3. Ilusión No. 1
—Al fin sales con nosotras.
—Rita si vuelves a decir una palabra más, te arranco la cara.
Agustina sonreía como si hubiera dicho un cumplido bastante lindo. Diana y Rita aún no se acostumbraban que su angelical amiga fuera en el fondo bastante violenta. Y lo habían aprendido hacía poco; Agustina les mostró su foto de graduación de Judo, donde obtenía la cinta marrón.
Diana se rió, incómoda.
—Está bien, Agus. No pasa nada.
Rita suspiró, medio aliviada.
—Lo que quiero decir es que estoy contenta de que estés con nosotras hoy. -corrigió Rita.
—Eso está mejor. -dijo Agustina, sorbiendo su café frío.
Ella había escogido su mesa favorita del Starbucks de la terraza del centro comercial. Les tapaba del sol una lona blanca que atenuaba la luz lo suficiente para hacerse excelentes fotos, o eso pensaba. Rita había pedido un batido de chocolate con crema y caramelo, y Diana un batido de frutas.
Después de tomarse fotos de sus bebidas, Diana suspiró, y las dos le miraron.
—Hablé con mi abuela.
—¿Qué tal?
—Bueno... Fue... Bien. Nada de lo que traigo puesto tiene bordados. No pareció tomárselo mal. Pero me dijo que no entendía.
—Dian...-comenzó Rita, tras la mirada amenazadora de Agustina- tal vez podamos ayudarte. ¿De alguna manera?
—¿Cuál?
—Si nos ve más seguido podría entender cómo se viste la gente ahora. ¿No? No sé...
—No creo que sea mala idea.-respondió.
Agustina sonrió.
—¡Qué bueno! ¿Qué tal si vamos al cine?
—¿Cuándo?
—Pues ahora, tontis.
Diana se sentía extraña, ligera y feliz. Su abuela parecía un poco desanimada cuando se fue, pero no tanto. Al final, había admitido que tenía que resignarse que los niños crecían y tomaban sus propios caminos.
Su abuela no había podido aprender eso con su hija. La madre de Diana había muerto en el parto. Aún vivían juntas cuando pasó. Y el padre de Diana, que le iba a pedir matrimonio pocos días después, fue internado en un manicomio. Se había intentado matar varias veces.
Su pobre abuela ahora tenía que aprender con su nieta que los niños crecen, se van de casa, se casan, y tienen su vida lejos de sus padres.
—Es una tristeza que no se va, Dianita. No te preocupes. Llámame si quieres que tu abuelo vaya a buscarte. -Le había dicho cuando se fue.
Después de tener una excelente tarde, Diana estaba preparada para ir a ver una película. Se decía a sí misma que eran sentimientos normales y no podía hacer nada para evitar que su abuela los sintiera. Tenía que regañarse continuamente por sentirse mal, intentar relajarse y olvidarlo.
No podía estar sintiéndose mal por su abuela para siempre. No le hacía bien a nadie. Se sentía egoísta, pero sentía que era necesario.
Compraron las entradas, pasaron a la sala de cine, donde aún ponían publicidad... y decidió ir al baño antes de que comenzara.
—Qué puntería, Dian.
—Mejor antes de que comience... no tardo.
Tendría unos quince minutos, trotó con rapidez hacia el baño. No quería perdérsela, salía un actor que le encantaba, muy varonil, rubio, de ojos verdes y sonrisa espectacular.
...
—¡Jajajajaja!
Diana se encontraba mordiendo sus palomitas. Parpadeó un par de veces. Estaba sentada en la sala de cine, entre sus dos amigas. La película ya había empezado. Todos reían, ella no.
—¿No te dio risa?
—Ah, sí, pero no tanta, jeje...
Se sintió despistada de repente, como si se hubiese quedado un buen rato pensando en nada. Parecido a la única vez que le preguntaron algo en clase y estaba tan abstraída que ni siquiera se había dado cuenta que ya no estaba en matemáticas sino en literatura. Hacía años no le pasaba algo así.
No sintió miedo, más bien...
Se obligó a ver la película, e intentar recordar cómo había comenzado cuando había tiempo de pensar en eso y no en disfrutar las escenas.
Salió de la sala sonriendo, pensando que se la había pasado bien, a pesar de todo. Era como si no hubiera pasado nada.
—Yo creo que no te gustó tanto.
—No es eso es que... no recuerdo bien cómo comenzó, y por eso me perdí un poco del resto.
Agustina miró a su amiga un poco extrañada, pero no le preguntó más. En cambio, continuaron hablando de la película, y del lindo actor del personaje principal. Para Rita ya era tarde, así que llamó a su padre para que se la llevara a casa, y aprovechó a darle el aventón a las otras dos para que llegasen a salvo.
—¿Le das saludos a tus abuelos, Dianita?
—Sí, señor Edgar.
—Lástima que no puedo quedarme un rato.
—¡Byyye Diana! -se despidieron las niñas desde el auto. Y ella las saludó con la mano mientras se iban.
La noche fue tranquila, contó sobre la película y lo bien que la pasó. Su abuela había hecho una paella y pan casero, y su abuelo no paraba de darle consejos de cómo hablar con muchachos. O más bien de cómo dejar que muchachos le hablaran.
Al acostarse en su cama más tarde, ya habiéndose aplicado sus cremas de cuidado facial, se dio cuenta de que había algo raro.
Pero no sabía qué.
Sabía que cuando salió del baño pensó en que tenía que acordarse de algo importante. Pero se le había olvidado.
Suspiró, e intentó reproducir los recuerdos de la tarde. Recordaba haber pagado por sus palomitas pequeñas, y un refresco de limón. Haberse levantado justo al dejar sus cosas para ir al baño.
Y... ¿qué había pasado después?
Empezó a asustarse. No lo recordaba con claridad. Le llegaron esas historias de personas que drogaban y se les olvidaba por completo lo que había pasado en un largo lapso de tiempo.
Pero eso no había podido ser posible. Ella regresó a ver la película. Y recordaba gran parte de ella, o eso tenía la impresión. Sabía que había preguntado a Rita cuándo tiempo estuvo en el baño, y le miró extrañada, y le dijo que tal vez cinco minutos o menos.
¿Qué podría haber pasado en cinco minutos?
Hizo un esfuerzo de acordarse, pero no logró nada. Se giró en la cama. Decidió aprovechar de quitarse las medias, y sintió la textura de la cobija tejida que la cubría. Suspiró, sintiéndose cómoda y relajada de repente. Eso era, tenía que relajarse para recordar con mayor claridad, o eso le pareció lo más lógico.
Logró recordar -tras varios minutos- el haber salido del baño. Había pensado en que no había papel para secarse las manos, y se las secó en el pantalón y parte de la camisa. Había pensado que era una lástima hacer eso en ropa que no tenía nada de bordados.
Escuchó a sus abuelos subir las escaleras y cerrar la puerta de su habitación. Ésa era la señal de que ya habían terminado de hacer todo en casa, y que no le pedirían ayuda o la llamarían para algo más tarde. Sin darse cuenta, se durmió.
...
Estaba en los baños del cine del centro comercial. Se levaba las manos, y al mirarse al espejo, un reflejo borroso sin rostro le devolvía la mirada.
—Se parece a Albert.
—¿Qué?
—Su amigo.
—¿Quién?
El reflejo le señaló fuera del baño. Diana caminó hacia allí. Vestía el pijama con el que se había acostado a dormir, de pantalón y camisa larga de color blanco. Estaba bastante segura de que estaba soñando, así que salió sin preocuparse por cómo estaba vestida.
La salida del baño estaba frente a unos bebederos, y se llegaba allí por un pasillo largo, pero irregular. Al final del pasillo estaban un par de puertas de servicio, y la puerta del baño de hombres. No había nadie.
Salvo una sombra en la pared. Una sombra extraña de adolescente que parecía retorcerse de pie. Con un par de alas de murciélago en la espalda.
—Esto ya pasó.-Pensó.
—Sí. -Le respondió una voz. Su propia voz, que no había salido de ninguna parte.
Diana se rascó los ojos. Vio cómo las alas se retorcieron y plegaron hasta pegarse a la espalda de su dueño, que se apoyaba en una rodilla. Escuchó un suspiro de alivio, y vio cómo la sombra tomaba del suelo algo y se lo colocaba a la espalda.
Pensó que podría ser seguro. Fingir que no había pasado nada. Su mente funcionaba a mil por hora, pero no podía generar ninguna pregunta concreta. O mejor dicho, no podía terminar de escoger alguna de las cientas que se le pasaban por la cabeza. Dio unos pasos hacia el pasillo, y la sombra se volteó, y comenzó a caminar hacia donde ella estaba.
Diana se obligó a seguir caminando, a pesar de que su adrenalina no hacía sino crecer. La sombra se deformó en la esquina, y salió quien la proyectaba.
Era nada menos que Albert.
—¿Qué viste granos? ¡Dime! ¡DIME QUÉ VISTE!
Albert se acercó a ella, tan rápido, que no se dio cuenta hasta que lo tuvo enfrente.
Diana sentía que le temblaban las manos y las piernas. Solo quería irse de allí. Albert echaba humo por las orejas, literalmente. ¿O estaba viendo mal? Sus ojos la miraban con una rabia tan intensa que sentía que le quemaba.
—¡RESPÓNDEME!
Diana retrocedió a la vez que Albert alzó la mano para... ¿atraparla? ¿golpearla? No quiso saber. Cerró los ojos y se cubrió, preparándose para lo peor. Pero la mano nunca llegó. Al abrir los ojos, vio a Albert contra las puertas de servicio en el suelo, se le había caído la chaqueta que tenía sobre los hombros, y parecía adolorido.
Cerca de ella, estaba el chico que le había saludado el otro día. El último día de clases. Pero no parecía amable como esa vez.
Miraba a Albert como se mira a un insecto desagradable, o a algo pegado en el zapato. Se volteó hacia ella, y suavizó la expresión.
—Esto no puede ser una coincidencia. Lo siento, tendré que hacer esto por tu bien.
—¿Qué? ¿Hacer qué? -logró decir ella con un hilillo de voz.
El chico le tomó de la mano y le sonrió. De repente, sintió como si le licuaran el cerebro, pensar era muy complicado, y dejó de hacerlo. Apenas percibía su voz.
—No te preocupes, ve a disfrutar tu tarde. Espero vernos en mejores circunstancias.
Sin poder controlar lo que hacía, y sin sentir nada, comenzó a caminar de regreso a la sala de cine.
Se sentó de golpe en la cama. Estaba empapada de sudor.
Cuando se lavó el rostro en el baño, pensó que tal vez no volvería a almorzar algo tan poco nutritivo como palomitas y refresco. Tal vez por eso había tenido un sueño tan raro.
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