Capítulo 18
Llovía. La tristeza y la angustia que pudiera estar sintiendo Foamy eran las peores de su corta vida. La conexión que tenía con ella me hacía sentir como si estuviera en su lugar. Escalofríos constantes invadieron mi cuerpo. Tiritaba. Tenía miedo del destino de Foamy. El fantasma de lo fatídico volvía a aparecer. Pardo, aunque estaba vivo, era parapléjico. Y ahora ella podía terminar en las fauces de un cocodrilo. Me parecía una escena demasiado pintoresca. Llegué a pensar en que quizás estaba soñando, y deseé que la pesadilla terminara pronto. ¿Cómo podía describir aquel espectáculo? Realidad tan verosímil, contradicciones enlazadas, temores presupuestados, sorpresas avisadas, pero al fin, verdades increíbles y mentiras tan reales.
Que insulso estremecimiento aquel donde había detectado el amor a los animales: las asociaciones que los salvaban y la clínica que atendió a Pardo. ¿Dónde estaban ellas ante la realidad que se presentaba ante mí? ¿Cómo pude ser tan ingenuo al creer que en la pequeña parte del mundo en la que yo habitaba no se les lastimaba? Recordé cuando la idea de adoptar una mascota ocupaba todo mi interés y me daba cuenta que aquella percepción ilógica de que no se encontraban perros fácilmente en mi ciudad ahora resultaba lógica. En aquel lugar no había muchos perros, y los que había, callejeros, eran robados para fines caricaturescos.
Al llegar a una zona cercana al zoológico, Hamilton nos dejó y prometió estar cerca para acudir en cuanto fuera necesario, pero acercarse más para él no podía ser opción. Nos movimos rápida y sigilosamente, sorteamos algunos obstáculos, y entramos al lugar como clientes, haciendo uso del dinero que habíamos conseguido. Las entradas no eran tan baratas. La manutención era la principal razón a aquellos precios. Bryan conocía el lugar perfectamente, y nos inmiscuimos en los más recónditos pasadizos para poder llegar a la galería oculta donde estaban enjaulados los perros, cual si fueran unos más entre la gran cantidad de animales que sufrían cautiverio. Era inevitable ver, tras las mallas y las rejas, cada una de las especies que ahí se mostraban, cual si fuera un parque de atracciones creado por el humano. De hecho, lo era, pero en mi mente no se concebía que los animales no estuvieran gozando de libertad, y que se les usara para fines económicos. Mi amigo me había explicado con mucho detenimiento el plan: él distraería al cuidador de las celdas. Una vez estos se alejaran, yo me encargaría de liberar a los perros, tantos como pudiera. Me enseñó una técnica para forzar los candados con facilidad y me confesó que él había aprendido todo de su tío. Luego me hizo aprenderme la ruta por la cual iba a salir del zoológico. Quedamos de vernos en media hora en aquel punto y avisamos a Hamilton para que pasara por nosotros en esa calle. Para llegar al punto de encuentro había que atravesar una casa que colindaba con el zoológico. El también se encargaría de conseguir el apoyo para que nos permitieran pasar.
Fuimos tan oportunos que, al llegar a la galería oculta, observamos cómo Foamy era encerrada en una de las tantas celdas. Inmediatamente retrocedí, no solo para ocultarme, si no para alejarme. No era que no soportara verla siendo tratada de esa manera, sino que temía que me viera o que sintiera mi olor, a lo cual reaccionaría, y que de esa manera echara a perder nuestros planes. Bryan dio el primer paso, y acordó darme una señal. Se trataba de un mensaje de texto. Estuve escondido mientras tanto, hasta que la señal llegó.
Procedí con cautela. Aunque sabía que al verme Foamy iba a ladrar, ya teníamos previsto el ruido de los animales. Aquello era algo cotidiano, y como la galería quedaba muy alejada, mientras el celador estuviera distraído no íbamos a tener inconvenientes. En todo caso, Bryan se encargaría de que la música ambiental subiera el volumen, bajo engaño, y así esta sirviera de atenuante. Para que los perros me persiguieran por aquel pasadizo llevaba una bolsa de concentrado (comida para perros), el cual iba a ir regando por el sendero que debíamos seguir. Cuando llegué a la galería me dirigí a Foamy inmediatamente. La prioricé, y continué, llevándola a ella en brazos, a liberar al resto de canes. No conocía a ninguno. En mi corazón albergaba la esperanza de encontrar al perro amarillo aquel que era el papá de Pardo, pero lógicamente no iba a hallarlo. La tristeza que sentí fue indescriptible. Vi la gran cantidad de celdas, la mayoría vacías, y el escenario era dantesco. Quizás alguna vez estuvieron todas llenas. Los barrotes estaban oxidados, y los interiores sucios, llenos de excrementos secos, migajas y hasta moho. Era claro que no le daban mantenimiento. No era necesario para los animalitos cuyo fin era muy distinto al del resto. Adquirí aún más valor cuando percibí el aumento del sonido de la música ambiental en los altavoces. Los perros, sacando fuerzas de flaqueza, ladraban, hambrientos y confundidos. Hice que me siguieran. Recorrí el pasadizo lleno de temor, pero la adrenalina era tal que nada me impidió llegar a la casa colindante. Nos abrieron la puerta de un patio y nos escabullimos hacia la calle. Eran 10 perros. Hamilton estaba esperándome. Bryan apareció minutos después, corriendo angustiado y desesperado. Los perros fueron subidos a la parte trasera de la camioneta. Nos llevamos varias mordidas, pero tal era su debilidad, que los colmillos no llegaron a atravesar nuestras pieles. Lo último que vi en aquella espantosa fuga fue al celador, que por otro lado de la calle salía, gritando todo tipo de improperios, cosa que imagino, puesto que a la velocidad que íbamos su voz era inaudible. Después de dejarme en mi casa con Foamy, Hamilton y Bryan se encargaron de llevar al resto al lugar donde rescataban animales.
El sábado se consumió cual vela que se derrite por el fuego. En la noche recibí una llamada de Verónica. Me dijo que había logrado que me justificaran en mi trabajo y que por lo tanto podía volver el lunes a mis funciones. Su puesto estaba relacionado con el plan de capacitaciones, y ella llevaba el control de las asistencias. Su favor no se podía rechazar. Aquella noticia volvió a ponerme en una encrucijada, pues yo ya daba por sentado que perdería mi trabajo y que me iba a poder encargar de Foamy. Volver a la capital era poner en riesgo a la perrita. Mis padres se sorprendieron de ver que había regresado con ella, pero su actitud no era aun la que esperaba. No podía contar con ellos. Después de que Bryan y Hamilton llegaron a platicar conmigo esa noche, para discutir sobre las repercusiones de lo que habíamos hecho y para crear un plan de contingencia, valoré la única opción que me quedaba. Movido por un profundo afecto, pero golpeado por el dolor de aquella decisión, hice lo que consideraba correcto: Foamy sería puesta en adopción. Quisiera ser capaz de explicar al lector lo difícil que fue hacer esto, pero es algo que por más que intente, no podría.
—Recuerda hacer una entrevista y estar muy seguro de entregarla a la persona adecuada —dijo Bryan.
—Es buena idea que solo pongas un anuncio —propuso Hamilton—. La prudencia es la madre de las virtudes. Y te sugiero que dicho anuncio lo pongas en la Iglesia. Es más probable que de ahí salga esa persona de buen corazón que necesitas.
—Y yo te aconsejo que uses fomi en el anuncio. Así será más original y acorde al nombre de tu mascota —recomendó Bryan para dar por concluido el tema.
Esa misma noche me encargué del cartel, mientras Foamy estuvo a mis pies todo el tiempo y mis lágrimas agregaron efectos a los colores del material que usaba. Pude visualizar la transformación del papel ante el arte de mis manos. Su respuesta al agua, al lápiz, a las lágrimas y al calor era la misma: fácil de trabajar, de moldear y de usar. Fue inevitable pensar en Michelle y en todas las veces que la ayudé con sus manualidades. Recordé la plática aquella que tuvimos cuando me comentó que quería un perro, que quería que fuera hembra y que se llamara Fomi. Una plegaria elevada a Dios me ayudó a sentirme mejor después de volver a pedirle explicaciones del porqué me había dado el regalo a mí y no a ella. Al día siguiente en la misa quizás la vería. Un domingo podía faltar, pero ya dos seguidos era difícil. Una vez Foamy estuviera en mejores manos no me iba a ser necesario volver. O quizás sí. No lo sabía.
El domingo todo se dio como siempre. Foamy fue conmigo a misa, me vio poner el anuncio, me acompañó en el último juego en el campo, y en la tarde esperaría en casa a aquel buen corazón que quisiera a mi perrita. Pasó una hora después de la que había puesto en la pancarta y nadie había aparecido. Los minutos que prosiguieron me llenaban de ansiedad, hasta que alguien llamó a la puerta. Cuando abrí, me quedé perplejo ante la imagen que vieron mis ojos. Su cabello lacio era el mismo de siempre y trajo a mi mente nuevos recuerdos que creí completamente olvidados. Era Michelle.
—Hola Uriel. Espero no te molestes. Pero he venido por dos cosas. ¿Puedo pasar?
Mi corazón se sintió estrujado. Aunque habían pasado muchos años era inevitable sentir aquella turbación.
—Claro Michelle. Puedes pasar. Adelante.
Su manera de caminar era la misma de siempre. Su físico era distinto y los años le habían hecho cambiar varios aspectos, gestos y maneras. Pero al entrar en mi casa me pareció ver a la Michelle de nuestros días. Quizás mis ojos veían su alma antes que su cuerpo. Ya sentados ella tomó la palabra:
—He visto tu anuncio y quiero pedirte que me dejes cuidar a Foamy por ti.
—No sé qué decirte, Michelle —titubeé al hablar.
—Entonces déjame primero hacer algo que debí hacer antes. Te quiero pedir perdón por la forma en que terminamos y por lo que hice después. Tú no merecías eso.
—Ya está superado —intervine, quizás sintiéndome realmente sanado hasta entonces.
—Necesito que me digas que me perdonas, Uriel.
—Está bien Michelle. Te perdono. ¿Por qué quieres a Foamy? ¿No tuviste el perro que querías? ¿Tu gato aún vive contigo?
La lluvia de preguntas pareció sacudirla, pues mostró un semblante descolocado.
—El novio que tuve después de ti no me permitió tener un perro. Dirás que soy una tonta y tendrás razón. Ha terminado conmigo hace poco y solo hasta entonces comprendí que me había equivocado en muchas cosas. Mi gata ha muerto. Sabes que yo he querido un perro siempre. Y este es el mejor momento para tenerlo. Prometo cuidar de Foamy. Mira que además lleva el nombre que siempre quise para el mío. Siempre agradecí el gesto que tuviste por llamarla así. Aunque no lo creas, escuchaba tu voz cuando la llamabas después de cada misa, aunque haya conocido su nombre antes por tu abuelo.
—Yo no le puse el nombre. La suerte me jugó la mala pasada, pero todo ha servido para poder superar lo que sucedió. Me he sentido dolido, sí, pero he comprendido que la vida es así. Yo no era quien para sentirme mal por lo que hiciste. Estabas en tu libertad de hacer lo que quisieras. Comprendí que sufrí más por mi orgullo. Foamy me enseñó en que consiste un verdadero amor, y ahora solo espero poder vivirlo algún día.
Michelle guardó silencio. Su mano le ayudó a secarse una lágrima. Por primera vez sentí compasión de ella, y entendí que todo el resentimiento que le había guardado sólo me había causado daño. Estaban, por fin, todas las heridas sanadas y cicatrizadas.
—Quiero agradecerte por tu interés de cuidar de ella—retomé la palabra—, y creo que nadie mejor que tú para hacerla feliz.
Le entregué una maleta con algunas pertenencias, le pedí que revisara la lista de cosas a las que Foamy era apegada y le hablé sobre todas las manías y características de la perrita. Al final agregué:
—A lo que más se ha apegado es a mí. Pero claro, yo no alcanzo en la maleta.
Nos pusimos a reír. Ella me dio un abrazo y me agradeció la confianza. Por mi parte, yo daba gracias a Dios porque Foamy encontraba el mejor hogar que podía tocarle. También daba gracias porque sólo de esa manera podía pasar página de una vez por todas, y Foamy, que siempre me recordaba a Michelle, ahora pasaría a formar parte de su mismo recuerdo. Su tiempo conmigo había terminado. Michelle revisó la tarjeta y al ver su edad y la fecha de nacimiento también quedó pasmada, como me pasara una vez a mí. Le regalé agua al instante y le animé. Mi madre apareció en escena y sostuvo una conversación con ella. Sonia concluyó su plática diciéndole:
—La mejor noticia en mucho tiempo es que Foamy se vaya contigo. En nuestra casa no estamos hechos para las mascotas.
Recordé lo que mi madre me había contado. Ahora tenía la experiencia y la capacidad para dar mi opinión al respecto y terminar con aquella falsa creencia de una vez por todas:
—Sabe, eso es lo que no entiendo de usted, mamá. Quiere que la vida sea perfecta y por eso no se arriesga a revivir momentos. Piensa en todo lo que puede pasar y por el dolor que teme, no deja que nada pase. Tener una mascota vale la pena y solo asumiendo el cuidado es que uno aprende a amarlas con un amor único e irrepetible. Yo no crecí con mascotas. Usted no me enseñó a amar a las mascotas. Pero yo simplemente amé. Y aunque mi aventura con Foamy haya tenido tantos momentos de dolor, volvería a vivirlas si fuese necesario. Y el amor está lleno de cosas feas que soportar. Como dicen por ahí: "si quieres cultivar rosas debes estar preparado para lidiar con sus espinas". Ahora no puedo seguir con Foamy, y es mi mayor acto de amor dejarla ir para que sea feliz. Pero si en el futuro tuviera una nueva oportunidad con otra mascota, dejaría atrás lo que he vivido para crear una nueva historia que solo puede ser amada por ser única y diferente a las demás historias. Yo le he demostrado que aquí sí estamos hechos para las mascotas manteniendo con vida a Foamy hasta hoy a pesar de todos los obstáculos. No diga que no estamos hechos para las mascotas. Lo que le falta es amor.
Todos guardamos silencio. Creí adivinar lo que pensaba. Sabía que debía volver a hablar, y lo que dije pareció afectarla más:
—Las personas somos un conjunto de momentos buenos y malos. Como mi taza, negra sin su café caliente, con una imagen bella cuando siente el calor. Como la luna, brillante en ocasiones, invisible otras veces. Nos toca ser testigos de momentos buenos de una persona, y a otros quizás de sus momentos malos, como fue en nuestro caso con mi abuelo: yo vi toda su bondad, y nunca hubiese creído de sus momentos oscuros si usted no me los hubiese contado. Mis amigos, usted los conoce, también han tenido esas tonalidades grises. Y Michelle, aquí presente, vio mi momento negro, donde no comprendía lo que significaba el amor. Foamy, quien ahora se va con ella, sabe que me ha enseñado a ser diferente, y es eso lo que me ayuda a dejarla partir. No todas las personas son malas, solo tienen malos momentos, y es el amor quien los rescata de ellos. Mamá —Tenía rato de no llamarla así—, no todas las experiencias en la vida son malas, solo son momentos negros entre claroscuros, pero ellos no nos impedirán seguir viviendo. Sólo hay que estar atentos a los momentos de luz, y disfrutarlos como si fueran eternos. En mi corazón, Foamy se queda para siempre. En mi corazón, Foamy siempre tiene su hogar. Aunque se vaya ahora, siempre estaremos juntos.
Mi madre asintió a mis palabras, y pareció entender el mensaje que quería transmitirle. Pude adivinar nuevamente sus pensamientos. Vi a Bobby viviendo en su corazón. Bobby tenía un hogar. Cuando una lágrima amenazó con escapársele se retiró. Por su parte, Michelle, denotaba haber recordado las palabras que una vez me dijo y que se parecían mucho a las que yo recién había dicho, sobre lo de cultivar rosas y lidiar con las espinas, que eran lo mismo que vivir la vida, aunque tenga momentos oscuros.
—Dime Uriel —dijo—. ¿Has podido comprobar que su corazón es de fomi?
—No solo eso, Michelle. Gracias a ella he podido comprobar que también se puede tener un corazón de fomi. Mejor dicho, como el de ella, de F-O-A-M-Y —dije, deletreando el nombre de la perrita —. Es posible tener un corazón de foamy.
Michelle se marchó y Foamy lloraba al verse arrebatada del que había sido su hogar. Pero en mi corazón sentía que aquel llanto era producto de un dolor como el que siente una madre antes de dar a luz. La felicidad que seguiría a lo que sentía valía mucho más la pena. Foamy seguiría haciendo su trabajo, el que hizo conmigo, y que ahora haría con Michelle, que recién había experimentado la pérdida que yo había sentido. Foamy tenía un propósito, y allí iba para seguir cumpliéndolo: rescatar a un ser humano de una depresión. Bueno, a dos. Su recuerdo aún sigue salvándome.
FIN
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