Capítulo 34



El tiempo corría en contra. Había un agujero en su cuerpo, tan grande y frío, que devoraba cada intento por mantenerse fuerte. Aún así, después del golpe inicial al no volver a ver a su león, Tanya dividió las fuerzas luego de que Marshall no obtuviera ningún rastro del Alfa en el pueblo.

Era como si se hubiese desvanecido.

Pero ella no quería creer que fuera tan fácil de tomar, un hombre como él, tan correcto y prudente, no era tonto. A pesar de no obtener rastros, Marshall encontró un dato de la mano de un hombre transitaba a su trabajo temprano en la mañana.

El hombre, un humano más entre los cientos que llamaban a Willow Country su hogar, le dijo a Marshall que había visto a un sujeto con las características de Patrick, salir de la estación de policía, al identificarlo como el sospechoso del asesinato cuya imagen giraba por el diario electrónico local, lo siguió por curiosidad mientras Patrick se reunía con otro hombre en el estacionamiento.

Lo último que dijo fue que ambos se marcharon en una camioneta color verde oscuro. No había más detalles, ni el número de la matricula, camionetas como esa habían muchas en el pueblo, el rango de búsqueda era demasiado amplio.

Por la tarde Tanya había desplegado a todos los voluntarios que se propusieron a sí mismos, para ir y preguntar a los dueños de las camionetas verde oscuro si habían llevado a Patrick a algún lugar, con la lista que Marshall había logrado obtener con los datos y nombres. Volvieron con expresiones sombrías, enojados, la frustración ardiendo, recibieron portazos, algunas respuestas amables, insultos y un montón de negativas.

El enojo de Nolan no había cambiado, creció al enterarse de la desaparición, le gruñó cuando Tanya le pidió que no se uniera a los grupos de búsqueda, cuando el tigre, en un arranque de ira y desesperación le gritó por qué no le permitía buscar a su Alfa, ella le sacó una verdad a medias, como el hermano mayor y el tigre al que sus hermanos seguían, debía quedarse en la Casa Matriz.

Ella lo quería cerca.

Pero no era mentira que eso era algo bueno y necesario, Talinda estaba a días de dar a luz y Byron estaba sometido a una profunda preocupación que lo volvía irritable y demasiado protector hacia su mujer. El tigre le había preguntado, discretamente y por fuera del rango auditivo de su pareja, qué podría suceder en embarazos de alto riesgo.

—Soy consciente —le dijo, su voz tan tensa y rígida como su cuerpo—. Ellos son tigres y ella una leona, ¿podrá resistirlo?

—Son bebés como cualquiera —Tanya intentó calmarlo.

—Pero su corazón...

El miedo del hombre era algo comprensible, los cambiantes tenían una tasa de reproducción baja a comparación de los humanos, las mujeres, independientemente del animal bajo su piel, se debilitaban durante el embarazo y eso afectaba su capacidad para dar a luz por parto natural.

Tanya le había sugerido a Talinda que le permitiera a Trent hacerle una cesárea para que ninguno de los tres corriera el riesgo, pero la leona se mantuvo firme, y para el pánico de su preocupado tigre, escogió parto natural.

Había suplementos energéticos que ayudaban a las mujeres cambiantes a recuperar la fuerza perdida para afrontar el parto. Pero no habían podido conseguirlos, la farmacia del pueblo no necesitaba conseguirlos porque las mujeres cambiantes residentes preferían la seguridad de la cesárea.

—Patrick me ayudará —había dicho la leona, con orgullo y fragilidad en su voz—. Él no nos abandonaría.

No, él jamás lo haría.

Yendo hacia la sala de comunicaciones, Tanya ahogó un temblor en su cuerpo cuando vio la hora, ya casi las once de la noche, el tiempo no se detendría por ellos, por su león... La subasta comenzaría en dieciocho horas. Al llegar el cocinero estaba echándole llave a una caja que guardaba en un compartimiento debajo del escritorio en donde estaba el equipamiento de comunicación.

Todas las pantallas apagadas excepto una, Joey la había preparado para ella.

—Alex, ¿cuanto tenemos hasta ahora?

El cocinero le ofreció media sonrisa, girando la llave hasta escuchar el clic mecánico, se puso de pie y guardó la llave en el bolsillo delantero de su pantalón de trabajo color arena.

—Noventa. Por el bien de todos..., nadie debía pujar por más que eso.

Tanya no estaba tan segura de que eso sucedería, si alguien había hecho todo esto para conseguir el territorio en la subasta, entonces debía ser la clase de persona dispuesta a pagar lo que fuera necesario para obtenerlo. Ella prefirió no arruinar el frágil optimismo que mantenía a Alexander sonriendo, aunque ahora menos que antes. Tampoco le había dicho sobre la investigación de Marshall, ni las sospechas hacia Nolan.

Hasta el último momento, ella seguía viendo al tigre como el hombre honesto y protector, uno de los amigos de confianza de Patrick, uno de los candidatos a ocupar su lugar... Algo hizo conexión en su mente mientras se acercaba al escritorio, el zumbido de la maquina encendida no se comparaba a la intensidad vibrante de Alex, algo contenido, tranquilo, pero que sabías que estaba ahí dispuesto a hacer mucho daño.

Ignoró eso. Regresó al problema del tigre... ¿Sería el poder motivo suficiente para tentarlo a traicionar? Tal vez Nolan sabía que Patrick podría morir pronto por el daño en su cerebro, pero si ese fuera el caso, ya habría peleado con él por el puesto, siendo saludable y hábil podría ganarle.

Una parte de ella se rehusaba a creer que fuera tan fácil de vencer.

—¿Necesitas ayuda? —Alex le preguntó, quedándose detrás de su silla.

—No, gracias. Hablaré con una amiga.

—Ah... Supongo que debo retirarme.

—El desayuno de mañana no se cocinará sola.

Un gruñido bajo, Alexander golpeó uno de sus rizos pero luego medio rió.

—Qué sutil.

Y se fue.

Se apresuró a poner los datos en el panel para llamar a Eleine, su sangre corría caliente por el pensamiento de que tal vez ella podría ofenderse, negarse a ayudar... Enderezando su postura, acercó más la silla al escritorio, apoyó los codos sobre el borde y sostuvo su cabeza con las manos mientras cerraba los ojos, calmando la ola de paranoia impactando con fuerza. Se estaba quedando sin opciones, tiempo ni respuesta, y eso le asustaba.

Una ligera vibración se alzó por encima del zumbido, Eleine ya estaba en línea y aceptando la llamada. Con su saludo alegre como siempre, la otra mujer fue perdiendo su sonrisa.

—Hola Eleine.

Tanya no necesitaba palabras para saber lo que su amiga estaba interpretando del otro lado, había perdido la energía, el brillo de sus ojos, hasta la voz ya le salía más baja, pero no solo eso fue producto de noches sin poder dormir y días agotadores, la preocupación comía por dentro a niveles demasiado rápidos.

—¿Qué te pasa? —El tono alerta de Eleine dolió, su consternación era real y fuerte, hasta había un borde de regaño en sus ojos oscuros—. No te ves bien.

No lo estaba. Tardó media hora en poner al corriente a su amiga, entre nudos que no le permitían hablar y la impotencia que por momentos le hacía soltar palabras rudas y maldiciones, al final fue como depurarse a sí misma, Eleine quedó en silencio mientras trabajaba para no dejar ningún detalle suelto y evitar perder tiempo preguntando de nuevo.

—Solo tenemos un apellido del que nos dijeron estaba detrás del ataque. —Y también del asesinato de la chica osa y Arwen, porque ya no cabía duda alguna de que los crímenes fueron hechos en nombre de alguien más—. Y es Mirianni.

Fue como dejar caer un ladrillo en un salón grande y vacío. Eleine abrió los ojos y luego bajó la mirada, no había nada más que sorpresa y una aguda concentración.

—No conocí a la familia de mi padre —habló, un ligero pesar en su voz, la emoción siempre le ganaba cuando Eleine tocaba el tema de su familia perdida—. Pero Oliver sí, papá era el mayor de cuatro hermanos. —Ella frunció el ceño, sacudió la cabeza de forma ligera, el lacio cabello negro le acompañó—. No tengo idea sobre si alguno de ellos trabaja en la minería o si tienen una compañía minera, pero puedo darte sus nombres.

Eso era un buen punto de partida, pero no evitaba que Tanya sintiera pena por creer que alguien de la familia de su mejor amiga pudiera estar detrás de todo esto.

Se conocían desde niñas, Tanya estuvo junto a ella cuando Eleine, Oliver y sus padres fueron atacados, fue su soporte, incluso le pidió a su madre que les dieran refugio en su casa, la vio crecer lado a lado odiando a los cambiantes con todas sus fuerzas, un odio alimentado por miedo y rencor, miedo a que otros pasaran lo mismo que ella.

Era irónico que ella estuviera vinculada a un cambiante, siendo arrastrada felizmente dentro de uno de los clanes más poderosos.

Tanya no quería preocuparla cuando Eleine estaba superando sus temores, mejorando día a día junto a Caleb y su hijo, ella por fin tenía una vida lejos del miedo.

—Eleine —dijo, luego tragó duro, armando las palabras—. Si..., si encuentro que es verdad, y..., que uno de ellos...

—Tanya —Eleine habló, su voz consistente y clara, conciliadora. Tanya miró a través de sus ojos oscuros, a la amiga incondicional—. La sangre me une a ellos, pero he aprendido que eso a veces no alcanza y hay personas que son capaces de todo. Para que una familia se mantenga unida, más que por sangre, hace falta sentimiento y emociones.

—¡Mami! ¿Donde está mi camión de juguete? —Se escuchó gritar a Eddie a lo lejos.

La sonrisa, alegría potente en un par de ojos oscuros, era brillante.

—En el cajón —Eleine elevó la voz, luego regresó a ella—. No puedo sentir nada por personas que no he conocido, haz lo que debas, pero cuidate, por favor y avísame por si necesitas algo, ¿sí?

Un nudo de emoción se desplazó a sus ojos, Tanya asintió y se despidió de Eleine prometiendo volverle a llamar pronto.

Medianoche en el reloj, silencio y soledad en la sala común de la Casa Matriz, su respiración se volvió temblorosa mientras atravesaba la sala. Diecisiete horas. Al subir a la segunda planta, vio los ventanales abiertos, la figura de Marshall de espaldas a estos, reclinado sobre la barandilla del balcón.

Un recuerdo cruzó su mente cuando se acercó al león, esa noche en que Patrick le hizo flotar y reír, hizo que su corazón se estremeciera y se apretara.

—¿Alguna noticia?

Se detuvo a un par de pasos, Marshall le miró por encima del hombro, era todo ojos dorados y peligro y enojo, mucho enojo, negando en absoluto silencio, el león volvió a observar el bosque envuelto en oscuridad.

—Seguiremos buscando —dijo después, palabras ásperas y roncas, ocultando la angustia profunda—. Ve a descansar.

¿Cómo podría? ¿Cómo podría cerrar los ojos y dormir sin saber donde estaba Patrick o si en diecisiete horas se quedarían todos sin hogar? Tanya tenía donde regresar, una familia que le enviaba mensajes casi a diario preguntando si estaba bien, pero los demás no tenían más que esto, y por más que quisiera, no podía llevarlos con ella a Bluecreek.

Eran demasiados, y aunque a su madre le encantaran los cambiantes, se pondría como loca si aparecía de pronto con cincuenta y uno.

«Deja de lado el pesimismo» se dijo una y otra vez.

—Sobre lo que hablamos... —Tanya fue cautelosa de asegurarse que nadie estuviera rondando cerca—. Tengo una amiga con ese apellido.

Al detenerse contra la barandilla, Marshall le miró de reojo.

—No está ni cerca de trabajar en ese rubro —murmuró—. Pero me dio los nombres de sus tres tíos.

—Tres, ¿huh? Hay doscientas personas en el Estado con ese apellido. —Marshall suspiró—. Aunque no sea importado, se propagó rápido. —Levantando la mirada, el león cerró sus ojos un momento y luego agregó—. Maldición..., dime esos nombres, me pondré a revisar uno por uno ahora mismo.

La noche sería larga...

• • •

La alarma en el reloj digital interrumpió el escaso sueño que logró obtener, Tanya removió los mechones rizados que cayeron por su cara y luego notó que había dormido con la ropa puesta.

«Qué desastre»

Haciendo un esfuerzo por mover su cuerpo agotado, se estiró cuando se sentó en la cama, Gala no estaba en la habitación pero el desorden de su cama era algo curioso, la enfermera era la rectitud encarnada... Pero últimamente nadie hacía lo que acostumbraba y todos estaban enfocados en otras tareas más allá de los hábitos comunes...

Como averiguar donde rayos se había metido el Alfa...

Buscando ropa en el armario, Tanya analizó de nuevo la conjetura, faltando ocho horas para la subasta no sería una completa locura que alguien lo haya intentado desaparecer, pero ¿por qué retirarían los cargos en su contra?

La respuesta la tuvo queriendo darse un golpe.

Aunque quisieran sacarlo con tanto apremio, debían estar seguros de que saldría de todas formas, el abogado ya le había informado que el fiscal estaba pensando que las pruebas no eran suficientes para seguir reteniendo a Patrick, pero esa información por el derecho al secreto de investigación, no salía más allá de los involucrados.

Alguien debió dar el aviso, si Patrick llegaba a la coalición la subasta se detendría... Eso explicaba su desaparición inmediatamente después de haber puesto un pie fuera de la estación de policía.

Tomando una toalla grande color cereza, Tanya frunció el ceño.

«Patrick no es idiota para subirse al vehículo de un desconocido... ¿O sí?»

Se mordió el labio mientras pensaba en eso rumbo al pequeño baño, reguló la temperatura del agua de la ducha. El baño caliente estuvo colmado de dudas y su constante preocupación, mezcladas con el olor dulce de los productos para el cabello. Menos de ocho horas... Al salir, se envolvió la toalla al cuerpo, cuando vio el reflejo en el espejo su rostro ya no parecía el de un zombie, pero el cansancio seguía pesando en sus ojos, se secó el cabello con una de las toallas que colgaba de un gancho de madera en la pared, luego se lavó los dientes y se vistió con un jean azul, una blusa gris con pequeñas flores negras, un par de zapatillas de lona rojas y una chaqueta marrón oscuro.

Fresca, limpia, pero con ese vacío por dentro...

—Buen día Tanya —Gala le saludó al entrar en la enfermería, la mujer estaba ordenando unos frascos en el mueble blanco.

—Buen día.

De inmediato notó la pequeña y delgada figura del niño moreno sentado en una de las camillas, comiendo una barra de chocolate con maní mientras balanceaba sus piernas hacia adelante y atrás.

—Hola Johnny, ¿qué haces aquí? ¿Estás enfermo? ¿Te duele algo?

Gala rió por lo bajo.

—No, está saludable —respondió la enfermera—. April me lo encargó temprano, ella se fue al pueblo para otra ronda de rastreo.

Tanya se quitó de encima la preocupación por el cachorro de león, sentándose en la misma camilla dejó ambas manos apoyadas sobre el borde, observó la barra de chocolate guardada en el bolsillo de la delgada chaqueta azul celeste de Gala. La mujer podría ignorar a morir al cocinero que se las enviaba casi diariamente junto al desayuno, pero no desperdiciaba ni una sola barra.

—Tu teléfono está sonando —dijo Gala.

Saltando de la camilla, Tanya se apresuró a buscar el aparato de debajo de su almohada, era un mensaje de Marshall.

Será mejor que te lo diga por este medio. Tomaron la camisa como evidencia y les están haciendo pruebas de ADN, estoy seguro que dará positivo. El detective que lleva ambos casos se contactó conmigo, dijo que en la autopsia de Katya los forenses encontraron ADN de su asesino debajo de dos uñas. Aquí viene lo incómodo, ¿puedes conseguirme un cabello de Nolan?”

Mirando hacia atrás por si Gala aparecía de pronto, Tanya controló el escalofrío mientras respondía el mensaje.

¿Estás tan seguro de que fue él?”

No dudó la respuesta.

Sí, pero si fallara aún con todo apuntando a él, no importa. Se trata de agotar todas las opciones, y encontrar al desgraciado que se atrevió a ensuciar la imagen de Patrick y lastimar a nuestra coalición. Gold Pride no debe admitir traidores, no cuando recién se está formando”

Tanya esperaba no tener que acusar a alguien que a simple vista se veía tan leal a los principios de la coalición, pero Marshall tenía razón, debía hacerlo. Las agrupaciones de clanes se basaban en confianza y lealtad, sin eso no valía la pena continuar juntos.

Te conseguiré la muestra”

Cuando pensó que la conversación estaba terminada, Marshall trajo el recordatorio, la cuenta regresiva volvió a ocupar su mente.

Iré contigo a la subasta, veremos si se presenta el que está moviendo los hilos”

“¿Encontraste algo anoche?”

“Veinticinco dueños de empresas mineras muy pequeñas, todas en distintos Estados, demasiado lejos de nuestra ubicación”

“Eso no indica que no estén en busca de un nuevo sitio donde explotar”

“Sí, pero también les brinda una coartada creíble. Te mantendré en contacto, volveré a la Casa Matriz luego de que hable con los rastreadores”.

“De acuerdo”.

—¿Algo importante? —Gala preguntó cuando regresó a la enfermería.

Johnny tenía puesto un barbijo azul y una toalla anudada alrededor del cuello, jugaba a ser un superhéroe extendiendo los brazos al frente para hacer como si de verdad volara. El corazón de Tanya dolió, ¿cómo alguien podía ser capaz de querer esta gran casa, estas tierras, sabiendo que al tomarlas, dejaría a niños sin un techo donde dormir?

—Era Marshall, todavía no tiene nada.

Gala suspiró por lo bajo, y luego le pidió que llevara al pequeño superhéroe a la guardería.

El desayuno fue tan silencioso como el almuerzo, Alexander estaba un poco molesto por no permitirle ir con ella a la subasta, pese a que el cocinero fuera más confiable que Marshall, debía seguir el plan, uno débil y que no aseguraba nada.

Cerca de las tres de la tarde, Tanya encontró a Nolan entrando a la sala común, sintiéndose incómoda por sospechar y demasiado asustada como para retroceder, lo detuvo, con el pretexto de que le informara sobre los rastreos se acercó, el tigre parecía a punto de perder la paciencia.

—Patrick no es así —había dicho, las palabras temblando entre dientes, con tanta angustia—. Él no nos dejaría de esa forma.

Un puño de culpa sostuvo su corazón, para contenerlo, Tanya le abrazó, una tenue emoción empañó sus ojos pero fue fuerte para no dejarla salir. Dio un ligero tirón de su cabello, y ante la protesta sorprendida del tigre se disculpó diciendo que su cadena de metal se había enredado en su cabello.

Nolan hasta sonrió un poco, sin disminuir su tristeza enojada.

Y ella no miró su mano hasta que el tigre estuvo tan lejos, perdiéndose en el pasillo que conectaba las habitaciones.

Tres cabellos oscuros...

«Por favor... Que no seas tú...»

Destrozaría los corazones que confiaron en él...

• • •

—Te ves demasiado pálida —comentó Marshall mientras le observaba desde su lugar, apoyado en la puerta de acompañante de su vieja camioneta—. ¿Estás bien?

—¿Qué pregunta es esa?

En una hora vería si conservaba las tierras o alguien venía a poner una orden de desalojo... Sentía un enorme nudo en el estómago. Los ojos de Marshall se hicieron extrañamente frágiles cuando buscó su mirada, había un profundo pesar ahí, el león sabía lo que podría suceder.

Todos.

—Es mejor si llegamos temprano.

El viaje hacia el estudio jurídico donde se haría la subasta fue silencioso, demasiado tenso por lo que habían hablado antes. Ninguno agregó nada más, y eso fue lo mejor para los desgastados nervios de Tanya, debía calmarse y esperar lo mejor.

—Yo voy a vigilar a los que asistan —dijo el león cuando se bajaron de la camioneta, tuvieron que estacionar lejos porque era día laboral y las calles estaban más concurridas—. Tú ocúpate de controlar el precio.

Entraron a un local elegante, un vestíbulo de brillante cerámica color crema con rombos de tonos negro y marrón en el centro, plantas de interior grandes, altas y de anchas hojas estaban ubicadas en cada esquina, mientras que en el fondo había un escritorio de mármol negro con un sujeto joven detrás.

—¿Vienen por la subasta?

—Sí.

El hombre, que se veía joven dentro de su traje negro de etiqueta y corbata de moño a juego, tal vez un pasante, sacó de debajo del escritorio un anotador digital y un lapicero láser.

—Escriban sus datos donde corresponda, ¿quién será el titular si adquieren los bienes?

—Yo —respondió Tanya.

El joven le dio una sonrisa forzada, que estiró su rostro de piel morena.

—Entonces deje su firma.

Tras anotar todos sus datos en el delgado aparato, se lo entregó al joven y luego de que este confirmara que todo estaba en orden, recibieron el visto bueno y obtuvieron una paleta de madera con el número veinticinco.

—Ingresen por la puerta izquierda, la subasta comenzará en cuanto llegue nuestro martillero legal.

La puerta los encaminó por un pasillo estrecho, al fondo había otra puerta cerrada, a la izquierda, una abierta. El sitio era igual de grande que el vestíbulo pero rellenado por ocho hileras de asientos rojos atornillados al suelo, con la misma cerámica, pero con un elegante candelabro iluminando el espacio con fuerza.

Al frente un estrado negro en el centro de una tarima de madera más oscura separado del suelo por tres escalones de altura, a la derecha del mismo estaba una pantalla grande pegada a la pared, encendida y mostrando el logotipo oficial de la ACC en el centro, el escudo de la Dirección Nacional de Bienes Territoriales debajo del logotipo, y en la parte superior Alcaldía de Willow County.

—Un momento, se supone que el martillero debe acordar todo sobre el bien a rematar, incluido los papeles de dominio y la modalidad de pago, ¿cómo los obtuvieron si Patrick es el apoderado y titular y no estaba para entregarlos de manera voluntaria?

Cuando se deslizaron en la segunda hilera de asientos en el lado derecho, Marshall se inclinó un poco hacia ella para murmurar:

—Incautaron los papeles en el allanamiento.

Tanya cerró los puños.

—¿Eso no es ilegal?

El león se encogió de hombros.

—No tengo idea.

En el transcurso de los siguientes quince minutos, otras diez personas fueron llegando, y acomodándose en los asientos, con sus paletas listas y atuendos reservados. Marshall estaba haciendo su trabajo de encontrar a alguien que encajara con “un minero de negocios” pero era imposible adivinar las intenciones detrás de todas esas personas.

Tampoco pensó que asistiría tanta gente.

—Buenas tardes, damas y caballeros.

El martillero, un hombre que se veía un poco mayor que ella, de corto cabello negro y ojos oscuros, alto y delgado en su traje formal color azul metalizado, avanzó entre saludos formales y murmullos hacia el estrado, sacó los papeles y demás objetos necesarios de un maletín de cuero sintético color rojo, llamó al silencio colectivo y dio inicio a la primera instancia de la subasta. Explicó todas las legalidades dispuestas en las normas del Código Legal Cambiante y por qué un representante de la ACC estaba como testigo de pie en la entrada.

—La extensión del lote número 35.550 es de treinta y cinco kilómetros cuadrados, ubicado al sureste de Willow County. Limita en su extremo norte más alejado con la frontera dispuesta con el clan de leopardos Fire Hearts, al oeste con el clan Night Shadows y al sur con la carretera 34.

El martillero continuó dando detalles sobre el bien a subastar mientras en la pantalla se transmitía imágenes sobre los bosques, los arroyos, los montes, colinas y su punto natural más interesante, la laguna. También se detalló el exterior de la casa matriz, además del nombre del titular y la razón del por qué las tierras se le expropiaron acorde a la ley cambiante, pasando al dominio de la máxima autoridad de Willow County.

Austin Holmes.

—Explicados todos los requerimientos legales de la subasta, comenzaremos. El valor base, impuesto por la ACC será de cincuenta mil dolares. ¿Quién ofrece más? —preguntó, repitiendo eso varias veces.

Era el doble del precio que Patrick pagó. Tanya estaba aliviada por el adelanto que les dio el Alfa Fire Heart, sin eso no podrían haber hecho nada.

—Cincuenta mil quinientos—anunció una señora.

—Cincuenta y uno —ofreció un hombre.

Marshall le dio un ligero codazo.

—Cincuenta y dos —habló Tanya.

—Tengo cincuenta y dos, ¿quien da más? ¿Quien da más? Cincuenta y dos, damas y caballeros

—Cincuenta y tres —subió otro hombre.

El depredador junto a ella estaba atento a cada ofrecimiento.

—Cincuenta y cinco —otro hombre, su oferta salió más fuerte de lo debido. Marshall apuntó a él con un ligero movimiento de cabeza.

—Cincuenta y cinco quinientos —anunció Tanya.

—Sesenta —ofertó de nuevo aquel.

Robusto, compacto a la vez, de cabello marrón con lineas grises en la frente.

—Sesenta quinientos —ella ofertó, su corazón palpitando.

—Setenta.

«Mierda»

Para estar tan tranquilo, debía tener mucho más que eso.

—Setenta y uno —anunció.

—Setenta y cinco.

El silencio de los demás era una mala señal, esto se redujo entre ella y aquel hombre de anteojos grandes.

—Setenta y seis.

—Ochenta.

—Maldita sea... —Gruñó por lo bajo.

—¿Disculpe? —El martillero apuntó a ella.

Sus mejillas se calentaron.

—Noventa.

—Tanya —murmuró Marshall—. No nos queda más que eso.

Y sin embargo, el otro hombre permaneció en silencio, pensando...

—Noventa, damas y caballeros, tengo noventa mil dolares de la señorita en la segunda hilera izquierda, noventa, ¿quién da más? ¿Quien ofrece más? Veinticinco kilómetros de bosques, hermoso lugar para establecerse, noventa...

De reojo, Tanya esperó, su corazón acelerado, el sudor mojando las palmas de sus manos, rogaba internamente que se rindiera, que no subiera más...

—No se escuchan más ofertas —anunció el martillero—. Noventa a la una... Noventa a las dos...

—Cien mil dolares —dijo el hombre, tan tranquilo como si comprara un chocolate.

Algo se quebró en su pecho, la desesperación le hizo temblar tanto que su respiración se volvió pesada y sus ojos ardieron. Estaban completamente acabados...

—No —balbuceó—. No puede ser... No...

Marshall extendió uno de sus brazos alrededor de sus hombros.

—Tranquila, lo solucionaremos.

—Cien mil, sin ofertas, ¿quien da más?

Silencio, cuando el martillero la buscó, ella hizo lo imposible por no quebrarse. Negó.

—Cien mil, no hay ofertas... —Esperó un poco más—. Cien mil dolares a la una, cien mil dolares a las dos... Cien mil...

—¡Doscientos mil! —Exclamó una mujer.

Ella estaba en la fila detrás del asiento del otro hombre, quien se volvió hacia ella con una perplejidad increíble.

—Doscientos, ¿alguien dará más?

Silencio. Ahora el preocupado era el hombre mientras Tanya se caía en pedazos, quería gritar que no era justo, que les estaban por quitar el hogar a una coalición que no hizo nada malo, que dejarían niños sin casa donde dormir, comida para alimentarse, agua para beber... Quería tanto maldecir y llorar..., pero había un nudo tan fuerte que apenas podía pasar saliva a través.

—¿Otra oferta? —Pidió el martillero, el hombre de los anteojos, pálido, negó.

—Se va en doscientos. —Tanya se escondió en el pecho de Marshall—. Doscientos mil a la una, doscientos mil a las dos, doscientos mil a las tres... ¡Vendido a la mujer de la tercera hilera izquierda! Por favor, acompañe a nuestro representante de la ACC para el pago y la transferencia legal. A todos los demás, gracias por venir, pueden entregar sus paletas.

Estaba hecho. Se quedaron sin nada.

—Vamos, Tanya...

Saliendo del masculino calor de Marshall, se obligó a poner un pie delante del otro cuando las fuerzas se alejaban de ella, ¿cómo haría para decirle a los demás? El pensamiento dolió en su paso, y antes de salir al pasillo, Tanya vio a la compradora esperando al martillero junto al representante.

¿Tal vez ella era la que hizo todo? ¿Tal vez ella su minero de negocios?

Daba igual, pensó, Marshall casi le empujó para seguir avanzando, al final, se habían salido con la suya.

«Patrick... Te fallé»

—Les fallé a todos.

El león gruñó, atrapando su frágil y tembloroso cuerpo en un abrazo mientras caminaban.

—No vuelvas a decir eso —dijo con bronca y pena—. Nunca, ¿entiendes? Nunca.

—Pero...

—Luchamos, y dimos todo. —Marshall pasó su barbilla por su cabeza—. Pero a veces las cosas no salen bien.

A veces tocaba perder.




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