Capítulo 43
Tanya había estado leyendo mucho los últimos días, navegó por la red, buscó sus conexiones con el sistema médico, se metió a foros cibernéticos, discusiones de acceso público en las conferencias que solían dar los institutos, universidades y facultades de medicina.
Necesitaba saber, necesitaba respuestas.
Pero gran parte de la comunidad científica no creía en los vínculos de la raza cambiante, ni de pareja ni de sangre, según ellos eran imposibilidades biológicas, más cuentos y magias que algo real y verosímil. Otros que estaban dedicados a estudiar esto, nunca pudieron comprobar qué era lo que provocaba el vínculo, en que parte del cerebro se podía ubicar o cuales eran los cambios físico-químicos que lo desencadenaban.
Los estudios fueron poco concluyentes y de baja relevancia para la comunidad en general, por eso en la actualidad los vínculos cambiantes estaban siendo vistos como leyendas urbanas de la raza cambiante y no como algo de mérito científico o con alguna utilidad para estudiar.
Pero, los estudios que sí estaba floreciendo eran aquellos que tomaban como objeto a las enfermedades de la raza cambiante producto de la pérdida de un ser querido, principalmente de una pareja. De primera apuntaron a la depresión como la causa principal, pero luego aparecieron diferencias. Ningún tipo de cambiante experimentaba síntomas iguales, los lobos podían deprimirse a tal punto de dejar de respirar, sufrían un paro respiratorio repentino, los osos pardos por otro lado no morían, pero se refugiaban en sus guaridas alejándose por completo de sus círculos sociales.
Los leopardos experimentaban un cambio de humor impredecible, volviéndose criaturas rabiosas extremadamente peligrosas si no contaban con un sistema de apoyo fuerte. Los jaguares se debilitaban rápidamente, bajando de peso y perdiendo sus reflejos, al igual que los linces, solo que estos perdían el apetito y la capacidad de comer.
Osos polares, leopardos de las nieves, de Amur y guepardos, seguían con información nula sobre el tema, debido a que todavía se los catalogaba como tipos de cambiantes extintos o desaparecidos, al igual que los zorros y coyotes.
Fue curioso para ella saber que los leones eran el tipo de cambiante más estudiado de toda la raza, los efectos de la muerte de uno de los miembros de la pareja eran los mismos, el sobreviviente moría tiempo después por lesiones cerebrales, las más comunes eran derrames, muerte cerebral, aneurismas y falta de oxigenación en el cerebro.
Pero todos apuntaban al como sucedía, y no intentaban averiguar nada sobre como poder revertirlo y salvar vidas. La vida de su león.
Tantas noches sin encontrar algo seguro... Casi perdió la esperanza de hallar una solución.
Pero para el séptimo día de la segunda semana posterior a la captura de Nolan, Tanya recibió una ayuda prometedora, había una universidad en Paradise City que podía darle una oportunidad de solucionar el problema que tenía. Eleine era brillante, y aunque no le aseguró que fuera algo útil, Tanya no paró de agradecerle hasta finalizar la llamada.
Trent también investigó por su parte, pero con un objetivo diferente, analizar el estado de salud actual del Alfa. Ella no supo cómo el jaguar pudo convencer a Patrick de dejarlo hacerle un escaneo en su cabeza con los escáneres portátiles que había traído con sus cosas.
Cuando su hermano le contó sobre sus resultados, ella lloró en sus brazos, porque según Trent, su león tenía pocos días antes del primer daño catastrófico, el cerebro de Patrick se estaba inflamando y la meninges, una membrana delgada que recubre y protege el cerebro, se estaba debilitando. La inflamación aumentaba a pesar de que consumía medicamentos antiinflamatorios, pero al parecer esos medicamentos no actuaban a nivel cerebral y estaban diseñados para el metabolismo humano. Por otro lado, los vínculos de sangre estaban drenando energía que no alcanzaba a reponerse, las nuevas madres principalmente, y eso hacía que estuviera debilitándose más rápido.
—La inflamación también está presionando sus venas y arterias —le dijo Trent en un murmullo apenado, mientras le rodeaba con los brazos—. Lo más probable es que sufra escasez de oxígeno por la mala irrigación sanguínea, y su cerebro se vaya apagando de a poco. Pero también hay posibilidad de que una de sus arterias colapse por la presión y se rompa, ocasionando un derrame.
Oír el diagnóstico fue devastador, y que la sonrisa del león rondara por su mente mientras lo hacía era mil veces peor.
—¿Le duele? —Tanya le preguntó cuando encontró su voz.
—Es probable que tenga cefaleas, dolores de cabeza muy fuertes, mareos, perdidas de sus sentidos y de orientación.
Y con todo eso, su león seguía de pie por todos los miembros de la coalición...
Tanya no iba a quedarse de brazos cruzados, por eso contactó con la directora de esa universidad para acordar una reunión alegando que tenía un voluntario para uno de sus proyectos de investigación. La mujer, que por su voz agrietada supo ya tenía más de unas cuantas décadas encima, aceptó darle una reunión pero no le aseguró que podría aceptar al voluntario, había un protocolo de confidencialidad y requisitos estrictos.
Tanya aceptó, eso era mucho mejor a no tener nada.
Ahora, su corazón temblaba dentro de ella mientras buscaba la forma adecuada de decirle. Hablar con Gala solo fue un pretexto para alejarse de Patrick y pensar en como debía hacer las cosas, él no era un hombre fácil de manejar ni de persuadir, era un ser salvaje que iba según la corriente que él mismo impulsaba. Pero, más allá del temor profundo a que se negara a la idea que tenía en mente, ella iba a ser escuchada, tocaría todos los puntos sensibles del león si era necesario.
Porque aunque por fuera decía que podía soportar la pérdida y salir ilesa, en el fondo sabía que si Patrick se iba, rompería su corazón en mil pedazo, y de eso no se recuperaría fácilmente.
Mirando las estrellas lejanas en el cielo, ella tomó una respiración larga que sirvió para calmar su cuerpo, aún tenía las sensaciones alocadas por el rudo y demandante beso que le había dado en la sala común, ella supo su significado, lo había hecho frente a varios leones solteros.
Bueno, podía esperarse que fuera un poco posesivo siendo Alfa...
El viento cálido pasó alrededor, jugando con la falda suelta de su vestido floreado, era como ver los cerezos en flor en un día soleado, ceñido a la cintura por un tramo de tela negra.
“¿Vendrás?” le escribió en un mensaje, mordiéndose el labio giro de nuevo y se acercó a la barandilla del balcón, pese al clima templado, sentía frío.
Una oleada de nervios sacudió su cuerpo cuando apareció silencioso por el ventanal corredizo de su habitación, tal vez era la brisa que desordenó sus rizos o el golpeteo de su corazón cada vez que sentía su presencia, pero Patrick nunca la miraba dos veces de la misma forma. Sus miradas siempre eran diferentes, y esta vez, el deseo que abordaba sus ojos verdes era una potente marca de poder, que hacía su estómago contraerse, sus músculos tensarse.
Patrick sin camisa, y solo con los delgados pantalones deportivos color negro, sostenidos en su cintura, era una peligrosa distracción. La barba que se afeitó días atrás había vuelto a crecer, no tan larga, pero añadía un poco de aspereza a su mandíbula fuerte.
El balcón se había vuelto uno de sus puntos de encuentro preferidos, la noche el momento donde podían estar cerca el uno al otro sin interrupciones, ni tiempo, ni problemas, y ahora, frente a frente, le fue imposible reconectar su mente. Tanya se entregó a las sensaciones, al calor protector de su cuerpo, a la vibración animal que era un zumbido que le atraía sin remedio, y a pesar de que era la presa indefensa frente a un cambiante poderoso —aun en estado débil—, ella se sentía segura con él.
Patrick era su escudo y su espada.
—Te has quedado sin palabras —dijo, su voz profunda, un toque de mano áspera en su mejilla—. ¿De qué querías hablar?
Por dentro Tanya quiere gritar, tomarlo de la mano y arrastrarlo a una habitación, esto que siente es demasiado fuerte, la tosca belleza del león le nubla el juicio.
Pero hay algo más que el deseo que arde entre ellos...
—Sí..., yo...
Tanya baja la mirada, al tatuaje en el pectoral izquierdo de Patrick, traza el dibujo con sus dedos, la piel tensa y caliente se mueve, el león anda cerca.
—He estado... —Una pausa, Tanya se aclara la voz—. He investigado mucho, sobre..., lo que tienes.
Patrick subió su rostro para que lo mirara a los ojos.
—Y encontré algo que puede servirnos. Es una universidad, tiene un proyecto de investigación que se enfoca en la creación de fármacos que ayuden a los cambiantes en cualquier aspecto de su salud.
Él besa su frente, la ternura del contacto quiebra sus defensas.
—Tanya..., por muy desesperado que esté, la idea de ser un conejillo de indias es...
—¿Quieres vivir o no? —Protestó, empujando su pecho con un puño.
El león le tomó por la cintura para no perder la cercanía, una risa baja, intrínsecamente masculina, le hizo cosquillas.
—Sí, quiero. —Su rostro volvió a ser serio, pero luego esa mirada verde se suavizó sobre ella—. Pero no podemos confiar en nada que tenga la palabra investigación. Muchos de esos supuestos trabajos esconden negocios sucios y capturas ilegales de cambiantes. Puede que parezca real porque viene de una institución educativa, pero nunca sabemos que hay detrás.
Tanya pensó en sus palabras mientras le fruncía el ceño, y a la vez le ordenaba los mechones de cabello que ocultaban su rostro. Parte de lo que dijo era verdad, pero Eleine no le habría dado los datos sin antes verificar que fuera algo viable, ella jamás los conduciría a algo peligroso, mucho menos a cualquier tipo de trampa.
—El dato me lo pasó Eleine —confesó, dejando las manos en los hombros de Patrick—. Mira, entiendo que seas cauteloso, hay muchas cosas malas allá afuera. Pero, yo confío en mi amiga y si la conoces, debes saber que no deja cabos sueltos.
Patrick estiró uno de sus rizos, y luego suspiró.
—Estás pidiéndome que deje todo en manos de la suerte.
—No.
—Sí, lo puedo ver. Ese supuesto trabajo de investigación no tiene nada fijo, y si ofreciera algo concreto, nada asegura que sirva.
Cuando quiso responder, Patrick le silencio con un beso delicado y suave, demasiado corto, luego permaneció perdido en su mirada.
—Mucho antes de crear la coalición, fui a siete doctores, me hicieron incontables estudios y análisis, al final de todo eso el resultado fue el mismo, no tenía cura para algo que no parecía existir. Tanya..., los médicos humanos no creen en los vínculos de mi raza, y los que son cambiantes no pueden hacer nada.
—¿Pero eso pasó hace cuanto?
—Tres años.
—Puede que las cosas sean distintas, puede que hayan surgido cosas nuevas, puede que otros tratamientos y medicinas estén siendo probados. Las cosas cambiaron. —Tanya se puso en puntas de pie para rozar sus labios, y él la abrazó con fuerza—. No te rindas, no lo hagas, quiero que estés conmigo.
Un sollozo se filtró en la última palabra, Patrick se estremeció, su respiración se volvió aguda. En este punto ella podía creer en corazonadas, presentimientos, incluso en milagros, con tal de que hubiera una forma de salvarlo de su final, su pecho dolió de solo pensarlo.
—Inténtalo, por favor —rogó, su voz al borde del quiebre—. Tengo el presentimiento de que puede ser una posibilidad.
Él no respondió, solo permaneció sosteniéndola entre sus brazos, con el corazón palpitando con fuerza, hasta ella lo podía oír. Tanya tenía la garganta seca, los ojos ardiendo por las lágrimas, no quería llorar, no todavía, no frente a él y por esta razón, pero era tanto el dolor que le golpeó el pecho ante la idea de que pronto partiría, que ya no podía controlar sus emociones. Si Patrick le decía que no, se rompería.
El león que era su roca de apoyo, pasó su nariz por la curva de su cuello, respirando, recogiendo su olor personal que debía estar enzarzado con el suyo, sus labios trazaron su piel con lentitud y delicadeza, buscando calmar el fuego doloroso que la destrozaba por dentro. Su ternura implacable solo le hizo doler más, porque este sería uno de esos momentos que ella recordaría y entonces...
—No quiero perderte... —Sollozó—. No quiero.
Patrick pasó su mejilla por sus rizos, su mirada fue al cielo estrellado.
—Con una condición —dijo, con voz lejana.
Ella se sorprendió, por un momento pensó que había imaginado su respuesta.
—¿Q-qué?
—Haremos una parada, en BlueCreek.
Eso le resultó extraño.
—¿Para qué?
—Para conocer al resto de tu familia.
«Oh, Dios...»
• • •
Desconfiado, Patrick dejó la coalición a cargo de Marshall sin todavía hacerle saber al resto que él era el lugarteniente, luego de darle ordenes precisas antes del amanecer, él y Tanya tomaron la camioneta y salieron a la carretera.
—Bien, iremos a mi pueblo, nos quedaremos un par de horas y luego seguiremos hacia Paradise City, acordamos la reunión a las seis de la tarde.
—¿Por qué estás tan nerviosa? —Patrick le preguntó, tocando su pierna con una mano libre.
—Honestamente... —Se detuvo, mordió un poco su labio—. Eres la primera pareja formal que llevo a casa.
La risa del hombre fue más grande, más cálida, más llenados.
—Hablo en serio —replicó—. ¿No me crees?
—Sí —dijo, luego de encontrar su voz—. Pero me parece extraño.
—¿Por qué?
—Una mujer de tu edad...
—Debería estar casada, ¿huh?
—N-no, no...
—He vivido una vida libre desde los dieciocho, un compromiso a largo plazo no era algo que me llamara la atención.
Patrick volteó hacia ella un ligero momento, una mirada amable.
—No tienes que dar explicaciones sobre tu pasado, así que no tienes razón para preocuparte, de todas formas no creo que tu madre sea extremista o una mujer paranoica, ¿no?
Por supuesto que no, Charity Mariah Rivers era una mujer hogareña, de familia, con el corazón más grande que una casa, no tenía muchos prejuicios solo una diminuta aversión hacia los hombres sobre protectores, por esa razón les había repetido una y otra vez a sus hermanos las lecciones sobre como tratar y respetar a una mujer.
Tanya soltó el aire, los nudos no se desataron, pero fueron tolerables.
—Mi mamá es buena persona —contestó, dulces recuerdos de su infancia vinieron a ella para hacerle sonreír—. Tuvo una tienda de artesanías hasta que mis hermanos menores comenzaron a trabajar para mantenerla.
Tucker, de seis, y Tavish, de cuatro, eran dos cachorros de puma huérfanos que fueron rescatados de una organización de tráfico de cambiantes. Llegaron a los brazos de Charity cuando Tanya cumplió once y Trent doce.
Los dos cachorros de puma fueron el color y la vida, envueltos en un manojo de problemas y juegos infantiles. Ahora, de adultos, amaban a su madre adoptiva y eran capaces de todo por ella.
—Artesana, huh..., debe tener una tonelada de paciencia.
Las palabras profundamente aderezadas en la masculina voz de Patrick, se mezclaron entre los recuerdos antiguos.
—¿Para criar a niños cambiantes? —Tanya agregó—. No lo dudo.
Patrick rió bajo, puntas de colmillos entre sus dientes, un ronroneo suave, el sonido marcando contra su piel.
—¿Qué me dices de tu padre?
Un sabor amargo en su boca.
—Era cardiólogo, falleció cuando tenía diez.
La sonrisa se desvaneció del rostro del león.
—Oh, lo siento.
El ambiente cambió, tenso y triste.
—Sí..., yo también.
Ty Rivers fue un hombre influyente en BlueCreek, pero se fue demasiado rápido, amaba tanto subir montañas y dar paseos por la naturaleza como reparar corazones enfermos. Un día, bajando una colina empinada, tropezó, perdió el equilibrio y rodó cuesta abajo, su estrepitoso camino fue detenido por una roca y de ahí jamás volvió a abrir los ojos.
—Era un hombre sonriente —comentó, con nostalgia y un dolor que gracias al paso del tiempo se había vuelto ameno por los recuerdos—. Se fue dos meses después de haber adoptado a Trent.
Patrick le tomó la mano, acarició el lado externo con el pulgar, formando círculos suaves sobre la piel.
—Tengo entendido que solo las personas casadas pueden adoptar, ¿Cómo hizo ella para tener a otros dos más?
Tanya cerró los dedos alrededor.
—El poder de protesta y persuasión —respondió, sonriéndole.
Charity no era una mujer que callaba, nunca lo fue.
—Llegaremos para el almuerzo.
Él le sostuvo la mirada demasiado tiempo como para considerarlo seguro mientras conducía, el dorado intenso, como una crudeza animal, brilló en sus ojos, y luego asintió, regresando la vista al camino.
Cuatro horas de viaje, y por fin, Patrick detuvo la camioneta en uno de los cuatro barrios de BlueCreek, frente a una casa de dos pisos, adornada por enredaderas que partían de la tierra y alcanzaban las ventanas más altas. El jardín delantero rebosaba de verde y colores alegres de las flores de Charity, las dos parcelas estaban delimitadas por ladrillos a ambos lados del camino principal, por el vallado de hierro en el frente y los costados. Cuando el león bajó de la camioneta y se paró en la acera de tierra, arrugó la nariz.
—Esas son muchas hierbas medicinales —comentó, respirando fuerte para adaptarse al bombardeo de olores—. Ya veo por qué terminaste siendo doctora.
Tanya rió, y luego le abrió el portón de hierro negro. Su corazón latía fuerte al acercarse a la puerta blanca, vio el movimiento en las cortinas de la ventana del comedor y supo que había un par de ojos espía ahí.
—Dime por qué hacemos esto —murmuró.
Patrick echó un vistazo a los alrededores, las casas de sus vecinos, la vida tranquila fluyendo en el barrio con las voces de los niños jugando en sus patios, algunos adultos haciendo tareas manuales, gente saliendo a pasear con sus mascotas o parejas que se sentaban en el porche de sus casa para compartir un poco de aire libre.
—Me gusta la idea de saber más sobre ti —dijo, su murmullo demasiado bajo—. Supongo que es mi curiosidad felina entrando en acción.
Su corazón golpeó duro, y ella intentó sofocar el estruendo al tocar en la puerta blanca decorada por una pequeña corona de enredadera y diminutas flores púrpuras. Si este hombre dejaba de respirar, ella iba a salir mal, muy malherida.
«Pero no puedo alejarme de él»
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