Capítulo 1



Las tardes de sábados eran estupendas, sobre todo cuando pasaba el tiempo con ella. Contemplar su pelo lacio que todos los días parecía recién planchado era una de mis más grandes fascinaciones, que podía acompañarla a hacer cualquier cosa, aunque no me gustara lo que estuviera haciendo, con tal de estar cerca de ella, iluminando mis pupilas con el esplendor de su belleza y palpando aquel cabello una y otra vez, sin temor a que se gastaran mis manos. Sinceramente nunca le pregunté si le gustaba que hiciera eso, pero a juzgar por su reacción al momento en que lo hacía, cual gatita pequeña en brazos de su dueño, nunca tampoco sentí que había que dejar de hacerlo. De hecho, sí se parecía mucho a su gata en ese sentido. Mis caricias, sin caer en la presunción, eran también irresistibles. A ella le gustaban mucho los gatos y los perros, y tenía la firme intención de adoptar un cachorro para el hogar. De eso justamente hablamos aquel día.

A mí no me gustaban las mascotas y nunca consideré la posibilidad de tener una en casa. Para mí era una locura que pensara en la posibilidad de un perro cuando ya tenía un gato.

—¿En serio no piensas en lo problemático que puede ser tener un gato y un perro en la misma casa? No me imagino la cantidad de peleas que acontecerían diariamente. Y si a eso le sumamos los pleitos que tienes con tu hermano, no puedo ni imaginarme lo caótico que será pasar al menos media hora en tu casa. Y eso sin meter los cuantos rifirrafes que solemos tener tú y yo.

—Cálmate Uriel, tú siempre pensando en lo peor... ¿No puedes al menos respetar mis decisiones y dejar de opinar al respecto?

Dejé de acariciar su cabello. Mi pregunta había ido en tono dramático con una pizca de ironía, pero con la suavidad de una típica broma de las que siempre le hacía y a las que pensé que ya estaba acostumbrada. Su respuesta era la peculiar: llena de sensibilidad. Su carácter era terrible. Aun así, la amaba. No podía permitir que entráramos en discusión así que no objeté más al respecto, pero respondí a mi estilo para evitar doblegar mi orgullo:

—Bueno señorita delicada, solo quería advertirle de algo que luego quizás no vaya a soportar.

—Lo que no creo soportar es que tú sigas opinando al respecto de mis gustos por los animales. No me importa si no amas a mi gata ni me importa si no te gustan las mascotas y mucho menos me va a importar si no tolerarás pasar media hora en mi casa. Así que mejor cambiemos de tema y ayúdame con esto.

En seguida me pasó unas piezas de fomi, unos moldes y unas tijeras. Empecé a recortar delicadamente cada una de las formas mientras pensaba en las razones por las cuáles seguía con ella. No teníamos muchas cosas en común y pasábamos discutiendo la mayor parte del tiempo. Michelle era muy diferente a mí en todos los sentidos. Seguramente soportaba sus arranques porque era muy bonita y era el tipo de chica que a todo hombre nos gusta tener para presumir ante los demás. Un silencio incómodo se apoderó de la habitación en la que estábamos hasta que su gata interrumpió con un par de maullidos. En otro momento hubiese dicho algo, pero permanecí en silencio, y fue Michelle quien tomó la iniciativa, para volver a hablar de lo mismo:

—Creo que le pondré Fomi. ¿Qué te parece?

—¿Hablas del cachorro? —respondí yo, haciéndome el tonto. Pero en realidad quería con eso manifestar mi protesta al ver que ella quería seguir hablando de lo mismo después de la discusión que recién habíamos tenido. Me sentía, además, aturdido con la facilidad con que una mujer se contradice sobre un punto en tan poco tiempo. Recién me había pedido que no opinara. Ahora me pedía una opinión.

—Sí, del cachorro. ¿De qué más? —aseveró ella, zanjando de una vez con el problema de mi incredulidad ante la necesidad de una opinión de mi parte.

—Suena tan loco como la idea de tener un perro y un gato en la misma casa —repuse, impulsivamente, aún cargado de resentimiento por ver que a ella no le importaba perderme sabiendo que yo no iba a tolerar estar con ella y con dos animales peleándose a la vez.

—¡Eres un odioso Uriel! ¿Podrías por lo menos aceptar mi decisión, aunque no te guste?

—De acuerdo... supongamos que lo acepto. Fomi me parece un nombre para hembra. ¿Quieres una hembra?

—Sí, por supuesto. Las mujeres nos entendemos mejor.

—¿Y qué harás cuando esté en celo y te toque lidiar con sus pretendientes y luego con la producción masiva de cachorros que invadirán tu espacio y no te dejarán ni respirar?

—Sabes, eso es lo que no entiendo de ti Uriel. Quieres que la vida sea perfecta y por eso no te arriesgas a vivir los momentos. Piensas en todo lo que puede pasar y por eso nunca dejas que nada pase. Sé lo que implica tener una perrita, pero sé que vale la pena todo por lo especial que son como mascotas. Yo crecí con mascotas. Mi papá amaba sus mascotas. Así que yo simplemente amaré. Y el amor está lleno de cosas feas que soportar. Como dicen por ahí: "si quieres cultivar rosas debes estar preparado para lidiar con sus espinas"

—De acuerdo Michelle. Me convenciste. Quizás pueda encariñarme de tu perrita algún día, de tu gatita jamás —dije, aún consternado, y quise de nuevo manifestar mi inconformidad—. Pero... — Y entonces me interrumpió.

—Tú nunca dices algo bonito si no va con un pero... ¿Pero qué Uriel?

—Pero el nombre... ¿Por qué Fomi? Una cosa es que ames las manualidades y te encante usar el fomi en todas tus obras "tan perfectas", pero otra es que le pongas así a tu perrita... pobrecita... ¿Qué dirán los otros perros cuando sepan su nombre? Se echarán a reír a carcajadas seguramente. Fomi es un nombre demasiado raro.

Obviamente se dio cuenta de mi dosis de sarcasmo en todo lo que dije. Debía haber adivinado como iba a refutarme eso.

—El fomi es más que solo el fomi. ¿No ves que fácil de trabajar y moldear es? ¿No ves cuan amable se vuelve cuando quieres hacer estas obras de arte que tú dices que son "perfectas"? Yo diría que lo que es perfecto es el fomi, que no siente nada y siempre te da tantas alegrías. Yo creo que los corazones de los perros están hechos de Fomi. No importa lo que hagas con ellos siempre te devuelven algo hermoso. Son amigos incondicionales. No tienen rencores. Los puedes lastimar, pero ellos no dejan de amarte. Sabes, me encantaría al igual que ellos tener un corazón así: un corazón de fomi, incapaz de sentir dolor, pero fácil de darse a los demás y dejarse amar con tanta docilidad.

—Bueno, viéndolo de esa manera quisiera tener un corazón de fomi. Así no sentiría nada si algún día me lastimas.

No supe darme cuenta de la ingenuidad de mi broma. Mientras decía eso mis ojos intentaban buscar los suyos, pero los de ella me esquivaban. Sin mirarme, insistió:

—Sí, sin duda sería perfecto tener un corazón de fomi.

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