Capítulo 20
Alexander estaba sospechosamente más divertido al día siguiente de la pelea de Leroy con Bea, cuando pasó por su desayuno en la cocina. El hombre rubio le lanzó una brillante mirada azul, acompañada de una sonrisa mortal que sirvió para detener sus pensamientos un segundo, luego le guiñó un ojo, consciente de algo que ella desconocía.
Tan rápido como sorprendente, la sonrisa felina se hizo más ancha cuando Gala apareció detrás de ella.
—¿Y a este qué le pasa? —Preguntó la enfermera, ambas se sentaron en la punta de una de las dos largas mesas del comedor.
Alex no tardó en aparecer con una bandeja de metal vieja, dos tazas, una con café y otra con té y una cesta llena de pan horneado relleno de queso.
—Sonrío por un día más en que puedo ver a un par de bellas mujeres.
Mirada depredadora, hambrienta, abrazó cada centímetro de la figura de Gala. No era secreto que Alexander estaba loco por la enfermera, pero su cortejo descarado no daba ningún resultado. Gala solo tomó su taza de café mientras leía en su anotador digital, Tanya le regaló una sonrisa amable al cocinero quien solo sonrió de vuelta, y aunque sus ojos se tornaron tristes, había determinación en el fondo.
Alex no era de los que se rendían...
—Buen provecho.
El gato regresó a sus implacables dominios y el silencio reinó en el comedor. Eran las once de la mañana y los demás miembros de la coalición ya habían tomado su provisión de desayuno.
—¿Estás bien?
Gala deslizó sus dedos sobre la pantalla transparente del anotador, luego se llevó la taza a su boca para un largo sorbo de café.
—Sí, ¿por qué preguntas?
Tanya no sabía como preguntar sin ofenderla al mismo tiempo, pero estaba preocupada por ella.
—Has estado un poco distante..., de la enfermería —arregló.
—Ah... —Un sonido plano—. Necesito espacio de vez en cuando, también soy cambiante.
Y eso era todo lo que sabía de ella...
—Lamento haber llegado tarde ayer —prosiguió, la lectura parecía ser una excusa para evitar su mirada—. Pero realmente manejaste la situación de forma adecuada.
Tanya sonrió, pero no obtuvo nada de regreso.
—Gracias.
Tomó un poco de té, la explosión dulce, mezclada con un sabor terrenal que le hizo saber que el cocinero le había agregado una hierba extra de su cultivo de condimentos, fue bien recibida por sus sentidos.
—¿Qué tipo de cambiante eres? —Soltó.
Un ruido agudo y una maldición, luego algunas risas, se oyeron desde la cocina y llenaron la sala con una vida resplandeciente. Después de todo, Alexander era luz..., una luz tratando de alcanzar una mujer que por momentos era dulce y por otros... Distante.
Probando un bocado del pan relleno, Gala levantó su mirada y ahí, un cambio en la coloración de sus ojos le dejó sin palabras. Negro profundo, con un borde azul oscuro hacia las pupilas, era como mirar directo en la fosa más profunda del océano. Tanya no recordaba haber visto en sus residencias, tampoco en sus practicas, a un cambiante que tuviera el cambio de ojos de ese color. No es como si hubiera tenido pacientes de todo tipo, lobos y pumas abundaban, un par de jaguares y unos cuantos linces, ninguno de ellos poseía un color de ojos tan aterrador y enigmático a la vez.
—Nadie lo sabe, y prefiero que continúe así.
Voz humana, ojos salvajes, Gala tenía control de hierro sobre el animal bajo su piel. Inquieta, Tanya se sintió diminuta, pero por si seguridad debía respetar sus decisiones.
—Lo entiendo.
—Hermosos ojos de medianoche —Nolan dijo al acercarse a ellas.
Tanya lo saludó con una mano.
—Oye no molestes, tigre —Alex gruñó desde la cocina, su voz peligrosa y áspera.
—Hombres —masculló Gala y retomó su lectura.
Nolan se dejó caer en la gran banca de madera, su espalda ancha fue hacia atrás, la parte baja descansando contra el borde de la mesa. Un suspiro extenuado, el tigre apoyó los codos para sostenerse.
—¿Cansado? —Tanya le preguntó, luego bebió el té hasta la mitad.
—Sí, entrenar con Byron y Joey ha sido terrible, el maldito tigre tiene un humor de los mil demonios.
—¿Con esa boca serás tío? —Gala preguntó sin quitar la vista de su aparato.
Nolan sopló aire divertido, una risa baja contenida, las cuentas de metal unidas a algunos mechones de cabello oscuro, chocaron entre sí. Tanya no entendía cómo sobrevivían al cambio..., quiso reír, por supuesto, el tigre debería tener una caja llena de repuestos, o tal vez una bolsa.
—¿Bromeas? —La pregunta de Nolan, intentando parecer seria—. Me preparo para lo peor, Byron y Talinda traerán a dos cachorros, mitad león mitad tigres... ¿Cómo se supone que los llamaremos? ¿Ligres? ¿Tigrones? —Nolan silbó, sus labios inclinandose para una sonrisa suave—. Eso será un infierno divertido.
—Oh no puede ser, Nolan. —Alexander se inclinó en la ventana abierta de la cocina, sobre la barra—. No me digas que te has creído lo de Geo.
El tigre miró al león, confundido.
—Talinda no dará a luz a pequeños leones con rayas o tigres con melenas, la genética cambiante no se modifica a ese nivel.
Nolan palideció, un rubor tenue en sus mejillas, luego la frustración tomó lugar en sus ojos oscuros y su boca se tensó en una línea delgada y fina. Enfado, con un borde aún divertido, la mirada acerada encontró su rumbo en el rostro del cocinero.
—Geo es hombre muerto —sentenció, una crudeza animal en su voz. Nolan se levantó de un movimiento brusco y salió del comedor echando humos.
—No olvides masticar —Alex agregó entre una risa contagiosa y luego regresó al interior de la cocina.
Con la risa aun vibrando en su pecho, su corazón lleno de una sensación de familiaridad y pertenencia, Tanya terminó su desayuno, este sitio le maravillaba con cada día que pasaba. Los juegos de amenazas, las riñas inofensivas, burlas, risas..., Gold Pride era vida, calor, hogar, cada uno de ellos estaba seguro de que moriría defendiendo al otro, el sentimiento era recíproco, y mientras llevaba la bandeja con las tazas y la cesta de pan, se encontró a sí misma recordando la mirada verde de cierto león Alfa.
—Y esa mirada lo confirma todo —cantó Alex, otra vez el brillo en esos ojos azules para encantarla.
—¿Y a ti qué te pasa?
Alexander levantó una ceja, un tono más oscuro que el color de su melena rubia, si Gala le diera atención podría llamarla afortunada, este león juguetón destilaba energía, poder y deseo por cada parte del cuerpo, era vibrante.
—Nada, nada, oí que Patrick te estaba buscando.
—¿De verdad? —Sus palabras salieron con prisa.
Una sonrisa perversa con un borde alegre, el tono de su mirada un poco oscuro.
—Caíste.
Tanya rodó los ojos. Solo provocó una risa hilarante que se alzó prístina en el aire.
—Ay... —Alexander secó sus ojos con los dedos—. ¿Quieres un consejo?
—¿Para qué? —Cuestionó cruzándose de brazos y apoyándose contra la barra, estaba insinuando algo loco y absolutamente fuera de toda posibilidad.
—No te hagas —el tono de su voz, más profundo y maduro, serio, aunque la sonrisa no le dejara, se hizo más pequeña—. Te has apartado al gato más grande y malo para ti, ¿eh? No te juzgaré, gustos son gustos.
Encogiendose de hombros, el cocinero tomó la bandeja.
—¿Te gusta?
—Como a cualquier mujer.
Ella había disfrutado demasiado de las aventuras de una sola noche como para querer asentarse, había visto la felicidad de Eleine con Caleb, pero también había visto lo feroces y terriblemente protectores que podían ser los cambiantes si se les cedía tan solo un poco. Meses trabajando en la unidad de cuidados por maltrato familiar le dejaron crudos testimonios de mujeres heridas hasta lo más profundo por hombres, humanos y cambiantes por igual.
Nunca se llega a conocer bien a una persona. La advertencia de su amada madre llegó desde los recuerdos, no estaba destinada a alejarla por completo de los hombres, sino para que siempre se mantuviera alerta, con cuidado.
—¿Cual es ese consejo? —Preguntó, más por curiosidad que por la voluntad de poner en práctica cualquier tipo de acercamiento.
Una mirada felina, una sonrisa afilada.
—Pisa con fuerza y lo tendrás a tus pies. Sin miedo, tienes garras.
Tanya se le quedó mirando unos segundos, demasiado largos, cómplices y silenciosos, hasta bajar la mirada y sonreír a medias, un quieto agradecimiento en el aire. Saludando, riendo bajo cuando el descarado león rubio le guiñó un ojo e hizo un corazón con los dedos de sus manos, Tanya dio media vuelta y salió del comedor, aun sintiendo la suave mirada de Alex en su espalda.
Sus entrañas se apretaron al ver a Patrick del otro lado de la sala principal, junto a las escaleras. Con su hija Naiara en sus fuertes brazos, el león conversaba con Neil, uno de los leones que vigilaban las fronteras del territorio. Tanya tomó aire cuando su mirada alcanzó la suya, su presencia un pulso vibrante, áspero contra la piel, demasiado agradable, casi adictivo. Sonriendo de vuelta, caminó hacia los dos hombres.
Neil era contenido, y calmado a comparación de los demás. Apenas un par de centímetros más alto que ella, melena negra y un poco rizada que le llegaba hasta el cuello, como Patrick, tenía una barba oscura delineando su mandíbula.
—Hola Tanya —saludó, ojos oscuros con un par de lineas en sus bordes—. Buen día.
—Buen día Neil.
—¡Tanya!
Dulce alegría inundó su cuerpo con el grito de Naiara, Tanya sonrió a la niña que era resguardada con salvaje protección. Si un padre humano defendía a sus hijos sin rechistar —aun habiendo crueles excepciones de algunos individuos—, un cambiante león estaba dispuesto a dar hasta la última gota de su sangre por sus cachorros, sean propios o ajenos. Y ella estaba más que segura de que Patrick lo haría por Naiara, Ian, y todos los demás.
—Buen día Tanya.
Voz profunda, cálida, raspó contra su piel. El león alfa estaba de un humor extrañamente tranquilo, iba vestido para la condena, camiseta gris y sin mangas, ajustada a su pecho amplio en cada tramo, y unos pantalones de cargo negros junto con zapatillas deportivas del mismo color. Patrick era simpleza, pero esa simpleza le daba comodidad y fluidez, una capacidad de reacción inmediata por si surgían problemas.
Tanya dejó de pensar en eso, no quería atraer la palabra problema, así este león podía seguir de buen humor... O al menos como ella lo veía.
—Te daré el siguiente reporte por la noche —comentó Neil.
—Está bien, buen trabajo.
Arreglando las mangas de su suéter negro, Neil sonrió, una ligera inclinación de cabeza para el Alfa, una sonrisa suave para Tanya, y un travieso golpe en la nariz se la pequeña leona, Neil abandonó la gran casa de nuevo.
El silencio se hizo pesado, el poder contenido de Patrick un zumbido potente. Tanya recordó aquella vez que lo encontró en la laguna, el enorme león de melena negra y dorada era poder y fuerza salvaje, sus manos picaron ante ese recuerdo, de pronto se preguntó cómo sería acariciar su melena, su pelaje... Una mirada seria con un matiz intenso le encontró pensativa, Tanya regresó al presente, al momento donde Naiara contaba con entusiasmo sobre la excursión que estaban planeando las matriarcas de la guardería.
—¡Será como un campamento al aire libre!
Emoción y alegría, Naiara se predisponía a ser una luz vibrante como Alexander.
—Eso es genial cariño —Patrick besó su frente, la ternura invadió el corazón de Tanya—. Me hubiera gustado que Sahira nos contara sobre ese plan.
—¿Nos darás permiso papi?
Sabía que esa súplica habría derretido el corazón de cualquier padre, sin embargo Patrick, más que sonreír dulce para su hija, le guiñó un ojo. Ella leyó entre líneas, el león no daría el visto bueno hasta enterarse de hasta el más mínimo detalle sobre la famosa excursión de cachorros, hasta saber que cada uno de ellos se mantendría a salvo y protegidos.
De ser por él, los cachorros no saldrían de la casa matriz.
—Muy bien —Patrick besó la mejilla de Naiara—. Debes regresar a la guardería.
Sus pequeños brazos rodearon el cuello del león con la fuerza vivaz de una niña siete años, ese momento íntimo hizo que Tanya se sintiera ajena, pero no podía apartarse. En medio del abrazo, Patrick le regaló media sonrisa.
—Abajo.
Naiara estuvo en el suelo un segundo después. Dando arañazos al aire con garras diminutas, la pequeña leona rió fuerte cuando su padre intentó hacerle cosquillas, ella fue más veloz y se apartó. Cuando la hora del juego acabó, Naiara se despidió de Tanya y corrió hacia el pasillo a pesar de la sería advertencia de Patrick.
«Eres un gran padre» no se atrevió a decirlo en voz alta.
—Es una hermosa niña, de seguro será una fuerte leona.
Orgullo en su mirada.
—Sí, igual que su madre.
Eso hizo que algo doliera en ella, lo descartó, recordando que no debía involucrarse si aún no estaba seguro de recibir tanto como podría dar, y de saber si tenía posibilidades. Porque si algo debía admitir en su consciencia, era que este hombre le derretía por dentro, no solo por el fuego salvaje en su mirada, o la ternura que mostraba hacia su hija, o la feroz protección hacia Ian y la coalición, sino por una simple corazonada que le decía, que Patrick no era un hombre de una sola noche.
—¿Necesitas algo?
—¿Eh? —Tanya sacudió la cabeza—. Ah, sí, subir a la enfermería, estás bloqueando las escaleras.
Echando un vistazo atrás, Patrick rió entre dientes.
—Lo siento.
Demasiado amable, terriblemente encantador...
—Oye —le dijo, Tanya se detuvo a mitad de las escaleras, aun mirándolo desde arriba se veía tan bien—. Aún queda pendiente una salida, ¿recuerdas?
Tanya sonrió, lento, el felino siguió el movimiento de sus labios con una mirada voraz, ¿le habría gustado? Ella de pronto quería más miradas como esa, que despertaban un calor primordial en su cuerpo, intenso..., lo distinto, es que las quería aún más si provenían de él.
—Claro, ¿te parece bien hoy?
—En la noche.
—¿A las ocho?
—Perfecto.
Y ella subió con el corazón lleno, electricidad vibrando por cada parte de su ser, expectación, ansiedad... Se suponía que no debía caer por alguien como él. La protección de un Alfa podría ser mortal. Pero tanta era la curiosidad, la necesidad que mantenía su cuerpo con una latencia inquieta, que estaba dispuesta a tomar un bocado. Solo uno, y entonces se apartaría, como siempre.
Fácil.
¿Lo será?
Entrando en la enfermería, el silencio crudo le envolvió, enfriando sus pensamientos. Que estuviera vacía era signo de una coalición con buena salud, o que los leones aun no hallaban una nueva forma de lastimarse... Como fuera, las cosas marchaban bien. Yendo a la habitación contigua, luz tenue de un sol casi llegando a mediodía, recogió el teléfono celular que Alex le había dado por la noche, como prometió.
Era más cómodo y privado que el anotador digital, más seguro. Abriendo una aplicación para vídeo llamadas, introdujo unos datos para que la persona a la que quería contactar desesperadamente no recibiera una alerta de solicitud desconocida en su panel. Necesitaba tanto una voz familiar, la cercanía de aquella con la que creció, necesitaba tanto un consejo que su corazón latió duro.
—¿Tanya?
Sonrió, alivio en su cuerpo, alegría derramándose en su interior.
—¡Hola Eleine!
Era momento de que se pusieran al día, Gold Pride estaba sano y seguro por el momento...
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