo, llenándola, tomándola centímetro a centímetro.

El placer y el dolor se mezclaron en una exquisita sensación en el interior de la castaña, luchando por respirar.

Las puntas de sus senos se hundieron en el vello del torso viril provocando otra sensación erótica en ambos.

Emmet repartió besos, dejando un ardiente rastro en su mandíbula, en los labios y hasta llegar a su cuello. Se movió dentro de ella, suavemente al principio. Muy suave.

–Oh...– ella gimió bajo él. –Mi amor te amó... Te...– Ariana no terminó la frase. El rubio la tomó entre sus brazos y capturó su boca nuevamente. Agarró el cabello con los puños, enredó los labios con los suyos y su corazón palpitó contra el de ella. Al instante el beso se tornó profundo, íntimo.

La cantante se apretó contra él, le rodeó el cuello con los brazos y se perdió en el sabor de su hombre. Cielo santo, quería que ese momento no terminara jamás.

–Siente como mi alma toca la tuya... Siente como te amo, pequeña...– Emmet presionó más profundamente dentro de ella, ese sentimiento de plenitud se intensificó, calentándose hasta que la castaña levantó las caderas más alto, desesperada por tomarlo todo de él.

Habían pasado tantos meses. ¡Maldición, tanto tiempo! Meses interminables alejado de aquella belleza que tenía por mujer.

Pero ahora la tenía ahí... Toda real.

La amaba demasiado, y hacerla suya era siempre algo mágico.

Ariana siempre había sido pura magia para él. Amarla había sido su salvación y su máximo tormento. Su más fiero deseo. Una mujer que tenía por completo su corazón.

Moría y volvía a renacer cuando la llenaba. Igual que ella llenaba su corazón y su alma. Podía sentir las emociones que lo inundaban, sanando las heridas abiertas, su fiero orgullo y sus miedos ocultos.

Deslizó su boca entre el valle de sus pechos, y después subió a su boca, para besarla recreándose en su respuesta dulce y generosa, en sus gemidos suplicantes, en las uñas que se clavaban en sus hombros.

Emmet estaba cubierto de sudor, le goteaba por el pelo y la cara mientras embestía con las caderas, sintiendo como su erección quedaba profundamente enterrada cuando ella salía a su encuentro, gimiendo por él. Suplicándole más.

Ariana gimoteó excitada, enloquecida. Su corazón palpitando por el suyo, su alma viviendo por la suya.

Su voz estaba ahogada en su garganta. Ansiaba su fuerza y su pasión, ansiaba al guerrero salvaje y conquistador que había bajo su máscara.

Ese hombre era suyo.

Se aferró a él sintiendo que la pasión se transformaba en una intensa emoción que no pudo contener. Jadeó contra su pecho, besándolo, amándolo, susurrando su deseo.

Ola tras ola de sensaciones, tan dulces que eran casi dolorosas, recorrían a Ariana

Quería gritar de necesidad. Quería, pero Emmet seguía robándole el aliento con el placer, sujetándola de los delgados brazos mientras empujaba, subiendo y bajando sobre su cuerpo, la mano de ella en su rostro, besándose, la de él acariciando sus curvas.

Una explosión de energía sexual surgió de repente a través de ellos. La castaña se encontró retorciéndose bajo el rubio, la sábana arrancada de su cuerpo desnudo, con las manos hundidas en su espeso pelo. La boca de él se movía sobre la suya en un beso salvaje y sensual, calculado para llevarlos directamente a otro lance de sexo salvaje.

Ariana había dejado de ser Ariana Butera para renacer en sus brazos, mientras él se derramaba dentro de ella hasta caer exhausto.

Cuando sus cuerpos dejaron de temblar, se abrazaron muy cerquita el uno del otro. Como una gatita adormecida, la cantante se recostó contra su pecho, acariciando su pecho con ternura, suspirando ante la certeza de que jamás dejaría de amarlo. Nunca.

>Mi mujer< pensó Emmet con satisfacción.

–Te amo, te amo, te amo, Ariana–

–Yo también te amo, mi amor. Estoy feliz de estar a tu lado–

Los dos comenzaban a relajarse a punto de quedarse dormidos muy abrazados, cuando el llanto de un bebé se escuchó en la habitación contigua.

Todavía con los ojos cerrados, Ariana sonrió.

Era más de media noche, y Nicholas siempre solía despertar a esa hora berreando para obtener alimento. Ni un minuto antes, ni un minuto después. Demasiado exacto.

–Yo iré. Debo comenzar a tomar mis responsabilidades como padre– Emmet se enderezó y comenzó a colocarse los calzoncillos.

Ella negó mientras se vestía con su bata de satén.

–Es su hora de comer, y dado que tú no tienes dos como estas...– se tocó los pechos por encima de la tela. –...es poco probable que consigas calmarlo– enseguida fue por su pequeño.

Nicholas había despertado y se encontraba llorando con gran potencia dentro de su cuna.

–Hola, comelón– lo saludó Ariana sonriéndole con gran amor para después cogerlo y acurrucarlo en su pecho.

Prontamente tomó asiento con él en los brazos, y abrió su bata para sacar la fuente de alimento del rubiecito.

El bebé capturó con sus labiecitos el redondo pezón, y empezó a succionar con gran fuerza.

–Igualito que papi– rió Ariana por lo bajo.

Lo observó alimentarse, y no se dio cuenta de que Emmet la había seguido y se encontraba en el arco de la puerta, admirando la escena con el pecho desbocado.

Casi sin aliento pensó en el gran regalo que el cielo le había otorgado, en lo condenadamente afortunado que era.

Frente a él estaba una castaña espectacular de ojos hechizantes, a la que muchos hombres idolatraban, y estaba sentada sobre el sofá, amamantando al niño... a su niño.

Emmet sonrió ante la visión de su esposa y su hijo, y si pensó que el sentimiento de orgullo viril no podía aumentar más, se equivocó.

Ariana alzó la mirada, y le sonrió al verlo.

Él se acercó.

Ambos miraron al pequeño glotón. Los dos orgullosos de haber hecho algo tan hermoso.

Después Emmet la miró con fijeza.

–Has hecho un gran trabajo. Eres la mejor mamá que Nicholas pudo haber escogido–

Ella que todavía había estado admirando a su hijo, alzó su rostro para mirarlo también.

–¿Lo crees así?–

–Por supuesto que lo creo así. Te enfrentaste con valentía a la pesadilla que fue tu embarazo, a la prensa que no te dejó en paz ni un solo día, a tu padre, a la muerte de tu abuelo, y lo más admirable... Has estado cuidando de un bebé tú sola–

De pronto los ojos de Ariana se inundaron con un brillo de ternura. Deseó llorar entonces al recordar todos aquellos días de estar fingiendo alegría y tranquilidad, en conjunto con las largas, frías y solitarias noches en las que despertaba con sensación de ahogo, llorando desconsolada por no tener a aquel hombre a su lado.

–Trajiste al mundo a mi hijo, y lo criaste sola durante todo un año–

Con lágrimas en los ojos, Ariana negó.

–Hubieron días en los que sentía que no podía, Emmet– la voz se le quebró.

–Pero pudiste, nena– la voz del rubio sonó a puro orgullo. –Pudiste porque eres la mujer más fuerte y valiente que existe– tomó un mechón de su cabello castaño colocándola tras su oreja, y después acariciando su mentón.

Los dos se sonrieron, sin embargo en ese momento una alerta en su celular los interrumpió.

Había una sola persona capaz de enviar mensajes a altas horas de la medianoche, así que cuando Emmet abrió la notificación, ya sabía de qué se trataba.

"Me has hecho enfurecer, cabrón. Desearás volver a tu celda. Desearás no haberte entrometido en mi camino".

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Maratón 3/3 con Emmet de regreso incluído inicio de año.

Les deseo un 2020 maravilloso!

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