Capítulo 6



—¿Qué pasó aquí? —Gala le preguntó al entrar en la enfermería, Tanya había olvidado que la enfermera también era cambiante y podía percibir el olor a sangre que ella, con sus sentidos humanos, no podía.

Dejando el anotador digital sobre una de las camillas, Tanya le miró.

—Ian se metió en una pelea en la escuela. Pero no fue nada grave, está en su habitación ahora.

—Oh, ese niño...

Gala se veía molesta en la enfermería, en realidad, todos parecían flotar en preocupación por el hijo del Alfa. Tanya no le veía tanto problema, los jóvenes eran así, tarde o temprano armarían líos y rabietas, era algo normal dentro de su desarrollo.

—¿Qué crees que le pase? —Preguntó.

Gala se cruzó de brazos.

—Tendrá un castigo, eso es seguro, y doble si lo suspenden de la escuela. ¿Llegó muy herido?

—No mucho, un par de cortes en el rostro, rasguños en brazos y pecho, algunos golpes, y creo que intentaron ahorcarlo.

Gala frunció el ceño con desagrado, luego toda su espalda fue movida por un breve escalofrío.

—Detesto cuando se lastiman de esa forma, como si no supieran que las palabras tienen mayor peso que los puños.

En eso estaba de acuerdo.

—Pero lo importante es que estará bien —afirmó, tratando de calmar un poco el ambiente—. Solo debemos acompañarlo en esta etapa.

Gala sonrió a medias.

—Sí, la transición de adolescente a adulto le tiene alterado, sobre todo porque su melena no le crece.

Ahora comprendía un poco a Ian, la melena tenía mucho significado para los leones, especialmente los hombres. Les atribuía fuerza y madurez, ante todos se demostraban como adultos capaces. Pero también tenía otras dudas respecto a él y a su pequeña hermana, Naiara, en lo que llevaba de tiempo, solo había visto al padre.

—¿Puedo preguntarte algo?

Gala se mantuvo revisando su anotador digital.

—Adelante.

—¿Dónde está la madre de ellos dos?

La enfermera alzó la mirada.

—Em..., bueno..., nadie lo sabe. La vida anterior de Patrick es un secreto que solo conocen él y sus hijos, hasta ahora nadie ha podido averiguar nada y la mayoría prefiere dejar de preguntar.

—Oh, vaya...

—Sí, no aconsejo hurgar en ese punto.

Tanya se ruborizó.

—No estoy planeando entrevistar al león sobre su vida privada, solo era una duda.

—Sí, por supuesto.

Incómoda, Tanya buscó el reloj GPS digital que la enfermera le regaló la primera noche que pasó en Gold Pride.

—Iré a dar un paseo.

—¿Quieres que alguien te acompañe? —Sugirió.

—Oh, no, ya aprendí a usar esta cosa..

Al bajar a la sala común, saludó con la mano a un trío de leonas que le sonrieron amablemente. La coalición gozaba de buenos lazos hasta ahora, y ninguno demostró alguna falta de respeto hacia ella. Se sentía cómoda en Gold Pride, y la paga era buena, aunque dejaría de recibir sueldo si se unía a la coalición, cosa que no veía posible a largo plazo, porque... Patrick seguía siendo esquivo con ella, sin embargo, y aunque estuviera entusiasmada por poder pertenecer a este mundo, Tanya sabía muy bien que debía dejar las cosas fluir a su ritmo.

El gusto por estar al aire libre lo había aprendido de sus dos hermanos menores, ambos inquietos y enérgicos pumas que vivían en el pequeño condado de Bluecreek, su madre los había adoptado cuando Tanya cumplió once años, y les llevaba cinco y siete de diferencia, sin embargo tanto Tucker como Tavish ahora parecían más grandes que ella.

Sonrió al recordarlos, nunca desaprovechaban la oportunidad de recordarle que querían convertirse en tíos, bien, eso no sucedería pronto.

El canto melodioso de las aves se mezcló con los rayos de luz que atravesaban el espeso dosel de los árboles, esto era en definitiva, lo que todos los cambiantes apreciaban, naturaleza pura, o lo que queda de ella. Moviendo su índice por la pequeña pantalla del reloj GPS, Tanya buscó la ruta hacia la laguna sur, quería verla desde que llegó. Le encantaban los espejos de agua. A un ritmo ajustado para hacer ejercicio, trató de memorizar las cosas importantes del lugar, los puntos de referencia y cualquier otra cosa que sirviera para guiarle sin necesidad de requerir al aparato. Esto contaba como un entrenamiento de campo, reconocer cada parte del territorio era importante por si ocurrían incursiones o ataques en el exterior, o si cualquier accidente pudiera suceder en los bosques, ante cualquier situación ella y Gala debían acudir de inmediato. Pero si la enfermera no se encontraba —en un caso extremo—, Tanya debía accionar por su cuenta, y no quería depender de nada.

De pronto, algo le llamó la atención antes de que alcanzara la laguna, había en la base de un gran pino, una muda completa de ropa ordenada con mucha precisión. A simple vista, parecía que uno de los leones andaba merodeando transformado, pero cuando se acercó, reconoció la camisa a cuadros color azul que Patrick estaba usando cuando irrumpió en la enfermería con su hijo.

Algo hizo acelerar su corazón... Adrenalina... Tanya sentía curiosidad por saber qué tan grande y poderoso podía ser el león Alfa, pero quién sabe dónde estaría rondando, ella no tenía las habilidades para rastrear ni los sentidos que le guiaran hacia él. Desistió en esa tonta idea, y retomó la misión principal de llegar a la laguna. Se detuvo cuando escuchó un sonido animal, cubriendo su cuerpo con un árbol, Tanya se acercó, se inclinó para averiguar de qué se trataba... Regresó a la seguridad de la cubierta cuando lo vio, era grande y fuerte, de melena dorada con las puntas negras, el león estaba atento al paisaje, sentado a la orilla del agua. No estaba segura si era Patrick, pero tampoco iba a arriesgarse a averiguarlo, podía enfadarse y creer que lo estaba siguiendo. Emprendió la retirada, pero en su apuro, pisó una ramita.

En cuestión de segundos estuvo acorralada por una peligrosa bestia que le enseñaba sus mortales colmillos cónicos, esos ojos se hicieron más brillantes a medida que gruñía, de cerca se veía aun más grande, imponente, de querer, le mataría con pocos movimientos.

—No te estaba siguiendo, te lo juro.

Tanya giró, el león siguió acechándole.

—¿Patrick?

Gruñó. Pero al respirar algo le picó en la nariz, y entonces, el gran gato salvaje estornudó. Tanya no pudo contener la risa, a pesar de la irritación en su mirada.

—Lo siento..., fue muy gracioso.

Bufando, el león dio media vuelta y se dirigió al montón de ropa apilada. Los ojos de Tanya se llenaron de asombro al verlo transformarse, el pelaje, mezcla de un dorado ceniciento,  retrocedió dejando paso a la piel humana, el sonido de doscientos huesos quebrándose y armándose a la vez fue estremecedor, pero fascinante, sobre todo cuando al final Patrick apareció... Desnudo.

Sintiendo el calor desparramándose por todo su cuerpo, Tanya apartó la mirada de aquella amplia espalda tatuada y la dirigió a la laguna. Esperó a que se pusiera la ropa, minutos después, Patrick estaba caminando hacia ella.

—¿Por qué andas sola por el territorio? —Inquirió.

Tanya lo miró a los ojos, esa fuerza animal todavía seguía ahí, oculta, apaciguada, esperando el momento en donde él la liberaría de nuevo.

—Quise explorar un poco, para comenzar a estudiar el terreno.

El león avanzó, sus movimientos confiados le llevaron a retroceder hasta que el árbol le detuvo, estaba acorralada, y este gran hombre le miraba..., con hambre..., pero ese pensamiento se esfumó cuando estiró el brazo, y con total delicadeza removió una pequeña hoja que se había enredado en su cabello.

—La próxima vez —dijo, su voz grave y baja—. Procura salir con un miembro de la coalición. El sur es inseguro, en el norte hay un clan de leopardos, antes de aventurarte a salir piensa que eres humana.

Patrick aplastó la hoja entre sus dedos, los pedazos cayeron sobre la tierra, así de cerca, se sentía el calor de su cuerpo quemarle suavemente, y el masculino aroma llegarle profundo, ella no olvidaría pronto ese momento, porque aunque quisiera mostrarse indiferente para que viera que ella no se doblegaba, resistirse a esa forma de mirar era..., una tarea ardua.

—No quiero que una humana termine lastimada o muerta en estas tierras.

Retrocedió, Tanya sentía hervir su sangre al saber que para él solo era otra frágil humana que no pertenecía allí. Ella no iba a permitir que le rebajaran por pertenecer a esa otra raza.

—¿Y entonces qué, quieres que me quede en la guarida sin otro objetivo que servirles a ustedes?

Porque si ese era el punto, ella consideraría regresar a casa. Deseaba ayudar, no convertirse en sirviente.

El león continuó caminando, la brisa le jugaba en contra, fluyendo a través de la melena casi dorada que casi llegaba a su espalda. De pronto, cuando apenas podía divisarlo a lo lejos, ella escuchó un gruñido.

—Ven conmigo —ordenó.

La curiosidad pudo más que su enfado, Tanya le siguió los pasos. Su andar le resultó un obstáculo,  tenía prisa y no parecía dispuesto a disminuirlo por ella.

—¿A dónde vamos?

No respondió. Llegaron a la zona de estacionamiento reservado, Patrick se subió a una vieja camioneta gris, ¿sería acaso, que le llevaría de regreso a Bluecreek? Entre el movimiento y el silencio, Tanya asaltó sus dudas, de vez en cuando le miraba de reojo mientras el león se mantenía atento al camino, estaban yendo hacia el asentamiento humano más cercano al territorio de Gold Pride, pero se desviaron antes de llegar por un camino de tierra, hasta parar en un campo vallado con cercas de metal y una entrada de hierro y madera. Al fondo se veía una enorme construcción, similar a un granero, pero hecho todo de metal.

—Permanece adentro.

Patrick se bajó, movió la pesada entrada a un lado, ella siempre decía que las demostraciones de fuerza ya no impresionaban a nadie, pero..., ahora podía comerse esas palabras mientras veía los músculos del león trabajar con esfuerzo. Cuando terminó, se tomó unos segundos para tomar aire, estuvo a punto de bajar para revisarlo pero Patrick giró y regresó al vehículo.

Ese granero de metal era enorme.

—¿Dónde estamos?

¿Pensaba deshacerse de ella? No, eso era absurdo.

—Aquí dejaron todos las cosas del hospital viejo de Willow County.

Tanya frunció el ceño.

—¿Y qué piensas hacer?

Patrick le ofreció media sonrisa.

—Vamos a reutilizar un par de cosas.

Bajando de la camioneta, Tanya se encontró con un páramo de hierbas y brezales a lo ancho de ambos lados del camino, la brisa aquí era un viento fuerte que desordenaba su cabello ondulado, un rugir en sus oídos crepitaba en el aire que le golpeaba duro. De pronto, Patrick caminó frente a ella cortando el viento para que pudiera avanzar. Se detuvieron en las puertas corredizas del granero, notó que no había candado y eso le llevó a una inquietante conclusión.

—Ya estuvieron aquí.

—Sip.

Ahora, la gran estructura le protegía de las ráfagas de intenso viento, el león corrió las puertas en un crujir que desplazó el sonoro estruendo del metal al moverse, tras terminar con una, fue por la otra empujando con su hombro la arrastró tensando fuerte la mandíbula por el esfuerzo. Al terminar, respiró, movió los hombros, y giró hacia ella. Brillantes ojos verdes le sostuvieron la mirada unos segundos, luego el león observó la oscuridad del interior.

Encendió la linterna de su celular, emitió un bajo gruñido, como una advertencia para cualquier criatura que se ocultara adentro. Pero nadie respondió, el sitio estaba vacío de vida.

—Los medicamentos están vencidos —afirmó—. Pero creo que debe haber maquinaria que funcione.

Insegura, Tanya se adentró en el lugar abandonado, por donde quiera que mirara había cajas apiladas, y telas cubiertas de polvo que tapaban más cajas y aparatos. No estaba segura de lo que estaban haciendo, pero aun así, ella siguió al león en esa extraña incursión a la parte más alejada del granero de metal.

—No temas —dijo, su voz fue un susurro—. Nada te hará daño en tanto yo esté aquí.

Trató de apaciguar los intensos latidos que hacían a su corazón correr como un demente. Mientras el león le alumbraba, Tanya fue revisando las cajas, los envases, y aquello que ocultaban las telas desgastadas por años de abandono. Al fondo, entre telas de arañas que recubrían un protector de plástico, se encontraba lo que vinieron a buscar, un escáner de ultrasonido, antiguo, pero bien conservado. Tenía que funcionar.

—¿Te es útil? —Patrick preguntó.

—Sí... —Tanya sonrió, pero luego fue inevitable caer en la idea de que esto iba en contra de las leyes—. Pero no nos pertenece.

El león estrechó la mirada sobre ella, una suave sonrisa apareció en su rostro, era la primera vez desde que había llegado que lo veía de esa forma, esa sonrisa era real, y linda, pero junto al incipiente brillo de sus ojos notó algo de fragilidad.

—¿Quién lo dice? Estas cosas tienen más de cincuenta años, técnicamente ya no son propiedad de nadie. Sostén la linterna.

Una considerable estela de polvo se elevó en el aire cuando Patrick removió el protector de plástico, en sus grandes brazos cargó el procesador y la pantalla, Tanya recogió el pequeño escáner redondo, también tomó unas cajas de gel. Con cuidado, dejaron las cosas en la parte trasera de la camioneta, Patrick cerró las puertas y ambos regresaron al interior del vehículo.

—Si los demás preguntan —dijo mientras se colocaba el cinturón—. Compramos el aparato en línea y vinimos a buscarlo a la oficina de correo.

—¿Por qué no quieres que sepan de dónde vienen?

Patrick giró, y entonces, el espacio entre ambos se redujo.

—Nadie tiene que saberlo —respondió con dureza—. ¿Entiendes?

Incapaz de argumentar otra cosa, perdida en la rudeza de esa mirada, Tanya terminó por aceptar esa extraña demanda. Patrick dio un giro para regresar, la tarde se perfiló frente a ellos mientras recorrían Willow County.

—¿Puedo preguntarte algo?

Patrick se tomó la barbilla.

—Adelante.

—¿Por qué no te agrado?

Silencio. El león se mantenía atento, la mirada al frente, el cuerpo demasiado tensionado como para conducir pero de igual forma balanceaba las cosas. Su presencia era avasallante.

—No es que no me agrades —dijo, otra vez, ese tono bajo, suave, casi rasposo—. Eres muy buena en lo que haces.

Tanya sonrió.

—¿Pero?

El león chasqueó la lengua.

—Me recuerdas a una persona que fue importante, y eso no me gusta.

Vaya, así que ella se parecía a alguien, eso lejos de responder su pregunta le abrió nuevas, muchas.

—¿A quién?

Presionó demasiado. El consejo de Gala volvió a rondar en su mente, demasiado tarde, ya estaba hecho. El león estaba regresando a esa habitual seriedad, marcando el fin del momento de buena convivencia entre ambos.

—Hay que llevar este aparato a Gold Pride.

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