IX.
Damian presionó con fuerza su mano debajo de la mesa al escuchar las palabras de imposición que aquellos viejos querían imponerle. De verdad pensaban que iba a aceptar un trato tan desfavorable para él. Eran los miembros del consejo de Ostania sobre su avance en el territorio de la nación y que estaban intentando decirle como hacer las cosas. Como si hubiera tomado el trono hace unos días.
Tenía diez años en el poder y había colocado a su reino como uno de los más prósperos.
Podía ver que detrás de aquellos "consejos" solo querían tomar ventaja de su poder, al favorecer a Ostania por cuestiones monetarias. Que ellos sirvieran de intermediaros en sus transacciones y tratos para evitar muertes. Eventualmente ese servicio tendría una ganancia para ellos. Pensó en el arma que traía consigo y las ganas de utilizarla. Pero sabía que no era favorable para su reinado, porque podrían cerrarle varias puertas a nivel político. Había algunos reinos que estaban aliados con él, por medio de su padre, y que seguían con él por simple beneficio monetario.
Se preguntó qué era lo que haría Anya en esa situación, a pesar de las caras extrañas que hacía, era demasiado inteligente.
—No es un trato favorable para mi reino y tendré que rechazarlo. — Mencionó observando a todos los hombres en la mesa. — Cuando me hagan una propuesta qué no los beneficie únicamente a ustedes, estoy dispuesto a escucharlos.
Los hombres en la sala se quedaron en silencio. No podían creer que terminaría cediendo a ello, pero por sus caras podía pensarse qué contaban qué él aceptaba por sus posiciones en el reino. Tal vez había necesitado al consejo por cuestión política para mover su economía, por factibilidad. Pero si comenzaban a enojarlo y ponerle trabas, buscaría otras formas, sin Ostania.
—Usted le debe lealtad a Ostania se atrevió a decir uno de los ancianos.
—Yo no le debo nada a nadie, y si saben lo que les conviene, no buscarían inalcanzablemente en tenerme de enemigo. — Se reclino en el asiento de la silla similar a su trono qué estaba en la sala de juntas.
Les dedico una mirada mordaz y furiosa. La sala se quedó en silencio hasta que los hombres se levantaron y salieron de ahí. El rey de Priwidor se quedó en su silla unos segundos, intentando deshacerse de la flama de ora en su interior. Por esa razón no quería reunirse con ellos a pesar de la insistencia de Ewen. Siempre buscaban imponerse a los reinos pertenecientes a Ostania.
Fue interrumpido en la habitación de ella por esto. Pudo dejarlos plantados por su insolencia y entretenerse en cosas más interesantes. Como probar los labios femeninos. Había estado tan cerca, los había rozado ligeramente, como el aleteo de un ave, una caricia tan sutil y dolorosa por su interrupción. Sus labios habían cosquilleado agonizante al no poder sentir su sabor. Pero ella se había quedado ahí, esperando que él actuará, eso podía confirmar que ella sentía algo por él.
Debía pensar en un castigo ejemplar a Jeeves por la interrupción.
Su consuelo era qué podría verla para comer y podría terminar aquello que dejó incompleto. Su día parecía ir mal, pero esperaba que compartir la mesa con Anya mejorará su humor, siempre lo hacía. La puerta se abrió, dejando ver a Jeeves, como si lo hubiera invocado.
—Alteza
Damián se levantó, caminando hacia la entrada de la junta, quería dejar ese trago amargo con aquellos orbes esmeralda.
—No tolerare un error más, Jeeves.
—Alteza — la urgencia en su voz fue evidente
Damian se detuvo al llegar a su lado. Jeeves había sido el encargarlo de cuidarlo durante su infancia cuando fue rechazado por su padre y decidió quedarse a su lado cuando el rey y heredero cayeron. Damián confiaba más de lo que debería en él, aunque era por la lealtad qué el hombre siempre le había demostrado. Siempre tan servicial y honesto, por lo que cuando Damián vio el gesto consternado del hombre, preocupación y temor, el rey supo que algo había sucedido.
Damián pudo ver un escenario donde los hombres del consejo habían traído a sus soldados a pelear. Guardo la calma, un enfrentamiento sorpresivo o una traición no era algo que no había enfrentado antes. Pero él no estaba preparado para lo que escucharía.
—La señorita se ha ido.
Su corazón dio un fuerte golpe en su pecho y abrió totalmente sus ojos mientras un sentimiento frio sacudió su cuerpo, algo que jamás había sentido en toda su vida, miedo.
Sin tener control de su cuerpo, salió con rapidez de la sala y antes de darse cuenta ya estaba ante la habitación qué había sido asignada a Anya. Abrió la puerta con violencia y estaba vacía. Se adentró revisando el baño, el closet tirando algunos vestidos al actuar con desesperación al suelo, con la ira burbujeado en su interior. Pero su ausencia ahí desafiaba el frio en cada partícula de su cuerpo.
—¿El jardín? — Un lugar que Anya solía frecuentar.
—Se ha revisado cada rincón. — Menciono Jeeves, que lo había seguido para evitar una locura de parte del soberano.
—¿La cocina? ¿La sala de estar? — Damián estaba de pie en medio de la habitación, sin moverse.
—Hemos revisado cada habitación del castillo, hasta la zona de servicio y... no está.
Jeeves siempre había seguido las ordenes y peticiones del rey durante todo su mandato y en muchas veces se había anticipado a sus órdenes, lo cual podría responder por qué él era el único empleado qué había durado tanto tiempo y era el de mayor confianza del rey para ingresar a su habitación. Pero cuando no encontró a la mujer, temió mucho de decirle al rey. Porque el perderla demostraba la incompetencia de los soldados, cada empleado del palacio y de el mismo. Sabía que ese día el castillo ardería. Había notado la importancia, más allá de las visiones, de la señorita para el rey, una importancia que iba más allá de simple simpatía.
—Alteza ¿Cómo deberíamos proceder?
Damián seguía quieto, como una estatua. Ella realmente se había ido. Desde el inicio él sabía que ella odiaba ese lugar y que estaba en contra de él y todo el reino. Podía ver el odio y repulsivo en su mirada al grado de golpearlo. Pero... después su actitud cambió, se veía más alegre sonriendo, parecía disfrutar su tiempo juntos, sus mejillas sonrojadas cuando él se acercaba, su preocupación al estar herido y él la había visto cerrar sus ojos cuando él se aproximó para besarla ¡la había sentido estremecerse cuando la sostuvo entre sus manos! Damián había pensado que ella realmente comenzaba a disfrutar su estadía ahí. Y hasta que ella podría sentir algo por él... Que ella correspondía sus sentimientos, que había una especie de conexión entre ellos por enfrentar situaciones similares en su pasado. Él le ofreció su castillo, su poder, la nación entera, él había estado dispuesto a entregarle todo.
Pero Anya había escapado en la primera oportunidad.
Lo cual significaba qué todo lo que él pensó, que ella podría sentir algo y que parecía cómoda ahí, todo era una mentira. Ella había fingido todo ese tiempo, para que él confiara en ella, le había ayudado con las visiones para que todo fuera más creíble y bajara la guardia y así poder escapar en la mínima oportunidad.
Había sido tan imbécil, tan iluso al pensar que ella podría sentir algo por él. Lo había engañado con tanta facilidad. El dolor abriéndose en su pecho con fuerza por la traición y el aire escaseado de sus pulmones, por el fin de emociones qué lo embriagaban: ira, decepción, dolor, temor, tristeza y frustración.
Reaccionó al escuchar la voz de Jeeves. Por lo que giró y lo encaro, con el rostro totalmente descolocado, desquiciado, enloquecido.
—¡Búscala! En cada maldita casa y tienda, quema toda la maldita ciudad si es necesario, pero tráela ante mí. — Bramó fuertemente, perdiendo la compostura.
Jeeves salió rápidamente de ahí con miedo a que la ira del gobernante lo alcanzara. Nadie realmente quería ver a Damián Desmond en la locura y sabía que si no la encontraban todo a su paso quedaría destruido.
Damián por su parte se quedó ahí, en un intento de no ir y asesinar a el primero que se interpusiera. Aunque estaba dispuesto a hacerlo, porque había soldados en guardia en el castillo y personal en toca la casa ¿y nadie la había visto? Era imposible, por lo que cabezas correrían esa noche. Salió de ahí incapaz de seguir en ese sitio vacío, sentía que estaba ahogándose. Quería salir, alejarse. Fue a su oficina, tomando un vaso de cristal y se sirvió un poco de vodka. El líquido blanco quemó su garganta, amortiguando su doloroso corazón.
Si realmente pensaba que había escapado, estaba equivocada. Estaba dispuesto a buscar hasta el último rincón del mundo con tal de traerla ahí. Le enseñaría lo que sucedía cuando alguien lo traicionaba. Se sentía inquieto, inestable y confuso. ¿Realmente había salido del castillo y cada uno de los inútiles de sus soldados la había visto? Era lista, por lo que podía esperarlo, pero tal vez solo había encontrado un escondite en el castillo y nadie la había encontrado porque eran unos incompetentes.
Intentó recordar los sitios qué en su infancia frecuentaba en el castillo. Podría estar ahí. Por lo que se levantó de la silla, listo para buscarla él mismo.
—Alteza
Damián observó a Jeeves ahí de pie e inclino la cabeza hacia un lado, con una mirada asesina en su rostro.
—Espero que tu interrupción sean buenas noticias.
—Han venido a verlo, alteza.
—¿Tú crees que quiero ver a alguien ahora mismo? — Suspiró intentando calmar el fuego interior. —No hagas esto más difícil Jeeves.
—Lo entiendo señor, pero es de la aldea de Salisbury, qué ha reconsiderado su posición.
Damián tenía un proceso de conquista en cada uno de los pueblos de interés. Mandaba a unos soldados como altavoces de sus deseos de trabajar juntos. Aunque eso se resumía a entregar sus tierras. De acuerdo a la respuesta, en mayoría negativas, una gran armada llegaba al lugar y destruía una parte del pueblo hasta alcanzar al líder. Tenían que arrodillarse ante él para que él tuviera clemencia y detuviera a sus tropas.
Hace una semana había mandado a sus hombres a Salisbury y las cosas no habían resultado bien. Por lo que estaba a días de mandar a sus soldados, pero ahora mismo nada de eso le interesaba.
—No quiero ver a nadie Jeeves. — Damián coloco su espada en su lugar y salió de la oficina.
Al salir se encontró con un hombre de mediana edad insignificante. Se sorprendió de verlo tan cerca de su oficina debido a la situación.
—Alteza Desmond — El hombre se inclinó en señal de reverencia.
Damián simplemente lo rodeo, no tenía cabeza para esas cosas y no quería derramar sangre en la alfombra. Caminó por el pasillo hasta que vio al hombre siguiéndolo.
—Siento molestarlo en un momento tan inoportuno alteza, soy Benedict y he venido a hablar con usted sobre su mensaje a Salisbury.
Damián simplemente siguió caminando, consciente de la presencia del hombre detrás suyo. Comenzó a ascender por la escalera hacia las torres. Ese era el sitio qué un Damián más joven frecuentaba cuando huía se los maltratos y malhumor de su padre, cuando había sido azotado y Jeeves acudía a auxiliarlo. Ella podría haber encontrado ese sitio.
Llego al tercer piso del castillo y avanzó hacía el pasillo externo que unía las escaleras con una de las torres del castillo. La esperanza abriéndose ante él, de que quizá ella solamente estuviera ahí. Pero la irritación de que aquel hombre lo estuviera siguiendo estaba escalando exponencialmente.
—No es momento. — Se forzó a hablar, porque el hombre parecía tan empeñado a hablar.
—Pero alteza... es un tema de vital importancia para Salisbury.
—No me interesa ahora mismo y si tu vida es relevante te iras y regresaras después.
—Pero.
Damian se detuvo a medio camino y finalmente encaró a ese hombre que le era indiferente su vida para presentarse ante él cuando estaba a nada de perder la cordura. Con la mandíbula presionada por la ira y la mirada más mordaz que pudo, le dedicó una mirada sanguinaria, que clamaba por sangre.
—No hay nada que hablar sobre Salisbury —Avanzó un paso hacía él cambiando la atmosfera entre ellos. —Destruiré tu insignificante aldea para tomar los campos de cultivos y no hay nada que ustedes, seres inferiores, puedan hacer para detenerme.
El hombre a su lado retrocedió ante la agresividad de sus palabras y lo vio tragar saliva. Damian esperó un segundo a ver una respuesta, pero podía ver el miedo gobernando al insignificante hombre. Sonrió de forma arrogante y dio media vuelta, agitando la capa que tenía sobre los hombros. Debía seguir con su cometido, estaba a la mitad del puente y la puerta de la torre era visible a su distancia.
Se sentía tan fuera de control que fue una total sorpresa de su parte que no terminara matándolo. Solo había sembrado el miedo en el hombre para apartarlo de él, disfrutaba ver el terror que causaba en las personas.
—¡Damian! —Esa voz llamándolo por su nombre sacudió todo su cuerpo y se paralizó en su sitio, porque por un momento pensó que estaba alucinando. —¡Cuidado!
El rey de Priwidor dio la vuelta en búsqueda de el origen de esa voz y descubrir si estaba alucinando. Vio aquella cabellera rosada a la distancia, pero antes de que pudiera pensar cualquier cosa, vio al hombre que había humillado momentos antes, aproximarse ante él con un cuchillo levantado sobre la cabeza y que descendía hacia su dirección, directo a su pecho. Damian reaccionó, interponiendo el brazo y sujetando la mano del hombre.
Pero el habitante de Salisbury se alejó y se aproximó de nuevo para atacarlo, con la navaja en mano. Atacó con el cuchillo en la mano, Damian retrocedió en cada ataque. Su atacante intentó alcanzar su rostro, pero Desmond bloqueó el ataque con su brazo y lo empujó, haciéndolo caer al suelo. Pero no iba a darse por vencido tan pronto, por lo que apenas se levantó, corrió para atacarlo. Damian sujetó su brazo cuando el cuchillo estuvo bastante cerca y le dobló el brazo, de tal forma que el cuchillo de Benedict sujetaba, ahora estaba cerca de su propia garganta. El filo acariciando la piel de su cuello, pero su atacante ejercía fuerza para que no terminara por rebanarle la garganta.
Los orbes ámbar centellando por tomar su vida.
Pero el hombre lo pateó en el pecho, alejándolo. Antes de que pudiera levantarse, Damian rodeaba su cuello con su brazo, presionando con fuerza, cortándole la respiración. Benedict con la última cordura que tenía, agitó su cuchillo, rasgando la tela del brazo del rey y ocasionando que la sangre saliera. Desmond deshizo su agarre tomando distancia al verse herido, cuando su adversario volvió a acercarse, intentando clavar el cuchillo en su pecho. Sin embargo, Desmond sujetó su brazo y lo retuvo, teniendo la oportunidad de acertar un golpe a su rostro. Giró sobre sí mismo sosteniendo el brazo contrario y torciéndolo en un ángulo extraño que generó un quejido de dolor por su adversario, Damian lo golpeó con su codo hasta que finalmente Benedict soltó el cuchillo.
Damian lo tomó en el suelo con rapidez, cuando su oponente se lanzó a atacarlo aún desarmado con la furia por la tiranía del rey. Damian cortó la tela de su ropa de su pecho cuando lo atacó, atravesándola. Benedict tomó distancia, pero no se rendía y buscó lanzar algunos golpes al rey, quien sujetó el brazo de Benedict, deteniendo uno de sus golpes y clavó nuevamente el cuchillo en su brazo, Benedict gritó de dolor. Sin embargo, volvió a lanzarse ante él, utilizando solo su voluntad.
El rey hizo un movimiento en el último segundo, haciendo parecer que lo atacaría, por lo que Benedict levantó sus brazos para bloquearlo, pero en el segundo definitivo Damian clavó el cuchillo en su pecho. Eso detuvo al atacante, el rey hundió todo lo posible el cuchillo. El hombre tosió sangre, pero aún así sujetó el brazo del rey que lo había apuñalado, sus ojos claros centellando desquiciados y una sonrisa arrogante formarse en sus labios. Benedict se arrepentía de haber muerto a manos del rey que había jurado asesinar antes de que tomara Salisbury.
Benedict estaba tan cerca del borde del pasillo que conducía a la torre, por lo que su peso comenzó a ganarle, hacia el vacío. Pero no había soltado el brazo del rey, si él caía, estaba dispuesto a llevarse al rey con él. Su cuerpo fue cayendo al vacío y Damian intentó soltar su brazo cuando el peso comenzó a ganarle. Si caía, no saldría vivo. Vio el mundo inclinarse y justo cuando estaba por caer, sintió como alguien sostenía su mano libre. Tiró de él, hasta que el cuerpo de su atacante pereció en el vacío y logró librarse de su atadura.
Se quedó quieto, viendo el cuerpo caer hasta abajo y la sangre escurriendo por el suelo.
Damian giró sobre si mismo, observando a la fémina de cabello rosado sujetarlo de la mano, evitando que cayera al vacío. Su corazón dio un vuelco cuando la observó con las mejillas sonrojadas por el esfuerzo de llegar hasta ahí.
Anya había reconocido al hombre en el carruaje cuando pasó a su lado en la entrada de Priwidor. Ella nunca olvidaba una cara y más cuando esta había aparecido en una de sus visiones, ese sería el asesino de Damian, la ultima visión que había tenido.
Las imágenes de esa última visión vinieron a su cabeza con rapidez y sin poder contenerlo.
Y algo comprimió su corazón, como si una mano exprimiera su corazón ante la inminente muerte de Desmond. La idea de verlo muerto sacudió su propia cabeza, no quería que eso sucediera y no esperaba que en ese momento todo eso volviera a su mente. Pero eso no era de su importancia ahora, ella ya se había deslindado de todo lo que involucraba a Priwidor, ella estaba a nada de salir de ahí y empezar su vida de nuevo.
Anya Clanblosson estaba tan lejos de su libertad.
La carroza se sacudió a punto de moverse, Anya cerró los ojos apartando cualquier implicación con Priwidor. Y justo cuando la carroza avanzó, ella se lanzó fuera del vehículo. Maldijo mentalmente ante su estupidez y no poder suprimir los dolorosos latidos de su corazón que no dejaba de imaginar el cuerpo del rey inmóvil y pálido. Torció la boca y corrió directo al castillo, mientras todos en el pueblo veían a la mujer de cabellos rosados, que había estado con el rey en el festival, correr hacia el castillo.
El aire escapando de sus pulmones, y los guardias sorprendiéndose al verla entrar al castillo. Cuando entró corriendo al castillo, vio a Jeeves quedarse estático en la escalera al verla subir con rapidez.
—¡¿Dónde está?! —Gritó mientras seguía avanzando, dirigida a Jeeves.
—¡El rey subió a la torre!
Anya, con los pulmones quemándose, comenzó a subir por las escaleras de caracol y al mirar hacia arriba, pudo ver a Damian subiendo con aquel hombre. Si no se apuraba no iba a llegar, él moriría. Se presionó a si misma, subiendo las escaleras y justo cuando salió de la escalera, vio al hombre avanzar por su espalda, con el cuchillo en lo alto. Y el temor la golpeó fuertemente, impulsándola a gritar.
En un intento desesperado de salvar la vida del hombre que juró odiar pero que de alguna manera en ese momento le dolía con solo pensar que podría perderlo.
Lo vio peleando a muerte con aquel hombre de su visión, hasta que vio al rey de Priwidor matarlo y casi caer al vacío con aquel asesino y no pudo contenerse, por lo que se adelantó, sosteniéndolo para mantenerlo con ella.
Anya se encontró con la mirada ámbar del rey y fue atrapada en un cumulo de emociones que la asfixiaron; temor, sorpresa, incredibilidad y, sobre todo, traición.
Por supuesto que se había dado cuenta de su ausencia, hace un par de horas que había escapado. Ella había escapado de él y aún así, había regresado ante él, por eso tal vez estaba sorprendido de verla ahí. Nadie con sentido común hubiera regresado al lugar donde fue maltratada y retenida en contra de su voluntad.
Si, Anya sabía que había arruinado su escape.
Mientras corría de regreso al castillo lo sabía, que, si regresaba, todo futuro escape de huir seria un fracaso y que estaría condenada a ese sitio. No habría escapatoria. Podía verse a si misma encarcelada de nuevo en ese lugar deplorable. La mirada ámbar atravesándola la hizo considerar si posiblemente su castigo fuera peor y... ¿él iba a matarla? ¿iba a torturarla? Pasó saliva por su garganta y dio un par de pasos hacia atrás, poniendo distancia entre ellos.
—Damian... —Fue lo único que salió de su garganta, su voz salió insegura y asfixiada por la intensidad de los orbes miel endurecidos.
—Escapaste
Anya sabía que no se lo estaba preguntando, sino que era una aseveración, como si necesitara decirlo y escucharlo de si mismo. Aunque de alguna manera esperaba una especie de respuesta de su parte.
—Yo... —Anya no sabía que era lo que debía decir en ese momento.
¿Algo de lo que dijera podría cambiar las cosas? ¿algo haría que fuera menos drástico el castigo? Podía ver la ira en el rostro del rey, desde su mandíbula presionada a punto de romperse, sus puños cerrados y sus ojos tan fríos como una noche de invierno. Anya esperó cualquier tipo de respuesta y acción por parte de Damian, sabía que tal desacato se castigaría con la peor forma. Por lo que cuando lo vio avanzar hacia su posición, ella cerró los ojos, esperando... ¿qué la golpeara? Realmente no tenía ni idea, pero lo esperó.
Pero cuando nada llegó al paso de unos segundos, abrió los ojos y vio la espalda de Damian Desmond alejándose de su posición, dirigiéndose a las escaleras. Una reacción que bajo ninguna circunstancia esperaría ¿no haría nada al respecto? ¿Qué era lo que había pasado? Anya lo siguió, podía verlo descendiendo con rapidez por la escalera, y ella corrió para intentar alcanzarlo.
—Damian—Lo llamó con la familiaridad de su relación. —Solo déjame hablar.
Anya odiaba aquella incertidumbre, realmente prefería que le dijera que es lo que haría con ella o que lo hiciera en ese momento en vez de dejar las cosas a medias de esa forma. No sabía ni porque lo estaba siguiendo, pero sintió el impulso de hacerlo. Lo alcanzó y tomó su brazo.
—Desmond.
—No quiero hablar en este momento.
Se deshizo del agarre y siguió descendiendo. Anya frunció el ceño, realmente era tan difícil de manejar. Pero aún así lo siguió por los pasillos, llamándolo, sin que él volteara. Hasta que llegó a su habitación y la cerró detrás de él. Clanblosson se quedó ante la puerta, debatiéndose sobre que hacer al respecto. ¿Las cosas serían mejor si se iba en ese momento? No era algo que ella haría, Anya solía enfrentar las cosas de frente. Por lo que finalmente terminó entrando a la habitación, observando a Damian revoloteando en su cuarto, hasta que la vio entrar.
—Vete
—No me iré hasta que hablemos.
Damian estaba a varios metros de distancia, con miles de pensamientos en su cabeza, controlándose para no hacer una locura. Sin embargo, podía ver la determinación en el rostro de ella y sabía que no se desharía con facilidad de ella. Se acercó, acortando la distancia entre ellos y la vio retroceder un paso.
—¿Me temes?
Anya lo pensó detenidamente un momento, antes, al inicio realmente le temía y lo que pudiera hacer con ella y con los Forger. Pero después de conocerlo, de ver su lado humano y todo lo que había pasado y lo había forjado de esa manera, entendió que no le temía más.
—No
—¡Escapaste en la mínima oportunidad! —Bramó con fuerza, acercándose hacia ella y golpeando la pared a un lado de su cabeza, acorralándola. Anya podía ver sus ojos centellar tan caliente como el fuego quemando todo a su paso.
La fémina retrocedió hasta que su espalda chocó con la pared y un nudo en su garganta le dificultaba el respirar. Ella había querido hablar, lo había seguido a pesar de que sabía que él estaba inmensamente enojado y podrían terminar las cosas realmente mal. Aun así, consiguió el valor que le faltaba para encontrar su voz.
—¡Pero regresé, regresé y te salvé la vida! — Ella se impuso ante él. — ¡Lo reconozco, hui, pero, aun así, decidí volver cuando vi a ese hombre, el de mis visiones y te alerté antes de que murieras!
Damian la observó detenidamente, la ira abandonó su rostro y la inexpresividad la sustituyó, siendo mortalmente fría, al grado de congelar el propio cuerpo de Anya contra la pared.
—Yo te di todo, una buena vida, un mejor estilo de vida a cualquiera que pudieras tener, te ofrecí el poder para destruir a quien quisieras...—No pudo terminar la frase.
—Yo nunca te pedí nada de eso.
Damian soltó una risa sin ganas, de forma burlona, dedicándole una mirada mordaz.
—¡¿Y qué es lo que quieres?! —Damian despeinó su cabello con la mano libre de forma impaciente, como si no pudiera adivinar su complicada mente, él siempre había podido deducir los pensamientos o decisiones de la gente, pero con Anya era tan complicado. —Te di todo y tú decides tirarlo a la basura ¿Por regresar a ese maldito pueblo? —Se burló de la idea.
—Si —Anya se atrevió a hablar llena de ira por lo que él estaba diciendo. —¡Por que me secuestraste y me arrastraste a este sitio, fui una prisionera a tu conveniencia, me quitaste la vida que tenía y a la gente que quería!
—¡Ellos te odian, te han despreciado y repudiado toda tu vida! Ellos jamás han podido ver lo que yo he visto en ti, la prodigiosa persona que eres ¿y aún quieres regresar a ese lugar para sufrir humillaciones y desdén? —Soltó una risa sarcástica.
Damian ladeó la cabeza, sus ojos brillaban de indignación por lo que estaba escuchando y la gran alevosía que Anya había cometido ¿de verdad la humillación era mejor a todo lo que él le había ofrecido?
—No toda la gente me odiaba en Retuiryn, había dos personas que se ocuparon de mi cuando mis padres murieron y se aseguraron de mantenerme viva, fueron unos segundos padres para mi ¡Y tus hombres casi los matan cuando me secuestraron! —Su voz se rompió y las lagrimas salieron de sus ojos sin preverlo, lagrimas que había estado conteniendo por cada palabra filosa que el Damian decía. Le dedicó una mirada dura, cargada de todo el rencor que tenía de recordar a Loid en el suelo. —Yo fui arrastrada aquella noche y...no se si ellos siguen vivos o si están bien...yo solo quería volver a verlos...—Ella cubrió sus ojos con su mano, reprendiéndose por llorar en ese momento.
Todo el resentimiento y la cólera abandonaron el cuerpo de Damian al ver las lagrimas descender por el rostro femenino y su corazón que se había alterado por la pelea, se retorció dolorosamente. Con una sola acción ella era capaz de bajar cada uno de sus escudos, su corazón contrayéndose de verla tan...indefensa. Estiró su mano, para limpiar las lágrimas que escurrían de sus ojos, pero Anya apartó su mano con un golpe.
—¡Y tú me apartaste de ellos! —Las lagrimas escurriendo por sus mejillas, aunque ella se las limpió de golpe. —Tú, que solo me ves como una herramienta.
—Yo no... —Pero no lo dejaron terminar.
—Si, tú lo dijiste cuando llegue aquí, dejaste en claro para que me querías y lo que era para ti, que mi único propósito era ayudarte a conquistar.
—Al inicio fue así, pero...ahora las cosas han cambiado. —Confesó con cierta timidez.
Él aún tenía la mano en la pared, a un lado de su rostro, la aprisionaba contra la pared, pero la tensión había descendido exponencialmente, al menos por su parte.
—No, yo solo soy una valiosa y fascinante adquisición. —Haciendo referencia a las palabras de Ewen tiempo atrás.
—No es así...
—Lo soy, realmente solo soy una herramienta para tus planes.
—¡Que no! —Él confeso ofuscado por el tono y forma denigrante en que ella se estaba refiriendo a ella misma para molestarlo.
—¿Entonces que soy para ti? —Le reclamó con fuerza, inclinándose hacía él y colocándose de puntas para poder encararlo. —¡¿Por qué me tienes aquí, cual es mi objetivo?!
Damian desvió la mirada y quiso alejarse, poner distancia, porque estaba empezando a enojarse y exasperarse por como la discusión se había dirigido hacia él. Pero una mano sujetó su brazo y tiró de él, evitando que se fuera.
—Responde
—No lo entenderías.
—¡Dime que es lo que quieres de mí!
—¡Olvídalo!
—¡Todo esto es una maldita farsa tuya, porque ambos sabemos que yo solo soy una herramien...
Damian tomó sus mejillas con ambas manos y silenció sus labios con los suyos, presionándolos con fuerza. Su corazón latiendo desquiciado en su pecho al sentir el dulce néctar de los labios rosados y su propio interior estremeciéndose ante ese gesto. Sus labios eran dulces, delicados y embriagantes, superior a cualquier postre exquisito que hubiera probado. Se acercó más, presionando su cuerpo contra el femenino que estaba contra la pared. El beso inicial fue torpe, pero, comenzó a mover los labios, en la inexperiencia, pero dejándose llevar por la ola abrazadora de su interior. Reclamó los labios femeninos con desesperación y su interior colapsó cuando ella le correspondió, intentando seguir la danza desenfrenada del rey.
La besó como tanto había querido hacer y con su corazón a punto de salirse ante la delicia del sabor embriagador de los labios contrarios. El calor burbujeando en su interior, llenándolo, superándolo y llevándolo en la mayor evocación que había sentido en su vida.
Damian se apartó cuando sus pulmones clamaban por aire, alejándose solo un poco, pero con los ojos completamente fijos en ella. Contempló los ojos esmeraldas brillando de forma extraña y sus labios hinchados por el beso. Un cosquilleo llenó su estómago. Apoyó su frente contra la suya, en una señal de perdición.
—Yo...te necesito a mi lado —Susurró. —Por favor quédate conmigo.
Anya observó los ojos suplicantes y el gesto más humano y vulnerable que jamás hubiera pensado en ver en el rey de Priwidor y su corazón se estremeció cálidamente.
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