Capítulo 16

Work From Home de Fifth Harmony no estaba siendo de gran ayuda para estabilizar su estado emocional.

Emmet dejó de lado la cerveza que bebía, y se giró de la barra para observar todo el panorama que ofrecía aquella noche el Keeping Up.

Nada fuera de lo normal.

Música retumbando en las paredes, luces de colores distorsionando todo el ambiente, strippers bailando en el escenario, y un montón de personas embriagándose y pasándola bien.

Al ver todo aquello que lo rodeaba, Emmet se sintió más miserable que nunca.

Estaba solo, su venganza se había ido a la mierda, y había perdido a Ariana sin siquiera haberla tenido.

–Joder...– siseó enfurecido mientras apretaba con sus manos la botella hasta casi reventarla. Por el bien de sus propias palmas, no lo hizo.

Exhaló frustrado, y prontamente miró su reloj. ¿A qué hora pensaba llegar James?

Comenzaba a desesperarse, y además el efecto de la cerveza ya había empezado a marearlo.

Normalmente era un hombre resistente al alcohol, pero esa noche había bebido más de la cuenta.

Había querido llenar el vacío de su pecho a como diera lugar, y un montón de cervezas había parecido en un principio la manera ideal. Sin embargo en esos momentos se daba cuenta de que no había sido efectivo.

>Ariana<

¿Por qué su mente no conseguía olvidarla? ¿Por qué alejarse de ella había resultado peor para su alma y para su corazón?

Ahora sentía que se moría sin ella.

Había momentos en que Emmet creía que la miraba, pero eran sólo espejismos.

Los ojitos marrones, la preciosa sonrisa enmarcada por ese par de hoyuelos. ¡Mierda! Incluso podía oler aún el hechizante aroma femenino que ella desprendía. Aroma que lo atraía y que lo hacía enloquecer.

¿Hasta qué punto lo había desquiciado aquella pequeña mujercita?

Le dio terror contestar aquella pregunta.

Por fortuna en ese instante, James apareció.

–Disculpa la tardanza, pero estaba solucionando unos asuntos de Kylie, ya sabes, esta vida de hombre casado...– parecía muy sonriente, sin embargo frunció el ceño cuando se dio cuenta de que su amigo no parecía de muy buen humor. –¿Qué ocurrió?–

Emmet cerró los ojos, y exhaló mientras estrujaba su rostro con ambas manos.

–Cambio de planes– le informó.

James no comprendió de primera cuenta.

–¿Cambio de planes? ¿A qué te refieres?–

–A la venganza, James. No puedo vengarme de Robert Butera, al menos no ahora–

Aquellas noticias hicieron que el pelinegro se sorprendiera bastante, y mirara a su amigo como si hubiese perdido la cabeza.

–¿Estás seguro de lo que dices?– tuvo que preguntar.

Emmet asintió.

–Muy seguro–

–¿Pero por qué? Hace unos cuantos meses querías destruir a ese cabrón de la manera que fuera, y cuanto antes mejor–

–Muchas cosas cambiaron desde entonces– respondió con tensión.

James continuó sin entender.

–¿Qué coño ha cambiado?– cuestionó.

–Ariana... Ella lo cambió todo–

–¿Qué?– James no pudo creerse aquella contestación.

¿Ariana? ¿De verdad? ¿Emmet se había vuelto loco?

Estuvo a punto de replicarle, pero en ese instante Kylie apareció. Había estado demasiado ocupada aquella noche con los trámites de la venta del lugar, sin embargo no había pasado desapercibida la evidente depresión que su amigo presentaba.

–Bundy, no más cervezas para el señor– le ordenó a su empleado, quien asintió obedientemente. Luego se dirigió a los chicos. –¿Qué es lo que pasa, Emmet? ¿James, qué ocurre?–

El pelinegro se abstuvo de decir algo, y fue Emmet quien respondió.

–He renunciado a mi empleo–

Kylie dio un respingo de sorpresa. En definitiva no se había esperado aquello.

–¿Por qué?– tuvo que preguntar.

Emmet cubrió su rostro con ambas manos, se rehusó a contestar.

Pero Kylie que solía ser una mujer persistente, dejó de lado la preocupación, y miró a su marido.

–¿Podrías traerle un café a Emmet para hacer que se le baje la embriaguez?–

James frunció el ceño.

–¿Pero por qué no se lo pides a Bundy?– replicó como niño pequeño.

Kylie exhaló irritada.

–Porque tú lo preparas mejor. Vamos, James, no pierdas tiempo–

Refunfuñando, el pelinegro se puso en pie, y se dirigió a cumplir con la orden de su esposa, dejando bien en claro quién era el que llevaba los pantalones en el matrimonio.

Cuando James se marchó, Kylie le hizo a Emmet una pregunta aún más delicada.

–¿Fue por Ariana?–

Entonces en medio de su ebriedad, el rubio asintió dándole su respuesta a Kylie.

La chica se quedó en silencio. No estaba sorprendida, pero sí preocupada.

–¿Discutieron?–

Emmet negó.

–Sólo fui, y me planté frente a Butera para decirle que no podía seguir siendo más el guardaespaldas de su hija–

–¿Y ella cómo lo tomó?–

Emmet se hundió de hombros.

–¿Cómo tendría que haberlo tomado?–

–Oh, vamos, Emmet. Tú y yo sabemos que lo que había entre ustedes no era una relación normal entre un guardaespaldas y su custodiada–

Oh, Kylie le arrancaría las pelotas si algún día se llegara a enterar de que Ariana no había sido una custodiada cualquiera, sino un medio para vengarse.

–Claro que sí, Kylie. Ella va a casarse. No puede haber nada entre nosotros–

–¿Y vas a dejar que se case, grandísimo idiota? Ariana te quiere a ti. ¡Lucha por ella!–

Ariana lo quería a él...

Aquellas palabras únicamente sirvieron para recordarle que ahí no había espacio para hablar de amor. No podía existir. Estaba destinado a no ser, simplemente porque él era un Garrett, y ella una Butera.

–Es imposible, Kylie. Ella y yo jamás podríamos estar juntos. Jamás– recalcó.

–Aquí está– exclamó James que recién llegaba con una humeante taza de café para su mejor amigo. –Negro para que te baje todo de una vez– la colocó sobre la barra.

Emmet la miró, y prontamente se la bebió dando largos tragos.

La cafeína comenzó a hacer su trabajo, y él empezó a sentirse menos mareado y más despierto.

–Creo que debo irme– se puso en pie.

Kylie lo miró con un tanto de tristeza.

–Tal vez no es buena idea que te marches, Emmet. Quedarte sólo en el departamento te deprimirá más. Puedes ir con nosotros a mi casa, al menos ahí podremos hacerte compañía–

Emmet negó.

–Estaré bien– les aseguró.

–¿Estás seguro? Porque yo no te veo nada bien. Amor– llamó entonces a su esposa. –¿Por qué no le obsequias a Emmet una noche con alguna de tus chicas? Creo que le caería bien–

Las chicas de Kylie no se prostituían, sin embargo conocía a un par de ellas que no tendrían reparos en hacer cualquier cosa por dinero.

Emmet las miró a todas y cada una de ellas, encima de aquel escenario, mientras presentaban su show de vaqueritas.

Mujeres hermosas y con cuerpos de ensueño. Mujeres cuyo único defecto era que no eran Ariana.

Enseguida negó.

–Debo marcharme ahora mismo–

–¡Espera!– Kylie lo detuvo. –¿Puedes conducir?–

–¿No prefieres que yo te lleve?– ofreció James.

Emmet negó.

–Puedo hacerlo. Gracias por preocuparse, pero ya les dije que estoy bien. Iré al departamento, tomaré una ducha y después dormiré toda la noche. Mañana necesito ocuparme de mí mismo, y averiguar qué demonios es lo que haré con mi vida– se despidió de sus amigos, y después se dispuso a salir del local.

Le esperaba una larga velada porque seguro estaba de que no podría cerrar ni un ojo.

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La ducha y el café lo habían ayudado muchísimo a bajar su estado de ebriedad.

Al salir de la regadera, Emmet se sintió mucho mejor físicamente, sin embargo era su lado emocional el que se encontraba exhausto y en constante estado de tensión.

Aunque intentó, no había conseguido dejar de pensar en ella, y resignado, se dijo que tendría que soportarlo.

En vista de que no podría dormir, podía quedarse hasta tarde viendo alguna película, con suerte podría encontrar en televisión alguna de Star Wars, su saga favorita. Lo que fuera con tal de distraerse, y borrarla aunque fuera por esa noche de sus pensamientos.

Llevaba una toalla blanca anudada a su cintura, y utilizaba un más para secarse el cabello humedecido.

Frunció el ceño cuando escuchó que alguien tocaba el timbre de su departamento.

–¡Abre, tú mismo!– le gritó convencido de que era su amigo quien se encontraba tras la puerta. Al ver que esta seguía sin abrirse, Emmet se colocó enseguida un par de pantalones, dejando las toallas en el suelo de su habitación. –¿Acaso olvidaste tus llaves, James?– preguntó mientras se dirigía a abrir al tiempo que terminaba de cerrarse la bragueta.

Emmet se quedó de piedra cuando la encontró de pie en el arco.

Preciosos ojitos marrones mirándolo fijamente.

–N...no soy James– susurró la suave y femenina voz, casi sin aliento.

Por un par de segundos, Emmet se sintió incapaz de moverse, debido a la sorpresa de verla, y aun peor, darse cuenta de lo hermosa que lucía esa noche.

Vestidito azul corto y jovial que realzaba sus pechos, y permitía presumir su par de piernas bien torneadas. El cabello castaño cayéndole por la espalda, su hermoso rostro de perfectas facciones.

Una verdadera patada en las bolas.

Emmet exhaló con fuerza.

–¿Qué haces aquí, Ariana?– le preguntó.

–¿Puedo pasar?– la cantante no respondió todavía a su pregunta.

El rubio que no estaba seguro de si aquello sería una buena idea, dudó en su mente por unos instantes. Finalmente se hizo a un lado, y le permitió la entrada.

Casi se estremeció cuando ella pasó junto a él, y respiró su femenino aroma.

¡Maldita sea!

¿Por qué le hacía aquello? ¿Por qué lo hacía sufrir de aquella manera?

Desearla y no poder tenerla.

Intentó por todos los medios fingir que su presencia ahí no le causaba aquel estremecimiento interno, pero dudó ser capaz de ocultarlo.

–¿Y bien?– se aclaró la garganta. –¿Qué se te ofrece?–

Ariana intentó pensar en una respuesta para darle, pero consiguió encontrarla.

Emmet había estado tomando un baño, y eso la distrajo por completo.

El vello de su pecho todavía parecía húmedo en su piel. Era muy oscuro en contraste con su cabello rubio. Parecía una suave y tentadora alfombra que se hacía más rala a medida que bajaba.

Ella lo contempló y de repente olvidó lo que iba a decir. Alzó su mirada fijándola en el gris de sus ojos que parecieron encandilarla más, hechizarla.

Ese grandote guardaespaldas encarnaba cada pecado que la castaña anhelaba experimentar.

Lo deseaba, y no obstante, alejarse, negarlo, era imposible.

Entonces no lo resistió más.

No importó nada, ni el ayer, ni el mañana, sino el presente. Y en el presente ella deseaba pertenecerle.

Fuesen cuales fuesen los riesgos, ya estaba perdida en el juego.

Se lanzó a sus brazos, y lo besó. Lo besó con gran anhelo.

Emmet la recibió, y respondió a su beso con la misma pasión, mezclado con un atisbo de sorpresa. La apretó de ambos brazos, y el hambre que sentía por ella incrementó en niveles que no creyó posibles.

–Detente... Maldita sea, detente, Ariana– le suplicó entre besos.

¿Dejar de besarlo?

Imposible.

Ella negó.

–No...–

El rubio abrió más su boca, y la devoró. Sus palabras le habían pedido que se detuviera, pero sus labios se adentraron por más, y más.

–Estás a punto de casarte...–

–Sí...– asintió ella, pero no deseaba que siguiera hablando de aquello, así que tomó su rostro, y ahondó un beso más profundo, impidiendo que siguiera hablando. –Nathan no existe aquí... Sólo tú y yo, Emmet–

Si era sexo lo único que él estaba dispuesto a ofrecerle, entonces ella lo tomaría.

Aquel hombre sólo quería utilizarla... ¿Pero por qué no podía utilizarlo ella a su vez?

>Una noche< repitió constantemente su mente. >Una sola noche antes de convertirme en la señora Sykes...<

Pero el ex guardaespaldas tenía miedo de caer en aquella ilusión. Prontamente consiguió detener sus besos.

–Mañana te arrepentirás de esto–

Ariana negó.

–No pienses en mañana– volvió a tomar sus mejillas para besar sus labios. –Piensa en esta noche... Esta noche quiero ser sólo tuya...–

Oh, maldición, y él se sentía capaz de matar con tal de tenerla.

La locura se apoderó de su interior. Era como una nube negra que llenaba su cerebro, ocultando todo lo demás. Le hacía querer aullar; el corazón le latía a toda velocidad, como si una fiebre alborotara su sangre, y no obstante, al mismo tiempo se sentía eufórico.

Su cabeza explotó mil y un veces mientras pensaba en el placer intenso que lo haría perder la razón cuando estuviera enterrado profundamente en su interior. Saber que ella estaba ofreciéndosele, y pronto estaría bajo su cuerpo, totalmente abierta para que él pudiera tomar lo que quisiera, desafió su autocontrol.

Su mirada se deslizó de nuevo por toda ella, mientras sentía que su respiración se profundizaba, se volvía ruda.

Emmet fue hacia ella con un grito enronquecido mientras cerraba la puerta empujándola con el pie. Un instante después ya estaba junto a ella de nuevo. La tomó de la cintura, y gruñó una maldición, estrechándola contra su cuerpo y cubriendo sus labios con los suyos, besándola con la desesperación de un hombre a punto de perder el control.

Ariana fundiéndose con él, colgándose de su cuello, acariciando las ásperas mejillas, despeinando su cabello, besándolo con frenesí y abandono.

Caminaron juntos, hasta que toparon con una de las paredes.

Emmet se encargó de dejarla atrapada contra su inmenso cuerpo. Sin embargo de un momento a otro, clavó su mirada justo en su mano derecha, con verdadera irritación.

Ariana comprendió que al rubio le molestaba ver el símbolo de posesión de Nathan, así que de inmediato lo quitó, y sin pensar en nada, lo arrojó al suelo provocando un sonido seco.

Entonces Emmet, contento por tal acción, bajó sus manos para rodear la pequeña cintura, mismas manos que bajaron firmes hasta sus glúteos para apretarlos, mientras la pegaba a sus propias caderas consiguiendo que ella sintiera la fiereza de su excitación.

Ariana alzó entonces una de sus piernas, y él la sujeto mientras las caricias de sus manos viajaban por toda aquella extensión de suave y redondeada piel.

El rubio se alejó entonces un poco buscando desabrochar la bragueta de sus pantalones, utilizando una mano, mientras la otra la apoyaba en la pared. En el proceso, Ariana no dejó de besarlo, tomándolo del rostro para evitar que se alejara, hundiéndose con él, moldeándose a él, y alzando la cabeza para poder alcanzarlo.

Entonces la tomó de nuevo de la cintura, esta vez para cargarla, haciéndola cruzar sus piernas, Ariana rehusándose a perder el contacto con su boca, y con su cuerpo.

Todavía de pie, con ella en los brazos, mientras la besaba y la besaba cada vez más, Emmet la sujetó con una mano, y con la otra empuñó la sedosidad de su cabello.

La castaña gimió mientras se perdía en el salvajismo de su beso, incapaz de saber a esas alturas, quién besaba a quién, quién mantenía el control.

Su corazón latía tan rápido y con tanta fuerza, que sentía que en cualquier momento podía salírsele del pecho.

Había deseado a aquel hombre desde el primer día en que lo vio, provocándola con su fierra arrogancia. Desde entonces su cuerpo lo había ansiado.

Se retorció contra él y no pudo evitar jadear al sentir sus labios en el cuello y el rudo roce de la barba contra su piel. Un placer oscuro y decadente que conseguía nublarle los sentidos.

Emmet la condujo entonces hacia su habitación, caminando a tientas sin ser capaz de abrir los ojos, mientras un nudo de emoción se atascaba en su garganta.

La llevó entonces hasta su cama, depositándola sobre las colchas con una delicadeza que la sorprendió, en contraste con la agresividad de su deseo. Colocó entonces ambas manos a los lados de su cabeza, y la miró.

Emmet observo esa mirada color miel, vio en ella el deseo femenino. La cantante lo deseaba igual a como él la deseaba. Entonces su miembro se puso más duro y grueso que nunca.

Bajó sus labios de nuevo a los de ella.

–Ahora dime que me detenga– susurró muy cerca de su boca. –Dime que me detenga porque después no podré hacerlo, Ariana–

Pero la castaña no podía pedirle aquello. Lo necesitaba. Estaba hambrienta de él. Podía sentir cómo aquella necesidad crecía en su interior.

–No quiero que te detengas... Oh, Emmet, hazme el amor...–

La boca del rubio cubrió de nuevo los anhelantes y hambrientos labios femeninos, al tiempo que Ariana lanzaba un gemido salvaje y agónico.

Estaba dolorosamente duro. Su erección se encontraba resuelta y furiosa tras la tela de los pantalones, y sus testículos tensos.

–No creo que tengas idea de cuánto te deseo... ¡Mierda! No tienes idea de cuánto te necesito, Ariana– apretó los dientes.

La castaña jadeó.

–Entonces tómame... Toma de mí todo lo que necesites–

Emmet así lo haría. Prontamente tomó los tirantes de su vestido elástico, y los bajó desvistiéndola, y revelando las dos piezas de lencería que la cubrían.

Sus pechos subiendo y bajando por la respiración descontrolada, casi saliéndose de los bordes de la tela.

El rubio besó el valle, y después desabrochó su sostén, revelando la suavidad y redondez de sus dos cumbres. Firmes y de tamaño ideal, coronados con sonrosados pezones.

–Eres hermosa... Maldita sea, Ariana, no puede ser que seas tan perfecta– Emmet la admiró llenándose con la visión. Sus manos la acariciaron entonces arrancándole suspiros que cada vez se hicieron más profundos. Con su boca los cubrió, primero uno, y después el otro. Fue bajando enseguida por toda la planicie de su vientre. Depositó unos cuantos besos más sobre sus muslos.

Ariana no se dio cuenta del momento en que su ex guardaespaldas la despojó de sus braguitas, hasta que lo sintió bebiéndose todo el adulzado y cremoso néctar que tenía para ofrecerle.

Emmet enterró bien la cabeza en medio de sus piernas, y la condujo al éxtasis como una avalancha en picada, mientras se deleitaba en su sabor, y en el tacto de su piel suave y depilada.

–Dulce... tan dulce como te imaginé...– un perturbador pensamiento lo acosó, diciéndole a gritos que aquella sería su nueva droga.

Segundos más tarde, la pequeña castaña fue víctima del primer orgasmo de toda su vida, mientras se retorcía entre las sábanas, manteniéndose sujeta únicamente por las manos masculinas que se habían anclado en sus caderas.

Satisfecho de haberla hecho llegar al máximo punto de placer, Emmet se alzó sobre ella, haciendo que fuese él lo único que Ariana mirara en ese momento.

El rubio la besó entonces con más agresividad, prendiéndose de sus labios sin la menor intención de soltarla.

Ariana no se dio cuenta del momento en que él se había encargado de bajar sus pantalones, hasta que lo sintió desnudo contra sus piernas.

Entonces dejó de besarlo para poder mirarlo.

Emmet se encontraba frente a ella sin una sola prenda que lo cubriera.

Inevitablemente la cantante centró toda su atención en la erección, dándose cuenta de que todo en él estaba en completa simetría en todo lo que respectaba a su cuerpo.

Era alto y robusto, de extremidades largas, con manos y pies grandes.

El pene endurecido que se mostraba orgulloso entre los muslos cubiertos de vello masculino, parecía inmenso. Sobrepasaba todas sus expectativas. Albergar cada centímetro sería difícil, pensó de pronto sin poder evitarlo.

Emmet casi gimió cuando la observó. Los ojos marrones estaban muy abiertos, llenos de tantas sombras y temores apenas perceptibles, que él no deseó otra cosa que no fuera ver el placer colmándoles.

–¿Estás asustada?–

–No– tembló, pero no porque tuviera miedo de lo que iba a pasar, sino porque temía que no pasara.

Las emociones que ella había contenido durante tanto tiempo, ahora estaban creciendo en su interior, tan rápido y con tanta fuerza, que no las podría contener.

Quería experimentarlo todo de él, todas sus rudas superficies, todas sus roncas palabras, su olor a macho excitado, el sabor viril de su aliento, la arrogante erección.

Ariana se quemaba por él, y sólo por eso se le entregaría por completo.

Permitió entonces que su mirada se demorara un poco más en la prueba de esa excitación antes de levantarla y mirarlo fijamente.

Emmet había tomado un cuadrito metálico de alguna parte, y segundos después notó que era un preservativo cuando lo vio colocándoselo.

–Iré despacio– prometió, aunque no tuviera idea de lo que tenía que hacer. Jamás había tomado a ninguna mujer virgen. Sin embargo aquello no iba a detenerlo.

Ya no había vuelta atrás. Tenía que poseerla. La necesidad de tocarla, saborearla y follarla ardía a través de su organismo, hinchaba su polla y endurecía sus pelotas hasta un grado casi doloroso. Supo que iría al infierno por estar dentro de ella.

Esa noche, Ariana le pertenecía.

La castaña no respondió, pero la confianza que le inspiró hizo que le diera un vuelco en el corazón.

–Hazlo ahora– suplicó. Y dicha suplica atravesó el cerebro de Emmet, enardeciendo su imaginación y sus fantasías. Se agarró la polla con una mano, y la miró.

Ariana se tensó involuntariamente cuando él comenzó a meter el glande en los húmedos y suaves pliegues. Después se detuvo.

–¿Lo sientes?– la voz del rubio fue más ronca, más tentadora.

¿Que si lo sentía?

¡Cielo santo! Sólo podía pensar en aquel contacto.

Entonces Emmet comenzó a sentir cómo ella se apretaba contra él, y gemía en respuesta.

–Tienes que relajarte, ¿has entendido, preciosa?–

Sí, Ariana lo entendía. Asintió, pero no fue capaz de hacerlo.

El grosor la hizo gritar cuando se adentró un poco más.

El rostro de la diva del pop se contrajo de dolor, y al verla Emmet sintió un caliente estremecimiento en las entrañas, un una oleada de lujuria que apenas pudo contener.

¡Joder!

Sólo había introducido un par de centímetros de su grueso miembro en el interior de aquella pequeña belleza, y casi estaba fuera de control. Luchó entonces por recuperarlo.

Mierda, tenía que recuperarlo.

No dejó de mirar ni un solo instante a Ariana mientras la penetraba, su polla latiendo cada vez más dura.

El siguiente empuje fue brutalmente caliente, desgarró la membrana de su himen, y el gemido agudo retumbó por toda la habitación.

Emmet la tomó entresus brazos, acurrucándola bajo su pecho, y depositando unos cuantos besos sobre su frente, mientras contenía sus propios gruñidos.

–¿Estás... estás bien?– le preguntó deseando malditamente no haberla lastimado.

Ariana se estremeció ante el sonido del rudo y áspero estruendo de placer que llegó hasta sus oídos, pero asintió con la cabeza mientras jadeaba e intentaba conseguir el aire necesario, sintiéndolo encima de ella.

El rubio no se movió, sino que se detuvo ante las puertas del éxtasis, resistiéndose al placer que sentía en cada poro de su ser.

Antes tenía que hacer que Ariana se acostumbrara a él, a su invasión, a su tamaño.

¡Oh, dulce condenación!

Iba a volverse loco. Ya lo estaba.

Entonces la joven colocó sus manos en su pecho, estremeciéndose una vez más bajo él, y susurró su nombre de una manera que lo desquició.

–Emmet...–

Ahora, pensó el ex guardaespaldas posesivamente mientras apretaba los músculos. Ahora sí era toda suya.

Se inclinó, y los senos desnudos rozaron su pecho, haciéndolo delirar cuando comenzó a moverse sobre ella.

Sus suaves gritos fueron entonces la más adorable de las melodías.

Le resultó de pronto muy difícil no dejarse llevar. Cada vez que se retiraba, su miembro latía con más fuerza.

–¿Estoy haciéndote daño?– tuvo que preguntar antes de seguir, y descontrolarse.

Pero Ariana negó.

–No...– el dolor inicial se había ido. En esos instantes sólo sentía la deliciosa fricción de aquello sensuales movimientos.

Emmet se encontraba embistiendo entre sus piernas, mientras ella se retorcía y gemía únicamente de placer.

Ariana abrió los ojos, ruborizada hasta sus virginales raíces, cuando las caricias de aquel hombre descendieron por todo su cuerpo.

Cuando anteriormente se había sentido insegura por el tamaño de sus senos, en ese momento se sintió la mujer más sexy de todo el planeta tierra. No eran pequeños, ni muy grandes, pero aquellas manos que bien podían tener la fuerza para romperla por la mitad, parecieron encajar a la perfección.

Las callosas palmas acunándolos y deleitándose en ellos. Entonces la saboreó arrancándole gemidos con la promesa de que al día siguiente estarían muy sensibles, y cada vez que esos hermosos e hinchados pezones se rozaran contra la tela de su ropa, pensaría indudablemente en él.

Ariana volvió a gemir, y le dio la bienvenida más profunda mientras sus manos se enredaban en el rubio cabello.

El calor del cuerpo de Emmet parecía fundirse con el suyo. Le sentía ardiente bajo las palmas de las manos cuando le acaricio los hombros. Se aferró a él clavándole las uñas en la piel y gritó antes de que la besara de nuevo.

Lo escuchó gruñir como un loco al tiempo que la sujetaba en la cama, abriéndole más los muslos, hundiéndose una y otra vez.

¡Santo cielo!

Ella amaba ese rudo sonido animal que se volvía más y más hambriento.

–He imaginado esto tantas veces...– susurró desgarrante. –Desde el primer día fantaseé contigo... Soñaba contigo–

Ella observó los oscurecidos ojos grises con las pestañas sombreándole las mejillas.

–No... ¡Oh! No sueñes más– acarició su rostro. –Es...estoy aquí... Esto es real, Emmet...–

Sí. Sí que lo era.

No era una maldita fantasía.

Estaba ocurriendo. La tenía en su cama, desnuda, recibiendo su pasión, ofreciéndose, entregándose.

De pronto aquel vacío que había sentido durante tanto tiempo parecía estar desbordado ahora por las sensaciones y las emociones.

Se hundió completamente en ella, incapaz de detenerse, gozando, amando cada penetración con su alma maldita para siempre, ofreciéndole a la pequeña castaña cada furioso centímetro, cada onza de aquella agonizante lujuria que bullía en su interior.

Los gemidos de la joven incrementaron las llamas del fuego que ardían dentro de él.

Sentir la intensidad con que ella lo besaba, la desesperación con que lo aceptaba en su cuerpo, con un hambre que no hacía más que crecer en su interior, lo transportó a otro universo.

Maldita fuera... Follarla era increíble. Estar vivo, respirando el éxtasis. Estar rodeado por una sensación pura y ahogándose en el calor cada vez que empujaba dentro de las profundidades aterciopeladas de su húmeda cavidad.

–Tócate los pechos, muñeca– rogó la voz viril. –Crea recuerdos para que yo pueda evocarlos y jugar con ellos cuando seas la mujer de Sykes...–

Oh, y Ariana así lo hizo.

Cubrió sus senos con ambas manos, y realizó lo que él pedía.

Emmet llevó su dedo pulgar hasta la unión de sus cuerpos, y rozó el delicado y estimulado clítoris haciéndola gemir con mayor energía. No con gemidos de mero placer dentro de una relación sexual cualquiera, sino súplicas feroces.

Ariana llegó de pronto a su segundo orgasmo, y a los pocos segundos el tercero la sacudió.

El cielo la ayudara, porque el límite de su placer fue abrumador.

Se estremeció violentadamente, y ahí en sus brazos, la joven cantante supo que algo había cambiado. Ella había cambiado. De alguna manera, en alguna parte, había perdido una parte de sí misma, y su corazón con el hombre que la sostenía.

Alzo entonces la mirada hacia él y observó la manera prohibida en que se estremecía de pies a cabeza, deteniéndose de repente justo antes de eyacular dentro del látex y derrumbarse contra ella.

Los corazones de ambos retumbaron en sus pechos, y el agotamiento de sus respiraciones comenzó a hacer estragos.

Todavía encima, y todavía dentro, Emmet la miró sabiendo perfecto que nunca había conocido un placer tan caliente e intenso, y que sólo de milagro había conseguido sobrevivir.

>¡Mía!< gritó su interior, y casi las gritó pero consiguió contenerlas.

Aquello no.

No podía permitirse aquel sentimiento de posesión que le invadía.

Lo había sabido. Había sabido que el deseo que sentía por aquella mujercita de ojos marrones era mucho más complicado de lo que creía. Supo que si no había estado enamorado de ella antes, en ese momento se había enamorado perdidamente.

Y la certeza lo dejó conmocionado.

Se sintió tan sorprendido y angustiado como el día en que entró a la oficina de Robert Butera.

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