Capítulo 36

–¡No puedo creer que acabo de asistir el parto de una yegua! ¡Mis papás no me lo van a creer!– James se encontraba más que emocionado.

–Lo hiciste muy bien, mi amor– lo apremió Kylie amorosamente.

–Claro que lo hiciste bien, muchacho– secundó Frank satisfecho con la ayuda obtenida. –¿Nunca pensaste en ser veterinario?–

Después del éxito obtenido con el nacimiento del potrillo, todos volvían a casa para merendar juntos.

–La verdad es que no, de pequeño quería pertenecer a la armada, ¿sabe? Pero el primer día que me enlisté, me enfermé de diarrea y salí corriendo a casa–

Las risas se escucharon debido a lo que James había dicho, y él también rió.

Continuaron bromeando sobre aquello cuando entraron a la casa.

–Prepararé lasaña y ravioles para cenar– anunció Nonna contenta, quien sostenía una canasta con los tomates que había recogido de camino. –Esta noche quiero consentirlos–

Mientras caminaban, todos sonreían, sin embargo las sonrisas que perduraban en su rostro y en el de todos los demás, se esfumaron al instante, y en su lugar apareció el horror.

La escena que encontraron los dejó paralizados.

Al pie de la escalera, Ariana se encontraba en el suelo, inconsciente, y rodeada de un charco de sangre que provenía de sus muslos.

El rojo los impactó hasta casi marearlos, y ninguno ahí fue capaz de reaccionar al instante ante lo que sus ojos veían.

La primera en gritar fue Marjorie, quien soltó los tomatillos que llevaba en las manos, y estos cayeron al suelo sin apenas hacer ruido.

–¡¡¡Ariana!!!– el grito horrorizados los despertó del shock.

Nonna casi cayó desmayada, pero al instante su esposo la sujetó.

James reaccionó al instante y enseguida corrió a su lado para tomarla entre sus brazos, tan laxa como una muñeca de trapo, tan pálida como la nieve, y la sangre escurriéndole sin cesar.

–¡Oh, por el cielo bendito!– exclamó Frank al borde del terror. Los llantos de su esposa penetraron en su cerebro de manera ensordecedora.

Kylie se acercó prontamente para tomarle el pulso, lo notó débil, con poquísimas fuerzas.

–¡Te...tenemos que llevarla a un hospital! ¡Creo que está teniendo otro... otro aborto!–

La palabra aborto ocasionó que los llantos de la anciana se escucharan con más agudeza.

Frank la abrazó con fuerza mientras él mismo intentaba mantenerse en pie a pesar del dolor que le causaba ver a su nieta de aquella manera.

Todavía conmocionado, James corrió con la joven embarazada hasta salir de la gran casa y poder llegar hasta la camioneta.

Alarmados al ver lo que ocurría, los guardias de seguridad se acercaron para poder ayudar. Desesperado, James les pidió que abrieran la puerta, orden que de inmediato obedecieron.

–¿Qué le ha pasado a la señorita Grande?– cuestionó uno de ellos completamente consternado.

James no tuvo tiempo de explicarles, y enseguida montó a Ariana en el asiento del copiloto. Kylie subió a los asientos traseros.

–¡Martin, sigue la camioneta!– le pidió Frank al guardia mientras él y su mujer abordaban otro de los vehículos.

De inmediato la camioneta que James conducía salió disparada, mientras Frank y Marjorie salían tras ellos.

Ariana continuaba inconsciente, y eso estaba asustándolos aún más.

–¡James, conduce más rápido!– Kylie estaba aterrorizada de ver a su amiga de aquella manera. –Maldita sea, Ariana, resiste, por favor, sé fuerte. Pronto llegaremos, y debes resistir, hazlo por ti, por tu hijo, y hazlo por Emmet– le pidió porque en el fondo deseaba que ella estuviese escuchándola.

Nervioso, James pisó con más fuerza el acelerador, y atravesó la carretera en tan solo unos cuantos minutos.

Al adentrarse en la ciudad comenzó a pasarse los altos mientras Kylie intentaba comunicarse con la doctora Banks para informarle lo que había ocurrido, y que iban de camino.

Por fortuna al primer intento la doctora atendió la llamada. Le pidió a Kylie que mantuvieran la calma, y que llevaran a Ariana lo más pronto posible.

Después de aquello la pelinegra llamó a Liam y a Ansel. Los dos hermanos se angustiaron, y aseguraron que ya iban de camino para encontrarlos en el hospital.

Kylie colgó y dejó de lado su celular, pero no consiguió tranquilizarse.

Por fortuna a los pocos minutos consiguieron llegar entrando por el área de urgencias.

James bajó para tomar a Ariana en brazos y sacarla de la camioneta, mientras Kylie pedía a gritos una camilla, y la intervención inmediata de las enfermeras.

Frank y Marjorie bajaron del auto que se estacionó detrás, y corrieron hasta ahí con la misma expresión de temor.

Un par de enfermeras, y unos cuantos paramédicos se acercaron para colocarla en la camilla de traslado, y colocarle la manguera de oxígeno.

–¡Joven embarazada de aproximadamente cinco meses, con aparente hemorragia interna, alta probabilidad de un aborto espontaneo!–

La doctora Banks apareció al instante, preocupada por lo que ocurría, de inmediato dio órdenes de que la llevaran a quirófano, y ella misma se preparó para actuar.

Antes de hacerlo se giró hacia los familiares y amigos de Ariana para intentar tranquilizarlos.

Marjorie se abrazaba con fuerza de Frank, mientras Kylie hacía lo mismo con un ensangrentado James. Los cuatro parecían asustados.

–Por favor pasen a la sala de espera, y tengan mucha fe. Ariana los necesitará para que le den fuerzas– la doctora les habló de todo corazón.

Marjorie se acercó a ella para tomarla de las manos.

–Salve a mi nieta, se lo suplico, sálvela, y también salve al bebé– sollozó desolada.

La doctora miró a la anciana con profunda tristeza.

–No quiero mentirles... Ella ha perdido mucha sangre, y es probable que el bebé venga... muerto– al decir la palabra, lágrimas salieron de los ojos de cada uno de ellos.

Nonna cerró los ojos porque no pudo soportar la sola idea. Frank la abrazó aún más.

–Cielo santo, no permitas que eso ocurra– susurró el abuelo destrozado.

–Ahora mismo iré a examinarla para saber exactamente lo que está ocurriendo. Les prometo que haré todo lo que está en mis manos– sin más, la doctora se alejó a toda prisa, dejándolos demasiado angustiados.

Kylie y Nonna se abrazaron, y Frank tapó su rostro con ambas manos.

–Esto no puede estar sucediendo– la voz de Marjorie fue tensa y dolosa.

Su esposo soltó un suspiro.

–Será mejor que pasemos a la sala, y comencemos a rezar– dijo Kylie en el mismo tonó de consternación.

Todos estuvieron de acuerdo, y tomaron camino, aunque la idea de estar ahí esperando a que la doctora reapareciera para darles noticias de Ariana y del niño les parecía desoladora.

James se acercó a Kylie para hablarle al oído.

–Iré a la camioneta a cambiarme la camiseta– su camisa se encontraba manchada con la sangre del posible aborto de Ariana. –Por favor mantenme informado si algo ocurre–

Su esposa le asintió, y así el pelinegro salió rumbo al vehículo en donde por fortuna tenía unas cuantas de repuesto.

En la sala de espera, Frank, Marjorie y Kylie comenzaron a rezar plegarias, y a intentar no perder la calma ni la esperanza.

–¡¿En dónde está mi hermana?!– exclamó Liam en cuanto llegó corriendo, seguido de Ansel. Los dos estaban pálidos, y mostraban expresiones de completa preocupación mezclada con dolor, impotencia y desesperación.

–Está en quirófano– respondió Frank en tono seco.

–¡¿Pe...pero qué ocurrió?!– exigió saber, y su angustia creció más al ver las lágrimas en los rostros de su abuela y de Kylie.

–¡¿Qué le pasó a Ari?!– secundó Liam igual de impaciente y consternado.

–N...no lo sabemos todavía– respondió Kylie cabizbaja. –Recién se la llevaron, y la doctora dijo que debíamos ser pacientes e intentar estar tranquilos–

–¿Tranquilos?– inquirió Liam furioso. –¡¿Cómo se puede estar tranquilo cuando la hermanita embarazada de uno ha sido ingresada de emergencia al hospital?! ¡Maldición!–

–¿Perderá al bebé?– preguntó Ansel tristemente.

Tanto los abuelos como Kylie se quedaron en silencio.

–¡Hablen!– exclamó el mayor de los hermanos con desespero.

–La doctora habló de una posible muerte de vientre, pero no sabemos nada con exactitud. Estamos rezando para que eso no haya ocurrido, para que mi bisnieto pueda nacer como tiene que hacerlo, y también para que Ariana esté bien–

Impresionado de escuchar todo aquello, Liam se giró para no ver a nadie, y recargó su cabeza en la pared más próxima.

Le parecía increíble todo lo que estaba pasando en esos momentos.

Su hermana había estado bien cuando él salió de la finca. ¿Por qué ahora ocurría aquello?

Oh, mierda...

La vida estaba aplicándoles duras lecciones que ahí nadie terminaba de comprender.

Su hermana no merecía ninguno de aquellos sufrimientos.

A Liam no le quedó otra opción más que ponerse a hacer lo mismo que todos ahí... Rezar. Era eso o volverse loco.

–Creo que debo avisarle a papá– anunció.

Todos asintieron porque estuvieron de acuerdo.

–Robert debe estar al tanto de esto– contestó Frank. –Llámalo ahora. Él debería estar aquí. Es su hija la que está ahí dentro–

Liam asintió, y sacó su celular para realizar la llamada, sin embargo antes de que pudiese alejarse para hacerlo, Kylie lo detuvo.

–Llama también a Emmet... Él tiene que saberlo–

Con consternación, Liam cerró los ojos.

Maldición, Emmet...

Ese hombre iba a romper los barrotes de su celda con los puños en cuanto se enterara de aquello.

Con dificultad, el castaño tragó saliva, y sin más asintió.

>Cielo santo, que mi hermana esté bien, que nada malo vaya a ocurrirle, que el bebé pueda venir a este mundo con los que lo amamos, que Emmet no enloquezca<

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No lograba tranquilizarse...

¡Mierda!

Por alguna razón Emmet no conseguía quedarse tranquilo.

Se suponía que debía estar dormido hacía horas. Al día siguiente era día laboral, y él debía cumplir con sus obligaciones, sin embargo le parecía imposible cerrar los ojos y dejar que el sueño lo venciera.

Algo dentro de su ser lo tenía demasiado inquieto, casi desesperado.

De pronto el tamaño de su celda le pareció incluso más pequeño. Los once metros cuadrados fueron asfixiantes. Se sintió atrapado, y aquel encierro comenzó a alterarle los nervios como nunca antes lo había hecho.

Emmet dio vueltas una y otra vez intentando calmarse, pero la opresión en su pecho comenzó a ahogarlo.

En ese momento el carcelero de turno apareció dando su ronda. Al ver que Emmet seguía despierto, se detuvo.

–Es hora de dormir, Garrett. No querrás llevarte una sanción por esto– le habló con dureza.

Intentando evitarse problemas, Emmet no respondió nada, tan sólo se acercó a la litera, y se acostó metiéndose entre las cobijas.

En ese instate, Bryan, su compañero de celda que dormía en la litera de arriba, despertó y se giró para mirarlo.

–¿Qué coño haces despierto a esta hora, Emmet? Recuerda que mañana debemos madrugar para el trabajo– se quejó, y de inmediato volvió a recostarse quedando dormido al instante.

Emmet exhaló con fuerza y de nuevo realizó el intento de dormir, pero la acción resultó imposible una vez más.

La sensación en su pecho estaba ahora más fuerte.

¿Qué mierda estaba ocurriendo? Se preguntó el rubio. ¿Por qué sentía ese terror como si estuviese viviéndolo en carne propia?

Tenía un mal presentimiento, y no eran imaginaciones suyas, estaba seguro de eso.

Conocía perfectamente aquella sensación. Esa sensación premeditada que intentaba advertirlo de un peligro o cualquier clase de amenaza. La misma sensación que lo había atravesado la mañana en que se enteró de que su padre se había suicidado...

–Ariana...– el nombre salió en un susurro que lo dejó a sí mismo paralizado. Abrió los ojos con gran tensión, y de inmediato volvió a incorporarse quedando sentado sobre la cama. Las emociones golpeándolo en todo su esplendor.

El corazón se le detuvo por un segundo, y después un instante una emoción de agobio lo golpeó internamente, seguido de un vuelco en las entrañas.

¡Oh, joder, Ariana!

Ariana que se encontraba cumpliendo siete meses de embarazo justo en aquel día.

Su alma gritó despavorida, y la sensación de miedo se multiplicó.

Ariana tenía que estar en peligro, cielo santo. Tenía que estarlo.

–¡No!– exclamó negándose a la posibilidad de que pudiese ser cierto, tratando de no perder la maldita cordura para así poder pensar.

Sin embargo antes de que pudiera hacerlo, el mismo guardia que lo había reprendido se acercó a las rejas para hablarle de nuevo.

–Tienes una llamada en el departamento de control–

–¿Una llamada?– inquirió el rubio sin poder conectar todavía sus pensamientos con sus emociones.

–Sí, pero ya sabes, primero mi dinero– el guardia hablaba de ese pago discreto que Emmet solía darle a cambio de favores como aquel.

Inmediatamente corrió bajo su almohada, y tomó su billetera. Sacó uno de veinte, y se lo entregó.

Impaciente, Emmet se dedicó entontes a esperar a que su celda fuese abierta.

–¿Dijo quién era?–

El guardia asintió.

–Dijo que era tu cuñado o algo así–

Liam...

Emmet sabía que tenía que tratarse de Liam, y sabía también que el motivo por el que estuviese llamándolo a esas horas de la noche no debía ser por nada bueno.

>¡No, no, no, no! ¡No lo permitas, cielo santo, no lo permitas!<

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Una hora completa, y nadie había salido a darles razones de Ariana.

La angustia y la tensión podían respirarse en aquella desoladora sala de espera.

El rostro marchito de Marjorie reflejaba el corazón destrozado de su interior. Frank a su lado la abrazaba, intentando transmitirle fuerzas, sin embargo ni siquiera él mismo se sentía capaz de encontrar consuelo.

Ansel parecía ido. No había pronunciado palabra alguna desde que llegó y le informaron del estado de su hermana. En esos momentos no parecía él mismo. El chico divertido y ocurrente se había esfumado. La preocupación por el bienestar de Ariana y el bebé lo tenían paralizado incluso de la mente.

Kylie y James esperaban que ocurriese un milagro, y que no ocurriese lo que la doctora les había dicho de principio.

En aquellos momentos, nadie en aquella sala podía quitarse de la cabeza la imagen dulce y tierna de Ariana, sonriendo y sujetando la redondez de su enorme vientre, feliz e ilusionada con la llegada de aquel hijo.

Con rostro de cansancio y desdicha, Liam regresó en silencio. Tomó asiento en el sofá, y dejó hundir su cabeza entre sus dos manos.

–¿Hablaste con papá?– le preguntó Ansel.

El castaño negó.

–No atendió mi llamada–

–¿Y Emmet?– cuestionó James.

–Acabo de hablar con él– respondió tenso.

–¿Cómo lo tomó?– quiso saber Kylie, aunque ya imaginaba la respuesta.

–No muy bien– contestó Liam. –Lo tomó bastante mal. Se puso como loco, y bueno... No lo culpo. Me siento igual de desesperado, y comprendo su frustración por estar encerrado. No me sorprendería si se escapa de prisión sólo para llegar hasta aquí–

Kylie y James se miraron. Ambos conocían a Emmet demasiado bien. Estaban seguros de que lo intentaría, aunque muy en el fondo esperaban que no lo hiciera. En esos momentos tener problemas con la ley era lo último que él necesitaría.

–¿No han venido a informar nada sobre mi hermana?– Liam exhaló.

Todos negaron.

–Nadie ha salido. Seguimos sin saber nada– la respuesta del abuelo lo desalentó aún más.

Cada uno desde su lugar, se dedicó a rezar por Ariana y por el pequeño. Ninguno volvió a mencionar nada porque ninguno deseaba seguir hablando.

La preocupación y el miedo a lo peor continuaron llenando la sala completa.

De un momento a otro, todos vieron a la doctora Banks reaparecer, y al instante reaccionaron corriendo hacia ella para rodearla.

–¿Cómo está Ariana?–

–¿Cómo está el bebé?–

–¿Lo perdió?–

–¿Qué ha pasado con ellos?–

–¡Por favor, responda!–

Inmediatamente la doctora alzó las manos pidiéndoles que se tranquilizaran. Cuando ellos lo hicieron, entonces respondió.

–Ariana despertó, pero comenzó a alterarse demasiado, y tuvimos que sedarla, pero no hay peligro alguno para ella. Con respecto al bebé...–

Todos la miraron con angustia, casi preparándose para que les diera la terrible noticia. Gracias al cielo no fue así.

–El bebé sigue vivo en el vientre–

Al instante los suspiros de alivio, y las murmuraciones dando gracias al cielo se escucharon. Estaban felices. Ariana estaba bien. El niño también. Eso era todo lo que importaba.

–Aah, escuchar esto me da toda la paz del mundo– exclamó Ansel contento, y todos lo miraron en acuerdo, sintiendo exactamente lo mismo.

Liam sonrió.

–¿Entonces mi hermana podrá continuar con su embarazo normal?– preguntó para estar seguro.

Fue entonces cuando la doctora Banks exhaló.

–La cosa aquí es delicada, señor Butera–

–No nos diga eso, doctora– rogó Nonna, y de nuevo se hundió en el abrazo de su esposo, que la rodeó con fuerza.

–La cosa aquí es que Ariana no puede continuar con su embarazo, porque de hacerlo, su hijo morirá. La placenta se ha desprendido casi en su totalidad, lo que hace imposible seguir albergando al bebé, e inmediatamente sufriría de una amenaza de aborto más. La única solución que encontramos es realizar una cesárea inmediatamente–

–Pero el niño tiene sólo siete meses. ¿Qué probabilidades hay de que sobreviva si practican esa cesárea de la que habla?– interrogó Frank completamente.

De nuevo la doctora suspiró. Habían aprendido que cuando ella realizaba aquel gesto se debía a que no tenía buenas noticias para darles.

–No quiero mentirles. Hay posibilidades de perderlo durante la cesárea, e incluso después tendrá que pasar un largo proceso en cuidados especiales para poder sobrevivir, pero dejarlo en el vientre sería una muerte segura para él. Debemos correr el riesgo–

La angustia de todos aumentó, y también el miedo.

Fue Liam el que habló.

–Ese niño es un guerrero. Sobrevivirá a la cesárea y también a todo lo demás. Estoy seguro de eso–

La doctora Banks sonrió conmovida por esa fe en el pequeño.

–Deseo de todo corazón que así sea. Yo les prometí que haría todo lo que está en mis manos, y eso es lo que haré– tomó las manos de Marjorie, y las apretó como símbolo de compromiso y entrega. –Ahora debo volver. Nos espera una larga noche, pero con el favor del cielo, en unas horas vendré a traerles buenas noticias. Por favor no pierdan la esperanza– luego de aquellas palabras, la doctora se marchó.

Esperanza era aquello a lo que todos ahí debían aferrarse.

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Había una sola cosa de la que Emmet se sentía completamente seguro, y esa era que debía salir de ahí.

Debía salir de esa maldita cárcel a como diera lugar, no importaba qué.

Ariana se encontraba sufriendo en ese instante de miedo y de horror, y sólo de pensar en su dolor, el estómago se le contrajo dejado una fea sensación que lo tenía tenso, nervioso y desesperado.

No podía permitir que su mujer pasara todo aquello sin él. Emmet sentía en su alma que debía estar con ella, a su lado, tomándola de la mano, y susurrándole palabras de amor y de aliento.

Su preciosa castaña, tan pequeña y dulce, la criatura más tierna que hubiese podido conocer nunca. Una hermosísima mujer que lo había hecho olvidarse hasta del más profundo de sus anhelos, para después otorgarle otros nuevos. Otros sueños, otras ilusiones. Un motivo para seguir viviendo.

Toda ella y su dulzura, y la gestación de aquel bebé. El hijo de ambos.

¡Oh, cielo santo!

Sólo de pensar en ambos, Emmet sintió la angustia corroer por todo su interior. Un ansia inmensa de proteger. El instinto masculino golpeándolo con gran fuerza.

–¡Mierda!– el grito que soltó seguido de un golpe en los barrotes que simbolizaban su encierro. Al segundo las quejas de los demás presidiarios se escucharon en protesta.

–¡Guarda silencio, cabrón!–

–¡Te mataré si no cierras el pico!–

–¡Aquí hay hombres que necesitamos dormir un poco!–

Emmet ignoró cualquier insulto de parte de los reos, y comenzó a sentirse cada vez más frustrado.

Estaba a punto de enloquecer ahí dentro de aquel peque cuarto, sin embargo un diminuto atisbo de cordura lo hizo recordar que si actuaba estúpidamente jamás podría llegar hasta su amada. Debía ser más inteligente.

De inmediato removió a Bryan intentando despertarlo.

–¡Joder, Emmet! ¿A qué hora me dejarás dormir?– le preguntó su compañero un tanto molesto e irritado. Enseguida le arrojó una almohada que de inmediato el rubio esquivo para poder acercarse a él.

–Bryan, tienes que golpearme. Necesito que me golpees–

Ante tal petición, el presidiario dio un respingo de sorpresa. Frunció el ceño sin comprender nada y después talló sus ojos intentando mantenerse despierto.

–¿Qué dices?– parecía todavía asombrado.

–Ya lo oíste– respondió Emmet. –Dame un puñetazo– se preparó mientras le ofrecía el rostro para que lo hiciera.

Sin embargo Bryan no lo hizo de primera cuenta.

–¿Te has vuelto loco?– le preguntó todavía confuso.

Emmet intentó no perder la paciencia, pero no lo logró.

–¡Maldita sea, sólo golpéame!– le gritó tomándolo de la camisa para arrastrarlo hacia él.

–¿Estás seguro?– cuestionó Bryan lleno de dudas.

–¡Silencio, par de imbéciles!–

–Escúchame una cosa, Bryan– esta vez Emmet habló en voz más baja pero no lo soltó. –Mi mujer está muy grave en el hospital, y necesito salir de aquí para poder estar con ella–

–¿Pero cómo un golpe mío podría ayudarte a llegar hasta tu novia?– Bryan continuó sin comprender nada.

–Déjame eso a mí, tú sólo ocúpate de romperme la maldita nariz, vamos, no seas cobarde–

Un suspiro largo e inseguro salió de Bryan. No le quedó de otra más que hacer lo que su amigo le pedía.

Se alejó un poco de él para tomar vuelo, preparó su puño, y luego de unos instantes que se tomó para prepararse psicológicamente, le soltó un puñetazo que apenas y lo hizo moverse.

Frunciendo el ceño, Emmet se enfadó.

–¿Eso es todo lo que tienes? Vamos, Hallisay. Sé un verdadero hombre y túmbame los dientes– el rubio sabía muy bien lo que estaba pidiendo.

Bryan no había sido capaz de golpearlo con todas sus fuerzas, sin embargo para ese momento sabía que necesitaba hacerlo.

El siguiente puñetazo que asestó todo el rostro de Emmet consiguió su cometido. La sangre comenzó a escurrirle, y lo siguiente que él hizo fue llevarse la mano al lugar en donde la sangre brotaba sin cesar.

–¡Ayuda! ¡Ayuda!– comenzó a gritar desesperado. –¡Necesito ir al médico!–

Bryan se quedó quieto completamente sorprendido de lo que su golpe había causado en el rudo y fuerte de Emmet.

–¡Caramba, no golpeo tan mal!– exclamó contento y orgulloso de sí mismo.

En aquel momento los guardias de turno aparecieron sin comprender qué era lo que estaba ocurriendo.

Al ver a Emmet sangrando, de inmediato abrieron la celda para poder sacarlo de ahí.

–¿Qué carajos ha ocurrido aquí? ¿Se pelearon a golpes?– preguntó furioso.

Asustadizo y nervioso, Bryan se hundió de hombros y los miró.

–S...sí... bueno... Él dijo que Capitán América era mejor que Iron Man, y... tuve que golpearlo–

Ambos guardias se quedaron perplejos ante aquella confesión.

–¡Qué estupidez!– respondió uno de ellos.

–Todo el mundo sabe que Iron Man es mejor que Capitán América

–¿Podrían llevarme a un hospital antes de que me desangre por favor?– les pidió Emmet lleno de impaciencia, sintiéndose incapaz de tolerar aquella discusión tan ridícula.

Los guardias actuaron prontamente para sacarlo de ahí.

Sin embargo a donde lo llevaron fue a la enfermería de la cárcel, y no precisamente a un hospital.

–Necesito que me atienda un médico de verdad. Aquí ni siquiera está Smith– hablaba del intento de doctor que atendía las lesiones de los presidiarios.

–No creo que lo que tengas sea tan grave. Límpiate esa herida y después cúbrela con gasas–

Emmet no pudo creerse lo imbéciles que eran ese par, sin embargo no tenía tiempo que perder.

Decidió ser directo. Era eso o perder su oportunidad de salir de ahí.

–Escúchenme una cosa... Si autorizan mi salida a un hospital... Si me llevan específicamente al Cedars Sinai Medical Center de Boca Ratón, les daré dinero, mucho dinero, mucho más que los veinte dólares que les doy por cada favor. Y estoy hablando en serio. No bromeo–

Los policías se miraron uno al otro. La oferta sonaba tentadora.

–Pe...pero el Cedars Sinai es un hospital muy lujoso y sofisticado. ¿Por qué querrías que te atendieran ahí? El seguro de la cárcel jamás te alcanzaría para eso–

Emmet negó intentando no desesperarse más.

–Los cargos extras los pago yo. Incluidos sus honorarios–

De nuevo los guardias se miraron con dudeza.

–Y... sólo por curiosidad... ¿De cuánto estamos hablando, Garrett?–

–¿Y cuánto quieren?– sonrió Emmet convencido de que los tenía.

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Quinientos dólares a cada uno.

Eso era el precio que Emmet pagaría, pero no le importaba. Habría pagado todo el dinero del mundo si con eso conseguía ver a Ariana.

Lo habían sacado esposado de la cárcel, y lo habían trasladado en una patrulla.

Desde luego el director no se enteraría de aquello, y si lo hacía, tenían la excusa perfecta para presentarle... Emmet estaba desangrándose.

Sin embargo hacía un buen rato que el rubio había dejado de sangrar.

Cuando llegaron a la clínica privada, los guardias se encargaron de meterlo por el lado de emergencias intentando no llamar la atención de las personas. Por fortuna para ellos parecía ser una noche tranquila.

Mientras uno de ellos se encargaba de llenar los datos para el ingreso, y el otro coqueteaba descaradamente con la enfermera, Emmet aprovechó el momento para huir de ahí.

No le importó estar esposado. Aquel no sería impedimento para conseguir llegar hasta su amada.

Al ver que su preso corría, los guardias abrieron los ojos exaltados y horrorizados. Inmediatamente dejaron lo que hacían para correr tras él.

Emmet fue incluso más veloz y consiguió perderlos entre los largos pasillos del pulcro hospital.

No fue difícil para él encontrar la sala de espera.

Tal y como había esperado en aquel lugar se encontró con el abuelo, Nonna, Liam, Ansel, Kylie y James.

Todos ellos lo miraron con gran sorpresa.

–¡Cielo bendito, Emmet!– exclamó Marjorie impresionada.

–¿Emmet, qué haces aquí?– le preguntó Kylie igual de sorprendida.

–¿Huiste de prisión?– cuestionó James.

–Les dije que no se sorprendieran si esto ocurría– respondió Liam, quien pronto se llevó una mano a la cara intentando nivelar la tensión que lo agobiaba. –Maldición, Emmet. ¿Sabes las consecuencias que esto tendrá en tu caso? ¡Lo perderemos!–

Pero el rubio negó.

–No me importa, Liam– le dijo convencido. –No me importa nada. Sólo importa Ariana. ¿Dónde está ella? Quiero verla. Necesito verla. Llévenme con ella– exigió. Su voz dura, decidida.

–Emmet, Ariana está en el quirófano– le informó Frank con pesadez.

–Están practicándole una cesárea– completó Kylie.

Emmet no comprendió.

–¿Q...qué? ¿Una cesárea? ¡Joder, no! Ella tiene siete meses. Todavía no es tiempo. Todavía no es tiempo, maldición–

–Tranquilo. Tranquilízate, amigo– le pidió James sujetándolo de ambos hombros.

–Maldita sea, James, no me pidas que me tranquilice. Ariana no puede tener al niño ahora. ¡Faltan dos meses!–

Prontamente Nonna avanzó hacia él. Tomó su rostro entre la suavidad de sus manos en un gesto maternal y amoroso.

–Escucha, Emmet, era necesario. De no hacerlo el bebé morirá porque el cuerpo de Ariana ya no es capaz de retenerlo. La doctora explicó algo de la placenta y...–

Escuchar aquello causó en Emmet el peor de los sentimientos. Miedo, agonía, desespero.

Lágrimas se desbordaron de sus ojos grises, y el tormento transfiguró las facciones toscas de su cara.

–Mierda...– siseó, y no pudo evitar el sollozo que salió ahogado. Kylie lo abrazó, y James también hizo lo mismo, ambos intentaron darle consuelo. –No puede ser esto posible–

Todos en la sala sufrían por Ariana y el bebé, pero también sufrieron ante el dolor que Emmet reflejaba, la profunda tristeza y el elocuente terror. –¿Por qué? ¿Por qué tiene que pasar esto? ¿Por qué a nuestro hijo?–

Sin embargo el sufrimiento del rubio se vio interrumpido por los dos guardias, que aliviados, llegaron hasta él.

De principio habían creído que Emmet les pondría resistencia, y debido a eso llevaban sus armas preparadas. Al ver que no lo hacía, de inmediato las guardaron, y corrieron hacia él.

–No volverás a escaparte, Garrett–

–Te tenemos, imbécil– soltaron con gran furia.

Con ojos impresionados, Marjorie, Frank y el resto observaron todo aquello.

–De regreso a prisión–

Cuando escuchó aquellas palabras, Emmet reaccionó y comenzó a removerse, intentando soltarse de su agarre.

–¡No! ¡No! ¡Suéltenme! Debo estar con mi mujer, debo quedarme aquí. ¡Necesito quedarme aquí!–

Antes de que las cosas aumentaran a mayores, y todo empeorara, Liam intervino.

–Esperen, por favor esperen– les pidió alzando las manos. –¿Qué probabilidades hay de obtener un permiso especial para que Emmet pueda pasar legalmente, algunas horas fuera de la cárcel?–

Ante aquella pregunta ambos policías soltaron un par de carcajadas.

–¿Habla de este tipo?– señaló entonces a Emmet. –Olvídelo–

–Después de esto, es más probable que salga mi hermana gorda un viernes por la noche, que este idiota– rió con más fuerza. –Le aseguro que eso no sucederá–

Estuvieron a punto de marcharse arrastrando a Emmet con ellos mismos, sin embargo Liam se interpuso bloqueándoles el paso.

–Ya tienen con ustedes a su preso, y él está dispuesto a cooperar, ¿cierto, Emmet?–

El rubio no respondió nada porque no estaba seguro de poder lograrlo. Si no le permitían quedarse con Ariana, volvería a escaparse de ellos en cualquier momento.

–Lo lamentamos, pero cuando el director de la prisión se entere de esto, tenga por seguro que jamás autorizaría ese ridículo permiso–

–Bueno, ¿pero por qué tendría que enterarse ese director? ¿Dónde está ahora? ¿En casa durmiendo?– Liam arqueó la ceja.

–Pues sí– asintió uno de los policías. –Pero es nuestro deber informarle de esto mañana a primera hora–

–No suelo hacer este tipo de cosas, pero díganme el precio. ¿Cuánto quieren por mantener la boca cerrada?–

Los guardias se miraron fijamente. Los ojos brillando con avaricia.

A Emmet le atravesó un rayito de esperanza. El dinero era todo lo que movía a aquel par de inútiles. Cuando escuchó la cantidad que pedían, la esperanza aumentó en sobremanera.

Como si le hubiesen pedido un pelo a un gato, Liam sacó su cartera, y de inmediato entregó los dos billetes grandes.

Con absoluta discreción, los dos guardias tomaron el dinero, y lo guardaron mirando hacia su alrededor, cerciorándose de que nadie más estuviese mirándolos.

–Vaya mañana temprano a la oficina del director, y solicite el permiso. Con sus influencias seguro se lo concederán– no dijeron nada más.

Liam asintió, y antes de que ellos se marcharan, se acercó a Emmet.

–Pagaré lo que sea para que puedas estar aquí junto a mi hermana, y el niño. Sé que tu presencia la ayudará muchísimo. Por la mañana lo resolveré–

El rubio no pudo estar más agradecido. Lo dolía en el alma tener que marcharse, pero confiaba en que al día siguiente regresaría.

>Por favor, cielo santo. ¡Por favor!<

–Confío en ti, Liam. Por favor, cuida mucho a Ariana. Mañana estaré aquí para hacerlo yo mismo–

La palma de Liam se posó sobre el hombro de su cuñado.

–Así será, hermano. Te prometo que así será–

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A la mañana siguiente los abogados y Liam se movieron con rapidez y agilidad.

De principio las cosas no parecían estar a su favor, pues el director de plantel les había informado que era imposible concederles tal permiso. Emmet no había cumplido ni siquiera una cuarta parte de su condena, y al ser un preso preventivo no tenía tales derechos de salida extraoficial.

Sin embargo Liam no se había rendido y no había aceptado la negativa que le había presentado. Los abogados inmediatamente habían argumentado la buena conducta y el aporte de Emmet con su trabajo diario, como un elemento a su favor, además del hecho de que no tenía sobre él la etiqueta de peligroso.

El director se había mostrado un tanto dudoso, y al final había accedido a que se redactara un informe, sin embargo no les aseguró nada.

Contento con el pequeño avance, Liam les pidió a los abogados que fueran muy cuidadosos con la redacción de aquel documento.

Luego de entregarlo, tuvieron que esperar cincuenta minutos para esperar la respuesta. Si la petición había sido concedida o rechazada.

Durante aquellos momentos, Liam se dedicó a hacer importantes llamadas. Una de ellas fue para con su padre. Robert se encontraba de camino desde Bruselas, sin embargo al enterarse de que probablemente Emmet estaría presente en el hospital, le había advertido a Liam que él no se aparecería por ahí, que decidiera. Exhalando de irritación, el castaño le había contestado que entonces no se apareciera, pues quien tenía el mayor derecho a estar ahí era Emmet, el hombre al que Ariana amaba, y padre del hijo de ambos. Entonces colgó.

Luego de aquello había llamado al hospital para pedirles que lo mantuvieran informado.

El bebé había nacido unas cuantas horas antes, y el diagnostico no había sido bueno en absoluto. La cesárea había concluido con éxito, pero ahora el pequeño debía enfrentarse a una nueva batalla y esa era luchar por su seguir viviendo en aquella incubadora de cuidados intensivos. Después de las complicaciones del embarazo, el hecho de haber nacido prematuramente había determinado consecuencias graves en su salud.

Desde ahí, Liam le pedía al cielo que su sobrino estuviera bien.

Todavía pensaba en eso cuando la secretaria del director les pidió a los abogados que pasaran a la oficina, pues ya tenían una resolución.

Liam cerró los ojos, y rezó para que fuese una respuesta positiva. Deseaba estar cuanto antes en el hospital para estar al pendiente de su hermana y del niño, pero deseaba hacerlo en compañía de Emmet.

Diez o quince minutos transcurrieron cuando al fin vio a los abogados que salían. Por sus caras supo que traían buenas noticias. De inmediato sonrió.

–¿Lo conseguimos?–

–Lo conseguimos– respondió Cooper, el abogado.

A Liam le faltó muy poco para ponerse a saltar. Sabía que Ariana se pondría contentísima al verlo, y la ayudaría a resistir y a mantener sus fuerzas.

–¿Cuáles son las condiciones, y bajo qué términos?– preguntó de inmediato.

Cooper abrió su carpeta para mostrarle y explicarle.

–El permiso es categoría preventiva. Consta de veinticuatro horas solamente, porque fue todo lo que pudimos conseguir. Era eso o nada. Pero la buena noticia es que no tendrá que llevar a ningún custodio, así seguirá manteniéndose en privado todo el asunto de su relación con la señorita Ariana. El único inconveniente es que deberá llevar consigo una tobillera electrónica que mandará señales al C4 en caso de que ponga un pie en territorio fuera de la ciudad. Además lo mantendrán monitoreado. Emmet no saldrá del hospital bajo ninguna circunstancia, y si lo hace deberá ser a lugares justificables como su departamento o alguna tienda de autoservicio–

Liam asintió comprendiéndolo todo, y aceptándolo.

–Bien, bien, perfecto. No importan las condiciones. Lo importante aquí es que lo conseguimos. Gracias– apretó la mano de los tres, y de nuevo se mostró agradecido. –¿Dónde está Emmet? ¿Podemos llevárnoslo ya mismo?–

Cooper asintió.

–Ahora deben estar preparándolo. Su tiempo comenzará a partir de las diez. Entonces podrá salir de aquí–

Liam miró de inmediato su reloj. Eran las 9 con cuarenta y tres. En diecisiete minutos podrían marcharse de ahí.

Así que esperó a que transcurrieran pacientemente.

Comenzaba a desesperarse cuando vio que la hora se había llegado, y Emmet no aparecía por ninguna parte, sin embargo enseguida se percató de que el rubio se encontraba traspasando los filtros de seguridad, y enseguida firmaba unos cuantos documentos.

Inmediatamente Liam se puso en pie, y corrió hacia él.

Luego de que el policía quitará las esposas que mantenían las manos de Emmet imposibilitadas, ambos hombres compartieron un masculino y fraternal abrazo.

–Muchas gracias, Liam. Jamás podré agradecerte por esto–

El castaño negó luego de observar la llamativa tobillera que rodeaba su tobillo derecho. Sin duda debía ser incómodo pero sabía que para él valía la pena.

–No tienes nada que agradecer. Lo hago por mi hermana, y también por ti, porque mereces estar ahí–

Emmet intentó resistir las lágrimas. Estar junto a su hermosa mujer era lo que más anhelaba.

–Por favor vayámonos ya mismo– le rogó.

Liam asintió.

–Andando–

Caminaron hasta el estacionamiento, pero antes de abordar el auto, Emmet se detuvo.

–Dime cómo están, por favor, Liam, dame buenas noticias... ¿Ya... ya nació mi hijo?–

Liam sonrió.

–Ya nació, Emmet. Felicidades. Eres padre de un varón– al decir esto, colocó una mano sobre su hombro. –No pude pasar a verlo, pero las enfermeras dijeron que es un niño muy apuesto–

Era padre de un varoncito...

Emmet era padre.

Escuchar esas palabras ocasionó que el pecho del rubio se calentara. La sensación de querer gritar lo dominó, y mil emociones colapsaron dentro de su ser.

Jamás imaginó que fuese a sentirse así.

Tenía un hijo. Un hijo con Ariana.

No podía creérselo. Los recuerdos acudieron entonces a su mente haciéndolo revivir cada instante de su vida desde el momento en el que él y Ariana se habían encontrado. Aquella desastrosa mañana en Butera Corporation, las peleas y los desafíos entre ambos, la venganza, los besos, las caricias, el momento en el que se dijeron que se amaban... Ahora compartían a un pequeñito fruto de toda esa historia, de todo ese amor.

–¡Tengo un hijo!– exclamó feliz, y sin más abrazó de nueva cuenta a Liam de manera eufórica.

–Lo sé, lo sé, Emmet, y es sensacional–

–¿Pe...pero có...cómo está?– preguntó entonces con preocupación. –¿Cómo está él? ¿Cómo está Ariana?– de pronto empezó a alterarse.

Liam mostró su rostro de preocupación.

–Entremos al auto– le pidió seriamente.

Con el corazón en un hilo, Emmet hizo lo que su cuñado le pedía, pero la intranquilidad lo golpeó sin piedad.

–¡Maldita sea, Liam! ¡Habla ya!– exigió mientras cubría su rostro con ambas manos, y el montón de lágrimas aparecían.

–Emmet... Tienes que ser muy fuerte, tienes que serlo para que mi hermana pueda apoyarse en ti– le dijo mientras encendía el motor, y arrancaba.

A medida que Liam hablaba, el corazón del rubio se hacía más y más pequeño. Un nudo de angustia se formó en su garganta, y le impidió hablar.

–Ariana está bien, hace un rato cuando llamé me informaron que todavía no había despertado–

–¿No ha despertado?– a Emmet le pareció extraño.

–Sí, pero no pienses que es grave. El efecto de la anestesia no ha pasado, y eso es todo. Ella está estable–

Saber que Ariana se encontraba fuera de peligro para Emmet fue como volver a respirar, sin embargo sabía que aquello no era todo.

–Pero mi hijo no, ¿cierto?–

–La doctora nos advirtió que habrían complicaciones después del nacimiento. Al haber nacido antes de tiempo, nació un poco débil y con unos cuantos problemitas respiratorios, pero ya verás que estará muy bien. Ese niño es un guerrero, ¿recuerdas? La ha librado muchas veces, y no dudes que también lo hará esta vez–

Emmet recostó su cabeza sobre el respaldo del asiento. Cerró los ojos y exhaló consternado. Saber aquello no era ninguna sorpresa. Había imaginado que algo así tendría que pasar.

El niño era sietemesino.

La impaciencia de Emmet comenzó a aumentar sin poder evitarlo. Cada segundo valía oro a partir de aquel momento.

–Por favor, Liam, conduce más de prisa–

–Estoy conduciendo lo más rápido posible. Tranquilo, Emmet, no puedo arriesgarnos a que nos coja un tránsito y nos haga perder más tiempo–

El rubio exhaló frustrado y tenso.

–Joder, tienes razón. Debo calmarme, o de otro modo enloqueceré–

Liam podía comprenderlo. Si él se sentía terriblemente sabía que Emmet debía sentirse peor. Era su hijo el que tenía la vida en un hilo.

Piso entonces el acelerador.

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El auto de Liam no se había detenido por completo, cuando la puerta del copiloto fue abierta, y de ella salió Emmet corriendo a toda prisa.

Atravesó las puertas de cristal, y esquivó a las personas que salían y entraban del lugar. Consiguió llegar a la sala de espera en récord de unos cuantos segundos.

En cuanto lo vieron, todos se sorprendieron pero se alegraron profundamente.

–¡Emmet!–

–¡Al fin!–

–¡Gracias al cielo!–

James lo abrazó, y Kylie hizo lo mismo seguida de Marjorie, a quien el rubio abrazó con más fuerza.

–Tu presencia aquí le hará bien a mi niña– le dijo la anciana.

–Estoy aquí para cuidar de ella, Nonna. Amo a su nieta con todo mi ser–

–Yo lo sé, muchacho, yo sé cuánto la amas–

–Emmet, me alegra profundamente que estés aquí– le expresó Frank con toda honestidad. –Creo que mi principessa te necesita más que nunca–

–Quiero verla– exclamó de inmediato. –Y quiero ver a mi niño. ¿En dónde están? ¿Dónde los tienen?–

Antes de que Emmet terminara sus preguntas, todos vieron a la doctora aparecer.

Ella se acercó a ellos, y él fue el primero en cuestionarla.

–¿Cómo está mi mujer? ¿Cómo está mi hijo?­ Dígamelo por favor, doctora, se lo suplico, dígamelo–

La doctora Banks parpadeó con sorpresa al ver a ese desconocido rubio tan alto y fornido, desesperado por saber de Ariana y del pequeño.

Liam fue quien se encargó de presentarlo.

–Doctora, este es Emmet. Es el novio de mi hermana, y también padre del niño. Quiere verlos a ambos–

Al comprenderlo, la doctora asintió. Miró entonces conmovida al agobiado hombre.

–Ariana está bien. Ha despertado, pero debemos hacerle unos cuantos estudios para estar seguros de que su anemia no ha avanzado a consecuencia del embarazo y sus complicaciones, podrá verla en unos momentos más–

–Entonces quiero ver a mi bebé. Lléveme a ver a mi bebé, por favor, voy a volverme loco. Necesito verlo–

Se suponía que el pequeño estaba en zona restringida, y no podía recibir visitas, sin embargo al ver el rostro de aflicción y agonía, la doctora se sintió incapaz de negárselo.

–El niño se encuentra muy delicado de salud, y lo hemos situado en una de las incubadoras de cuidados intensivos neonatales. Lo mejor sería que no tuviera visitas por el momento, pero... no puedo impedirle que vea a su hijo, Emmet. Por favor venga conmigo–

Saber que en unos momentos más conocería a su vástago, ocasionó que en medio de toda aquella angustia, Emmet sonriera. Inmediatamente comenzó a sentir las manos en su espalda y hombros, como señal de apoyo y de sostén.

–Suerte– le deseó James, su mejor amigo, y el rubio le asintió agradeciéndole.

La doctora lo condujo entonces hasta una habitación en la que de inmediato le proporcionó la ropa quirúrgica que necesitaría junto con el cubrebocas.

Emmet se lo colocó todo en un segundo.

–Estoy listo, doctora. Lléveme con él– el tonó de su voz, y la emoción de sus ojos plateados se lo suplicaron.

Todavía conmovida, la doctora le asintió.

Finalmente llegaron hasta la unidad de cuidados intensivos.

Por los cristales Emmet pudo observar todo el interior antes de entrar. Además de toda la maquinaria médica, se encontraban un montón de incubadoras especiales para todos esos bebés que pudiesen necesitar de ellas.

En ese momento una sola estaba siendo ocupada.

Y en ella se encontraba su pequeño retoño.

A Emmet le dio un vuelco en el pecho.

Lágrimas fueron derramadas, y recorrieron todo el largo de su rostro hasta caer por su mentón. Emmet las limpió y asintió. Todavía se sentía incapaz de hablar. La emoción lo mantenía paralizado.

–Las complicaciones debido a su nacimiento eran de esperarse. El embarazo pasó por muchas dificultades desde el principio. El desprendimiento de la placenta nos obligó a sacar al bebé antes de tiempo, pero le aseguro, Emmet que fue lo mejor que pudimos haber hecho por él. De otro modo la siguiente amenaza de aborto no hubiese sido sólo una amenaza–

Emmet asintió comprendiéndolo y aceptándolo. Más lágrimas fueron limpiadas.

–Lo sé. Lo sé, doctora. Y le agradezco por todo. Sólo, dígame qué probabilidades hay de que... mi hijo sobreviva a esto–

–Bueno, su respiración y su frecuencia cardíaca son débiles, así que debemos mantener monitoreados sus signos vitales. Hemos mandado hacer un par de análisis para evaluar su cantidad de sangre y de glóbulos rojos, también hemos realizado un ecocardiograma para detectar problemas en el funcionamiento de su corazoncito. Tendremos los resultados en un par de horas más, y dependiendo de eso será su tratamiento. Lo que sí es seguro, es que deberá permanecer en la incubadora durante las próximas siete u ocho semanas. Las bililuces serán su máscara de protección, y simularán el calor del vientre para que el bebé pueda terminar de desarrollarse como es debido–

Todo aquel retazo de información dejó a Emmet un tanto mareado, aunque consiguió retener todo lo posible. Sin embargo lo que más le importaba en esos momentos era pasar a verlo.

–¿Puedo entrar ya?– le preguntó impaciente.

Sonriendo, la doctora asintió mientras abría la puerta del cuarto.

–Por supuesto, Emmet, pero no demore mucho. Recuerde que lo primordial es la salud de ese pequeñín–

El rubio asintió, y le agradeció.

A pasos lentos, fue acercándose a la incubadora.

No recordaba haberse sentido más nervioso que en aquella ocasión.

Iba a conocer a su bebé. Iba a conocer su carita, y por su vida que jamás olvidaría aquel momento.

Un sinfín de emociones, hasta entonces desconocidas, lo bombardearon por todas partes dejando su pecho hecho añicos.

Cuando finalmente se asomó y sus ojos se encontraron con aquella diminuta personita que permanecía conectado a un montón de cables médicos, cada uno de sus sentidos explotó dejando sensaciones de amor, esperanza y anhelo.

Una felicidad muy grande lo embargó, y la sonrisa en su rostro apareció instantáneamente.

Era su hijo. Su pequeño y hermoso hijo. Sangre de su sangre, y carne de su carne.

Emmet deseaba gritar de júbilo.

Ese hombrecito era su descendencia, la descendencia de su padre. Era un Garrett, y portaría el apellido con orgullo.

Aquel era su mejor regalo. Emmet sabía que ese precioso bebé había llegado a su vida para compensar todos aquellos oscuros días.

–Hola, campeón– su voz se quebró al hablar, pero el rubio carraspeó para poder recuperarla. –Soy papá– se presentó formalmente con él.

Sus ojos grises se cristalizaron con más lágrimas que de nuevo no pudo evitar derramar. Dichas lágrimas surgían desde lo más profundo de su alma, haciéndolo darse cuenta de que mataría y moriría con tal de que él siempre estuviese bien.

Fue entonces cuando lo vio sobresaltarse, y Emmet mismo se sobresaltó al verlo.

El bebé comenzó a removerse, y la mueca en su carita le informó que estaba a punto de explotar en llanto por algún motivo que él no conocía.

Emmet decidió que debía actuar. Introdujo la mano por uno de los orificios de la incubadora, no sin antes cerciorarse de que estuviese lo necesariamente tibia, y entonces la posó sobre el pechito para comenzar a arrullarlo.

–Shh, shh... Tranquilo, pequeño– le susurró con voz suave. –Estoy aquí contigo, mi amor. No temas– comenzó a arrullarlo tierna y amorosamente.

Como por arte de magia, el bebé comenzó a quedarse dormidito de nueva cuenta. Tranquilito y en paz, sabiendo que estaba seguro siendo arrullado por su padre.

Emmet sintió en ese instante cómo los inquebrantables lazos comenzaban a formarse.

–Cielo santo, no sabes cuánto te amo... Incluso antes de que nacieras ya te amaba... Lo eres todo para mí–

Lo admiró una vez más, y su corazón se llenó de amor, pero también se quebró en mil pedazos al pensar en lo diminuto que era. Lo diminutas que eran sus manitas, sus piecitos, todo él.

Le dolía en el alma saber que había tenido que nacer bajo aquellas condiciones.

Tenía literalmente cinco minutos de haberlo conocido, pero Emmet sabía que no resistiría si lo perdía.

–Todo estará bien, hijo, pero debes ser muy fuerte, ¿me escuchas?–

Sí, el niño lo escuchaba. Emmet lo sabía en su propia alma.

–Tienes que ser fuerte y muy valiente. Debes luchar por tu vida como el guerrero que eres– de nuevo lo acarició –¿Sabes? Tienes a una mamá muy hermosa y maravillosa, la amarás en cuanto la conozcas. Por eso tienes que ganar esta batalla, pequeño, tienes que vivir para que puedas sentir lo estupendo que será estar en sus brazos–

Emmet pudo imaginarla. Pudo ver la perfecta escena que quedó grabada a fuego lento en su mente y en su pecho, haciendo arder como lava la sangre en sus venas.

–Lucha, bebé, lucha por tu vida. Te prometo que si lo haces seré el mejor padre que puedas tener. Te lo juro. Siempre te protegeré, siempre velaré por ti. Te llevaré al parque, te llevaré a comer helado, te enseñaré a jugar fútbol, te enseñaré taekwondo, y juntos patearemos traseros. Haré de ti un hombre de valor–

El sentimiento comenzó a ahogarlo de pronto. Tuvo que cerrar los ojos, y apoyarse en una de las incubadoras vacías para no derrumbarse.

Jamás había sentido nada igual.

El amor había sido instantáneo, ciego, incondicional.

Tenía el corazón apretado en una garra.

Emmet comenzó a sentir que moría y volvía a nacer.

La felicidad y la tristeza lo dividieron en partes iguales.




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