PRÓLOGO
Sus suaves dedos, ahora sin el guante que siempre estaba encima por llevar la armadura, removían el vaso de cristal. Los bellos y rojizos mechones caían sobre la mesa cubriendo su rostro el cual había tenido días mejores. Los ojos miraban el fondo de aquel cristal, como si fuera a hallar las respuestas a su pregunta.
Un leve suspiro salió de sus suaves labios mientras no dejaba de mirar. Mirajane, desde la barra, trapo en mano, con el delantal algo sucio por su empleo en la taberna, contemplaba como su mejor amiga estaba derramando algunas lágrimas sobre la mesa. Estas poco a poco mojaban la madera de la mesa, como cuando las primeras gotas de lluvia caen sobre el suelo. Respiró y con la mano que no sujetaba el vaso, se secó unas pocas lágrimas.
—Tengo que superarlo—pensó mientras apretaba un poco su mano.
Pero las fuerzas le fallaban, sus dedos, que siempre tenían una gran fuerza blandiendo la espada por el mango, ahora era como si toda aquella energía se hubiese marchitado como una flor por el calor. La examinó un par de veces, tratando de encontrar la solución.
Molesta consigo misma, se terminó el vaso y luego, se lo llevó a Mirajane.
—Me voy—dijo.
—¿A donde?
—A casa, necesito estar a solas y poner en orden mis pensamientos—fue su respuesta.
La albina la vio marcharse lentamente. Normalmente, sus pasos resuenan por todo el lugar debido a sus botas de acero. Pero aquel día fue distinto, los movimientos no emitían ningún ruido, como una sombra que se desplaza en silencio.
El camino hasta Fairy Hills fue lento. Mirase a donde mirase, veía parejas felices y eso le hacía un nudo en la garganta y un fuerte dolor en el pecho. La luz del sol normalmente haría brillar su hermoso cabello. Sin embargo, ahora era como un tono más oscuro aunque no fuese así. Con los dedos deslizó algunos por detrás de su oreja para colocarlos y sus dos ojos quedaron a la vista cuando habitualmente su ojo derecho queda tapado.
—Hola Erza—saludó la conserje.
—Hola—devolvió el saludo sin ánimos.
En su habitación cerró la puerta tras de sí y se sentó unos instantes en el borde de la cama. Su mano fue llevada a su rostro para taparlo, le dolía la cabeza por todo el estrés y el momento tan duro por el cual estaba pasando. Unos pocos segundos bastaron para que su mundo se viniera abajo y soltase todo en un grito ahogado a la vez que sus ojos comenzaron a parecerse a una cascada.
Los minutos del reloj pasaron despacio, la manecilla no estaba por la labor de moverse. O esa era la impresión de la joven que se quedo tumbada mirando el techo. Sus lágrimas se deslizaban por los laterales cayendo a la cama. La habitación estaba casi a oscuras debido a que las persianas estaban bajadas y las cortinas echadas.
—Jerall—susurró.
Tragó saliva y alzó su mano, la imagen del mago apareció como flotando en el techo y ella trataba de alcanzarlo.
—No me dejes...por favor—pero las palabras: lo siento Erza, es lo mejor, resonaron en su cabeza.
La cara del joven se esfumo como el humo entre los dedos de la pelirroja. No supo cuanto tiempo pasaría allí, solo sabía que era tarde porque los rayos de sol ya no golpeaban las cortinas.
—Que difícil es el amor—las pupilas rojizas escocían un poco.
El agua fría templó no solo sus ojos, sino también su cuerpo. Al principio parecía salir caliente, pero se dio cuenta de que era ella quien su cuerpo parecía arder por todo lo ocurrido. Ya calmada y salida de la ducha, comió un poco para saciar su estomago.
—Cielos...que cansada estoy y eso que no he hecho nada.
Su cuerpo pesaba un quintal, sus piernas parecían tener agujetas al igual que sus brazos, como cuando realizas ejercicios con mucho peso.
Al mirar por la ventana, tuvo que parpadear, escuchaba un ruido. Pronto se dio cuenta de que se trataba de la lluvia quien había hecho acto de presencia. Si ya era un día horrible, aquel agua no hacia más que empeorarlo. Vio desde el ventanal como la gente corría para resguardarse mientras se tomaban de las manos.
En ese momento, un recuerdo de Jerall y ella corriendo para hacer lo mismo vino a su memoria. Ambos se sonreían y reían mientras el agua caía sobre ellos. Ahora tan solo parecía ser un recuerdo lejano que le dolía.
Un trueno resonó a lo lejos haciendo temblar un poco las paredes de la habitación. Las luces parpadearon con la intención de apagarse, pero solo fue unos instantes. Usando su magia se cambió de ropa vistiéndose con el pijama. Encendió el aire acondicionado y se tumbó a comer galletas mientras veía la televisión.
(Nota: la tecnología en este fic esta avanzada.)
No muy lejos de allí y refugiados de la lluvia, Natsu estaba en el apartamento con Lucy. Él no quería regresar con ese tiempo así que la rubia le dio un saco de dormir.
—¿Te has enterado de lo de Erza?—le preguntó triste.
—No, ¿qué ha pasado?—Natsu no sabía a que se refería.
—Jerall le ha dejado
—Ah, eso—estiró la manta para taparse ya que aquella noche sería fría.
—¿Cómo que ah, eso?—le dio un capón—el amor es muy complejo.
—Y por eso yo no lo entiendo—dijo hurgándose la nariz.
—¡Haz el favor de usar un pañuelo!—gritó ella enfadada.
Como no tenían sueño, se pusieron a jugar a las cartas y como era de esperar, Natsu le ganó haciendo picar a la joven que solo quería tratar de ganar aunque fuese una.
—¡Soy el rey!—dijo soltando una carcajada.
—Paso de jugar más...—dijo guardando las cartas.
—Oye
—Dime
—¿Crees que Erza se recuperará?, hoy la he visto muy triste.
Ella suspiró y miró con tristeza el cristal.
—Seguro que si pero...el corazón tardará en sanar.
—¿No se le puede poner una tirita?
—¡Eres idiota de remate!—le dio otro capón.
Aquel día no era alegre en Magnolia, la joven paso la noche viendo la televisión mientras pasaba los canales hasta que encontraba alguno que le gustase. Estaba cansada, pero no tenía sueño, temía dormir porque tal vez su mente y corazón se uniesen para transportarla a un mundo donde la felicidad abundaba y Jerall estaba a su lado.
Allí tampoco sería la dueña de su vida, ya que sentía que su felicidad dependía exclusivamente del mago. No podía olvidar su pelo azul, su marca de la cara ni su voz diciendo lo mucho que la quería. No obstante, ahora todo esa debía quedar atrás, como un recuerdo lejano del cual era mejor no hablar ni saber.
—Jerall—susurró.
Finalmente sus párpados cedieron y sus ojos se cerraron, su dedo apretó el botón de apagado haciendo que la habitación quedase completamente en silencio y vacía, como su corazón el cual estaba dañado.
Pero la maga olvidó el refrán...tras la tormenta...llega la calma. Y pronto en su camino se cruzaría con alguien que convertiría esa tormenta en una tranquilidad tan bonita de la que no querría dejar de soñar jamás.
Continuara.
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