Capítulo 2
Volvía a casa.
Ariana se sentía muy contenta de volver.
Boca Ratón estaba tan hermosa como cada vez que ponía un pie ahí, y a pesar de que ahora gozaba de una vida glamurosa en Hollywood, ella siempre amaría el lugar en el que había nacido.
Estaba ansiosa de llegar y ver a sus hermanos, sin embargo antes de hacerlo, como ya era costumbre, debía llegar a la finca de sus abuelos para saludarlos y asegurarse de que estuvieran bien.
Ariana era otra persona cuando se encontraba en ese lugar. Era tan feliz como difícilmente conseguía serlo en Los Ángeles.
Su chofer conducía concentradamente por la carretera, mientras Ariana miraba todo el paisaje por la ventanilla de la lujosa camioneta.
A lo lejos pudo observar el letrero verde y gigantesco que le daba la bienvenida a la ciudad.
Welcome to Boca Raton, enjoy your visit!
Pero ella sonrió cuando vio a Eugene desviarse el camino para adentrarse en la Finca Grande.
La emoción la llenó de pronto, no los había visto desde hacía un mes, así que estaba ansiosa por verlos y abrazarlos. Ellos la hacían sentirse cerca de su madre, y eso para Ariana era muy reconfortante.
Exhaló, y se dejó caer en el elegante asiento de cuero, esperando a que su chofer le informara que por fin habían llegado.
Lo cual sucedió diez minutos después.
Eugene la ayudó a bajar de la camioneta, y Ariana le agradeció.
Con una gigantesca sonrisa, la famosa cantante miró la enormidad de la vivienda.
Italiana hasta los huesos, sonrió.
Era una finca hermosa, y había pertenecido a la familia Grande desde generaciones atrás cuando sus ancestros llegaron a América directo de Italia en los años de 1900.
Ariana tenía muchísimos recuerdos de su niñez, y casi todos vividos ahí.
Su madre solía llevarla a ella y a sus hermanos a pasar grandes temporadas en ese lugar, y gracias a ello, le albergaba un amor muy profundo.
De inmediato corrió y entró.
Estaba ansiosa de ver al abuelo y al abuelo que había estado enfermo en días pasados.
Fue recibida por una de las empleadas que le dio la bienvenida.
–Por favor no vayas a decirles que estoy aquí. Quiero darles una sorpresa–
Sonriendo, la empleada le asintió y enseguida volvió a la cocina.
Ariana cerró la enorme puerta tras de sí, y dejó su bolso en una de las mesillas del recibidor. Prontamente subió escaleras casi corriendo.
Estaba ansiosa por sorprender a sus abuelos y ver sus caras de alegría cuando la vieran, sin embargo en ese instante la sorpresa se la llevó ella.
No se lo había esperado. ¡Maldición! Ni siquiera lo había sospechado.
Ariana se maldijo por no haber tocado antes a la puerta, y así como había entrado, había salido de inmediato de la habitación, casi huyendo, cubriendo sus ojos con ambas manos, horrorizada e intentando borrar aquellas imágenes de su mente.
¡Cielo santo!
–¡Abuelo, Nonna! ¡Demonios!– exclamó demasiado perturbada.
Cubriéndose con las sábanas, Frank y Marjorie Grande la miraron con horror.
Ariana cerró la puerta tras de sí, e intentó recuperarse del impacto, sin embargo apenas y lo consiguió.
Rogó al cielo que alguna vez aquella imagen pudiese ser borrada de su mente, y lo rogó desde lo más profundo.
A los pocos segundos escuchó que alguien abría la puerta tras de ella, y de inmediato se giró para mirarlos, esperando no encontrarlos desnudos nuevamente.
Para su fortuna el abuelo Frank se había colocado su pijama, y Nonna llevaba puesta su bata de satén bien anudada.
¡Gracias al cielo!
–¡Ariana, mia bellisima, ven aquí y dale un abrazo a tu abuelo!– el amoroso y tierno hombre enseguida se inclinó para abrazar a su nieta favorita.
La castaña sonrió. Lo amaba muchísimo.
–¿Cómo estás, abuelo?–
–Me siento molto bene, y más joven que nunca–
–Eh... sí, ya lo he notado– intentó sonreírle pero no lo consiguió por más tiempo.
El anciano sonrió, y enseguida le plantó un beso en la mejilla.
–Anoche estuviste espectacular en esos premios de la televisión. Debo bajar. Necesito hacer una llamada, y tu llegada me lo ha recordado. Ahora mismo regreso para poder charlar sobre esa fabulosa canción– Frank bajó escaleras abajo y enseguida sacó su celular.
Ariana se acercó a su abuela para saludarla y darle un abrazo.
La mujer la recibió con brazos bien abiertos.
–Es tan bueno verte, mi cielo, ¿pero por qué no avisaste antes? Habría preparado un grandioso desayuno para ti–
–Quería sorprenderlos, Nonna, pero creo que la sorprendida terminé siendo yo– bromeaba pero a decir verdad todavía no era capaz de mirarla a la cara por mucho tiempo.
Marjorie soltó una estruendosa carcajada.
–Oh, vamos, linda, no vas a decirme que te escandaliza el hecho de que tus abuelos gozan de una plena vida sexual, ¿o sí?–
¡Maldición!
¿Por qué lo había dicho de ese modo?
Sonaba incluso más traumatizante.
–Oh, no, no, Nonna. Desde luego que no. Es genial que tú y el abuelo sigan amándose de esa forma después de tantos años–
La anciana sonrió alegremente.
–El amor que nos une a Frank y a mí es más fuerte que todos y que todo. Conocerlo marcó una gran diferencia en mi vida, lo amo tanto, y espero con ansias el día en que tú también puedas disfrutar de un amor como este. Lo deseo muchísimo, Ariana. No quiero morirme sin antes verte enamorada, con esos ojitos marrones e italianos, llenos de emoción e ilusiones, y asegurarme de que en verdad eres amada por un hombre que sepa valorarte y protegerte de todo–
Ariana sonrió de medio lado.
–Claro que así será, Nonna– suspiró. –Nathan y yo nos casaremos muy pronto, ese será el comienzo de nuestra historia–
La expresión en el rostro de Marjorie fue legendaria. El horror se dibujó en cada uno de sus contornos, y prontamente negó.
–¡Cielo santo, no! No hablo de Nathan– se estremeció de asco.
Ariana frunció el ceño.
–¿A qué te refieres, Nonna? Te recuerdo que Nathan es el hombre que he escogido para pasar el resto de mi vida. Estamos a punto de casarnos–
La anciana rodó los ojos y luego exhaló.
–A ver...– empezó. –¿Te late el corazón frenéticamente cuando estás junto a él? ¿Tus piernas se debilitan al verlo? ¿Tu sangre recorre tus venas como lava ardiente? ¿Te sientes la mujer más femenina y sensual cuando él te mira? ¿Sientes el deseo de lanzártele encima y devorarlo cada vez que se para frente a ti?–
Ariana se quedó atónita, y no supo qué demonios debía responder.
Tartamudeó, antes de siquiera ser capaz de molestarse, y entonces la sonrisa en el rostro de la abuela relució.
–¿Ves de lo que hablo?– no Ariana no sabía de lo que hablaba, pero aun así permaneció callada. –Algún día, querida, conocerás a ese hombre que provocará en ti todas esas sensaciones, lo harás, y de mí te acordarás– dijo convencida.
–Yo...– murmuró un tanto nerviosa, y su estado anímico cambió por completo. –Nonna, yo me alegro de ver que el abuelo ya no está tan enfermo y que el resfriado se ha ido–
–Frank se siente estupendamente, como ya lo comprobaste– sonrió, pero luego su expresión se tornó un poco más seria. –Pero ahora debes decirme por qué tú luces esa carita tan apagada, ¿qué ha pasado?–
Ariana negó.
–No pasa nada, Nonna. Estoy bien, es sólo que vengo cansada del viaje–
Sin embargo la abuela no le creyó ni un poco.
–Mi cielo, me preocupas cuando no sonríes– le dijo acariciando su rostro.
Ariana emitió una sonrisa.
–¿Y de qué quieres que sonría? La que disfruta del sexo eres tú– bromeó.
Divertida, Marjorie ladeó la cabeza.
–¿Y de quién es la culpa?–
Ariana rodó los ojos.
–Ya te he dicho que es una decisión que tomamos entre ambos–
La abuela bufó.
–Ya claro, si en verdad te amara, ese niñato que tienes por novio, te habría quitado la ropa hacía ya mucho tiempo, es extraño que no lo haya hecho, pero aún más extraño es que tú estés tan tranquila por ello–
–Nonna no digas esas cosas–
Marjorie exhaló como resignada. No le gustaba la idea de que aquel fuese a ser el marido de su nieta, pero debía respetar que era el hombre que ella había elegido.
–Bien– aceptó. –¿Pero dónde está ese pequeño querubín? Es extraño que no esté pegado a ti como una lapa–
–Nonna...– el tonito de Ariana fue de reprimenda. Luego sonrió al ver la sonrisilla inocentona de su abuela. No podía estar enfadada con ella. –Ha ido a México por negocios de la empresa. Volverá en una semana–
–¡Maravilloso!– exclamó la anciana emocionada. –Rezaré para que conozcas a un macho que te haga sentir las estrellas, en el transcurso de esta semana, antes de que ese Nathan regrese–
–Nonna, no tienes remedio– Ariana la abrazó. La amaba muchísimo, y también amaba su peculiar forma de ser.
Ambas mujeres de sangre italiana en las venas se abrazaron con inmenso amor.
Desde el pie de las escaleras, Frank Grande que regresaba, observó a sus dos chicas, y sonrió con ternura.
–Esa es la imagen casi perfecta– les dijo llamando la atención de las dos. –Únicamente haría falta mia piccola Jessica–
Ariana se sintió muy triste y nostálgica cuando su abuelo mencionó a su madre. Pudo ver en los rostros de sus abuelos la misma tristeza y el mismo dolor que ella también sentía.
De inmediato corrió hacia él para abrazarlo. Nonna se les unió al instante.
La joven cantante no pudo evitarlo, los ojos castaños, herencia de la familia Grande, se cristalizaron, y a punto estuvo de derramar esas lágrimas que se acumularon.
Negó y las limpió de inmediato. Prontamente intentó sonreír, pero lo hizo únicamente para que sus abuelos no la vieran derrumbarse.
–Yo... yo debo irme. Papá me ha pedido que llegue a la empresa antes de llegar a cualquier lugar, y bueno, lo desobedecí un poco porque antes que nada quería llegar a verlos y saber cómo estaban. Los amo muchísimo–
–Nosotros te amamos más, principessa– sonrió amorosamente. –Nosotros te amamos más– repitió.
Ariana les agradeció por todo su amor, y se los devolvió a partes iguales. Se despidió de ellos con otro fuerte abrazo y un beso en las mejillas.
–Ahora tengo muchos compromisos de trabajo, y debo volver pronto a Los Ángeles, pero prometo volver pronto–
–Cuídate mucho, Ariana. Por favor hazlo. A veces no me quedo tranquila sabiendo que vives sola en aquella ciudad tan grande–
Ariana sintió un pinchazo en el pecho al recordar los mensajes aterradores que había estado recibiendo de su acosador. Prefería no contárselos. De cualquier manera aquello no podía llegar tan lejos, pensaba que todo debía quedar ahí, en un extraño admirador que había llevado más allá su fanatismo o enamoramiento por ella, pero nada más. Era imposible que algún día decidiera acercársele. No era más que una broma, de mal gusto, pero broma a final de cuentas. No valía la pena preocupar a sus abuelos.
–Lo haré, Nonna. Les prometo que lo haré. Estaré bien– les regaló una última sonrisa, y luego se marchó. –Ahora pueden continuar con eso que interrumpí con mi llegada– les dijo mientras bajaba las escaleras y se alejaba.
Frank y Marjorie no pudieron hacer nada más que reír.
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Ariana llegó a Butera Corporation lugar que había pertenecido a su familia paterna de generación en generación. Un emporio gigantesco que día con día generaba más y más dinero, incrementando de manera impresionante la fortuna familiar.
Exhaló.
Amaba estar en su ciudad, en sus orígenes, sin embargo odiaba ir a la empresa de su padre. No existía lugar que ella odiara más.
Se resignó a que debía entrar y enfrentarlo, fuera cual fuera el motivo por el que deseaba verla.
Aquel hombre que le había dado la vida no tenía para ella nada más que reprimendas y sermones.
Nada extraño, pues Ariana siempre sería catalogada como la oveja negra de la familia. La hija rebelde, la que había desafiado a su padre, y había hecho todo lo contrario a lo que él deseaba para su futuro... Convertirse en cantante cuando se le había impuesto que debía dedicarse a las finanzas como sus hermanos.
Desde el día en que le había mostrado a su padre su interés por la música y su convicción por vivir por ella y para ella, Ariana había dejado de ser la princesita adorada de Robert Butera, y había comenzado a ser su principal motivo de dolores de cabeza.
Exhaló, y decidió que ya era momento de entrar.
En el momento en que puso un pie dentro de la empresa, todas las miradas del lugar quedaron fijas en ella.
Ariana les sonrió, y saludó a tantos como le fueron posibles.
–Buenos días, buenos días a todos–
De inmediato la secretaria del vestíbulo y dos de los guardias corrieron hacia ella acercándose para evitar el acoso.
–Señorita Grande, qué alegría verla aquí– le sonrió la empleada de su padre.
Ariana le devolvió la sonrisa satisfecha de que no la hubiese llamado con su apellido real como se lo había ordenado tiempo atrás.
–Gracias, Wendy. ¿Puedo subir ahora mismo?–
–Claro, por supuesto que sí. La esperan. No necesita anunciarse con nadie–
–Bien. Nos vemos– sin más, la joven castaña caminó hacia el elevador escoltada por los dos guardias.
Mientras el elevador ascendía, Ariana se dispuso a esperar sin más, pero en ese momento su celular comenzó a sonar. Enseguida lo sacó de su bolso para poder responder. Era Ansel, su hermano.
–¿Aló?–
–Ari, ¿has llegado ya a Boca?– cuestionó él tras la línea telefónica.
Ansel solía ser un chico bastante peculiar, alocado, y atrabancado. Instintivamente Ariana sonrió porque su voz solía ser siempre de lo más graciosa.
–He llegado esta mañana– respondió.
–¿Ya estás en la empresa?–
–Justo voy subiendo a su oficina, ¿por qué?, ¿qué sucede?–
–Tienes que estar preparada. Sé que papá está tramando algo contra ti, lo escuché hablando con Liam esta mañana– incluso con tono preocupado, Ansel sonaba tan infantil y divertido, que ella no pudo evitar volver a reír. Su hermano era increíble.
–Te agradezco que me lo estés contando, Martin–
–¡Joder, no me llames así!– exclamó tan molesto e indignado como un niño pequeño.
Ariana soltó una carcajada porque lo había llamado por su segundo nombre con toda intención. Salió del elevador y caminó fabulosamente con sus altísimos tacones por todo el último piso, agitó su mano para saludar a la secretaria de su padre, y cuando llegó a la puerta de la oficina principal, se detuvo para poder terminar con la llamada.
–Te veo después, Ansel, debo enfrentar al ogro mayor– después de guardar su celular la cantante no se molestó en tocar, tan solo abrió y enseguida entró.
Robert Butera se encontraba sentado tras su escritorio con expresión inescrutable, y a su lado Liam permanecía de pie, como siempre siguiendo sus pasos.
Su hermano mayor, un chico tan serio y responsable. Era tan diferente de ella y de Ansel, pero aun así lo quería con toda su alma.
Se alegró profundamente cuando vio cómo su expresión cambiaba la seriedad profesional por una gigantesca sonrisa que le hacía resplandecer el rostro.
–¡Ari!– exclamó cuando corrió a abrazarla.
–¡Liam!– inmediatamente ella lo abrazó colgándose de su cuello. –Te he extrañado tanto, pedazo de bobo–
Muy a su pesar, Liam sonrió por el apelativo de cariño entre hermanos.
–Estás guapísima, enana–
–Gracias, lo sé– afirmó ella demostrando toda su vanidad.
Luego de eso ambos rieron. Se querían demasiado.
–¿Y a tu padre no vas a darle un abrazo?– cuestionó la voz de Robert tras ellos.
Cuando Ariana lo miró, lo encontró todavía sentado en su inmensa silla de cuero.
Exhaló.
–No lo sé. ¿Puedo?– parecía insegura.
–Por supuesto que puedes. Eres mi hija–
Un tanto desganada, Ariana caminó hacia él, y se inclinó para darle un beso en la mejilla.
–Pues bien, ya estoy aquí. Dime para qué me has pedido que venga. ¿Ahora qué fue lo que hice además de nacer?–
Robert no pudo evitar reír. Esa venita orgullosa de su hija lo desesperaba y lo divertía a partes iguales.
–Siéntate por favor, Ariana–
Ariana se fijó en que su padre no iba a felicitarla por su participación de la noche pasada. Dudaba siquiera de que se hubiese molestado en encender el televisor para verla. Se resignó y enseguida tomó asiento.
–Voy a ir directo al grano. Sabes que nunca me ha gustado andar con rodeos–
Era gracioso porque justo lo estaba haciendo.
Quiso reír, pero no lo hizo.
–Entonces dilo, papá–
Robert se preparó para decirlo, y Liam por su parte miró al techo como preparándose para la reacción de su hermana pequeña.
–A partir de este momento tendrás un guardaespaldas–
–¡¿Qué?!–
La expresión en el rostro de la joven cantante fue tal y como esperaron.
También su rechazo.
–Ariana...–
–¡No!– negó rotundamente. –¡No!–
–Ari, tranquilízate– le pidió Liam, pero decirle a un Butera que se tranquilizara era como hacer disparar un arma.
–¡No, papá! ¡No quiero un guardaespaldas!– exclamó afúrica. –¡Ya tengo a Eugene! ¡Además siempre que estoy en lugares públicos Scooter se encarga de mi seguridad!–
–¿Ah sí? ¿Y qué pasa durante las demás horas del día? ¿Quién cuida de ti cuando te quedas sola en tu departamento de Los Ángeles? ¿Quién se encarga de mantener lejos a ese maldito acosador que no te deja en paz? Exacto, nadie, pero yo ya me he encargado de eso–
Ariana continuó negando.
–Ese asunto del acosador no puede ser nada grave. ¡No necesito a un monigote siguiéndome las veinticuatro horas del día!–
–Se nota que eres una insensata– la acusó su padre. –¡¿Pero es que acaso no piensas en los riegos?!–
Ariana alzó su mirada con seguridad.
–¡Yo sé defenderme sola!–
Robert soltó una carcajada irónica.
–¡Ay por favor! ¡Pero si no eres más que una mujer! ¡Encima no pesas más de 53 kilos! ¡¿Cómo demonios pretendes defenderte de un criminal?!–
La furia dentro de Ariana incrementó. Odiaba el machismo de su padre. Lo odiaba muchísimo. Pero se abstuvo de mencionar algo. Con ese tema, preferible era hablar con la pared. Toda una pérdida de tiempo.
Intentó calmarse respirando hondo.
–Escucha, papá. Agradezco tu preocupación, pero no quiero y no aceptaré a ningún guardaespaldas. Esa es mi última palabra– de inmediato se puso en pie.
Prontamente Robert hizo lo mismo y la siguió.
–No voy a quedarme aquí sentado esperando a que aparezcas en las noticias de espectáculos como la famosa y joven cantante a la que violaron y asesinaron. No, Ariana. Tendrás un guardaespaldas, y esa es mi última palabra–
Los ojos marrones de Robert y los marrones de Ariana centellaron con desafío.
Ninguno iba a dejarse vencer. Eran padre e hija a final de cuentas. Llevaban la sangre Butera en las venas.
–Liam– habló Robert sin dejar de mirar a Ariana. –Hazlo pasar–
Como autómata, y siempre fiel a su papá, Liam obedeció de inmediato. Abrió la puerta de la oficina, y realizó una seña.
El guardaespaldas entró quedándose de pie justo a un costado de ella.
Ariana ni siquiera se dignó a mirarlo. Estaba tan cabreada que casi podía escupir fuego por la boca. La cólera y la indignación estaban dominándola. El famoso temperamento Butera, del que siempre se había enorgullecido su padre, ardió como lava líquida en su interior.
–¡Dije que no, papá! ¡No puedes hacerme esto! ¡Te odio!–
–Claro que puedo– sonrió con suficiencia. –Ariana, te presento a Emmet Wyatt. Wyatt, esta es mi hija Ariana–
Por instinto, y únicamente por instinto, Ariana se giró para mirarlo, sin embargo no le dedicó ni siquiera diez segundos de su tiempo. De inmediato volvió a fijar su mirada con la de su padre.
–Ni lo sueñes– le dijo firmemente.
–No me desafíes, Ariana. Te lo advierto–
La castaña sonrió, pero en el fondo estaba furiosa. Más que sentirse protegida por su padre se sentía atacada.
–Ya lo he hecho, papá– fue su soberbia respuesta. –No lo aceptaré. Siempre has querido controlar mi vida, siempre has intentado interferir en ella. ¡Para empezar ni siquiera quisiste que fuera cantante!– Ariana de pronto había perdido el control de sus emociones.
Aquel era un asunto bastante personal del que Robert evitaba hablar especialmente con personas que no fueran de la familia.
Miró a su caprichosa hija con ojos entornados, y pronto dio una clara y firme orden.
–Espere afuera, Wyatt–
Sin demostrar ni una sola emoción en su rostro, Emmet salió de la oficina.
–En un momento lo llamaremos– le dijo Liam.
El guardaespaldas asintió, y salió de inmediato.
Liam cerró la puerta, y pronto exhaló. Odiaba aquellas discusiones entre su padre y su hermanita. Sin darse cuenta los dos eran exactamente iguales.
Exhaló y se preparó para lidiar con ello, pidiendo al cielo piedad por él.
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¡Joder!
Era una suerte ser un experto en controlar cada emoción, saber disfrazar las reacciones, saber fingir que nada en lo absoluto ocurría.
Era una maldita suerte, se repitió cuando salió de la oficina y se dispuso a esperar en la pequeña sala.
Emmet intentó dominar el golpe bajo que había recibido en las bolas.
No se lo había esperado.
Definitivamente no.
La había buscado en Google, desde luego, había encontrado miles y miles de fotos suyas, fotos de conciertos, fotos en la calle asediada por los reporteros, en el aeropuerto firmando autógrafos, sesiones para revistas importantes, y en todas y cada una de ellas había lucido hermosa. Sin embargo ninguna de aquellas fotos le habían hecho justicia al hecho de tenerla frente a frente.
Quitaba el aliento en persona.
Emmet tomó asiento y cerró los ojos sin poder evitarlo, intentando recuperarse de la impresión pero sin lograrlo.
La imagen de la hija de Butera apareció como un torbellino, arrasando con cualquier otro pensamiento que no fuera dedicado a ella.
¡Maldición!
Estaba demasiado sorprendido.
Era una mujer diminuta, mucho más de lo que un poderoso nombre como Ariana hacía suponer, pero su corta estatura no le restaba ni un solo gramo de belleza, sino que la aumentaba significativamente.
Pequeña y preciosa, pensó con el corazón desbocado. Preciosa de los pies a la cabeza.
Era una muñeca. Cabello castaño ondulándosele hasta la cintura, ¿el color era natural? ¡Mierda! Parecía caramelo fundido. Sus facciones eran increíblemente delicadas, definidas, hermosamente cinceladas. Ojazos... Grandísimos ojos marrones que habían lanzado chispas mientras las espesas y larguísimas pestañas los enmarcaban.
Su voz también era fascinante. Tenía un tono dulce y encantador y una sensualidad pura, casi inocente.
Le encantaba, maldición.
Deseaba volver a mirarla, volver a escucharla, y eso estaba mal, jodidamente mal.
No podía permitirse aquellos pensamientos. Estaban prohibidos, rotundamente prohibidos.
Debía enterrarlos.
No necesitaba aquella mierda que lo distrajera de su objetivo principal.
Si aquella era una trampa del destino, sencillamente debía esquivarla.
No había llegado tan lejos para echarlo a perder todo por una maldita cara bonita y unas piernas de ensueño.
Emmet se encontraba convenciéndose de aquello cuando la puerta de la oficina de Butera se abrió con estruendo haciendo que él se pusiera en pie de inmediato.
La famosa cantante Ariana Grande salió de ella tan voraz como un huracán, indignada, cabreada y chispeante, haciendo resonar el tacón de sus stilettos por todo lo inmenso del piso.
Detrás de ella, Robert Butera salió dominado por la misma adrenalina.
–¡Ariana! ¡Ariana, vuele aquí!– le gritó enfurecido, pero su hija ni siquiera miró atrás.
A su espalda, Liam lo sujetó.
–Tranquilo, papá–
Por primera y única vez en su vida, Robert obedeció y se tranquilizó.
Exhaló y negó.
–Esa niña va a conseguir que me muera de un infarto. Pero no va a salirse con la suya. ¡Wyatt!– llamó enseguida al guardaespaldas.
Emmet se colocó justo frente a él.
–Dígame, señor–
–Tu trabajo empieza en este instante–
–Pero su hija no aceptó– reprochó Emmet sin comprender.
–No importa lo que ella diga. Importa más su vida, ¿entiendes?– mientras le decía aquello le entregó un celular que le había proporcionado su jefe de seguridad momentos antes. –Está conectado al suyo por un microship, y ahí está todo lo que vas a necesitar, todos los datos importantes de mi hija, mi número, el de toda la familia, y el de su representante, quien deberá avisarte sobre su agenda completa. Estas son las llaves de su camioneta, ahora tú la transportarás. Eugene, su chofer se quedará como empleado de esta empresa. Creo que todo está más que claro, así que ve tras ella, maldición. Y no la pierdas de vista, porque si le pasa algo juro que la pagarás muy caro– Butera hablaba malditamente en serio.
Emmet sonrió y deseó romperle la cara. El viejo bastardo se había atrevido a amenazarlo.
Genial.
–Confíe en mí, señor Butera. Su preciada hija está en buenas manos– cruzó una última mirada con él, y justo después de eso corrió para poder alcanzar a su nueva misión.
No tomó el ascensor, sino que echó a correr por todas las escaleras para conseguir bajar más rápido. Finalmente la alcanzó poco antes de la salida que conectaba con el estacionamiento subterráneo de la empresa.
Ariana notó prontamente su presencia siguiéndole los talones, y su furia aumentó.
Caminó más rápido, tan rápido como sus tacones se lo permitieron, pero cuando se dio cuenta de que sus pasos a comparación con los de aquel enorme gorila no servían de nada, se giró para enfrentarlo.
Emmet a duras penas consiguió frenarse. No chocó contra ella, pero quedó a pocos centímetros.
Ariana percibió su perfume, cerca, muy cerquita de ella. Olía bien, demasiado bien, y de pronto aquel aroma la mareó tan ridículamente que su enojo aumentó.
Alzó la cabeza para poder mirarlo fijamente, algo muy parecido al shock la atravesó.
Momentos antes en la oficina de su padre, apenas y lo había mirado, ahora en cambio no podía dejar de hacerlo.
Duro era el adjetivo que le vino a la mente de inmediato, seguido de peligroso. Sin embargo había un montón de ellos más que bien podían describirlo a la perfección.
Era guapo, muy guapo, admitió su subconsciente. Masculino, primitivo, rudo...
Ariana casi no podía creerse lo que tenía enfrente.
Rubio, ojos grises y una altura que debió haberle parecido aterradora, pero no lo hizo. Magnífico sin duda. Todo músculos y poder.
Se sintió de pronto debilitada. Jamás se había sentido de aquel modo. Su reacción al hombre la asustó.
Debía hacer algo pronto, ya.
Se estremeció, pero intentó controlarse.
–Deje de seguirme...– le exigió en un susurro.
Emmet que de pronto había vuelto a caer en su hechizo por tenerla tan cerca, de inmediato dio un par de pasos hacia atrás.
–Lo lamento, pero mi trabajo es precisamente seguirla a todas horas, señorita Butera–
–¡No me llame así!– le exigió molesta.
–Lamentablemente ese es su nombre– se encogió de hombros.
–Grande, he elegido llevar el apellido de soltera de mi madre–
–Muy bien, señorita Grande. Dígame a dónde desea que la lleve, y con gusto lo haré– le mostró las llaves.
Ariana arqueó una ceja bien perfilada, y después frunció el ceño.
–¿Dónde está Eugene?–
–Despreocúpese por él. Se quedará aquí en Boca Raton trabajando para la empresa. Además de su guardaespaldas, también seré su chofer–
La joven cantante pasó de la sorpresa al enojo.
–Siempre controlándolo todo– intentó no enfurecer. Intentó dominar la rabia que sentía contra su padre. Inhaló y exhaló profundamente para no perder la paciencia. Luego miró al hombre. –Escuche...– comenzó de manera tranquila. –No se ofenda–
Emmet sonrió y negó.
–No me ofendo– aseguró tan tranquilo, como si ese pequeño drama fuera lo más normal del mundo.
Ariana decidió ser directa.
–No lo quiero cerca de mí. No quiero un guardaespaldas, ¿entiende?–
–Va a tener que resignarse porque su padre me dijo que no tomará en cuenta su opinión. Seré su guardaespaldas le guste o no, señorita Grande–
–Ya he dicho que no. ¡Cielo santo! Ni siquiera lo conozco, usted es un desconocido–
Emmet se hundió de hombros.
–Bueno, yo ya empiezo a conocerla. Le gusta llevarle la contraria a su padre, y se enoja con facilidad. ¿No le habrá llegado el período?–
Ariana dio un respingo de indignación y su mirada lo fulminó mientras fruncía el ceño y arrugaba su naricita.
El guardaespaldas se sintió satisfecho al ver su expresión.
Bien, que lo odiara, así todo sería más fácil.
–¡¿Cómo se atreve?!–
–Oh, y además tiene una boca demasiado grande para tener un cuerpo tan pequeño. Debería controlarla más–
La joven se mostró ahora incluso más indignada.
–¡Y no tengo una boca...–
La sonrisa de Emmet apareció en respuesta. Descubrir ese temperamento tan enérgico en un envoltorio tan diminuto y delicado lo dejó fascinado.
La ira de la joven aumentó.
–Es usted un cretino muy arrogante– Ariana escupió las palabras sin más.
Sin poder evitarlo, Emmet rió.
–Genial, usted es una pesada, y yo un cretino arrogante. ¿Ve cómo ya nos vamos conociendo?–
La burla la hizo hervir de furia.
–Ningún hombre va a controlarme– le dijo. –Ni tú, ni papá–
Emmet asintió.
–Queda demostrado que usted siente una inclinación por rebelarse contra su padre, pero...– se acercó a ella sujetándola de ambos brazos, y acercando su boca a su oído para murmurar contra él. –Deme tiempo a mí, y verá que yo conseguiré domarla–
Ariana se estremeció, y enfurecida consiguió soltarse. Decidió ignorarlo, y se giró para continuar con su camino, deleitándolo con la vista perfecta de su redondeado trasero remarcado por los ajustados jeans que vestía.
Emmet se quedó bien quieto por un instante y la miró entre divertido e irritado.
Ariana Grande, o Ariana Butera. Criada para ser un caramelito andante.
Poseedora de un sabor agridulce.
Altiva, vanidosa y segura de sí misma, el bomboncito caminó con aquellos tacones de quince centímetros como si lo hiciera descalza.
Él prontamente reaccionó y corrió tras ella. No la tocó, pero consiguió ponerse justo al frente para evitar que siguiera caminando cuando llegaron al estacionamiento.
–No haga esto más difícil, señorita. Déjeme cumplir con mi deber y permítame protegerla–
Sus miradas permanecieron fijas la una en la otra.
Finalmente Ariana exhaló y su expresión cambió al instante. Se mostró más tranquila y racional.
–De acuerdo, no hay motivo para que estemos discutiendo. Entiendo que usted está aquí para cumplir con su trabajo–
Emmet frunció el ceño. Por un instante había creído que la chica presentaría más batalla. Alzó las cejas sorprendido.
–¿En verdad lo entiende?–
La chica asintió.
–Así es, Willoth–
–Wyatt– corrigió él.
–Sí, es igual– sin pena alguna, Ariana le restó importancia. –Únicamente voy a decirle dos palabras, Wyatt– se acercó a él poco a poco sonriendo de manera angelical, mirándolo a los ojos, y poniendo esa expresión seductora que ella había aprendido tan bien. Ojitos entornados, sonrisa coqueta, labios entreabiertos...
¡Joder!
Emmet se sintió perdido. No supo qué demonios era lo que esa pequeña gatita pretendía ahora, sin embargo muy a su pesar quedó hipnotizado por ese encanto.
La miró fijamente, sin poder reaccionar, mientras ella se acercaba a él más y más.
¡Lo que le faltaba! Ponerse duro por la hija pequeña de su mayor enemigo.
Pero entonces ella hizo algo que en definitiva no se esperaba.
Ariana alzó le propinó un rodillazo en la ingle, y sin más salió corriendo de ahí.
–¡Buena suerte!– fueron las dos palabras que le gritó divertida mientras se alejaba a toda prisa.
Emmet no lo había visto venir, y la chica se había movido con tal velocidad que él mismo no había comprendido hasta que el dolor supremo broto de sus bolas, y se oyó a sí mismo gritar.
Se llevó ambas manos a su entrepierna, y se encorvó gimoteando. Intentó controlar el dolor, y alzó la cabeza para mirar hacia dónde se había marchado aquella maldita mujer.
La vio entrar a la camioneta que le habían informado, él debía conducir.
Con rapidez Emmet rebuscó entre sus bolsillos las llaves, las mismas que le había entregado Robert Butera momentos antes, pero no las encontró por ninguna parte.
Volvió a mirarla, y tras el cristal de la ventana, Ariana se las mostró en un gesto satisfecho.
Emmet cerró los ojos con enojo y frustración.
¡Esa tramposa se las había robado!
¡Maldición!
Entonces lo último que vio antes de que la camioneta arrancara, fue su sonrisa burlona.
Emmet se movilizó rápidamente y corrió a la salida del estacionamiento. En cuanto llegó a la calle se dispuso a tomar un taxi mientras su mente prorrumpía en maldiciones hacia aquella problemática niñita.
Por fortuna al instante consiguió uno.
–¿A dónde lo llevo, señor?– le preguntó el chofer.
–¿Ve aquella Suburban negra que parece ser conducida por una cabra loca?– preguntó señalándole el inmenso y lujoso vehículo cinco cuadras adelante.
Un tanto sorprendido, el chofer asintió.
–Aja...–
–¡Sígala!– ordenó impaciente.
Sin embargo luego de unos instantes, y debida a la ventaja que Ariana les llevaba de algunas cuadras, la perdieron.
–Mierda...– siseó Emmet enfurecido.
–¿Qué dirección debo seguir, señor? La he perdido, no puedo saber si tomó la avenida siguiente o se adentró en las demás calles–
Emmet intentó pensar rápido. Puso todas las neuronas de su cerebro a trabajar para poder encontrar una rápida solución.
¡Eureka!
El foco se le incendió de inmediato cuando recordó el celular que le habían entregado. Se suponía que estaba conectado al GPS del celular de Ariana. Eso le habían informado. Esperaba que el jefe de seguridad de la familia hubiese hecho un buen trabajo.
Se alegró profundamente cuando echó a andar la aplicación, y le arrojó de inmediato la ubicación exacta de esa diablilla.
–Al Town Center– le indicó al chofer. –No vas a salirte con la tuya, tontita– sonrió.
Luego de unos minutos la vieron entrar al conocido centro comercial.
A una distancia considerable, Emmet la observó aparcarse, de manera bastante peculiar, se fijó. Y luego la vio bajarse corriendo de ella para adentrarse en el lugar.
Con toda calma, pagó al taxista y le agradeció.
–Sé que no es asunto mío, y bueno... esa chica es una preciosidad, pero... ¿en verdad vale la pena meterse en líos por culpa de ella?–
Sin poder evitarlo, Emmet rió.
–Lo vale, señor. Créame que lo vale– enseguida se marchó.
Después de entrar al centro comercial, no fue difícil encontrarla.
Un significativo séquito de personas se encontraban rodeándola impacientes por tener un poco de su atención.
Ariana les sonreía, firmaba autógrafos y aceptaba de muy buena gana dejarse fotografiar con ellos.
Sin embargo en cuanto lo vio, la sonrisa bobalicona se borró al instante.
Emmet sonrió cuando la pequeña cantante le dedicó unos ojitos sorprendidos.
La sorpresa desapareció, y después el enojo apareció en su lugar. Dejó a sus admiradores atrás y caminó hasta él.
–¿Cómo me encontraste?– exigió saber.
El guardaespaldas se hundió de hombros como si la respuesta fuera obvia.
–Por su celular– al verla fruncir el ceño, decidió explicarle. –Te localicé vía GPS. Tu celular y el mío están ahora conectados– alzó el aparato para mostrárselo.
Ariana lo miró tan asombrada, que él no pudo evitar sonreír. Era una tecnología demasiado sencilla, pero evidentemente no para ella que se encontraba bastante sorprendida.
–Gracias por informarme. Tiraré el mío ahora mismo a la basura– se apresuró para llegar al cesto más cercano, pero Emmet la detuvo y le quitó el costoso celular de las manos antes de que se atreviera a hacerlo.
–¿Se arriesgaría a dejar su celular a merced de cualquiera? Me refiero a que seguro el celular de Ariana Grande puede tener muchísima información importante, canciones inéditas, contactos importantes, fotos... íntimas. Seguro aparecerían en Internet mañana mismo– aquello último lo dijo de manera burlona.
Sin pretenderlo, las mejillas de Ariana se pusieron coloradas. De inmediato le arrebató su celular.
No tenía fotos íntimas, desde luego, pero aun así el simple hecho de que él lo sugiriera le provocó una sensación extraña, algo así como un hormigueo en el vientre.
–Tomaré mis datos, y después lo desecharé– era una amenaza, y Emmet tenía la sospecha de que iba a cumplirlo, así que enseguida se planteó seriamente una nueva alternativa. Le pondría un microship. Abriría su piel y lo colocaría justo ahí. Sonaba descabellado, pero sería eso o volverse loco cada vez que ella intentara escapar.
La miró de nuevo en ese instante, y no pudo creerse lo maravillosos y gigantescos que eran sus ojos marrones. Tan redondos. Tan brillantes y tan mielosos. Seguro estuvo Emmet de que las personas que no habían tenido la dicha de mirarla tan de cerca, no podían siquiera imaginar cuán estupendos eran.
¡Joder!
Tenía que andarse con cuidado antes de que esos ojitos se convirtieran en su propia destrucción.
Entonces Emmet se dio cuenta de que ella intentaría algo en los próximos segundos.
–Ni siquiera lo intente– le advirtió arqueando una de sus pobladas cejas.
–¡No iba hacer nada!–
–Claro que sí. Lo veo en sus ojos, y le advierto que si corre, la arrojaré sobre mi hombro y la sacaré de aquí como si fuera un jodido costal de patatas. No me obligue. Déjese de niñerías, y marchémonos de aquí– le dijo en tono autoritario.
Tonito que desde luego a Ariana no le agradó, y aún menos sus palabras amenazantes.
–Yo no iré contigo a ningún lado, ni aunque intentaras llevarme a rastras– se cruzó de brazos y lo miró con desafío.
Emmet entornó sus ojos grises mirándola y aceptando el reto que suponía.
–De acuerdo, usted se lo ha buscado– sin más, la tomó de la cintura, y antes de que ella pudiese forcejear, la levantó colocándola sobre su inmensa espalda.
Ariana ni siquiera fue capaz de removerse o siquiera intentar que la soltara. El guardaespaldas era tan fuerte que la mantuvo bien sujeta.
Por fortuna no llamaron la atención de nadie.
Cuando llegaron a la camioneta, abrió la puerta con su mano desocupada, y enseguida la dejó caer en el asiento trasero.
–¡Eres despreciable!– le gritó Ariana enfurecida.
Emmet no le dio la más mínima importancia a su insulto.
–Gajes del oficio– murmuró, luego cerró la puerta, colocó los seguros con el mando, y se tomó un tiempo antes de entrar.
Respiró largo y profundamente justo antes de sacar su celular.
Le marcó a James rogando que le respondiera.
Por fortuna su amigo lo hizo al instante.
–¡James, no sé si voy a poder! ¡No sé si pueda lograrlo!– dijo en tono desesperado.
–¡¿Qué?!– la voz confundida de James se escuchó.
Emmet se llevó una mano al rostro para estrujársela. Se giró para mirar a la castaña que se encontraba atrapada dentro de la camioneta.
No podía mirarla debido a los cristales ahumados, pero sabía que debía estar furiosa.
–Hablo de Ariana Butera o Grande, ¡como se llame! James... Este trabajo será más difícil de lo que pensaba–
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Muchas gracias por su recibimiento.
Voten y comenten muchísimo pls
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