Capítulo 8
No me siento cómoda con la idea de ir a bailar, por mucho que intente verle el lado positivo. No creo que sea lo mío. Ni siquiera me gusta la sensación de estar apretujada entre tantas personas, o el sonido tan fuerte e imperturbable de la música (música que tampoco estoy acostumbrada a oír). Para variar, no puedo pensar en nada más que en el beso que Owen me dio.
Eso solo me confirmó algo: puede que esté loco o que quiera volverme loca a mí.
¿Realmente habrá una pequeña posibilidad de verlo allí? ¿Significará algo el beso? Cierro con fuerza los ojos al sentir el agua del regador de la bañera caer sobre mi cara para librarme de los últimos rastros de crema de enjuague. Suelto un suspiro, salgo de la ducha una vez que estoy lista y me prometo no pensar más en ese pequeño instante con el chico de ojos azules y hoyuelo divertido.
Volviendo al tema de la disco, lo único que me permite continuar con la idea es el pasarla bien con mis amigas. Supongo que, al estar ellas, el rato será mejor. Además, juzgo todo antes de tiempo y, estando allá, no tengo por qué hacer cosas que no me gusten. Sea lo que sea.
Tal vez es un momento para ponerme a prueba.
Me pongo una camiseta que me compré en la última salida con mis amigas. Es completamente translúcida, aunque debajo tengo un top que cubre lo suficiente; es de color negro y tiene una inscripción en inglés que reza «sé siempre tú mismo». Me gustó el mensaje; fue por eso que la quise: es el lema de mi vida. He escogido un short azul que me compraron para mi cumpleaños el año pasado, al cual le agrego un cinturón con tachas junto a unas plataformas que combinan con él.
Me plancho el revoltoso pelo y agrego a mis ojos de color miel un poco de delineador y rímel, también un color rojo para mis labios que me resulta bastante extraño, ya que pocas veces me he maquillado. Sin embargo (y para ser sincera), me gusta cómo queda, porque no parece demasiado cargado.
Papá, al ver la ropa, no dice nada en absoluto, solo pregunta la hora que acordamos para salir. Supongo que esa es una buena señal. Espero. Mamá, por su parte, me abraza y dice «¡oh, Emma, deja de crecer, cielo!» con lágrimas de emoción en los ojos.
Eso solo aumenta mis nervios. Estoy nerviosa. Y no soy la única: el grupo nuestro de WhatsApp (BECEGAE, que es la unión de la primera sílaba de nuestros nombres) está saturado de mensajes.
—Eres nuestro ángel, Emma. Nuestra niña pequeña... —dice papá durante el viaje en coche a la casa de Belén.
—¡Ay, papá! No digas así que me voy a poner sensible —protesto, poniéndome colorada.
—Pero sé que estás grande y te debo soltar.
—¡Basta, me harás llorar! —le reprocho otra vez; lo abrazo un poco cuando detiene el auto en la puerta de la casa de Belén.
Después de desearme buena suerte, me dice que tenga cuidado, que no tome nada de un vaso ajeno, que no permita que nadie se sobrepase conmigo y que llame a su móvil por cualquier cosa que pase; se despide de mí algo dubitativo.
—¡Te quiero, Emma! —me grita desde el auto cuando enciende el motor y espera a que entre al hogar de mi amiga.
Dentro de la casa, Celina casi se abalanza sobre mí, luego Gala y Belén se nos unen en un gran abrazo. Todas empezamos a saltar de la emoción y un vértigo me recorre todo el cuerpo.
—¡Ay! ¡Estoy nerviosa, chicas! —exclamo cuando terminamos el abrazo grupal. Es cierto. Tengo miedo. Emoción. Adrenalina por vivir el momento. Preguntas, muchas preguntas. Incluso puedo decir qué expectativas quiero que se cumplan a lo largo de la noche.
—¡Va a ser genial! —comenta eufórica Gala; es la más emocionada por salir.
—¡Chicas, va a estar estupendo! —grita también Belén.
«Tal vez todo salga bien y me termine gustando», pienso queriendo que así sea. Siento cómo poco a poco la energía de ellas me contagia y se acumula como una aventura grupal que todas quieren que pase.
—¡Hay que sacarnos fotos! —chilla Celina, saca su móvil y comienza a posar para una selfi.
No dejamos de repetir cosas como esas en todo el viaje hasta Verano. Celina se ha puesto una camisa roja con una falda negra que le llega hasta los muslos y unas plataformas en esa misma gama que la hacen ver unos centímetros más arriba de lo normal; Belén y Gala, en cambio, tienen una camiseta suelta y un short de tiro alto, con unas zapatillas planas. Se han retocado el maquillaje antes de salir y confirman que no se olvidan de nada.
Me doy cuenta de que hacer la fila antes de entrar a la disco definitivamente es una de mis cosas menos preferidas de ese tipo de salidas. Nos quedamos esperando fuera por bastante tiempo y nos cruzamos con algunas personas del colegio que nos miran algo raro, porque nos encontramos allí o hacen comentarios justo por el mismo tema.
Cuando por fin ingresamos, la mezcla de olores choca contra mi nariz, lo que me provoca ganas de salir y tomar una bocanada de aire fresco. La música, por otra parte, retumba en mis oídos: pasan cantantes de música pop, algo que me sorprende por completo. Pero, como era de esperarse, las personas no bailan esas canciones (que yo puedo pasar por horas interpretando frente al espejo), sino que charlan y se reúnen en pequeños grupos en el sector de sillones, la pista y la barra de bebidas. Veo a algunos con bebida alcohólica en la mano, mucho antes de comenzar la fiesta.
«Espero que ese no sea un problema luego», pienso, insegura, recordando los casos de peleas violentas dentro de este tipo de lugares. Luego de otros veinte minutos de espera, los láseres comienzan a intervenir y cambia radicalmente el tipo de música. «Prefería el pop», me digo, pero de igual forma tomo las manos de Celina y comenzamos a bailar lo que el «DJ» decide poner dentro de su repertorio.
El entorno se convierte en una enredadera de cuerpos sudorosos, de encuentros entre desconocidos que unen sus labios de una forma muy íntima, que deja el beso que me dio Owen como un simple y minúsculo roce inocente.
De tanto en tanto pasan por los ruidosos parlantes alguna canción que conocemos, de esas que no puedes no escuchar, que siempre suenan en algún lado, así que nosotras la cantamos a todo pulmón mientras nos sacudimos sin que nos importe el alrededor.
Pasado un buen rato de bastantes canciones y esquivar a hombres borrachos, entre la multitud puedo distinguir un rostro conocido. Es Steven. El chico de mi colegio que se acerca. ¿En serio también vino aquí? ¿Estará Carla también?
Steven se detiene a medio metro de mí, para luego acercar su cabeza y hablarme al oído, haciéndolo cosquillear. No me sorprende que se aproxime tanto, ya que de no hacer algo como eso no podría escucharlo.
—¿Bailamos? —pregunta.
—«Uhm», yo estoy... —observo a Celina en busca de ayuda, pero ella mira con los ojos abiertos a Steven, sin poder creer que está frente a nosotras. Es probable que no entienda por qué me habla aquí, lo que refuerza su teoría de que algo pasa entre nosotros dos.
—Un baile no le hace daño a nadie, ¿verdad?
—Estás con Carla, ¿no es así? Vi cómo te miraba y cómo se fueron juntos...
Steven niega con la cabeza.
—No estoy ni salgo con ella, Emma. Además, te pido bailar, no matrimonio ni que nos besemos —bromea.
Espero que mi vista me haya engañado, pero creo que me guiña un ojo.
—¡Vamos, Emmy! ¡Baila con él! —grita Gala.
—¡Sí! —chilla Belén—. ¡Es Steven! «Wow». «Wow».
—¡Ya no puedes negar que algo pasa! —menciona Celina.
Meneo la cabeza hacia ellas y al final termino asintiéndole a Steven. Bailar con él no hará daño, sé por experiencia que puede ser majo. Por las dudas activo mi sistema de alerta, aunque dudo de que deba usar lo poco que aprendí en las clases de taekwondo, ya que el chico de ojos verdes no parece ser la clase de persona que se aproveche.
Steven me saca a bailar al centro de la pista de baile (lejos de las chicas) y, para mi suerte, la música cambia y el ritmo no conlleva nada de bailar pegados, pero mantengo mi distancia.
—Sabes, no esperaba que vinieras acá —comienza a hablar, se acerca a mí a una distancia donde pueda escucharlo, pero mantiene nuestros cuerpos lejos para respetar mi espacio—, pero me alegra haberte encontrado, sobre todo después de la despedida de hoy. —Me hace dar una vuelta y me sostiene al terminarla, luego sonríe—. ¿Estás con el chico del club? Se los veía muy juntos. ¿Qué tanto se conocen? —pregunta interesado.
—Se llama Owen y creo que lo sabes. —Lo corrijo un poco incómoda con sus preguntas. Recuerdo muy bien las miradas que se dieron en el club y no eran nada amigables—. No estoy con él, somos amigos, aunque tampoco te interesa, Steven.
—Ah, entonces no hay nada ahí. Genial. Sabes que no tienes que confiar en personas que recién conoces, ¿no? —advierte, frunciendo el ceño—. Antes de que lo digas, también puedo incluirme en la lista, porque tampoco es que nos conozcamos mucho, pero yo no soy como él.
¿Que no es como él? ¿Qué rayos dice? De golpe se me van las ganas de estar ahí con Steven. No debería importarle con quién estoy, incluso aunque esté «preocupado por mí»; todavía no estamos ni en la categoría de amigos.
Por otro lado, no puedo evitar que resuene en mi mente la advertencia que hace sobre Owen. ¿Qué clase de conflicto tendrán ellos dos? Al pensar esa pregunta, una especie de escalofrío parece recorrerme el cuerpo a la par que Steven mueve la cabeza hacia un lado, perdido en la pista.
—No sé qué puede tener de peligroso Owen —espeto, casi con ganas de defender al chico de ojos de zafiro—. Tampoco es que te deba importar con quiénes hablo, Steven.
—Es peligroso y punto, Emma. Si pudiera decirte por qué, te lo diría —responde, arrugando la nariz—. Y sí me importa. Debes alejarte de Owen Liv y mejor que lo hagas antes de que sea tarde. —Habla dejando otra advertencia en la última frase.
—¿Tarde? ¿Cómo? Si no me dices qué lo hace tan peligroso, entonces no puedo creerte —menciono con suspicacia.
Steven parece soltar un suspiro que no llego a oír por la música. Se aproxima más a mí, con gesto de rendición en el rostro y cautela en la mirada o, al menos, es lo que el parpadeo de las luces me permite ver.
—Emma, ¿tú lees esos libros sobre personajes que no existen? Bueno, imagínate que existiesen —me pide—. ¿Confiarías en ellos?
—¿Qué quieres decir? ¿Qué clase de personajes? —Una pizca de temor recorre mi cuerpo, lo que hace que las palabras salgan de mi boca sin fuerza, perdiéndose entre la música.
Steven ladea la cabeza.
—Owen no es bueno para ti. —Susurra tan bajo que podría perderse entre los ruidos, pero para mi sorpresa logro escucharlo. Las luces empiezan a parpadear y logran un efecto que cansa la vista—. Debo irme —sigue él—, así que espero que escuches lo que te digo. No querrás desatar una tormenta. No lo conoces, no sabes cómo es y, por lo tanto, no puedes confiar en él.
Las luces de la discoteca vuelven a parpadear, pero ahora son más intensas y enceguecedoras. Cuando estas vuelven a la normalidad, Steven ya no está en mi radar.
Siento en mi cabeza retumbar la música: más fuerte, más sofocante. Cierro mis ojos un segundo sin creer lo que ha hablado y, cuando los abro, Owen me saluda de pie a unos metros frente a mí. Lleva unos pantalones negros y una camisa azul, lo suficientemente oscura.
Bajo las luces parece un vampiro.
La conversación con Steven sigue latente en mi cabeza y, por ende, la idea de que Owen sea un chupasangre no me agrada demasiado. Seguro que Steven bromeaba o inventaba cosas...
No puede ser real lo que dijo, sonaba disparatado.
No quiero que sea real.
Él se fija en mis ojos y da una media sonrisa, pero luce preocupado: tiene sus labios apretados, los dos juntos, formando una línea recta. Si hay algo que tengo que rescatar de la extraña charla con Steven, si existe un punto donde tiene razón, es en decir que a Owen no lo conozco lo suficiente.
Ahí es donde aparece la duda.
—¿Qué quería? —pregunta.
Levanto mis hombros para luego bajarlos, haciéndole entender al chico de los ojos azules que no tengo idea de ello; algo es cierto: no sé si Steven con sus palabras quería asustarme o, en realidad, alertarme de algo. Quizás ambas cosas.
Owen, al notar mi falta de respuesta, anuda la distancia que nos separa. Llega a mi lado, y se aventura a tocar mi mejilla y pronunciar un suave «hola».
—Hola —le contesto con una sonrisa, aunque algo tensa.
Se aparta con precaución y toma mi mano para llevarme lejos del centro de la pista. Nos dirigimos hacia una de las paredes espejadas del lugar y, por las dudas, verifico que Owen aparezca en su reflejo.
Al menos, y si llegara a creer lo de Steven, queda descartado el vampiro.
Suelto un suspiro que es ahogado por la música del lugar. Esta noche es más rara de lo que antes había imaginado que sería.
—¿Estás bien? —cuestiona Owen con gesto de preocupación, para luego mirar nuestro alrededor. No sé si estoy siendo muy perseguida, pero no está igual de distendido que hoy al mediodía.
¿Será por el beso?
—Estoy bien, solo que Steven me mareó un poco —le cuento, mientras me toco la cabeza por la sensación de abatimiento. Cuando Owen frunce todavía más el entrecejo, trato de bromearle para que deje de estar tan serio. Su estado de ánimo extraño me pega fuerte, sobre todo después de lo que escuché—. Eres humano, ¿verdad?
Owen reluce sus dientes blancos (definitivamente, no tienen forma de colmillos de vampiro) y suelta una risotada mientras achica sus ojos.
—Hasta donde sé luzco como uno, ¿no? Y uno bien guapo, de hecho —se mofa, despeinándose un poco el cabello azabache—. Sé que estás preocupada por lo que sea que te haya dicho Steven, pero no le creas ni le des importancia —comenta y siento que vivo alguna especie de déjà vu pero a la inversa. ¿Pero qué les pasa a los dos? ¿Qué clase de mal rollo tienen? Ladeo la cabeza para buscar al chico de ojos verdes por la zona, pero no lo encuentro. Todavía sigo algo aturdida por la manera en la que se fue, segundos antes de que Owen apareciera.
Los labios de Owen parecen curvarse en una secuencia de imágenes debido a las luces del lugar que ya comienzan a molestarme. Me gustaría poder observar todo más nítido, tal vez así me confundiría menos de lo que ya estoy.
—¿Qué pasa entre Steven y tú? —le pregunto a Owen.
—Para empezar, creo que le gusta la misma chica que a mí —comenta, haciéndose el coqueto. Me cruzo de brazos y suelta una carcajada que puedo escuchar sin problemas a pesar de la música—. ¿Quieres bailar?
«¿Qué rayos?»
Intento no pensar en qué significará que les gusta la misma chica. Por un momento la pequeña ilusión acumulada pincha mi pecho, pero trato de no prestarle atención. No tengo tiempo para asuntos del corazón ahora: quiero respuestas, ¡no ser una especie de balón que se pasan entre ellos, porque resulta que no puedo confiar en ninguno!
—Hablo en serio, Owen —lanzo con seriedad.
—Yo también. Me gustas, Emma.
No puedo evitar dejar de respirar por un milisegundo en el que muchas preguntas pasan por mi mente. ¿Habré escuchado mal? ¿Será una broma? En todo caso, ¿cómo es que puedo gustarle? ¡Si apenas nos conocemos! Aunque, bueno, no puedo negar que también siento algo por él, porque ahí está: ese cosquilleo en mi estómago cada vez que estamos juntos o ese revoloteo acelerado en el corazón cuando escucho su voz.
Me da pánico la idea de que puede que le guste a alguien, «mucho más si ese alguien es él». Nunca le gusté a nadie que yo sepa, incluso he perdido la pretensión de que algo así sucediera conmigo, porque me acostumbré al constante rechazo.
Owen clava su mirada en mí, en mis labios y no dice ninguna palabra; me deja procesar toda la información mientras trato de recomponerme para mi interrogatorio. ¡No es justo que haga esto! ¡Que genere todas esas cosas en mí!
—Recién nos conocemos —le recuerdo, con un poco de timidez y titubeo en la voz.
—En realidad, ya llevamos semanas. El tiempo es relativo, Emma. No hay un manual escrito sobre cuánto tarda alguien en sentirse atraído por otra persona.
Cielos, no puedo no darle la razón a eso que dijo, porque sé muy bien que el tiempo es tan subjetivo, así también como el corazón no conoce de normas. Puedo afirmarlo en este preciso instante, justamente porque el mío salta en un millón de emociones distintas debido a las declaraciones de Owen. Sus ojos de zafiro, que antes estaban turbados, ahora lucen adorables, casi tan suaves como las nubes esponjosas que aparecen en un día soleado.
De pronto, es como si la música del lugar no existiera, ni tampoco la gente que nos rodea, como si las luces se detuvieran en ese preciso instante en el que mi corazón pisa a tope el acelerador.
Owen en verdad se siente atraído por mí y eso me provoca una sensación que jamás había experimentado, así como todo lo novedoso que ese chico trajo a mi vida con tanta naturalidad y despreocupación, como si de pronto pudiera conocer una parte de mí que jamás había descubierto. No sabía cómo se sentía la atracción a pesar de haberla leído una y otra vez en las novelas, y puedo afirmar que es una sensación de vértigo que justo ahora no quiero soltar. No, cuando tengo a ese chico frente a mí, que espera una respuesta lógica con una sonrisa tentadora, plantada en el rostro junto a sus pequeños hoyuelos.
Cuando estoy por abrir la boca, escucho una voz que sin dudas reconozco. Por un lado, me frustro por no haberle podido decir a Owen cómo me siento, pero a la vez agradezco la interrupción de mi amiga: en realidad, no sabía cómo responder sin parecer una gelatina andante.
—¡Oh, Emma! ¡Estás aquí! ¡Te estábamos bus...! ¡¿Owen?! ¡Hola! —Celina aparece entre nosotros y se dibuja una perfecta expresión de asombro en su rostro, equiparable por completo al emoji sorprendido—. ¿Qué haces...?
—Hola, Celina. Estaba aquí, charlando con Emma. —Celina me da una mirada fulminante de «tenemos que hablar» para luego sonreír a Owen, aunque sus ojos demuestran otra cosa.
—Lamento interrumpirlos, quería buscarte para saber si estabas bien —explica, mientras me apunta con el dedo—. Te pierdes nuestra «noche de chicas», aunque veo que estás muy entretenida, Emma. Ven cuando puedas —expone, diciendo mi nombre con énfasis. Después se aleja sin saludar, llena de cosas nuevas para contarles a las chicas que también querrán matarme por «ocultar información».
Vaya, no voy a sobrevivir a esta noche.
—Volvamos al asunto de que me gustas, entonces. —Owen retoma la conversación, levanta las comisuras de su boca y me regala una mirada burlona. Es como si supiera que me pone de los nervios con esa conversación y se aprovechara de eso—. Fue por eso lo del beso; no pude resistirme. De hecho, desearía repetirlo.
Definitivamente, no voy a sobrevivir esta noche.
—¿Sabes que pierdes toda tu imagen de chico malo al preguntarme por el beso? —cuestiono, sin saber si siento más ganas de cavar un hoyo y meterme ahí o ir directo hacia los labios del chico que tengo enfrente.
Owen asiente, llevando una de sus manos otra vez hacia su cabello. ¿Será un gesto asociado a algo?
—Perder esa imagen contigo me parece genial. No soy el chico malo.
Así lo que dijo Steven parece disipar incluso más puntos y deja sus palabras por el suelo, pisoteadas como chicle en la calle. Si bien Owen Liv tiene un aura misteriosa y que, en un primer momento, me gritaba «cuidado», ahora reconozco que incluso me llego a sentir cómoda a su lado.
—¿Por qué yo, Owen?
No me considero fea en absoluto, pero Owen es el tipo de chico que podría tener a cualquiera, de cualquier orientación sexual, sin tener que buscar con demasiado esfuerzo. Tiene confianza, modales y sabe muy bien cómo usar su físico a su favor; es de esas personas a las cuales destacar les resulta tan sencillo como respirar.
—Ya te dije: tienes algo especial y me intrigas, Emma. Realmente quiero saber de ti y me interesas como algo más. —Mira a la dirección donde se fue Celina y ahí están todas mis amigas, asomadas a unos metros de nosotros, mirándome y charlando entre ellas—. Ve a bailar con tus amigas, no quiero robarte este momento.
—¿Y tú? ¿No era que me pedirías bailar?
—Esperaré la parte de lentos.
Me río por su comentario. ¿Lentos? Incluso yo sé que aquí no suelen pasar ese tipo de música.
—No pasan lentos —advierto.
Owen me guiña su ojo izquierdo.
—Oh, muñeca, los tendremos.
Cuando llego al lugar donde están mis amigas, todas me observan con gestos de sorpresa y acusación. No necesito escucharlas para saber qué piensan ni qué teorías erradas formularon en sus mentes.
—A ver, Emma, decídete —presiona Gala, con un dejo de reproche—. Deja libre a alguno de los chicos.
—¿Te gusta Steven o te gusta Owen? —cuestiona Belén, en un tono monocorde.
Niego con la cabeza, sin responderles nada en realidad.
—No pasa nada con ninguno de los dos —miento y trato de evitar el tonto tic de morderme el labio para no ser descubierta. Tal vez con Steven no pase nada, pero con Owen la historia es muy distinta. Aun así, necesito guardarme eso para mí. El simple hecho de contarles lo de Owen a mis amigas solo causaría que mis ilusiones fueran guiadas hasta las estrellas y más allá, y no preciso eso en este momento—. Solo nos llevamos bien. Los vi hoy en el club, eso es todo.
—¡Tienes conversaciones privadas con los chicos más lindos del cole! —grita Gala, como si quisiera que nuestro alrededor se enterara de esa novedad.
—¡Oye! ¡Que Diego también es lindo! —protesta Celina y recibe una negativa de las tres.
—Solo dejemos el tema por ahora, ¿vale? Hay tiempo para charlarlo. ¡Ahora bailemos! —les digo para convencerlas por completo y que las tres salgamos a la pista.
Las horas dentro de la discoteca parecen licuarse de forma proporcional al cansancio de mis piernas por tanto saltar y bailar a lo loco sin que nos importe mucho qué dirán. El hecho de que esté todo oscuro ayuda a que las tres no tengamos problemas en hacer caras locas y movimientos graciosos mientras las canciones pasan.
Descubro que, si bien bailar definitivamente no es lo mío, tampoco está tan mal. Claro, quitándole al sitio el olor que tiene a cigarrillo y la gente que ya está borracha.
Pero entonces, cuando la estoy pasando bien, ocurre algo que quiebra mi sonrisa en solo un vistazo, cuando me doy vuelta hacia la zona del bar. Es casi como si mi atención recayera de forma automática en la pareja que conversa en uno de los sillones acolchonados. Mi sangre se congela cuando descubro que ese chico es Owen, al notar la misma ropa y aquel hoyuelo que me vuelve loca. Conversa con una castaña que parece algo mayor para estar aquí. Ellos se acercan y comienzan a besarse sin preocupación, a tocarse como si no estuviesen en un lugar repleto de personas.
No puede ser verdad después de todo lo que dijo.
Pero cuando cierro mis ojos y vuelvo a abrirlos, siguen ahí, con su manoseo constante.
La repugnancia y el asco invaden mi boca y todo mi cuerpo. Me siento como una tonta niña enamoradiza que se sintió atraída por promesas baratas de telenovela. «Tonta, Emma», me reto a mí misma, disgustada.
¡Yo misma lo pensé hoy! Es un chico extremadamente guapo; es probable que esté acostumbrado a hacer y conseguir lo que quiere. Yo no soy nada más que otra conquista, porque todo lo que me dijo no tiene nada que ver con lo que hace ahora con esa mujer.
—Quiero salir de aquí, chicas. Voy a vomitar —logro decir, sin explicar demasiado qué me ocurre.
De inmediato Celina toma mi mano y tira de mí hacia el baño.
—Voy al baño con Emma —anuncia Celina, algo alarmada. Como si pudiera entender a la perfección la situación, mira hacia donde está Owen y su cara toma un color violeta. No sé si por las luces o porque ella estaba pensando en ir allá y arrancarle los ojos—. Vamos, Emms.
Llegamos al baño sin decir una palabra. No sé por qué me afecta tanto haberlo visto con esa chica, ya que, al fin y al cabo, no somos nada, pero parte de mí se siente timada, como si todo lo dulce que fue conmigo hubiese sido lanzado a la cañería en un pestañeo. Me observo en el espejo del baño y mis labios se transforman en una línea recta: el maquillaje se ha corrido por el sudor del baile.
Abro la canilla e intento limpiar el desastre que tengo en la cara. De paso, así el agua fría ayuda para aclarar mi mente: tengo que salir de aquí con la cabeza en alto, como si no hubiera pegado en mi orgullo lo que vi. Estúpido Owen y sus palabras bonitas; no debo volver a confiar en él.
—Emma, ¿qué ocurre?
—Owen ocurre.
Celina parpadea un par de veces.
—¿Te afectó ver que se besaba con una chica? ¿Te gusta?
«Tal vez».
—Me afectó porque un rato antes me había dicho que gustaba de mí. Y porque hoy me besó. —Parezco una niña pequeña con un berrinche, pero no puedo evitar soltar mi bronca.
—¿Me puedes explicar qué...? ¿Se besaron?
—Bueno... Él me besó en el club, pero fue corto, casi un roce.
—¿Pero qué...? —parece sorprendida—. ¡¿Cómo que se besaron?! O sea, no debería asombrarme, hay algo entre ustedes, pero vaya...
—Sí... —siento un nudo en la garganta que antes no tenía y que no me gusta en lo más mínimo. Unas chicas necesitan usar el lavamanos, así que me hago a un lado para dejarlas pasar. Celina, mientras tanto, permanece con la mirada perdida y pensativa.
—Lo comprendo, Emma, pero debes entender que para muchos chicos un beso no significa nada. Además, pueden ser charlatanes. Ya sabes, muchas palabras y poca acción. —Asiento ante sus palabras; no es algo de lo que no esté enterada—. Bien, solo falta una hora para que esto termine y las chicas ya se quieren volver, ¿quieres que te acompañe a tu casa y me quede a dormir?
—No —digo—. No es algo grave, solo que me da rabia.
—Está bien, yo me sentiría igual.
Al encontrarnos con las chicas, no dicen mucho ni insisten en saber qué ha pasado: lo primero que les comento es que no quiero hablar del tema, así que parecen respetarlo. Como el padre de Belén ya nos espera afuera, las cuatro emprendemos la marcha para salir del lugar y comenzamos a empujar a algunas personas pasadas de alcohol o enrolladas para dirigirnos a la puerta.
Sin embargo, algo me hace detener y perder a las chicas entre la multitud. Parezco hechizada, incluso como si me hubieran congelado ahí mismo. Para mi sorpresa, empieza a sonar un lento a todo volumen en el lugar, aunque las personas continúan con ese baile sensual de choques de cuerpos, como si ellos no escuchasen que la música ha cambiado.
Celina aparece de entre la gente para buscarme y tirar de mi brazo hacia la salida. Me observa con extrañeza por unos breves instantes y no la culpo: también estoy estupefacta por la situación. ¿Acaso la gente no toma conciencia de lo que pasa el «DJ»?
—Parece que hubieras visto un fantasma —comenta Celina, achinando sus ojos hacia mí—. ¿Estás bien?
Vuelvo mi rostro hacia mi amiga. ¿Ella no escucha lo mismo que yo? ¿No está sorprendida por las canciones?
—¿Oyes la música, Celina? Son lentos —le digo.
Celina me observa como si me hubiera salido un tercer ojo en el mentón, ni siquiera en la frente.
—Emma, en serio te sientes mal —determina con verdadera seriedad—. Desvarías, están pasando reguetón y no del viejo.
«Ugh». Tal vez sí me estoy volviendo loca después de todo; ya son demasiadas cosas raras que me pasan en tan poco tiempo. ¡Me da miedo de solo pensarlo! Perder la mente es básicamente como perderte a ti mismo, ya no poder confiar ni en tu sombra.
Y sé muy bien que no quiero eso.
Intento no prestar atención a la cara que me pone Celina y tomo su mano para salir rápido de aquel lugar. Tanta discordancia entre la canción que creo que suena y los bailes de las demás personas me marea, ¡solo logra frustrarme más!
—¡Emma! ¿Emma? ¿Qué haces? —Freno en seco cuando escucho la voz de Owen y giro hacia él para enfrentarlo luego de soltar el brazo de Celina. El dejo de confusión en la expresión del chico me confunde, casi como si fuera un gran actor que simula aparente inocencia—. ¿Te vas? Están pasando la música que te dije. ¿Qué ocurrió?
Owen trata de alcanzarme, pero me aparto.
—Solo que no puedes jugar conmigo, Owen —espeto.
—¿Emma? —Su boca se frunce—. ¿Qué pasa?
¿Qué pasa? ¡Se besó con una mujer frente a mis narices! No puede esperar que ahora quiera bailar toda feliz con él.
—Owen, ¿no te parece que has hecho mucho ya? —dice Celina.
—No. No hice nada en todo este tiempo que ustedes estuvieron juntas. Estuve esperándola —Me observa, casi con súplica en su mirada—. Emma...
—Me dijiste muchas cosas bellas, pero luego demostrarte lo poco que sentías por ellas. Te vi besándote con alguien y está bien —aclaro con firmeza—, pero no soy de esas chicas que dejan que juegues con su corazón a la ligera.
Observo brevemente el lugar donde antes Owen se besuqueaba con la castaña. Ahora ella se encuentra morro con morro con otro chico, tocándose todavía con más intensidad entre ellos.
Suelto un suspiro de resignación.
—Yo no... —Sus ojos expresan tantos sentimientos juntos que no puedo distinguirlos. Parece tener rabia y preocupación, como si quisiera abrazarme y salir corriendo lejos de mí al mismo tiempo—. Emma, por favor, no te enojes conmigo. Yo no haría eso, cuando digo algo es porque en verdad...
—Vamos —le digo a Celina, ya que no tengo ganas de escuchar excusas. Ahora solo quiero dormir; fue un día largo, demasiado para mi gusto. Así que dejo a Owen con las palabras en su garganta y ambas nos marchamos junto a Gala y Belén.
¿Quién se cree qué es? ¿Acaso piensa que voy a dejar que me haga promesas para luego verlo marcharse a otros brazos? Está bien, puede tener una cara hermosa, unos ojos azulados, preciosos que nunca había visto en mi vida. También su nariz recta, perfecta o su cabello oscuro como la noche. Su cuerpo...
«¡Basta!».
¿Quiero dejar que me lastime? Para nada. No me tragaré piropos baratos ni coqueteos traviesos, no importa de dónde vengan. Entregarle el corazón a alguien es aceptar que esa persona tiene gran efecto sobre mí, y si me permito sentir algo por Owen Liv, podría terminar con el mío hecho trizas.
Realmente no quiero eso. No vale la pena acabar de ese modo, con el corazón destruido como si fuera de cristal, si desde un primer momento se sabe que hay algo que no anda bien. No voy a aceptar ser su juguete por mucho que pueda gustarme.
Al salir de la discoteca escucho los lentos desvanecerse, como también siento el aire fresco de la madrugada chocar contra mi rostro. Con las chicas nos subimos al coche del padre de Belén con rapidez, casi como si las tres quisiéramos escapar de ahí, aunque, en realidad, la única que no quiere volver a una disco por mucho tiempo soy yo.
Son las seis de la mañana y aún no puedo dormir. Tengo miedo de que él aparezca en mis sueños, como ya otras noches intrépidas hizo. No quiero verlo, de alguna manera puedo volver a sentir ese rechazo hacia él, esa cautela hacia su personalidad enigmática, y todo porque en realidad no tengo ganas de sentir nada por el chico.
Aunque, en verdad, es tarde para eso.
Busco en mi bolso del club mi agenda, donde escribo mis poemas, pero la última hoja (el poema que escribí estando con Owen) no se encuentra. Entonces el pánico aflora en mí.
¿Él la habrá tomado sin que me diera cuenta? ¿Por qué?
El domingo no hago nada más que leer y escuchar música que solo logra aumentar mi desgano de vivir. O, al menos, siendo menos dramática, el de ir el lunes a clase.
No quiero ver a Owen. No deseo toparme con su hoyuelo ni su sonrisa divertida. No necesito caer en la tentación de perderme en sus ojos de océano. ¡Menos ahora que seremos compañeros de banco! Quizás no sea mala persona, pero debo protegerme. ¿Por qué? Porque simplemente no puedo permitirme confiar en alguien tan rápido. Y porque, estando con Owen, me es imposible recordar aquello.
¡Hola!
It's me, just Bri!!!
¿Cómo te sientes hoy?
Espero que la historia les esté gustando. <3
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