I
Un suspiro salió de los labios de Medusa, a la vez que se arrojaba sobre la silla de su despacho. Cubrió sus ojos con su antebrazo, y permaneció en esa postura durante unos minutos hasta que unos golpes rítmicos en la puerta vinieron a perturbar su descanso. En un principio pensó en ignorarlos, pero la insistencia con que siguieron llamando hizo que tuviera que levantarse de la silla y acudir a ver quién era la persona que llamaba. La culpable era una mujer de unos 25 años de edad, pelo seguramente teñido de rubio sujeto en una tirante cola y ojos azules.
- Medusa, cariño, ¿regresaste de tu viaje? - la saludó la susodicha con una artificial sonrisa lineada en sus labios pintados de un intenso rosa.
- Creo que eso es obvio, Evelyn - respondió Medusa, con tono despectivo - Sino, no te estaría abriendo la puerta.
Evelyn Harper trabajaba como secretaria en el departamento de catalogación de manuscritos, aunque no era ningún secreto que la mayoría del tiempo lo dedicaba a estar en la cafetería y coquetear con cualquier profesor soltero que cayese en sus manos. A pesar de que Medusa nunca había buscado ser su amiga, Evelyn frecuentaba su compañía siempre que tenía ocasión. Al principio aquel interés en su persona había molestado mucho a Medusa, pero con el tiempo lo toleró pues había encontrado una forma de sacar provecho personal a la situación.
- Claro, claro... ¿y cómo te fue por Colombia? - preguntó la chica, mientras con su tradicional descaro se colaba en el despacho de Medusa sin haber sido invitada previamente.
Medusa suspiró resignada. No le quedaba más remedio que ser amable, y esperar a que aquella visita terminase lo antes posible. Así pues cerró la puerta, y se giró hacia Evelyn.
- No creo que hayas venido hasta aquí para preguntarme por mis días libres, ¿verdad?
- Lo cierto es que no me interesa demasiado saber eso, y más cuando hay otro tema más jugoso del que quiero que hablemos. ¿Te dice algo el nombre de Snoops?...
- ¿Debería...? - preguntó Medusa con indiferencia, mientras volvía a sentarse en su mesa y fingía ordenar las carpetas que se hallaban encima.
- Es extraño que no te suene, porque en estos últimos días un hombre con dicho apellido ha estado preguntando por ti... y con gran interés.
Aquellas palabras hicieron que Medusa levantase los ojos, y que en su cerebro se disparasen toda clase de alarmas.
- ¿Por... mí? - un escalofrío recorrió su espalda.
Deseó con todas sus fuerzas que aquello no estuviera relacionado con la causa de sus últimos viajes y sólo fuera una trampa para liarla en otra cita a ciegas. No era la primera vez que sus compañeros de departamento se inmiscuían en su vida amorosa y, aunque su definición de "hombre misterioso, seductor y apasionado" no era la misma que la de ellos, en éste momento estaría tan agradecida que incluso saldría con cualquier posible candidato que le presentasen.
- Afirmativo - una risita traviesa escapó de los labios de Evelyn, a la vez que se sentaba sobre el escritorio, atenta a cualquier reacción de Medusa. - Es un hombre bajito y tímido, una especie de loco de los mapas. Ha estado frecuentando la biblioteca recientemente. Cariño, ¿hay algo que deba saber?
- Oh querida. Créeme que si hubiera algo de eso, serías la primera en saberlo. - el suspiro de alivio que Medusa exhaló pasó totalmente desapercibido para Evelyn, que volvió a reírse. - Pero supongo que sólo será el padre de algún alumno interesado en los estudios de su hijo.
- Oh espero que no... Eso sería demasiado aburrido. De todas formas seguro que te cruzas con él, ha venido a la biblioteca prácticamente a diario. Si sucediese algo, por favor, quiero que me lo cuentes todo después con pelos y señales.
Estuvieron un rato más hablando de temas más insustanciales, como maquillaje y perfumes, antes de que Evelyn decidiera que ya había tenido suficiente, y se marchara. Apenas abandonó el despacho, Medusa corrió a la puerta y se aseguró de cerrar con llave. No quería que la sorprendiesen. Se sentó en su silla, y observó uno de los cajones de la mesa durante un rato. Por la ventana podía oírse lejano, el ruido propio de la vida del campus. Tras unos segundos, abrió finalmente el cajón.
Estaba vacío.
Lentamente introdujo la uña en una rendija de la base de madera, levantando ésta y revelando un compartimento oculto. Con manos temblando por la emoción, Medusa extrajo del interior un collar compuesto por una serie de placas de oro con grandes esmeraldas incrustadas. Sonriendo con codicia se lo colocó en el cuello y comenzó a acariciar las piedras. Había merecido la pena viajar hasta Colombia para conseguirlo.
Porque esa era la verdadera pasión en la vida de Medusa. Las joyas y las piedras preciosas.
Descendiente de inmigrantes franceses, la mayor parte de su infancia había transcurrido junto a sus padres en la ciudad de Nueva Orleans. Su padre había trabajado muy duro como contable de un arrogante comerciante que le trataba bastante mal, y que desgraciadamente por sus esfuerzos le pagaba pobremente, por lo que la familia siempre andaba con apuros económicos. No obstante, y preocupados por su educación, sus padres consiguieron reunir el suficiente dinero para poder enviar a Medusa a estudiar a un prestigioso internado de señoritas en Nueva York.
Y allí, en la gran ciudad, fue donde Medusa empezó a perderse a sí misma.
En el tiempo que estuvo en el internado, Medusa fue comprendiendo que el poder y el dinero abrían muchas más puertas que sólo los buenos sentimientos. Poco a poco fue surgiendo de su interior una nueva versión de ella misma, una versión más egoísta y sin escrúpulos, dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de satisfacer sus caprichos. Y un deseo de posesión, antes desconocido, surgió en su interior.
Terminó sus estudios y llegó a ser una reconocida profesora particular de historia para los hijos de importantes empresarios. En realidad no estaba en sus planes trabajar, pero decidió que una manera de conseguir el status que anhelaba era acercándose a las familias influyentes de la ciudad. Pasaron los años y Medusa se había convertido en una mujer madura, inteligente y con muchas amistades, pero aún estaba muy lejos de alcanzar sus codiciosos sueños de nadar en la fortuna. Su origen humilde siempre resultaba un lastre que le cerraba muchas oportunidades.
¿Qué más podía intentar?
La respuesta le llegó una mañana, leyendo un artículo que el New York Times había publicado. Trataba sobre las increíbles ciudades perdidas que se estaban descubriendo en las selvas sudamericanas. Las imágenes de aquellos tesoros que iban a formar parte de las colecciones de los museos, hicieron que los ojos de Medusa se salieran de sus orbitas. Nunca había visto tanta riqueza junta en un mismo sitio. Su imaginación empezó a fantasear, imaginando cuántas joyas estarían aún ocultas, formadas por oro y quizás también piedras preciosas tan grandes como su puño...
Tenía que hacerse con ellas.
Investigando en el museo de Historia Natural, donde habían traído algunos de las piezas halladas en Sudamérica, averiguó que en algunas de las expediciones arqueológicas que el periódico había mencionado, habían participado miembros provenientes de la universidad de Nueva York. Sabiendo eso, su plan consistiría en ingresar en el departamento de historia de la universidad, y así podría participar en alguna de las expediciones que se llevasen a cabo. Una vez allí, no sería tan extraño que alguna pieza se "perdiese" por accidente.
Gracias a las influencias de las amistades adquiridas durante los últimos años, y las excelentes recomendaciones que la acompañaron, no tuvo problemas en conseguir el puesto de profesora de Historia del Arte para el siguiente curso. Se sentía eufórica, ya podía sentir el tacto del oro en sus manos.
Pero las cosas no iban a serle tan fáciles. Enseguida se dio cuenta de que no cualquier profesor del departamento participaba en las expediciones arqueológicas. Tenía que conseguir previamente la aprobación del decanato, y éste estaba compuesto por un grupo de ancianos, con ideas tan viejas como ellos mismos. No entraba en su limitada visión del mundo que una mujer fuera capaz de resistir un viaje peligroso a través de la selva, o que sus conocimientos sobre culturas fueran iguales o superiores a los de los hombres. Bien es cierto que Medusa no tenía esos conocimientos, pero esperaba que sus "encantos naturales" la ayudasen para convencerlos de que eso no era tan importante después de todo. No fue el caso, ninguna de las veces que lo intentó.
Estaba de nuevo en la casilla de salida.
Pero tal vez no todo estaba perdido. Medusa empezó a notar que si bien no había conseguido encandilar a los miembros del decanato, había alguien que si había caído ante sus encantos. Evelyn Harper.
Tan insustancial como superficial a la vez, Evelyn empezó a invitarla a salir por las noches a clubs nocturnos y a hacerla visitas entre clases a su despacho. Centraba su atención en trivialidades, como moda y hombres, y consideraba a Medusa su igual aunque ella mostraba siempre su total indiferencia hacia su persona. De hecho la molestaba bastante, y estaba a punto de poner fin a la persecución de Evelyn, cuando un incidente casual y oportuno provocó que Medusa cambiara de parecer y en cambio avivara esa relación entre ellas.
Había quedado con Evelyn en ir a un café después de terminar las clases. La chica la había pedido que fuera a buscarla a la biblioteca. En el tiempo que Medusa llevaba ahí nunca había entrado al edificio, bueno, no es que le interesara demasiado moverse por pasillos llenos de libros polvorientos. Sólo prestaba atención a aquello que pensaba que podría usar en el futuro para sus intereses. Evelyn se hallaba en la sección de la biblioteca donde se archivaban los manuscritos que habían sido catalogados y traducidos. Ese día su jefe la había dejado una serie de antiguos escritos que hablaban sobre las ruinas del templo de Karnak en Egipto.
Mientras Evelyn tonteaba con el nuevo mensajero de correos, Medusa estuvo leyendo las traducciones que el jefe de Evelyn había realizado ese día. Una en particular la llamó sobremanera, trataba sobre una cámara oculta que se hallaba en la parte oeste del templo, y en la que se guardaban los objetos rituales de un antiguo culto a la luna.
Sin que Evelyn se diera cuenta, Medusa se llevó toda la información que pudo coger escondida en su bolso.
En los siguientes días estuvo investigando todo lo que pudo sobre las ruinas, y los estudios que se habían llevado a cabo. Pero al parecer el templo de la luna era considerado un mito, y no se había podido confirmar su existencia. Así pues si realmente había objetos valiosos en aquel lugar, aún permanecían ocultos y sin que nadie los hubiera visto en miles de años. Y no se echarían de menos si alguien llegase primero, y los tomara, ¿verdad?
Bueno, no sería un gran tesoro como esperaba, pero para empezar no estaba mal. Y si bien el decanato no la autorizaba a participar en una expedición oficial, tampoco la impedían una pequeña escapada en las vacaciones de Navidad a Egipto por su cuenta.
A partir de ese momento, Medusa comenzó a realizar viajes furtivos a diversos lugares del mundo, buscando tesoros perdidos en el tiempo, siguiendo las indicaciones de los manuscritos que le robaba a Evelyn. Y siempre volvía de sus viajes con alguna joya, o algún objeto de gran valor que guardaba con gran celo para su disfrute personal.
Por fin su ambicioso corazón se sentía lleno y satisfecho. O eso creía ella.
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