XI.
Damian dio media vuelta y salió de ahí, con una sensación de vacío en su interior.
Él había ido preparado para este tipo de situación a esa aldea, pero eso no hacía que fuera más fácil. Reprimió un suspiro, junto con la desazón en su estómago ante lo incontrolable de la situación y observó a su alrededor. Era una aldea demasiado insignificante, a tal grado que él nunca la había considerado para apropiarse de ella.
Contempló la casa enfrente suya, el lugar donde Anya había crecido. Nunca se había detenido a considerar el tipo de vivienda que había tenido antes de llegar al castillo, pero sabía que sería algo sencillo como eso. Dio un par de pasos largos hacia ahí, probando el pomo de la puerta y descubriendo que estaba abierta.
Las paredes de madera, al entrar se encontró con unos muebles y bastante cerca una mesa de madera con cuatro sillas. Al fondo contempló una cama pequeña, junto a una ventana. Sus dedos, con guantes, pasaron por los muebles, en señal de reconocimiento. Se detuvo cuando la cama estuvo enfrente suyo y la acarició. Sus dedos tomaron las sábanas rosadas entre sus dedos y tiró de ellos, llevándoselo a la nariz y olfateó. El perfume natural de Anya inundó sus fosas nasales y despertó el cosquilleo en su estómago. Revisó el cajón que tenía a un lado, visualizando un par de pañuelos rosados. De forma sutil tomó uno y lo guardó en su bolsa.
Se dejó caer en la cama, recostándose, pensando que tal vez aquel pañuelo podría ser el único recordatorio que le quedara de Anya al salir de ahí. Había pensado demasiado en lo que Anya le había dicho el día que pelearon, sobre que extrañaba a esas personas y que no sabía si estaban vivos. Guiado por la intensión de darle tranquilidad, interrogó a sus soldados que acudieron aquel día, quienes juraban que no habían matado a nadie.
Por supuesto que Damian no les creyó por lo que envió a alguien para comprobarlo.
Para alivio del soberano de Priwidor, seguían con vida. Y la idea de llevar a Anya a verlos se abrió paso en su cabeza. Hasta que las consecuencias comenzaron a aturdirlo. Porque ella tenía razón, ella había sido su prisionera, sin posibilidades de salir a ningún lado y estar todo el día en el castillo. Damian no lo había hecho con la idea de mantenerla cautiva, ya que esa idea había sido desechada hace mucho tiempo. Le había dado total libertad en el castillo y hasta habían ido a aquel festival. Él había pensado que ella no tenía a nadie en ese mundo, como él, por lo que lo más natural sería que quisiera estar ahí.
Sabía que lo más indicado es que fuera a visitar a los Forger pero ¿qué pasaría si Anya quería regresar a su antigua vida, a un lado de los Forger? Ellos eran los suficiente importantes para que ella quisiera escapar, dejando atrás todas las comodidades. Ella los veía como unos padres... ¿realmente se iría con él después de reencontrarse con ellos? Damian, con un gran pesar en el pecho, sabía que no lo haría. Sabía que cuando Anya los viera, la nostalgia y sus sentimientos la impulsarían a quedarse ahí. Y más si tomaba en consideración que solo había llegado a Priwidor al ser arrastrada ahí.
Damian la perdería, mientras se deslizaba por sus dedos sin posibilidades de retenerla.
Todo su organismo clamaba con que aunque ella quisiera quedarse en ese pueblo, él terminaría llevándola, debía hacerlo, no podría soportar dejarla ahí. Él la necesitaba a su lado.
Sin embargo, Damian había decidido hacer bien las cosas con Anya. Ya le había arrebatado demasiado y si realmente la quería, haría lo que fuera lo mejor para ella y su felicidad. Y si su felicidad era estar en ese pueblo mugriento con los Forger, lo respetaría.
Estaba al menos dispuesto a intentarlo, pero mientras más pensaba al respecto, su corazón más se estrechaba. No podía coincidir su vida sin su presencia en el castillo. El poder verla dormir, él compartir cada comida a su lado. Había sido tan ingenuo al decirle que respetaría su decisión, él jamás en toda su existencia, había aceptado un no por respuesta. Él tomaba lo que él quería, cuando lo quería. Y en ese momento él quería a Anya Clanblosson.
Frunció el ceño, tenía una disputa interna entre lo correcto y lo incorrecto. Entre lo que el verdadero Damian priorizando en si mismo y en lo que haría feliz a Anya. Suspiró, se lo había prometido y debía cumplirlo.
Además, si ella al final decidía quedarse en ese lugar, él podría visitarla. Podría mandar a ampliar este sitio o darle una mejor apariencia y ser esa la excusa para acudir día con día. Hasta que ella aceptara sus sentimientos y su nombre cambiara con la presencia de un anillo.
Anya Desmond.
Su rostro enrojeció al pensar en eso, sonaba tan bien. Lo dijo en voz alta, lo cual originó un estremecimiento en su pecho. Recordó aquel momento en el carruaje y a pesar de que permanecieron en silencio todo ese tiempo, la tensión flotando entre ambos fue tan tangible que había sido complicado respirar. Él realmente quería besarla, pero estaba conteniéndose, no podía ir y hacerlo cuando quisiera.
Él le había confesado lo que le hacía sentir y a pesar de que ella le correspondió el beso, ella aún no había aceptado sus sentimientos. Anya aún no lo había aceptado, debía aceptar a un hombre despreciable y vil como él. Sabía de lo que era capaz, ella lo había visto matar a personas. Damian sabía que él no podría merecer a alguien tan pura como Anya, en toda la extensión de la palabra. Porque él pudo verlo.
Cuando mordió su labio y ella exhaló de aquella forma, todo el cuerpo de Damian se encendió y suplicó por ir más allá de solo besos. Su propio cuerpo le exigía una necesitad que jamás en sus casi treinta años había experimentado. Siempre se burló de aquellos placeres carnales que Ewen solía mencionar, porque eran una cosa absurda e innecesaria. Pero escuchar aquel suspiro cargado...descontroló su interior de maneras que nunca imaginó, dejando salir algo primitivo.
Realmente hubiera deseado besarla y fundirse con ella en ese carruaje, mandando al infierno su destino. Pero su lado educado y racional lo obligó a contenerse, algo que jamás había sido tan doloroso. Sin embargo, Anya había parecido tan confundida por ese sonido, que dejaba en evidencia que sus pensamientos no iban en el mismo rumbo.
Ahora solo restaba esperar lo mejor el día de mañana que regresara por ella.
Anya observó el plato con estofado enfrente suyo con una amplia sonrisa, tomó un poco y se lo llevó a la boca, degustando el sabor abrasador.
—¡Es tan delicioso como recordaba!
Loid sonrió mientras dejaba unas rodajas de pan en la mesa, besaba la frente de su esposa que estaba comiendo y acariciando su estómago. Cuando Loid tomó asiento, comieron entre menciones del doctor sobre pacientes que tuvo aquel día y aquello despertó la melancolía en Anya. Se sintió tan bien, como en los viejos tiempos, los sentimientos a flor de piel, que temía parpadear y que aquello desapareciera.
—Yo...realmente los extrañe.
Ambos Forger la observaron detenidamente y se miraron entre ellos, comunicándose de esa forma tan extraña para la menor pero que era sorprendente como podían hacerlo sin hablar.
—Anya... ¿estas bien?
—Si, estoy bien, el inicio realmente fue complicado para Anya. —Admitió. —Pero después de conocer a Desmond, todo fue más fácil. Se preocupa por mí, porque me sienta cómoda y siempre es tan atento, caballeroso y... —Recordó a Damian, despertando una calidez en su pecho, lo cual evitó que terminara de hablar.
Loid simplemente se quedó viéndola como si no creyera lo que estaba escuchando, algo que Yor se dio cuenta.
—Lo bueno es que al fin estas en casa, con nosotros, como debió ser. —Yor tomó la mano de Anya con cariño. —Pronto nacerá el bebé y el tenerte de vuelta lo hará feliz.
Anya dejó la cuchara a su lado y se aclaró la garganta.
—Yo...no estoy muy segura sobre eso.
—¿A qué te refieres? ¿No quieres estar aquí?
Anya se mordió el labio inferior cuando escuchó el tono de reproche de parte de Loid, entendiendo que estaba enojado de que considerara algo diferente. Y la verdad es que Anya realmente estaba feliz de estar ahí, como en los viejos tiempos, comiendo con los Forger y disfrutando aquel momento feliz en su vida. Sin embargo, una pequeña parte de ella recordaba al rey de Priwidor.
A Damian Desmond que le había dicho que la necesitaba y que le había suplicado que se quedara a su lado. El Damian que, horas atrás, le había dicho, fuera del pueblo, que le había pedido que lo eligiera. Él que hacía latir su corazón de esa forma desembocada, él que la hacía derretirse. Y por alguna razón, una mínima parte suya quería regresar a Priwidor.
—Si, si quiero es solo que...
—No sé realmente que fue lo que sucedió en Priwidor y mucho menos que sucedió con ese sujeto, y que es lo que él quiere que decidas, pero no puedes ni estar considerando en volver con él después de todo lo que te ha hecho — Loid había dejado su comida a un lado. —¿Lo has olvidado? ¿Te hicieron algo raro en ese sitio?
Anya simplemente no dijo nada, incapaz de aceptarlo.
—Yo más que nadie soy consciente de lo que sucedió. —Torció la boca. —Pero también sé que a pesar de que puedan pensar lo peor de Desmond, él me trajo aquí. Yo no soy su prisionera ni me ha lavado la cabeza.
—Anya, solo estamos preocupados por ti, nosotros te queremos con nosotros. —Yor intentaba drenar el ambiente tenso entre ellos.
—Él no volverá y yo me aseguraré de eso.
La fémina de cabellos rosados se quedó quieta, hasta que sintió su mano siendo presionada por Yor. Realmente los quería y no podía culparlos de que pensaran de esa forma. Ella había odiado a Damian desde el inicio, pero lo había conocido. Y el hacerlo le permitió ver más allá que aquel ser vil que todos pensaban. No negaba que era cruel y que se había ganado su título pulso, pero ella vio otra faceta de él.
Pero si Anya debía elegir, por supuesto que elegiría a los Forger. Ellos eran su familia.
La imagen del rostro de Damian no dejó de darle vueltas en todo el día. Yor le halagó el vestido tan elegante que tenía y le ayudó a peinarse el cabello. El día transcurrió de forma agradable, hasta que la noche llegó y los ojos de Anya comenzaron a cerrarse.
—Anya ¿te quedaras a dormir? —Yor se acercó hasta ella, acariciando su espalda.
—No, yo creo que necesito ir a casa.
—¿Estas segura? —Yor realmente prefería que se quedara ahí, desde el ataque al pueblo, no habían podido arreglar la casa de Anya porque ella se había sentido incomoda por él bebe.
—Si, necesito arreglar un poco y poner en orden mi vida.
Yor la abrazó fuertemente, Loid la acompañó a la puerta y una vez que se aseguró que entró a su casa, desapareció en el interior de la suya.
El ver su propia casa fue realmente nostálgico, estaba justamente como recordaba, solo que había una capa de polvo en los muebles. Se observó en el tocador que estaba cerca de su cama y se sorprendió de la forma en que ese vestido tan elegante desentonaba con su casa. Por lo que se lo quitó, aflojando el corsé y dejando caer la tela al suelo. Lo observó un momento, recogiéndolo y sentándose con él en la cama.
De alguna manera el deshacerse de ese vestido lo relacionaba con rechazar a Damian al día siguiente. Algo que sabía que tenía que hacer, pero que no tenía ni idea de cómo hacerlo. Su propio corazón se agitaba dolorosamente al considerar el no volver a verlo. Una parte de sí misma le decía que no lo hiciera. Pero intentaba silenciarla al decirse a sí misma que estaba siendo realmente masoquista, que no sentía realmente nada por él y solo estaba confundida porque había sido amable.
Dejó de pensar en eso, recostándose en su familiar cama, que por un momento le resultó dura. Se había acostumbrado a la cama de Priwidor que era suave como flotar en una pluma. Se cubrió con la sabana hasta la cabeza y se obligó a sí misma a dormirse, imaginando por un instante que percibía el particular olor del rey de Priwidor.
A la mañana siguiente, cuando abrió los ojos realmente había esperado ver el familiar tapiz dorado y el candelabro en su habitación. En cambio fue recibida por paredes sencillas de madera. Había regresado a su hogar, lo cual le hizo levantarse animada, colocándose uno de sus vestidos sencillos que la representaban. Sacudió su hogar y colocó todo en orden.
Desayunó con los Forger y acompaño a Yor al mercado, mientras Loid atendía algunos clientes. Yor estaba radiante de tenerla ahí, diciéndoselo desde que se encontraron en la mañana y agradeciendo su presencia para acompañarla en el mercado. Desde que ella se fue, Loid había tenido que acompañarla a todos lados y había descuidado su consultorio. Con ella ahí menguaría la carga de Loid, algo que a Anya no le molestaba. Le gustaba poder salir con Yor, siempre le terminaba comprando maní.
El problema real es que al estar en el mercado, todas las personas se asustaron al verla, como si estuvieran viendo una especie de fantasma y el silencio se hizo en todos lados. La gente cuchilleando al verla ahí y ahí pudo escucharlos en varias ocasiones.
"¿Qué hace aquí?" ¿No estaba muerta?" "¿Cómo es que ha regresado?" "Realmente hubiera deseado que estuviera muerta"
Los comentarios fueron filosas navajas a su corazón y ella misma se reprendió de ver la manera en que le afectaban. Desde hace años había recibido ese tipo de comentarios y con el tiempo casi era inmune. ¿Por qué ahora le afectaban de esa forma? Tal vez en el pasado no le afectaban porque estaba tan acostumbrada y en constante contacto, que lograba ignorarlos. Pero al estar lejos durante un tiempo y el recibir paz, tranquilidad y amabilidad del castillo de Priwidor la habían hecho bajar las defensas.
A pesar de aquel inicio complicado en Priwidor, fue solo con el rey. Jeeves junto con las propias cocineras y las mujeres que la ayudaban a vestirse de vez en cuando siempre habían sido realmente amables con ella. Le sonreían y en ocasiones algunas se quedaban a platicar más de la cuenta. Después de la cachetada a Damian, él se había comportado bastante amable. Siempre fue como si todos ellos...disfrutaran de su presencia y Anya por primera vez en su vida realmente pensó que no había nada malo con ella. Que era una persona agradable y que la gente podría pasar el tiempo con ella.
El regresar a aquel cotilleo hiriente hacia su persona, fue un golpe de realidad.
Yor tiró de ella, llevándola por unas tiendas, donde el silencio cada vez era más incómodo. Hasta que regresaron a la residencia Forger.
—Eso fue...realmente incomodo.
—No te preocupes, estoy segura que solo están confundidos. Muchos lo estuvieron durante varios días después del ataque y ellos pensaban que tú...aunque Loid y yo siempre confiamos que volveríamos a verte. —Le sonrió de forma amable. —Solo deben acostumbrarse a tu presencia de nuevo.
Anya decidió no darle importancia y ayudó a Yor a hacer la comida de aquel día. El día transcurrió lentamente. Hasta que la hora del té llegó, compartiéndolo entre los tres, pero Anya tenía la mirada perdida en la ventana de la sala. Él le había dicho que volvería ese día por una respuesta suya. Ella había pensado por un momento que se aparecería en la mañana y todo el día permaneció especialmente atenta a su alrededor. Intentando encontrar aquella vestimenta elegante en cada persona que llegaba al consultorio de Loid o que pasaban enfrente de su casa. Se sorprendió a sí misma deseando verlo.
Aunque por otro lado, deseaba que no se apareciera, porque eso significaba que tendría que darle una respuesta y aún se sentía tan mal por eso. No quería ver un gesto adolorido o decepcionado. Sabía que debía hacerlo rápido y seguro, dos cosas con las cuales Anya no estaba segura de poder lograr. Y si Damian no se presentaba, se libraría de decírselo. No obstante, el no verlo la estaba torturando.
Tomó la almohada que estaba en uno de los sillones de la sala de estar de los Forger y hundió el rostro, intentando de esa forma desaparecer. Él tal vez podría suponer que decidió quedarse y por eso no había asistido. Eso podría ser lo mejor, aunque quería verlo una última vez. Gruño, realmente quería salir de ahí. Se levantó del sillón y vio a Yor tejiendo en una silla mecedora.
—Yor, me iré a casa.
—¿Tan temprano? ¿Todo está bien?
—Si, es solo que me siento cansada y quiero recostarme.
Yor asintió, despidiéndose. Anya salió de ahí y se adentró a su propia casa. Decidió tirarse en su cama boca abajo durante unos segundos hasta que no pudo respirar. Finalmente dio media vuelta y se quedó viendo el techo con gran fascinación. Algo que hacía cuando estaba aburrida. Sus ojos celestes se dirigieron a la ventana, observando que pronto anochecería. Los parpados comenzaron a pesarle y se dejó llevar, en aquel cansancio.
Un sonido brusco, fuerte y violento la hizo abrir sus ojos de repente. Se quedó en la cama, esperando, pensando que eso podría ser parte de su sueño. Volvió a sonar, lo cual la llevó a sentarse en su cama ¿qué había sido eso? Se repitió y ya más despierta se dio cuenta que era el sonido de alguien tocando su puerta. Se levantó, caminando hasta la entrada.
Una idea la hizo detenerse ¿y si era Damian?
Realmente no quería lastimarlo y aún no estaba preparada. Pero cuando un cuarto golpe llamó a su puerta, decidió que mientras más rápido terminara con eso, mejor. Dejó salir un suspiro y se aproximó a la puerta, algo nerviosa. Cuando estaba a un par de metros, contempló con algo se estrelló con el contra el cristal, rompiéndolo. Aquella cosa aterrizó a sus pies, era una roca.
Muchas rocas se estrellaron en los cristales, rompiéndolo y Anya tuvo que esquivarlos porque algunos casi la golpeaban en la cara. Un latido fuerte, impregnado de incertidumbre y temor la aturdieron ¿qué estaba sucediendo? Se acercó en un intento de ver quien era o que era lo que tramaba. Una vez que estuvo junto a la ventana, se animó a ver.
Y la imagen que se abría ante ella fue realmente aterradora.
Había al menos veinte personas enfurecidas y con piedras en sus manos, fuera de su casa. Todos parecían realmente enojados y frustrados. El tener los cristales rotos, le permitió escuchar lo que decían a forma de coro.
—¡Lárgate! ¡Nadie te quiere aquí, adefesio! ¡Aleja tu maldición del pueblo!
Ellos habían ido ahí para asegurarse de que se fuera, no la querían en el pueblo. Más temprano en el pueblo Anya pudo sentir aquella hostilidad presente en su silencio y malas caras, algo que en el pasado era normal. La misma Yor le había dicho que era cuestión de que se acostumbraran de nuevo, pero eso no era así. El que estuvieran ahí con antorchas, dejaba en claro que ellos no se acostumbrarían, que ellos no la querían ahí. Ese era su hogar, toda la vida había bajado la cabeza, escuchando cada palabra.
Decidida a terminar toda esa situación, tomó el pomo de la puerta y la abrió, saliendo al mar de gente enfrente de su casa.
—¡Aléjense, déjenme tranquila, yo jamás me he metido con nadie de ustedes! —Gritó fuertemente, a través de los gritos de la gente.
—¡Por tu culpa atacaron la aldea y gente a muerto por tu existencia! ¡No deberías haber vuelto! ¡Eres una maldición! —Todas las voces llegaban de la turba de gente.
Anya se llevó las manos a los oídos en un intento de silenciar a esas personas, de evitar que todos sus insultos pasaran desapercibidos, quería desaparecer.
—¡Basta, déjenme tranquila, yo solo quiero vivir aquí!
—¡Te sacaremos de aquí si es necesario!
—¿Qué significa esto? —Loid habló desde el otro lado de la calle. Había salido de su casa con dificultad por la aglomeración de gente. Pudo escuchar todo lo que sucedía al salir y su mandíbula se presionó con fuerza por la cólera—¡¿Han perdido la cabeza?!
—Hemos perdido más que la cabeza, perdimos nuestras casas tiempo atrás por culpa de esa cosa. —Un hombre regordete apuntó a Anya con acusación. —¡Ella no debió, volver, nadie la quiere aquí! ¡Ella se ha encargado de destruir el pueblo!
—¡Ella debería estar muerta!
Aquello pareció alterar a las personas, por lo que terminaron aproximándose a Anya, sin dejar de gritarle y empujándola. Ella intentaba escapar dentro de su casa, pero estaba rodeada, siendo lanzada de un lado a otro. Ella intentó defenderse, pero eran demasiados. Loid comenzó a empujar a la gente con violencia para intentar llegar hasta ella y protegerla.
—¡Deténganse! —Gritaba en un intento de calmarlos, pero sabía que era inútil.
Todas esas personas estaban cegadas en el más denso miedo.
Anya se sentía superada, el miedo, frustración, agonía, humillación e ira dominando su cuerpo al ver como esa gente realmente la odiaba. La despreciaban a tal nivel, sintiéndose que no pertenecía a ningún lado. Un hombre tiró de su cabello, haciéndola retroceder. Anya giró, empujándolo, para apartarlo. Pero el hecho de que él lo empujara pareció enfurecerlo, como si hubiera pensando que solo con ser tocado, había sido condenado. Por lo que el hombre, con el rostro transformado en repulsión, se giró y la abofeteó tan fuerte, que la cabeza de Anya giró y el sabor a oxido se presentó en su boca. Todo parecía girar y se llevó la mano a la mejilla.
Giró para ver al hombre que la había golpeado y como alzó de nuevo su mano, pero convertida en puño. Iban matarla, ellos realmente la querían muerta.
Y justo en ese momento una figura oscura se salió de la nada, embistiendo al hombre que estaba dispuesto a matar a aquella niña maldita. Cayó al suelo y antes de poder darse cuenta, recibiendo un golpe en el rostro, luego otro y otro, sin detenerse.
Anya se quedó en su lugar, sosteniendo su mejilla, atónita y sin poder creer lo que veía. A Damian golpeando una y otra vez el rostro de aquel hombre, con el rostro enloquecido en la más primitiva rabia. La sangre comenzó a salpicar y la gente alrededor se quedó en silencio, aterrada, hasta que fue separado del hombre inconsciente en el suelo. Damian se soltó de las sucias manos de esas personas. Inclinó su cabeza hacia un lado y su mirada ámbar destilaba la más espeluznante sed de sangre.
En ese momento Loid logró llegar a aquel espacio, en medio de la calle, donde Anya estaba arrodillada y el hombre con el rostro desfigurado y agonizante mientras escupía sangre. Él se interpuso entre Damian y el resto del pueblo.
—Es hora de detener esta locura.
Ese pequeño instante permitió a Damian a girar en su sitio, acercándose a Anya, tocando su rostro y presionando su mandíbula al ver su mejilla roja. Sus ojos antes enloquecidos se habían transformado en la miel derretida que ella conocía tan bien.
—Deja de interponerte en esto Loid, no queremos hacerte nada, solo la queremos a ella, que se largue de aquí, si decide quedarse no nos queda más opción, necesitamos proteger a nuestras familias.
Aquello fue suficiente para que Damian se levantara y encarara a todos los presentes, con la mirada más sanguinaria que pudo.
—Ustedes se atreven a ponerle un solo dedo encima y yo me encargaré de resumir este repugnante pueblo en cenizas.
Loid observó al hombre a su lado, aquel gesto endemoniado que iba tan a juego con el título que corría en los rumores de todo Ostania. Y a pesar de eso, él había defendido a Anya antes de que él pudiera.
—¡No te atrevas a amenazarnos!
Un hombre corrió hacia él, tomando un hombro. Damian reaccionó un segundo después, tomando su brazo, girándolo en su lugar, pero elevando al hombre al aire y estampándolo en el suelo con fuerza, antes de pisar con su pie fuertemente su estómago, haciéndolo escupir.
—Atrévanse a acercarse y los asesinaré a todos. —Sonrió de forma perversa.
Nadie se movió en la frialdad de la noche, el silencio llenaba la calle en ese momento. La tensión era tangible. Damian dirigió su mano al mango de su espada y comenzó a desenvainarla. Estaba mintiendo, la realidad es que iba a hacerlo, iba a matar a cada uno de esos infaustos. No estaba dispuesto a irse hasta ver el suelo pintarse de color escarlata.
Había llegado ahí justo en el momento cuando escuchó a Anya gritando que la dejaran en paz y la empujaban entre ellos. Y finalmente ese hombre la había golpeado. Damian simplemente perdió la cabeza, cegado por la más intensa rabia mientras su sed de sangre ascendía de forma alarmante. Se había abierto paso entre la aglomeración de gente de forma violenta, golpeando, hasta llegar al desgraciado que se había atrevido a tocarla.
Él se encargaría de hacer sufrir a toda esa gente, y aun muertos, despedazaría sus cuerpos.
Avanzó hacia la gente, cegado de seguir aquel objetivo, cuando una mano lo sujetó del codo. Se encrespó, dispuesto a empezar con aquel que se había atrevido a tocarlo. Pero se encontró con aquella mirada azul familiar que antes le había dedicado desprecio. En ese momento parecía más sereno, aunque había una pizca de temor y dolor.
—Suéltame si no quieres acabar como ellos.
—No hagas algo de lo que te puedas arrepentir.
Damian simplemente rio, era realmente ingenuo si pensaba que se arrepentiría de algo como eso. Él gozaría despedazándolos.
—Loid.... —Yor lo llamó, de alguna manera la mujer se había abierto paso entre la gente aún con su viento abultado, pero la turba se había tranquilizado al ver a dos de sus hombres en el suelo. Había llegado junto a Anya, abrazándola, quien parecía conmocionada —Deben irse.
—Yor —Parecía indispuesto, negado a aceptar eso.
Había hablado con su esposa sobre que él se encargaría de mantener a Anya a salvo, cuando escuchó las quejas de las personas que habían ido al consultorio. Había fallado una vez y no permitiría que se repitiera. Y por lo que había entendido, aquel hombre, el rey, esperaba que Anya se fuera con él de nuevo.
¡Jamás permitiría eso!
No después de todo lo que hizo para obtenerla por su propio beneficio...aunque Yor, muy a su pesar, había dicho que había sido extraño la forma en que se dirigió a Anya antes de irse. Loid mismo lo había considerado, que la intensidad de su mirada y como parecía ignorar a todo el mundo por ella...Y Loid entendió que era porque se perdía observando a su juguete nuevo. Aquel que le daría victorias.
Después de que Anya fue secuestrada, Loid pensó sobre porque los soldados de Priwidor habían ido por ella. No necesitó demasiado tiempo para entender que seguramente se habían enterado de su poder, que querían usarla. Algo que le comunicó al rey en una audiencia cuando acudió por ayuda para recuperarla. Shopkeeper le había prometido que la traería de nuevo a casa.
La realidad es que Loid no sabía si el rey de Keodesea lo decía por el cariño que el rey le tenía a Anya por tantos años trabajando juntos o quizá por simple interés político. Loid, que era demasiado perceptivo, no podía leer al rey. Pero de cualquier forma, con que ella volviera, era más que suficiente. No quería ni imaginar lo que estaba sufriendo a manos de Priwidor, porque si la tenían para utilizar su habilidad debía estar viva.
Se negaba a pensar algo bueno de Desmond pero... la manera en que había enloquecido y la había defendido enfrente de todas esas personas, como si realmente estuviera dispuesto a hacer cualquier cosa por Anya. Le enfermaba el pensar que quizá el podría apreciarla o...lo que fuera. Pero Loid no podía seguir mintiéndose, menos con la mirada de su esposa encima.
Retuiryn no era un lugar seguro para Anya, y por la apariencia saludable y la forma en Damian se movía protegiendo a Anya con su propio cuerpo, reconoció con disgusto, que tal vez al menos por ahora, Priwidor era un lugar más seguro para ella.
—Desmond, llévatela. —Su voz salió más oscura. —Necesitan salir de aquí antes de que algo peor suceda.
Eso pareció atrapar la atención del rey de Priwidor, quien simplemente asintió. No iba a rechazar ni juzgar aquella idea. Los tres ahí sabían que Anya no podía quedarse en ese sitio. Por lo que se adelantó hacia Yor, agradeciéndole con la mirada, cubrió a Anya con su capa, la rodeó con su brazo. Loid lo agarró del brazo.
—Si te atreves a lastimarla, yo iré por ti.
Damian sonrió por sus agallas de amenazarlo cuando lo conocía, aún así le dio una mirada significativa. Se abrió paso entre algunas de las personas que quedaban, varias se habían alejado, porque ninguna había ido ahí a pelear y menos morir.
Llegaron a un caballo que estaba a las afueras de la ciudad, Damian le ayudó a subirse y se subió detrás de ella, emprendiendo el viaje de regreso a Priwidor.
Unos caballos cabalgaron rodeando el pueblo de Retuiryn, en búsqueda del informe que habían obtenido. Una vez que llegaron al punto inicial, se detuvieron. El hombre a cargo se bajó de su caballo, adentrándose al pueblo, sin éxito.
—Señor, no hay ninguna carroza a la periferia.
El hombre torció la boca, habían demorado más de la cuenta y las consecuencias serían lamentables cuando ellos regresaran ante él.
—Obtengan información.
No estaba dispuesto a irse sin una respuesta o algo que asegurara su vida frente a él, que no estaría feliz de enterarse que su oportunidad de recuperar lo que había perdido, fue un fracaso.
Un poco más tarde, pero hoy fue un día complicado.
¡Espero que les guste!
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