Capítulo 29



Ven... Mirá, ¡está soleado afuera!

Naiara mira el exterior con sus ojos llenos de inocencia, está frente a las puertas de la sala común de la casa matriz. El ambiente se siente frío, acompañado del murmullo de la vida que late, la coalición respira energía, lo siente como un zumbido contra la piel. Su adorada hija, tiene ojos soñadores, dos tonalidades de verde danzan en ellos con la misma alegría de su pequeña leona, ella juega a golpear el cristal con una garra.

—Cariño, ¿por qué no vas afuera?

Naiara sigue de espaldas, Patrick puede ver su rostro reflejarse en el cristal, su cabello castaño ondulado, firmemente unido por una cinta de color azul profundo, su favorito.

—¿Lo olvidas? Ya no podemos ir afuera, la coalición está con toque de queda.

La cabeza le da vueltas con solo oír eso, Patrick frunce el ceño.

—¿Qué?

—Tú misma lo ordenaste —responde, y luego suspira con tristeza—. Papi no vendrá hoy tampoco...

Entonces, al intentar dar un paso hacia atrás, su corazón confundido, se encuentra con unas manos que no son suyas, tampoco la ropa con la que está vestido le pertenece ni el cuerpo, suavemente femenino en cada curva.

—¿Tanya, qué sucede? —Pregunta Naiara, la niña gira y se asusta por un segundo—. ¿Cuando volverá papi?

Eco, un latido truena en sus oídos. Luego el crudo sonido del hierro golpeado lo trae de regreso de un absurdo sueño con sabor a pesadilla...

—¡Despierta Mcgraw! —Tres nuevos golpes a los barrotes acompañan una voz ronca y fuerte, con un borde impaciente.

Patrick abre los ojos, su melena desordenada le ha caído sobre el rostro, ha dormido en una pésima posición sobre la banca de madera, todo su cuerpo duele, en especial su hombro y brazo izquierdo. El león bosteza y se estira en su mente, luego, al verse enjaulado todavía gruñe inquieto. Incorporándose en la banca, Patrick mira al oficial de policía encargado del mantenimiento de los prisioneros.

Es un cambiante malhumorado pero de pequeña estatura, ojos oscuros y poderosos, cabello castaño, la piel de un tono oliváceo resalta en un rostro de expresión tosca. Rasgos latinos se funden en una pantera negra.

—Tendrás visitas, muévete.

Con su corazón saltando por la emoción mezclada con incertidumbre, Patrick se puso de pie, restos del extraño sueño quedaron como fragmentos que deambularon por su mente mientras el oficial introducía el código en la cerradura electrónica, cuando la pantera movió la reja de la cela, extendió sus manos para que le pusiera las esposas.

Cuando estuvieron en el pasillo, pasando por el resto de celdas vacías de ese lado, Patrick no pudo contener su curiosidad entusiasta.

—¿Quien vendrá?

El oficial le miró de reojo por un par de pasos y luego regresó esa estoica mirada al frente, una de sus manos siempre sobre la funda de una pistola guardada en el cinturón del uniforme. La pantera estaba consciente de que ante un rival de semejante tamaño estaría en desventaja, y aunque Patrick sabía bien lo fuertes que eran las panteras negras, escasas además, un león le superaba en fuerza.

El oficial hacía bien en no bajar la guardia, pero él no era tan estúpido como para pensar en atacarlo.

Demasiado tenía con no poder salir solo porque encontraron sangre de Arwen en el suéter que olvidó esa noche en su remolque.

—No estoy autorizado a dar esa clase de información a los presos —un tono firme y a la vez monótono.

El de un oficial siguiendo las reglas.

Al subir de nuevo al pasillo de la estación de policía, Patrick siguió al oficial hacia las salas de interrogatorios que también eran utilizadas para visitas, al entrar en la segunda sala el oficial le ordenó detenerse y le dio instrucciones precisas, lo que se dijera entre esas cuatro paredes no sería registrado ni oído por el derecho a su privacidad, pero si se le veía actuando extraño, violento, agresivo o aceptando objetos de contrabando, el oficial intervendría de inmediato y su castigo sería duro.

Más días tras las rejas.

—¿Has entendido?

—Sí —Patrick extendió sus brazos hacia el oficial, las esposas fueron removidas, la pantera vagaba cerca en los ojos oscuros, un movimiento silencioso fue una orden de que tomara asiento.

—Iré por ellos.

Ellos... ¿Serían sus cachorros? Su corazón golpeó duro, tragando el nudo de amargura que se cerró sobre su garganta, Patrick se sentó en una de las sillas de madera, el oficial le echó un vistazo antes de pedirle que esperara quieto en su lugar y dejarlo solo.

Los nervios estrujaron sus entrañas con cada segundo silencioso, la ansiedad por ver un rostro familiar quemaba por dentro, a medida que los pensamientos se agolparon en su mente, Patrick dudó si era buena idea que sus cachorros lo vieran así, otra vez. No sabía si las visitas estaban permitidas para menores de edad como Naiara, pero Ian... Él si podía verlo, esto era un amargo retroceso para alguien que le prometió un reinicio libre de problemas con la ley.

¿Qué clase de padre era?

Llevando una mano al cabello castaño claro, Patrick echó la espalda hacia atrás, tamborileó sus garras sobre la superficie de la mesa, en un ritmo que endulzaba la punzada de nervios en su estómago.

—Tienen treinta minutos como máximo —escuchó la voz lejana del oficial.

El seguro de la puerta, la perilla bajando y el aire se hizo poco cuando ella entró a la sala. Tenía un juego de sombras debajo de esos ojos grandes, la mirada cansada pero alegre de verlo, el cabello húmedo le daba a su esencia un toque fresco al perfume humano, una fuerza intrínseca y delicada a la vez, ella era fragilidad pero determinación inquebrantable en su andar.

—Tanya...

Decir su nombre fue como iluminar el rincón oscuro de su consciencia, ahí, donde ardía la agonía más grande de su vida. Patrick tragó saliva, su boca de pronto se volvió arena del desierto. La mujer tomó su lugar en la silla contraria, una suave sonrisa tironeando lentamente de su cordura, Patrick llevó su cuerpo adelante, el león subió a la superficie solo para encontrarse con esos ojos tan firmes.

Cuatro días sin verla se sintieron como toda una vida arrojado en un cuarto oscuro...

—¿Estás bien?

Parte del tono medico en su pregunta le hizo sonreír, ella estaba buscando señales de malestar, golpes, heridas... Pero, por más increíble que pareciera, los policías de Willow County se portaron civilizados. A excepción de un par de comentarios secos y miradas desdeñosas, el resto del tiempo lo trataron con dignidad.

—Sí, lo estoy.

Había pasado estos duros días trazando uno por uno los vínculos de sangre en su cabeza, deseó con tanta fuerza que Tanya estuviera ahí que le dolía el corazón, al menos con ella en su mente, su vinculo de sangre unido a la red, no se sentiría tan malditamente solo.

—¿Y tú? ¿Cómo están mis cachorros? ¿Los demás?

«¿La coalición está bien, me extrañan, me odian?»

Al percibir el ligero temblor que se filtró en sus preguntas aceleradas, Tanya extendió su brazo encima de la mesa, cubrió la mano de Patrick con la suya, al instante guardó las garras y entrelazó los dedos. Este pequeño bocado de contacto disparó chispas a través de su cuerpo entero.

—Estoy bien —Una duda, ella desvió la mirada a la unión entre ambos y luego regresó a sus ojos—. Naiara pregunta mucho por ti. —Tanya dio una sonrisa triste, tragó saliva, Patrick estuvo atento al movimiento de su cuello—. Le hemos dicho que debías irte de viaje.

—Bien.

Mentirle no era lo mejor, pero no quería que su pequeña se angustiara.

—Ian quería venir a verte, pero Marshall y Byron le pidieron ayuda con una cosa.

Lo distrajeron. Patrick lo agradecía, era lo mejor.

—Los demás se mantienen unidos, pero están inquietos.

—¿Te han dado problemas?

Un brillo especial en el color verde, fuerte orgullo que acompañó una sonrisa más grande y dulce.

—Para nada, son unos angelitos.

Patrick dejó salir una risa baja, su sonrisa permanece durante más tiempo, no hizo nada para ocultar la sorpresa al oír eso.

—¿Estamos hablando de los mismos gatos?

—Sí —una risa breve, bebió de ella—. Ellos son dulces conmigo, y Nolan me está ayudando mucho, también Alex.

Patrick sonrió duro cuando mencionó al cocinero molesto y alegre, definitivamente había extrañado toda su comida irresistible, pero mentiría si dijera que eso estaba en la cúspide de las cosas que había extrañado estos días.

—Te extraño.

Si pensar más en ella que en sus gatos, o sus cachorros, le hacía parecer egoísta, era culpable por eso. Ojos cansados le sostuvieron la mirada, ella no había estado durmiendo bien y eso se le notaba en la ausencia de esa chispa que vibraba, como la luz de una vela, tan cálida y hermosa. Patrick tampoco había dormido mucho desde que quedó completamente solo tras la liberación de Shanty.

—Yo también.

Su voz, un murmullo quedo...

—Todos en realidad.

Ella alejó su mano. La huella de calor se sostuvo durante unos segundos.

—Anthony todavía no puede saber como es que esa sangre está en mi suéter, tampoco el detective.

Era frustrante para todos, pero más para él porque lo anclaba a esa celda como el único sospechoso del asesinato. Patrick solo había llegado a una conclusión demasiado loca como para considerarla siquiera, el asesino pudo haber usado su suéter cuando mató a Arwen, la pregunta era ¿por qué? ¿Por qué se lo quitó dejándolo en la escena? Lo más lógico sería pensar que alguien trataba de incriminarlo, tal vez el mismo asesino, pero había pensado y pensado... No tenía enemigos a la vista.

Dejó atrás a los lobos captores hace bastante tiempo, y no creía que Derek Miller fuera vengativo hasta el extremo, Patrick había cometido un error contra su clan, pero la deuda estaba saldada desde que el lobo Alfa lo liberó.

—Lo sé, me llamó ayer para decirme que debías quedarte un poco más.

Capturó el borde afligido en sus palabras, el león era una fuerza indomable corriendo a través de la sangre caliente, orgulloso como si estuviera hablando de su ostentosa melena. Tenía frente a sus ojos a una humana fuerte liderando una coalición de cambiantes felinos con tanta entereza que podía estar a la par de cualquier Alfa.

Y lo hizo sin esperar nada a cambio, sin dejar que esa parte de su razonamiento humano tomara partido de la situación. Ella no era así, sus acciones más que sus palabras la metían cómodamente en el porcentaje de personas decentes, comprometidas y nobles. Tanya era una valiosa mujer humana con el corazón de una leona.

Y Patrick estaba tan orgulloso de ella que dolía, mucho, su pecho se apretaba de solo imaginarla dando ordenes a sus obstinados gatos. Dios..., él quería ver eso. Lo quería tanto...

—Ven —pidió en voz baja, llevó el cuerpo hacia atrás corriendo un poco la silla.

Una media sonrisa, sus mejillas se enrojecieron, apenas lo pudo notar en el suave tono canela de su piel, Tanya echó un vistazo alrededor de la sala para disimularlo.

—Prometieron no mirar ni oír. Estamos solos.

La aparente timidez se desvanece en una mirada amable, Tanya se puso de pie, deslizando un par de dedos por la superficie de la mesa, la rodeó, Patrick capturó esos movimientos, su acercamiento, para guardarlos en su bóveda de recuerdos, los usaría después, ahora estaba ocupado recibiendo el cálido cuerpo sobre su regazo.

—¿Esto es legal?

Si el oficial estuviese observando por los espejos reflectantes, comprendería la situación, pues siendo cambiante sabía de necesidad, de hambre de contacto, del crudo anhelo retorciendo las entrañas. Y si no era así... Bien, la cárcel no era lo mismo que una iglesia y esto no se trataba de una visita conyugal.

Solo que tener a Tanya cerca sin poder tocarla se estaba haciendo malditamente difícil.

—No estamos haciendo nada malo —respondió, ella rodeó su cuello con ambos brazos—. A menos, que estuvieses pensando en algo.

Una risa baja, frágil. Tanya se dedicó a peinar su melena, Patrick gimió bajo cual gato al cepillarlo, recordó que era temprano, minutos atrás se había despertado, su aspecto podía competir con el de un vagabundo, desarreglado, un poco sucio, la boca apestando a sal... Eso no era atractivo de ninguna forma, pero a ella no parecía afectarle. Seguía viéndole como si fuera algo hermoso, exótico, único...

Patrick pronto tuvo la melena ordenada. Y se perdieron, contemplando el uno al otro, aprendiendo las reacciones, las señales, quizá para darle sentido a esto.

—¿Estás pensando en algo?

Maldición, ¿qué clase de pregunta era esa?

—¿Algo como qué?

Ella se movió para sentarse mejor, el roce envío una corriente eléctrica despiadada. Patrick rodeaba su espalda con un brazo, descendiendo hasta entrelazar sus dedos alrededor de su cintura. Ella trazó el borde de su sonrisa con un dedo, era resuelta, confiada, incluso rió maravillada cuando sus colmillos bajaron un poco, era color, energía.

Un león cautivo en los brazos de una humana que lo miraba como si quisiera besarlo, esto carecía de sentido, ninguno de los dos tenía razones para hacer esto, pero al demonio la lógica, se sentía bien, correcto. Era el sabor de la paz.

—No mentí cuando esa noche dije que eras bonito.

Patrick mordisqueó sus dedos, una reprimenda suave que desató otra risa.

—Yo soy todo menos bonito.

Un borde animal en su voz.

—Eres bonito hasta que el Alfa toma el control y te vuelves salvaje.

El león ladeó la cabeza, intrigado, así lo hizo el hombre.

—¿Y eso no te gusta?

Cuando los labios de Tanya tomaron los suyos, cerró los ojos, el mundo se oscureció, su aliento se escapó lejos, lejos, entre un par de labios firmes y demandantes, pasionales pero tiernos a la vez. Patrick trazó la curva de su cintura con fuerza. Lo rompió, podía oler la llama del deseo extenderse para tocarlo en el punto más profundo de su solitaria existencia. Era cruel que esto no pudiera llegar más...

Y entonces ella volvió a besarlo, un choque áspero que derretía, besos cortos que cautivaban..., el león Alfa cayó duro por una mujer que podía darlo todo arriesgándose a quedar sin nada, hasta sintió su corazón en el suelo en el momento en que sintió sus dientes.

—Tanya —el león salió en su protesta cuando ella puso distancia.

Una sonrisa iluminaba un rostro caliente por las sensaciones. Tanya tomó aire, ella hacía eso cuando el animal rondaba cerca, viéndole a través de ojos dorados.

—Con eso debe bastar por ahora.

—Por supuesto que no alcanza.

Patrick la sostuvo en su lugar por las caderas, con fuerza posesiva y una mirada hambrienta.

—El tiempo corre y hay un asunto que debes saber.

—Puede esperar.

—No —voz seria, acabó con el momento—. Afecta a la coalición y necesito de mi Alfa para resolverlo.

Que ella lo reconociera de esa forma fue... Patrick gruñó al instinto que punzaba por dentro, la prioridad ahora era otra.

—¿Qué sucede?

—El alcalde ha puesto las tierras de la coalición en subasta.

Estrechando la mirada, un gruñido vibrando en todo su pecho, Patrick no podía creer que tal cosa fuera posible, sin embargo Tanya le dijo que había investigado sobre las leyes del código legal cambiante, todo estaba en regla.

—Maldito hijo de perra —gruñó—. ¿Como se atreve? ¿Como es capaz?

—Patrick —Tanya lo trajo a través de su furia, acunando su rostro con ambas manos—. ¿Recuerdas el contrato con el Alfa Fire Heart?

Él asintió.

—¿Qué hay con eso?

—Necesito que lo firmes ahora.

La seriedad absoluta le dijo que ella no contemplaba otra opción. Tanya tenía un plan en mente, y vaya, estaba decidida a no dejarlo caer, ni a él ni a sus gatos.

Patrick sentía que podía deberle la vida entera...

—¿Qué piensas hacer?

—Ahorrar —respondió, una mirada altiva, sus ojos verdes oscurecidos por sus pestañas—. Le he pedido a cada uno que entregue lo que tengan a Alexander, él es nuestro tesorero. Juntaremos todo el dinero posible hasta la subasta, pero por mientras, envié un par de leones al pueblo para organizar una manifestación.

Patrick arqueó una ceja.

—¿Y eso?

—Nadie cree que hayas matado a Arwen, y creo que los cambiantes de Willow County piensan lo mismo.

Sintió algo pesado en la garganta, un nudo de emoción.

—Si alguien los supera en la subasta...

—No lo harán —cortó, tanta determinación..., tanta seguridad—. Lo resolveremos, te sacaremos de aquí, solo... Ten fe.

Acercándose, Patrick hundió su nariz en la curva de su cuello en un abrazo íntimo que ella correspondió en silencio, esta valiente mujer humana que tomó un puñado de gatos y los cobijó como propios..., no se daba cuenta que había logrado algo más que mantener viva a una coalición... Tanya mantenía algo que él creyó perdido en alguna parte del camino, una incipiente esperanza.

—¡Cinco minutos Mcgraw!

La advertencia del oficial le hizo gruñir, Tanya pasó sus manos por su melena.

—Dame esa cosa, voy a firmarla. Dile a Evan que estaré en deuda con él, pero que no abuse.

Conocería la ira de un león si lo hacía...

—Él me agrada —dijo.

El león gruñó, del bolsillo interno de su chaqueta de mezclilla, ella sacó el papel doblado y un pequeño bolígrafo.

—No más que tú.

—No es como si estuviera celoso, está emparejado.

Tanya rodó los ojos.

—Ajá, claro.

Con prisa garabateó su firma en el final de la hoja.

—Ten mucho cuidado —dijo Patrick, dobló la hoja y la guardó con el bolígrafo en su lugar—. Dile a Naiara que volveré pronto, a Ian que no se preocupe, y a los demás... —Tomó aire, lo soltó despacio—. Que se mantengan unidos, yo los sigo sosteniendo aquí —con un dedo se tocó la sien derecha—. Pase lo que pase.

En la intensa mirada verde, su aprecio casi tangible, Patrick deseó que ella estuviera ahí también, pero de otra manera, de una forma que le era imposible, pero se aferró a eso, un deseo algo infantil, una esperanza latiendo duro al ritmo de su corazón.




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