Capítulo 16


La primera pieza faltante de aquel rompecabezas que mi abuelo había desvelado en su carta fue encontrada y puesta en su lugar. La noche me pareció muy larga y el insomnio hizo lo que quiso conmigo. Dejé marchar a Hamilton sin decirle una palabra y encontré el consuelo en mi mascota, que dormía plácidamente en mi cuarto, despertándose de vez en cuando para ser testigo de mi incapacidad de conciliar el sueño. En cada una de las veces se levantó para ir a saludarme moviendo su cola con una peculiaridad que denotaba preocupación. Entendí esa preocupación la mañana de aquel domingo que considero la más especial e inolvidable. Como suele suceder cuando uno tiene insomnio, no logra dormirse hasta ya en la madrugada y luego despertarse no es tarea fácil. Fue Foamy quien me despertó aquella vez, como solía hacerlo los domingos en los que ella comía pan, pero esta vez su intención era otra.

Supe ver la diferencia cuando la ansiedad mostrada era distinta y me mordía el pijama para halarme hacia la puerta principal de la casa y demostrarme con eso que lo que quería era salir. Al ver la hora había reconocido que me despertó más temprano que de costumbre y su deseo era claro: quería ir a misa, pero quería ir conmigo.

Procedí a alistarme para ir a la Iglesia, y lo hice con entusiasmo porque también pensé que aquella era una oportunidad de entregar a Dios la preocupación que me embargaba. Necesitaba luces que iluminaran mis decisiones para hacer lo correcto. También aprovecharía para jugar con ella una vez más después de misa, como solíamos hacerlo en aquel campo que atravesamos tantas veces y donde ella había desarrollado su talento con el disco.

Al llegar al templo lo primero que llamó mi atención fue el vacío que había en aquella banca que Michelle solía ocupar cada domingo, junto a su novio, y que en alguna ocasión era yo quien ocupaba antes. Aquella ausencia acaparó tanto mis pensamientos que dejé que mi mente se ocupara de hacer conjetura tras conjetura olvidándome de aquella primera intención por la que había ido a aquel lugar. Y aunque Foamy era feliz estando ahí, más aun sabiendo que yo estaba con ella, yo me desconecté de sus emociones y pensé en Michelle como hacía mucho tiempo no pensaba en ella. La conclusión más repetitiva e ilusionante a la cual llegaban mis esfuerzos era que Michelle había terminado con su novio. Pensar en eso me hacía darme cuenta de mi realidad: llevaba ya muchos años sin haber intentado enamorarme.

He escuchado decir que las palabras tienen poder. Y para entonces lo que más ocupó mis pensamientos y adquirió poder sobre mis actos fueron las palabras de mi abuelo en su carta donde me invitaba a estar abierto a una nueva relación de noviazgo. Esa era otra de las piezas faltantes de aquel rompecabezas, y de pronto mi vida se vio inclinada a buscarla, aunque no fuera esta la más importante. La tranquilidad que experimenté al ver satisfecho un deseo oculto y que recién se revelaba, de que Michelle tuviera que pagar las consecuencias de sus actos, hacía que volviera a ver a Foamy y le dedicara una sonrisa. Algo me decía que todo iba a estar bien, pero también sabía que en mí no todo estaba bien; no mientras se denotara que aun persistía un anhelo de venganza, de envidiar la felicidad de mi ex novia y de pronto sentirme bien al pensar que quizás era ella quien ahora estaba sufriendo.

Solo el final de la misa y el consiguiente alboroto de Foamy por salir del templo me hizo sacudirme de aquel estado anímico tan desconocido. Fuimos al campo y jugué con ella. Quise disfrutarla cada instante mientras pensaba en qué terminaría nuestra historia. Yo anhelaba conservarla, llevarla a vivir conmigo. Sus ladridos parecían responder entusiasmados a mis pensamientos. Y así se fue consumiendo el día, entre ladridos y risas que se unían y cuya afinidad era tal que hasta las flores vibraban ante el sonido armonioso que creamos. Toda una historia de amor merecía tener un buen final. Sin embargo, algo en mi corazón me decía que nuestros caminos iban a tomar rumbos separados.

Llamé a Héctor, como primera opción, para saber si ellos podrían cuidar de Foamy el tiempo que fuera necesario mientras yo conseguía estabilizarme. Recibí noticias inimaginables de su parte: Tonky, su cachorro, aquel que una vez intentó conquistar a mi Foamy, había muerto. Doña Fátima, su madre, se encontraba muy mal de salud. Ante la necesidad de asumir todas las obligaciones y por su trabajo, él no era capaz de cuidar de mi perrita. Cuando le mencioné la opción de Mérida y su hija Alondra, supe que ellas ya no se encontraban en el país. El padre de Alondra, que siempre estuvo fuera, había logrado tramitar los documentos necesarios para llevárselas a vivir con él. Las opciones se acortaban. Parecían ser como pétalos de una flor que empezaban a caerse uno tras otro, con un fin inevitable. Pensé en Hamilton, pero él ya cuidaba de Pardo y aquella era una carga muy grande ya. Desde la carta de mi abuelo el entorno en el que vivía, junto a mis padres y alrededor de ellos y de nuestra casa, había adquirido un tono muy oscuro. Los secretos parecían esconderse en cada esquina, en las riveras del río, bajo las sombras de los árboles y en las nubes que viajaban particularmente encima nuestro. Aquellos secretos me daban miedo.

Al caer la noche, y mientras me dejaba inundar por la desesperanza, fui a ver a Bryan, queriendo agotar el último recurso.

—Hola Uriel. ¿Has resuelto ya lo de tu perrita?

—No, Bryan, por eso he venido a verte. Pienso llevarla mañana conmigo. Tienes que ayudarme a mantenerla oculta por un tiempo.

—¡Imposible! —gritó, exaltado —No podemos llevarla con nosotros ni ocultarla. Sabes bien que tú y yo no pasamos mucho tiempo en la casa. ¿Cómo vamos a asegurar que nadie la descubra? Sabes que la señora de limpieza revisa nuestras habitaciones cada día, que se encarga de nuestra ropa sucia y que es meticulosa. Quiero ayudarte Uriel, pero no puedo hacerlo. Pídeles a tus padres que la tengan una semana más, al menos. Veremos que hacemos.

—Pero Bryan —insistí —, sabes que no puedo volver el próximo fin de semana, tengo capacitaciones, y si no vuelvo no hay manera de resolver esto.

Mientras decía eso parecía que cedía al deseo de llorar. Pero no podía, debía mantenerme fuerte. Foamy me necesitaba.

—Una semana —repitió Bryan —. Solo pide eso y luego veremos lo que sigue. Cuentas conmigo el próximo fin de semana.

Aquellas palabras me devolvieron la paz y una pizca de esperanza. Volví a casa y les pedí a mis padres que me ayudaran esa semana más. Aunque lo hicieron a regañadientes, accedieron. Una pequeña luz inundó mi alma y sentí que todo se iba a solucionar. Sin embargo, no todo cogió el rumbo deseado.

Al día siguiente me despedí de mi cachorra, salí temprano de casa, cuando aún era oscuro, y el último recuerdo de ella fueron sus ojos negros y su mirada penetrante y una vocecita en mi mente que decía: "No me dejes otra vez". Pero aquello duró lo que me tomó dormirme en el trayecto. Una vez en mi trabajo todas mis fuerzas eran dirigidas a cumplir mis funciones laborales. La pieza del rompecabezas mencionada apareció ante mí el martes de esa semana, cuando subiendo las escaleras fue un pequeño accidente el que me llevó a desenfocarme de todo. En la prisa que llevaba no noté que venía una muchacha y el impacto fue ineludible. Los documentos que cargaba en mis brazos se desperdigaron a nuestro alrededor. Entonces noté que en mi trabajo había dimensiones desconocidas y atractivas, cuando sus ojos se volvieron hacia a mí y noté el color tan hermoso que los vestía: era un azul tan claro como el agua cristalina, los más hermosos que había visto hasta entonces. Su pelo era castaño y lacio, pero se notaban unos rayos de un color más rubio, solo conseguidos gracias a un tinte. Su piel era blanca y en sus mejillas se veían traslúcidas unas pecas que le quedaban preciosas. Siempre he dicho que los accesorios más hermosos que puede llevar una mujer son los naturales. Esas pecas eran el ejemplo perfecto.

—Discúlpame, no te vi venir —Le dije, mientras me agachaba a recoger los documentos. Ella, como si de un espejo se tratase, hacía lo mismo para ayudarme, y sus ademanes eran exactamente iguales a los míos.

—Descuida —respondió—. Mi nombre es Verónica. Es un gusto conocerte.

—Uriel, para servirte. ¿Eres nueva aquí? Me parece sorprendente que hasta hoy me percate de que existes.

—Sí, sí, hoy es mi primer día acá —aclaró, mientras sonreía. Hasta entonces había descubierto dos cosas aún más hermosas que sus ojos y sus pecas, se trataba de su voz y su sonrisa—. No quiero hacerte sentir mal, pero así no se le da la bienvenida a una dama.

Sentí el cambio de temperatura y me sonrojé ante sus palabras. También la veía a ella ruborizada. Azorados seguimos platicando otro rato hasta que terminamos de recoger la pila de documentos.

—Quizás no ha sido mi mejor presentación —asentí a un último comentario de ella al respecto—. Pero dejemos a un lado esta primera impresión tan torpe y dame la oportunidad de reivindicarme. ¿Salimos un día de estos?

—Por supuesto —consintió —. Puede ser el viernes después del trabajo.

Y así, la semana se llenó de encuentros furtivos en los que intercambiamos palabras con el fin de conocernos más. Aquellos eran signos de que el viernes nos parecía lejano. Una nueva oleada de sentimientos hacía mella en mi interior, desplazando todas las atenciones que a la distancia podía tener de Foamy. Las palabras de don Aparicio habían tenido su efecto en mí y yo le abría las puertas a una nueva ilusión, pero tanta era la fuerza de esta que me percataba de que quizás, a pesar del tiempo que había pasado, yo aun no había sanado totalmente las heridas de mi relación pasada. Foamy de pronto era relegada a un segundo plano y aquello confirmaba que solo había atenuado mi soledad y que ahora que conocía a alguien, ella dejaba de ser importante. Quizás fue la grandeza de la esperanza de volver a enamorarme, que en su majestuosidad también desarrollaba rasgos monstruosos, donde no le importaba desplazar las otras cosas que hasta entonces ocupaba sitio en mi corazón. No fue hasta el viernes cuando en nuestra cita una plática me llevó a recordar a mi mascota.

—No me gustan los animales —dijo—. Los gatos son insoportables y los perros ni digamos. Además, llenan de pelos toda la casa. No me imagino comer y de pronto encontrarme uno en la comida. He investigado y ellos son causantes de muchas enfermedades. Otra cosa es que no tolero el olor que por ellos invade una casa. No, definitivamente no me gustan los animales.

—A mi tampoco... —dije. Pero iba a decir que tampoco me gustaban. No logré terminar la frase porque simultáneo al recuerdo de Foamy, que ya me invadía, reclamando la importancia que tenía y debía seguir teniendo, también me entraba una llamada de mi madre. Pero no pude contestar, porque Verónica retomó la palabra inmediatamente.

—Que bien que así sea. Creo que me interesas y hubiese sido una desilusión que me dijeras que amabas a los animales. Veo mi casa en un futuro y no me la imagino con mascotas.

Y siguió hablando, dando más razones por las cuales no gustaba de los animales. También habló de lo que sí le gustaba y cómo imaginaba su casa. No pude interrumpirla. Mis pensamientos ya no giraban en torno a Verónica, sino en torno a Foamy, la cual había vuelto a mi mente con fuerza justo cuando Verónica decía: "hubiese sido una desilusión que me dijeras que amabas a los animales". Ponía en tela de juicio el amor que decía tener por Foamy. Di, sin perder la caballerosidad, por terminada la cita, y una vez que la acompañé a que tomara un taxi, llamé a mi madre, pero ella ya no me contestó. Intenté comunicarme con mi padre, y tampoco contestó mis llamadas. Esa noche me dormí entre pensamientos de duda sobre la aquella llamada perdida y su intención. Al siguiente día volví a intentar comunicarme con ellos, sin éxito. Ya estando listo para ir a mi capacitación recibí una nueva llamada, pero era de Bryan. Como un dardo que se clava con fuerza sentí que me dañaban aquellas palabras que él me dirigía:

—Mi madre me ha llamado, dice que se ha enterado de que doña Sonia ha regalado a tu perra. ¡Uriel! ¡No ha caído en buenas manos! ¡Debes salvarla!

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