CAPÍTULO 2
Dedicado a @RigelM
Tenía seis años cuando llegué al orfanato y mi primer recuerdo en ese lugar fue el de todos los demás niños observándome como si fuese un ser extraño dentro de un mundo al que no pertenecía , los niños pueden ser muy crueles a veces, en ese tiempo yo seguía siendo un chiquillo ingenuo y soñador al que le afectaban demasiado las cosas por lo que no lo pasaba bien ante todas aquellas miradas de rechazo que estaba recibiendo por parte de los que, según pensaba, debían de ser mis amigos en algún momento. Durante los primeros días todo se mantuvo así, nadie me hablaba y me evitaban como si estuviese apestado, por más que intentaba acercarme los resultados no eran buenos y aquello comenzaba a dolerme como una herida invisible que pronto comenzaría a abrirse más y más, aunque yo no supiera eso en ese momento.
El ser ignorado había sido la parte mas bonita de mi ingreso a aquel lugar, más tarde lo comprendería, en cuanto decidieron comenzar a maldecirme y llamarme "monstruo" dejé de intentar acercarme a ellos pero aquello pareció molestarles aún más porque pronto comenzaron a lanzarme piedras y encerrarme en distintos lugares del orfanato que se encontrasen obscuros y vacíos, para que solo yo sufriera la tortura del miedo que en un niño recién abandonado podía causar, pero debo destacarles la creatividad que tenían ya que podían hacerme sufrir mucho a pesar de tener poco a su alcance. Ayudarme obviamente estaba prohibido, aunque no había nadie que se molestase siquiera en intentarlo, y los adultos encargados de velar por el bienestar de cada huérfano en el lugar no parecían estar muy interesados en hacer bien su trabajo, al menos no conmigo, ya que jamás acudían a socorrerme cuando rogaba por ayuda durante algún ataque.
Aquello duró hasta que cumplí ocho años y algo en mí se rompió durante las provocaciones de un odioso niño con cara de rata, por alguna razón me había parecido especialmente insoportable aquella vez, no logré contenerme aunque tampoco lo intenté y pronto quedó en mis recuerdos como el primero al que había tenido la dicha de golpear y quien me hizo comprender que el daño que me hacían yo también podía devolverlo. De ahí en adelante comencé a golpear a todo aquel que intentaba hacerme algo, provocarme se volvió algo terriblemente fácil, pero eso terminó molestando a los vigilantes porque los golpes que mis compañeros empezaron a dejar de darme ahora eran impartidos por los adultos que repetían con insistencia que así no se debía tratar al resto.
Desde que tengo memoria a mí se me había dificultado el poder comprender a las personas y en ese lugar me parecía que cada vez podía entenderlos menos, sabía que no era justo el trato que estaba recibiendo allí dentro pero desconocía las razones por las cuales era yo el que lo recibía y no otro, era irritante que nadie me dijera porqué estaba tan mal que yo me defendiera pero no había problemas en que otros me maltratasen y era aún peor que no me explicaran el porqué los adultos me seguían castigando aun después de que hubiera dejado de golpear a los demás chicos del orfanato, eran cobardes y pronto generaron miedo hacia mí por lo que habían vuelto a ignorarme y con ello se habían ido mis razones para atacarlos.
Me acostumbré a romper las reglas de aquel lugar, cada vez que se me daba la oportunidad, de todas formas seguiría siendo castigado y prefería darle verdaderas razones para hacerlo en lugar de recibir golpes que no me merecía, el disgusto que se apreciaba en el rostro de los celadores ante una regla rota era un pequeño tesoro al interior de ese obscuro lugar.
Yo no sé si sea posible acostumbrarse al dolor, yo al menos jamás lo había hecho, pero sí soy consciente que se puede aprender a vivir con él y, del mismo modo, había aprendido que mientras menos demostrase sufrimiento ante este más era la frustración que sentía el que lo infringía por lo que, con el tiempo, comencé a volverme alguien inexpresivo y de actitud monótona ante absolutamente todo y aquella indiferencia hacía arder la sangre al interior de las venas en los cuidadores al igual que afirmaba las especulaciones de mis compañeros acerca de que yo era un monstruo.
Si alguien hubiera grabado mi actitud desde el primer hasta el último castigo , quizás, se impresionaría ante el cambio que en mi persona podría apreciarse ¿y cómo no? Después de todo yo había llegado a ese lugar con la estúpida idea de la bondad en la gente y el arco iris que nos espera detrás de cada sueño. Al principio lloraba y me resistía a ser castigado, luego solo lloraba y gritaba ante los golpes, al final tomaba cada castigo como si de una clase se tratara.
No había sido capaz de colocarme mi polera nuevamente, las heridas punzaban en mi espalda y no necesitaba observarlas para deducir que estas se encontraban infectadas, habían pasado ya tres días y a juzgar por la claridad que el cielo, a través de las mugrosas ventanas, parecía ser que el cuarto día tendría su comienzo. Me encontraba tiritando de frío y hambriento, necesitaba con urgencia usar el baño y darme una ducha pero aquello no era algo de importancia para los ojos de Lebini, ni para ningún otro cuidador del orfanato. El tiempo de mi estadía dependía del peligro de muerte que tuviera estando allí dentro, el cual aumentaba en invierno, o de que la directora se percatase de mi ausencia y le diera a alguien la orden de liberarme.
Me había esforzado tanto para volverme invisible que, a pesar de ser el único pelirrojo en todo el orfanato, mi ausencia pasaba casi siempre desapercibida por la mayoría por lo que no era sencillo que la orden de liberarme se diera demasiado pronto , aunque era un pequeño precio a pagar por los beneficios que el casi no existir me significaba.
Llevé mis manos a mi rostro y exhalé en ellas aire caliente, como si de verdad creyese que haría alguna diferencia a mi temperatura corporal, en momentos como ese mi cuerpo echaba de menos al sol y la calidez que otorgaban sus rayos... maldita debilidad...entonces se escuchó un ruido metálico, una cerradura abriéndose, extrañado erguí mi espalda y dejé escapar una mueca de dolor al sentir la piel de mis heridas reprochar con dolor aquel cambio de posición tan brusco y repentino. La puerta se estremeció ante mis ojos y yo me puse de pie mientras la luminosidad del exterior se dejaba colar entre las puertas que estaban siendo abiertas.
Debí parpadear un par de veces antes de poder distinguir con claridad la figura que frente a mí se presentaba con una sonrisa ladina, no pude evitar levantar una ceja con expresión incomprensiva, era extraño que no hubieran mandado a algún celador esta vez, en lugar de eso tenía enfrente a un chico rubio y delgado que tenía sus claros ojos verdes fijos en mí que con un movimiento de cabeza me indicó que era momento de salir y, sin decir nada, yo me incliné para levantar mi polera y caminé hacia la salida mientras Andrew se apartaba para dejarme el paso libre.
Cuando estuve afuera me detuve unos segundos, escuchando el tintinear de las llaves mientras Andrew volvía a cerrar las puertas, me dejé bañar por los clementes rayos matutinos que quemaban mi piel sin alcanzar a rostizarme, solo en momentos como ese el sol no me parecía del todo desagradable, había tenido suerte de que mi liberación hubiera sido a esa hora y no más tarde cuando el sol pegaba con una fuerza insoportable, por mas frío que hubiese tenido no me habrían dado ganas de intentar disfrutarlo.
-¡OH, hermano!- escuché una exclamación de una voz desconocida a mis espaldas, me giré entonces y la duda me embargó al observar frente a mi el rostro impresionado de Andrew que me devolvía la mirada con los ojos abiertos de par en par
-¿Qué ocurre?- pregunté intrigado y percatándome de que aquella era la primera vez que ambos escuchábamos nuestras voces
-Tu espalda esta muy mal ¿Qué no te duele? - yo me encogí de hombros y desvié mis ojos hacia el manojo de llaves que tenía en sus manos, parecían millones a pesar de no ser realmente tantas
-¿Crees que esté entre esas la llave de las duchas y la bodega?- inquirí deseoso de una respuesta positiva, él sonrió como si hubiera dicho algo obvio.
-Será mejor que nos apresuremos antes de que los celadores se den cuenta de que les falta un juego de llaves- indicó comenzando a caminar conmigo a su lado
-¿Las robaste?- pregunté extrañado
-La directora esta de vacaciones, sin ella no tengo a quién decirle que estás encerrado para que te saque- explicó con normalidad y luego sonrió nuevamente.
Yo no dije nada más, aquella información era nueva para mí, la verdad no comprendía porqué no me había dicho antes que , durante todo ese tiempo, era él quien intercedía para que no dejasen que me pudriera en mi encierro al igual que desconocía las razones del porqué lo habia estado haciendo pero tampoco era como si importase demasiado realmente. De vez en cuando yo llegaba al orfanato con una cajetilla de cigarrillos que compraba para regalarle a Andrew, esas veces en que me sentía inusualmente bien , nunca tuve razones para hacerlo pero lo hacía de todos modos y supuse que él debía regirse bajo las mismas premisas de hacer algo por alguien solo porque sí.
Mientras yo me daba un baño Andrew había ido a la bodega a buscar los artículos que usaría para curar las heridas de mi espalda y cuando salí el se encontraba esperándome, haciendo guardia para ver si a algún celador se le ocurría pasar por allí, luego de ir a regresar las llaves en su lugar ambos nos dirigimos al dormitorio en donde se encontraban nuestros camarotes y allí Andrew se dedicó a prestarme sus servicios de enfermero, a pesar de mis insistencias acerca de que no era necesario que lo hiciera, tener su ayuda no me molestaba pero se me dificultaba acostumbrarme a recibirla de manera tan directa cuando lo que identificaba a nuestra amistad era la distancia, o lo había sido al menos hasta ese momento.
El edificio en donde se encontraban los camarotes tenía dos pisos, el segundo siempre era asignado a las mujeres, al interior los camarotes se distribuían en tres hileras que iban a lo largo del lugar y en una de las paredes más extensas habían dispuesto un enorme espejo junto al cual se hallaban los casilleros en donde se nos permitía guardar nuestros artículos personales y las pocas cosas extras que no se encontraban prohibidas, aunque nunca se molestaban en revisarlos realmente. Por lo general no teníamos permiso de entrar a los dormitorios si no era antes o después de alguna de las tres comidas que nos daban pero estos siempre se encontraban abiertos, por si acaso una emergencia obligaba a alguien entrar, ello hacía que cada tanto un vigilante se diera una vuelta para asegurarse de que todo siguiera en orden.
-Ya estas listo- dijo al fin Andrew- quizás te queden algunas cicatrices.
-"Como si me hicieran falta mas" pensé mientras suspiraba y me ponía de pie para luego colocarme la polera que había escogido para ese día, allí la ropa era comunitaria
-Quizás podrías intentar meterte en menos problemas- habló mientras me seguía hasta los casilleros
- Buscarían la excusa de castigarme de todas formas
-Supongo que tienes razón- admitió mientras guardaba las cosas que habían quedado sin utilizar.
De mi casillero saqué un par de vendas, de las que los boxeadores utilizan bajo los guantes, enrollé la tela alrededor de mi mano y mis antebrazos hasta que las marcas de mis cortes quedaron cubiertas por completo y antes de volver a cerrar el casillero eché un fugaz vistazo hacia las ventanas que daban al exterior, asegurándome de que no hubieran cuidadores cerca, entonces saqué el celular que allí guardaba.
-¿Lo robaste?- preguntó Andrew mientras encendía el aparato-
-Yo no soy bueno en eso- confesé guardándolo en el bolsillo- lo compré.
-Comprendo- dijo observando las ventanas- salgamos ya, no debe de faltar mucho para la próxima vuelta del celador.
Asentí con la cabeza y seguí al rubio hacia la salida sin evitar voltear hacia el espejo cuando pasamos junto a él, mi reflejo seguía sin agradarme y las ojeras que ahora exhibía no ayudaba a ese juicio, sentí que cada vez me encontraba mas delgado y mi altura no hacía más que acentuar aquel rasgo. Con una mueca dejé de observarme, odiaba que el colorido de mi imagen desentonara tanto con el gris de mi personalidad, el cuerpo que se me había dado fue la primera y más permanente ironía con la que la vida me había recibido.
Mi cabello era rojo mientras que mis ojos asemejaban el color del cielo, mi piel era clara aunque no al punto de mostrarse pálida y estaba marcada en mi nariz y mejillas por multitudes de pecas que también abundaban por el resto de mi cuerpo. Aquellos eran los rasgos que emulaban a los de mi madre de una manera casi perturbadora mientras que el resto eran herencias que me había dejado el padre que nunca conocí y a quien le debía la delgadez de mis labios, mi mentón aguzado, mi nariz aguileña y lo difícil de mi carácter.
Cuando salimos al patio fue evidente la impresión en los rostros de los demás huérfanos, la mayoría amigos de Andrew, pero por más que aquello me molestaba no podía culparlos puesto que no era de uso público la información de que él y yo nos llevásemos bien, o que supiéramos de nuestras existencias incluso, y la diferencia en nuestras personalidades aumentaba lo extraño que aquello resultaba ser. Andrew era alguien bastante alegre y social, su expresividad difería en sobremanera con mi permanente monotonía facial, pero aún con lo poco que yo lo conocía, sabía que lo que mostraba al resto no era tan real como ellos lo pensaban.
Sin perder más tiempo yo dejé a Andrew, despidiéndome con un gesto de mi mano, y me escabullí a las afueras del orfanato rumbo a la casa de Danny quien, seguramente, se debía haber estado preguntando donde demonios me encontraba. Había sentido vibrar mi celular , anunciando la llegada de los mensajes que esos tres días estuve recibiendo, pero no tuve la necesidad de verlos para saber quién era el remitente de todos ellos.
Cuando llegué a mi destino pude ver a Amapola, la novia de Danny, saliendo en uno de los autos que se guardaban en la cochera, seguramente iba a trabajar, al verme me dedico una amistosa sonrisa antes de tomar la calle e irse con rapidez. Por alguna razón Amapola no habia dejado de trabajar a pesar de que Danny tenía dinero suficiente como para mantenerla a ella y a tres más si le daba la gana pero bueno ¿Quién entiende a las mujeres después de todo?
-¡Hey, Beck!, sigues con vida- escuché la voz de Danny llamar desde la puerta de la cochera que se mantenía abierta.
-Me tuvieron encerrado estos tres días Danny- expliqué caminando hacia él- lo siento.
-Tranquilo, esta bien- dijo mientras cerraba la puerta de la cochera- le diré a Mimi que te prepare algo de comer mientras me cuentas por qué te castigaron esta vez ¿Qué tal?
- Te lo agradecería- dije con una leve sonrisa.
Danny era el único al que consideraba un verdadero amigo, por más que él fuese la representación viva de mi antónimo, nos llevábamos realmente bien y era gracias a él que tenía una vida esperándome fuera del orfanato pero, claro, no era algo que le dijese muy seguido ya que el ser expresivo no estaba dentro de mis cualidades, era más fácil dar por sentado que él sabia lo mucho que lo apreciaba por lo que hacía por mí, de todas maneras me conocía lo suficiente como para entender el significado de mi silencio.
- Acumulaste bastante trabajo- informó mientras caminábamos hacia la cocina en donde Mimi se encontraba lavando unos platos-
-Tendré en que entretenerme- dije saludando a Mimi con un movimiento de mi mano el cual ella regreso con una sonrisa.
-Mimi ¿le prepararías algo a Beck? -pidió Danny saliendo de la cocina para regresar instantes después con una agenda forrada en negro entre sus manos- a veces temo que se nos muera por inanición el pobre- dijo a modo de broma.
Caminé hacia Danny para recibir la libreta y luego ambos nos sentamos en la mesa redonda que había en la cocina, ni a él ni a mí nos gustaba hacer uso de su comedor cuando no era necesario, eché un leve vistazo a las últimas páginas escritas y estimé que lograría terminar con ellos ese mismo día si procuraba no perder más tiempo del necesario entre trabajo y trabajo pero con los deudores nunca se sabía cuanto tiempo me llevaría sacarles el dinero, quizás dejase esos para el último , a diferencia del reparto y búsqueda de substancias que siempre eran cosas rápidas de hacer en el auto que Danny siempre me prestaba.
Revisé la información de la libreta dos veces antes de dejarla sobre la mesa, en un lugar lo suficientemente apartado como para que no corriera peligros de ser manchada, poco después Mimi me sirvió el desayuno y al hacerlo mis ojos prestaron especial atención al collar de cadena corta que siempre lucía en su cuello y el cual tenia un colgante que ponía "Mimi" en letras manuscritas, nada original pero bonito de todas maneras, aquel collar se lo habia visto desde el primer día en que la conocí y jamás se lo sacaba o, al menos, eso parecía. De pronto a mi mente llegó la imagen de Amapola y el recuerdo que ella también usaba un collar, aunque de cadena larga y con una orca como colgante, alguna vez había logrado hablar con ella lo suficiente como para que hubiese alcanzado a explicarme que le gustaba mucho ese collar y que perderlo estaba dentro de las peores cosas que podrían sucederle, obviamente yo no comprendía eso pero estaba acostumbrado a no entender muchas cosas así que no le di demasiada importancia al asunto.
Entonces me embargó la curiosidad y una idea cruzó mis pensamientos de forma inesperada, yo no conocía mucho acerca del tema pero sabía que Danny era el más idóneo para dilucidar cualquier pregunta que tuviera al respecto, por alguna razón me puse nervioso mientras esperaba a que Mimi se fuese pero aquello empeoró cuando me encontré a solas con Danny y la inminencia de la pregunta que quería hacer se volvió tan real como la tasa de café frente a mí y, por supuesto, aquello había logrado llamar la atención del sujeto que había lidiado con mi inexpresividad desde hacia ya casi cinco años.
-¿A todas las chicas les gustan los collares?- pregunté entonces con inusual timidez.
Danny levantó una ceja y guardó silencio unos instantes mientras sus ojos me escudriñaban con desconfianza, como si no creyese que fuera yo realmente el que estaba allí, pero yo le mantuve la mirada en respuesta y rápidamente comprendió que la pregunta era seria y, por lo tanto, esperaba una respuesta equivalente.
-Bueno...- dijo finalmente- no sé si a todas pero a la mayoría les gustan bastante ¿Por qué?
- ¿Existe alguna regla para ellas? digo...si le quiero regalar un collar a alguien ¿tiene que tener alguna característica especial?
-¿te gusta una chica?- exclamó entonces con una sonrisa y los ojos muy abiertos.
-Pues...- titubeé nervioso- no se si me gusta...pero si me llegase a gustar creo que querría darle algo y parece ser que un collar es una buena opción.
-Si quieres yo te consigo un collar para regalarle- ofreció con ojos brillantes- pero necesito que me digas cómo es y como la conociste primero.
-Está bien- dije en un suspiro y sentí el arrepentimiento de haber hablado.
El resto del día fue bastante productivo para mí, más de lo que realmente esperaba, el dolor de mi espalda había ayudado a mantenerme despierto a pesar del sueño acumulado que a cada descuido amenazaba con cerrar mis ojos. Pronto tuve que comenzar con la ronda de cobranzas y por enésima vez tenía en mi lista a Josef Sterling, él lograba empeorar mi humor ya arruinado por el sueño, a ese sujeto siempre lo dejaba en primer lugar porque era al que más detestaba y siempre buscaba deshacerme de él tan rápido como se me hiciese posible.
Había intentado hacerle pagar un par de veces antes pero jamás lograba nada y le estaba dando más oportunidades de las que se merecía el problema de trabajar bajo órdenes, pero su tiempo se había agotado y no podía dejar que su deuda durase por más tiempo. Sabía donde encontrarlo y, por desgracia, también sabía que no tenia preferencia por ninguno en especial por lo que me encontraba obligado revisar uno por uno los antros de mala muerte que tanto le gustaban hasta dar por fin con él, si es que estaba en uno de ellos. Cuando emprendí la odisea para encontrarlo era media tarde y dudaba que siquiera alguno de los lugares se encontrara abierto.
Luego de haber fallado en dos lugares la sangre me ardía por tirarle los dientes a ese sujeto, me estacioné a una cuadra de distancia del próximo lugar al que iría, cuando tuve el vehículo estacionado decidí desprenderme de las vendas y las dejé en el asiento del copiloto, reemplazando la mochila negra que llevaba conmigo cada vez que bajaba del auto, y cruzando los dedos me puse en camino a otra posible decepción y pérdida de tiempo.
Cuando estuve cerca de la entrada al local la puerta de éste se abrió de golpe y un regordete sujeto voló por los aires hasta estrellarse con un montón de basureros metálicos que se hallaban dispuestos junto a un poste de luz, el estruendo inundó el ambiente con un molesto ruido que ahogó las quejas del sujeto que se revolcaba entre ellos, observé la escena con una monótona expresión y paseé mi mirada del sujeto hasta el dueño del bar quien se mantenía con mirada iracunda bajo el umbral de la puerta.
- No permitiré que sigas bebiendo gratis Josef- gritó mientras apuntaba con un dedo acusador al tipo entre los basureros que luchaba por incorporarse.
-No seas así- habló con lengua traposa- te pagaré, ya tengo el dinero y...- antes de poder terminar una erupción de vómito emergió de su boca, yo hice una mueca de asco al igual que el sujeto en la puerta.
- No quiero volver a verte por aquí hasta que me pagues lo que me debes y lo que te tomaste hoy- habló nuevamente el hombre antes de desaparecer al interior del bar.
Pero no estaba muy seguro de que Josef hubiera alcanzado a escuchar las palabras de aquel sujeto, estaba demasiado sumido en el vaciamiento de estomago al que sus reflejos lo tenían sometido, cuando el asqueroso espectáculo concluyó lo observé insultar con palabras incomprensibles al sujeto y su local para luego comenzar a caminar con paso tambaleante hacia el lado contrario al cual yo me encontraba, parecía ser que no se había percatado de mi presencia allí, entonces yo aproveché para seguirlo.
A una distancia prudente me mantuve caminando tras él y luego de dos cuadras y dar la vuelta en una esquina llegamos a un auto bastante grande, el único estacionado en esa calle, allí tuve que esperar a que Josef encontrara sus llaves y luego tuve que esperar aún más a que lograse hacer que esta entrara en la ranura de la cerradura, a esas alturas mi paciencia se había acabado por completo, durante todo ese interminable preludio yo me acerqué hacia él sin que me notase y cuando el ruido de la cerradura destrabándose hizo su aparición yo también entre a escena. Coloqué mi palma sobre el cristal e impedí que la abriera, aunque al atrofiado intelecto de Josef le costó unos instantes entender lo que ocurría, el hombre forcejeó en vano un par de veces antes de levantar la mirada y encontrar mi mano como la responsable de evitar que pudiera continuar con su cometido.
-Pero que mier...- intentó balbucear apartándose del vehículo, cuando sus ojos se encontraron con los míos su rostro se desencajó en ira - ¿tú de nuevo?
-Créeme que a mi tampoco me agrada tener que ver tu cara de marrano tan seguido- espeté intentando desviar mi mirada de los homónimos ojos que tenia frente a mí- pero hasta que no me pagues no hay alternativa.
-Ya te dije que no pienso pagarle a un pendejo como tú- yo rodé los ojos y aparté mi mano del auto.
-Mira, los intereses se te están acumulando y Danny quiere su dinero ahora ¿entiendes?
-Ay si, ay si- se burló agudizando su voz y aleteando con las manos- Danny quiere su dinero, debes mucho dinero- volvió a su tono normal- no eres más que una burla y ya me estás cansando ¿sabes? Si Danny quiere tanto su dinero dile que venga él mismo a buscarlo porque no pienso darle una sola moneda a un pelirrojo malcriado con problemas de superioridad, tú no vales absolutamente nada ¿escuchaste? No eres más que un simple peón desechable y tienes suerte de que no intente hacerte nada porque podría escupir en tu estúpida cara de niño bonito antes de que siquiera...
De no haber sido que Danny me tenia prohibido asesinar a sus deudores estoy seguro de que habría asesinado a ese sujeto allí mismo pero, en cambio, tuve que controlarme y conformarme con golpearlo hasta que estuviera más que inconsciente sobre el asfalto. Mi primer golpe logró impulsarlo hacia atrás y pude sentir como crujía su mandíbula ante el repentino impacto de mis nudillos, agradecía hacer que por fin se callara, golpeé tanto como pude y aún así se sintió poco para mí. Cuando estuvo en el suelo debí patearlo un par de veces, hasta que estuvo contra una pared, necesitaba apartarlo del vehículo y tocarlo era algo que no deseaba hacer y menos con ese repulsivo hedor a alcohol y vómito que se mantenía sobre él como una gruesa capa casi tangible.
Abrí el auto y busqué por cada lugar alguna señal de dinero oculto pero allí no había absolutamente nada más que aire y un abrigo de mujer que reposaba apacible en el asiento trasero, en los bolsillos de este solo encontré un paquete de chicles y unas cuantas monedas sueltas que no alcanzaban a ser una cifra lo suficientemente grande como para provocar quedármelas, la decepción dio paso a la frustración y luego a la angustia, no me podía permitir regresar sin el dinero una vez más, el panorama no era ni cercano a lo favorable y aún tenia cinco deudores más a los cuales visitar esa tarde .
Me saqué la mochila y la dejé reposar sobre mis piernas mientras intentaba tranquilizarme, sentado en el asiento del piloto, observé el cielo a través del parabrisas y pasé mi mano izquierda por mi cabello mientras intentaba analizar mi situación y las posibilidades que tenía para arreglarla, el tiempo se me estaba acabando. Y fue entonces, en ese preciso momento, en que me di cuenta de lo idiota que era y tuve deseos de golpearme a mi mismo por haber pasado por alto algo tan obvio.
Me incliné hacia el asiento del copiloto y estiré mi brazo para abrir la guantera, sonreí para mi mismo, de ella cayeron montones y montones de billetes que se encontraban amontonados en paquetitos unidos con elásticos, al parecer era cierto que le habían pagado, no podía deducir cuánto dinero había allí pero sí sabía que alcanzaba para pagar la deuda de Danny con los intereses y un extra . Con rapidez, y sin pensarlo, comencé a guardar hasta el último montón de billetes en mi mochila y, luego de volver a colgármela a la espalda, me dispuse a emprender mi viaje de regreso pero como todo buen muchacho me tomé el tiempo de cerrar el auto y hasta me preocupé de tirar la llave cerca del cuerpo de Josef antes de irme.
Eché un ultimo vistazo al cuerpo de Josef que, aun inconsciente, mantenía una mueca de dolor en el rostro y sentí como el odio que le tenía al destino se volvía más grande incluso que el odio inspirado por aquel hombre. Ese maldito destino que se había encargado, por alguna incomprensible razón, de darle a esa escoria el mismo apellido que a mí y, como si fuera poco, el mismo color de ojos.
Mi parentesco con el era innegable, aunque resultase ser solo el medio hermano de mi madre, pero ello no significaba que sentiría menos rencor hacia él, por el contrario, yo sabía las manchas que mantenía en su pasado y estaba seguro de que en el presente no debía de hacer cosas mejores que entonces. Por ello tenía deseos de darle fin a su infructífera vida con mis propias manos, impedir que hiciera sufrir a nadie más como lo hizo con mi madre, pero lo tenia prohibido y por más que quisiera verlo arder en las llamas del infierno parecía ser que no me correspondería a mí el placer de verlo sufrir en su último aliento de vida, una lástima la verdad.
Mientras caminaba hacia mi auto volví a pasar por fuera del local del cual había salido Josef, observando la puerta me detuve unos instantes, a esas alturas el tiempo apremiaba y debía actuar rápido si deseaba terminar todo en ese mismo día pero también era consciente de que Danny no me reprocharía nada si dejaba algo de trabajo pendiente para el día siguiente, si prometía realizarlo a primera hora, pasé mi mano por mi cabello y con un suspiro me adentré al local para entregarle al dueño el dinero que anteriormente había anunciado que le debían, de todos modos él también merecía tener un poco de suerte de su lado alguna vez.
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