Era una cálida mañana del mes de febrero. Un nuevo semestre comenzaba en el Instituto de Bellas Artes de la Universidad de Nueva York y, como era ya frecuente, los pasillos hervían con el alboroto de las voces de los jóvenes estudiantes. Un timbre resonó por todo el edificio, indicando el comienzo de las clases.

Varios chicos y chicas entraron en el aula 501, procediendo a sentarse en las sillas que estaban allí dispuestas y a extraer de sus mochilas cuadernos y bolígrafos para tomar notas. Una mujer entró en la habitación justo después, cerrando la puerta tras de sí. El silencio se hizo inmediatamente, y todos los estudiantes observaron a la recién llegada.

Marcando un extraño ritmo con sus zapatos de tacón, sus pasos eran lo único que se oía en aquella estancia mientras se aproximaba a la mesa del profesor. Sus caderas se movían como si desfilara por una pasarela, y sus cabellos rojizos brillaban como el fuego.

Con un golpe sordo, depositó los libros que llevaba sobre la madera, para después darse media vuelta y comenzar a escribir su nombre en la pizarra.

- Muy bien, chicos, bienvenidos a clase de Historia. Soy la profesora Lefebvre, pero pueden llamarme... - se giró y miró a cada uno de los presentes con sus penetrantes ojos verdes, antes de sonreír de manera seductora. - Madame Medusa.