Prefacio


Dentro de un entorno familiar saludable suele haber una pequeña lumbrera, cuya luz solo la nota el alma, especialmente el alma de un niño. Lo que quise decir con esas palabras es que no concibo en ninguna parte de mi historia un ambiente hogareño, cálido y reconfortante, donde no estuviese presente un pequeño animal. Las mascotas suelen inspirar, y a la vez enseñar, a un niño el expresar afecto y cariño, puesto que toda criatura necesita cuidado, respeto y atención. Su compañía no solo anima espiritualmente a los pequeños, también acompaña a los mayores, que suelen ser carentes de afecto, y encuentran en los animalitos una renovada pizca de amor, que los aleja día a día del fantasma de la depresión y la soledad. Me parece curioso que estos mayores también tengan como característica el portarse como niños. Por eso digo que quien nota este poder en la mascota de dar luz a sus dueños tiene algo propio de la niñez. Nuestras mascotas, en cambio, no distinguen nuestras edades, pues con sus ojos siempre miran directo al corazón. Son tan listos en tantas cosas, pero ignoran que las diferencias de tamaño representan otros tipos de discrepancias entre las personas. Ellos siempre aman de la misma forma tanto a grandes y pequeños. Duele conocer una cruda realidad: no se les trata a ellos de la misma manera.

Los seres más incomprendidos suelen darnos grandes lecciones de amor. Muy poca paciencia tenemos con ellos, a veces nada de caridad, no comprendemos sus acciones naturales, somos bastante intolerantes, los etiquetamos por raza y permitimos que eso influya en nuestra manera de verlos. Dejamos que existan, por ejemplo, "perros callejeros" y nos volvemos testigos pasivos de su sufrimiento. Consentimos que la sociedad y esas etiquetas influyan para que prefiramos comprar una mascota, aunque debamos pagar por ella un alto precio, debido a su belleza "física", antes que adoptar a un pequeño recién rescatado del abandono, por ser este "feo" y sin raza de valor.

Me parece loable el esfuerzo que realizan muchas instituciones que velan por el bienestar de todas las criaturas, ayudando a las lastimadas y devolviendo a aquellas que lo tienen a su hábitat natural. El caso de los perros, sin embargo, es que su lugar en el mundo de hoy es dentro de una casa, al servicio de unos dueños que le deben ver como un miembro más de la familia. Pero muchas personas usan a los perros como herramientas que ofrecen un beneficio, ya sea el de cuidar la casa o en peores casos servir para peleas y apuestas, y a cambio sólo se les paga con techo, agua y alimento.

Siempre quise dedicar una de mis historias a estos fieles amigos, y al momento de concebir en mi corazón la creación de esta novela, pensaba en todas las mascotas que he tenido a lo largo de mi vida. Reflexionaba, especialmente, en la mascota que me acompaña al escribir este libro. Pero en mi historia considero plasmar toda la belleza de mis experiencias con cada una de las mascotas que me vieron crecer, y entre ellas algunas que me vieron olvidarme de ser como un niño, y por eso soportando mi falta de compasión. He pasado largos días dando vueltas y vueltas en mi cabeza queriendo hacer algo digno de contemplar, comparado a la admiración que se produce en mí cuando me llueven recuerdos de cada una de ellas. Llegué a la conclusión de que nunca podré hacer algo tan majestuoso como desnudar el interior de un animalito y el porqué de sus actuaciones: qué lo guía, qué lo inspira, qué lo mueve a amar, cuando aquello que pasa pareciera ser más que producto de un "instinto". Tengo una teoría al respecto. Siempre he pensado que los animales son instrumentos al servicio de Dios, y que mientras haya la armonía suficiente a su alrededor como para que su "instinto" no sea más fuerte que todo lo demás, Dios los usará para proveernos de algo no material que los humanos necesitamos. Podría decir, en pocas palabras, que son otro tipo de ángeles.

Corazón de Foamy procura llevar al lector a visualizar un poco más allá de las apariencias y las circunstancias, para que este sea capaz de recordar en su propia experiencia, o bien descubrir en la actualidad, la forma en que Dios le habla a través de sus mascotas. Así como hay una delicadeza divina en el trato que se nos da a través de las circunstancias, así también se dibuja una obra majestuosa con el pincel que se disfraza en la vida de un animalito. El personaje principal no es un niño, pero hay cosas en la vida que, aunque hayamos olvidado ser niños, nos hacen actuar como tales. Indefenso y dependiente emocionalmente, fluye el niño interior que llevamos ante circunstancias que nos acorralan, temiendo que aparezcan, como les sucede a los abuelos, los fantasmas de la depresión y la soledad. Ese es el caso de Uriel, quien será testigo de la forma en que una mascota puede darnos grandes lecciones, si aprendemos a verlas tal cual son: un miembro más en la familia, digno de ser amado, con el amor natural que surge entre dos corazones, no importa que uno sea el corazón de una criatura diferente. 

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