Capítulo 26

Meses atrás, Emmet no habría imaginado que pasaría Navidad de aquella manera.

Sentado en aquella cama, con las mangas de la camisa arremangadas hasta los antebrazos, el cinturón desabrochado, descalzo, y muriéndose de impaciencia porque Ariana saliera pronto del condenado baño.

Suspirando, se dejó caer contra la gran cama de la tía Edna, y colocó ambos brazos tras su nuca, y miró hacia el techo.

La sonrisa en su rostro apareció, y se dio cuenta entonces de que nunca antes había sido tan feliz como en esos momentos.

¡Maldición! Era quizás el hombre más feliz de todo el planeta tierra.

Amaba a esa preciosa castaña, con toda su alma, y lo más increíble era que ella lo amaba de igual forma.

Aquel amor que había surgido entre los dos no tenía lógica ni explicación.

Ella era la hija de Robert Butera, y él el hijo de Nicholas Garrett, pero incluso así no podía dejar de amarla, de desearla, de añorarla.

Ariana lo significaba todo.

Nunca se arrepentiría de renunciar a su venganza por ella. Estaba seguro de que su padre lo entendería.

Amar a esa mujer había cambiado por completo el rumbo de las cosas. El universo había conspirado para que pudiesen encontrarse, y Emmet no pensaba desaprovecharlo.

Iba a cuidarla y a amarla por el resto de su vida. No había otra razón más para vivir más que aquello, ella.

Con esos pensamientos en la cabeza, el guardaespaldas permaneció recostado unos minutos más hasta que finalmente escuchó cómo la puerta del baño se abría.

La vio salir, y su penetrante mirada plateada la miró fijamente por un instante que duró una eternidad.

El cabello castaño que había llevado recogido para la cena, lo llevaba ahora suelto, lacio de una manera pulcra y exquisita, esparcido por cada sinuosa forma de su pequeña y sensual silueta. Dos rodetitos adornaban su coronilla, y la hacían lucir adorable, junto al recién hecho fleco sobre esos ojos color miel clavados en él, las larguísimas pestañas, el rubor en sus mejillas... Su feminidad, su esencia, su aroma a mujer excitada.

Estaba vestida de la señora Claus, ¡joder!

El corazón de Emmet explotó.

Aquel condenado trajecito color verde con detalles blancos y rojos era diminuto, y se amoldaba con dolorosa perfección a todas y cada una de sus femeninas curvas, provocando en el rubio las más masculinas reacciones.

Una oleada de sangre lo recorrió, y de un segundo a otro su miembro viril pasó a tener una potente e infernal erección.

Con aparente tranquilidad, Emmet la recorrió de nuevo completita. Los esbeltos hombros que quedaban descubiertos, el delicado y frágil cuello, la redondez que se abultaba entre sus pechos, la estrecha cintura que después daba forma a las caderas, suaves y bien formadas, las piernas largas que modelaban un par de medias a rayas blancas y rojas.

Todo calculado para volverlo loco.

Emmet no estuvo seguro de poder seguir respirando.

Sin quitarle la mirada de encima, inhaló y exhaló para controlarse, aunque bien sabía que no podría hacerlo.

Esa pequeña y traviesa conejita siempre lo llevaba al límite.

–Ven aquí, Ariana– la llamó con voz ronca.

La castaña sonrió.

–¿Te gusta?– le preguntó. –Soy tu regalo navideño–

Emmet casi rugió de lujuria en cuanto la tomó entre sus brazos, pegándola bruscamente a su enorme cuerpo.

Ariana sintió entonces su calor, su fuerza, y un agradable aroma embriagador masculino.

–Me encanta– respondió la voz ronca y viril al tiempo que él se inclinaba para pegar su nariz a su rostro y cuello, disfrutando de su dulce aroma. –Estoy deseando mostrarte mi gran barra de caramelo–

Oh, y Ariana podía sentirla. La gruesa longitud de la erección que sobresalía de los pantalones, se apretaba contra ella.

De inmediato se alzó hacia él, atrapando su rostro con ambas manos, las palmas acariciando la barba de hombre, y atrayéndolo para poder besarlo, apoderándose del calor de su boca, y percibiendo la intensa vibración de su enorme cuerpo.

Emmet la sujetó de la cintura, y la besó profundamente, pasando después sus manos por toda la espalda, y bajando enseguida en un recorrido atrevido y posesivo para moldear el exquisito y tentador trasero.

La cantante no pudo evitar que un jadeo saliera de sus labios, quedando atrapado justo en medio del beso que se daban.

El delicado sonido terminó entonces de desquiciar al rubio, quien utilizando un solo movimiento, consiguió arrastrar el menudo cuerpo hasta la pared.

La excitación de los dos aumentó al instante. Se miraron por un solo segundo antes de volver a unir sus bocas en un doloroso beso que tocó sus labios.

Emmet la sujetó contra sí, besándola hondo y abrasadoramente, como si deseara fundirse con ella para toda la eternidad.

Ariana respondió a su pasión con la suya, ardiente y devoradora, lo besó entregando su vida por completo, aferrándose a él, a su cabello, presionándolo para que no se alejara de ella porque lo necesitaba tanto como respirar.

Ese guardaespaldas era su vida entera.

Emmet se encontraba perdido en el deseo, sujetándola para que no cayera, aferrándola, aferrando su cuerpo, sus labios, sintiéndose incapaz de apartarse un solo momento de su lado.

Nunca.

Jamás se alejaría. Jamás renunciaría a ella, porque era el amor de su vida. La mujer que no había estado buscando pero que el destino decidió que debía encontrar.

Era hermosa, ardiente, y era suya.

Suya para amarla toda la vida, suya para tocarla, para besarla, para hacerle el amor hasta gemir exhausto.

Su preciosa castaña de ojitos mielosos que causaba en él las más viriles reacciones.

Hasta antes de ella, Emmet no había conocido un deseo tan voraz, tan desgarrador, tan desesperado como el que la dulce Ariana le provocaba.

Quería devorarla, amarla, adorarla, sentirla, tenerla, saborearla, hacerle el amor cada día y cada noche.

El guardaespaldas no resistió más la espera.

Necesitaba estar en su interior porque sólo así sentía que su vida tenía sentido.

De inmediato metió ambas manos dentro de la faldita verde.

Un segundo después la cantante se encontró sin bragas.

Emmet comprobó qué tan humectada estaba, y la polla le latió con lujuria cuando notó la deliciosa humedad en aquel dulce portal.

Lo siguiente que él hizo fue desabrocharse los pantalones para poder liberarse.

El miembro masculino saltó impaciente y desesperado, famélico por la mujer que Emmet tenía en sus brazos.

Ariana gimió deseando ser penetrada cuanto antes, sin embargo aquello no sucedió. Eso la hizo frustrarse, y aún peor cuando observó que él parecía concentrado en algo más.

–¿Qué es lo que buscas?– le preguntó confundida, haciendo un enorme intento por mantenerse serena.

–Necesito un maldito condón– fue la respuesta del rubio, quien al darse cuenta de que no llevaba ninguno en sus pantalones, soltó una palabrota. –No puedo hacértelo sin protección de nuevo. Hemos tenido suerte las últimas veces, pero no creo que debamos seguir jugando con fuego–

Por un segundo la castaña no comprendió lo que él decía, pero cuando lo hizo no pudo evitar un par de risitas.

Oh, cuando él supiera.

Mañana mismo Emmet se enteraría de que preocuparse por el preservativo a esas alturas ya no valía de nada.

–Demasiado tarde, amigo– susurró Ariana.

Emmet dio un respingo porque no había escuchado bien.

–¿Cómo dices?–

Ella sonrió y negó. Con sus brazos atrajo su cara para besarlo una vez más.

–Dije que hay unos cuantos sobre esta encimera– señaló la repisa que se encontraba justo arriba de sus cabezas. Los había escondido ahí en días pasados cuando el abuelo había llegado de sorpresa a la habitación.

Bastó que Emmet estirara uno de sus largos brazos para que pudiese tomar uno.

Sonriendo por la victoria de haber encontrado ese pequeño, y ahora inútil paquetito metálico, Emmet lo abrió, y se lo colocó con rapidez.

Volvió hacia Ariana, y justo antes de besarla, la penetró con una arremetida que fue lenta y precisa. Su cuerpo musculoso la envolvió, y la exigente e implacable lengua se hundió en la dulzura de su boca, mientras comenzaban a arder juntos.

Gimiendo de placer, la castaña posó sus manos sobre el inmenso pecho, y entonces gruñó furiosa al encontrarse con la barrera que representaba la camisa.

Lo que ella deseaba era tocarlo, sentir su piel contra la suya, quemarse, arder con él.

De inmediato sus manos se ocuparon de desabrocharla.

Los labios de Emmet pasaron entonces a su cuello, devorando la suave piel, mientras Ariana seguía luchando por desnudarlo.

Cuando finalmente lo consiguió, Emmet se alzó y la besó de nuevo en los labios.

Descuidadamente, la cantante lanzó al suelo la prenda, y mientras era besada, se ocupó de acariciar la piel viril y el vello encrespado que la volvía loca.

El guardaespaldas comenzó a embestirla una y otra vez, provocando que Ariana se retorciera y gimiera de placer contra su cuerpo.

El rugido de calor se inflamó dentro de él, sacudiendo una deslumbrante avalancha. La sintió entonces apretarse más, agarrándose a sus hombros, en busca de equilibrio, o quizá para atraerlo más cerca.

El corazón de Emmet explotó al mirarla y al escuchar los delicados y femeninos gemidos.

Era preciosa... Toda ella.

Ariana lo rodeaba con su calor, con su aroma, su suavidad; y él se derretía. Siempre era así, y sabía que siempre sería así.

Posó su boca sobre la suya, y la besó fiera y devoradoramente.

Por instantes el rubio pareció a punto de perder el control.

¡Mierda!

De inmediato se contuvo.

Ariana era demasiado pequeña.

Él, un bruto gigantesco, no podía darse el lujo de utilizar su gran fuerza.

La lastimaría, y aquello era lo último que deseaba.

Causarle algún tipo de daño, cualquiera que fuese, se le antojaba inconcebible, inimaginable.

Imposible. No lo haría.

Oh, joder, Emmet se ocuparía de mantenerla siempre segura. Su bienestar sería siempre lo más importante.

Sólo ella. Siempre ella.

–Maldita sea, Ariana... Estoy loco por ti, nena– gruñó y la embistió. –Eres tan bonita...–

Una dulce sensación abarcó de pronto todo su pecho, y en todo su ser, y de repente deseaba gritar de euforia, de felicidad. Casi no podía creerse lo malditamente afortunado que era por tenerla.

El amor que sentía por esa castaña iba más allá de lo imaginable.

Estar dentro de ella, mirarla a la cara, y pensar en que esa mujer le pertenecía, era alucinante. La mejor sensación de su vida. Lo hacía sentirse poderoso e invencible.

Podía estar ahí por el resto de su vida. Lo deseaba. Lo anhelaba.

Los gemidos de Ariana retumbaron por toda la habitación, gemidos delicados y melodiosos, la más hermosa de las melodías.

La cantante se entregó, y tembló de placer ante cada penetración.

Cada embestida se hizo más profunda, empujándola más y más cerca, hasta que tales gemidos se convirtieron en súplicas incoherentes.

Las uñas femeninas se clavaron en la carne masculina.

Emmet gruñó de placer, y los ojos de Ariana se abrieron, mirando fijamente la pura e hipnótica profundidad plateada en la mirada de él.

Extasiada tomó las ásperas mejillas fundiéndose en la suavidad hirsuta de su barba, y lo besó con ansias, deleitándose en las sensaciones, en lo grande y sólido que era. En su calidez viril.

–Te amo...– le susurró pero el guardaespaldas negó, y sus labios ahogaron las palabras descendiendo sobre los de ella de una forma completa y hambrienta.

–Yo te amo mucho más, muñeca...– gimió Emmet, y su voz se volvió más ronca, su erección más dura. –Te juro que te amo mucho más– volvió a besarla desesperadamente. Después bajó sus labios hacia sus pechos, dejando un rastro ardiente a consecuencia de sus besos, su lengua los acarició, reverenciando cada centímetro.

El mundo se desgarró a través de Ariana, un terremoto palpitante que la estremeció. Violentos espasmos de placer la sacudieron, y ella se aferró a su cuello, metiendo después los dedos entre el espeso cabello rubio.

Quizá en el pasado, jamás se habría imaginado en los brazos de un hombre semejante, sin embargo en esos momentos gemía por él, dolía por él. Lo amaba a él, su corazón resplandecía por él. Cada parte de ella. Era suya para siempre.

Entonces nada le importó salvo excitarlo más, apremiarlo para que la tomara más rápido, más fuerte, mientras sus senos eran aplastados contra su pecho, ante cada empuje, preparándose para la explosión.

Y Emmet lo hizo así. La complació porque para eso vivía.

La mezcla volátil de placer y doloroso deseo los abarcó.

No existió una sola cosa más. Seducida y entregada por completo, gimiendo, Ariana fue llevada a la cima de pasión que tan bien conocía, pero que aparecía como un mundo nuevo cada vez.

El primer destello de éxtasis estalló en su interior. Ella gritó enloquecedoramente, y Emmet aferró sus caderas, segundos después él también se corrió.

El crescendo terminó con una explosión de dulce descarga que hizo erupción, culminando de forma tan deslumbrante como un rayo.

Famélico por seguir haciéndole el amor, Emmet la condujo hasta la cama, y la depositó con sumo cuidado. Salió de ella, y al instante retiró el humedecido preservativo. Lo siguiente que hizo fue colocarse uno nuevo sobre la erección que no había cedido.

Al mirarla, desnuda, únicamente para el disfrute suyo, el rubio pensó por milésima vez en que ella era perfecta.

La criatura más hermosa que sus ojos hubiesen podido ver.

Rostro de ensueño, y silueta delicadamente voluptuosa.

Con un rápido movimiento la hizo girarse, y Ariana quedó entonces dándole la espalda.

Al segundo la llenó con la dureza que representaba su deseo, con un demoledor impulso, vibrante y vivo, una descarga de electricidad lanzada a rienda suelta.

Las manos grandes y callosas se dirigieron hacia los senos dejando caricias sobre sus curvas.

La castaña lo sintió tensarse mientras la acariciaba, los músculos rodeándola, la fuerza sinuosa de su ser protegiéndola.

Un gemido más vibró de entre sus labios. Un temblor delicioso la recorrió como una oleada.

–Ya no puedo vivir sin ti...– gruñó Emmet.

Y Ariana deseaba responderle que ella tampoco, pero no consiguió hacerlo. Estaba gimiendo, arqueándose, y moviéndose contra él.

Luego de la dulce sensación y después comenzó el frenesí.

El rubio la abrazó, estrechándola con más fuerza, los dos jadeando conmocionados ante cada pesada embestida, excitada y apasionada.

Había aprendido a conocerla tan bien que podía sentirla con cada fibra de su cuerpo, un cuerpo que estaba ahora perfectamente afinado con el suyo.

No podía dejar de tocarla, en la tormenta magenta que los cubría, sujetándola de las caderas en una posesión absorbente, uniéndola a él rítmicamente de forma cada vez más estrecha, fundidos en uno solo.

Él la poseía y la llevaba, hasta la explosión de un éxtasis físico y una euforia que les llegó simultáneamente.

Respirando profundamente la cantante se dio la vuelta para mirarlo. Emmet se inclinó, y entonces sus labios se encontraron.

Ariana se alzó frente a él, pegando su espalda a su ancho y espléndido torso, mesclando el sudor y el fuego de sus cuerpos. Al segundo se sujetó de su cuello, insertando los dedos en el cabello mientras sus bocas se movían enfebrecidas la una sobre la otra.

Totalmente enloquecido de deseo, el guardaespaldas guió su mano hasta los esbeltos muslos que se abrían para él, y la acarició, trazo círculos sobre su clítoris que la llevaron al borde.

–Eres hermosa... Tu cuerpo es hermoso...–

En medio de aquel torbellino, Ariana no pudo evitar preguntarse si Emmet seguiría reverenciando su figura cuando este comenzara a cambiar, cuando el vientre se le hinchara.

¡Cielo santo!

Por un momento había estado a punto de decírselo. Decirle que llevaba dentro a su hijo.

Pero no lo hizo. Debía esperar a la sorpresa que le daría al día siguiente.

Casi no podía esperar, pero tenía que hacerlo.

Sonrió para sí misma, y entonces gimió con más fuerza.

Emmet la abrazó simplemente porque en ese instante la necesidad de abrazarla lo golpeó de lleno.

Entrando en ella con duros envites, abrazándola y embriagándose con el dulce aroma de su esencia, el guardaespaldas deseó gritar.

¡Mierda!

¿Cómo infiernos había podido pensar que sería fácil alejarse de ella? ¿Qué él iba a ser capaz de dejarla, de resistirlas ganas de besarla y de tocarla?

Había sido un imbécil.

Pero iba a quedarse. Iba a amarla y a protegerla con su vida si era necesario.

Quizá algún día tendría que contarle la verdad sobre quién era realmente, y los motivos por los que se había cruzado en su camino en el principio. Rezaba porque ella fuese a comprenderlo, pero mientras tanto se dedicaría a disfrutarla y a disfrutar de aquel amor.

Esa era la mujer de su vida.

Maravillosa, sensual, ardiente. Lo quemaba vivo.

Las sábanas crujieron, la cama se movió.

La unión de sus cuerpos, los gemidos, los jadeos, las caricias y los besos, sus almas tocándose, todo se fundió derritiéndose en pasión líquida.

El placer los fusionó. Los sentimientos de sus corazones fueron compartidos mutuamente. Nada retenido. Sin límites, sin fronteras. Un ser.

Ariana apretó de nuevo su cuerpo contra la espalda viril.

El gruñido de Emmet resonó en su oído, y las fuertes manos la apretaron hundiendo los dedos en las caderas con mayor ímpetu.

Cuando alcanzaron el segundo clímax de la noche, una explosión de calor, violeta, oro y rojo, él la besó de nueva cuenta, tomando, exigiendo, volviéndola loca, haciendo que gritara su nombre.

–¡Oh, cielo santo, Emmet!–

Los gritos de ambos sacudieron la habitación.

El guardaespaldas la mantuvo apretada contra su cuerpo, rodeándola con ambos brazos, y Ariana lo sujetó también.

Ambos con los ojos cerrados, las respiraciones destrozadas, los corazones a punto de estallar.

Cuando la elevada avalancha terminó, Emmet no la soltó, sino que se movió rápidamente recostándose sobre la gran cama, y llevándola a ella consigo, manteniéndola muy cerca de él.

La cantante quedó entonces en sus brazos, contra su pecho, protegida por su enormidad.

Ella lo miró, y acarició su rostro.

Su mirada demostraba todo ese amor que profesaba por él. La ternura, la admiración.

–¿Cómo es posible que te ame tanto?– le dijo en un tono desesperado.

–No tengo idea, pero será mejor que no me lo cuestione–

Ariana rió debido al comentario.

–Te amo porque eres el hombre más maravilloso de todo el mundo– le dijo mirándolo fijamente. –Eres perfecto para mí–

El rubio negó.

–Soy sólo un hombre demasiado enamorado, que ha corrido con un montón de suerte al ser correspondido, pero de perfecto no tengo nada–

–Para mí sí lo eres–

–Ni de cerca, muñeca. A veces todavía tengo miedo de que esto sea un sueño, de que no seas real...–

Emmet se inclinó hacia ella, la besó suave pero profundamente, y después pasó sus dedos por las mejillas acariciándola con las yemas.

–Es real– respondió la castaña en medio de sus besos. –Y es para siempre–

Esta vez él asintió.

–Por siempre– repitió. –Para siempre, mi amor– entonces el beso se hizo más y más denso.

Cuando dejaron de besarse, mantuvieron sus cuerpos abrazados. Ninguno de los dos tenía intenciones de separarse del otro en todo lo que restaba de la noche.

El contacto era esencial.

–Tengo otro obsequio para ti– comentó de pronto Emmet sorprendiéndola.

Ariana frunció el ceño.

–¿Ah sí?–

–Sí– respondió Emmet entusiasmado, y entonces se inclinó para tomar algo que había mantenido guardado en el cajón junto a la cama. De inmediato se lo entregó.

Era una caja forrada con papel que asemejaba una pared de ladrillos unidos con nieve.

La curiosidad mató a Ariana que de inmediato comenzó a romper la envoltura con dedos y uñas.

Finalmente una caja transparente quedó al descubierto, y lo que albergaba dentro la dejó bastante sorprendida.

Se trataba de una muñeca. Literalmente era ella en muñeca.

Una Ariana Grande de plástico en versión miniatura, ataviada en corsé negro entallado, medias de encaje, y zapatillas de tacón. Un collar de perlas adornaba su cuello, y la máscara de conejita Dangerous Woman abarcaba casi todo el rostro de facciones idénticas a las suyas. Desde luego llevaba también la larga e icónica coleta castaña.

Más temprano, frente a toda la familia, le había obsequiado un bolso Louis Vuitton, un oso gigantesco de peluche que por seguro le doblaba el tamaño, y una fascinante lámpara de luna llena en 3D. Todo le había encantado, pero aquello era...

–Cielo santo, ¿dónde la conseguiste?–

Emmet sonrió.

–¿Te gusta?–

El rostro de Ariana lo decía todo.

–¡Mucho!– lo abrazó y depositó un pico en sus labios justo después de que la sacara de su caja. –Jamás había tenido una muñeca mía, bueno sí, en mi época en Victorious, pero la odiaba porque tenía el cabello rojo. Esa era Cat Valentine, pero esta soy yo– la tomó entonces con sus manos, y la admiró. En efecto era ella. Cada detalle. –¿Dónde la compraste?–

–Si estás pensando en que la adquirí en alguno de esos mercados en donde venden artículos pirata o sin permiso oficial, no fue así–

–¿Entonces?– que Ariana supiera, ni su disquera ni Scooter no habían autorizado la realización de aquella muñeca a ninguna marca de juguetería.

–Yo la mandé hacer para ti. Es única en el mundo, y es tuya–

La mirada de la cantante se agrandó con mayor sorpresa, y después se llenó de tiernos y cálidos sentimientos por aquel rubio de ojos grises.

El hecho de que Emmet hubiese tomado de su tiempo para mandar fabricar una muñeca de su imagen le calentó el corazón.

Era un detalle increíble.

–No estaba seguro de que fuera a gustarte, pero...– le dijo él un tanto inseguro.

Ariana negó de inmediato haciéndolo silenciar.

–Me encanta... Gracias– el agradecimiento salió de su boca un segundo antes de volver a besarlo con toda ternura.

Emmet sonrió feliz de que le hubiese gustado.

–Genial–

De inmediato ella se giró del lado contrario de la cama, y tomó un sobre blanco y alargado.

–Yo también tengo algo más para ti–

Esta vez quien frunció el ceño fue el guardaespaldas.

–¿Qué cosa?–

–Toma–

Emmet tomó el sobre, y sacó de él una pequeñatarjeta. De inmediato la leyó.

El chocolate tu favorito es. A la Bake Shop deberás ir para saber qué es lo siguiente que deberás hacer, y quizás un pastel obtener.

– El chocolate tu favorito es. A la Bake Shop deberás ir para saber qué es lo siguiente que deberás hacer, y quizás un pastel obtener– repitió Emmet sin comprenderlo del todo todavía. Continuó con el ceño fruncido. –¿Esto qué significa?–

Ariana suspiró.

Era un hombre a final de cuentas.

–Tú sólo ve a la Bake Shop y da tu nombre en el mostrador– ahí recibiría un pedido junto a la siguiente pista que lo llevaría a una librería. Después a una juguetería, y finalmente a su antiguo departamento en dónde encontraría una cajita de regalo junto a un par de calcetitas diminutas, una sonaja, y las tres pruebas de embarazo que se había hecho en el baño de aquel centro comercial.

Kylie había ido a dejarlo esa misma tarde. Era una amiga estupenda.

–De acuerdo. Ahí estaré– afirmó, aunque no sabía de qué se trataba todo aquello. A decir verdad, no tenía ni idea, pero estaba ansioso por saber.

Luego de aquello, los dos volvieron a recostarse sobre las almohadas, y se prepararon para dormir, aunque ninguno de los dos tenía sueño.

Ariana se mantuvo recostada a su lado, con sus manos pequeñas y suaves contra su pecho.

Emmet la rodeó con ambos brazos, y depositó un beso en su frente.

–Me ha encantado este regalo... Te veías preciosa de Mrs Claus, siempre los estás–

Levantando la cabeza, la cantante recibió un beso más.

Un largo silencio los siguió después. Ambos suspiraron, contentos de estar juntos.

De pronto Ariana volvió a hablar.

–¿Sabes, Emmet? Hay algo que siempre he querido decirte–

Emmet se encontraba muy relajado, así que sonrió.

–Puedes decirme lo que quieras preciosa–

–Bueno... ¿Recuerdas aquella vez cuando me llevaste a la feria de Hillsboro?–

Por supuesto que Emmet lo recordaba. Había sido la noche en que Cobra los había atacado a balazos.

>Maldita escoria...< pensó, y no pudo evitar tensarse.

–Lo recuerdo– asintió.

–Ese día yo te mentí–

Emmet no comprendió de primera cuenta.

–¿En qué?–

–Cuando te dije que no sabía encestar, y tú me ayudaste a hacerlo–

–¿Entonces sí sabías cómo encestar?–

–Pero claro que sabía hacerlo. Crecí con dos hermanos varones, tuve que aprender a patearles el trasero en basketball a pesar de ser pequeña–

–¿Y por qué fingiste lo contrario?– quiso saber.

Ariana se hundió de hombros, y se apretó aún más a él.

–Porque quería que tú me ayudaras. No preguntes por qué, pero es algo que a menudo hacemos las mujeres–

Emmet no pudo evitar reír.

–¿Así que me hice el héroe contigo, y en realidad era todo una farsa?– preguntó entre risas.

La castaña asintió sonriendo inocentemente.

–¿Y por qué es que has decidido contármelo ahora?–

Ella simplemente se hundió de hombros.

–Porque no quiero que haya ni una sola mentira entre nosotros, Emmet, por más pequeña que sea. La honestidad es muy importante para mí–

Al rubio se le detuvo el corazón, y una fea sensación se apoderó de su pecho. La tensión aumentó por segundos.

Mentira.

Honestidad.

Ambas palabras lo aterraban, y era un cobarde por ello. Lo sabía, y lo enfurecía consigo mismo.

–¿Estás de acuerdo conmigo, Emmet?–

Al mirarla, al mirarse en esos sinceros ojitos, Emmet se sintió como una basura.

Un nudo se formó en su garganta, y el corazón le dio un vuelco desagradable.

No fue capaz de hablar al primer segundo. La voz desapareció por momentos.

–Eh... eh... sí. Estoy de acuerdo–

Era un miserable...

¡Joder!

Iba a tener que decírselo pronto. Emmet no podía arriesgarse a que ella lo descubriera todo antes de que pudiese explicárselo él mismo, contarle su versión de los hechos, lo que realmente había ocurrido.

Pero maldita fuera... ¿Cuándo? ¿Cuándo iba atreverse a hacerlo?

Esa noche no, de eso sí estuvo seguro. No pensaba arruinarla de aquella manera.

Pero algún día cercano... Un día de aquellos, Ariana se enteraría de que en realidad su apellido era Garrett, y había aparecido en Butera Corporation únicamente para destruir a su padre.

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Ariana despertó por la mañana, sorprendiéndose un poco al encontrarse sola en la gigantesca cama. Miró hacia todas partes en la habitación intentando encontrar a su amado, sin embargo Emmet no se encontraba por ninguna parte.

Lo primero que hizo fue tomar su celular. Tal y como había imaginado, se encontró con un mensaje de texto proveniente de él.

He ido a resolver un asunto, y a la pastelería. Por favor, no vayas a salir sola. Si necesitas hacerlo, llámame e iré por ti. Te amo. Feliz Navidad.

Ariana sonrió. No pensaba salir porque sabía que si lo hacía, Emmet correría a la finca debido a esa absurda manía que tenía de llevarla y acompañarla a todas partes. Ella prefería que siguiera las pistas sin ninguna interrupción, así que como chica buena, se quedaría ahí pacientemente hasta que se llegara el momento de ir a esperarlo a su antiguo departamento. Le pediría a Ansel o a Liam que la llevaran, pero eso sería más tarde.

Una emoción interna la embargó.

No podía esperar a ver la expresión de Emmet en cuanto se enterara de que iba a ser padre, que en unos cuantos meses tendrían a un pequeño bebé en sus brazos, quizás idéntico a él, quizás idéntico a ella. Quizás niño, quizás niña.

–Ojalá seas niño– susurró Ariana mientras posaba una mano sobre su vientre a manera de caricia. Sintiéndose llena de amor. –Y ojalá te parezcas mucho a tu papi. Él es muy guapo, ¿sabes?– la emoción se multiplicó.

Ese bebé era todas sus ilusiones, sus más grandes sueños junto a Emmet.

Deseaba que el tiempo se pasara muy rápido para poder conocerlo.

Pensaba en eso todavía cuando las ya conocidas náuseas matutinas comenzaron a invadir su cuerpo sin consideración.

Los ojos de Ariana se exaltaron en cuanto comenzó a sentirlas. Un segundo más tarde salió disparada de la cama con rumbo hacia el baño.

El vómito salió de inmediato.

Con sus manos, la cantante se sujetó del retrete para no caer, y terminó de vomitar mientras todo su cuerpo temblaba.

Al terminar cerró los ojos intentando recuperarse del malestar.

Poco a poco fue consiguiéndolo, y al final se dedicó a asearse en el lavamanos.

Aquello era lo único que no le gustaba de estar embarazada. Vomitar a todas horas.

Prontamente exhaló.

Se miró al espejo, y entonces su celular comenzó a sonar.

Pensando en que podría ser Emmet quien la llamaba, tomó con rapidez el costoso aparato. Sin embargo al darse cuenta de que no era su novio , sino alguien muy diferente, la sonrisa en su rostro desapareció.

Era su padre.

Ariana volvió a experimentar el rechazo que le provocaba.

Pensó en ignorar la llamada. Lo último que deseaba era escuchar a aquel hombre, y permitir que le arruinara la felicidad que en esos momentos la llenaba.

El celular dejó de sonar, y Ariana se sintió aliviada. Sin embargo su alivio duró muy poco, pues su padre realizó al instante un segundo intento.

Hacía meses que no hablaba con él. No quería hacerlo, pero algo en su interior la hizo responder.

Quizá porque muy en el fondo no dejaba de quererlo, a pesar de lo malo que había hecho. Se preocupaba por él, y deseaba al menos saber si se encontraba bien.

–¿Papá?–

–Ariana– escuchar su voz fue demasiado extraño. Le resultó casi desconocida. Se había acostumbrado a no escucharla.

–¿Q...qué es lo que quieres, papá?–

–Estoy en Boca Ratón–

Aquella información la sorprendió bastante, sin embargo no dejó que la afectara.

–Supongo que será bueno para ti volver. Y no sé qué es lo que piensen Liam o Ansel sobre esto, pero ahora mismo yo no deseo verte, lo lamento, papá, creo que tú llamada ha sido inútil–

Sin embargo Robert no tomó en cuenta aquel comentario. En esos momentos tenía un asunto mucho más importante que solucionar.

–Ven a la oficina– le pidió.

–No– negó ella de inmediato. –Lo siento, pero no–

–¿Por qué?–

–Ya te lo dije. Porque no quiero verte– Ariana todavía no podía manejar el hecho de que el hombre que le había dado la vida había embarazado a una chica de dieciséis años, y después la había obligado a practicarse un aborto.

–Es urgente, Ariana– insistió Robert Butera.

–¿Para qué, papá? No creo que...–

Sin embargo él la interrumpió.

–Sé perfectamente que no quieres verme ni saber nada de mí, y lo entiendo– en su voz sonaba la vergüenza. –Pero debes venir. Se trata de algo sumamente importante, y tú tienes que saberlo. Se trata de tu propia seguridad, y la de toda la familia. Te lo ruego una vez más... Ven a mi oficina. Aquí estaré esperándote. Feliz Navidad–

Después de colgar, Ariana permaneció mirando su celular por prolongados segundos. Repitiendo las últimas palabras de su padre.

Había sonado serio y preocupado. Era algo importante lo que debía decirle. Tenía que ver con ella y con toda la familia.

De pronto la castaña se encontró dentro de un dilema.

¿Debía ir?

Ariana estuvo haciéndose la misma pregunta casi por treinta minutos.

Finalmente algo en su interior la convenció de ir.

Le tomaría sólo unos cuantos minutos ver a su padre y escuchar lo que él quería decir. Después podía volver y continuar con la sorpresa para Emmet.

Aquel recordatorio la hizo sonreír.

Después exhaló.

Al bajar su mente le recordó lo que Emmet le había pedido.

Por favor, no vayas a salir sola

–¿Karen, sabes si está aquí alguno de mis hermanos?– preguntó a la empleada doméstica.

La muchacha negó de inmediato.

–Su hermano Liam vino muy temprano, desayunó con sus abuelos, y después se marchó. El joven Ansel no se ha aparecido desde ayer–

Sus dos hermanos seguían viviendo en la residencia Butera, por lo contrario de ella que había decidido no volver más. Al menos no durante esas vacaciones. Prefería la tranquilidad de la finca.

–¿Y mi abuelo?–

–El señor Frank salió hace unos momentos–

Ariana asintió.

–Bien, gracias, oh y Feliz Navidad–

La empleada sonrió.

–Feliz Navidad, señorita–

Enseguida Ariana corrió en busca de su abuela. Tal y como esperó, la encontró regando y podando su preciado jardín.

–Nonna, buenos días, feliz Navidad–

–Oh, ya despertaste, bella durmiente– bromeó la anciana haciendo referencia a lo avanzada que iba la mañana. –Feliz Navidad–

Ariana rió y enseguida compartieron un abrazo.

La realidad era que si se había despertado tan tarde era porque había pasado interminables horas de su noche haciendo el amor apasionadamente con su hombre. Aquel rubio de enigmáticos ojos grises.

Sin embargo habían cosas que nunca confesaría a Nonna, por más mente abierta que esta tuviera. En el fondo Ariana era un tanto pudorosa.

–Feliz Navidad, Nonna–

En aquel momento Marjorie miró fijamente a su única nieta. La niña de sus ojos, una réplica de la hermosísima mujer que había sido su Jessica.

Años de experiencia reflejaban los cálidos ojos de la anciana.

Hubiese sido imposible engañarla.

Lo supo al instante, y fue una inmensa sorpresa para ella.

Se preguntó después cómo es que no lo había notado antes. Sin embargo en ese momento fue muy claro para ella.

Tan claro como si lo estuviese leyendo en su frente.

Las lágrimas la inundaron. Lágrimas de felicidad, y de ilusión. Un sentimiento exactamente igual al que había sentido cuando se enteró de que sería abuela por primera vez.

–¿Por qué no me lo habías dicho?– le preguntó con la emoción atascada en su garganta.

Ariana la miró sin comprender del todo a qué se refería.

–¿De qué hablas Nonna?–

La sonrisa en la mujer mayor se agrandó.

–Oh, mi cielo, a mí no me puedes engañar. Lo sé. Te lo he visto en la mirada. Estás embarazada–

A Ariana le causó una grandísima impresión el hecho de que su abuela lo hubiese adivinado tan de repente.

–N...Nonna, ¿cómo lo supiste?– preguntó sorprendida.

La abuela negó y sonrió. Se acercó a ella, y colocó una de sus arrugadas pero cuidadas manos sobre la planicie de su vientre, pensando en lo maravilloso que era saber que ahí se encontraba su primer bisnieto.

–Eres mi niña, ¿cómo no iba a saberlo?– más lágrimas llenaron su rostro, y estas aparecieron de inmediato también en el de Ariana.

Ambas se abrazaron con gran amor.

El sentimiento se multiplicó.

Nonna tomó a su nieta del rostro, y la miró. No mencionó nada respecto a lo joven que era, o el hecho de que no estuviese casada con Emmet.

Nada de aquello importaba cuando veía la felicidad y el montón de ilusiones que llenaban su rostro.

–Vas a ser mamá–

Entre lágrimas, Ariana sonrió y asintió.

–¡Por todos los cielos!–

De inmediato se abrazaron, esta vez con más fuerza.

–¿Emmet lo sabe?–

Ariana negó.

–Aún no, pero esta misma tarde lo sabrá–

–Ese hombre va a enloquecer de felicidad–

–¿Lo crees así, Nonna?– preguntó la castaña ilusionada.

Marjorie no lo dudó ni un instante.

–¡Pero claro que sí! Te ama tanto, y te amará aún más cuando sepa que le darás un hijo–

Sí, Ariana también podía imaginarlo. Su corazón le decía que Emmet amaría a aquel pequeñito fruto de su amor.

Podía imaginarlo.

El guardaespaldas con aquel bebé en sus fuertes brazos, criándolo con todo su amor, jugando con él, enseñándole cosas, protegiéndolo.

Emmet iba a ser un papá maravilloso. No tenía duda de ello.

Quizá Ariana no había pensado en ser madre, pero el destino había decidido que lo fuera, y ella no podía sentirse más feliz de saber que lo haría junto a aquel increíble hombre.

>Ojalá tenga tus ojos< repitió ese mismo pensamiento.

Porque esos ojos eran lo más hermoso que había podido ver en toda su vida entera.

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Emmet estaba ansioso por llegar a la Bake Shop, sin embargo antes de hacer aquello necesitaba hacer una cosa... Y eso era encontrarse con Ryan Gosling.

Más presuntuoso, más presumido, y también más bronceado después de su estadía en las Playas de Latinoamérica.

En los últimos meses aquel sujeto había demostrado ser un gran amigo, no sólo ayudándolo con sus habilidades intelectuales sino también con su lealtad, y aquello era algo que Emmet siempre agradecería.

–Bueno, Emmet, sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, siempre y cuando reconozcas que yo era el más guapo de la universidad–

Ryan nunca desaprovecharía el momento para uno de sus siempre peculiares comentarios.

Emmet rodó los ojos, sin embargo no pudo evitar reír.

Debía admitir que era un hombre simpático a pesar de todo.

–Sabes que eso no es verdad. El más guapo era yo, pero si te hace feliz creer que eras tú, de acuerdo– bromeó.

Ryan lo miró con ironía pero también rió.

–Yo tengo recuerdos muy diferentes, pero discutiremos esto después–

Emmet no pudo estar más de acuerdo. En esos momentos todo lo que deseaba era ponerse manos a la obra.

–¿Me dijiste que era sobre ese asunto del acosador de tu novia? ¿Averiguaste si en verdad se trataba de aquel mocoso que fuiste a ver a la cárcel de Philadelphia?–

–Sí, el asunto se trata sobre él. Y no, Jackie Radinsky no es Cobra. Por eso es que estoy aquí–

–¿Entonces quién es?–

–Ese es el quid de la cuestión. Sigo sin saber quién demonios es ese maldito hijo de puta, y ahora más que nunca necesito saberlo. Ya llegó demasiado lejos involucrando a un chivo expiatorio para distraernos, así que no puedo arriesgarme, y esperar a que simplemente decida actuar. Tengo que encontrarlo y acabarlo. No toleraré ni una sola amenaza hacia mi mujer–

Ryan mostró una gigantesca sonrisa al ver con cuánta pasión y determinación estaba Emmet dispuesto a cuidar de la pequeña Ariana.

–Fascinante, Garrett. Estás enamorado. Y mucho, por lo que veo. Esto es mejor que una película– bromeó.

El rubio exhaló y estuvo poco dispuesto a discutir sobre aquello. No tenía sentido hacerlo cuando Ryan tenía toda la razón, y él no iba a negárselo.

–Tienes que ayudarme, Gosling– le pidió.

–Cuenta conmigo, amigo– le dio la mano en señal de un trato cerrado. –Te ayudaré a encontrar a ese degenerado, y después lo sostendré para que le rompas la cara–

Emmet ansió que ese momento llegara. Lo ansió demasiado.

–¿Tienes algún sospechoso?–

Emmet no pudo evitar pensar en todos los hombres que habían pasado por la vida de su preciosa Ariana, y tensarse ante la posibilidad de que cualquiera de ellos pudiese ser Cobra.

–Un montón, pero hay uno solo que tengo en la mira–

–¿Y es...?– inquirió Ryan curiosamente.

–Nathan Sykes–

–¿El que estuvo comprometido con ella?–

Emmet asintió, y apretó los puños al pensar en el percance de la noche anterior durante la cena de Nochebuena.

–Ese mismo–

–No será problema para nosotros. Lo mantendré vigilado. Cualquier error que cometa, y ¡boom! Lo tendremos–

El rubio asintió, pero antes de que pudiera decir algo, su celular sonó con la alerta de un mensaje. Pronto miró la pantalla para ver de quién se trataba.

Frunció el ceño al encontrarse con aquel maldito Unkwon Number.

Antes de que abriera el mensaje, ya se encontraba con un nudo en el estómago que lo mantuvo en completo estado de tensión.

Pagarás por haberla tocado. Pagarás por haberla arrebatado de mi lado.

–Cabrón...–

Enseguida se lo mostró a Ryan, quien arqueó las cejas sorprendido, y soltó un silbido.

–Joder, sí que está obsesionado con Ariana–

–Es hombre muerto– juró.

Sin embargo no consiguió relajarse. La extraña sensación que había estado perdurando en su pecho desde horas antes del amanecer fue muy fuerte en esos momentos.

De inmediato comenzó a marcarle.

–¿Emmet?–

Escuchar su delicada y dulce voz le causó una agradable sensación en medio de sus más terribles temores.

–¿Todo bien, preciosa?–

–Eh...– Ariana dudó por unos instantes. No sonó divertida ni ilusionada con aquel asunto de la pastelería y las pistas, y eso lo hizo extrañarse.

–¿Qué es lo que pasa?– le preguntó.

–Papá está en Boca– respondió, y Emmet pudo escuchar la consternación en su voz. Sabía que el tema de su progenitor era todavía delicado.

–¿Y cómo te sientes?–

–No lo sé– respondió honestamente.

–Te escucho preocupada. ¿Hay algo más?–

–Sí–

La afirmación hizo que Emmet tuviera otro fuerte presentimiento, aunque no pudo saber de qué demonios iba todo aquello.

–Me ha pedido que vaya a la empresa. Dijo que tiene algo muy importante qué decirme–

–¿Y quieres verlo?–

–No, pero acepté hacerlo–

–Bien– asintió el guardaespaldas. –Espérame en la finca, y yo mismo te llevaré–

–No, no, Emmet. Yo... yo ya vengo de camino–

–¿Está Ansel o Liam contigo?–

–No. Vine sola. Tomé uno de los autos del abuelo. Justo voy llegando–

Aquello no le agradó a Emmet. No le agradó en absoluto, pero no era momento de regañarla. A final de cuentas ella no sabía todavía que el verdadero Cobra se encontraba encarcelado. Sin embargo iba a tener que decírselo pronto, así ella comprendería su pánico a dejarla salir sola.

–De acuerdo. Espérame ahí. Voy para allá–

Al instante Emmet colgó.

Miró a Ryan fijamente.

–Tengo que irme–

–Sí– asintió su amigo. –Y será mejor que le cuentes cuanto antes todo lo que sabes de su acosador, de otro modo esa chica seguirá dándote estos sustos de muerte atreviéndose a salir a la calle sin protección–

–Eso mismo haré. Gracias, Gosling– se despidieron informalmente, y enseguida el rubio salió de ahí.

En cuanto estuvo tras el volante de su automóvil, Emmet exhaló.

La opresión en su pecho fue en esos momentos más fuerte que antes.

–¿Qué mierda es lo que está ocurriendo?– preguntó al aire, al viento, a la fría mañana.

Miró por la ventana, el cielo gris le informó que algo catastrófico se avecinaba.

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Al entrar a la empresa, a Ariana no le sorprendió encontrar el vestíbulo vacío. Era Navidad, nadie trabajaba en Navidad. El único capaz de encontrarse en aquel lugar en semejante día, era desde luego su padre.

Sacudió la cabeza y exhaló deseando que aquello terminara pronto para poder marcharse con Emmet.

Subió por el elevador, y cuando las puertillas se abrieron, algo la hizo detenerse por un instante.

De pronto sintió un fortuito deseo de dar media vuelta y marcharse. No deseaba ver a su padre, y aún menos deseaba escuchar lo que lo que tenía para decirle, sin embargo se encontraba ya ahí. Debía afrontarlo.

Tomó aire, y así mismo continuó con su camino.

Llegó a la oficina principal, y no se molestó en pedirle a Wendy que la anunciara porque la empleada no se encontraba.

El piso se encontraba vacío tal y como el vestíbulo.

Tocó a la puerta en cuanto estuvo en frente, no entró sino hasta que escuchó la voz de su padre.

–Adelante–

Al entrar se paró en seco cuando se dio cuenta de que su padre no estaba solo. Perlman Sykes se encontraba haciéndole compañía.

Ariana rodó los ojos. Lo único que le faltaba era tener que soportar la presencia de su ex suegro ahí mismo.

–Ariana– al verla, Robert se puso en pie. Habían sido meses de no verla, y el hacerlo en ese momento le causó una interna alegría que fue incapaz de disimular.

Sin embargo Ariana no sonrió, y mucho menos corrió a abrazarlo como quizás antes hubiese hecho luego de no haberlo visto por tanto tiempo.

–¿Qué es lo que tienes que decir, papá? Quiero marcharme cuanto antes–

–¿No vas a saludarme? ¿A desearme una feliz Navidad? Sigo siendo tu padre, Ariana–

–Papá, por favor no me hagas tener que hablar de Shailene, y lo que le hiciste, así que ahórrate todo este teatrito. Las cosas ya no son como antes. Ya no te veo como antes. Para mí eres ahora un desconocido–

Luego de sus duras palabras, la oficina se quedó en silencio.

El rostro de Robert Butera palideció.

Perlman carraspeó, mostrando incomodidad por la familiar y problemática escena.

–Es un gusto verte, Ariana. Feliz Navidad– la saludó.

Por pura cortesía, la cantante respondió.

–Feliz Navidad, Perlman– obligó las palabras. Después de aquello lo ignoró, y regresó toda su atención a su padre. –¿Ahora sí vas a decirme todo ese asunto del que hablaste por teléfono?–

Robert asintió.

–Perlman, déjanos solos por favor–

Sykes asintió y enseguida se dirigió hacia la puerta para marcharse, sin embargo en el momento en que abrió la puerta, los tres se llevaron una enorme sorpresa...

Emmet se encontraba ahí.

Al verlo Ariana, lo primero que hizo fue correr a su lado. De entre todos ahí, era él el único que le inspiraba confianza, así que sentirlo a su lado era gratificante.

Esperó a que su padre hiciera algún comentario exigiéndole privacidad, pero en lugar de aquello hizo un asentimiento hacia Perlman, que le respondió con otro gesto aparentemente discreto. Después de eso salió de la oficina.

Emmet la miró significativamente, comunicándole que estaba ahí para brindarle seguridad y apoyo.

–Voy a esperarte afuera– le dijo.

Ariana asintió, pero antes de que Emmet pudiese siquiera acercarse a la puerta, la voz de Robert los detuvo.

–Alto– les dijo. –Quiero que se quede–

Para el rubio resultó bastante extraña aquella petición.

Un montón de alertas internas se activaron, y sin poder evitarlo comenzó a sudar. Las entrañas se le revolvieron.

La castaña también estaba confundida. Quería saber de qué iba todo aquello.

El silencio que siguió les causó escalofríos. Ariana y Emmet se miraron. Él la sujetó del brazo, y su mano la recorrió en una suave y confortante caricia.

Sin embargo Robert que había estado observando, saltó de inmediato.

–¡Suelta a mi hija, desgraciado!– le exigió.

Ariana miró a su padre con el ceño fruncido.

–Papá, ¿pero qué...?– de inmediato enfureció. –Emmet es mi novio, no tienes ningún derecho a actuar de este modo–

Robert negó.

–Tengo todo el derecho, porque yo te di la vida– le dijo en tono frío. –Además tengo motivos, motivos muy poderosos– mientras decía aquello caminó hacia ellos colocándose justo en el medio, dejando a su hija tras su espalda, y confrontándose con Emmet cara a cara.

Lo miró con desprecio y altivez. Después se giró de nuevo hacia su hija.

–Sé que no soy perfecto, cometí un montón de errores, pero te amo, Ariana, eres mi hija, y siempre te protegeré–

Ariana continuaba sin comprender de qué demonios estaba hablando.

–Papá... ¿A qué te refieres?–

–Tú ahora no lo entiendes, pero estoy seguro de qué Emmet sí sabe a qué estoy refiriéndome–

A Emmet comenzó a faltarle el aire, y los pulmones le ardieron. Enseguida se tensó.

Sabía lo que se avecinaba. Lo había sabido. La sensación de premonición lo había estado acosando desde el amanecer, pero no había podido saber qué era lo que le había estado advirtiendo. Ahora lo sabía.

–¿Se lo digo yo o se lo dices tú?– le preguntó Robert.

Ambos hombres se miraron fijamente.

Desde luego Emmet sabía que aquel hombre no iba a perderse de la satisfacción de decírselo él mismo.

Ariana reclamó entonces su mirada, preguntándole con aquellos preciosos ojitos confundidos.

Sin embargo Emmet no habló. La garganta se le había cerrado en un nudo.

Había sabido que tenía que decírselo. Había sabido que tenía que hacerlo antes de que alguien más lo hiciera, pero era tarde ya, y su peor pesadilla estaba haciéndose realidad.

Lo habían descubierto. No tendría ya oportunidad.

Butera lo había jodido, y ahora pretendía acabar con él tal y como lo había hecho con su padre.

–Ariana lamento mucho tener que romperte el corazón con lo que voy a decirte, pero prefiero eso, a ver cómo este hombre te destruye–

Ariana que cada vez entendía menos, miró a su padre como si de pronto le hubiese crecido un tercer ojo en la frente.

–¿Destruirme por qué? Papá, no seas ridículo. ¿Estuviste bebiendo?–

–No, no he bebido ni una sola gota de alcohol, y tampoco es una ridiculez lo que te he dicho. Este...– señaló a Emmet despectivamente. –...tipejo quiere vengarse de mí–

La confusión en Ariana se multiplicó incluso más.

–¿Vengarse? ¿De... de qué hablas?–

Emmet negó casi desesperado.

–Ariana, te juro que hay una explicación para todo esto. ¡Te lo juro!–

–¡Explicación, y un cuerno!– intervino Robert enfurecido. –Aquí no hay explicación de nada, salvo la verdad– apuntó entonces al rubio. –¡Este maldito no es más que un impostor! ¡No es un guardaespaldas de verdad! ¡Su apellido ni siquiera es Wyatt! ¡Ariana, tienes que creerme! ¡No se acercó a nosotros por casualidad, sino únicamente porque deseaba venganza! ¡Deseaba hacernos daños!–

Pero Ariana sacudió la cabeza, un tanto abrumada ante la posibilidad de que Emmet pudiese querer hacerle daño.

–Papá, creo que has enloquecido– le dijo verdaderamente preocupada.

–No, esto es verdad. Hace algunos años, tuve un socio que tomó muy malas decisiones, y tuvo una pésima administración, así que quebró, y todo aquello lo llevó a la muerte. Se suicidó, y resulta que este malnacido es su hijo, quien ha decidido culparme a mí de los errores de su padre–

Entonces Emmet explotó, y aunque deseó evitarlo, se lanzó contra él sujetándolo de su camisa en un acto más violento que sensato ante los incrédulos ojos marrones de Ariana.

–¡Di la verdad, Butera!– lo amenazó agresivo. –¡Di la maldita verdad! ¡Tú lo estafaste! ¡Tú fuiste el culpable de su muerte! ¡Eres un asesino!–

–¡Cielo santo, Emmet! ¡Suelta a papá!– exclamó ella horrorizada.

Escuchar la dulce voz de la mujer de su vida, hizo que el rubio recuperara su cordura. Soltó al padre de Ariana, pero Robert ya se encontraba demasiado alterado.

–¡¿Lo ves?! ¡Te lo dije! ¡Te dije que este imbécil me odia y por eso quiere vengarse de mí! ¡Me ha culpado de la muerte de su padre, y ahora pretende pegarme en donde más me duele! ¡¿No lo ves, Ariana?! ¡Pretende vengarse de mí mediante ti!–

–¡Nooo!– gritó Emmet en medio de su desesperación. –¡Ariana, tienes que escucharme! ¡Yo jamás te haría daño! ¡Te lo juro!–

En esos momentos Ariana ya no sabía qué pensar. Qué creer.

Emmet había acusado a su padre de ser un asesino, admitiendo que la historia del padre muerto era cierta.

>Oh, cielo santo<

Su padre tenía que estar diciendo la verdad.

A Ariana se le revolvió el estómago mientras algo se rompía en su corazón. Sintió que se quedaba lívida. Las lágrimas que podía sentir surgiendo en las profundidades de su alma amenazaron con derramarse.

–¿Me... me has utilizado para tu venganza?– preguntó mirándolo fijamente.

La mirada estaba llena de vergüenza, pero no respondió todavía.

–¡Contesta, Emmet!– se acercó a él, y golpeó su pecho para hacerlo reaccionar.

El rubio se mantuvo congelado en su sitio.

Ariana comenzó a desesperarse más.

–¿Te acercaste a nosotros sólo para vengarte?–

Oh, joder...

Emmet no podía seguir mintiéndole.

¿Pero cómo iba a admitir que todo era verdad? ¿Que se había acercado a ella con el afán de destruir a su padre?

Admitirlo iba a hacer que lo odiara, cuando lo único que él deseaba era tomarla entre sus brazos, abrazarla, besarla y decirle que la amaba con todas sus fuerzas.

–Sí, Ariana...– susurró, y su voz sonó a agonía.

El rubio intentó soportar el horror que vio relampaguear en el rostro de su amada. Pero el desprecio que al segundo apareció fue insoportable. Su rostro sin color, y los ojos marrones brillando a causa de las lágrimas.

La vio desmoronarse en un segundo, y para él fue como si una garra le estuviese apretando el corazón haciéndolo sangrar.

Quería abrazarla, quería decirle que todo era mentira... Necesitaba desesperadamente borrar aquella expresión de dolor en su rostro, pero no podía... ¡Mierda! ¡No podía! No podía seguir mintiendo. Ya no.

–Esa parte es cierta, pero antes de que creas todo lo que ha dicho tu padre, tienes que escucharme– le rogó. –¡No todo es como parece, Ariana! ¡Tienes que creerme!–

Ariana negó. Por un instante lo miró. Lo miró y a sus ojos parecía seguir siendo aquel rubio de mirada gris que la había protegido de toda amenaza, que había jurado amarla más que a su propia vida, con quien había procreado un hijo...

¡Cielo santo, su hijo!

Pero ahora no podía detenerse a pensar en el bebé, de otro modo iba a enloquecer de verdad.

Había estado tan feliz con la llegada de ese pequeñito, amando al hombre que lo había engendrado, y creyendo que era amada del mismo modo, pero la realidad fue como una bofetada.

Emmet no la había amado de verdad. La había enamorado únicamente por venganza. Y ella había caído como una estúpida.

Sacudió la cabeza con los ojos llenos de lágrimas, sintiendo un dolor devastador que le desgarraba el alma y destruía su última esperanza.

Buscó entonces los ojos de él. Emmet le devolvió la mirada con ojos llameantes, angustiado, desolado. De pronto Ariana deseó acercarse a él, rodearlo con sus brazos, y dejarse rodear por el calor de su inmenso cuerpo, deseó que el mundo volviera a ser normal una vez más, que él la amara tal y como había dicho que lo hacía.

Le había fallado, y el guardaespaldas no supo cómo manejarlo. Le había fallado, y la había herido. Podía ver en su expresión desfigurada por el llanto cuánto daño le había hecho, y esa certeza sólo terminó de destruirlo.

–Ariana, lo siento. Lo siento muchísimo– Emmet la miró a los ojos ansiando ver en ellos su perdón.

Pero no lo encontró.

En medio de su dolor, la cantante dio un respingo.

¿Lo sentía? Emmet le había arrancado el alma entera, ¿y ahora decía que lo sentía?

El dolor volvió a desgarrarla cruelmente dejándola hecha pedazos, mientras sus labios temblaban intentando contener los sollozos que amenazaban con ahogarla.

–Hiciste que te amara– le recriminó con voz quebrada. –Esa iba a ser tu venganza, ¿o no? Conseguir que la hija de tu peor enemigo te amara... Y yo te lo dije tantas veces mientras...–

Mientras él le hacía el amor.

Oh, pero Emmet no le había hecho el amor ni una sola vez. Sólo había utilizado su cuerpo, y ahora ella quería vomitar de rabia e indignación al pensar en eso mientras las emociones disipadas la destrozaban.

Ariana se llevó una mano a la boca para ahogar un grito. Se sentía asqueada. Aquello estaba resultando ser una pesadilla. La asaltó entonces un mareo repentino.

Al darse cuenta de su inestabilidad, el rubio intentó acercarse a ella para sujetarla, sin embargo como una gata encolerizada, Ariana maniató y se zafó de su agarre.

–¡Maldita sea, no vuelvas a tocarme!– entonces le soltó una bofetada, tan llevada por la violencia que le hizo voltear el rostro.

La mejilla de Emmet ardió, y reflejó al instante una marcada silueta rojiza. Pero más que el golpe, lo que dolió en su sangre fue el rechazo, el asco que ahora demostraba por él.

–Preciosa, escúchame...– le rogó.

Ariana estuvo a punto de recriminarle que dejara de llamarla de aquel modo, sin embargo no hubo tiempo para ello.

Un segundo más tarde la puerta de la oficina se abrió dando paso a Perlman que entró con Van Damme y un montón de policías tras su espalda.

–¡Es él!– apuntó a Emmet en primer instante.

–¡Arréstenlo!– exigió Robert contento de verlos aparecer.

Todo el cuerpo policial se fue entonces contra el rubio que puso toda resistencia.

–¡Suéltenme!– gritó desesperado. –¡Ariana, tienes que creerme!– le suplicó.

Hicieron falta cuatro hombres para conseguir sujetarlo, pero Emmet continuaba forcejeando con cada uno de ellos.

–¡Ariana, créeme, te lo ruego! ¡Te amo, muñeca! ¡Te amo! ¡Jamás hubiese querido lastimarte!–

La cantante sacudió la cabeza, jadeando por aire mientras empujaba los dedos por su cabello, conteniendo los sollozos que seguían formándose en su garganta.

Abrumada al verlo siendo arrestado suplicándole que le creyera, Ariana comprendió al fin el peso de su situación.

Había sido engañada, y ahora estaba destrozada y embarazada.

Un escalofrío recorrió su espalda, y luego de aquello su organismo decidió que aquel era el momento indicado para desmayarse.

Una nube oscura se apoderó de todos los sentidos de Ariana, y al segundo cayó desmayada.

–¡Arianaaaa!– Emmet gritó desesperado en cuanto la vio en el suelo, inconsciente, frágil, vulnerable. Sus fuerzas se multiplicaron, y los policías lo sintieron. De inmediato se acercaron dos refuerzos más para ayudar a dominarlo. –¡Mierda! ¡Suéltenme! ¡Tengo que ir con ella! ¡Ariana!– estiró sus brazos intentando alcanzarla, pero no lo consiguió.

–¡Princesa!– Robert Butera corrió junto a su hija, tomando su rostro e intentando reanimarla. –¡Perlman, llama a una ambulancia!– pidió consternado.

Su socio y amigo sacó rápidamente su celular y comenzó a marcar.

–Llamaré a mi médico de cabecera–

–Mejor– asintió Robert en acuerdo.

–¡Ariana!– Emmet continuó gritando y sollozando por la mujer a la que tanto amaba. –¡Necesito ir con ella!–

Robert lo miró con odio.

–Levanta a mi hija– le exigió a Van Damme, quien lo obedeció velozmente. –Colócala en el sofá–

El jefe de seguridad levantó a Ariana sin ninguna dificultad, y prontamente la recostó sobre los cojines del sofá de la pequeña sala.

Por su parte Robert se giró hacia Perlman que ya había terminado su llamada.

–Mi médico viene para acá– le informó.

Robert asintió.

–Llévenselo de aquí. Voy a refundirlo en la cárcel– escupió las palabras con gran desprecio.

–¡Noo!– gritó Emmet que de nueva cuenta hizo esfuerzo de zafarse aunque sin lograrlo. Los policías lo sometieron y lo sacaron de la oficina a entre golpes y empujones.

Luego de aquello Ariana quedó en la oficina sola con su padre y su ex suegro, en un estado de completo desmayo.

–Fue un golpe demasiado duro para ella– comentó Robert preocupado, que de inmediato se sentó a lado de su hija, y acarició su rostro con cariño. –Pero ese maldito me las pagará. Nadie puede hacerle daño a mi princesa, y seguir como si nada. Lo acabaré–

Perlman asintió.

–Sabes que cuentas conmigo. Ese imbécil está acabado. Drogas, homicidio, red de prostitución, violación, tú sólo escoge, del resto se encargará mi contacto–

Robert sonrió.

–Acusarlo de violación suena tentador, pero no quiero que el nombre de mi princesa se vea involucrado en algo como eso. Lo acusaremos de estafa–

Perlman asintió en acuerdo.

–Tus deseos son órdenes, Rob– contestó casi emocionado.

Robert volvió su mirada hacia su hija, y de nuevo la preocupación lo llenó.

–Pero de eso nos ocuparemos más tarde. Ahora lo único que me importa es la salud de Ariana. ¿Cuánto va a tardar ese doctor tuyo en llegar?–

Robert miró su reloj y estuvo a punto de responder cuando ambos se dieron cuenta de que Ariana comenzaba a reaccionar.

–¡Gracias al cielo!– exclamó Robert feliz. –Princesa, ¿cómo te sientes?–

El mareo y los malestares habían abandonado el cuerpo de la castaña, sin embargo todavía sentía la cabeza pesada, y nose sentía capaz de abrir los ojos por completo.

No respondió a la pregunta de su padre. Por un segundo no fue capaz de recordar nada de lo que había ocurrido, sin embargo en cuanto lo hizo, todo en su interior se alteró.

–¡Emmet!– gritó porque el nombre de ese hombre fue lo primero que apareció por su mente. Después intentó incorporarse desesperadamente negándose a preguntar por él.

Lo último que recordaba era que había sido detenido por la policía.

No preguntaría más.

–No, no, hija, no te muevas. El doctor ya está de camino–

Ante aquello, los ojos de la castaña se agrandaron con horror.

No podía permitir que un doctor la viera en esos instantes. Descubriría que estaba embarazada, y por seguro lo contaría. Ariana no quería que su padre lo supiera todavía, y Perlman aún menos.

–¡No! No, no, no– negó numerosas veces. –Yo no necesito que me vea ningún doctor. Ya estoy perfectamente bien– se puso en pie y consiguió probarlo, sin embargo las lágrimas todavía húmedas en su rostro la delataban. No se encontraba bien en lo más mínimo.

–Pero, Ariana, te has desmayado– argumentó su padre.

–Tu papá tiene razón, Arianita. Deberías dejar que te revisen–

Ella negó.

–Ya estoy bien. Sólo fue un... un desmayo– aclaró. –No pienso quedarme aquí un solo instante más. Me voy a casa– caminó hacia la puerta, y se alegró de hacerlo sin tambalearse.

Robert la detuvo.

–Espera no puedes irte así–

–Yo puedo llevarla– se ofreció Perlman prontamente.

Aquella idea tranquilizó a Robert.

–Sí, sí, por favor, Perlman, hazlo–

Ariana se encontraba tan abatida que ni siquiera tuvo ganas de replicar, así que simplemente aceptó que fuese su ex suegro quien la llevara. Se adelantó unos momentos porque no soportaba seguir ahí.

Perlman y Robert se miraron.

–Haz que llegue sana y salva–

–Lo haré, y de pasó le diré a LeBlanc que ya no es necesario que venga–

–Llévala a casa, no a la finca, y asegúrate de que entre. Yo llamaré a los muchachos para pedirles que no la dejen salir–

Perlman asintió, y después salió tras Ariana.

El camino fue largo y silencioso.

Claramente la joven no deseaba hablar, así que Perlman ni siquiera hizo el intento de entablar conversación.

Cuando llegaron a la residencia Butera, Ariana ni siquiera protestó el hecho de que la hubiese llevado ahí, y no a la finca de sus abuelos. Lo que deseaba era encerrarse en su habitación y estar sola para poder llorar sin que nadie la mirara.

Bajó del elegante auto de Perlman Sykes, sin esperar siquiera a que él le abriese la puerta. Tampoco se detuvo a darle las gracias, tan solo corrió y entró a la gran casa.

De la puerta salieron Ansel y Liam un tanto sorprendidos.

El hermano de en medio corrió tras ella, mientras el mayor se acercó a Perlman para preguntarle qué había ocurrido.

–Tu hermana está muy mal, deberías ir con ella y consolarla–

–¿Pero por qué está así? ¿Le hicieron algo? ¿Dónde está Emmet?–

Ante la mención del guardaespaldas, Perlman realizó una mueca entre burlona e irónica.

–Será mejor que ella misma te lo cuente. Yo sólo la traje como un favor especial hacia tu padre, porque los aprecio y los considero mi familia–

Liam asintió.

–Sí, sí, y te lo agradezco, Perlman– enseguida le dio la mano en despedida, y con rapidez entró de vuelta a la casa.

Corriendo subió escaleras, y consternado llegó hasta la puerta de la habitación de Ariana, en donde un Ansel completamente angustiado hacía vanos intentos de abrirla.

–¡Ariana, abre!– le pedía con preocupación.

–¡Ariana!– exclamó Liam mientras tocaba en repetidas ocasiones.

Pero el seguro de la puerta no se escuchó abrirse. Y en su lugar los dos hermanos Butera escucharon los dolorosos sollozos de su hermanita menor.

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Robert Butera entró a la Delegación de Boca Ratón con seguridad y arrogancia.

Tal y como si conociera el lugar, se acercó al recibidor ignorando por completo a las demás personas que hacían fila para expresar sus solicitudes.

El guardia que se encontraba en turno lo miró con el ceño fruncido por su atrevimiento.

–Soy Butera– exclamó él con frialdad, y ante la mención del importante apellido, el policía exaltó los ojos, y se incorporó de inmediato.

–Oh, sí, sí, claro. Señor Butera, el oficial Gibson lo espera– prontamente le mostró la puerta que lo llevaría hasta la oficina de aquella persona. –Acompáñeme por favor–

Robert siguió al hombre, que finalmente lo llevó a donde había prometido.

En efecto, el oficial Gibson lo esperaba.

Emitió una discreta sonrisa en cuanto lo vio, y le mostró un asentimiento.

Lo siguiente que hicieron fue estrecharse las manos.

El joven policía se marchó para darles privacidad y volver a su puesto.

–Perlman Sykes ha llamado a mi jefe, y tenga por seguro que ya nos estamos ocupando del caso– le dijo con eficiencia. –Garrett no tendrá oportunidad de salir de aquí, al menos no hasta que le salgan canas y comience a caérsele la dentadura–

Robert lo miró con ojos entornados.

–¿De cuánto estamos hablando?–

–Entre sesenta y cincuenta y cinco años– contestó el oficial.

–Que sean setenta– sonrió Robert, una sonrisa que prometía una cuantiosa recompensa en miles de dólares.

Gibson la comprendió, y regresó su sonrisa en respuesta.

–Setenta serán. Pero tendremos que agregarle algunos agravios más–

–Además del robo millonario que hizo a mi empresa, podemos agregar que no he sido su única víctima–

Al oficial le agradó.

–Delo por hecho–

De nuevo los dos hombres estrecharon sus manos dando por pactado su trato.

–Quiero verlo– dijo entonces Robert.

–Por supuesto, señor. El tiempo que usted desee–

Enseguida lo condujo hacia el área de celdas.

Gibson compartió unas cuantas palabras con el vigilante, quien asintió y enseguida les permitió el paso.

Caminaron por el corto pasillo, y finalmente llegaron aquella, en la que Emmet Garrett se encontraba.

Al ver a Butera, los ojos del rubio relampaguearon, y prontamente se acercó a los barrotes.

Gibson se marchó discretamente.

Robert se mantuvo en silencio mirándolo fijamente.

–¡¿Cómo está Ariana?!– fue lo primero que Emmet preguntó, parecía desesperado, demasiado angustiado, pero no por estar ahí, sino por la salud de aquella pequeña y hermosa castaña. –¡Te lo ruego, Butera! ¡Dime cómo está Ariana! ¡¿Qué fue lo que le pasó?!–

Lo siguiente que se escuchó fue una larga carcajada.

Emmet se quedó quieto mientras observaba cómo Robert reía estrepitosamente. Exhaló con tensión, y después cerró los ojos, intentando no enfurecer ante él.

–Oh, caramba, pero qué curiosa sorpresa– exclamó todavía entre risas burlonas. –¿El vengador terminó enamorado de su medio para vengarse?– un montón de risotadas más acompañaron la pregunta. –La amas, ¿cierto, imbécil?–

Resultaba obvio que Robert disfrutaba de todo aquello. Emmet no se molestó en mirarle.

–Sí– admitió. –La amo, y estoy seguro de que encontrarás la manera de hacérmelo pagar–

–Oh, ¿qué comes que adivinas?– la sonrisa malvada se hizo más y más grande. –Te voy a destruir, Garrett. Vas a desear estar muerto–

Las palabras golpearon duramente en el pecho de Emmet.

–¿Esas fueron las palabras exactas que le dijiste a mi padre?–

Involuntariamente Robert se tensó.

Se miraron a los ojos por prolongados segundos.

Robert negó.

–Yo no le dije nada de eso a tu padre, porque no soy culpable de nada de lo que me has acusado. Yo no lo estafé, y tampoco causé su muerte. Te pasaron la información errónea, pedazo de idiota–

Emmet pensó en que era inútil discutir sobre aquello, cuando el pasado, pasado era, y cuando lo importante en ese momento era solamente Ariana.

–Te juro que lucharé por Ariana y por su perdón. Yo no me rendiré–

De nuevo Robert sonrió.

–¿Ah sí? ¿Y cómo pretendes hacerlo si nunca saldrás de aquí? Te refundiré infeliz–

–¿Así como lo hiciste con Jackie Radinsky?–

Eso Robert no iba a negarlo.

–Exactamente así. Yo siempre tomo medidas extremas cuando de mi familia se trata. ¿Comprendes? Te topaste con el tipo equivocado. Con los Butera nadie se mete. Ni Radisnky ni tú volverán a acercarse nunca a mi hija. Ahora ella está a salvo de cualquier amenaza–

Emmet negó.

–Radinsky no es Cobra. Ariana sigue en peligro, Butera, y si tanto la quieres como dices, entonces tienes que protegerla. El verdadero sigue libre, y está al acecho–

Robert rió.

–Buen intento, tratar de distraerme con ese otro asunto, pero no te creo–

El rubio apretó sus puños en las rejas.

–¡Tienes que creerme, maldición! ¡No estoy mintiéndote! ¡Ariana está en peligro! ¡Debes protegerla! ¡Yo no podré hacerlo desde aquí!–

–Eres un jodido imbécil– fue lo último que dijo Butera antes de marcharse.

Emmet lo vio desaparecer mientras sus dedos apretaban los barrotes.

Robert por su parte salió de la delegación colocando sus lentes de sol a pesar de que este todavía no había aparecido.

Su chofer ya lo esperaba con la puerta del auto abierta.

–Llévame a esta dirección– le dijo entregándole una tarjeta.

El empleado asintió y obedeció.

Una vez dentro se relajó un poco, contento de saber que había terminado con las dos amenazas que perseguían a su hija y a su familia. Contento también de saber que ahora todo volvería a la normalidad. Ariana volvería seguramente con Nathan, y con un poco de suerte, él la convencería de dejar esa mediocre carrera de cantante.

Pensaba en eso con una sonrisa cuando su chofer le anunció que habían llegado al lugar estipulado.

Robert bajó del vehículo y alisó su sacó.

Con toda altivez y soberbia, se dirigió hasta la entrada del elegante restaurant francés.

El maître lo recibió educadamente.

A Robert le agradaba muchísimo ir ahí porque aquel lugar además de ofrecerle comida exquisita, también le proporcionaba intimidad y discreción cuando lo necesitaba.

–Señor Butera, bienvenido. Su cita lo espera– de inmediato lo condujo a su mesa, la más alejada de la vista pública.

Robert sonrió cuando miró a la atractiva chica. Se acercó a ella, que de inmediato dejó su Martini de lado, y besó el dorso de su mano.

–Lamento la tardanza. Estaba... terminando de ocuparme de nuestro asunto–

–¿Entonces ya es oficial?–

–Tan oficial que Emmet Garrett pasará esta noche, y las del resto de su vida, encerrado en una celda–

–Habrá que brindar por eso– sonrió la mujer gustosa, y enseguida le entregó la copa que había pedido anticipadamente para él.

El brindis hizo un ruido seco que los dos disfrutaron junto con el sabor de su bebida.

–Y debo agradecértelo– comentó Robert. –Si no hubiera sido por ti, ese maldito seguiría amenazando a mi hija. Aquí está lo que te prometí, y un extra más– le entregó entonces un cheque por una cantidad con bastantes ceros, junto a una caja de la joyería Harry Winston.

La expresión en el rostro de la mujer se expandió en un gesto de asombro y avaricia.

–Bueno, el dinero ya lo habíamos acordado, y se lo agradezco, pero... ¿Esto?– abrió la caja y se encontró con un ostentoso collar de diamantes que brillaron tanto como la admiración en sus ojos.

–Tienes razón, y el dinero ya estaba acordado, pero eso tómelo como un regalo, señorita Hale–

La chica sonrió encantada.

–Pues muchas gracias, señor Butera–

–Llámame Robert–

–Sólo si tú comienzas a llamarme Lucy–

–Hecho–

Los dos se sonrieron en complicidad.

Compartieron la cena y brindaron una vez más. Ninguno de los dos habló durante aquel momento, hasta que Robert rompió el cómodo silencio.

–Hay una cosa que no deja de darme vueltas por la cabeza... ¿Puedo hacerte una pregunta?–

–Por supuesto– asintió ella.

–¿Por qué traicionaste a tu ex novio? ¿Por qué me lo entregaste en bandeja de plata?–

Lucy suspiró como fingiendo indiferencia.

–Porque le advertí que me las pagaría–

–¿Pagártelas por qué?–

–Porque él prefirió a otra–

–¿A mi hija?–

–Así es. La prefirió a ella, y a mí me humilló–

Robert rió y alzó su copa.

–Fue un gran error el de ese imbécil contarte sus planes. Las mujeres suelen ser unas perras traicioneras cuando tienen el corazón roto–

Lucy también rió.

–Eso es cierto, pero la cosa es que Emmet jamás me contó sus planes. Nunca me tuvo la suficiente confianza–

Robert frunció el ceño.

–¿Entonces cómo supo usted todo eso de la venganza y mis negocios con Nicholas Garrett?–

–Bueno, siempre supe que su padre había muerto, y que Emmet culpaba al patriarca de los Butera por ello, pero jamás imaginé que en secreto estaba planeando una venganza en su contra. Lo descubrí cuando conocí a su noviecita... Ariana. Supe que era famosa, y estuve investigando sobre ella en internet. Casualmente me encontré con su biografía, ¿y qué crees tú que fue lo que más me sorprendió? Enterarme de que era hija del reconocido empresario de Boca Ratón, que encima llevaba por apellido Butera. No fue difícil atar cabos–

Robert asintió satisfecho con la explicación.

–Me alegra que no hayamos conocido, Lucy. Me alegra muchísimo–

–No fue fácil llegar hasta usted, pero lo conseguí– contestó Lucy coquetamente.

–Y yo propongo otro brindis por eso. ¿Salud?–

–Salud–

Las copas volvieron a chocar.

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En la soledad de su fría y húmeda celda, Emmet Garrett lloró amargamente.

Lágrimas que albergan un dolor que lo rompía, que seguía quebrando su corazón, a pesar de que no podía estar más destrozado.

Se había imaginado montones y montones de veces cómo iba a ser si algún día perdía a Ariana, pero ninguna de aquellas imaginaciones en su mente podía compararse a la terrible realidad.

El dolor era insoportable. La agonía lo mataba.

Ella lo odiaba, y no sentía más que asco por él. Desde su punto vista, Emmet le había mentido, la había utilizado, y se había aprovechado de ella. Razón suficiente para no desear verlo nunca más.

Lo peor de todo era que Emmet no podía decir que no lo merecía porque bien sabía que sí lo hacía. Y aun así resultaba difícil poder aceptarlo.

Recordar el odio en su mirada, y el dolor en su carita, le hacía sentir como si tuviese un cuchillo clavado en el pecho.

Emmet estaba seguro de que a partir de esa noche comenzaría a tener pesadillas con esa escena. Ariana mirándolo con incredulidad, negándose a la idea de que él la hubiese usado para su venganza, y después destrozada, deshecha, desolada, el montón de lágrimas surcando la preciosidad de los contornos de su rostro.

Al rubio le dolía hasta el alma sólo con recordarlo.

Le había fallado, se repitió. Él le había prometido que la protegería, que jamás le haría daño, y no había podido cumplirle a causa de su mentira.

Esa maldita mentira.

Casi no pudo creerse que la Navidad fuese a acabar de aquel modo, cuando había iniciado con esa hermosa castaña en sus brazos, susurrándole al oído cuánto lo amaba.

Pensó de nuevo en ella, y el suplicio que debía de estar viviendo, en su estado emocional, en su desconsuelo, en su decepción, en su corazón herido, y no pudo soportarlo. Aún menos la idea de que ahora Ariana estaría desprotegida y a merced de aquel enfermo hijo de puta que la acosaba.

El dolor y la angustia fueron intolerables. Deseaba arrancárselos del pecho para que no siguieran torturándolo, pero la acción resultaba imposible.

Y en aquellos momentos de tormento, frustración e impotencia, Emmet casi pudo comprender por qué su padre había apretado el gatillo que terminó con su vida.




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Disculpen la tardanza. Estuve un poco enferma, pero ya estoy muuucho mejor. Trabajo en el siguiente. ¡No se lo pierdan! Comenzó lo BUENO

Stream #Boyfriend 🏹🖤

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